—[184]→
Sobre el lugar en que los conquistadores españoles oyeron la primera misa en la que había de ser la ciudad de Quito, edificaron también un templo provisional cerca del Rollo, levantado más tarde, en lugar del madero clavado, en señal de que la ciudad tenía jurisdicción plena, así en lo civil como en lo criminal. Dicha capilla pajiza era conocida entonces con el nombre de ermita de la Veracruz y hoy, con el de Belén, y tuvo vida muy efímera: edificada la iglesia parroquial en los solares señalados en donde es hoy la Iglesia Catedral, aquel templo fue muy pronto abandonado.
Algunos cronistas e historiadores respetables confunden Belén con Santa Prisca, o más bien dicho, la capilla de Belén con la capilla de Santa Prisca, aquella pequeña capilla que, según el padre Velasco, Gonzalo Pizarro mandó a levantar «en el pasage donde el negro del doctor Carvajal cortó la cabeza del Virrey»
; y añade el doctor Pablo Herrera: «... se cree también que esta Capilla es la que se llamaba de Veracruz»
132. Confirman la aseveración del doctor Pablo Herrera, Alcedo y Herrera, González Placencia y Ascaray. Dice el primero: «... que había dos capillas, la una dentro de la ciudad, debajo de una espaciosa bóveda o arco de piedra labrada de primorosa arquitectura, dedicada a la Reina de los Angeles con este nombre, y la otra con la de Veracruz en el Ejido de Iñaquito, sepulcro y entierro del primer Virrey del Perú, Blasco Núñez Vela, muerto en aquel llano en la batalla con el rebelde Gonzalo Pizarro, el año 1544. Núñez Vela fue enterrado en la iglesia parroquial, que era la Vera Cruz, primer templo erigido en Quito y llamado después Belén. En el sitio en que murió, se levantó la iglesia de Santa Prisca en conmemoración del Santo del día»
.
Nunca que sepamos al Humilladero de Santa Prisca se le llamó con el nombre de Vera Cruz: este nombre se dio a la ermita del Belén, desde el 3 de mayo de 1612, día de la Invención de la Santa Cruz, en que ese recuerdo tan querido y tan grato para la piedad y la religiosidad de los conquistadores, hizo que Quito conmemorara la fecha colocando una cruz inmensa de madera, bajo doseles, en aquel histórico sitio, que desde entonces se llamó «Humilladero de la Vera Cruz», y más tarde «Belén» cuando se hizo la capilla.
La prueba está a la mano. Lope de Atienza, que escribió su Relación de la ciudad y Obispado de San Francisco de Quito, en 1583, dice: «Hay una ermita en el humilladero que llamaron de Añaquito, donde los tiranos, en la batalla, mataron a vuestro visorrey Blasco Núñez Vela; en este lugar, en nombre de V. M. han hecho una Capilla vuestro Presidente y Audiencia. Doctáronla en treinta
—185→
pesos librados en penas destrados y obras pías. Sirvela el beneficiado de la parroquia de Sant Blas, en cuyo territorio está la dicha ermita y humilladero, presentado por orden de vuestro real patronazgo»
133.
El arcediano don Pedro Rodríguez de Aguayo, en 1570 en su Descripción de la ciudad de Quito y vecindad de ella, dice: «Y aquí (Añaquito) fue el campo donde dió Gonzalo Pizarro la batalla al visorrey Blasco Núñez Vela y le cortó la cabeza; en cuya memoria se hizo un humilladero de piedra que será un tiro de arcabuz de la ciudad»
134.
Y el licenciado Salazar de Villasante, en su Relación General de las poblaciones españolas del Perú, a este mismo respecto, dice: «En este prado que se llama de Añaquito, dió Pizarro la batalla a Blasco Núñez Vela, visorrey, cuando se vino huyendo de Los Reyes y vino en su seguimiento, y allí se la dió y le mató; es al principio del prado, a un tiro o dos de Quito. Allí a do murió el visorrey, está un humilladero, como ermita, y su altar, mas nunca se ha dicho misa en él; puéstose ha mas por memoria»
135.
Cuando Salazar de Villasante escribió su Relación tenía Quito 400 habitantes y Lima «dos mil de estos ciento, más o menos, de españoles»
. La escribió en 1569, más o menos; por orden del licenciado Juan de Obando. Dice que hay tres monasterios: San Francisco, La Merced y Santo Domingo y «no tiene parroquia ni otra iglesia, fuera de la Catedral»
. No hace alusión alguna ni al Belén, porque entonces casi no existía ni al humilladero de Añaquito, porque era únicamente un Memorial por la muerte del virrey Blasco Núñez de Vela. Pero el año de 1597 ó 98 el ilustrísimo señor Solís elevó la ermita del Humilladero a la categoría de iglesia parroquial de Santa Prisca, la que subsistió hasta el terremoto de 1868.
El licenciado Marañón con el licenciado Zorilla y el doctor Juan del Barrio de Sepúlveda, en carta dirigida a Su Majestad el 30 de marzo de 1598, hablan de este templo primitivo: «En esta ciudad hay una iglesia -dicen-, cuya advocación es de Santa Prisca, que está en el llano de Añaquito, donde fue la batalla de Gonzalo Pizarro contra el Virrey Blasco Núñez Vela, y se fundó en el mismo lugar donde fue hallado muerto el virrey y otras muchas personas que con él murieron y por ser el día de la batalla el de Santa Prisca, se nombró así la iglesia. Hay en ella un cura y cada año se celebra la fiesta y se hace la conmemoración de los difuntos que allí fallecieron, y va allá la Audiencia. Tiene mucha pobreza, y en memoria de los que allí perdieron las vidas por el servicio de la Corona
—186→
real, sería muy buena obra mandarle V. M. hacer alguna limosna, porque lo que allí se hace vaya adelante y no cese»
136.
Odrozola habla de la destrucción del Memorial en los siguientes términos:
Según cuanto acabamos de decir había dos ermitas en Añaquito, la de la Vera Cruz o Belén construida después de 1612 en el lugar en donde se dijo la primera misa en Quito y la otra, en el lugar donde fue decapitado el virrey Blasco Núñez de Vela, que tomó el nombre de Santa Prisca, cuando el obispo Solís la elevó a la categoría de iglesia parroquial, hasta entonces sólo se le conocía con el nombre del Humilladero de Añaquito. Así lo dice respecto de ésta González Suárez:
Y en otro lugar dice el mismo historiador:
Por el año de 1894, había en el patio de recreo del Seminario Menor, en donde estábamos estudiando, un cuarto edificado sobre unos viejos paredones que formaban algo así como una cripta bastante alta y cómoda, que era suficiente para guardar algunas cosas. Un día se derribó ese cuarto y de la cripta se tuvo el cuidado de recoger huesos y depositarlos en el presbiterio de la capilla del Colegio. Se decían que eran huesos de los cadáveres de la batalla de Iñaquito. Desde entonces siempre nos hemos preguntado si no serían esas paredes, sobre las que se edificaron la pieza aquella, a la que se subía por unas gradas, ocho o diez, las mismas que se conservaban como resto del humilladero de Añaquito.
Dilucidado el punto de que el humilladero de Iñaquito no era la capilla de la Vera Cruz, sigamos haciendo la historia de la capilla del Belén.
Algunos comerciantes piadosos viendo que el sitio de tanto recuerdo estaba en completo abandono, recabaron del Ayuntamiento de Quito autorización para construir un humilladero en el punto donde hoy se levanta la iglesia del Belén, y el Cabildo les dio, no sólo el permiso solicitado, sino les donó un buen solar de terreno para que sobre él edificaran un humilladero, o una capilla o una ermita.
Después de una gran misa cantada en la iglesia de San Francisco, recién acabada, en que se bendijo la cruz que el día 2 la llevaron en procesión a dicho convento, animados por el presidente y oidores de la Real Audiencia, y en la que estuvo también don Francisco de Sotomayor, teniente general de corregidor de esta ciudad, acababa de bendecir la cruz, la sacaron nuevamente en procesión solemne «a repique de campanas, con cruces y pendones, ceras encendidas y música entonada, acompañada de otras órdenes religiosas»
en hombros de frailes franciscanos y atravesaron la ciudad, entrando de paso a la Iglesia Catedral, hasta llegar a Iñaquito en donde en un lugar señalado por el Cabildo, Justicia y Regimiento de esta ciudad se le puso bajo doseles en forma de ermita «que se ha de hacer perpetua»
. Luego se dijo otra misa cantada por el canónigo García de Valencia, concluida la cual, se la dejó allí y la procesión se regresó al convento137.
Más tarde edificaron una capilla en donde colocaron un devoto crucifijo y fundaron una hermandad. Desde entonces fue muy frecuentada la romería al «Humilladero de la Veracruz» como entonces la llamaban.
Celebraban dos fiestas con toda pompa: una, el 3 de mayo, día de la Invención de la Cruz, en que se trasladaban a hacer los oficios divinos, desde la Catedral, presididos por el Deán y Cabildo —188→ eclesiástico, a quienes se les daba como estipendio, veinte pesos cuatro reales; y la otra, en el Domingo de Pasión, adonde iban en procesión con los pasos de la Pasión de Nuestro Señor. Oigamos lo que a este respecto, nos cuenta Rodríguez Docampo:
Ésta fue la ermita de la Vera Cruz hasta 1618 en que se fundó la recolección a cargo de los padres de San Agustín.
En 1618, gobernando el presidente Morga, los agustinos intentaron fundar allí un convento de recoletos descalzos; pero era tan crecido el número de conventos fundados en estas provincias que las autoridades, eclesiásticas y civil, elevaron al Real Consejo de Indias solicitudes pidiendo que no se permitiera fundar más conventos, porque para la estrechez y pobreza de esta tierra era excesivo.
Esto no fue óbice para que los agustinianos tuvieran esa recolección. En la Municipalidad de Quito reposa un documento auténtico del año 1793 en que el procurador del convento de San Agustín, dirigiéndose a la Real Audiencia, habla de aquella adjudicación, calificándola de «adjudicación la más solemne, hecha a principios del siglo pasado, de la Capilla, aguas y tierras de su circunferencia por una hermandad de Mercaderes»
. Y a falta de otras, es prueba incontestable de la fundación y existencia de ese convento de recoletos, el acta de una profesión religiosa, hecha en 17 de abril de 1620 en manos del Padre Vicario Prior «desta santa cassa de la Cruz de los Descalzos Recoletos de nuestro Padre Sant Augustín Desta ciudad de Quito junto con el testimonio del Escribano Público de su Majestad y de la Real Audiencia; que le presenció»
138.
He aquí el acta:
Composición en piedra de la puerta vieja de Santo Domingo. Siglo XVII
[Lámina XXVIII]
Pero esta concesión duró muy poco. La recolección de San Juan Evangelista se dejó antes de 1625 en que la capilla de la Vera Cruz fuese devuelta a su antiguo dueño, la Hermandad de Mercaderes. En el año de 1640 esta cofradía la tenía en su poder, y fue con los cofrades que trataron los padres mercedarios, ganosos de adquirir esa ermita para fundar la recolección de la Santa Cruz de Belén.
El padre fray Miguel de León tomó a pechos el asunto y para vencer las principales dificultades, comenzó por hablar a los cofrades de lo mucho que redundaría en gloria de Dios, la fundación de la recolección de la Merced en esa ermita, que la mayor parte del año pasaba abandonada. Los cofrades aceptaron los razonamientos del religioso, siempre que los religiosos se comprometieran a ciertas condiciones, que debían ser observadas perpetuamente por sí y por sus sucesores.
Presentaron su propuesta los cofrades al padre Juan Muñoz, vicario general, que se hallaba de visita en Quito, el 2 de agosto de 1640, en esta forma:
Los hermanos administradores de la Capilla de Ermita de la Santa Cruz, fundada en Añaquito, extramuros de esta ciudad, decimos: Que deseamos que esta Santa Cruz y su casa se perpetúen con la veneración y devoción con que comenzamos, y que, faltando nosotros, que somos los que hemos acudido al cuidado de sus aumentos, no se acaben y confundan; en consideración de todo esto, hemos tratado de consultar y pedir a Vuestra Reverencia, que se funde en dicho lugar y sitio un Convento de Recolección, con título de advocación de la Santa Cruz, además de Belén; y para que los religiosos que en aquel convento se congregaren conserven esta memoria, acudiendo al bien espiritual y temporal de los fieles —190→ y de dichos fundadores, en vida y en muerte, aguardaránse los capítulos de advertencias siguientes: Que por cuanto el Ilustrísimo Arzobispo Obispo, como Prelado Ordinario, es dueño de conceder o no esta presente cesión, se le ha de pedir y duplicar que la conceda: Que con el Venerable Deán y Cabildo de esta Catedral, que de catorce años a esta parte van en procesión, desde ella, con la Santa Cruz, hasta la dicha Ermita, con acompañamiento y solemnidad ya vistos, por cuya concurrencia y la celebración de la Misa cantada, solemne, en el día de la Invención de la Santa Cruz, como limosna, se les ha dado y pagado veinte patacones de a ocho reales y más cuatro reales, se ha de convenir con ellos, y aprobar previamente, que en orden a esta erogación, que hasta la fecha se ha cumplido, no surtirá sus efectos en adelante; de tal manera que ni los administradores, ni los cofrades de la Cofradía de la Vera Cruz, hayan de pagar ni paguen cosa alguna de estas limosnas, en caso de que dicho Cabildo quiera o pretendiera proseguir en adelante con lo así asentado y acostumbrado; y Por cuanto la dicha Ermita, adorno de altar, sacristía, edificio y todo lo demás que en él se contiene, se hizo a costa y expensas de dichos fundadores y cofrades, lo que importa más de tres mil pesos; y, teniendo en cuenta que todo esto ha de quedar en la dicha Recolección, habiendo efecto su fundación, se pone por condición precisa: que acatando a dichos gastos tan considerables, haya de quedar y quede la Capilla mayor de dicha Ermita con la Santa Cruz grande que allí está, sin que por causa alguna pensada ni por pensar se le haya de quitar ni quite de presente, ni en tiempos venideros, sino que siempre quede en dicho altar como titular de ella y de su iglesia; que en señal de la devoción de tantos años que dichos administradores y cofrades han tenido en la celebración y reverencia de la Santa Cruz, hayan de decir y digan, perpetuamente, por los sacerdotes de dicha Recolección de la Orden de Nuestra Señora de las Mercedes, Misa, cantada con Diácono y Subdiácono, solemne, con sermón, adorno de la iglesia, en la festividad de dicho día de la Invención de la Santa Cruz; la cual Misa se ha de celebrar por la intención de los fundadores, administradores, veinticuatros y cofrades vivos y muertos, presentes y venideros, que, desde luego, según podemos, la aplicación por esta intención, con lo cual, y el santo jubileo que tienen, se llevará a la gente devota a que goce de tan santos beneficios; y, así mismo se han de decir y celebrar, todos los viernes y lunes del año, dos Misas rezadas por dichos fundadores, veinticuatros y cofrades, que han sido, son y fueren, con la intención ya referida, que han de quedarles uno y otro a cargo y cuidado de la dicha Recolección y sus religiosos, aceptado y prometido que fuere por ellos y por el Prelado superior, sin que se falte jamás a esta obligación, por título ninguno; para lo que, de todo, esto, se pondrá un Memorial en la Sacristía, con su tabla y lengua, y, para que tenga peso esta santa fundación, mediante los justos y buenos efectos que de ella se promete resultarán en servicio de Dios Nuestro Señor y exaltación —191→ y reverencia de su Santa Cruz, y, así mismo, en el del Rey Católico que tanto quiere la conversión, doctrina y predicación de los naturales y la extensión y autoridad de esta República, se haya de traer y traiga aprobación aprobada y Real de esta fundación; en orden a que sea perpetua; y en caso de que la tal fundación, no se consumare o una vez consumada se demoliere o extinguiere, se acuerda, finalmente, que se ha de volver a entregar a dichos administradores, veinticuatros, todas aquellas cosas que del culto divino, altar y sacristía se les hubiese entregado, así como también todas las demás del adorno de la iglesia que constare por el inventario de entrega que se hará por dos diputados o más de la Congregación, por ante un Escribano, ante quien se han de obligar a hacer la satisfacción y entrega con igual Real satisfacción con que se les dió; comprometiéndose, además, ante dicho Escribano, de que se guardará y cumplirá todo lo contenido en esta supradicha propuesta. En atención a lo ya dicho, y a todo lo demás que mira al servicio de su Divina Majestad al de nuestro Rey y Señor; a la perpetuidad de esta santa Hermandad, Estaciones y conservación del santo Jubileo plenísimo que está concedido a la dicha Capilla y Ermita, y a los demás buenos efectos que se prometen de esta fundación, en lo espiritual y temporal; pedimos y suplicamos a Vuestra Paternidad Reverenda, se sirva mandar ver esta consulta; y, juzgándola a propósito, disponer y ordenar que desde luego se haga esta fundación, dando de ello razón al Ilmo. Señor Obispo de esta ciudad y al Señor Presidente Patrono en nombre de su Majestad, para que, con su acuerdo, se asiente y disponga cosa tan importarte, Vuestra Paternidad Muy Reverenda a la autoridad de su Religión y servicio de Dios Nuestro Señor.- Gaspar de Mendía, Alonso Calderón, Fernando López de Algar, Doctor Losa de Vega, Pedro de Molina, Francisco de Montenegro, Pedro de Esteves, Pedro García Moreno, Angel Ruiz de Rojas, Alejandro Rojas Martínez, Pedro de Dueñas Vaillo139. |
No se sabe hasta cuándo estuvieron los religiosos mercedarios en la Vera Cruz; lo cierto es que fundada la recolección, el padre León se dedicó a atender a los oficios divinos del mejor modo posible, lo mismo que a la catequización de los vecinos, indios y blancos, hasta su muerte que acaeció en marzo de 1646. Y después: «Y porque se conserve la memoria de haberse celebrado en dicha capilla (?) la primera Misa en la Conquista mandó S. M. por Real Cédula del año de 1648, que se halla en uno de los Cedularios de la Curia Episcopal, entre otras cosas se refaccione la expresada Capilla»
140. Lo que demuestra que la capilla mantenida por los mercedarios cofrades de la Cofradía de la Vera Cruz, se había deteriorado. Fue ilustrísimo señor Andrade y Figueroa el que ordenó por
—192→
los años de 1694 derribar la capilla y hacerla de nuevo, en repetidos autos del ilustrísimo señor Obispo141.
Esta reconstrucción fue hecha por cuenta del cura de Santa Prisca, lo que hace presumir que entonces la capilla le perteneció, según consta de la observación del señor Herrera Cevallos a las cuentas del capitán Lucas Cabueñas:
(1697)
Según esto consta que la capilla fue reconstruida por la Cofradía de Guápulo, de 1694-1697, de orden del obispo de Quito, sin duda alguna, porque ya se había extinguido la Cofradía de Mercaderes que era la dueña de la capilla.
Esta ermita tuvo vida muy larga; duró hasta 1787, en que el presidente Villalengua (1784-1790) recibió orden del Rey para que se rectificara la capilla. Villalengua la hizo en la misma traza de la antigua, la adornó con un retablo que se conserva hasta ahora y colocó en la pared derecha de la iglesia, atrás del púlpito, la siguiente inscripción:
—193→
REGNAN. CAROLO III P. F. AUG. P. P.
HOCCE SACELLUM
TAM IDOLATRIS INFENSUM, QUAM INFESTUM IDOLIS.
QUOD, SI A VITAE I. POSTER. TRADIT. FIDES,
A PRIM. PAGANOR. DEBELLATOR. CONDITUM,
INCRUEN. SACROR. RELIG. CELEBRE,
LIGNO Q. I. QUO MUNDI SAL. EMP. NUNCUPATUM,
NEGOTIATOR. ENCAENIA.
ASCETAR. LAUDES, FF. Q. AD FRUGEM REDEUNT VOTA,
ORDINE COMPLEVERANT;
INIUR. TEMPOR. INCURIA Q. HOMIN. TAMEN, OH NEFAS!
SENIO CONFECTUM, RUINIS DEFORME, ACPAENE IAM DIRUTUM,
HOMO PIET. ANTIQUIS HAUD IMPAR
CARTUM TECTUM SERVARE; IMO VERIUS ELEGANTER C. C.
FINITIM. Q. TEMPE DECORARI I.
OPT. D. PAT. M. PRAESIDI
H. P. G. A. M. P. D. MUNIF. VIRT. Q. E.
SPL. QUIT. CIVIT. CONSILIUM.
K. NOV. A. S. R. M. DCC. LXXXVII.
La iglesia así reconstruida fue entregada nuevamente a los padres agustinos para su recolección de San Juan Evangelista, según lo manifiesta el Informe del Ayuntamiento de Quito de 13 de abril de 1790 sobre el impulso dado a las obras públicas durante el gobierno de la Audiencia del presidente Villalengua:
La qual (Capilla de la Vera Cruz) habiéndola solicitado la Religión de San Agustín, para trasladar a este nuevo Edificio y Capilla, su Recolección titulada de San Juan Evangelista, por la mala situación de su Convento y ventaja que ofrecía al Público la dicha translación, hubo de concederse, y se entregó a dicha Religión de San Agustín, con formal Inventario de la expresada Capilla y Casas, paramentos, alhajas y demás muebles de su pertenencia142. |
Pero al poco tiempo de estar en posesión de la capilla, les metió pleito el cura de Santa Prisca, doctor don José Aispuro, quien quemó los títulos o Provisiones Reales que les amparaban, según consta en una nota marginal puesta en el «Libro 2.º de Registro de Provincia», fol. 63 vta. al hablar de la capilla que se conserva en el convento de San Agustín:
El padre Concetti en la página 40 de su Memoria documentada habla de esta viveza del cura y el procurador del Convento, dirigiéndose a la Real Audiencia en 1793, se refiere también a ella, según puede verse en aquel proceso, en el Archivo de la Municipalidad de Quito.
Ahora forma parroquia aparte, desde hace unos pocos años, en que monseñor González Suárez cedió para la Escuela 24 de mayo —194→ los terrenos que le pertenecían. Describámosla como está en la actualidad.
Es esta capilla de planta rectangular con muros de mediano aparejo, un ábside trapezoidal y cubierta de una techumbre de tres paños: el central, horizontal y los laterales, oblicuos. Siete vigas de madera labrada hacen el oficio de perpiaños entre los muros, y entre ellas se han colocado siete plafones de madera tallada y dorada. De uno de ellos pende una hermosa araña de cristal. Tres ventanas en el muro occidental y una en el oriental dan luz a la iglesia. Nada hay en ella de interesante sino el retablo, en su interior, y su fachada humilde, en su exterior.
El retablo es del siglo XVIII, muy avanzado. Tiene un altar con antipendium de madera en el que se ha representado la Coronación de la Virgen en un medallón ovalado y adornos lineales como su moldura, sostenido por dos ángeles. A los flancos de esta tabla se ha colocado dos columnas curiosas, chicas, aprovechadas, la del lado del Evangelio se compone de dos motivos superpuestos, o más bien de un motivo duplicado y coronado de un capitel corintio: cuatro angelitos entre uvas y pámpanos; abajo una tupida decoración de hojas de acanto. Entre los dos motivos superpuestos una moldura anillada.
La del lado de la Epístola, se compone de un motivo similar, pero en lugar de cuatro angelitos, sólo figuran dos y en vez de los omitidos, hay unos gruesos y grandes racimos de uvas. Estas columnas no tienen base. Encima del altar se exhibe un rico y hermoso sagrario de plata: obra también del siglo XVIII, con sus repujados finos y curvilíneos de la época, su puerta con una custodia como motivo central decorativo, con dos torrecillas en sus ángulos superiores y entre éstas, un abanico como cola de pavo real, finamente estilizada, que lleva como remate un pequeño crucifijo.
Luego, al fondo, el retablo, singular en su forma, pero muy rico en su decoración. Un hermoso calvario sin la Magdalena ocupa todo un inmenso nicho central, destituido de todo adorno, excepto el intradós de su arco de tres lóbulos, que, apoyado sobre unas pilastras, está flanqueado por dos columnas salomónicas de cinco vueltas, capitel corintio y adornado con uvas y pámpanos, profusamente. A los lados, cuatro nichos pequeños simulados, con un arco sobre los cimacios de dos columnas salomónicas de cuatro vueltas, fuste liso pero adornado en la espiral cóncava y separados por columnas salomónicas exactamente iguales a las ya descritas, como lo son también idénticas las dos que se encuentran en el segundo cuerpo superpuesto; recibiendo una cornisa que se quiebra en la clave para formar un nicho curvilíneo donde se ha colocado la imagen del Padre Eterno, mientras en el resto del gran panel formado por esas columnas y la cornisa, una gran moldura describe e inscribe una figura decorativa formada con círculos convexos y cóncavos que terminan en un roleo, dentro de la cual se halla la palma mística del Espíritu Santo.
Todo este conjunto reposa en un gran estilóbato de muy quebrada —195→ planta y decorada a paneles. En los nichos se hallan las estatuas de San José, San Antonio y una santa.
La fachada es muy sencilla. Bajo el marco formado por un frontón apoyado en dos pilastras de fuste hundido con una semicolumna en la ranura, se halla un arco moldurado en su trasdós y apeado sobre la imposta de unas jambas, decorado por una cruz central y las albanegas, con serpeantes de flores.
Sobre esta puerta corre una azotea con pretil de balaustres que une a dos torrecillas de sencilla forma cubierta de remate piramidal agudo forrado de azulejos, apeado sobre una cornisa con modillones. Entre las dos torres, una ventana central que se destaca bajo el vértice del ángulo que marca el techo a dos vertientes con que se halla cubierta la iglesia.
La casa parroquial aún conserva su carácter pueblerino a pesar de que el solemne portalón de entrada de arco semicircular, coronado de una pirámide y flanqueado por otras dos iguales, apeado sobre dos pies derechos, ha sido cegado en parte y sustituido por una puerta insignificante aprovechada de modo provisional.
—[196]→
Empezaba el año de 1649, cuando en la noche del 19 de enero, unos ladrones sacrílegos sacando una loza grande, que servía de grada a la entrada de la iglesia de Santa Clara, penetraron en su interior y creyendo que el sagrario en donde estaba el Sacramento, era un baúl de plata maciza que contenía gran acopio de joyas, se lo robaron; mas sabiendo lo que tenía adentro huyeron, botando el sagrario en la quebrada, no sin haberse comido algunas de las sagradas formas, y llevádose el copón, que dos días después era abandonado en la puerta de la iglesia de San Francisco.
El capellán, que acudió a celebrar la misa conventual, fue el primero en alarmarse al echar de menos la urna del Santísimo Sacramento, y al averiguar por ella, y ver que no había quien diera razón de lo sucedido, cundió la alarma entre las monjas primero y luego entre el pueblo, al ver que la profanación del sagrario y el sacrilegio eran un hecho consumado.
En seguida se dio aviso inmediatamente al Obispo después llegó a saber la Audiencia, y entonces vinieron el obispo, señor Saravia, el presidente de la Audiencia, señor Arriola, y también los oidores y todo Quito, a Santa Clara, a ver con sus propios ojos lo que había sucedido. Hiciéronse las averiguaciones para descubrir el paradero, y unos clérigos dieron con la urna en la quebrada de atrás del convento de Santa Clara. La urna estaba desfondada y esparcidas por el suelo unas dos hostias grandes y otras pequeñas, todas las cuales fueron llevadas a la iglesia, en donde fueron consumidas en la misa que se celebró en presencia del Obispo y de las autoridades.
Se siguieron, o más bien dicho, se principiaron las averiguaciones. El ilustrísimo señor Obispo dio su censura en esta manera:
Dispuso, además, el señor Saravia se hiciera procesión general de penitencia de españoles e indios para pedir a Dios que aparezcan los delincuentes y los vasos sagrados con las formas. En consonancia de lo acordado salieron el 29 de enero todas las cofradías fundadas en las iglesias de la capital, con la cera y los cirios de cada una, los penitentes que quisieron salir, y con la imagen del patrono respectivo; salieron también los señores presidente, oidores de la Audiencia, los Cabildos eclesiástico y secular y se juntaron todos para la gran procesión de penitencia, sin duda, la mayor de las que ha habido en Quito, de 4 de la tarde hasta las seis de la noche, en la Catedral. Cada comunidad trajo consigo una imagen de bulto de la Pasión y estando ya reunidos todos, entró la clerecía con hachas de cera, descalzos, sin bonetes, ceniza en las cabezas y otras demostraciones de penitencia, con un santo crucifijo bajo de palio, que se puso en el altar mayor, y entonces el padre Alonso de Rojas dijo un sermón, arrancando lágrimas al auditorio que daba gemidos y se daba de bofetadas, pidiendo a Dios su perdón. Y acabado el sermón, se puso en marcha la procesión con las imágenes que trajeron, y la clerecía con el santo crucifijo de Santa Clara; enlutado, con velos, debajo de palio, y delante de las cofradías, la multitud de penitentes azotándose unos, otros con coronas de espinas, y otros puestos en cruz desnudos y otros con cadenas y grillos. La procesión desfiló por toda la ciudad terminando a las dos y media de la mañana, habiendo salido de la Catedral a las ocho de la noche, en medio del silencio sepulcral, interrumpido sólo por el dolor y el llanto.
La Real Audiencia, Cabildo y ciudadanos estuvieron enlutados hasta descubrir a los criminales, sin que ningún repique de campanas, ni demostración alguna de alegría, turbase su silencio y desde el día 30 de enero hasta el sábado 4 de abril, se hicieron plegarias en la Catedral, y en los conventos de religiosos y en las parroquias llevando luto los criados en demostración exterior e interior, aguardando que aparecieran los criminales.
Después de la Pascua de Resurrección se trajo la Virgen de Guápulo a la iglesia de la Concepción, adonde dispusieron que se quedase por nueve días, a continuar las súplicas a Dios, para el descubrimiento de los sacrílegos.
El lunes de Cuasimodo se hizo una procesión tan solemne como la anterior, para llevar el Santísimo a Santa Clara y depositarlo en su sagrario y en su altar. Esta procesión se verificó con la Virgen de Guápulo que acompañó a llevar al Santísimo a Santa Clara y, al regreso de la procesión a la iglesia de la Concepción, dispusieron quedase la Virgen por nueve días, para continuar con las súplicas a Dios para el descubrimiento de los sacrílegos. Al día siguiente, en el lugar del suceso celebró misa de pontifical el ilustrísimo señor Obispo, y predicó el dicho padre Alonso de Rojas y, al otro —199→ día, se descubrieron quiénes fueron los delincuentes. En efecto una india dió el denuncio a la Audiencia, cayeron los sacrílegos, que fueron un mestizo y tres indios, que estaban escondidos en el pueblo de Conocoto. Confesaron su crimen, dioseles tiempo para arreglarse y morir cristianamente, y fueron ahorcados públicamente, descuartizados y arrastrados.
En el lugar donde llevaron a botar la urna se levantó una capilla y se fundó una hermandad y cofradía para perpetua memoria de este suceso. El 20 de enero, del año siguiente estuvo terminada y se celebró la fiesta de la expiación costeada por el presidente don Martín de Arriola y por su esposa doña Josefa de Arámburo, que fueron los primeros priostes y los primeros hermanos de la cofradía para dar culto al Santísimo Sacramento en aquel lugar. El ilustrísimo obispo Saravia le puso por nombre Jerusalén a la capilla de la expiación, y con este nombre se conoce hoy todo el barrio y la capilla con el de «El Robo».
Cuando ocurrieron estos sucesos la primitiva iglesia de Santa Clara estaba derribada en 1642, a consecuencia de los terribles terremotos de aquella época, y aunque comenzada la actual en aquel mismo año, se interrumpió en 1647 por la pobreza del monasterio, de modo que en 1649 la que hacía de iglesia era una pobre y elemental capilla provisional en el antiguo salón del refectorio, que se le acondicionó de manera que la puerta principal quedara hacia la calle Rocafuerte.
La capilla edificada por el obispo Saravia duró algún tiempo, pero estuvo destruida y arruinada hasta que el año 1812, el obispo Cuero y Caycedo construyó la que hoy existe. Al lado izquierdo de la puerta está la lápida conmemorativa de la primera capilla que dice:
«ACABOSE esta SANTA SAGRADA IGLECIA DEL SACRAMO. ROBADO Intitula Jerusalén 20 DE Heno. de 1743 as.»
. Es el recuerdo que queda de la antigua construcción.
La iglesia es una pequeña y sencilla planta de una sola nave con muros de aparejo pobre de mampostería y reforzada en su parte baja, un ábside con bóveda cupuliforme de ocho paños con un óculo al centro, cubierto de vidrios, encerrado en un fuerte muro por sus tres costados para soportar el empuje de la bóveda y, como remate, una pequeña absidiola semicircular cubierta con un casco de cuarto de círculo, apoyada en su exterior en una cornisa sobre modillones de piedra. El resto de la nave está cubierto con una techumbre de paños y techo a dos vertientes en su exterior. Las bóvedas, forradas en azulejos cuadrados. Cuatro ventanas abiertas en los muros, dan luz a la nave.
La fachada tiene tres partes: la correspondiente a la puerta de entrada, compuesta de un arco de medio punto sobre impostas y jambas enjarjadas y, a sus flancos, dos pilastrones que sobre sus cimacios sostienen una cornisa de poco vuelo; la correspondiente a la ventana del hastial, de arco semicircular con su clave acusada y dos pares de semicolumnas a sus flancos, sosteniendo todo un entablamiento dórico denticular, sobre el cual se apoya y se —200→ destaca la más simpática espadaña quiteña compuesto de dos cuerpos superpuestos: en el inferior, dos arcos gemelos de medio punto, trasdosados, con un pilar cuadrado de parteluz y un sencillo entablamento encima; y en el superior, un nicho central abierto en un tímpano triangular interrumpido en sus extremos por dos pedestales piramidales que sostienen remates. En el vértice, una cruz.
La iglesia es de planta rectangular, dividida en dos partes: la una que ocupa el presbiterio adonde se asciende por tres escaleras de piedra y bajo un arco triunfal de medio punto apeado sobre dos gruesas pilastras adosadas a los muros, y la otra que forma el cuerpo de la iglesia, iluminada por dos ventanas rectangulares algo abocinadas para dar mayor luz, abiertas en el muro sur. Esta sección de la iglesia está cubierta con una techumbre de cañas y barro de tres paños sobre tirantes de madera que aseguran los muros. El presbiterio en cambio tiene una graciosa cubierta de cúpula octogonal que reposa sobre dos arcos ciegos de descarga construidos en los muros laterales, el arco triunfal del presbiterio y un contrafuerte de planta semicircular colocado en toda su altura, contra el muro del ábside, y sobre cuatro pechinas. El presbiterio está iluminado por dos ventanas con derrames abiertas en la cúpula y un hueco en su clave.
De su primitivo retablo no queda nada; pues aún las cuatro columnas salomónicas sobre las que se levanta hoy un insignificante baldaquino, bajo el cual se venera una hermosísima estatua de San José, son del retablo que sin duda se hizo en reemplazo del antiguo, en el siglo XIX, cuando el obispo Cuero y Caycedo reedificó y arregló aquel templo según lo denuncia la siguiente lápida, incrustada en el muro norte:
Esta lápida conmemorativa se encuentra al pie de un cuadro simbólico en que se recuerda el hecho del robo del Sacramento restaurado en el estudio de Juan Manosalvas, por él mismo y por su hijo Emilio.
Formando parte del retablo y a un lado y a otro del baldaquino se hallan dos nichos ocupados por las estatuas de la Inmaculada y de San Antonio. Al centro y encima del sagrario se ha colocado un Cristo crucificado hermosísimo, agonizante.
En la sacristía, a la que se penetra por el presbiterio, se encuentran dos preciosas huchas; la una negra, sin labrado alguno; pero con unas aplicaciones de hierro en el ojo de la llave, primorosas; la otra, de color natural de la madera, es de las antiguas con —201→ decoración lineal en zigzag y estrellado, tallado a bisel. También se hallan allí dos hermosos angelitos con sus vestidos de cola arremangada en los lados a la manera oriental.
No hay más cuadros de interés que un San Francisco Javier de Antonio Salas, que se halla en la pared del presbiterio junto a la puerta de entrada de la sacristía. Pero, en cambio hay en la iglesia una columna chica de piedra que sirvió de fuste al púlpito hoy desaparecido, con un capitel maravilloso y original, medio convexo, compuesto a la manera bizantina, con canículos en los centros, y con hojas colgantes, en las esquinas, en vez de volutas.