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Crisol

Trilogía


Justo S. Alarcón








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- I -

Realidad


-Buenas tardes.

-Buenas tardes.

Con mucha curiosidad y timidez se acercó el joven a aquella figura indefinida, sentada en uno de los bancos del parque San Lázaro, nombre que le había puesto la Raza al Sunset Park. Después de haberlo mirado de arriba a abajo, el muchacho prosiguió:

-Yo me llamo Miguel Torres.

-Y yo Leñero.

-¿Simplemente Leñero?

-Simplemente Leñero.

-¿Es su nombre de pila o su apellido?

-Los dos juntos en uno.

-Raro, ¿que no?

-Y ¿por qué raro? Yo no he visto la pila ni fui parido de madre.

El estudiante universitario se dio cuenta de que aquel hombre, que por una temporada le venía fascinando, no tenía muchas ganas de dialogar. Siempre que pasaba por el parque, lo había visto en el mismo banco y en la misma posición: pierna sobre pierna, y la mejilla descansando sobre los dedos índice y pulgar de la mano derecha. Trató de nuevo.

-¿De dónde es usted?

-De por aquí y de por allá.

-Quiero decir que en dónde vive.

-Aquí en el parque.

-Y ¿aquí come y aquí duerme, en el parque?

-Y ¿a ti qué te importa?

No había manera de entablar una conversación, y cortésmente se levantó:

-Buenas tardes, señor Leñero.

-Buenas tardes.

Lentamente se retiró Miguel Torres. Serían las cuatro de la tarde y se dirigió hacia su casa, que quedaba como a seis cuadras del parque San Lázaro. Vivía en el Sunset District, pero la Raza le dio por llamarlo el Barrio Las Pencas. Tuvo que atravesar casi todo el parque. Este lugar le era muy conocido, porque, además de vivir en ese barrio, cuando niño jugaba a la pelota con sus amiguitos. Ya más grandecito continuaba jugando a la pelota, pero también con las amiguitas. Allí se le escaparon los primeros besos inocentes y dio las primeras sobaditas pícaras. Cuando teenager, no sólo jugaba a la pelota de día, sino que, de noche en el zacate, se enzarzaba con las muchachas del barrio y compartió, más de una vez, la colilla de mota con sus camaradas. Pero ahora no iba pensando en eso. Cabizbajo, trataba de descifrar a aquel hombre raro que le fascinaba, pero que no quería entablar conversación.

Miguel Torres había comenzado ya sus estudios universitarios. Por las tardes, trabajaba de jardinero cuatro horas por la ciudad. Unas veces regaba los arbustos que decoraban las calles del Sunset District, otras tenía que podar palmeras, y otras trasplantaba cactos, chollas y demás plantas del desierto. Esta última tarea no le gustaba mucho, porque más de una vez sintió la rebeldía de esta clase de vegetación, dejándole los brazos y las piernas como si tuviera sarampión permanente. Pero tenía que trabajar para poder costearse los estudios universitarios.

Durante una semana no volvió a acercarse a Leñero, que así se autonombrara aquel personaje intrigante. Sin embargo, más de una vez, durante sus horas de trabajo, pudo observarlo desde lejos. Siempre lo mismo, sentado en el mismo banco y en la misma posición. Al cabo de esa primera semana, se le ocurrió volver por donde se encontraba Leñero. Pero esta vez no se dirigió a él de inmediato. Con el serrucho que llevaba en la mano, se puso a podar un árbol que estaba cerca. Después de haber cortado dos o tres ramas, se aproximó a él y, limpiándose el sudor de la frente con el antebrazo, le preguntó:

-¿Pudiera decirme qué hora es?

-Yo no tengo reloj.

-Y ¿cómo puede saber qué hora es sin reloj?

-Yo me guío por el sol.

-Y ¿usted nunca tiene necesidad de saber si son las diez de la mañana o las doce del día, por ejemplo?

-Nunca.

-¡Qué afortunado! Yo sí, porque trabajo de doce a cuatro de la tarde. Ni quiero trabajar más tiempo, porque no me pagarían, ni menos, porque tampoco me pagarían.

-La lógica parece buena, hasta va salpicada de un poco de humor. Pero eso de someterse a relojes me parece una de las cosas más estúpidas que jamás he visto en mi vida.

-¿Por qué?

-Porque el someterse a un reloj es someterse a una cosa, y someterse a una cosa, lo mismo que someterse al tiempo, es una esclavitud, y toda esclavitud es indigna del ser humano.

-Buena lógica.

-Y ¿cómo lo sabes tú?

-Pues porque suena bien.

-También suenan bien algunos políticos y, sin embargo, no son más que unos mentirosos, demagogos y pendencieros.

-Estoy de acuerdo.

-No tienes que estar de acuerdo conmigo, muchacho.

Miguel vio que el camino se iba estrechando y, antes de que se cerrara del todo, decidió ausentarse.

-Tengo que irme ya. Hoy hizo bastante calor, y un baño no me caería mal.

-También eso es estúpido, además de ser algo de jotos o maricones.

-Bueno, hasta otra vez, y buenas tardes.

-Buenas tardes.

Recogió su serrucho y se puso en camino. Esta vez se sentía mejor. La puerta quedaba entreabierta para otro encuentro. Mientras cruzaba el parque, observó a un grupo de cuatro o cinco hombres que estaban conversando en uno de los bancos. Esto siempre lo había visto desde niño. Hombres sin trabajo, unas veces porque no había, otras porque no querían. La mayor parte de ellos vestían mal. En algunos se notaba la influencia del alcohol, en otros los efectos de la falta de proteínas y en otros la desgana de vivir. Pero a Leñero no lo podía catalogar. Era raro, diferente.

Llegó a casa, se bañó y se sintió mejor. ¿Sería posible que este acto, tan importante en la vida social, fuera estúpido e, incluso, de jotos? La crianza, la educación y la costumbre social lo imponían. Ni qué dudar. Miró al reloj, y marcaba las 5:30 («¡Esclavitud! No podía ser. Ese hombre está loco»). Era viernes. Después de la cena se iría a juntar con algunos compañeros para ver qué tenían planeado para esa noche. Pedro (Pete) Peralta, también joven universitario, dijo que había un party en uno de los apartamentos cerca de la Universidad, en donde vivía uno de sus compañeros de clase. Que era su cumpleaños, y que toda la plebe se iba a juntar allí. Y allí fueron, en el viejo Chevy Impala de Miguel Torres.

Para las ocho, ya comenzaban a juntarse los jóvenes. Algunas rucas traían dip de frijoles, otras tortilla-chips y otras, nada. Los muchachos llevaban six-packs de Buds. Alguien apareció con una bolsita de mota en polvo y papel para envolverla y hacer cigarrillos. El tocadiscos se puso en marcha y, en sucesión, se oyó a Freddy Fender, Los Mueca, La Sonora Santanera y otros hits. Las muchachas sentadas en el sofá, en las sillas y algunas en el suelo, se contaban los últimos chismes de las clases y del barrio. Los muchachos en el pasillo de pie, apoyados contra la pared, echaban chistes, miraban de reojo a las muchachas y, de cuando en cuando, se empinaban un bote de cerveza. Los que estaban afuera, en el zacate, furtivamente se pasaban algún cigarrillo de marihuana que Mario Luévano, el inquilino y festejado, había enrollado momentos antes.

Gloria Cañizales, la novia de Mario Luévano, pasó los dips y los chips. Poco a poco, los muchachos y muchachas comenzaron a juntarse. La conversación cambió de orientación. Alguien sugirió que pararan el tocadiscos y que Juan Castillo tocara algo en la guitarra. Al sonar las cuerdas, uno de los presentes echó un grito. La atmósfera se llenó de alegría, y todos se pusieron a cantar «El corrido de Cananea». Después siguieron otros, como «La muerte de Pancho Villa», «La traición de Zapata» y «La venganza de Joaquín Murrieta».

Eran como las once de la noche cuando el guitarrista Juan Castillo decidió dedicarle a Gloria Cañizales «Jesusita en Chihuahua». Alguien le sopló a Mario Luévano y éste, un poco vidrioso por los efectos de la mota, le reclamó a Juan. Sin que nadie supiera cómo ni por qué, los dos se tiraron del moco. Mario le envió un chingazo al ojo izquierdo de Juan y éste, levantando su guitarra en el aire, la dejó caer con fuerza sobre la cabeza de Mario, quedándole encajada como bufanda alrededor del cuello. La bola se interpuso, y no llegó a más lejos la cosa. Miguel decidió que era hora de regresarse, y se lo comunicó a sus dos amigos Pedro (Pete) Peralta y Frank Benavídez. Los tres tomaron la dirección hacia el barrio Las Pencas.

Un sábado, que no tenía que trabajar ni tenía clases, Miguel decidió dar una vuelta por el parque San Lázaro a ver si podía ver a Leñero y entablar conversación con él. Estaba intrigado por la apariencia y modales extraños de este hombre. Aunque se bañó por la mañana, tuvo cuidado de no afeitarse, y procuró ponerse la ropa de trabajo para no desentonar, y así recibir una mejor acogida. Se desayunó y, a eso de las diez, puso el pie en la calle. Minutos después, llegaba al parque. Aunque era otoño, el día estaba primaveral. Apenas había gente. Los niños todavía estarían en sus casas viendo a Pink Panther, Speedy González y otros cartúns, y los adultos, que frecuentaban el parque, estarían todavía curándose de la cruda.

A lo lejos, y en el banco de siempre, Miguel divisó a Leñero en posición meditativa. Se adentró por entre los árboles. Una bandada de palomas estaba buscando desperdicios que la gente había tirado en el zacate la noche anterior. Levantaron el vuelo al aproximarse Miguel. Un perro solitario estaba tendido en el suelo junto al banco. Tenía los ojos tristes, como tantos que se ven abandonados por sus dueños y por la sociedad que los parió. Miguel aflojó el paso al encontrarse cerca de Leñero. Disimuladamente se quedó mirando hacia las ramas que el día anterior había él mismo cortado. Dio dos o tres vueltas alrededor del árbol, como distraído, pero para llamar la atención del absorto Leñero. Adelantó un paso hacia él, y lo saludó:

-Buenos días, señor Leñero.

-Buenos días.

-¿Qué hace por aquí tan temprano?

-Lo mismo que tú.

-No creo que por la misma razón. Yo vengo a inspeccionar las ramas del árbol que corté ayer.

-¿Las ramas o el árbol?

-Las ramas.

-Y ¿qué vas a hacer con ellas?

-Pues dejarlas para leña. Y..., hablando de leña, ¿puedo hacerle una pregunta?

-Si no es indiscreta.

-¿Por qué se llama usted Leñero?

-Indiscreta, como me lo figuraba. Me llaman Leñero porque doy leña.

-¿Cómo que da leña? Si usted no trabaja cortando leña, no tiene ninguna leña que dar.

-Menso me pareciste desde el primer día que te vi la cara. Pero ahora lo confirmo por lo que sale de tu boca. Pues sí, doy leña y, sobre todo, di leña.

-¿Puede explicarse?

-Sí, para destaparte esa torre que llevas encima. Por algo te llamarán Torres. Dar leña significa dar palos, que es lo mismo que dar palizas. En lengua vulgar se traduce por «dar chingazos».

-Pero, ¿cómo puede usted dar leña o chingazos si no habla con nadie?

-Hablé mucho con la gente, y me peleé muchas veces en mis tiempos jóvenes, y por eso me pusieron Leñero, aunque nunca corté leña.

-Y ¿por qué no le pusieron Chingón, en lugar de Leñero?

-Porque hay muchos que se dicen chingones y no son más que unos brutos y animales. Yo ni soy bruto ni animal. La Raza no es tonta, sabe distinguir. Por eso prefirió llamarme a mí Leñero, porque, aunque daba palos, no era animal.

-Y ¿cómo daba palos?

-Con la lengua. Este órgano es más eficaz que cualquier palo o navaja. ¿Sabes qué, Miguel Torres?

-Diga usted.

-Me estás tirando mucho de la lengua. Aunque fui muy platicador en otros tiempos, ya no lo acostumbro. Dejo a la gente en paz, y ella me deja a mí. Por consiguiente, córtale ya.

-Con mucho gusto. Yo vengo aquí a platicar con usted, no a ofenderlo. He notado que está usted siempre solo. No es que me guste necesariamente la compañía de los solitarios, pero creo que usted es diferente. Por eso tenía interés en hablar con usted. Ahora que si usted no quiere, pues nada.

-No es que yo no quiera hablar. Lo que no aguanto ni soporto es la lengua y la conversación de gente mensa, tonta y estúpida. Esa clase de gente no hace más que perder su tiempo y el mío. Y salen tantas babosadas de su boca que da coraje. Y en este caso, como dice el dicho, «más vale estar solo que mal acompañado».

-Pues mire, yo no sé si pertenezco a esa clase, pero...

-Algunas babosadas ya te han escurrido de esa boca.

-... pero, por si le interesa, soy estudiante universitario...

-Eso no prueba nada, ni da pasaporte universal, aunque así debería ser.

Miguel creía que se estaba abriendo la puerta, pero esta última afirmación de Leñero le cortó la frase por medio. Se quedó con las palabras atoradas en la garganta, y no supo continuar. Pero el mismo Leñero le ayudó salir del aprieto.

-Decías que eres estudiante universitario.

-Sí, eso decía.

-Y ¿qué estudias?

-Periodismo.

-Te parecerás a los políticos y a los reporteros mitoteros. Para mí son gente fofa y falsa. Y, como dice el dicho, «mucho ruido y pocas nueces».

-¿Qué significa eso?

-¡Carajo! Pues uno que habla mucho y dice poco.

-¡Ah! En el barrio se dice «mucho pedo y poca caca».

-Tú lo has dicho, malhablado.

Miguel quedó cortado por el aplomo con que Leñero pronunció la última frase. Durante unos segundos permaneció mudo. Pensó si debería o no discutir con él su futura carrera. Hacía algún tiempo que estaba un poco confuso, precisamente por lo mismo que Leñero había indicado. Cobró ánimo y, después de dos o tres resuellos, se atrevió:

-Señor Leñero, me interesó la alusión breve que usted hizo a mi profesión. Precisamente por eso mismo me veo sumergido en muchas dudas. Algunas veces me parece que se podría hacer mucho bien a la gente, informándola sobre acontecimientos importantes. Otras veces no tan importantes. Pero siempre informándoles. Sin embargo, tengo miedo de caer en la trampa en que parecen caer muchos, buscando su propia voz y olvidándose de su gente. Es decir, convertirme en uno de esos a quien usted se refiere. Si no le parece mal, ¿podría usted darme su parecer?

-Ahora sí que la fregamos. ¡Joven, yo no doy consejos a nadie, ni tampoco los tomo de nadie! Sin embargo, eso depende de ti. Lo que sí te puedo decir en general es que la prensa, como todos los otros medios de comunicación, están controlados por los grandes potentados.

-Pero yo oí decir muchas veces, a través de esos mismos medios de comunicación que usted menciona, lo mismo que en mis clases, que este país es el único en donde hay libertad de prensa y de palabra. Que en la mayor parte de los otros países estos medios están bajo el control del gobierno.

-¡Qué sencillo, por no decir menso, eres! Piensa en un perro, y valga la comparación, que recibe pedradas. ¿No crees tú que le resulta más incómodo no saber de dónde provienen esas pedradas que saber exactamente de dónde proceden? Si sabe, puede esquivarlas; si no, lo friegan. ¿No prefieres tú mejor que los que te critican te lo digan a la cara y no que lancen la piedra y escondan la mano? Lo mismo se puede aplicar a este negocio. En un socialismo rígido, de plano y antemano ya sabes quién te tira la piedra. En una seudodemocracia, como en la que vivimos, no lo sabes con exactitud. Las pedradas son las mismas en ambos casos, aunque el método varía. Desde el punto de vista político, piensa por ejemplo en el FBI, que no es otra cosa que la Inquisición disfrazada. Desde el punto de vista económico, ningún periódico puede sobrevivir que contradiga y se oponga a los deseos de los grandes potentados y de las grandes empresas. Los periódicos, como The Republic Free Press, para poner sólo un ejemplo, y del que vas a ser tú esclavo, no te dejarán publicar ninguna editorial ni reportaje que tú creas que es importante, si a ellos no les conviene. Simplemente te dirán que «this is not of public interest». Y si te lo publican, otro saldrá después con otro contra-reportaje achicándote y destrozándote el tuyo. Y, como solemos decir, «se llevan la vela y el santo».

-Señor Leñero, creo que usted está exagerando. ¿Cómo explica usted entonces las agarradas que se dan algunos políticos y algunos periodistas entre sí?

-Miguel, no digas burradas, porque me callo. Esas agarradas que tú dices son enojos entre miembros de una familia. Ataca a la familia y verás cómo se unen todos y te enseñan los dientes como perros rabiosos.

-Será cierto lo que usted dice, pero no puede comparar usted nuestro sistema y la libertad que existe aquí con la libertad, o falta de ella, en un país socialista.

-Torres, bien se ve que te han llenado la «torre» de estupideces en esa universidad.

-Si éstas son «estupideces», entonces ya me las han enseñado en la escuela.

-Desde los seis años no te dejan pensar. Te tienen tapado, como a tantos de los nuestros. Te voy a hacer alguna pregunta.

-Está bien.

-¿Has hablado alguna vez con un comunista?

-No.

-De todos los maestros y profesores que tú has tenido, ¿ha estado alguno de ellos en un país comunista?

-Que yo sepa, no.

-Luego...

-Es cierto, pero también un médico puede hablar con autoridad sobre una enfermedad, sin haber sufrido esa enfermedad.

-Ese argumento apesta, Miguel.

-Bien, pero volviendo al tema, todavía no me convence lo que usted me dice.

-Mira, yo no soy comunista, ni demócrata, ni republicano, ni nada. Para decirte la verdad, no creo en nada ni en nadie. Pienso yo solo y no dejo que otros piensen por mí. Pero quisiera contarte un incidente que vi en la televisión hace años, que te puede abrir los ojos a la perspectiva relativista.

-A ver, cuente.

-Un reportero de la red de la televisión CBS que se creía muy liberal, después de mucho luchar, obtuvo permiso del Tío Samuel para ir a Cuba y entrevistar a Fidel Castro. En el transcurso de la entrevista, el muy inteligente reportero le preguntó a Castro que «Si es que todo marchaba tan bien en Cuba, por qué no había libertad de prensa». Castro, con mucha naturalidad, le contestó: «Sí, tenemos libertad de prensa». El reportero quedó admirado de la inesperada afirmación categórica, y no supo continuar. A los pocos segundos le dijo a Fidel: «Pero es que todos sabemos que aquí, en su isla, no hay libertad. Por ejemplo, si yo quisiera pasar un reportaje mío al pueblo cubano no pudiera hacerlo, a no ser que usted me lo permitiera». A lo que contestó con aplomo Fidel Castro: «Muy cierto. Y ustedes, en la CBS y en USA ¿me permitirían que yo pasara un reportaje al pueblo americano sin que previamente censuraran lo que yo tuviera que decirles a todos?». El reportero gringo tuvo que admitir: «Comprendo claramente lo que usted trata de decir».

-Es interesante lo que usted dice.

-Yo no lo dije.

-De todos modos.

-De todos modos ya he hablado demasiado. Y que conste que se me fue la lengua, porque mi intención no era la de platicar tanto, y menos contigo. Buenos días, joven.

-Buenos días, señor Leñero.

Miguel Torres se dio por entendido y se levantó lentamente. Con la cabeza baja, se puso en camino hacia su casa. A los cuantos pasos se paró y volvió los ojos. Miró a Leñero y le dijo:

-Señor Leñero, espero no haberle molestado mucho. Todo lo que usted dijo me interesó. Si no lo juzga inconveniente, me gustaría volver a platicar con usted otro día.

-Ya veremos.

«I want you to choose a topic. It has to be of interest and, if possible, exciting. Then, proceed to the interview. Not too long, not too short. Cover the material in as few words as possible. Concise, to the point».

De camino a casa venía pensando en las palabras del profesor «... concise, to the point». Pero el punto, el verdadero punto era el tema. Tenía que ser de interés para él y placentero para el profesor.

Sin perder el tiempo, se fue al Capitolio. Ya los senadores se preparaban para el fin-de-semana. Se oían carcajadas por los corredores del edificio. Sacó su libro de notas y su cassette.

-Senator, do you speak Spanish?

-No.

-... Senators, do you speak Spanish?

-Unow pow-kwi-tow.

-Thank you.

-Senator Grower does -uno de ellos proclamó-. He had to speak it a few years back.

El senador Grower había sido ranchero de profesión. Después de muchos años de la faena algodonera, decidió jubilarse de ese quehacer rutinario para ingresar en las aulas acondicionadas de las sabidurías justicieras y legales. Había empleado, y todavía tenía, a muchos «mojaditos», como él les llamaba cariñosamente, en su magnífico rancho.

-Me llamo Miguel Torres y soy estudiante universitario.

-¿Qué estudias?

-Periodismo.

-¿Cómo cruzaste?

-Cómo crucé qué...

-El Río... o el Alambre...

-¡Oh! Yo no crucé nada, ni río, ni alambre, ni nada. Solamente las puertas que me trajeron a este edificio y a esta oficina.

-Y... ¿no te pidieron identificación?

-Sí, alguien me miró de arriba a abajo, como cosa extraña. Firmé un papel y entré.

-I see. Y ¿qué quieres de mí?

-Simplemente quisiera hacerle algunas preguntas para una tarea de clase que nos asignó el profesor de periodismo.

-Y ¿de qué se trata?

-Como estos días estuvieron discutiendo en el senado los pros y los cons del programa del Welfare, quisiera saber brevemente qué piensa usted sobre el dicho programa.

-En primer lugar, como dice el senador Grossmann, el dinero que se emplea en el Welfare «is wasted». No veo por qué los impuestos de la gente que trabaja tenga que chupárselos la gente perezosa, los parásitos.

-Senador, y ¿quién es la gente trabajadora?

-La que trabaja.

-De acuerdo. Pero, ¿quiénes son los que trabajan?

-Aquellos que se levantan temprano de la cama y, después de tomarse bacon and eggs, van a las fábricas, a las minas y a los campos y se pasan el día de sol a sol esforzándose para que nuestro estado y nuestro país progresen.

-Senador, ¿usted cree que «los que trabajan de sol a sol», sobre todo en las minas y en los campos, saben y pueden comer tocino y huevos para el desayuno, como usted dice?

-Si no lo hacen debieran hacerlo, porque «that's the American Way».

-Y si el American Way y el Welfare no les dan dinero para comprar tocino y huevos, ¿entonces qué?

-Pues... que coman tortillas y frijoles.

-Pero... yo me creí que los que comen eso no trabajan.

-That's right... Well. Good bye!...

-Un par de minutos, Senador, por favor, porque esto no me basta para la tarea de clase.

-Make it short.

-«... conciso», eso es. ¿Quiénes reciben el Welfare?

-Ya te lo dije, los que no quieren trabajar.

-Y... ¿quiénes son ésos?

-Los que no tienen huevos.

-¿Para comer?

-For goodness sake, otra clase de huevos.

-¡Oh!... Pero entiendo que la mayor parte de los que están en el Welfare no tienen huevos.

-Right. No tienen huevos, son huevones.

-Pero ahora me refiero a la otra clase de huevos.

-¿A cuáles?

-Pues... usted sabe muy bien que las mujeres y los niños no tienen huevos.

-¿Para comer?

-No, para engendrar.

-Y ¿qué?

-Pues que ésos no tienen huevos para comer ni para engendrar. Sin embargo, tienen que trabajar para comer.

-Seguro, porque los padres, que se creen que tienen los huevos muy grandes, los abandonan.

-Y las esposas y los hijos tienen que trabajar.

-Right.

-Pero, ¿no va contra la decencia, la dignidad, la justicia y la ley de este Senado que los niños trabajen?

-Sí, pero eso no impide que las mujeres trabajen.

-Y ¿no es cierto que los niños deben ir a la escuela?

-Sí, eso es parte de la American Way.

-Y ¿cómo es que los chicanitos tienen que trabajar de sol a sol?

-Porque así es The American W... Porque sus padres tienen muchos huevos... pero no para trabajar.

-¿Para qué entonces?

-Para ching...

-¿A quién?

-A las que están en el Welfare.

-Pero, ¿no sabe usted, por la experiencia en su rancho, que las mujeres van al tapeo de la cebolla y a la pizca del algodón?

-Sí, pero a la noche se abren de piernas a los que dicen que tienen muchos huevos.

-Y si no es indiscreto, ¿qué hace su esposa a las noches?

-... She takes the pill. Besides, it is none of your damn business. Get the hell out of here, you son-of-a-bitch. Go back where you belong. Tell your ignorant people to use the pill and then...

-... and then you will not have people to pick your cotton, your onions, your watermelons and your huevos...

Un portazo cortó la entrevista. Miguel tuvo que recoger del suelo los papeles en que llevaba escritas las preguntas, que no usó, y una cinta que saltó de la grabadora con el impacto. Después de unos segundos, se dirigió hacia la puerta principal. Salió y desapareció.

La línea que formaban los del Welfare era larga. Apagó el motor del Chevy, cogió la grabadora y salió del carro. Se puso al final de la cola.

-Señora, ¿quisiera decirme cuánto tiempo lleva aquí?

-Toda mi vida, siñor. Mis papás, que en gloria estén, nacieron aquí también y...

-No me refiero a eso.

-Entonces ¿a qué, siñor?

-¿Cuánto tiempo lleva aquí, en línea, haciendo cola?

-¡Ah! Pos cuatro o cinco horas, siñor.

-Y ¿estos dos niños, son suyos?

-Sí, siñor.

-¿Cuántos años tienen?

-Raulito tiene siete años y Juanita nueve, siñor.

-Y ¿no les gusta la escuela?

-Sí, siñor. Pero no tienen ropa ni zapatos.

-Bien, pero la Salvation Army podría dárselos.

-Sí, siñor, pero no tengo dinero para sus lonchecitos.

-Bien, pero la escuela les da tíquetes para casos así, ¿que no?

-Sí, siñor, pero es que los chamacos me dicen que a veces no les gusta ir a la escuela.

-¿Por qué?

-No sé, siñor, ellos sabrán.

Miguel dio unos pasos, se acercó a los dos niños, se agachó y les preguntó:

-¿Te llamas Raulito, que no?

-Sí, siñor.

-¿Cuántos años tienes?

-Ya le dijo mi mamá, siete.

-Eres un hombrecito.

-Sí, siñor.

-¿Te gusta la escuela?

-Sí, siñor.

-¿Por qué no estás en la escuela, pues?

-Porque se ríen de mí, siñor.

-¿Y por qué se ríen de ti?

-Porque a veces llevo tortillas y frijoles pa' el lonche, siñor.

-... Y tú ¿te llamas Juanita?

-Sí, siñor.

-¿Cuántos años tienes?

-Nueve, siñor.

-¡Qué chula eres, mijita!

-¡Qué cosas tiene usté, siñor!

-¿Te gusta la escuela?

-Sí, siñor.

-Y ¿por qué no estás en la escuela, pues?

-Porque mi mamá no tiene dinero pa' comprarme vestidos, siñor.

-¿Te gustan los vestidos, Juanita?

-Sí, siñor, como los que llevan las chamaquitas de mi clase.

... After weeks of investigation, the Border Patrol uncovered hundreds of imported illegal Mexican Nationals for the many city restaurants. These people are taking the food away from our tables. Literally.


The Republic Free Press                


... Un grupo de Patrulleros ha sido llevado a corte. Se dice que formaban una red bien organizada y experta en el trámite de mexicanos sin documentos. Alguien sopló el pito.


El Clarín del desierto                


-Y usted, ¿cómo se llama, señora?

-Guadalupe García, para servirle, señor.

-¿Por qué está en línea?

-Porque no tengo comida para mis críos.

-¿Cuántos tiene?

-Tres, y uno que se murió chiquito.

-¿Están aquí?

-Sí, señor. Éstos.

-Pero son dos nomás.

-La hija mayor quedó en casa, señor.

-¿No se sentía bien?

-Sí, señor, pero quedó cuidando a su 'apá.

-¿Qué tiene su padre?

-Se cayó un año atrás de un tractor en marcha y lo agarró y le aplastó una pierna y no puede jalar ya, señor.

-Y ¿no recibe ayuda?

-Era mojadito, señor.

-... y sus niños, ¿por qué no van a la escuela?

-Éste entoavía mama, señor, y la Lupita no quiere ir.

-... ¿Cuántos años tienes, Lupita?

-Doce, señor.

-¿Y por qué no quieres ir a la escuela, tan chula como estás?

-Porque la maestra no me quiere.

-Y ¿por qué no te quiere?

-Porque dice que no sé hablar ni leer, señor.

-¿Y a ti te gusta la maestra?

-Sí, señor, me gusta mucho. Se viste muy bonito. Tiene el pelo güero y unos ojos retechulos.

-Y ¿sabe ella que tú la quieres?

-No, señor.

-¿Por qué no se lo dices?

-Porque le tengo miedo, señor.

-Y ¿por qué le tienes miedo?

-Porque se ríe de mí.

-Y ¿por qué se ríe de ti?

-Porque los otros chamacos jugando me llaman india, y ella se ríe, señor.

-Y ¿tú eres india, Lupita?

-... No sé decirle, señor...

...

-Señora, ¿cuántos años hace que viene al Welfare?

-Cinco años, siñor.

-¿En dónde está su esposo?

-Debajo de la tierra, siñor.

-¿En las minas?

-Allí trabajaba, pero un día, después de diez años, se cayó un palo muy grande y se vino abajo la mina y allí mesmo quedó sepultao.

-Y ¿no lo pudieron sacar?

-No, siñor, allí mesmo halló su sepoltura.

-Y la compañía, ¿no le dio dinero?

-No supe peliar, siñor.

-¿Por qué no peleó?

-No teníamos papeles, siñor.

-Y ¿por qué no arregló los papeles?

-Tenemos mucho miedo, siñor.

-¿A quién le tiene miedo?

-A las leyes, siñor.

Miguel lanzó una mirada a lo largo de la esquina. Una, dos, tres..., una misma versión. Se repetía como las avemarías del rosario. Era una letanía sin fin. Metió bajo el brazo su grabadora y se dirigió hacia el carro. Lo puso en marcha y, por el parabrisas, como cristal de aumento, el Capitolio se engrandecía cual dama preñada. Torció hacia la izquierda, hacia el Sur.

-'Amá.

-Qué, hijo.

-¿Te pusiste alguna vez en línea en el Welfare, haciendo cola?

-Sí, hijo.

-¿Cuándo?

-Hace muchos años ya.

-¿Por qué?

-Porque teníamos hambre.

-¿Y ahora?

-Ahora, como sabes, ya no tenemos tanta hambre.

-Y ¿te daban para la comida?

-Sí, hijo.

-Y ¿cómo te daban?

-Tenía que mostrarles que ya había trabajo.

-Y ¿cómo le mostrabas que habías trabajado antes?

-Les enseñaba mis manos...

-Y ¿qué hacían entonces?

-Bajaban la cabeza.

-¿Por qué?

-Les daría vergüenza, hijo.

-Y ¿tú tenías vergüenza?

-De pedir, sí. De floja, no.

-Y ¿qué sentías mamá?

-Dolor, m'hijo, mucho dolor.

Miguel era muy niño entonces. A su padre, a quien no conoció, no le habían dado bastante por la caída mortal de un edificio en donde trabajaba. Un caso más en la telaraña de la vida.

Era una noche de sábado. Se quedó en casa. Cenó y puso la televisión para oír las noticias. Entre otras cosas, le llamó la atención un breve reportaje sobre la nueva arma de control en el mundo: la comida («El que controla la comida, controla el estómago, controla la política, controla las sociedades, controla la vida»). Decían que este país contaba solamente con el 6% de la población mundial, pero que consumía el 35% de todo lo que se producía en el mundo. Se quedó ensimismado. Se acordó de un sermón en donde el padrecito observaba que, mientras en muchos países la sola preocupación era la de la supervivencia diaria, en este país la preocupación del día era la de ponerse en dieta, para no engordar. «Demasiadas calorías, demasiado colesterol, demasiada grasa, demasiadas enfermedades del corazón, demasiada mortandad, demasiada gula, demasiado pecado».

Se metió en cama y trató de poner orden en el cerebro. «Si las estadísticas son fidedignas, ¿quién come tanto?». Él sabía muy bien, por propia experiencia, y por lo que veía alrededor suyo, que su gente no comía bien. Entonces, «¿quién come tanto en este país? No todos, ciertamente, porque mi gente, que vive aquí, tiene que ponerse en fila, hacer cola a las puertas del Welfare». ¡Pedir limosna! ¿Quiénes, quiénes serán? ¿Quiénes son los que comen? ¿Quiénes controlan la comida? Entonces se acordó de lo que Leñero le había platicado... El cerebro, como un nido de avispas, le hervía. Decidió mejor echarse la cobija sobre la cabeza y esconderse, como la avestruz en la arena, o como la tortuga dentro del caparazón.

La oscuridad cóncava cayó como un paraguas negro sobre la algarabía de la vida. El sopor se hundió como una cucaracha en la red de la araña. Una familia de cucarachas, una población de cucarachas. Andaban sin brújula. Buscaban el centro, pero andaban aturdidas. Se multiplicaban. Un enjambre sin reina. No había miel. Se debilitaban. La red estaba bien formada, como un pedazo de género, entretejido por manos artesanas. Pero les faltaba dirección, antenas. No sabían cómo llegar al centro, a la fuente de la vida. Allí estaba, allí se encontraba para exterminar su debilidad. Alguien había entretejido magistralmente la red, pero sin brújula no se podía llegar. Frustración, muerte. La mano magistral guardaba el secreto. Era un laberinto. «Si nos juntáramos y pusiéramos orden, encontraríamos el centro». Corrían desperdigadas de una parte a otra. «Si todas, una tras otra, cogiéramos un hilo, como un camino, llegaríamos al centro..., nos salvaríamos». Pero es que había demasiadas, era imposible el orden. Una, a quien todavía le funcionaba la antena derecha (¿o era la izquierda?), levantó la voz y dijo: «Síganme». Pero no oyeron el llamado, sólo un ruido sin sentido. Sólo ella se dirigió por el hilo de la tela, de la red. Se fue abriendo camino, por el laberinto, por el caos magistralmente formado. Dio vueltas y más vueltas. Se abría paso por entre el tumulto de las compañeras, de camaradas. Nadie comprendió la llamada, el llamado. Tenían hambre, estaban sin fuerzas, no estaban unidas. «¿Quién come aquí? ¿Quiénes comen aquí?». Siguió por su camino, guiada por una antena, la izquierda (¿o era la derecha?). Sin saberlo bien, se encaminaba hacia el centro. Se cruzó con otras camaradas suyas. Por equivocación, le siguieron. Eran pocas, unas tras otras.

Desfilaban, tenían hambre. Habían caminado mucho, pero en círculos concéntricos. Estaban casi mareadas. «El centro», gritó la encabezada, la de la antena. Las otras no oyeron bien. Dieron diez vueltas más, nueve, ocho..., cinco..., tres..., una. «El centro, la vida (¿o era la muerte?)». En la oscuridad de la noche, una araña panzona, que parecía ser negra (¿o era la noche?) lanzó las garras...

Miguel sintió cosquillas en los párpados. Los abrió. Los ojos le giraban como canicas. Se levantó azorado. Fue al espejo y notó que tenía las pestañas húmedas. Se juntaban y se separaban como patas de cucaracha (¿o eran de araña?). Allí mismo se las lavó. Era jueves y tenía clase en la universidad.

... The Southern Pacific Railways, with federal subsidies, is building a net of tracks so that the major retail companies can bring goods to their warehouses for distribution throughout the State and other National locations.


The Republic Free Press                


... Nuestros impuestos estatales y federales serán empleados para la construcción de una red compleja de ferrocarriles en nuestros barrios. El fin principal del proyecto es traer mercancías a las nuevas bodegas de las grandes compañías de comestibles y otros artículos. Nuestros barrios parecen telarañas, en las que los niños incautos y los viejos impedidos caerán y perderán sus vidas.


El Clarín del desierto                


-... Proofs, proofs, Miguel. A few isolated cases or facts don't count. If you were to write an article or give a report on TV no one would believe you. Statistics, big numbers, not three or four individual cases.

-But, Professor White, I saw a huge line waiting at the door of the Welfare Office. My own moth...

-That is not convincing.

-Then, chinga a la tuya, viejo baboso.

-What?

-Nothing, Sir, you wouldn't understand.

Ese día no pasó por el parque, porque tenía que podar las palmeras que adornaban la Avenida Central, en donde se hallaban las mejores tiendas de la ciudad. Desde allá arriba, como un chango, veía a la gente copetona entrar y salir de Sacks Fifth Ave., I. Magnin, Diamonds, Macy's, Holsteins... A pesar de que todavía no había apretado el calor, las mujeres relucían sus diamantes en los rayos del sol y enseñaban, como hembras en brama, sus sendos senos pecosos. Casi sin pretenderlo, dejó caer un dátil. Le cayó a una transeúnta sobre el ala del sombrero que llevaba puesto para protegerla de los rayos del sol. Se agachó para recoger el sombrero y enseñó las nalgas. El chango silbó. La que le acompañaba miró hacia arriba. «Do monkeys whistle, Cindy?», preguntó, creyendo que el piropo iba dirigido a ella.

La junta de MECHA era a las 7:30 de la tarde. El tópico versaba sobre los Farmworkers. Discurso tras discurso, discusión tras discusión, no se hablaba más que de lo mismo:

-No coman lechuga.

-No compren uvas.

-No compren ropa Farah.

-No beban vino Gallo.

-No compren Rosarito beans.

-No coman en Rickie's Place.

-No voten por el senador Grower.

-No voten por el diputado («Puto») Bernstein.

-No beban cerveza Coors.

-Y no la chinguen. Declárense en Huelga.

El Decálogo Chicano. Todos votaron, y las resoluciones pasaron unánimemente.

-¿Cuántos años llevan peleando los Farmworkers?

-Unos twenty years.

-Y ¿todavía no han logrado su propósito?

-Entoavía no.

-¿Cuándo lo lograrán?

-¡Sabe...! Pero, in the meanwhile, hay que peliar.

-¿Por qué no se juntan a otros sindicatos o uniones?

-'Cause no los queren.

-¿Quién no quiere a quién? ¿Los Farmworkers o campesinos a los otros, o los otros a los Farmworkers.

-Complicao 'tá eso. ¡Pos... sabe...!, unos a otros, I guess.

-¿Quiénes forman la Unión de los Campesinos o Farmworkers?

-Pos los chicanos, César Chávez, pues, menso.

-¿No hay blancos?

-No, puro chicano. Some filipinos también.

-O sea, prietos.

-Simón, que yes, ése. Pura Raza.

-¿Por qué los blancos, digo las uniones o sindicatos de los blancos logran lo que quieren?

-Pos por ser güeros. Pos porque las leyes las hacen los whites para ellos y no para los chicanos, ¿que no?

-Y ¿qué hacen los senadores y diputados chicanos?

-They are more vendidos que su chingada madre. Don't you know, baboso?

-¿Por qué no se organizan ustedes y hacen campaña para respaldar a los mejores chicanos para esos puestos, y que pasen leyes que favorezcan a los campesinos?

-Now you are talking, carnal, órale, ése.

-Y esos políticos chicanos de que hablan ustedes, ¿no fueron estudiantes universitarios antes?

-Pos sí, algunos.

-Y, ¿qué les pasó?

-Se vendieron, 'mano, se vendieron.

-Y, ¿qué seguridad tienen de que no se vendan estos estudiantes que se quieren meter ahora en la política?

-Pos, ninguna.

-Entonces giramos, dando vueltas, para llegar a donde estábamos.

-¡Qué bonito hablas, chingao! ¡Se te prendió el foco!

-Y, ¿qué se puede hacer para remediar las cosas?

-Trabajar, jalar together, unidos.

-... Otra pregunta. Suponiendo que los Farmworkers ganen y obtengan los contratos que quieren, entonces, ¿en qué se meterían ustedes después?

-¡Pos... sabe! Peliando against other injustices.

-Y, ¿no tienen ustedes una filosofía?

-¡Qué chistoso! Quesque una filosofía... Pos sí, la de peliar.

-La de pelear por qué.

-Pos, por la justicia, menso.

-Pero, por eso pelean todas las Uniones o Sindicatos.

-Right, pero esa justicia es different pa' los gabachos y different pa' la Raza.

-Y, ¿cómo es que la justicia puede cambiar si es una?

-¡Qué tapao 'tás, ése! ¡Qué naïve! Aquí hay dos justices, la white justice y la brown justice. Lo demás es puro pedo, mano.

-Suponiendo, y es un suponer, que la brown justice llegue a ser como la white justice, entonces, ¿qué?

-Antonces chingaremos nosotros.

-O sea, que la brown justice se hace white justice, que es lo mismo que si los chicanos se hicieran anglos.

-Pos sí, but el chicano será siempre brown.

-O sea, cafecitos por fuera, pero blanquitos por dentro.

-¡Chale, bato, tú eres muy abusao! No pienses tanto, and... join us.

-Sí, pero cuando vea las cosas un poco más claras.

-... En los libros de historia, señor Leñero, se nos habla de los judíos, en las discusiones de los políticos siempre entra el tema de Israel versus los árabes, y, ayer noche, vi un reportaje-película, el Holocaust, sobre millones que mató Hitler.

-Y, ¿qué?

-¿Qué piensa usted de este fenómeno?

-¿De qué fenómeno, Hitler o los judíos?

-Pues... de los dos, supongo.

-Siempre con el judío o jodido «supongo». Pues mira, es muy simple. Desde tiempos inmemoriales, al judío se le viene llamando el «pueblo errante». Han metido la nariz, que dicho sea de paso la tienen bastante larga, en todos los negocios de todos los países. Y todos los países, uno por uno, se la fueron cortando. Muy simple.

-Pero eso no excusa el genocidio de un pueblo.

-No se habla aquí de excusas, de excusaciones, ni de excusados. Los meros hechos pelones. Cuando en España, la reina Isabel los echó fuera del territorio, y también al fuego, por haberse apoderado del comercio de aquel país, entre otras cosas... Aunque no consta que fuera por racista, sí por asuntos religiosos y financieros. Hitler, en los últimos tiempos, los persiguió y los mató por racista, además de que ellos estaban colgados de la nariz, allí arriba, en los negocios, como los pájaros carpinteros o como los murciélagos o cucos. No me extrañaría que en este país, algún día no muy lejano, también los cuelguen de la nariz.

-Este país es demócrata, y nunca hará eso.

-Eres un jodido, por no decir judío, menso.

-Por favor, no insulte.

-No estoy insultando. Este país procede de las entrañas de la misma madre que parió a Hitler.

-Explíquese.

-Joder, «explíquese, explíquese», siempre lo mismo. Pues me explicaré. Hitler era teutón o sajón, aunque en parte también judío, sin él saberlo. Leyó al raquítico de Nietzsche, el padre del Superhombre. Inglaterra produjo, como primos, tipos semejantes, como Darwin, el cofundador del Superhombre.

-Oiga, Leñero, dispense que le interrumpa, pero usted va meando fuera de hoyo.

-Ni ando meando, ni me interrumpas. No seas sinvergüenza. ¿Es que no te enseñaron modales y respeto a los mayores?

-Perdone.

-Como iba diciendo. El barbudo de Darwin, que si no fuera por la barba blanca se diría que había nacido y caído de un árbol, creía que su estirpe era de lo más puro y virginal. Se convenció a sí mismo, y a otros de su misma calaña, de que ellos eran la crema de la humanidad. Su especie procreó, y vino a parar a las orillas de la Nueva Inglaterra. Y, con el semen de la raza, traían la semilla de la mente podrida. Los seudocientíficos de hoy, y los profesores indoctrinados de las universidades, todavía hablan de genes hereditarios.

-Y, ¿a qué viene todo esto?

-Te he dicho que no interrumpas. Además, a ti hay que darte la comida como a un baby, en la boca y estrujadita. Digo que el día que se les calienten los tanates, cualesquiera que sean, a los descendientes de Darwin, ¡pobres judíos!, se los llevará su jodida madre.

-¿Cómo puede usted decir tales cosas cuando aquí estamos en una democracia y no en una dictadura hitleriana?

-Ni democracia ni dictadura. Éstas son formas externas de un sistema o sistemas inventados conscientemente. Pero a la raíz, en el mero centro y fondo de la realidad y estructura social, queda la actitud subconsciente, que es una cosa cercana a la herencia. Esta actitud se mama de niño.

-Y, ¿cómo explica usted que esto no haya ocurrido todavía y que haya senadores y otros políticos que hablen en favor de los judíos y de Israel?

-Y, ¿te tragas la píldora? Y, hablando de narices, ¿no le has visto la pinta a algunos de ellos? ¿No le has visto el perfil al senador Grossman? Además, ¿no sabes que el dinero habla? Te voy a hacer alguna pregunta a ti.

-Está bien.

-¿Quién tiene el dinero de este país?

-Pues los bancos.

-Y, ¿de quién son los bancos?

-Pues, de los banqueros, y de la gente que allí tiene el dinero.

-Y, ¿quiénes son los banqueros y quién es esa gente que tiene el dinero?

-Pues, no sé. Muchos, todos.

-¡Claro! Pues lo que te iba diciendo. Los políticos demagogos, aunque no todos tengan la nariz larga, dicen lo que los banqueros les dicen que digan.

-Ahora voy comprendiendo. Por eso, cuando el presidente Echevarría abrió el pico, para hacerse chistoso, poniéndose del lado del tercer mundo árabe, los judíos casi lo joden.

-Ya se te va prendiendo el foco.

-Y lo chistoso es que ningún político se opuso al boicoteo que los judíos de aquí le hicieron a México.

-Y, hablando de México, imagínate que los chicanos hicieran colectas públicas de millones y millones de dólares para enviar a México y ayudar en los problemas que tienen en ese país y comprar armas, como hacen los judíos de este país con Israel. ¿Te imaginas qué pasaría?

-Que estos políticos, narigudos o no, levantarían el grito y la nariz al cielo y dirían: «traición».

-Y no quedaría ahí la cosa. Pronto se les ocurrirían slogans como «They are taking the bread away from our tables», «Bandidos», y otras hermosuras por el estilo.

-Bueno... ¿y cómo se une todo esto a lo que decía usted antes?

-Pues que este negocio es una espada de dos filos: cortas y, cuando menos lo piensas, se te vuelve la espada y te corta a ti. Ahora cortan ellos, pero más tarde los degollarán.

-Ahora comprendo lo que usted decía. Después aparecerán reportajes en la televisión, y otras generaciones derramarán lágrimas, porque niños, mujeres y ancianos perdieron brutalmente la vida.

-Cabal.

-Y esto, ¿cómo se une a lo del chicano?

-Que los herederos de Darwin cometieron los mismos o parecidos genocidios con nuestra gente a los que llevó a cabo Hitler con los judíos. La diferencia es que nuestra gente nunca fue rica. Pero la raíz, la base de los genocidios fue la misma: la supremacía racial, corolario y consecuencia de la teoría del Superhombre.

-Oiga, señor Leñero, tengo que irme. Hasta otro día.

-Hasta otro día.

Miguel se levantó del banco. Como un relámpago le echó una mirada a Leñero. Notó que no tenía las facciones tan tensas como otras veces. Casualmente observó que el solitario perro, tendido junto al árbol, se le quedó mirando con los ojos abiertos. Se dio la vuelta y le pasó la mano por la cabeza. «Buenas tardes, cuadrúpedo», le dijo, y se fue.

-¿De dónde vienes, hijo?

-Del parque, de ver a mi amigo.

-No sabía que te juntabas con amigos en el parque. ¿Tomando?

-No, platicando con un amigo.

-¿Conozco yo a ese amigo?

-Creo que no.

-¿Cómo se llama?

-Dice que se llama Leñero.

-... Ah, sí. El que está pegado a un banco.

-Ése.

-Y... ¿dices que es tu amigo?

-Pues tanto como amigo, no sé. Pero me cae bien el viejo.

-Pues... tienes suerte, porque él no habla con nadie y, por consiguiente, no dice nada...

-De que no hable con nadie, es cierto, pero de que no diga nada, no es tan cierto...

Se quedó mirando a la mano derecha de su madre que daba vueltas a la tortilla sobre el comal. Se fijó en el arte y la gracia con que movía la mano. Todavía guardaban sus dedos una línea esbelta y delicada, a pesar de las incipientes arrugas y de la piel maltratada. Trató de imaginarse cómo se vería su madre si usara lociones y los esmaltes para las uñas que anuncian las cocineras que aparecen en la TV. Se echó la mano a la frente, la apretó, hizo un esfuerzo y... ¡nada! Nunca la había visto ponerse esas cosas.

-Mamá..., y el pueblo, ¿qué dice de él?

-No dice mucho. Parece que nadie sabe nada.

-Extraño.

-Pues sí. Nadie sabe ni de dónde viene, ni qué hizo en su vida, ni qué piensa.

-¿Cuánto tiempo lleva en el pueblo?

-Pues, que yo recuerde, desde que tú eras aún chamaco.

-Extraño que nadie sepa nada, porque aquí todos saben todo.

-Pues sí, para que veas. Sin embargo, al principio, la gente platicaba de él. Que si había cometido algún crimen en algún otro estado. Que si le habían reclamado por algún hijo ilegítimo. Que si le había pegado la locura. Que si estaba embrujado. Que si el perro era la misma encarnación del diablo. Que si lo de más aquí, que si lo de más allá.

-¿Todo eso decían?

-Sí, pero ya sabes cómo es la gente de mitotera.

-...

-Dios ha sido bueno con nosotros, hijo.

-Sí, mamá.

-Tú no te acuerdas bien, pero cuando eras chamaquito sufrí mucho.

-¿Por qué, mamá?

-Porque no podía darte mucho de comer.

-Sí, mamá.

-Ahora ya tenemos más.

-Sí, mamá.

-Come, hijo...

-Sí, mamá.

-Por eso tenemos que dar gracias a Diosito.

-Sí, mamá... Pero, ¿por qué Dios no te ayudó más cuando tú estabas en el Welfare?

-¡No digas esas cosas, hijo!

-... Y ¿por qué se llevó a mi papá antes de que yo lo conociera y pudiera hablar con él?

A doña Lupe se le soltaron dos lágrimas, dejando dos hilos húmedos en los surcos que el sufrimiento había excavado en sus mejillas. A Miguel se le escaparon estas palabras como ecos de un resentimiento profundo. No quiso herir a su madre. Al contrario, sentía más la viudez de ella que su propia orfandad.

-Hijo, nadie tuvo la culpa. En parte fue el accidente, y en parte...

-Sí, pero te quedaste joven sin esposo.

-Pero la vida es así. Se le resbaló el pie... y... se vino abajo.

-Pero la compañía pudo haber pagado.

-Tú sabes muy bien que tu papá no podía recibir nada. Aunque había nacido aquí, no tenía documentación y se creían que... era del otro lado. Y en esos tiempos la cosa estaba muy pelona. Es la sociedad, hijo, es la sociedad, que no Dios. Los trabajos más duros y peligrosos se los dan a nuestra gente. Si no te gusta, te vas. Si quieres trabajar, te dan lo peor. Si te quejas, ni te pagan, o te echan. En veces estamos peor que los perros.

Por los ojos húmedos le alumbraron dos chispas de coraje. Nunca antes había perdido la compostura ante su hijo. Pero tampoco antes había oído doña Lupe tales palabras de la boca de su hijo.

Habían terminado de cenar, y doña Lupe recogió la mesa. Miguel encendió la TV y se tendió en el sofá, mientras su madre lavaba los platos. Aunque él tenía los ojos clavados en la pantalla, no veía nada. Estaba dando vueltas a lo que su madre le había dicho sobre su padre y sobre la incógnita de Leñero. Después de una hora, más o menos, se fue a la cama.

De panza arriba se quedó pensando «... se le resbaló el pie y... se vino abajo». Muy simple. Y... ¿por qué Leñero tendría siempre la pierna derecha cruzada sobre la izquierda? ¿Estaría inválido? Sabía muy bien que si le preguntaba no le contestaría. Aún más, se exponía a recibir una respuesta cortante y, quizás, grosera. Como un eco lejano, le retintineaba la letanía «Que si se había escapado por algún crimen en algún país. Que si le había pegado la locura. Que si le habían reclamado por algún hijo...».

Había dejado caer la mano con que sostenía la mejilla, y se quedó extasiado mirando las raíces del árbol. Como tentáculos de un pulpo se iban abriendo camino en el lago terregoso del parque San Lázaro. A veces parecía una enorme mano huesuda, descarnada, como la de un leproso... San Lázaro... Alzó la cabeza lentamente y el tronco, como un brazo, como un cuello duro de piel arrugada y venas protuberantes, se estiraba, se estiraba hacia arriba. Lo coronaba una cabeza enorme, de melena alborotada. Se figuró que tenía los ojos pelones. Los ojos de un tecolote, de un búho. Miraban de frente, giraba el cuello, lentamente. Ahora era el Norte, la estrella polar. Seguía girando. Dos ojazos se detuvieron, apuntando al Este. «De ahí vienen todos, todos. Todos los desconocidos, los que desconocen. También viene el sol que da vida y... muerte». Cerró los ojos, rechazó los rayos. Torció el gaznate hacia el Sur, y se echó a dormir.

-Levántate, hijo. Ya es hora de que vayas a tus clases.

-¿Tan pronto? Si acabo de cerrar los ojos.

-Ya tienes el desayuno listo.

-Gracias, mamá.

Se frotó los ojos para poder despertar y orientarse. Se sentó en el borde de la cama, se rascó la cabeza varias veces y se quedó pensando unos segundos. Se bañó y se afeitó. No podía descifrar el pesado sueño. Lo dejó.

-Mister Towrez?

-Miguel Torres.

-Sorry! I have such difficult time pronouncing Spanish words. I took two years in school and I thought I knew it... I just saw your application. It looks alright. When do you plan to finish school?

-In about one year.

-That is right, here it is.

-Do you know English well enough to write for this paper?

-Yes, sir. I had twelve years of English in public schools and three in College, which makes a total of fifteen. By the way, why are you asking this question?

-I guess I shouldn't have asked, should I? I am used to think that Mexicans speak only Spanish, I guess.

-Well, let me tell you one thing, Sir. We speak Spanish at home and with friends. But for business and in schools we are forced to speak English.

-Good. Nice arrangement.

-And as for «Mexicans», allow me to correct you by saying that, although we are proud of our Mexican heritage and culture, we are not Mexicans, we are Americans, like you.

-Well... Yah, I... I guess so, I guess so... At this point I do not have any opening for you. But, as soon as there is one, be sure I will call on you.

-But, Sir, I understand there is one vacancy!

-Oh, that one... It has been filled already.

-When?

-Last week, I believe.

-Mister Falk, I saw that opening still announced three days ago, how could you have had filled it one week ago?

-Well..., I said «I believe», I believe.

-You believe, Sir. But I also believe that mister Blake, the one you filled the vacancy with, applied two weeks after I sent my application in.

-Mister Blake has excellent qualifications.

-Mister Blake «has excellent qualif...». Stinks. And then you call us lazy, jijo' e la ching...

-What?

-That.

Algunos días después mister Falk recibió una carta con membrete de una de las oficinas del Estado en donde se pedían algunos informes sobre las normas irregulares de empleo que usaba la Redacción del periódico The Republic Free Press.

Mister Falk metió el dedo meñique de su mano derecha en uno de los orificios de la nariz. La hurgó. La uña, que era más larga de lo natural, sacó un pedazo de emplaste que limpió rápidamente en la cabeza. La secretaria, que había respondido a la llamada del intercom segundos antes, entró, se acercó con respeto y un tanto de cariño, e indagó:

-Yes, mister Falk.

-I want you to call that mister Towrez.

-Yes, sir.

-Ask him to see me this afternoon, at 2:00 sharp. Don't forget, at 2:00 pm., sharp.

-Yes, sir!

-That's all.

-Yes, sir!

La secretaria había girado lentamente. Se detuvo un par de segundos. Giró de nuevo y se atrevió:

-Mister Falk, you wouldn't mind if I mention to you, Sir, that you...

-Go ahead!

-... that you, Sir, are developing some kind of dandruff.

-Who, me?

-It seems that way, Sir.

Y, mientras decía esto, se le acercó afectuosamente Kathy y, con la uña del dedo meñique, le sacó del tupé un pedazo de caspa que parecía un moco reseco.

-This is a big one, mister Falk.

Kathy Fairhead se dio la vuelta. Dos tirabuzones brillantes desaparecieron por detrás de la puerta de caoba.

A las dos en punto de esa tarde, se abrió la puerta del ascensor. Miguel se plantó delante de los ojos de la secretaria que lo miraba de hito en hito.

-My name is Miguel Torres.

-I knoooow.

-I've received a call from mister Falk.

-Nooo. It was from meee.

-I know, but mister Falk wants to see me.

-Meee tooo.

(Kathy pulsó el botón del intercom y se oyó una voz:)

-Yes.

-Mister Towrez, mister Falk is here. Sorry! Mister Falk, mister Towrez is here.

-Send him in.

-Mister Towries, mister Falk said for you to go in.

-So I've heard.

-Gosh...!

Se quedó Kathy con la boca abierta de par en par. Sintió como si una miríada de mariposas se hubieran posado sobre su cuerpo abstenido por largas cuaresmas involuntarias. Ya había desaparecido Miguel. Kathy pasó sus dos manos como palmas extendidas por la foresta florida de su cuerpo cubierto de mariposas inquietas.

-You have called me, mister Falk.

-Yes, mister Towrez.

-Torres.

-Right. I've called you, mister Tor... in the exact moment of mister Blake's decision of not wanting to take the job.

-Mister Falk, I don't usually take leftovers. But since mister Blake did not exist, I don't see any inconvenience in accepting it.

-Are you calling me a liar, mister Towrez?

-Torres, mister Falk.

-You are very touchy.

-Aren't we all?

-Back to business, mister Towr... I'm offering you the job. Would you take it?

-I think so, yes, I will.

-Well... Since we are going to be sort of partners, from now on can I call you Mike?

-Miguel would do, mister Falk.

-Still a little touchy. Well, I'll offer you the salary you saw in the job description.

-Right.

-In the meantime, here is a pamphlet of our regulations which are self-explanatory. I have to add to it just one detail.

-Which is...

-We do not like, as the matter of fact we do not tolerate any radical showing of any allegiance to any group or person.

-Can you be more explicit, mister Falk?

-I'm referring to lapel buttons or car decals, etc., showing «Eat grapes», «¡Huelga!», and the like.

-What about your faded Nixon-Agnew decal in the back window of your car with the caption «Law and Order»?

-That one represents the highest team in the Country.

-«Represented», mister Falk. And the caption itself «represents» some thing else, and you know it.

-Back to business... I do not tolerate irrespectful people.

-I understand.

-Alright. Then, since we understand each other, you may start working for us next Monday, at 1:00 pm., on the dot.

-I'll be here.

-See you then, mister Towr...

-Till Monday, mister Falk.

Miguel salió del despacho del Vicepresidente y Gerente sin despedirse de mano. Ni cuenta se dio que, en su bullicio, las mariposas habían abierto el escote de Kathy, dejando expuestos dos medios panales de miel misuniversalera. «Ungrateful», se limitó a susurrar miss Fairhead. Sabía muy bien el nuevo reportero que él y mister Falk iban a darse muchos topetazos. Incluso se le ocurrió que su nuevo empleo no duraría. Pero era hora de aprovecharse de la oportunidad, aunque estuviera sembrada de escollos y de incertidumbre.

-Oiga, señor Leñero, usted no ve la televisión, ¿verdad?

-Ni veo televisión, ni leo periódicos

-Y, ¿se puede saber por qué?

-Por dos razones. Porque no tengo dinero, y porque son medios de comunicación, y los medios de comunicación son medios de endoctrinamiento. Por eso.

-Comprendo la primera razón, pero la segunda solamente en parte.

-¿Por qué?

-Porque lo del endoctrinamiento es algo relativo. Si usted está consciente de que lo están endoctrinando, esa misma conciencia suya es ya un obstáculo para el endoctrinamiento.

-Correcto. Pero el bombardeo constante de ese endoctrinamiento me revuelve el estómago.

-¿Tanto así?

-Tanto así. ¿Qué te parecen los reportajes, por ejemplo, del conflicto judío-árabe, que salen de esas bocas de radios?

-Pues que los medios de comunicación, sobre todo la televisión, se ponen al lado de los judíos.

-Exacto. Todo el mundo aquí sabe cómo se llama el Primer Ministro de Israel, el Ministro de Guerra, etc. Y, ¿cuántos saben los nombres de los presidentes de los países árabes? Nadie.

-Porque son muchos los países árabes.

-Lógico.

-Pero yo no puedo darle tanta importancia a eso.

-Te lo voy a poner de otra manera. Cuando la cámara de televisión enfoca la cara de una adolorida madre judía, a quien le han matado un hijo en la reyerta, nuestros corazones tiemblan de compasión por ella, y de furia contra los asesinos.

-Correcto.

-Contéstame ahora. ¿Cuántas veces se te quebró el corazón al ver a una madre árabe llorar desconsolada sobre el cuerpo de su hijo muerto por la asesina ametralladora judía?

-Nunca.

-Porque, para los reporteros gringos, el que una madre árabe llore sobre su hijo asesinado no es digno de ser reportado. O, mejor dicho, giran la lente de la cámara y, al girarla, despiertan compasión y siembran odio al mismo tiempo. Juegan caprichosamente con las emociones humanas, gringas y chicanas, y son capaces de dictar y juzgar con lo que es moral y con lo que es inmoral, con lo que es virtud y con lo que es crimen, con el bien y con el mal. Y esto lo hacen caprichosamente, imbuidos por una predisposición racista y capitalista.

-O sea, que la compasión y el odio, la moralidad e inmoralidad dependen de la economía y de la política.

-Y del racismo. Esta política y economía dependen de unos cuantos ciudadanos poderosos y capitalistas, que también controlan los medios de comunicación.

-Bien, pero yo no veo por qué debe usted preocuparse por un conflicto tan lejano que no le afecta a usted personalmente.

-¡Cabrón eres! ¿No ves que este conflicto «tan lejano» ocurrió aquí, y está ocurriendo hoy día con el doble standard político, económico y moral? ¿Con mi gente, con tu gente, con nuestra gente, Miguel?

-Comprendo.

Recordado Tomás:

Calladito, calladito, en el huevo mataste al pollito. ¿Es que no tuviste los huevos tan grandes y explícitos como los de tu nieto Adolf? ¿Que «todo hombre ha nacido igual»? Cuéntaselo a tu albina abuela. ¿Te olvidaste de lo que le dijiste «sotto voce» a uno de tus amigos? Quesque los chicanos éramos y somos «feeble people». ¿Cómo que todo hombre «ha nacido igual» si los chicanos somos «feeble»? ¡Tu madre!, que era abuela segunda de Adolf.

Tu «feeble»

L.

Salió de casa, y se puso en la calle. Pedro Peralta pasaba con su carro. Se paró.

-Quiúbole, carnal.

-Pues nada, voy a dar una vuelta.

-¿A patarraíz?

-Sí.

-Súbete, mano.

-No, si no voy lejos.

-¿A ver a la Xóchitl?

-No seas pendejo.

-No seas abusao con ella, que la quiero como si juera mi sister.

-Estás loco.

-Ahí te wacho.

-Adiós.

Se oyó un chillido de llantas que despidieron olor a goma. Dio la vuelta a la esquina y, desde lejos, divisó las copas de los árboles que cubrían el parque como una gigantesca sombrilla verde. Se acordó del sueño de alguna noche atrás. El recuerdo le atravesó la sien como un relámpago. Una mano, un brazo, un cuello, una cabeza, unos ojos, un búho. ¿Y Lázaro? ¿Y el perro?

Se divisaban dos bultos a la distancia. Eran ellos. Se acercó. El perro, acostado como una esfinge egipcia, guardando una pirámide o un palacio quimérico. Él, inclinado ligeramente, como «el pensador», el filósofo griego. El canino abrió los ojos con pesadez de hambre o de aburrimiento. Leñero se enderezó un poco y, sin ceremonias, saludó:

-Buenas tardes, muchacho.

-Buenas tardes, señor Leñero.

-Quítale el señor y quédate con el Leñero.

-Está bien, Leñero a secas.

-Y, ¿qué te trae por aquí hoy?

-Nada. Tenía ganas de dar un paseo.

-¿Así, a secas?

-Pues sí, a secas...

-... ¿Sabes qué, muchacho?

-Diga usted.

-Que ese árbol, a tu derecha, necesita que le cortes la melena.

-Sí, lo necesita. Pero no he de ser yo el que lo haga.

-¿Por qué?

-Porque, a partir de mañana, dejaré de ser jardinero.

-Y yo que ya estaba acostumbrado a verte colgado de los árboles, como los changos.

-Pues, a partir de mañana, ni chango ni jardinero.

-Y, ¿en qué te vas a ocupar?

-Y que yo me creía que usted no tiraba de la lengua...

-Sólo a ti.

-Pues de jardinero a reportero.

-A gacetero dirás.

-Pues sí. Así me puede llamar usted, si le place.

-Te volverás chismoso y mitotero. Pero, te harás esclavo del establecimiento.

-Y, ¿cómo está usted tan seguro de ello?

-Porque, como dicen, «más sabe el diablo por viejo que por diablo».

-Esto quiere decir que usted se considera viejo.

-Eso quiere decir que no se meta usted en mis asuntos, señor gacetero.

-No se enoje ya, que no es para tanto. Usted mismo dijo que era viejo, como el diablo.

-Ni viejo, ni diablo. Lo que sí te puedo decir es que tengo los suficientes años como para poder ser tu padre.

-... y, hablando de eso, espero que no se ofenda por la pregunta. ¿Usted ha sido padre alguna vez?

-¿Y qué te importa a ti, gacetero?

-Como ve, es imposible entablar un diálogo con usted.

-Yo, como gallo, dejé caer la simiente. Ellas, como gallinas, incubaron el huevo. Si soy padre, no lo sé.

-Pero eso implica poca responsabilidad.

-¡Cabrón! No me vengas a dar lecciones a mí, que bien pudiera ser tu padre.

Miguel quedó aturdido. Nadie hasta ahora le había llamado «cabrón», sobre todo viniendo el insulto de un hombre de su edad. Sin embargo, no hizo ningún escándalo, porque ya conocía la amargura profunda que se había anidado en el corazón y el alma solitaria de Leñero. Simplemente se limitó a decirle:

-Siento que me trate así, sin haberle dado yo motivo para ello.

-Así hablo yo, muchacho, y, si no te gusta, puedes buscarte otro banco, pues hay muchos en el parque.

Miguel notó que Leñero se había inclinado sobre sí mismo, como un niño, buscando, regresando a la placenta. Debía tener los tendones tiesos, tirantes, pero en forma de nudo. El perro pareció intuirlo, porque, aunque perezosamente, alzó sus dos patas delanteras y, con esfuerzo, levantó las traseras. Después de tambalearse unos segundos, se acercó al que parecía ser su maestro. Bajó las traseras, luego las delanteras y descansó el hocico sobre el zapato izquierdo, deslustrado y carcomido de Leñero.

Durante breves minutos, Miguel contempló la escena. El cuadrúpedo tenía el pelo corto, color bayo. Sería difícil descifrar su origen. Un perro cualquiera, de callejón. Parecía viejo, más bien por el hambre que por los años. Se le contaban las costillas. Los huesos, por la parte de las coyunturas, querían salírsele. Daban la sensación de que le habían metido el pellejo a un caballito de madera, de esos que se hacían antiguamente para disfrute y maltrato de niños traviesos. Pero tenía alma, sentimientos. Se olvidaba del gruñir de sus tripas para servir de alfombra y pedestal a las congojas de su amo.

Él, Leñero, ensimismado en otro mundo, no parecía percatarse del canino. Los zapatos pedían limosna a la tierra que pisaban. La punta del izquierdo, sobre el que descansaba el hocico del cuadrúpedo, abría la boca y enseñaba el dedo gordo. La piel podía tomársela como parte del cuero que calzaba, o de la tierra que acariciaba. El pantalón, de color un tanto grisáceo, hacía tiempo que no visitaba ni agua ni plancha. La chaqueta, de cuadros descoloridos, estaba hecha jirones por el fleco y los codos, que estaban rotos, habían sido remendados dos o tres veces en sus mejores tiempos. A la camisa le faltaban botones. Una piltrafa de espantajo.

La mano izquierda, que le caía sobre el muslo de la pierna derecha, era un manojo de raíces, secas y puntiagudas. Las uñas dibujaban un arco iris de carroña. Las venas levantaban el pellejo descarnado y apuntaban promontorios, como los que dejan los topos sembrados en la superficie de los parques.

Por el triángulo que dibujaba la camisa desabotonada se le veía la parte derecha del cuello. Una nuez puntiaguda que, más bien que manzana o pera, semejaba una nariz judaica, después de haberse soplado la trompa repetidas veces. Una vena gruesa subía por el cuello, como una enredadera pegada a un árbol viejo y escarapelado. Una barba rala ocultaba las quijadas, y la perilla que, por tener el pelo un poco más largo y suelto, parecía la de un chivo. La nariz era una réplica de la nuez, aunque se diferenciaba de la de los judíos en que tenía algo de aguileña. Los labios, finos y delicados, se escondían entre lo que pretendía ser un incipiente bigote de Pancho Villa y una barbilla de chivo cansado. La melena, como copa de árbol enmarañado, no había visto ni sabía qué era un barbero o un jardinero. No tenía color discernible, entre negro descolorido y cano borroso. Parecía más bien un nido de zopilotes caído sobre la cabeza pelona de un maniquí.

Hombre y animal, dueño y siervo, maestro y discípulo, solitarios los dos, se entendían, se comunicaban sus cuitas sin decirse nada. A través del dedo gordo del pie, y del hocico humedecido del que había sido perdiguero, pasaba una corriente alterna preñada de amistad y de compasión.

-Miguel, ¿qué estás pensando?

-Nada, Leñero.

La voz baja y lenta del filósofo iba acompañada de cansancio, y un tanto de amistad y cariño.

-¿Cómo que nada?

-Estuve observando.

-Y, ¿se puede saber qué observabas?

-Sí. Yo no tengo secretos como usted.

-Además de irrespetuoso, te has vuelto fresco.

-Ni fresco ni irrespetuoso. Soy franco.

-Contesta, ¿qué estabas observando?

-La escena que formaba perro y hombre.

-Dirás hombre y perro.

-Como quiera usted.

-Y, ¿qué escena es ésa?

-Que los dos parecen uno.

-Y, ¿qué entiendes tú por eso?

-Simplemente, que los dos están siempre juntos. Los dos padecen de hambre y de cariño.

-Mira Miguel, los dos nos entendemos, los dos nos respetamos y ninguno de los dos se mete en los negocios de otros. Y esto es mejor y más grande que todo lo que se ve y observa en este pinche mundo.

-Y... ¿en cuánto a su origen?

-... Estoy cansado. Aunque no lo soy, me siento viejo. Quisiera que me hicieras un favor.

-Usted dirá.

-Tráeme una botella de cerveza, porque la cerveza es la leche de los viejos.

-Ahora vuelvo.

Parsimoniamente, Leñero alzó la desmelenada cabeza. Dejó que sus ojos cansados vagabundearan por el único paraje que se le ofrecía a la vista. Por entre los árboles se divisaban pedazos de edificios que alzaban su majestuosa y soberbia esbeltez hacia el cielo. Con dificultad, y moviendo de un lado para el otro la cabeza, iba reconstruyendo el puzzle que formaban los rascacielos plantados en el centro de la ciudad. El Central City Bank enseñaba su costado derecho. El First State Bank mostraba el costado izquierdo. El Western Security Savings, la barriga panzona. El National Credit Reserve atisbaba, con sus ojerosos y sedientos ventanales, el panorama citadino. Y el International Monetary Fund desafiaba las nubes con su puntiagudo pararrayos. Retrajo la mirada y la posó sobre los árboles que entrecruzaban sus ramajes, buscándose unos a otros. El retintineo de sus hojas producía un espejismo hipnotizador. Billetes de uno, cinco, diez, veinte, cien dólares, mostrando caras de presidentes, de banqueros, de políticos y de tesoreros. Los ventanales abiertos semejaban ojos ansiosos, sedientos de hojas verdes de árboles, de presidentes, de banqueros. Se entrecruzaban, se filtraban, se sobreponían las miradas, las ventanas y las hojas. Copas de árboles, de tejados, de ojos, de ventanas, de billetes, de hojas, que se bajaban por la savia, por la sangre, por los troncos, por las paredes, por las raíces, por los cimientos, hasta la tierra, hasta los pies, hasta la entraña, hasta la matriz, hasta la madre. Sus raíces, sus cimientos se metían, ahondaban, buscaban, buscaban, buscaban, y encontraban, encontraban, encontraban. Por debajo de las calles del asfalto de las pipas, por las tuberías por los drenajes por las cloacas. Se hinchaban, crecían, engordaban, como topos como ratas como monstruos antediluvianos, diluvianos, postdiluvianos. Bebían, chupaban, extraían excremento, orín, sangre... La filtraban, la transformaban, la convertían en hojas en billetes, en vida, en muerte. En tractores en pesticidas en aviones, en bombas, en «ays...». Salían ramas por los ventanales verdes, por las barrigas verdes, por los ojos verdes, por los dedos verdes, por las cabezas verdes, por el pelo verde, por los tentáculos verdes, por los culos verdes, por la mierda verde, por la sangre verde.

Volvió en sí, teniendo la cabeza caída. Una sábana verde, como un arenal de zacate, cegaba su turbado ojo. Reajustando la pupila, y alargando la mano, fue tocando mechones de verde pelo frío que cubría la cabellera del parque San Lázaro. Sintió como un mareo. Respiró fuerte. Con dificultad extrajo una carraspera. Hinchó los cachetes, y largó un gargajo que pegó en una hoja que, bamboleándose, se venía hacia el suelo verde.

Miguel cogió cuatro burritos de chile verde que su madre había hecho, se compró un six-pack de cerveza y se puso en camino hacia el parque. Serían las seis, porque el sol ya se ponía. Aunque todavía no desprendía rayos, la luna aparecía redonda y pálida por el Este. La sangre hervía en el cuerpo de Miguel, como gorriones farfulleros en las ramas de los árboles al atardecer.

Llegó a donde estaba Leñero. El perro, sin levantar el hocico del zapato que le servía de almohada, abrió el ojo izquierdo como para atisbar qué es lo que traía Miguel en una bolsa. Mientras sacaba las cosas de la bolsa, y sin más ceremonias, Miguel preguntó:

-Señor Leñero, todavía no me ha dicho cómo se llama su perro.

-Ya te he dicho, muchacho, que no gastes saliva con lo del «Señor». Y, en cuanto a lo de «mi» perro, estás muy errado. No es «mío».

-Entonces, ¿de quién es?

-El perro se juntó a mí y fuimos compañeros en las alegrías y en las tristezas, más en éstas que en aquéllas, durante los últimos cinco años.

-Si el perro vivió con usted durante cinco años, y dice que no es suyo, entonces... No entiendo.

-También te he dicho ya que tú tienes pocas entendederas. A ti te han metido los sesos por un embudo y salieron hechos salchicha, en forma de mole y todo. Piensas como ellos.

-No insulte.

-Yo no insulto, digo la verdad.

-Bueno, y ¿quiénes son esos que me han moldeado los sesos, como usted dice?

-Pues tus maestros, tus profesores y, sobre todo, eso que llaman «el tubo», que yo diría «embudo», de la TV.

-Y, ¿qué tiene que ver esto con lo del perro?

-Pues que ni el perro es mío ni yo del perro.

-Entonces, ¿de quién es el perro?

-El perro se juntó a mí, yo me junté al perro, los dos nos juntamos, y ya. Nadie es propietario de nadie.

-Entiendo, pero hay costumbre de decir que los animales, como el perro, son siervos del hombre. A eso me refiero, y en esa forma debió entenderlo usted.

-En cuanto a lo que yo entiendo o no entiendo no es negocio tuyo. Pero sí te diré que el hombre es muy soberbio y orgulloso. Se cree que tiene derecho a todo, y a poseer lo que no le pertenece. Por ejemplo, tú en tu trabajo eres poseído por ese periodiquillo. Te chupan tus ideas, si es que las tienes, que es algo del espíritu y, en cambio, te dan una migaja de dinero, que es una cosa material, además de que tiene el mismo color verdoso de la mierda.

-Mire, Leñero, no se altere y vamos a comer estos burritos de chile verde que, aunque usted dice que parecen tener color de mierda, se los va a comer muy a gusto.

-Parece que se te va prendiendo el foco poco a poco... Y eso que traes ahí envuelto, ¿qué es?

-Unos huesos de barbacoa.

-Y... ¿los vas a roer tú?

-Un poco de humor, ¿eh? No, se los traje para su perro, que todavía no me dijo cómo se llama.

-Repito. Te han dejado los sesos como un embudo. El perro no es «mío», es mi compañero. Y en cuanto a su nombre, se llama Emiliano.

-Nombre famoso, aunque no parezca pariente del gran indio.

-Las apariencias engañan...

Miguel había sacado de la bolsa los huesos que venían envueltos en papel de aluminio. Abrió el paquete y, como en plato, se los entregó a Emiliano. Éste levantó las dos patas delanteras. Olió el manjar, abrió el hocico y atenazó el primer hueso. Bajo la presión de los colmillos crujió.

-Buen hueso, Emiliano.

-Buen burro, Leñero.

-Aunque parezca ingrato, te diré que no es de buen gusto alabarse uno a sí mismo.

-Yo no los hice, que los hizo mi madre.

-Buenas manos.

-De acuerdo.

-... Hoy las mujeres no sé para qué sirven ni para qué quieren las manos. No saben cocinar, no saben coser, no saben hacer camas, no saben hacer cariños... No sé para qué quieren las manos.

-Es que les gusta verse bonitas, tener las uñas pintadas, la barriga lisa y las chiches...

-No sé para qué quieren todo eso.

-Para sí mismas, para verse bonitas.

-¿Quieres decir que para enamorarse solas ante el espejo?

-Para que los hombres no seamos machos, sino una bola de jotos. Dentro de poco no nos va a salir barba ni pelos en el pecho, y tendremos que afeitarnos los sobacos.

-Oye, Miguel, me parece que sería mejor cortarle.

-Creo que soy del mismo parecer.

-... Hermosas manos.

-Cuáles, ¿las suyas o las de mi madre?

-Las de tu madre, cabrón.

-¿Es que usted las ha visto?

-Lo que he visto o no he visto, lo que he tocado o no he tocado, lo que he contemplado o no he contemplado, no es negocio tuyo.

-Bueno, pero ¿es que no puedo gastarme una broma? Usted se pone corajudo por nada.

-Si tu madre se hubiera preocupado de sus uñas, de su barriga y se hubiera contemplado en el espejo, nunca hubiera dado cabida a un hombre, y tú te hubieras quedado en el vacío...

-De acuerdo.

-Y si las chicanas, imitando a las gringas, dejaran de parir, se acabaría la Raza, como se acabarán los gringos algún día.

-Me parece que usted ya está divagando.

-¡Cómo se conoce que no has vivido ni pensado!

-Cierto. Es que no tengo tantos años como usted.

-Espero que no me estés llamando viejo, porque ya te he dicho más de una vez que, aunque bien pudiera ser tu padre por los años, no soy viejo.

-No se caldee y explíqueme eso del acabamiento de los gringos.

-Muy simple...

Leñero, mientras trataba de rebuscar en el cerebro alguna idea perdida, arrimó la cerveza a la boca y le dio un largo sorbete. Se limpió los labios con el dorso de la mano izquierda y, con los ojos de profeta mirando al espacio oscuro y vacío, continuó:

-Aunque la sociedad gringa, obsesionada por su profilactismo y por su manía de no llamar a las cosas por su nombre, insiste en no admitir que hay prostitución, la pura pelona verdad es que la gringa está prostituida, por no decir podrida. De joven, como el becerrito que busca con la lengua el pezón de la vaca, corre tras el trabuco del toro para que se lo clave en la tierna membrana. Es como en las carreras, una competencia, a ver quién llega primero. La experiencia se repite, se hace costumbre y queda instalada como segunda naturaleza. De ahí en adelante, el abrirse de piernas es como el ejercicio ecuestre.

-Y, ¿qué tiene que ver eso con el acabamiento del gringo?

-El arado abre la tierra para enterrar la semilla, pero cuando la tierra se menea demasiado, la semilla queda al descubierto y se pudre.

-No me hable en parábolas.

-La tierra se cansa, se hace estéril. El árbol sexagenario no puede nutrirse por la raíz, y con afeites tecnológicos o cosméticos, le prolongan la vida artificialmente, hasta hacerse centenario.

-No divague.

-El monte es un viejo con una gran joroba, y los bosques, cual rizos de melena cansada, miran hacia la tierra, buscando en dónde descansar.

-Está complicando más la cosa.

-La vejez, como una inmensa plaga, arrasa con las copas, las cabezas, sin que la raíz, la semilla, haya dado retoño.

-¿Puede traducir lo que dijo en términos más asequibles?

-Que la sociedad gringa está convirtiéndose en una sociedad de viejos. Las gringas abortan la vida en ciernes, y después andan incubando y cacareando como gallinas cluecas sobre huevos estériles.

-Y, ¿éste es el fin?

-Sí. Una raza impotente y estéril dejará paso a otra joven, viril y fértil. Ésta es la ley de la Naturaleza, la ley de la Historia, la ley de los Imperios y la ley cíclica de la Humanidad.

-Y, ¿quién le sigue?

-Otra raza mezclada, otra raza que no conoce fronteras de colores, una raza universal y cósmica.

-Pero esto parece absurdo.

-También parece absurdo que un gato callejero gane un concurso de raza o de pedigrees. Sin embargo, si pones en una mano a un gato de callejón, y le soplas en la nariz todo el día, no le dará catarro, pero si pones en la otra mano a un gato de raza pura y le soplas cogerá un catarro que, al segundo estornudo, tuerce los ojos y no le queda tiempo ni para decir «ahí nos estamos viendo».

-Ahora comprendo.

-No te creas tan seguro.

Terminado de decir esto, Leñero puso fin al tercer bote de cerveza y a la conversación. Simplemente dijo:

-Miguel, se te está haciendo tarde.

-Sí, ya es hora. Mañana tengo clase.

Miguel se levantó. Se despidió de Leñero y se agachó para acariciar la cabeza de Emiliano. Éste permaneció inmóvil, frío. El muchacho alzó la cabeza y vio la luna llena, pálida. Atravesó el parque. Se detuvo para echar una mirada atrás y vio dos siluetas que parecían una sola. Continuó, llegó a su casa y abrió la puerta. Ya su madre se había acostado. Se metió en cama y apagó la luz. Por la ventana entraba la luz de la luna. Creyó haber visto dos siluetas superpuestas y proyectadas en la pared de su cuarto. Cerró los ojos. Se imaginó una planicie larga y ancha que se agrandaba a medida que apretaba los párpados. Estaba dominada por una luna pálida, blanca. La luz lo inundaba todo. No había hondonadas, ni lomas, ni árboles, ni nada. Estaba todo liso, inerte. Era como un desierto, como un yermo. No había nubes, no llovía. La tierra estaba árida, blanca. De un color sepulcral. Ya habían pasado años, y nada. No había verdor. Todo había perecido. Silencio sepulcral. Ni un grito, ni un aliento, ni un movimiento. Ni siquiera una brisa. Todo se había paralizado, incluso el tiempo.

Algo pasó flechado por delante de sus ojos. Lo siguió, pero no pudo saber qué era. Lo vio, porque dejó una estela oscura. No sabía si a raíz de tierra, si a la altura de la cintura de un hombre, o si a la altura del pecho de una mujer. Profunda quietud, profunda soledad. Como la de una legión de vientres que dejaron de parir, que dejaron de vivir. La luz opaca y ajena que dejó de fertilizar.

Cuando despertó, sintió las blancas sábanas frías. Se las imaginó como sudarios de ocho horas.

... Although at this very moment we still don't know in which precise State, it is said that in the East one lady, at the age of fifty five, has given birth to a bab... to a ma... to a human that has the looks of a grown man, even though he is a baby.


The Republic Free Press                


... Se dice que en uno de los estados del Atlántico las mujeres están dando a luz a niños que son más hombres que bebés. La medicina ha inventado una hormona para que las mujeres cincuentonas, que no han tenido niños de jóvenes, puedan tenerlos de viejas. Pero se rumoriza que el gobierno anda preocupado.


El Clarín del desierto                


-Y ahora, ¿qué se traen?

-Ponte al alba, bato, ponte al alba.

-¿Con quién puedo hablar?

-Con todos o con cualquiera.

-Pero necesito una cosa oficial.

-¡Chale, ése! ¿Te has vuelto ruperto? Pero si te cái, áhi mero 'tá el Chuy y sus body guards.

Se abrió camino por entre la plebe, y llegó junto a Jesús («Chuy») Barriga. Aunque se apellidaba así, era esbelto y de espalda ancha. Tenía melena de indio, y mostacho entre Hitler y Pancho Villa. Llevaba una camisa color kaki, descolorida. Por delante formaba un triángulo que dejaba ver unos cuantos pelos desaliñados y algo chinos. Por detrás llevaba una imagen de Zapata con sombrero y fusil. Debajo, se trenzaban dos fuertes manos saludándose al estilo chicano.

-¿Jesús Barriga?

-No te hagas el pendejo. ¿Qué se te ofrece?

-Quisiera entrevistarte para un reportaje que quiero publicar en el periódico.

-¿Cuál, pues, el Republic Free Press?

-El mismo.

-Chale, bato. No quiero hacer waste my time.

-Es serio. Escribiré lo que me digas.

-Esos crazy capitalists no te van a dejar hacer print lo que yo te diga, ni el pedo que estamos haciendo right now.

-¿Qué tratan de hacer? ¿Cuál es el propósito de esta demostración?

-Queremos hacer ver a esta pinche Administration que ya estamos tired de sus cochinas movidas chuecas.

-Y, ¿cuáles son esas movidas chuecas?

-Muchas. Tenemos una lista larga de complaints.

-Y, ¿cuáles son algunas de esas quejas?

-La principal es la representación. Las statistics show it. 25% de la population del State es chicana. En la University se divide ansina: 0% en la Administración, 0,6% de Professors, 4% students y 47% jardineros y maintenance people. Como ves, esta es política chueca. Los Administrators, los que mandan y ganan lana, son de origen alemán, Germans, man. No hay Garcías, ni Rodríguezes. Y eso que estamos en nuestra tierra y ellos son los «mojados», the «wetbacks», man.

-Y, ¿creen ustedes que la violencia conseguirá una representación justa?

-Ya les hicimos approach por las buenas. Tuvimos meeting con ellos. Nos dieron pura plática y pinches promisses. Que iban a hacer hire a profesores chicanos, que iban a create programas de Chicano Studies, que this and que that. Puro pedo, mano, puro pedo. Ya nos agüitamos. Esta pinche gente nomás entiende de violence.

-Ellos dicen que han tratado, pero que los chicanos no están preparados para responsabilidades administrativas, y que no hay bastantes Chicanos Ph. D.

-Pura chit, bato, pura chit. Son racistas cabrones, and they hate to see chicanos en estas positions. Los gabachos se creyen que la Raza es inferior y que tenemos midget brains. Nos han jodido en la Elementary School, nos jodieron en la High School con sus vocational programs, y ahora nos joden aquí, en la University. Nos han desmadrado, mano, nos han desmadrado.

-Y, ¿para qué quieren los Chicanos Studies?

-Carnal, ¿'tás tapao o qué te pasa? They brainwashed you!

-Aunque soy chicano, también soy reportero. Tengo que ser objetivo.

-Ok, ok. Queremos Chicano Studies y Chicano Professors para hacer teach a nuestros students lo que nos han negado de nuestra historia y nuestra cultura. Que si Washington is our Father, que si Pancho Villa fue un Bandido, que si esto y que si aquello. Queremos straighten out a few things.

Mientras Miguel estaba entrevistando a Jesús Barriga, un grupo de estudiantes estaba representando un Acto en el que hacían una parodia de la Administración. Doce policías de la universidad estaban rodeando al grupo. Uno de los chicanos espectadores gritó: «Pigs!». La policía lo cogió, y hubo un tumulto.

Al día siguiente los periódicos reportaron que algunos jóvenes universitarios, en su mayoría chicanos, habían invadido los edificios administrativos, habían apedreado a los policías, roto ventanas de varios edificios y puesto una bomba en el Centro Estudiantil. Citaban las entrevistas que habían tenido con algunos administradores. Que ya el FBI estaba estudiando la afiliación política y la infiltración comunista en la mesa directiva de MECHA, la organización estudiantil chicana.

Miguel Torres había escrito un artículo para la Republic Free Press en el cual exponía la lista larga de demandas que MECHA hacía a la Administración de la universidad. Además, citaba por nombre a los estudiantes que habían sido maltratados y heridos por la intervención innecesaria del cuerpo policial de dicha institución. El artículo fue mutilado y expurgado por el jefe de redacción, mister Greenfield, con el beneplácito del gerente mister Falk. Cuando Miguel, por la mañana, leyó su artículo en el periódico, dejó las clases de la universidad y se dirigió de inmediato al despacho de mister Falk.

-May I?

-Come in, mister Towrez. What brings you in?

-You know what brings me in. I come here looking for explanations as to what happened to my article.

-Mister Greenfield is the man in-charge of that department.

-I know it. But I also know that you had the final ok. So, you are responsible for everything.

-Right. So?

-You omitted things that I wanted to say and changed things that I didn't say. For «general consumption», I suppose.

-That is our policy and general practice.

-Then you can have the job y te lo puedes retacar en el culo. Good bye, mister Fuck.

Era todavía temprano y se dirigió a la universidad. En lugar de asistir esa mañana a su última clase, fue a las oficinas de MECHA. Allí estaban algunos miembros de la mesa directiva haciendo balance de todo lo que había ocurrido el día anterior. Cuando vieron entrar a Miguel, se le enfrentaron.

-Ése, bato, tú eres un vendido. You promised an objective and fair report, y la regastes.

-No, carnales, no la regué. Yo traté de escribir objetivamente, y lo hice. Pero la chingada oficina de redacción me lo cambió.

-¿Cómo? ¿Que no era tu article? What are you going to do?

-I already did. Acabo de dejar el pinche trabajo.

-Well, that is the way it goes. One more víctima. ¡Me la rayo, ése!

-Soy Miguel Torres. Necesito trabajar medio día.

-¿Qué puedes hacer?

-Soy estudiante universitario y me especializo en periodismo. Me falta un año o un año y medio para terminar mi carrera. Pero serví un par de meses en el Republic Free Press, y me valió un poco la experiencia.

-Está bien. ¿Sabes escribir en español?

-Sí, en las dos lenguas.

-¿Conoces el ambiente de nuestra gente?

-Entre ella he nacido, entre ella he vivido y entre ella he sabido de alegrías y de tristezas.

-¿Y el de los anglos?

-Demasiado bien.

-Trabajarás cuatro horas al día en el cuerpo de la redacción de El Clarín, y, por el momento, te ocuparás de informar sobre las actividades de nuestra gente joven.

-De acuerdo.

-Tu salario será equivalente al del Republic Free Press.

-Bien.

-Repórtate el lunes, a partir de la una de la tarde.

-Así lo haré. Hasta el lunes, señor...

-Joaquín Delgado.

-Hasta el lunes, señor Delgado.

-Hasta el lunes.

Miguel salió de las oficinas de El Clarín, que se hallaban situadas en el centro de la ciudad, y miró hacia el cielo que estaba despejado. Era diciembre, y hacía un poco de fresco. Tenía ganas de caminar. Sentía las piernas livianas, y se metió por las calles de su barrio Las Pencas. Eran las cuatro, y algunas puertas despedían olor a chile verde recién tatemado, otras vociferaban violines y trompetas de mariachis, y en otras aparecían mujeres con alguna bolsa de harina o azúcar que seguramente pidieron prestada a una de las comadres o vecinas. Miguel se encontraba satisfecho, seguro y libre.

-Y... ¿qué es lo que me querías preguntar, muchacho?

-Pues... muchas cosas. Por ejemplo, cómo se llama usted, en qué se ocupaba cuando era más joven, por dónde anduvo, si estuvo casado alguna vez, si tuvo hijos, por qué está usted siempre aquí en el mismo lugar, en dónde vive, cuáles son algunos de sus pensamientos, etc.

-Pues te diré que son muchos «ejemplos» los que me preguntas. Pero te contestaré a algunos. Yo me llamo Lázaro Villa. Tengo 55 años de edad. Soy natural de Canutillo, uno de tantos pueblos fronterizos que hay en Aztlán. Viajé mucho, primero siguiendo las labores del campo, como la mayor parte de los chicanos de mi generación, y, mucho más tarde, por interés propio, viajé, porque quería conocer mundo. Terminé la escuela y fui al colegio. Trabajé en la construcción para poder costear los estudios. Terminé, enseñé en un colegio y después en una universidad. Me peleé por mis convicciones, y me echaron. Volví a la construcción, hasta que un día me caí. De ahí en adelante, ya ves.

-O sea, la carrera que hicieron muchos chicanos.

-No exactamente, porque en mis tiempos no se llamaban «chicanos», y no teníamos la fuerza que tienen ahora, además de que casi ninguno llegaba a la universidad. Yo fui uno de los pocos de mi generación que tuve la suerte o la desgracia de llegar a la universidad.

-¿Por qué «la suerte o la desgracia»?

-Porque depende de cómo se miren las cosas. «Suerte», si escoges una carrera que te puede servir a ti y a tu Raza. «Desgracia», porque hay muchos que se dejan indoctrinar y se venden. Después no se acuerdan de su gente, ni de la madre que los parió. No prestan sus servicios a la Raza, porque saben muy bien que así no van a hacer lana, y mejor van con los gringos, alargando la mano unos, inclinando la cabeza otros, y arrodillándose todos.

-¿Usted cree que hay muchos de estos últimos?

-La mayoría.

-... Y cuando usted fue al colegio, ¿en qué se especializaba?

-Como la mayor parte de los nuestros en ese tiempo, estudié para maestro de español y, después, para profesor de universidad.

-Y, ¿por qué dejó usted su profesión?

-Pues, como ya te indiqué antes, porque me echaron y, además, por frustración y coraje.

-¿Puede explicarse un poco más?

-Sí, cómo no. Pero primero permíteme que te haga una pregunta hipotética.

-Está bien.

-¿Quiénes crees tú que formarán la facultad o profesorado del departamento de inglés en las grandes universidades latinoamericanas, pongamos por ejemplo la UNAM?

-Pues los nativos de dicha lengua. Los gringos, por ejemplo.

-Lógico. ¿Y no crees tú que en las universidades de Aztlán debieran enseñar español profesores chicanos?

-Lógico.

-Pues no es así. Date cuenta que el slogan del «double standard» nos lo aplican los gringos a nosotros, pero ellos están, por creerse superiores a cualquier otro ser humano y pueblo, exentos de tal cosa, y son los que más la practican.

-Y esto, ¿a qué viene?

-Pues al «argumento de la tortilla».

-Y, ¿cómo va eso?

-Muy simple. Dale la vuelta a la tortilla, y se calienta o tuesta del otro lado. Es «lógico» que ellos sean, como nativos de la lengua, profesores de inglés en la UNAM, pero no de español en las universidades de Aztlán. Sin embargo, como ellos gobiernan al mundo, justifican todo. Allí te dicen que son «nativos» de la lengua y aquí te dicen que ellos saben mejor la «técnica» de la enseñanza. Y, como dice el dicho, «se quedan con la reata y, de pilón, se llevan la vaca».

-O, como dirían otros malhablados, «se quedan al mismo tiempo con el pedo y la caca».

-Exacto, aunque hay dichos que apestan. Bueno, pero esta actitud no sólo se refleja en lo de la lengua y su enseñanza. Esto se deduce «lógicamente» de un sistema más amplio, de una estructura racial-económica-política. Poniéndotelo en términos cariñosos, es el antiguo paternalismo o patronaje. Es todo.

-Bueno, pero ¿qué tiene que ver esto con lo del departamento de español y lo de su frustrada carrera?

-No seas bruto. ¿Cómo esperas tú, o cualquier otro, que yo continuara en un departamento compuesto de unos que se llaman profesores y que parecen más bien una combinación de atrasados mentales, tartamudos, jotudos, y, de pilón, se creen dioses? Que te dicen que la lengua que mamaste de tu madre, y con la que te arrulló tu abuelita, no es la misma que sufraga una bola de barbudos y vejestorios que forman lo que diz que se llama la Real Academia de la Lengua que habló Cervantes. Que te vienen con el cuento de que saben la gramática mejor que tú y que, cuando les das un regalo o les haces un favor, te escriben una nota de agradecimiento que dice «quédetes agradecido», o que cuando alguien le llama a uno a la puerta del cuarto o aula de clase le contesta «yo voy viniendo», o cuando, después de enseñarte el subjuntivo durante dos o tres meses te dicen después «yo me alegro de tú estás aquí», o «si yo era chicano yo hacía una otra cosa», o que en México «ellos no comen con cucarachas», como si la tortilla no fuera mejor que la «cuchara» para comer frijoles. Y, de pilón, te echan a la cara, cuando no te entienden o no saben, que es la mayoría de las veces, que lo que tú hablas es «pocho» y una adulteración del castellano.

-Y usted, ¿qué hizo ante esto?

-Pues te diré que un día, siendo yo aún estudiante, y después que el profesor me corrigió, se me hincharon los huevos, me levanté y le dije: «retácatelo en el ojete, hijo de tu tatemada y retiznada madre».

-Y, ¿qué dijo él?

-Nada.

-Porque se creería que usted estaba hablando en «pocho».

-Seguro. Y eso no es todo. Después, algunos profesores van a las convenciones o congresos. Hay algunos que van saltando de una en otra como los chapulines. Analizan y discuten profundamente asuntos sobre la mismísima lengua que no saben hablar. Otros te echan peroratas sobre estructuras literarias, dejando de lado la médula y la sustancia cultural que encierra ese arte, y que es como el alma de los pueblos. Otros, como pericos, van repitiendo las babosadas que ya habían dicho otros anteriormente, sin saber lo que decían, y, lógicamente, sin saber lo que dicen. Hay otros que no sólo no saben el español que se dio por llamar «standard», sino que tienen la cara dura de llamarse especialistas en «Chicano Spanish» y no saben distinguir entre «culo» y «culero», entre «curandero» y «culandero». Hay aún otros que se creen especialistas en Don Quijote, sin haber estado en La Mancha y sin entender papas de los dichos sanchescos, e insisten todavía en que Don Quijote era un loco rematado y que Sancho era más burro que su propio burro. Pasan estos profesores por muy inteligentes y muy sofisticados, cuando no hacen más que rebuznar peor que el mismísimo burro de Sancho Panza cuando eructaba y estornudaba por debajo del rabo. También hay otros, aunque por creerlo «Anti-American», que saben todo lo que hay que saber sobre la literatura chicana y sobre los chicanos, porque han leído, en su propia lengua, la novela Chicano, escrita en inglés, y llegan luego a la conclusión infalible de que los chicanos somos winos, drogadictos, traicioneros e hiperprocreadores. Y de las chicanas que son fanáticas, supersticiosas, esclavas, pirujas y que se entregan sin dificultad, y por cierta obligación mayflowriara, al capricho sensual y sadista del joven pelirrubio. Sin embargo, esos mismos pasan por alto Peregrinos de Aztlán, porque diz que ese libro no fue escrito por don Miguel de Cervantes, como si no hubiera otros Migueles, émulos del complutense. En fin, en esos departamentos no hay más que chupatintas, sanguijuelas, chinches y lambeculos culturales. Explotan la lengua y la cultura, y diz que se la enseñan a sus estudiantes, pero no la juzgan digna de enseñársela a sus propios hijos. La lengua y la cultura chicanas las tratan esos profesores como una mercancía más.

-Ya veo por qué está usted amargado y frustrado. Pero pudo haber seguido su profesión y haber enseñado a los estudiantes lo que usted sabe.

-¡Cómo se ve que no has vivido! ¿No ves que el mal no está en algunos individuos, ni siquiera en todos los individuos? El mal está en la totalidad, es decir, en el sistema.

-Además de amargado y frustrado, es usted un fracasado.

-Mira, muchacho, yo no soy un fracasado. Yo he vivido mi corta vida y carrera intensamente. En mis cincuenta y tantos años, he vivido la vida que muchos centenarios no han sido capaces de vivir. Más de la mitad de mis energías las he empleado para ayudar a otros. Desinteresadamente. He peleado contra molinos de viento. Me han llamado loco, o tirado a lucas, como dice la plebe. Y lo peor es que muchos de esos a quienes ayudé, fueron peores que los perros, porque los perros, a pesar de ser perros, son más agradecidos que la gente. Y ésta es más perra que los mismos perros. Mira a Emiliano. ¿Qué bípedo pudiera ser tan fiel como este cuadrúpedo?

-Perdone, pero no quise ofenderlo.

-A mí ya no me ofendes ni tú ni nadie. Estoy sobre esas mezquindades, porque ya no me siento miembro de esa especie animal que llaman eufemísticamente Hombre.

Miguel creyó propicio no continuar, porque francamente sintió miedo de caer en un abismo. Sintió algo allí muy adentro, algo que le fallaba, como si se cayera de un precipicio. Permaneció un rato sentado y, después de frotarse un poco la sien, se levantó y, con la disculpa de que ya era tarde, se despidió del doctor Lázaro Villa, alias «Leñero».

Era noche cerrada, y no había luna. Atravesaba el parque y tenía que buscarse camino para no tropezar con los árboles. Al llegar a su casa tuvo dificultad para meter la llave en el agujero de la cerradura. Sentía las manos frías. Se acostó, se echó las cobijas encima y escondió bajo ellas la cabeza.

Querido don Quijote:

¡Qué gusto me da saber que no estoy solo en el mundo, aislado del género humano! La diferencia es que tú flotas sobre la inmundicia humana y yo tengo que nadar contra corriente en un río de excrementos. La belleza y la justicia te han vuelto loco. ¿Cómo es posible eso? ¿Es que la injusticia y la fealdad son garantía de salud mental? Pero, veamos, ¿qué es lo que vuelve loco a uno? ¿Cuál es la causa de la locura? ¿La obra de arte? ¿Las ideas nobles? ¿La causa justa? ¿Quién nos ha calificado de locos? Los verdaderos locos, los feos, los impostores, los chupatintas y lambiscones, los...

L.

La noche seguía oscura, sin luna y sin estrellas. Parecía un vientre vacío, cobijado por las nubes. Se extendían éstas por doquier, como mechones de lana o bolas de algodón enlodado. De cuando en cuando aparecían huecos por donde se filtraba el frío. No se movían. Colgaban del vacío y tapaban el vacío. Estaban sujetas, encarceladas por dos abismos. En medio de una inmensa quietud, los perros se oían ladrar, alternando a espacios intermitentes. Era un ladrido penoso, largo y punzante, como el del coyote caído en la trampa de hierro que le tendiera el cazador, o como el de alguien que, a medida que desciende vertiginosamente al abismo, va dejando un hilo de voz imperceptible. La luz de la vela se apagó, y ya no se oyó más nada.

-Hijo, despierta que ya es tarde.

Miguel estaba sudando. Echó de encima las cobijas, y sintió que la pieza estaba fría. Se tapó de nuevo, frotó los ojos y se quedó mirando las cuatro paredes y el techo de la habitación. Por un instante se creyó encerrado, enjaulado. Saltó de la cama, se bañó y desayunó.

Era la clase de las diez, y no podía concentrarse en lo que el profesor decía. Sabía que emitía sonidos, como si estuviera vociferando. Movía los brazos, las manos, los dedos y los labios, como si estuviera tratando de decir algo. Se sentía incómodo en su escritorio. Quería moverse, desprenderse y no podía. Miró de reojo alrededor, y todos estaban lo mismo, como enjaulados. Volvió a fijarse en el profesor, que seguía con sus aspavientos, y creyó recordar a un domador de fieras aprisionadas. Seguía los movimientos del domador, como los ojos cautivos que siguen al péndulo del hipnotizador. Eran las once en punto y el timbre, que anunciaba el final de la clase, lo sacó del sopor.

Había transcurrido algún tiempo sin que Miguel hubiera hecho una visita a Leñero. Un domingo del mes de enero pasó por el parque. Serían como las dos de la tarde. Había alguna gente, en su mayoría hombres de edad. Cuatro de éstos se pasaban una botella de Johnny Walker. En otro banco estaba otro hombre, acostado sobre un banco. Despedía olor a vino barato. Muy cerca había otro hombre también solo. Portaba sombrero y botas de cowboy. Estaba pierna sobre pierna, con el brazo izquierdo sobre el respaldo del banco y, con uno de los dedos de la mano derecha, escarbaba consecutivamente los orificios de la nariz. Una de las esquinas del parque bullía con la algarabía de un grupo de niños jugando al béisbol, mientras en otro banco, escondido detrás de un arbusto, un muchacho le echaba el brazo derecho sobre el hombro de una muchacha para tentarle el pecho. Caminó hasta el fin del parque, y Emiliano soltó un gruñido escuálido. Leñero torció con dificultad la cabeza.

-Buenas tardes, muchacho.

-Buenas tardes, Leñero.

-¿Qué te trae por aquí?

-No sé.

-Pues eso es de gente despistada.

-Quizás me traiga la costumbre.

-La costumbre no espera tanto tiempo.

-Estuve muy ocupado.

-¿Haciendo qué?

-No sabía que se interesara por mí, ni que le importara el tiempo.

-Te has vuelto sarcástico.

-Es que tengo buen maestro.

-Y también te has vuelto irrespetuoso.

-Lo siento...

-¿Cómo va lo del periodiquillo?

-Bien. Tuve que escribir un artículo sobre los parroquianos del barrio Los Cuatro Caminos, y su visita al Obispo.

-Y, ¿qué?

-Pues que la gente se agüitó, porque diz que el Obispo quiere vender la vieja iglesia y el acre en donde está ubicada. Las malas lenguas dicen que el dinero que saque se lo va a llevar al Norte y construir una iglesia para los gringos.

-Razonable sospecha.

-Mucha Raza fue en marcha para ver al Obispo.

-¿Y?

-Su Secretario dijo que Su Excelencia se hallaba fuera de la ciudad.

-Y se volvieron calladitos a sus casas.

-A casa sí, pero calladitos no.

-¿Qué dijeron?

-Que volverían y, entre tanto, le mentaron la madre.

-Saludable réplica.

-Así somos.

-Cierto, aunque no todos.

-¿Qué quiere decir usted?

-Que todos, y no solamente unos cuantos, debieron hacer lo mismo en circunstancias semejantes.

-¿Por qué?

-Porque la Iglesia, como otras instituciones gringas, no hace más que chingar al pobre.

-¿No le parece algo fuerte e irrespetuosa esa expresión?

-No, me parece saludable y santa.

-¿Por qué dice usted eso?

-Sencillo. Porque el mismo Cristo azotó y se encabronó con los mercaderes del templo.

-Pero no dijo malas palabras.

-¡Vete tú a saber! Cuando a uno le da coraje, ni el más santo se escapa de darse un gustito así.

-¿Usted cree que la gente tiene derecho a hacer una cosa semejante?

-Y, ¿por qué no?

-Porque, creo yo, que la Religión es una cosa delicada.

-No confundas la Religión con la Iglesia, aunque debiera ser una y la misma cosa.

-Y, ¿acaso no son?

-Tu madre...

-No meta a mi madre en este asunto.

-Cierto. La Religión trata de Dios, y la Iglesia está hecha de hombres. Conociendo a los hombres, ya tienes la respuesta.

-Sí, pero los hombres, a quienes se refiere usted, son ministros de Dios.

-Y... del dinero, que, como decía el otro, es el excremento del diablo. El dinero mueve el mundo. Las Iglesias son como bancos. Su dios el dólar, y sus ministros, los banqueros.

-Pero esto no quiere decir que los obispos sean banqueros.

-No te convenzas tanto de lo contrario. Los obispos gringos, por ser obispos, no dejan de ser gringos. Fueron paridos por la misma madre. La Iglesia gringa no es más que una rueda de la monstruosa máquina que es esta sociedad. Funciona, por lo tanto, como el resto de la máquina, y con la misma grasa. La máquina es el sistema capitalista, y también lo es y tiene que ser la Iglesia. De otro modo se moriría. Y esto, como comprenderás, no le interesa.

-Entonces usted está diciendo que Cristo fundó una Iglesia capitalista.

-No seas pendejo. Cristo no ha fundado tal Iglesia. Si es que alguna Iglesia fundó Cristo fue la Iglesia comunista.

-Esto suena mal.

-Claro, como que estás endoctrinado, además de no haber leído el evangelio.

-Y, ¿cómo se atreve a decir que Cristo fundó una Iglesia comunista?

-Yo no lo afirmé. Yo dije «si es que...». Además, contéstame: ¿cuántas iglesias construyó Cristo?

-Ninguna, que yo sepa.

-¿Qué capital tenía Cristo?

-Ninguno, que yo sepa.

-¿Cuántas tierras compró Cristo?

-Ninguna, que yo sepa.

-Como te dije, sabes muy poco.

-Es que el padrecito nunca habla de estas cosas.

-Pues eso, eres menso.

-Déjese de insultos.

-Te digo la verdad y te enojas.

-Bueno, bueno, ya está bien. Pero, dígame, si es cierto lo que usted dice de Cristo y del comunismo, ¿por qué los padrecitos dicen que los comunistas no creen en Dios?

-Y, ¿quién te ha dicho a ti que la Iglesia capitalista practica el cristianismo?

-Nadie, pero está claro que nuestra sociedad cree en Dios.

-Mira, muchacho, el creer en Dios es una cosa muy cómoda y conveniente para la sociedad y la Iglesia capitalistas. Creyendo en Dios se lavan muchos la culpabilidad de crímenes horrendos. En realidad, son anticristianos, por no decir Anti-Cristos.

-Lo que usted está diciendo es algo horrible.

-Si Cristo volviera hoy día a esta tierra diría cosas aún más horribles que las que digo yo. Convéncete, bajo el nombre de Cristo se cometieron y se cometen las aberraciones más absurdas que la humanidad ha conocido y conoce. No tienes más que recordar que los últimos presidentes han invocado el nombre del Dios cristiano y lo han puesto de su parte para echar bombas atómicas y matar sin discriminación a miles y miles de mujeres y de niños inocentes e indefensos. Los obispos, que cacarean ser representantes de Cristo en la tierra, se ponen del lado de los ricos, de los que relucen panzas obesas, y se olvidan de los pobres, de los que hacen cola en el Welfare. Si se pusieran del lado de los pobres, perderían la lana que le dan los ricos. Son algo así como los grandes rancheros, que se creen cristianos, porque escriben cheques gordos y untan las manos obesas de los obispos. Éstos y aquéllos se aprovechan de la fe de los campesinos y gente sencilla y, con el cuento de que «de los pobres es el reino de los cielos», los explotan, les chupan el sudor y la sangre, y la usan para dar brillo y lustre a sus barrigas. Los obispos, en lugar de proteger a sus ovejas, se cruzan de brazos y dejan que los lobos se rían en las lomas.

-Esto no tiene sentido, es una locura.

-Como que el mismo Cristo estaba poseído de una locura utópica e infinita. Era comunista, pues.

-¿Cómo se atreve a decir eso?

-Porque es la pura pelona verdad. Y si no, dime ¿por qué en dos mil años de existencia el Cristianismo no ha hecho más progreso?

-No sé.

-Porque es impracticable, dada la naturaleza perversa del hombre, sobre todo del hombre occidental.

-Y, ¿cómo se llevaría a cabo este saneamiento de la naturaleza del hombre, sobre todo occidental?

-Practicando lo que dijo ese Loco.

-Leñero, ¿me permite hacer una observación?

-Tú dirás.

-El loco es usted.

-No eres el primero que así me ha calificado. Por eso estoy como estoy: desahuciado.

-Lo peor es que, si le sigo escuchando, me va a volver loco a mí.

-Como dice el proverbio: «dime con quién andas y te diré quién eres».

Era todavía temprano cuando se volvió a casa. Su madre estaba regando las flores del jardín. Aunque era invierno, el sol se aliaba a sus manos para que ella tuviera las rosas más bonitas de todo el barrio.

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