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Contribuciones a la Historia del Arte en el Ecuador

Volumen II

El arte en las fundaciones mercedarias, la Basílica y el Convento de la Merced. La Iglesia y el Convento de la Recolección del Tejar

José Gabriel Navarro



Portada





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La segunda comunidad religiosa que se estableció en Quito, a raíz de la conquista española, para cooperar en la obra de la civilización americana, fue la Celestial, Real y Militar Orden de Nuestra Señora de las Mercedes1.

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Conocido es el papel preponderante que tuvieron los mercedarios en la conquista, colonización y pacificación de las tierras ecuatorianas, sobre todo merced a las últimas importantísimas investigaciones y estudios de nuestro ilustre compatriota y colega, el   —11→   padre Joel L. Monroy, vertidos y comentados en sus admirables libros sobre el Convento y el Santuario de Nuestra Señora de las Mercedes de Quito. Como pertenecientes a una Orden militar, acompañaron a todos los conquistadores que actuaron en nuestro país   —12→   para prestarles, como en efecto les prestaron, no sólo los servicios espirituales que por su calidad sacerdotal podían prestar, sino servicios y consuelos de todo género que hicieron más fácil la conquista, más humana la lucha y más agradable la paz. Como miembros   —13→   de una Orden real fueron siempre fieles y leales a su Rey y nobles en su compostura y proceder; y si hubo algún fraile como fray Pedro Muñoz, que engañado por Gonzalo Pizarro, de quien era íntimo amigo, tomó parte en la batalla de Iñaquito contra el   —Lámina I→     —14→   virrey, o si, a fines del siglo XVII se registraron sucesos poco edificantes que alteraron por un momento la paz en el Convento, toda ello es pequeño lunar en el gran cuadro glorioso que han dejada a la posteridad la religión, la virtud y la disciplina monástica, tanto como la cultura, las letras y las ciencias de muchísimos de sus religiosos.   —15→   Y como militantes de una Orden celestial, fueron entusiastas, evangelizadores, abnegados misioneros e infatigables luchadores por la conversión de los infieles; sacerdotes que siempre estuvieron en los puestos más difíciles y arriesgados, cumpliendo con virtud y paciencia su tarea evangélica.

El conquistador español del Reino de Quito dona al padre Granada los solares para el Convento mercedario

El conquistador español del Reino de Quito dona al padre Granada los solares para el Convento mercedario. Detalle de un cuadro de Joaquín Pinto, existente en el Convento de la Merced

[Lámina I]

Dígalo la tinosa pacificación de Manabí y Esmeraldas encomendada a aquellos religiosos después de más de medio siglo de inútiles esfuerzos por tratar de conseguirla y obtenida por ellos completa y rápidamente; proclámenlo las diversas circunscripciones de nuestro país que deben a los Mercedarios enorme influencia cultural y buena parte de la obra de civilización cristiana, que en cada una de ellas se realizó en pasados tiempos. Ellos fundaron la ciudad de Jaén, tomaron posesión de la provincia de Maynas, surcaron por primera vez el Marañón y fundaron pueblos y ciudades a lo largo de la costa toda ecuatoriana. Entre sus hijos ilustres cuenta el Convento mercedario de Quito a fray Martín de Victoria, hombre extraordinario por la santidad de su vida, que aprendió la lengua quichua con tal perfección que fue el primer maestro de ese idioma que tuvieron los soldados, los colonos, los religiosos y los clérigos que, después de la conquista de estos reinos, se establecieron en Quito, en donde fundó un pequeño colegio en el que se enseñaba religión y los idiomas quichua y castellano; a fray Hernando de Granada, hombre de incansable actividad, que prestó inmensos servicios a Benalcázar en la conquista de Quito y en la de Popayán y cuyo apostolado en esta última gobernación obligó a Benalcázar y a los vecinos de sus pueblos a solicitar la mitra de Obispo para tan singular sacerdote; a fray Andrés de Sola, el fundador de las cofradías de obreros y de la agricultura en nuestro país, como le llama justamente el padre Monroy y el constructor del Convento y de la iglesia mercedarios, hombre insigne en letras y en virtud; al mártir de la Puná, fray Alonso Gómez de Encinas; al cronista quiteño Blas de Atienza; a fray Francisco Ponce de León, el famoso misionero de nuestras selvas orientales; a fray Gaspar de Torres, el pacificador de Esmeraldas; a fray Francisco Guillén, escritor erudito; a religiosos santos como fray Francisco de Jesús Bolaños y el padre Urraca; a rectores de convento beneméritos por su virtud y dotes de mando, como fray Francisco Mosquera y Figueroa y organizadores de la observancia religiosa como fray Pedro Mollendo Ladrón de Guevara. A la verdad que el Convento mercedario de Quito ha escrito uno de los más gloriosos capítulos de la Historia eclesiástica del Nuevo Mundo.

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Ya sabemos que el 4 de abril de 1537, el padre fray Hernando de Granada pidió, y el Cabildo, justicia y Regimiento de la ciudad le dio cuatro solares para edificar el monasterio mercedario. Sobre ellos edificaron los religiosos su primitiva iglesia y la primera morada que pudieron pobremente levantar para defenderse de las inclemencias del cielo y de la tierra. Muros elementales de piedra sin labrar o paredes de barro con las cuales se improvisaron galpones de techo pajizo, serían, sin duda alguna, los componentes arquitectónicos de la morada de Dios y sus apóstoles, los hijos de la Virgen de las Mercedes, que se establecían por primera vez en la virgen tierra de la América del Sur. Les faltaba tiempo, dinero y mano de obra. Dinero sobre todo. No hay que olvidar que ellos, como todos los demás pobladores de la recién fundada ciudad de San Francisco de Quito, eran improvisados colonos de una tierra desconocida, allí llegados la víspera por una providencial aventura y que, por tanto, su situación pecuniaria tenía que ser harto difícil y casi miserable. Quizá ellos tuvieron muchas veces que compartir su mesa y dividir sus manjares con sus compañeros de fortuna, los primeros quiteños del siglo XVI. Con todo, dada la religiosidad de nuestros abuelos, no dejaban escasear, cuando podían, el óbolo para el convento mercedario. Principalmente, los jefes de aquel pequeño grupo de conquistadores, fueron largos en sus limosnas y, a la cabeza de ellos, los Pizarros.

Después de la terrible jornada del 18 de enero de 1546, cuyo atardecer presenció el desastre de las armas reales en los campos de Iñaquito, la muerte o, más bien dicho, el asesinato cruel del primer virrey del Perú y la atroz matanza entre españoles, que olvidaron en ese momento hasta el más elemental deber humano, Gonzalo Pizarro debió de considerarse dueño absoluto de las tierras que fueron el Imperio de los Incas. Cuando salió de la iglesia mayor de Quito, después de asistir a los solemnes funerales del virrey, al siguiente día de aquel combate campal, tan largamente provocado por Blasco Núñez de Vela y tan tenazmente perseguida por el último de los Pizarras, Gonzalo debió sentirse verdaderamente monarca del Perú. Y si para eliminar hasta la tenue sombra de futuras conspiraciones contra su dominio, hizo envenenar al oidor Álvarez y cortar las cabezas de Diego Sancho de la Carrera, alcalde y regidor de Quito, y de Hernando de Sarmiento, nombrado por el difunto virrey teniente de gobernador y capitán general de esta ciudad; para desagraviar a Dios por los crímenes que acababa de cometer y conquistarse más aún el afecto de los   —17→   religiosos mercedarios que nunca faltó a los Pizarros, antes de partir para Lima hízoles donación de los bienes de su hermano Francisco, consistentes en dos solares en la Plaza mayor de Quito, unas tierras en Pomasqui y Guaillabamba y trescientas vigas de madera y, por su parte, les regaló quinientos pesos de oro, cuatro cabras y dos paños de corte.

El 3 de junio de 1546, ante Pedro de Valverde, escribano público y de cabildo, Gonzalo Pizarro extendía poder a Juan de Padilla para que, con los frailes del Convento mercedario, celebrara las respectivas capitulaciones en orden a confirmar la donación ya hecha, y a instituir y pactar una capellanía en la forma y condiciones que mejor le pareciere. Los frailes, por su parte, debían comprometerse a decir por el eterno descanso del alma del Marqués don Francisco Pizarro y de sus allegados y parientes, tres misas semanales, perpetuamente. No fue mal procurador Juan de Padilla, según lo demuestra el contrato que al efecto celebró el 17 de octubre de 1546 ante Pedro de Valverde con fray Alejo Daza, fray Melchor de Villardiga, fray Pedro de Santa María y fray Juan de Santa María: comendador el primero y conventuales los demás, del Convento mercedario de Quito. En él se estipuló que las tres misas semanales pactadas se dirían en esta forma: una misa cantada de la Virgen cada sábado, con una conmemoración de difuntos en la misa y su respectivo responso por el eterno descanso del alma del Marqués, de su hermano Juan Pizarro y de los allegados de Gonzalo Pizarro; una misa de Réquiem rezada, cada lunes, por las almas de Francisco Pizarro, de los allegados de Gonzalo y las del purgatorio, y una misa de la Cruz, rezada, con su conmemoración de difuntos y su responso respectivo, cada viernes. La capilla, formada por el presbiterio y el altar mayor, estaría destinada perpetuamente a la capellanía del Marqués y en ella tendría bóveda para su entierro, para el de las personas del linaje de Gonzalo Pizarro, o de las que él permitiere u ordenare y para los frailes del mismo monasterio. El patrono de esta capellanía sería el Cabildo justicia y Regimiento de la ciudad de Quito. Prohibió, además, Juan de Padilla la venta de las heredades donadas por su mandante y la enajenación de las que se compraren con los 1500 pesos de oro entregados por Gonzalo Pizarro, bajo pena de pasar esas donaciones, con las mismas condiciones, a la iglesia Catedral.

El mismo día 17 de octubre, tomó Juan de Padilla posesión de la capilla, de acuerdo con el contrato suscrito, posesión que se la dio fray Alejo Daza, haciéndole pasear por el presbiterio y aún   —18→   metiéndole debajo del altar mayor en presencia de algunos frailes del Monasterio y varios otros testigos, como el capitán Diego de Urbina y el desgraciado capitán Pedro de Puelles, el fiel amigo de Gonzalo Pizarro, a quien había dejado como teniente de gobernador de Quito, cuando se marchó al Perú2.

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Doña Francisca Pizarro, hija del Marqués, había prestado aprobación tácita a cuanto hizo su tío Gonzalo en las capitulaciones con los mercedarios de Quito. Ni podía proceder de otra manera, pues era todavía entonces una niña de apenas doce años, que muy   —20→   poco se debía dar cuenta cabal de la cuantiosa herencia que había heredado de su padre. Pero ya cuando cumplió quince de edad ratificó y aprobó la institución que hizo Gonzalo Pizarro en beneficio material del Convento quiteño y espiritual de la familia de su   —21→   padre, el glorioso conquistador del Perú. El 26 de julio de 1547 pidió doña Francisca al alcalde ordinaria de Lima, que era entonces don Martín Pizarro, se le diese como curador de su persona y bienes a don Antonio de Ribera, quien, inmediatamente después   —22→   de nombrado por el juez, aceptó el discernimiento del cargo y prestó juramento de desempeñarlo fiel y legalmente. En ejercicio de él, e ignorando las capitulaciones de Gonzalo Pizarro con los frailes de la Merced de Quito, Ribera vendió los solares de la plaza mayor   —23→   al obispo de Quito en 400 pesos de oro. Sabedora de ello doña Francisca, aprovechó la oportunidad para ratificar aquellas capitulaciones, desaprobando lo hecho por su curador sin su consentimiento y sin las solemnidades legales del caso y ordenando que   —Lámina II→     —24→   se saquen de sus bienes esos cuatrocientos pesos y se los devuelvan al obispo, a fin de que se cumpla íntegramente el pacto suscrito entre los frailes y Pizarro.

Aspecto antiguo y actual de la Basílica Mercedaria

Aspecto antiguo y actual de la Basílica Mercedaria

[Lámina II]

La prohibición de enajenar sus solares pactada en las capitulaciones   —25→   fue un semillero de pleitos durante mucho tiempo. Olvidándose los frailes o ignorando dicha cláusula del pacto, los enajenaron algunas veces y cuando ya caían en cuenta de que no lo habían podido hacer, seguían pleitos para reivindicar la propiedad. Así entablaron uno, entre varios, contra el Tesorero Juan Rodríguez de Ocampo y sus herederos. La demanda presentó el procurador síndico del Convento, Juan Bautista Orquin el 20 de marzo de 1588. Los frailes habían vendido al tesorero Rodrigo Núñez de Bonilla un lote de esos solares, junto a la casa del comprador menos dos tiendas fronteras a la casa de Pedro Martín Montanero   —26→   y todas las tiendas que dan a la plaza. Bonilla traspasó el lote a Rodríguez de Ocampo este le cedió en dote a Francisco Hernández de Alcoçer, su yerno, «hombre diligente en adquirir hacienda para su sustento» como reza el expediente del pleito; el cual hizo sobre él un buen edificio que le costó más de 5500 pesos. La Audiencia ordenó volver el solar con la casa al Convento mercedario, previa devolución de los 450 pesos de buen oro que recibió este de Rodrigo Núñez de Bonilla y pago del valor de la casa, a justa tasación. Se nombraron tasadores a los alarifes Benito y Pero Gutiérrez, quienes presentaron, el 25 de junio de 1591 un informe, que tiene gran interés para conocer la nomenclatura arquitectónica en aquellos tiempos y darnos mejor cuenta de muchas cosas interesantes para la historia de nuestra arquitectura doméstica3. La   —27→   tasación montó a la cantidad de mil ochenta y cinco pesos dos tomines; mas como los frailes la encontraran muy crecida, solicitaron del Juez la rebaja, teniendo en cuenta la ruina en que se encontraban las casas. El juez les concedió por la cantidad de cien pesos de plata, de acuerdo con el dictamen del alarife Alonso de Aguilar, que estimó esa cantidad suficiente para reparar los daños.

De este modo, poco a poco, fue pasando el Convento de la extrema pobreza con la cual nació a una relativa holgura, al finalizar el mismo siglo XVI, y a una verdadera riqueza, desde mediados del XVII, gracias a la sabia administración del gran padre fray Andrés de Sola.

En el año de 1597 la riqueza del Convento mercedario consistía en lo siguiente: dos pares de casas en la plaza mayor de la ciudad, edificadas sobre los solares que dio Gonzalo Pizarro por cuenta de la capellanía del Marqués, su hermano: la de la esquina tenía dos tiendas hacia la plaza y cinco hacia el lado del convento de la Concepción; una casa y tienda heredadas a Alonso de Aranda en 1573, cerca de la plaza mayor, junto a las casas de la fundición real de moneda; unas casas que dejó al Convento Isabel Mexía (a) la Mexicana y otras, una india Juliana en 1578. Todas estas   —28→   casas, otras en San Agustín y junto al Hospital y otras más que algunos vecinos de la ciudad acensuaron para el pago de capellanías que fundaron en el Convento de la Merced, producían 728 pesos de renta anual.

Fuera de esto tenían los religiosos 64 pesos y 7 tomines de 1000 pesos de capital colocado a censo, de manera que la renta anual en dinero subía a la cantidad de 792 pesos y 7 tomines, a lo que debemos añadir, en gracia de una exacta información, 24 gallinas que pagaba anualmente el capitán Miguel de Sandoval, a cuenta de las casas de Pizarro que se le dieron por dos vidas.

Como bienes raíces tenía el Convento: la suerte de tierra en el valle de Pomasqui, que le donó Pizarro por cuenta de la capellanía; veinte fanegadas de tierra de pan sembrar que regaló el Cabildo en Pusuquí a fray Hernando de Granada el 8 de julio de 1535 y tres caballerías que le regaló el 10 de abril de 1597 el capitán Juan Sánchez de Xerez Bohórquez, tan tristemente célebre en la historia de Quito, a quien las donó Felipe II, por ser aquel, hijo de Juan Sánchez de Xerez, uno de los primeros conquistadores, el 12 de abril de 1586; una estancia en el valle de Chillo y otra en Cotocollao: las mismas que el Cabildo dio a Luis Quintero en 1537 y que las compró fray Miguel de Huete que gobernó el Convento durante varios años, de 1548 a 1558; tres caballerías de regadío en Guaillabamba que el marqués de Cañete, don Andrés Hurtado de Mendoza, dio a los frailes, según consta de la Provisión Real de 18 de noviembre de 1558, fechada en Lima y su ejecutoria, en Quito, de 22 de noviembre de 1584, ante Diego Suárez de Figueroa; otras tierras en Cotocollao, de seis caballerías de extensión hacia el páramo, que las adquirió el Convento por compra a Pedro del Castillo, curtidor, que las recibió, a su vez, de merced, por cédula de Felipe II de 13 de marzo de 1584; y la estancia de pan sembrar y la otra para criar puercos que dio el Cabildo a fray Hernando de Granada, en Conocoto, el 25 de junio de 15374.

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Todas estas propiedades producían al Convento una regular renta que, unida a la que le producía sus propiedades urbanas, censos y capellanías, le daba, más o menos, lo necesario para vivir; pero no lo que necesitaba para levantar el edificio de su monasterio.

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Y así vivían entonces los religiosos, en casa humilde edificada junto con una modesta iglesia, en una parte de los solares otorgados por el Cabildo al padre Granada. Pero estos solares no eran continuos, sino que se hallaban separados por una calle que debió ser   —31→   la continuación de la Calle Cotopaxi hasta su encuentro con la de Chile Esta separación, naturalmente, no convenía al Convento, por lo cual fray Miguel de Huete, entonces Comendador de la Merced, se dirigió al Cabildo en demanda de esa calle, a fin de cerrarla y   —32→   unir de ese modo todo la propiedad, que la conservan hasta ahora. En el Archivo del convento existe un testimonio de Gonzalo Yáñez Ortega, escribano del Cabildo, en el que se ha hecho constar que el 2 de julio de 1548, ante el Cabildo, pareció fray Miguel de Huete,   —33→   Comendador de la Merced y pidió que «por quanto la dha. casa e mon.º tenia a las espaldas otros solares dados en limosna a la dha. casa por entre la qual y los dhos solares pasava una calle q. por ninguna p.te no tenya salida porq. por la vna pte. yba a dar a un   —34→   cerro e por la otra a la caba e q. por estar la dha. calle en medio de la dha. casa no podía edificar los dhos. solares como conbenia al dho. mon.º pidio de los dhos. señores q. atento lo susodho. le hizieran mzd. e limosna de la dha. calle para la dha. casa e mon.º y   —35→   edificio della e visto por los dhos. señores dixeron q. de lo susodho: e por ser calle mandavan dar traslado a xuares vz.º desta ciudad el qual estando presente dixo q. el avia visto la dha. calle e q. no estava con perjuizio e los dixeron q. atento lo susodho. e q. asimesmo   —36→   a ellos les consta por vista de ojos q. lo susdho. estava syn, perjuiz.º e q. la dha. calle yba a dar a la dha. qbrada e cerro q. en q.º podia e de dr.co debian le daban e dieron a la dha. casa e mon.º en la forma e de la manera q. por el dho. comendador hera pedido e para el edificio de la dha. casa syn perjuiz.º de tr.ª persona»5.

Pero, además de todas estas generosidades del Cabildo, recibieron los mercedarios dos fanegadas de tierra sobre el tejar, que son las que conserva todavía hasta hoy la Recolección del Tejar, fundación mercedaria de la que nos ocuparemos después; pues las otras que recibieron en 1537 junto con los solares del Convento, pasando la quebrada y lindando con Pedro Martín Montanero y Juan del Río, las perdieron en un pleito con Francisco Suárez de Figueroa el año de 15966.

  —[Lámina III]→  

Patio principal del Convento

Patio principal del Convento

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Hasta 1573 el edificio del Convento era muy pobre. Así lo dice la relación «Quito y su distrito», atribuida por Jiménez de la Espada al gobernador de Yaguarzongo, Juan de Salinas Loyola. «Los monasterios que hay son de San Francisco y Santo Domingo y Nuestra Señora de las Mercedes. Solo en San Francisco hay un cuarto labrado, como está dicho; los demás monasterios es mucha pobreza lo que está hecho y edificado»7. Parece que las rentas que hasta entonces tenía, si bien alcanzaban para la sustentación de los religiosos y el mantenimiento del culto, no eran suficientes para levantar un edificio cómodo y amplio, menos todavía para edificar iglesia, como entonces lo estaban haciendo los franciscanos, dominicanos y agustinos: aquellos lo habían comenzado a poco de fundada la ciudad y estos, por los años de 1575, según lo testifica Toribio de Ortiguera en su curiosa relación a Felipe III, titulada Jornada del Río Marañón. Dice así textualmente: «Hay en esta ciudad (Quito) una iglesia catedral, lindo templo de cal y canto y ladrillo, de tres naves; toda la techumbre de madera de cedro, enlazada con grande artificio; una capilla mayor de bóveda y una torre de campanas muy alta y buena, de cal y canto y ladrillo, la mas suntuosa y autorizada de cuantas hay en el Pirú; un convento de San Francisco con uno de los mejores templos del reino, y gran claustro, y otro algo menor, todo de cal y canto y ladrillo, con la techumbre de la iglesia de cedro, enlazada como la de la iglesia mayor. Ricas portadas de cantería y lindos adornados retablos y muchas capillas de caballeros vecinos y conquistadores de aquella tierra, dorados los artesones de la capilla mayor y coro, con las sillas del de cedro muy pulidas y curiosas, con un recibimiento y plaza de gran majestad; una casa y claustro de gran autoridad, con jardines, huertos y fuentes que le dan mucho lustre; que en España en pueblos muy principales se tuviera por escogida obra, de buena con mucha anchura. Hay otros tres conventos de la Merced, Santo Domingo y San Agustín donde se van haciendo templos de gran autoridad en Santo Domingo y San Agustín, y un convento   —38→   de monjas de la Concepción»8. El testimonio de Toribio de Ortiguera, dado en 1581, es de gran fuerza para conocer el estado en que se hallaba el monasterio mercedario en aquella época, habida cuenta que, no sólo fue vecino de Quito durante más de 23 años, su alcalde ordinario, procurador y mayordomo, sino que fue muy adicto al Convento y devoto de la Virgen de las Mercedes como que estableció en su iglesia una capellanía en 1584, según se puede ver entre los datos que dimos a conocer en la nota 4. Si, pues, para Toribio de Ortiguera pasan casi desadvertidos el convento y la iglesia de su devoción en su crónica dedicada a Felipe III, es claro que en su concepto no merecían la pena de mencionarlos. Y así eran de pobres y miserables esos edificios. Acabamos, de decir que la renta de que disponían los religiosos en ese tiempo apenas les alcanzaba para su vida y el sostenimiento del culto; hemos hecho, además, la cuenta de la que tenían a fines del siglo XVI; pero a todo esto, aún debemos añadir algo más: era el único convento que no recibía vino ni aceite, como por Cédulas Reales recibían los de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín: arroba y media de vino anualmente para cada sacerdote y doce botijas de aceite para la lámpara del Santísimo Sacramento; ni dietas, ni medicinas para los frailes enfermos. Esto lo deducimos de la Relación de la Provincia de Quito y Distrito de su Audiencia presentada al Rey en 1576 por los oficiales de la Real Hacienda, Pedro de Valverde y Juan Rodríguez. En esta, relación hasta se prescinde de la existencia del Convento mercedario y no se hace cuenta sino de tres conventos, como los únicos existentes en la ciudad de Quito: los de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, a pesar de que en la relación de 1573, atribuida por Jiménez de la Espada a Juan de Salinas Loyola, consta el monasterio mercedario junto con el de Santo Domingo, aunque con el calificativo de pobres. «Los monasterios que hay son de San Francisco y de Santo Domingo y Nuestra Señora de las Mercedes, dice. Sólo en San Francisco hay un cuarto labrado, como está dicho; los demás monasterios es mucha pobreza lo que está hecho y edificado». Hay que advertir que en esta relación anónima no consta el monasterio de San Agustín, porque precisamente se lo fundaba en aquel año9.

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Las doctrinas que tenían eran escasas: en el distrito de Quito tenían tres pueblos insignificantes: Gualea, Cachallata y Vinagre; en Guayaquil, Puná y Túmbez; en Portoviejo, Picoazá; en Pasto, además de un Convento, tenían las doctrinas de Huaca, Tuza, Tulcán y Cumbal: pequeña cosa, en comparación de lo que por la misma época tenían los franciscanos y los dominicanos en el territorio de la Audiencia de Quito.

¿Cuándo se principió la construcción del convento mercedario?

En el archivo del monasterio, en el libro de «Posesiones y rentas» cuyos datos principales transcribimos literalmente en nuestra nota 4, vemos que por escritura celebrada ante el escribano Diego Lucio de Mendaño, en setiembre de 1586, dio el Convento el tejar que tenía, a censo por dos vidas, al sastre Francisco de Alarcón, comprometiéndose este a entregar a los frailes veinte mil piezas de teja y ladrillo, anualmente. Las doce mil debía ponerlas en el Convento a razón de tres mil cada cuatro meses y las ocho mil restantes, acarrearlas el Convento a su costa. Además se obligó Alarcón a dar al mismo convento toda la teja y ladrillo que hubiere menester al precio que estuviera en el mercado y a mantener el tejar separado y bien acondicionado a su costa, con prohibición de traspasarlo a otro sin licencia del Convento. Este, a su vez, se comprometió solamente a darle las provisiones y mandamientos del Ayuntamiento o reales relativos a los mitayos a que el Convento tiene derecho para aquel tejar.

A juzgar por esta escritura, puédese inferir que desde el año de 1586 principiaron los frailes a preocuparse de la construcción de su convento; pero, en realidad, si reunieron desde entonces algunos materiales, la obra no se comenzó sino más de dos lustros después. Así se deduce del Libro de Visita del año de 1600, en donde encontramos, entre las varias órdenes del padre provincial, fray Antonio de Pesquera, la siguiente: «Iten se ordena y manda que luego ante todas cosas se aderesse la cañería del agua para que corra la fuente deste convento10 por la gran nescesidad que ay della y se haga la cossina a las espaldas del refectorio donde solía estar Por la gran desçençia ques tenerla en el claustro y assimismo se abra la puerta falssa y se haga muy fuerte Porque no es justo salgan las bestias y dentren Por medio de los claustros   —40→   del Conv.to y también se procure hacer una sanja Para que Tagua que lluebe y sobra de la fuente baya al guayco11 y no se ensuelba en el coral»12.

Noveleros debieron estar entonces los religiosos con la fuente que construyeron para recibir el agua, que cuatro años antes, el 22 de febrero de 1596, les regaló el Cabildo, autorizándoles que metan a su convento una paja siempre que «para ello hagan una caxa en la esquina de Gabriel de mingolla clérigo Presbítero»13. Los frailes habían pedido dos pajas de agua, teniendo en cuenta que desde antes habían estado en posesión de una paja del agua que venía a la plaza pública, posesión que la habían perdido desde que el Cabildo abrió la antigua cañería y llevó el agua por otra nueva que había abierto. Esa caja, o como la llamaron siempre los quiteños «el cajón de agua» existió intacta hasta que la Municipalidad de Quito desapropió todas las aguas para establecer el servicio de agua potable en la ciudad: hoy aún existen sus vestigios, que pronto se borrarán para siempre, en cuanto la nueva pavimentación sistema yanqui, que constituye al empedrado español, se extienda hasta esa esquina de Gabriel Mingolla, conocida todavía por la «esquina del cajón de agua».

Por el contexto de la orden del padre Pesquera, se ve que en el año de 1600 se había ya algo trabajado en el edificio del convento junto con la nueva iglesia, acerca de cuya construcción hay en esa misma visita órdenes separadas a fin de que «la obra de la iglesia nueba se continúe y lleve adelante», órdenes que las transcribiremos íntegramente cuando tratemos de la iglesia. Este afán constructivo de los religiosos se palpa todavía mas en las siguientes disposiciones del padre Pesquera, en su visita del 10 de julio de 1602, escritas de su propia mano:

Mandase al P.e com.or que queda en este convento guarde y cumpla lo que está mandado en la visita pasada y que luego se quite la portería de donde esta y se mande a la calle que va a las Cassas rreales por la indesencia que tiene de entrar y salir por la Capilla mayor que nuevamente se ha hecho y así mesmo se allane el patio del Claustro donde esta la fuente que es el segundo donde habitan los religiosos y se haga un crucero de ladrillo y se hagan guertas en los quarteles que quedan con su encañado y pretiles   —41→   de pilar a pilar para que paresca convento y Cassa de religión y se encarga al dicho P.e com.or llebe adelante la obra de la yglesia nueba y haga el noviciado donde se le ha señalado y baje el suelo de la guerta para deshechar la humidad de las celdas donde esta continuada14.



Para darse cuenta del significado de esta disposición hay que tener presente que la primitiva iglesia se hallaba junto a la capilla de San Juan de Letrán y con su frente hacia la calle Chile, ocupando, probablemente, una área de terreno contiguo a la puerta de entrada de la Escuela de San Pedro Pascual, que regentan los religiosos, y a dicha capilla. Esto lo sabemos por la escritura que los frailes celebraron el 13 de setiembre de 1559 con el capitán don Diego de Sandoval, patrono de la Capilla de San Juan de Letrán, para su edificación, escritura que a su tiempo la haremos conocer. La antigua portería, probablemente, quedaba entonces junto a la puerta de entrada de la antes mencionada capilla y allí siguió cuando se hacía la segunda iglesia, que fue levantada en el sitio que ocupa la basílica actual, edificada solamente en los años de 1700 a 1736; hasta que el padre Pesquera, chocado sin duda, con ese trajín por la misma iglesia y, más aún, por el mismo presbiterio, ya que no se podía transitar por el actual espacio que media entre la Capilla de San Juan de Letrán y la sacristía, porque la iglesia antigua que se la conservó hasta la conclusión de la segunda, llenaba todo ese espacio, ordenó que se traslade la portería al lugar en donde ahora se encuentra, en la calle Cuenca, que era la que entonces conducía a las Casas Reales, que ocupaban, como se sabe, la mitad de la manzana circunscrita por las calles Pichincha, Olmedo, Cuenca y Mejía. Esta portería debía ser un siglo más tarde, admirablemente arreglada, cuando se terminaba la tercera y última iglesia, en 1706. El claustro segundo a que se refiere el padre Pesquera en sus disposiciones de 1602, es el bajo interior de la derecha, cuyas ventanas dan a la calle Mejía y cuyo piso es inferior al de la calle y, por consiguiente, debió también serlo al de la huerta circunstancia por la cual el padre Pesquera ordenó bajar «el suelo de la guerta para desechar la humidad de las celdas».

En este tiempo, 1604, los superiores del Convento se preocupaban tanto de la comodidad de los religiosos, que para arreglar   —42→   convenientemente las nuevas celdas, se compraron «cujas y muebles de Quero»15.

Pero la obra del Convento iba muy lentamente y carecía de los requisitos necesarios de una obra sólida y definitiva. Era que siempre faltaba dinero o escaseaban las rentas. Fue necesaria la venida providencial de un religioso ilustre para que la Comunidad, viendo aumentadas sus entradas económicas, se decidiera a emprender en las obras de la iglesia y del convento, de manera firme y regular. Ese fue el padre Andrés de Sola, natural de Andalucía, en donde también hizo su noviciado y profesión religiosa, y en Salamanca, sus estudios de Teología. Pasado al Perú en 1610 con el fin de evangelizar a los pueblos bárbaros recién conquistados, vino a Quito por el año de 1612, y fue varias veces comendador y, cuatro, provincial de su Convento, muriendo en esta misma ciudad en 1654, a los 75 años de edad, pues había nacido en 1579. En un retrato del padre Sola, que se conserva en el Convento, copia de otro contemporáneo que existía y hoy ha desaparecido, se ha escrito la siguiente inscripción, como perpetuo homenaje rendido por la provincia mercedaria de Quito a varón tan eminente: «El Venerable Padre Maestro Fray Andrés de Sola. Fundador y Padre de esta Provincia Mercedaria Ecuatoriana. Como Comendador (en 1614, 1620, 1621 y 22) influyó en su erección, dividiéndola de la del Perú por Bula del Papa Paulo V, a 7 de marzo de 1616. Dotó a este Convento con las rentas de Pesillo, Cochicaranqui, La Tola y los Chillos que compró con su legítimo patrimonio y acertadas economías. Fue electo tercer Provincial en 1624 y reelegido en 1632, 1641 y 1647. Observantísimo religioso, celoso de la disciplina regular y amante de las letras; sabio economista, eminente estadista, insigne agricultor, ilustre y santo prelado; murió en 1654, a los ochenta años de edad. La gratitud de los mercedarios ecuatorianos, a ejemplo de sus mayores, perpetúa la memoria del padre Sola en este nuevo lienzo». El cuadro lleva la fecha de 1893 y la firma del gran pintor quiteño, Joaquín Pinto.

Aunque con lo transcrito queda compendiada la admirable figura del padre Sola, no podemos menos de reproducir lo que el padre Francisco Messia, contemporáneo suyo, dice en su obra Vida del V. P. Fr. Pedro Urraca, acerca del padre Sola: «Estaba el Convento de Quito muy necesitarlo y pobre, porque aun no había llegado a   —43→   gobernarle el religiosísimo celo del muy venerable y reverendo padre maestro fray Andrés de Sola, que con su diligencia, como verdadero hijo de la Religión, ha adquirido para aquel Convento y los demás de aquella Santa Provincia en rentas, edificios y aumentos; más de quinientos mil ducados, sin que jamás se le hayan conocido dos hábitos propios, ni más que una humilde cama con dos frazadas en que duerme, y cuatro libros de la Comunidad, no siendo inferiores a estos aumentos temporales, los aumentos espirituales de estudios y Religión, que para referirlos, fueran necesarios muchos volúmenes»16.

El padre Sola, con gran entusiasmo emprendió en la obra de la construcción del Convento y reedificación de la primitiva iglesia; trabajos en los cuales invirtió, no sólo las limosnas de los fieles si no su propio patrimonio. Y no únicamente se preocupó de su convento máximo, sino de todos los conventos, grandes y pequeños, que estaban comprendidos dentro de su jurisdicción, y hasta de las casas e iglesias parroquiales de las doctrinas que tenían los mercedarios en los ámbitos todos de la antigua Presidencia de Quito.

Con el fervor que tuvo el padre Sola para aumentar los bienes y rentas de la Comunidad, hasta llegar a reunir una fortuna hoy avaluada en algunos millones de sucres y entonces mismo, de gran significación; creció también, como natural consecuencia, el deseo de los religiosos de tener buenos edificios para el servicio de Dios y de ellos, como tenían las demás comunidades de regulares en la ciudad establecidas. El mismo padre Sola fue el solícito alentador de esas obras.

No faltaban trabajadores. Por los años de 1582 se repartían anualmente en cada verano dos mil indios mitayos para trabajar en los edificios de la ciudad, a quienes se les daba la comida y un peso y medio por mes. Solamente para los tejares de Quito solían venir de Otavalo 120 indios, de los cuales ocho iban al tejar que tenían los mercedarios a poca distancia del convento. Esta mita para aquellos religiosos quedó más regularizada por una Real Provisión expedida por don Luis de Quiñones, Caballero de la Orden de Alcántara, del Consejo de su Majestad y oidor de la Audiencia de Quito, el 21 de mayo de 1614. Según ella, tocó al Convento mercedario para su tejar esos ocho indios: cuatro pansaleos y cuatro   —44→   pillajos y collahuasos. El padrón formado para la repartición entre varios vecinos de los mitayos para tejares, se lo comunicó oficialmente al Corregidor de Quito, don Francisco Maldonado y Mendoza, Caballero de la Orden de Santiago17.

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Estos ocho mitayos debieron pasar al servicio de Francisco de Alarcón quien, como sabemos, tenía el tejar de los mercedarios por dos vidas, desde 1586, de acuerdo con el contrato, cuyo resumen lo transcribimos más arriba.

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El año de 1616 el padre maestro fray Antonio de Molina, Comendador entonces del Convento, pidió a la audiencia indios para el trabajo de la calera por medio del siguiente memorial que presentó al Presidente don Antonio de Morga: «El maestro fr. antonio   —47→   de Molina comendador del convento de nra señora de las mercedes de esta ciud. dize que la fabrica de la iglezia y caza del dicho convento esta pendiente y con necesidad de acabarse y lo que mas vista es tener cal -la qual se haze y se labra en el balle de pançaleo que por falta de yndios a parado la obra y para que esta se continue y se acave en tiempo que vs.ª, govierna suplico a vs.ª sea servido en consideración de la urgente necesidad de la dicha fabrica mandar acomodar la calera del dicho convento hasta doze yndios de los del rrepartimiento de pançaleo, en el ynterin que durare la dha. obra, que en ello rescivira mrd. toda la comunidad como se fia del amparo de vs.ª, y para ello & & (f.) El maestro fr. antonio de molina».

El doctor don Antonio de Morga ordenó que Miguel Ximénez de Armenteros informase acerca de la calidad de dicha calera y si tenía adjudicados en la repartición o, en caso de no tenerlos, indicase de donde se los podía dar. Ximénez de Armenteros informó como sigue: «En cumplimiento de lo que US.ª manda tengo averiguada con persona que asiste de ordinario en pançaleo que es Joan lopez rrobalino no aver tenido el convto. de la mrd. calera particular en aquel valle y estas se hazen con solo hazer hornos respecto de ser toda tierra de cal y el convento tiene precisa neçeçidad de fabricarla para acabar su caza e yglesia no a tenido yndios en este ministerio = Podra servirse Vs.ª de acomodar al dicho convento de ocho yndios del pueblo de machache que caben en el quinto de la visita general hasta que Vs.ª mande hazer el nuevo padron. Quito a veinte de diciembre de mill y seiscientos y diez y siete años. = (f) miguel Ximenez de Armenteros».

De acuerdo con este parecer, el Presidente de Morga dio al   —48→   Convento ocho indios de Machache, siempre y con la condición de que hagan los frailes horno para cal en Pansaleo. Y así se comunicó para los efectos de ley, al gobernador, alcalde, caciques y principales de Machache, para que den al Convento de la Merced, sin excusa ni réplica alguna, los ocho indios susodichos, mientras se formare el nuevo padrón. Esa orden, que lleva la fecha de 30 de diciembre de 1618, la notificó el escribano Diego Rodríguez Docampo a don Miguel Zumba, gobernador de Pansaleo machache (sic), quien dijo que obedecía la providencia y, para cumplirla, haría la repartición de los ocho indios entre los curacas de dichos pueblos. Tomose razón de la provisión del Presidente en el respectivo padrón y se aplicaron los ocho indios en esta forma: 6 a Machache y 2 a Aloasí, porque habían disminuido los indios del primer pueblo después de la visita del Licenciado Zorrilla.

Pero no paró en este punto la buena voluntad de la Real Audiencia y de su presidente, y su manifiesto interés en ayudar a los mercedarios en la edificación de su convento y de la nueva iglesia. Dos años después, la Audiencia les hizo nuevas concesiones de indios mitayos para el trabajo de la calera y del tejar. El 9 de enero de 1620 el Doctor de Morga firmaba la concesión de cuatro indios del pueblo de Aloasí para el tejar; el 15, concedía 4 de Machache para el mismo tejar; el 6 de marzo, cinco de San Roque con igual destino, añadiendo otros cuatro del pueblo del Quinche para la calera y ofreciendo dar otros tres «en el crescimiento que hubiere en este pueblo que agora no caven en el». Estas últimas concesiones se reformaron luego, atendiendo a la comodidad de los indios, en el sentido de que los del Quinche puedan aplicarse para el tejar y los ocho asignados para el tejar en Machache y Aloasí, dedicarlos a la calera, «por estar estos pueblos cercanos a ella que no el Quinche», ya que la calera tenían los religiosos en Pansaleo y el tejar en Quito, en la loma de Guanacauri18. Dichos mandatos de la Audiencia los comunicó el escribano Diego Rodríguez Docampo a los gobernadores y caciques de esos pueblos y quedó establecido que Aloasí daría los cuatro indios tomándolos del ayllo de don Gerónimo Díaz; Machache, del ayllo de don Diego Pangotassic y el Quinche, de los ayllos desocupados.

Se explica que con todas estas facilidades que el gobierno de la Real Audiencia daba a los Mercedarios y la buena renta con que   —[Lámina IV]→     —49→   el padre Sola dotó al Convento, este hubiese podido continuar en las edificaciones comenzadas a fines del siglo XVI; pero por los libros del archivo, vemos que la obra del Convento siguió con lentitud desesperante; pues hasta la visita de noviembre de 1629 no se cubría el claustro principal. Bien es cierto que dos años antes, en 1627, se había concluido la iglesia, a cuya obra parece que dedicaron los religiosos todos los esfuerzos posibles; pero concluido ese edificio, no volvieron los frailes a acordarse de su vivienda con el entusiasmo necesario para llevarlo a término. Lo poco que se había concluido se lo había hecho mal, y lo bueno que se hallaba principiado, se encontraba deteriorándose por la suspensión de los trabajos. Fue necesaria la enérgica intervención del padre maestro fray Diego de Santa Gadea, Vicario de todas las provincias del Perú, Chile y Tucumán, quien vino a Quito como Visitador en 1646 y dándose perfecta cuenta de la manera cómo se encontraban viviendo los religiosos, sin comodidad ni decencia, en un Convento que no parecía sino una ruina en construcción, tan sólo por la dejadez de los prelados, ya que tenían rentas más que suficientes para todo; dictó órdenes y providencias especiales a fin de asegurar, no sólo la continuación de los trabajos de edificación, largo tiempo suspendidos, sino la conclusión misma del Convento. En efecto, entre las sabias disposiciones que escribió en el libro de Visita, en la que hizo el 30 de abril de aquel año de 1646, encontramos la siguiente:

Iten por q.to emos esperimentado y visto en la vissita q. emos echo en este conv.to el sumo descuido, y negligencia q. de algunos años a esta pte an tenido los prelados, en razón de edificar pues apenas tiene vivienda pa. los religiosos este Conv.to, ni refectorio en q. comer sin riesgo porq. se esta cayendo ni noviciado en q. estén los religiosos con decencia lo qual resulta en menoscabo de la religión, pues con eso los havitos q. se dan son pocos porq. nadie le toma donde no ay vibienda en q. vivir y los P.es de los nobicios se desconsuelan de ver asus hijos tan mal acomodados, abiendo visto dicha flojedad en el edificar, y por otra pte tanteado la mucha asienda q. este conv.to tiene pa. poder comer y edificar, ynformados con maduro juicio de personas de experiensia y por la q. como dicho es tenemos, de las Cuentas q. emos tomado mandamos en virtud de spu. sto. y sta. obediencia y de pribacion de su officio al prelado q. es o por tiempo fuese deste conv.to q. no entren, ni salgan en raçon de aplicar al conv.to de la granja de Pesillo para el sustento de los religiosos y su g.to mas q. los carneros necesarios   —50→   p.ª el sustento del conv.to reserbando como reserbamos assi las lanas de dicha estancia de Pesillo, como los demas esquilmos, emolumentos y recibos de dicha granja sacados los gastos q. ella tubiese pa. efecto de q. se gasten y consuman de aqui a fin de junio de quarenta y nuebe en obras deste conv.to de nobiciado, refectorio, seldas, reparos de ygla. y en la portada, y escalera q. se a de haber en la puerta de la ygla. q. cae a la calle de la portería, y pa. q. mejor consiga se pida al deffinit.º jral. por p.te deste conv.to disponga al p.e com.or de el o a la persona mas aproposito por desocupada zelosa q. le paressiere o el deffinit.º nombrare p.a q. pribadam.te y sin dependensia de mas q. de los prelados superiores benefisie dicha granja, y dando al conv.to la carne nesess.ª p.ª su sustento lo restante gaste en obras, con q.ta y razon, y con libro de lo q. recibiere cada año de la granja de Pesillo y el g.to por menor de lo q. ubiese obrado, de q. se tomara q.ta en las vissitas q. se hissieren en el trienio y con esto quedara el conv.to edificado en brebe tiempo, y con lo q. le queda sin llegar a dicha granja con bastante sustento pa. los religiosos, y el prelado q. no selo pueda haçer renunsiara la cassa q. Dios probeera de ministro de mayor aliento19.



Fuente del claustro principal

La hermosa fuente del claustro principal

[Lámina IV]

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