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El padre Bedón nació en Quito y era hijo legítimo de Pedro Bedón y Juana Díaz de Pineda, españoles de los primeros pobladores de la ciudad. Acostumbrado desde niño a vestir el hábito de Santo Domingo, de quien eran muy devotos sus padres, no le fue difícil el ingreso a la Orden, en la que se lo recibió solemnemente, a la edad de catorce años. Fue enviado a Lima, en donde estudió filosofía y teología y desempeñó los cargos de Sub-maestro y Maestro de Novicios40. «Era hombre muy penitente y muy dado a la oración, y el tiempo que le sobraba de esto y de su grande estudio, por no perderse en la ociosidad, que a tan buenos espíritus ha sabido perder y destruir, se ocupaba en pintar cuadros de Cristo Nuestro Señor y de su Madre Santísima y otros santos, que   —56→   hacía con gran primor, y se hallan pinturas de su mano en la Provincia de Quito y en el Convento del Rosario de Santa Fe del Nuevo Reino, que en su modo descubren y manifiestan la devoción del Pintor». Así dice Meléndez.

De Maestro de Novicios le pasaron al Oficio de Capellán de la Cofradía del Rosario de los Indios, a quienes predicaba y les enseñaba a rezar en su lengua nativa, de la cual fundó, en su Convento de Quito, una cátedra para que los sacerdotes aprendan ese idioma a fin de que con él enseñasen la fe católica a los naturales. Cuando en 1586 se dividió la Provincia dominicana del Perú y se creó la de Quito, consiguió ser enviado a ésta, donde fue recibido con gran alborozo por el padre fray Rodrigo de Lara, Provincial, quien le encomendó la Cátedra de Artes y luego le hizo Maestro de Estudiantes y Lector de Teología. Luego fue Presentado y Maestro, Prior y Provincial de su Convento de Quito. Fundó tres Conventos: el de la Recolección en esta ciudad y el de Ibarra consagrados a Nuestra Señora de la Peña de Francia, y el de la ciudad de Riobamba en este mismo reino. Pasó al Nuevo Reino de Granada en 1594, en cuya capital, Santa Fe estableció el estudio de las letras y fue el primero que enseñó teología a religiosos y seglares, en su convento, del Rosario, en cuyo refectorio, dejó la mayor parte de sus obras pictóricas. Fundó también otros dos conventos, el de Ibarra, para el cual mandó a esculpir, tal vez con Diego de Robles, la imagen de la Virgen del Rosario que allí se venera, y el de Caranqui con una imagen pintada por él mismo. Murió en Quito el 11 de febrero de 1621, según López, y el 17, según Meléndez41.

Dijimos que el padre Bedón era pintor y que dejó algunas obras de su pincel y de su ingenio, sobre todo en Santa Fe de Bogotá y en Tunja, en el Convento de Nuestra Señora del Rosario y en el de Nuestro Padre Santo Domingo, del Nuevo Reino de Granada.

La pintura aprendió en Lima, en el Convento dominicano, cuando se hallaba en él en calidad de estudiante. Contemporáneo precisamente de fray Adrián Pérez de Alesio, fue su compañero de religión; pues ambos se encontraban de conventuales en Lima, y lo fueron durante toda la época que estuvo fray Pedro Bedón en la Provincia de San Juan Bautista del Perú. Fray Adrián era hijo de Mateo Pérez de Alesio, pintor italiano discípulo de Miguel Ángel que pasó a Lima por el año de 1588, allí permaneció unos diez años, regresando a su patria a morir el año de 1610. Tal vez fue europeo, como su padre, aunque Mendiburu asegura que fue nacido en Lima. Pero de lo que no cabe la menor duda es que fue pintor como su padre y que aún se conservan imágenes pintadas por él en los grandes cantorales, que los decoró con hermosas orlas. Fue, a su vez, un gran teólogo y dedicado a las letras. Escribió en verso la vida de Santo Tomás de Aquino que se imprimió en Madrid, y compuso en prosa la de San Martín de Porras. Se dice que, cuando el padre Alesio, pintaba en el Convento Dominicano de Lima, el padre Bedón residía en él como estudiante42.

No nos parece esto verdadero, si se tiene en cuenta que su padre, Mateo Pérez de Alesio, no pudo haber pasado al Perú sino en 1588, ya que estuvo pintando en Sevilla hasta el 20 de octubre de aquel año, en que terminó el San Cristóbal para la parroquia de   —[Lámina XVI]→     —57→   San Miguel de aquella ciudad. Por otro lado, sabido es que murió en Roma en 1600. Y si fray Adrián Pérez de Alesio nació en Lima, según lo afirma Mendiburu43, debió ser, por lo menos, en ese año mismo de la llegada de su padre al Perú, en cuyo caso no pudo ser compañero del padre Bedón; porque parece que éste regresó a Quito en 1587, cuando todavía no nacía fray Adrián. Ni aun en el supuesto de que éste hubiese venido con su padre, cabe presumir el compañerismo conventual en Lima de aquellos dos religiosos; pues, cuando Alesio llegaba al Perú, ya estaba el padre Bedón en Quito. Pero si todavía se creyera que este religioso permaneció en su Convento hasta más allá de 1588, teniendo en cuenta que en ese año se ordenaba de diácono y presbítero y luego le hicieron Maestro de Novicios y profesor del Noviciado, «dando tan cumplida cuenta del uno y del otro cargo -dice Meléndez- que sacó grandes discípulos en la religión y observancia». Enseguida y concluido el cargo de Maestro de Novicios, le nombraron Capellán de la Cofradía del Rosario de los Indios, e hizo de ésta un modelo de cofradías en su Convento de Lima.

La Capilla de la Virgen de la Escalera en la Recoleta.- Quito

La Capilla de la Virgen de la Escalera en la Recoleta.- Quito

[Lámina XVI]

Cuando regresó a su Convento de Quito, fundó también allí una Cofradía análoga, y en la primera página del Registro de los Cofrades, dibujó a pluma y lápiz una hermosa Virgen del Rosario, realzando con tinta roja la aureola, las orillas del manto y las cuentas del rosario. A la derecha del espectador, y escrita en letra pequeña, se lee esta sentencia de la Sagrada Escritura: «Qui edinet me adhue esurient, et qui bibunt me adhue sitient; qui elucidunt me, vitam eternam habebunt.» Debajo de la imagen, se halla, en letra más grande, escrito el siguiente epígrafe: «Madre de Dios, esperanza nuestra, puerta del cielo y Reffugio de los pecadores»: todo ello escrito de puño y letra del padre Bedón.

Ilustró también a todo color, en acuarela y a la gouache, algunos libros de coro que se conservan en el Convento. En el claustro de la Recoleta pintó la vida del beato Enrique Susón44 y en la pared del descanso de la escalera, la imagen de la Virgen del Rosario, que tomó inmediatamente la denominación de «Virgen de la Escalera» y que, después de mil vicisitudes, se halla hoy en la iglesia dominicana.

Cuando concluyó el padre Bedón, buena parte de la fábrica de la Recolección de Nuestra Señora de la Peña de Francia, quiso adornarla con varios cuadros religiosos, pintados en sus muros y pintó él mismo, en la pared correspondiente al descanso de la escalera principal del convento, este hermoso cuadro, que inspiró tal devoción al pueblo devoto, que llegó un momento que, para satisfacer aquella devoción, los religiosos se vieron en la necesidad de transformar la entrada del claustro en donde se encontraba la imagen, en Capilla pública, en la cual se le rindió culto hasta 1870, en que la Recoleta, por escasez de personal, quedó sin Comunidad. El último Prior de ella fue el reverendo padre maestro fray Rafael Guerrero. Viendo esto, el presidente García Moreno, quiso cederla primero a las religiosas de los Sagrados Corazones, y como no vinieran éstas, a las religiosas del Buen Pastor. Arreglada la cesión con la Santa Sede y las altas autoridades de la religión dominicana, llegaron las religiosas a principios de 1871 a Quito, y   —58→   ocuparon el edificio. Al tratarse de hacer algunas reformas para adecuar el convento a su nuevo servicio, se vio que era necesario demoler la Capilla de la Virgen de la Escalera, destruyendo, de consiguiente, el cuadro del padre Bedón. Preocupose del intento el vecindario, una de cuyas devotas, llamada Margarita Mora, fue a hablar personalmente con el mismo Presidente, al que le pidió el plazo de tres meses para la demolición de la capilla, mientras daba los pasos necesarios para salvar el cuadro, cortando el pedazo del muro sobre el que se había pintado la imagen de la Virgen. Logrado con toda felicidad este intento por la buena devota, los religiosos obtuvieron, inmediatamente, que se la trasladase a su convento, para lo cual contrataron, el 19 de junio de 1872, con Manuel Pazmiño, en la cantidad de 250 pesos, el traslado de la pared con la imagen hasta la Capilla de los Naturales, que es hoy la de Santa Rosa. Mas, como una vecina poderosa del barrio, doña Carmen Ante de Correa, encabezara al pueblo para impedir que salga de la plaza la secular imagen, los religiosos consintieron en ello y quedó ésta en el ángulo noreste de la plaza donde aquella misma señora con el apoyo de otra distinguida matrona de Quito, doña Mercedes Villacís de Guarderas, que dio el terreno, levantó una capilla que fue consagrada el 3 de agosto de 1873. Así, permaneció la imagen sobre la pared en la que se le había pintado, hasta el 19 de mayo de 1909, en que se demolió la capilla para agregar ese terreno a los del Palacio de la Exposición del Centenario del 10 de agosto de 1806, hoy Ministerio de Defensa, quedando nuevamente el muro con la imagen en medio de los escombros, hasta que el hábil artista don Joaquín B. Albuja, la trasladó muy diestramente de la pared al lienzo. El trabajo lo principió el 11 de junio y lo terminó el 30 de julio.

He aquí la relación que sobre sus trabajos escribió el señor Albuja.

En 1871 fue decretada la demolición de la pared que contenía la pintura del venerable Bedón, según consta del pequeño folleto escrito por el padre fray de Sales Soto, de los Sagrados Corazones, en Quito, en 1890.

En 1909, con motivo de los trabajos del Palacio de la Exposición, pareció un obstáculo al trazo de la calle que debía servir a la Exposición de la Capilla de la Virgen de la Escalera: motivo por el cual fuime yo, Joaquín B. Albuja, artista quiteño, a ofrecer mis humildes conocimientos respecto al trabajo de transportar la Imagen de la Santísima Virgen de la Escalera, pintada en la pared, a tela. Convencido de que el Ilustrísimo y Reverendísimo señor Arzobispo, acogiera mis sinceras súplicas y creyera en mi verdad, le manifesté que en 1885, había transportado una imagen del Señor de la justicia pintada en una pared del cuartel de Artillería a tela y aun le indiqué que le hiciera llamar al señor doctor Araujo que fue Capellán de ese cuerpo en aquella época, para que dicho capellán certifique al Prelado, jefe de la Iglesia Ecuatoriana, este particular de grande importancia, porque se trataba de salvar la imagen de la Santísima Virgen de la Escalera que estaba en peligro de quedarse en un montón de polvo. Imagen tan venerada por sus devotos de todos los tiempos, no era posible que desapareciera.

Pasaron ocho meses. Volví a molestar la atención del Ilustrísimo señor Arzobispo, pidiéndole por última vez que me atendiera sin mirar que yo era ecuatoriano sin mérito alguno, pero guiado por la devoción a la Santísima Virgen, ajeno de toda ambición y desinteresado:   —59→   lo hacía gratuitamente, sólo anhelando con porfía el ideal de salvar la obra magna del muy amado siervo del Señor, el venerable padre fray Pedro Bedón, de la Orden Dominicana, artista quiteño. En esta última vez, creo que el Ilustrísimo señor Arzobispo, consultó por medio de sus fervientes oraciones dirigidas al Omnipotente. Entonces iluminado por la Sabiduría Divina, el Ilustrísimo señor Arzobispo, accedió y ordenó se pusiera en práctica tan magna obra de salvamento de tan hermosa imagen de la Santísima Virgen de la Escalera.

Fui llamado por las señoras Correas, quienes me pidieron el cuadro del Señor de la justicia para certificarse de la verdad de que era transportada de la pared a tela esta imagen; devuelto el cuadro en referencia, las señoras me ordenaron emprendiera en la ejecución de transportar esta pintura a tela. Cual fue mi sorpresa, un buen amigo me comunicó que no emprendiera en mi labor, porque se preparaba un pequeño grupo de adictos al patronato, para hacernos daño a mí, lo mismo que a mis dos hijas, protagonistas de esta obra. Quedé lleno de pesar y amargura, guardando un profundo silencio, constituido en mis labores en el mármol, siempre mi pensamiento en la Capilla de la Virgen de la Escalera. Nueva sorpresa, el señor doctor Alberto Correa, me impone que paralice el trabajo de salvar la imagen de la Virgen de la Escalera; quedé más amargado sin saber el porqué de este cambio de estas dignas matronas; pasados dos o tres días fui llamado nuevamente, me negué a la llamada, entonces llegaron a mi tienda, de marmolería, y puestos en el terreno de la dulce calma, se trató seriamente de la obra en referencia: pedí que sea cerrada la capilla herméticamente, sólo dejando su respectiva puerta, primer punto; segundo, que se pidiera al Gobierno, un plazo de veinte días para que no sea demolido el resto de la Capilla; tercero, que no respondía de los resultados de la pared que se encontraba en malas condiciones de desplome y con una profunda raja.

En fin, con estas condiciones emprendí el trabajo de salvar a nuestra muy amada Madre la Santísima Virgen de la Escalera. El 11 de junio lo comencé en unión de mis dos hijas y la estimable señorita Lucía Dávila; terminado este trabajo importante, esperamos 14 días, cumplidos estos, que fue el 14 de junio del presente año, constituidos yo y mis dos hijas en el altar de la Virgen, coloqué a mis hijas en los puestos designados por mí, cada una en una escalera, y asidas de una cuerda que corría de una polea para sostener el gran cuadro que esperábamos se desprendiera de la pared que contaba 308 años de existencia. ¡Oh portento! a las cinco y media de la tarde, estaba el cuadro desprendido con gran ruido como que se despedía dando un adiós a la pared, que tres siglos ocho años, habíanle conservado. Fue tal nuestra emoción al contemplar la pared vacía, que rodaron de nuestros ojos lágrimas de cordial agradecimiento por tan señalado favor que nos dispensaba la Madre de Dios.

El cuadro ya desprendido de la pared, hubo necesidad de colocarlo en un gran tablón, que teníamos listo, el cuadro y el tablón pesaban mucho, nos veíamos en tal conflicto, de no poder bajar al suelo este aparato, yo y mis dos hijas ayudados por la Providencia de Dios, logramos bajarlo, estuvo ya sobre el altar fuera de peligro: en ese momento vínome a la mente llamar al señor doctor Eduardo Portilla, para que certificara y palpara que la pared quedaba vacía de la imagen de María Santísima de la Escalera que contenía: llegado el señor doctor Portilla, se emociona, humedécense sus ojos, mira a la pared, la ve vacía, contempla el tablón y   —60→   que allí estaba la Virgen, toca los terrones que se habían desprendido de la pared, caen de sus ojos nuevas lágrimas de emoción; mas luego, llegan más personas, entre ellas la muy Honorable señora doña Josefina R. de Dávila, sus señoritas hijas y dos hijos varones de la misma señora; enseguida entraron otras señoritas y más personas conocidas del barrio.

Con el señor doctor Portilla y con la muy apreciable señora de Dávila, convinimos en que nos veríamos en la Capilla que era de Nuestra Señora de la Escalera, a las 11 de la noche para sacarla de sus escombros y conducirla a la humilde casa del autor, a las 11 de aquella noche memorable: tan sublime acontecimiento, en el tiempo actual de la guerra cruda contra la iglesia católica! Reunidos en los escombros de la que fue capilla, emprendimos levantar el gran tablón que contenía la imagen de la Virgen de la Escalera y sus siete santos, a porfía de 18 personas; en profundo silencio cargamos dicho tablón, trepábamos por encima de las destrozadas paredes: una vez puestos en la calle, ordenado todo, seguimos en profundo silencio, llegamos a las puertas de la humilde casa del artista, se descansó un momento, tomamos nuevo aliento; haciendo un pequeño sigsag, llegamos a la segunda puerta, nuevo descanso, luego después recobradas nuevas fuerzas, entramos al pequeño patiecito de la casa, se descansó por tercera vez; el cuarto que debía servir de asilo a la Virgen estaba listo; último esfuerzo, supremo momento, venciendo todo obstáculo entramos a la habitación, colocamos enmedio del aposento el tablón con la Santísima Virgen. Después de rezar algunas oraciones, se despidieron las buenas personas, que son las siguientes:

Señor doctor Eduardo Portilla, señora doña Josefina R. de Dávila, señorita Lucía Dávila, Eulalia Dávila, Julia Dávila, Francisco Dávila, Gabriel Dávila, señorita Dolores Alvear, Rosa padre viuda de Morgan, Francisca de Ávila, David Racines, Daniel Espinoza, Juan Durán, Dionisia de N., Joaquín B. Albuja, Carmen B. Albuja y Rosa María B. Albuja.

Después de un momento de descanso, despidiéronse tan devotas personas.

Al otro día comenzamos los nuevos trabajos, acompañado de mis dos hijas y mi hijo Luis; el 30 de julio del presente año, estuvo la Santísima Virgen, en tela, y salvada.

Quito, agosto 15 de 1909.


JOAQUÍN B. ALBUJA45.                


Según nos han referido, el señor Albuja hacía esta clase de trabajos, pegando con fuerte cola, una buena cantidad de hojas de papel, una sobre otra, encima de la pintura, de modo de formar un cartón de algunos centímetros de espesor, dejando secar este cartón durante quince días, y luego desprendiéndolo de la pared ya con la imagen; enseguida pegando, así mismo, ese cartón a un lienzo, debidamente preparado y eliminando con cuidado, remojándolas debidamente, las hojas de papel, hasta que no quede rastro de ellas y deje libre a la pintura sobre el lienzo, que entonces aparece como hecha sobre éste.

La receta según la cual hacía esta clase de trabajos, se la enseñó el escultor español, González Jiménez, que contrató García   —[Lámina XVII]→     —[Lámina XVIII]→     —61→   Moreno, para la Academia de Bellas Artes, que él fundó y la dirigió Juan Manosalvas.

Retrato del padre Bedón existente en el Convento dominicano

Retrato del padre Bedón existente en el Convento dominicano

[Lámina XVII]

Padre Bedón.- Un dibujo

Padre Bedón.- Un dibujo

[Lámina XVIII]

Pero después de esta larga digresión, volvamos al padre Bedón, a la Virgen de la Escalera y a su santuario.

Al hablar del padre Bedón, dice el autor de Tesoros de las Indias, ya citado:

Era hombre muy penitente y muy dado a la oración, y el tiempo que le sobraba de esto y de su gran estudio, por no perderse en la ociosidad, se ocupaba en pintar cuadros de Cristo Nuestro Señor y de su Madre Santísima y de otros santos, que hacía con gran primor, y se hallan pintados de su mano en la Provincia de Quito, que en su modo descubren la devoción del pintor.


De todos estos cuadros, consérvase aún el de Nuestra Señora de la Paz, que pintó en el claustro principal.

El de la Virgen de la Escalera, era un cuadro mural de tres metros por dos cincuenta, ejecutado al óleo sobre una pared de adobes. En un fondo de cielo se destaca la Virgen del Rosario, con su tradicional túnica roja y manto azul con orla dorada y recamado de flores y estrellas de oro. Tiene en su mano derecha un rosario con cuentas de oro y, en la izquierda, el cetro de Reina. Rodean a la Virgen los bustos de seis santos dominicanos, colocados sobre otras tantas ramas de una vid, cuyo tronco nace, al parecer de Santo Domingo, que le ha colocado a los pies de María, como sirviéndole de pedestal. A los que están en la parte superior del cuadro, se los reconoce fácilmente, y son San Jacinto y San Jacobo de Navarro, por las inscripciones que llevan; a tres de los otros se los identifica también, como que son Santo Tomás de Aquino, San Antonio de Florencia y San Pedro Mártir; pero el otro no se sabe cuál sea. Probablemente, en uno de los tantos retoques del cuadro se perdieron sus inscripciones. Uno de esos retoques lo hizo el pintor Luis Cadena, cuando acababa de trasladarse el cuadro, desde la Recoleta a su capilla y, a petición de la señora Carmen Ante de Correa, la pintó sobre la túnica rasgada en el pecho, una azucena que muestra entre sus pétalos un hermoso Niño46.

Cuando se trasladaba la imagen desde el Convento de la Recolección y se decidió dejarla en el sitio dado para capilla, al noreste de la plaza, por la señora doña Mercedes Villacís de Guarderas, permaneció nueve meses el muro, con la imagen de la Virgen bajo una ramada, hasta ser trasladada al lugar de la Capilla, en donde también aguardó un año entero hasta la conclusión de la capilla.

Ésta ocupaba una área de 17 metros por ocho. Sus paredes eran de adobe, el techo, a dos vertientes y su techumbre, plana. Al fondo y detrás del muro con la imagen de la Virgen, estaba la sacristía. Daban luz a la capilla, tres ventanas abiertas en la pared del lado de la Epístola, y dos, en la del Evangelio. En su fachada había un porche sobre cuatro columnas de piedra. Sobre el arco de la puerta de entrada, que era semicircular, se leía: «Elegí y santifiqué este lugar para que esté en él mi nombre y permanezca aquí mi corazón»: sentencia tomada del Paralipómenos. Las paredes, como el cielo raso del interior, eran íntegramente pintadas. En   —62→   el arco triunfal, para subir al presbiterio, se leía la siguiente inscripción: «Yo soy la Madre del amor hermoso y refrigerio de los pecadores». Tenía la Capilla un púlpito humilde de madera y un coro alto para los cantores y la orquesta. Un sencillo retablo de madera dorada, encuadraba la imagen, con dos hornacinas a los lados para dos estatuas de santos47.

En 1594, el padre Bedón hizo la Exposición jurídico-moral, para probar el derecho y la justicia que asistió al Rey para imponer alcabalas nuevas al pueblo, siempre que, miradas las circunstancias de lugares y personas, no fuesen demasiado gravosas a los contribuyentes, dignos siempre de consideración por parte de los gobernantes. El original de esta exposición existe en el archivo del Convento de Lima, firmada por el padre fray Pedro Bedón, fray Juan de Lorenzana, fray Luis de Bilbao y fray Diego de Hojeda.

Existen tres retratos del padre Bedón. El primero lo tienen en el Convento Máximo de Quito, en su biblioteca. El segundo, en la Recoleta, cedido en 1788 por el venerable padre fray Antonio Cecilio de Aíbar y que lleva esta inscripción:

Es verdadero retrato del venerable padre maestro fray Pedro Bedón. Fue Provincial y uno de los primeros fundadores de esta Provincia. Varón señalado en virtud y espíritu de profecía. Fundó este Convento de la Recoleta y lo pintó de su mano. Fundó también el de la Villa de Ibarra y Riobamba y el de las Aguas de Santa Fe. Salió virgen de esta vida y con opinión de Santo. Murió el día 1.º de febrero de 1621.


El tercer retrato del padre Bedón, existe en el Convento dominicano de Cuenca48.

El cuadro de la Virgen de la Escalera, se halla hoy, en una capilla construida en 1916, junto a la Capilla del Rosario, y para comunicarla con ésta se dañó el hermoso retablo de San José. Menos mal, si siquiera la nueva capilla hubiese correspondido a la maravillosa del Rosario; pero no se la hizo sin el menor gusto artístico, menos aún con el cuidado de coordinarla con ésta. Es una mancha horrible y vergonzosa junto a esta capilla.

El cuadro de la Virgen de la Escalera, fue obsequiado por el arzobispo González Suárez, a los religiosos dominicanos, como consta de la nota de 26 de junio de 191249.