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Crónica del Reino de Chile


Pedro Mariño de Lobera



CRÓNICA DEL REINO DE CHILE, ESCRITA POR EL CAPITÁN D. PEDRO MARIÑO DE LOBERA, DIRIGIDA AL EXCELENTÍSIMO SR. D. GARCÍA HURTADO DE MENDOZA, MARQUES DE CAÑETE, VICERREY Y CAPITÁN GENERAL DE LOS REINOS DEL PERÚ Y CHILE, REDUCIDO A NUEVO MÉTODO Y ESTILO POR EL PADRE BARTOLOMÉ DE ESCOBAR, DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS




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Preliminares


Al Excmo. señor don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete y vicerrey de los reinos del Perú y Chile. Bartolomé de Escobar, de la Compañía de Jesús, salud y eterna felicidad en nuestro Señor Jesucristo.

Una de las cosas, señor Excmo., que me aumentan el gusto que en servir a V. E. con estos renglones recibo, es el hallarme desobligado a prolongarlos, con escribir el punto, que por una parte es inexcusable y por otra pudiera causar prolijidad, habiéndose de explicar como la materia pide. Esto es tratar del fin que me movió a escribir de nuevo esta historia, el cual, constándole a V. E. no ser otro sino la voluntad y obligación que de servir a V. E. tengo, me parece estoy justamente eximido de renovarlo; pues ultra desto ninguna otra cosa fuera parte para ello. Porque, aunque la materia no sea la que derechamente mi profesión ejercita, mas bien mirada, no la tengo por fuera della, pues a un príncipe tan defensor de la religión cristiana, y celoso de su aumento, y tan protector de las particulares religiones y afecto a ellas, y señaladamente a nuestra Compañía de Jesús, cualquier servicio que se le haga se puede presumir que redunda en lo que todos pretendemos, que es la gloria del nombre de Cristo, a la cual todos debemos aspirar ante todas cosas. Y no tengo por cosa muy remota deste intento el asunto que he tomado en esta historia, pues se trata en ella originalmente el modo cómo entró y se ha ido aumentando en estas partes nuestra santa fe católica, para que en semejantes ocasiones tenga el lector aviso de cómo debe proceder así en seguir lo que aquí se da por lícito y loable como en evitar lo menos puesto en razón, y aun lo exorbitante della, si hallare algo que merezca tal nombre. Ni tampoco es razón que deje yo de estimar por suficiente motivo el que tiene por tal V. E., que es no dejar frustrados los trabajos de don Pedro Mariño de Lobera, autor de esta historia, el cual con extraordinaria diligencia escribió así las cosas de que fué testigo, como persona que se halló en Chile casi a los principios de su conquista, como las que inquirió con tanta solicitud, que ninguna cosa más deseaba que el no ver en su historia cosa que discrepase un punto de la verdad averiguada. Y desto puedo decir que soy testigo; porque del mesmo modo con que conmigo hablaba desto pocos días antes que muriese, colegía yo claramente ser pura verdad la que trataba, porque en su sinceridad y llaneza no pudiera caber doblez o ficción que pudiera disimularse sin echarla de ver, mayormente quien tanto daba y tomaba con él en esto como yo. Y bien se le echa de ver que no atendía a otra cosa sino a la verdad sola y apurada; pues ni se curó de lenguaje ni estilo ni de buscar quien le fuese ayudando en este asunto al tiempo que escribía, siéndole tan necesario como persona que demás de su natural sinceridad se había ocupado siempre en las armas y en ejercicios militares nada concernientes a este ministerio; tanto que habiendo acabado de escribir su historia, deseando que se redujese a disposición, lenguaje y estilo, se contentó con quien tan corto caudal y suficiencia tiene como yo, que por reconocerla tanto no me atreviera a salir a esto si no fuera mandado de V. E., cuya benignidad suple mis faltas, animándome a más de lo que, por, mí solo me fuera justo. Verdad es que no reparo tanto en el ingenio mal subtilizado, lenguaje y método mal proporcionado a lo mucho bueno que se requería para la descripción del reino de Chile, la diversidad de sus temples, la abundancia de sus mantenimientos, la ferocidad de sus naturales y riqueza de sus minas y, finalmente, el discurso de su conquista y asiento, en lo cual no va mucho estar más o menos bien puesto en orden histórico y elegante estilo; lo que he temido es solamente el emprender esta obra en cuanto tiene insertas las memorables hazañas de V. E., que mientras más tengo que escribir dellas, tanto menos acierto a referirlas, sin bajar mucho de los quilates a que ellas suben. Pero ningún hombre discreto se espantará de que yo no atine a ponderar como es razón el haber V. E. siendo de veinte y dos años cuando entró en el gobierno destos reinos, salido con empresas, que arguyen cincuenta de madureza y muchos más de experiencia; como se verá en el discurso desta historia. Bien sabe todo el mundo de la manera que entró V. E. a apaciguar un reino inquieto y rebelado entre bárbaros de dobladas fuerzas y temerarios bríos, y entre españoles medio alborotados, estando sin concierto y orden el estado de las cosas, y haberlo dejado todo tan llano, cuanto antes y después, que V. E. alzó mano de su gobierno esa ......destruido y miserable. Gran cosa fue, sin duda, el haber V. E. en...... dos generales españoles aposesionados de la tierra, enviándolos...... fuera del reino y pacificándolo en todo; y habiéndose con los suyos con tal equidad y peso, que no hiciesen género de desdén o desafuero; grande el haber entrado en aquella ......famosísimas batallas campales con tan reducido número de soldados entre el excesivo de los bárbaros belicosos, saliendo siempre con la victoria; grande el haber acometido a una fortaleza entrándose sólo por la puerta entre veinte mil enemigos, teniendo apenas veinte soldados que le siguiesen; grande el haber fundado siete ciudades y puesto en orden las que estaban antes desconcertadas, y no menos grande el haber hecho mucho y sacar nada de interés de las Indias, como consta en todas ellas. Pero lo que es más que grande y de mayor ponderación es el común sentir no sólo de los españoles, que en todo Chile y el Perú han llorado tanto la ausencia de V. E. cuanto deseado su venida; mas también la voz de los mismos bárbaros, que perseveran en la guerra, los cuales públicamente han clamado desde entonces que con ninguno otro medio se allanarían si no es con V. E. De suerte, señor Excmo., que la falta que en mí reconozco de los requisitos para escribir exactamente cosas tan aventajadas me había puesto casi a punto de desistir deste laberinto; mas considerando atentamente las circunstancias, me pareció que la cortedad de mi caudal para tratarlas, por una parte es ganancia de V. E. sin pérdida mía, y por otra granjeo yo mucho sin disminución del nombre de V. E. Digo ser ganancia, pues lo es, y muy ilustre, que las obras de V. E. sean tales que no haya ingenio que acierte a darles el punto en que ellas están, y sin menoscabo mío, pues no pierdo yo nada en no llegar a lo que ninguno alcanza. Dije también ser interés mío, porque mientras el lenguaje y estilo es más humilde, se colegirá más claramente no haber en mi intento alguna mezcla de otro fin, fuera del que me he propuesto de servir a V. E., pues no viendo en mí cosa de que se pueda hacer ostentación de mi parte, presumirá cualquier discreto que está de parte de V. E. todo lo que me mueve y no otra cosa, y esto sin detrimento de las hazañas de V. E., pues son ellas tan manifiestas a todo el mundo que ni el alto estilo las acumula ni el bajo las disminuye. Y cuando, no estuvieran por sí mesmas tan notorias, fueran agora manifiestamente conocidas por las presentes del gobierno y justicia que V. E. en el Perú administra de que somos todos testigos; donde así las pías como las grandiosas hinchen enteramente el vacío que el marqués mi señor, padre de V. E., dejó en su muerte, según con razón esperamos, dichosa, nunca acabado de llenar hasta el tiempo en que V. E. vino a ello. Pregúntelo a los pueblos de indios cuyas iglesias estaban arruinadas por haberlas arrasado con el suelo los furiosos terremotos pasados, y están ya todas reedificadas con tantas ventajas que en sólo este valle de Lima, donde V. E. reside, ha fabricado cuatro. y reparado las demás en lo necesario; lo cual se ha hecho a este tenor en los demás lugares deste reino; díganlo también los hospitales, así el de los españoles, fundado por el marqués mi señor, padre de V. E., y el de San Diego ahora de nuevo edificado, y favorecido con el amparo de V. E., como el de los indios, gente a quien V. E. con particular afecto favorece y ampara; pues vemos que actualmente está V. E. aumentando estas casas, ilustrándolas con hermosas fuentes no menos útiles para el servicio que deleitables para recreación de los enfermos, socorriéndolos con este regalo que gozan hoy todas las religiones y lugares públicos desta ciudad de los Reyes con tanta abundancia Y hermosura que parece era otra la ciudad cuanndo V. E. entró en ella de lo que es ahora,,en la sazón presente. Y no quiero que seánn solos enfermos los indios que atestiguan con esto, sino todos universalmente de cuálquiera disposición y estado; a los cuales, como a gente miserable y amilanada, ha eximido V. E. de gravísimas vejaciones, siéndoles refugio y alivio en todas cosas, así temporales como espirituales,. de que estaban no poco necesitados. Veo también que los motines y desconciertos que en unos lugares se rugían, y en otros comenzaban a tramarse, les cortó V. E. los bríos sin dejarles alzar cabeza, apagándose como centella los que, faltando la prevención y diligencia de V. E., pudieran ser de tanto detrimento que pusieran al reino del Perú en contingencia y a canto de perderse, si Nuestro Señor, por su misericordia, no tomara a V. E. por instrumento para allanarlo todo en sus principios, poniendo resguardo a lo que si viniera a más rompimiento tuviera, sin duda, fines desastrados. Dejo aparte la nueva población de Castrovirreina para el asiento y labranza de las ricas minas de nuevo descubiertas, y otra semejante hecha en Guailas, de no menos prósperas esperanzas, ni tampoco hago mención del nuevo pueblo de San Lázaro, ni de la insigne fábrica de las casas reales de la habitación de V. E., ni de la grande cantidad de artillería y munición con que.V. E. ha ilustrado y fortalecido la tierra y guardado el mar, cosa que no poco admira a los que ahora diez años ni vimos rastro desto, ni aun pudiéramos persuadirnos que en cien años viniera pueblo de las Indias a tanta medra, como hoy vemos, estando así esta ciudad de los Reyes como su puerto de mar y navíos que por él navegan tan lleno todo de piezas gruesas, tan perfectas y bien labradas, que creo nos podrían tener envidia los lugares que en Europa están más guarnecidos y pertrechados, lo cual toco tan de paso no porque la cosa no sea digna de ponderación y estima, sino porque la veo mejor declarada por los efectos. Me remito, pasando a otra cosa tan pía cuanto liberal, según de la mano y generosidad de V. E. se esperaba. Esto dirán mejor no pocos hombres honrados tan pobres que andaban casi muriendo de hambre, a los cuales ha auxiliado V. E. ......no cesan de echarle bendiciones. De manera que siendo las......que V. E. ......Chile notorias a todos, así por sí mismas como por las presentes que gozamos, no puede mi cortedad de razones perjudicar a sus trofeos, cuanto más que ......en mi facundia para poder cumplir con la materia, me reprimiera al conocer la condición de, V. E......no gusta tanto de ver sus hazañas escritas en los autores cuanto de ser autor de ellas por la obra. Y por haber tenido atención a esto el capitán don Pedro Mariño de Lobera, y....... en que destas cosas insignes y memorables de V. E. que él tenía escritas antes de que V. E. viniese por vicerrey de aquestos reinos, se cercenasen no pocos renglones por haber ya V. E. venido, por cuya mano había de pasar este libro, las cuales estaban lejos de deberse quitar tildes dellas, pues antes se les debía de, añadir mucho si hubieran de pasar por otra mano. Y desta limitación que pusimos...... según nuestra voluntad y la mesma casa que ......en todas ellas......los originales primeros desta historia, los cuales ...... muchos años antes que V. E. viniese quitan toda sospecha de lisonja, pues estaba el autor bien descuidado de ver en estos reinos a V. E., sabiendo como hombre ......experimentado que la cosa ......más deseada es la que está más lejos de venir a efecto, y el haber Dios Nuestro,Señor cumplido el universal deseo destos reinos, trayendo a ellos tal príncipe, por quien tanto anhelaban todos desde el día que V. E. salió de ellos, me persuado haber sido por querer su Divina Majestad enviar un común refrigerio a estas tierras a tiempo que estaban en medio de tantos infortunios y calamidades, que todos por nuestros pecados experimentábamos. Ninguno hay a quien no le conste que halló V. E. los pueblos con excesiva carestía de mantenimientos, universal hambre, enfermedades y pestes gravísimas, apenas a la sazón fenecidas del todo, edificios arruinados lastimosamente con los extraordinarios terremotos que poco antes habían precedido, con otras muchas calamidades dignas de propia historia, todas las cuales se trocaron en tanta prosperidad y contento, que somos todos testigos que de treinta años a esta parte no se ha visto tan común sanidad y buenos temporales; ni abundancia de frutos y ganados tan copiosa; ni tanto lustre y crecimiento en las ciudades, así por los edificios restaurados como los de nuevo fabricados desde los cimientos: no olvidándome de lo que el verlo cada día a los ojos no me dejara olvidar aunque quisiera, que es el haber dado V. E. asiento y orden en dos cosas de las principales que ejercita la república cristiana: la una la prevención y ensaye ordinario en el ejercicio militar, y la otra, el crecimiento y buen progreso de las letras, que cuando no hubiera más que ver a esta ciudad de los Reyes tan ilustrada con tantos colegios y seminarios, unos de nuevo fundados por V. E. y otros aumentados con su favor y amparo, era motivo suficiente para tener por felice su venida a estas partes. Cuanto más. si tocase el punto que prepondera casi a todos los que he tocado, que es haber salido estos reinos de un género de opresión y aun ignominia de la befas que cada día nos hacían diversos piratas ingleses, entrando y saliendo por este mar del Sur como por su casa, y saliendo siempre con la suya con no echar vez lance en vano sin llevar presa, tanto, que parecía se andaban paseando por el mar, tomando los navíos que les hacían al caso sin resistencia alguna, y hallándolo todo a pedir de boca, sin haber quien se lo demandase con no pequeña nota de la honra española, que no suele sufrir que se le hagan semejantes burlas y gasquetas, ni dejarse estar tan sojuzgada como lo estábamos de estos corsarios, que nos tenían puesto, como dicen, el pie sobre el pescuezo. Bendito sea Nuestro Señor que nos ha traído tan deseado príncipe y tan cabal en todo lo que habían menester tan precisamente estos reinos, pues la primera vez que estos enemigos acometieron entrar en tiempo de V. E. fuerontodos destruídos con desastrados temporales antes de embocar por el Estrecho de Magallanes, como se vió el año de noventa y dos, y la segunda vez, que fué el año de noventa y cuatro, cuando vino el general Richarte de Aquines, de tres navíos que traía perdió los dos en el camino, quemándose uno ante sus ojos y el otro yéndose a fondo sin poder socorrerle aunque lo veía, y aun el mismo general, que se tenía por mejor librado en haber entrado con su capitana y lancha a correr esta costa, ni halló en ella de aquellas presas que sus antecesores; ni dejó él de quedar preso, por haber puesto V. E. diligentísima prevención y resguardo en que todo estuviese puesto en cobro; y juntamente cometiendo esta empresa a la persona más calificada destos reinos, que es el señor don Beltrán de la Cueva, hijo del conde de Lemos y hermano de mi señora la marquesa, con cuya jornada y el orden con que V. E. procedió en dar alcance a este corsario, le hubo a las manos V. E. a él y a todos los suyos, tomándole el navío y lancha y poniéndole en la prisión, donde al presente está, cual todos vemos. Y no quiero dejar de advertir por respeto de los que en Europa podrían leer esta victoria, que no se debe quilatar de la manera que en Italia o España se hiciera, sino como cosa mucho más excelente que allá pareciera, atento a la disposición deste reino, cuyos moradores calificamos esto por gran negocio, como gente que tocamos con las manos las cosas de por acá y sabemos la incomparable dificultad que hay en salir con semejantes empresas; todo lo cual escribo sin recelo de sospecha de adulación alguna, sabiendo que la gloria y alabanza se debe a Dios primeramente, para la cual es justo no ocultar tan manifiestas misericordias, y para acordar a V. E. ......ni estado, cuanto le incumbía a obligación de dar incesablemente gracias al Señor, a quien ......tomando a la de V. E. por instrumento para poner ......perfectamente. Y por resolución de esta carta sólo me resta que decir que, aunque yo no soy autor desta historia, ni he añadido cosa concerniente a la sustancia, antes quitado......por evitar prolijidad, y si algunas he de nuevo escrito, son algunos puntos comunes al Perú y Chile que yo he visto, y han sido necesarios para declaración y entereza de la historia, de suerte que......por mi ......he puesto, por la mayor parte no es más que la disposición y estilo, deseando dar a cada cosa la ponderación y punto que se le debe; pero cuando llegué a escribir la parte que en esta crónica a V. E. pertenece no me satisface con que tuviese un autor solo, sino dos juntos, pareciéndome que por ser cosas tan heroicas y extraordinarias no era razón perdonar punto de la autoridad que se le podía dar a la historia, y para ayudar yo algo ......de mi profesión, hice. ......informándome muy por menor ......fidedignas que en Chile conocieron a V. E., y hallándolas tan contestes......Pedro Mariño de Lobera, finalmente no pude añadir cosa de sustancia ultra ......una nueva autoridad, que ......exámenes deben resultar en lo que escribo. Lo ......mente en el acatamiento de V. E., de cuya mano espero que la ha de venir a este libro el ......que tanto el ......deseo, y yo no he acertado a darle, teniendo V. E. a los largos trabajos, y continua diligencia de don Pedro Mariño de Lobera, y lo ......deseo servir a V. E., que parece obliga a la generosidad de tan gran príncipe a favorecer sus intentos, levantando de quilates lo que yo, por mi parte, he deslustrado, aunque no por eso des ......de la confianza que en la benignidad de V. E. tengo, que recibirá por servicio este pequeño cornadillo, que yo he puesto corno de siervo y capellán, que se ocupa mucho más que en esto, en aplicar a Nuestro Señor guarde la excelentísima persona de V. E., como todos estos reinos, y otros muchos, lo ......para mayor servicio y honra de Nuestro Creador y Señor Jesucristo, al cual sea siempre la gloria que le es debida, y espero en su infinita bondad dará a V. E. un eterno descanso y bienaventuranza como todos sus siervos y capellanes desta mínima compañía con la debida instancia le suplicamos.

BARTOLOMÉ DE ESCOBAR.




Al cristiano lector

Entre las infelices calamidades que universalmente se experimentan en estas Indias, no es la menos de llorar la inquieta inestabilidad del estado de las cosas que casi siempre se toman como de paso y de prestado, atendiendo cada uno al blanco de su pretensión, y alzando mano de lo demás, dejándolo correr por do corriere. Quiero decir que la mayor parte de los hombres que pasan de Europa a estas partes emplean su conato en atesorar las riquezas a que vienen anhelando, con designio de dar la vuelta a sus deseadas patrias, para gozar en ellas los bienes que en las Indias hubieren acumulado. De aquí es que todas las demás cosas que son concernientes al aumento de sus haciendas, se miran como propias, y las que desdicen desto, como ajenas y fuera de propósito o como casa de alquiler, que es mirada con muy diferente cuidado de propio dueño, o del inquilino, que no mira más de tener casa en que vivir por aquel año, aunque al fin dél quede tan deslustrada que no pueda otro entrar a habitar en ella. En efecto; los ejercicios a que en la América se han dedicado los que de fuera han venido a ella han sido sacar oro y plata, o ayudar a ello, sin tomar de propósito el levantar y autorizar las cosas de esta región con amor y afectos a ellas como a propias; antes usan lo que con la misma tierra, que en sacando el metal de los minerales lo desentrañan cuanto pueden, recogiendo la plata y echando, como dicen, por ahí la tierra. De aquí procede el poco caso que hasta aquí se ha hecho de poner en historia las cosas memorables deste nuevo orbe, habiendo en él tantas y tan extraordinarias y de tanta admiración para todo el mundo. No quiero cansar al lector acumulando razones para apoyar la utilidad y aun importancia de escribir historia; baste para confirmación de todo, el haberla usado gravísimos autores, y los dichos de todos los sabios que intiman este asunto como absolutamente necesario. No poco ponderó Cicerón este punto cuando dijo en lo de oratore: la historia es testigo de los tiempos; luz de la verdad; vida de la memoria, y maestra de la vida. Y así en las repúblicas bienordenadas habrá hombres eruditos diputados para escribir sus anales y para que la diuturnidad del tiempo no pusiese en olvido sus grandezas. Bien se colige la estima que los antiguos tenían desto, del uso de los romanos, los cuales levantaron estatua con lengua de oro a Josepho Histórico, con ser extranjero, y a otros muchos, como consta en sus escritores. Y no fuera de pequeño inconveniente el andar a ciegas sin saber hacer distinciones de personas nobles para echar mano dellas cuando se ofrecen lances de importancia, las cuales personas se disciernen de la gente vulgar y de menor grueso por lo que de sus antepasados se lee en las historias, sin las cuales mal se pudiera averiguar la aintigüedad de la prosapia y origen de cada uno, y los esclarecidos hechos por los cuales merecieron sus antecesores la honra y opinión en que son tenidos los descendientes. Cuanto más que para emplearse un hombre en este ejercicio basta el ver que muchos hombres de sutiles ingenios han estado en innumerables errores por carecer de historias, con las cuales han venido en conocimiento de la verdad otros muchos de moderados y aun cortos entendimientos, pues nadie duda haber sido raro el caudal de ingenio de Aristóteles, el cual se despeñó en graves desatinos acerca de la creación del mundo y de las cosas consiguientes a ésta, estando certificados de la verdad innumerables hombres de humildes entendimientos, porque gozan de las historias sagradas, las cuales instruyen al lector en lo que, según la ley católica, todos confesamos. Viene muy a propósito lo que pasa en las mismas Indias, donde al presente estamos, de cuyos naturales ni sabemos el origen, ni de qué parte, o por qué vía hayan aportado a estos reinos, y andamos conjeturando acerca desto, sin atinar con el rastro de la verdad, no con poco disgusto de los hombres políticos y curiosos, solamente por faltar historias antiguas desta tierra, por la barbaridad de aquesta gente. Y es esto de tanto inconveniente que, aun los que sabemos las cosas que han pasado de dos o tres mil años a esta parte entre los lacedemonios, atenienses y espartanos, y en otras regiones remotísimas, que no nos tocan, solamente por la curiosidad y vigilancia que tuvieron en escribir historia, andamos a ciegas en las cosas que sucedieron ahora ochenta o noventa años en los mismos reinos que habitamos. Y entre otras muchas utilidades que trae la historia no es la de menos estima el ser incentivo de virtud a los lectores, porque, como dijo Horacio, más remisamente mueven las palabras que los ejemplos, o sabidos por relación de las historias, o vistos por los ojos. No puede negarse que el ver a otros que fueron de la misma masa y condición nuestra frágiles y deleznables y, como dicen, en carne y hueso, finalmente hombres que venciendo sus naturales inclinaciones...... todo por no faltar a Dios, ni a su rey, ni al pundonor ......y de......con ......a los pere......y por otra los hizo salir ......cualquier negocio heroico, y......por ganar lo que ganaron los que hicieron lo, que ellos imitan. Y por decir mi sentimiento desnudo de toda afición y sin recelo de que alabo cosa mía, me parece que está la historia que escribo tan...... de esterilidad en esta parte que antes hay materia a manos llenas. Porque si el lector pondera los intolerables trabajos, memorables hazañas y valerosas empresas, no sé por qué deba anteponer ni hacer más caso de los famosos hechos de los griegos, romanos y asirios, ni tener por más señalados los de Alejandro Magno y Julio César, pues hallará aquí Héctores, Aquiles y Roldanes tanto más dignos destos nombres y otros de más estofa; que si alguna diferencia hay entre aquellos antiguos y estos nuestros, es el ser más averiguada verdad la que ...... que los ......bien ponderados de las suyas. Mas a la verdad la ......que yo hallo para que estas cosas no hayan dado tan grande estampido en el mundo ......dos a los que las oyen, es el ser cosas de Indias, las cuales han caído entre hombres ......y mercancías, no entre Josephos, Homeros, Titolivios ni Plutarcos. Que si hubiera. ......de cronistas que de......ya reconociera el mundo que no es uno ni diez ...... Cides que ha tenido España escondidos en este rinconcillo del reino chilense. Y ......estos tan valerosos hombres ni han dejado estatuas levantadas, ni suntuosos ......su memoria, tengan siquiera por algún premio de sus trabajos el ser en paz ......historia, aunque. con cierto menos aparato que ellos merecían, pues ni yo puedo dar alcance cumplidamente a este asunto, ni me atrevo a arrojar a los que con razón pudieran poner las cosas tales que podrían causar algún género de sospecha a quien no ha visto la fiereza, multitud y fortaleza de estos bárbaros, mayormente tucapelinos y araucanos, ni considera más de cerca las grandiosas obras que por acá se han hecho tan insignes y calificadas, que aun yo mismo no pudiera creer haberlas hecho a otros que los españoles.




Vida del capitán don Pedro Mariño de Lobera

Autor desta historia


Don Pedro Mariño de Lobera fué natural de la gran villa de Pontevedra, en el reino de Galicia, hijo de Hernán, Rodríguez de Lobera y Rivera y de doña Constanza Mariño Marinas de Sotomayor. fué su padre regidor perpetuo del dicho pueblo y capitán general en su costa de mar por S. M. real del, emperador don Carlos V, habiendo guerra entre España y Francia, desde el año de 1538 hasta el de cuarenta y dos, en el cual tiempo, con celo de la honra de la M. Cesárea, puso la espada en la cinta a su hijo, don Pedro, autor de esta historia, dándole los consejos concernientes a la calidad de su persona para que procurase siempre dar de sí buena cuenta, esmerándose en las cosas de virtud y llevando adelante las buenas costumbres de sus progenitores. Habiendo, pues, servido a su padre en oficios de su ejercicio militar algún tiempo, lo pareció que le estaría bien dar una vuelta en las Indias, y así lo intentó y trató con su padre, cuya licencia y bendición alcanzó, con la cual puso en ejecución su deseo, saliendo de su patria el año de 45. El primer viaje que hizo fué a la ciudad de Nombre de Dios, de la cual dió la vuelta para España, más por justos respetos que le movieron que por desistir de la prosecución de sus intentos. Mas como llegase a la Habana para de allí pasar a España, acertó a venir en aquella coyuntura el licenciado Gasca por Presidente del Perú, el cual halló a don Pedro de Lobera en este puerto de la Habana y le hizo echar por otro rumbo, enviándolo a la Nueva España con ciertos recaudos de importancia para don Antonio de Mendoza, vicerrey de aquel reino. Dio tan buena cuenta de sí en este negocio que, pasando el mismo vicerrey al Perú a gobernarle, lo trajo en su compañía hasta esta ciudad de los Reyes, donde hizo asiento. Mas como don Pedro era tan aficionado a las armas y supo que en el reino de Chile había no poco en que emplearse acerca desto por las continuas guerras que hay entre los indios naturales de latierra y los españoles, púsose en camino para allá, adonde llegó el año de cincuenta y uno. Lo que en esta conquista sirvió a S. M., los trabajos que padeció en razón de esto, la gran suma de dineros que gastó, quedando al fin pobre, por no haher recibido alguna paga o género de remuneración, se verá mejor en el discurso de la historia, la cual él escribió con suma diligencia, desvelándose en inquirir las cosas que dejó escritas, y aunque su lenguaje y traza en el escribir, demás de ser el que ordinariamente usan los de Galicia, era de hombre ejercitado más en armas que en libros, y la letra que escribía era mal formada, con todo eso tomando en las manos un papel y tijeras cortaba unas letras tan perfectas, que ningún maestro las sacara mejores con pluma y tinta. Y de estas letras hacía muchos rótulos en derredor de las cortaduras, que cortaba con tal primor que por gran servicio las presentaba a cualquier príncipe. Y lo que más me espantaba era que, siendo harto viejo, tomaba un papel de dos dedos de ancho y de largo de todo el pliego y lo cortaba por medio por lo grueso, haciendo de una mesma tira dos del mesmo ancho y largo, pero mucho más delgado que estaba antes. Y con la misma sutileza tomaba un manojo de cabellos y los iba cortando de abajo arriba, haciendo de cada uno dos sin quitarles punta del largo que tenían. Lo cual escribo por ser curiosidad muy particular y una gracia muy buena en un caballero que tenía la mano hecha a la lanza, como más largamente se refiere en la historia con las demás cosas de su vida. Murió a fines del año de noventa y cuatro en la ciudad de los Reyes, a la cual había venido de Camaná, donde había sido corregidor sin haber aún sacado a su mujer del distrito de su corregimiento por haber poco tiempo que había dejado el tal oficio. Recibió todos los sacrámentos con la preparación debida en hombre tan cristiano, dejándonos esperanzas de que Nuestro Señor le tiene consigo en la eterna felicidad, para que todos fuimos criados.








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Libro primero



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Parte primera


De la situación y conquista del reino de Chile hecha por don Diego Almagro



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Capítulo I


De cómo el adelantado don Diego de Almagro tuvo noticia del reino de Chile y se puso en camino para descubrirle


En las Indias Occidentales, con razón llamadas nuevo orbe, así por la grande longitud de su distrito como por estar tan remotas de las tres regiones conocidas de los antiguos, está un reino llamado Chile en la parte última desta nueva región llamada América, de que tratamos, el cual, aunque no está en mayor altura que de veinte y cinco a cuarenta y dos grados, que tiene este reino de longitud yendo de Norte a Sur, con todo eso es el más llegado al polo Antártico, llamado medio día, que hay en toda la América, porque la tierra que va más adelante acercándose al dicho polo austral, o es despoblada, o por descubrir; la cual se va prolongando por el largo estrecho de Magallanes, cuyos moradores apenas se sabe cuáles sean; y así hablando de la tierra conquistada por los españoles, es la deste reino de Chile la más próxima al Sur y la de mayor altura que hay en su región. Por la otra parte, que se va apartando del medio día, confina con el Perú, aunque tiene en medio tantos despoblados y provincias casi desamparadas e incultas, que hay más de quinientas lenguas deste reino de Chile a lo que propiamente se llama Perú, mayormente si se toma el lindero por la parte marítima, porque tomándole por la tierra más alta, que está de la otra parte de la cordillera, confina este reino con el de Tucumán, que está inmediato al Perú; y así, el descubrimiento de este reino de Chile fué inmediatamente hecho después que el Perú fué descubierto y por los mismos conquistadores, por el orden siguiente, remitiéndome en lo que toca al Perú...... historia.

Habían ......en la ......el marqués don Francisco ......y un caballero llamado don ......de Almagro, como los principales cabezas ......caudillos, de suerte que S. M. ......emperador Carlos V, rey de n ......ñas para satisfacer al ......como a sus ......mandó que el...... del ......conquistado estuviese ......de ......marqués fué gobernador ......del reino que estaba más lle ......don Diego de Almagro ......de la ciudad del ......y aunque es verdad ......de la conquista que ......en la tierra, no fué cosa de duda, porque todo el caudal eran pedazos de oro, y ......que estaban recogidos en las huacas; ......cuales son unas grandes cuevas llenas de huesos, retretes oscuros que servían, así...... oráculos de los demonios que hablaban a los indios hechiceros en aquel lugar; como de enterramientos suyos; y por ser costumbre de los indios principales llevar consigo todas sus riquezas al sepulcro cuando mueren, vino con el tiempo a crecer mucho la riqueza de las huacas, y así los españoles hallaron al principio todo lo que había junto y, como dicen, ahechado. Mas pasado este primer lance y fortuna, no se hallaba ......riqueza de las minas, que ahora hay, porque no estaba descubierto el famosísimo cerro de Potosí, que es el más rico de todos los minerales de plata que se sabe en el universo; y así estaba la tierra menos...... Tuvo a esta sazón don Diego de Almagro relación de este reino de Chile, del......cada año gran suma de ......el rey Inca del Perú llamado Guaynacapac, y pareciéndole que sería negocio acertado proseguir su marcha hasta......Chile ......, cuyo conocimiento...... los bárbaros deste ......también ......y quien se habían de superar ......Y así se resolvió en poner en ejecución su intento comenzando luego a convocar alguna gente española, de la cual era ilustre gran parte y juntamente se previno de todas las armas que pudo haber ofensivas y defensivas con los de más instrumentos bélicos, munición y vituallas concernientes a tal entrada, y habiendo juntado como quinientos españoles, en cuyo ...... y avío gastó gran suma de ......por ser tiempo ......razonable ......tres y ......mil pesos, se pu ...... haciendo reseña de la gente ......entre los cuales hizo elección de capitán, del ejército, poniendo los ojos en los ......para tal oficio por ser el blanco que ......cosas debe poner a los ojos en todas las ocasiones donde hay comunidad, el procurar...... haya cabezas con mucha prudencia y ......es ......para esto las personas de más lustre y valor. Y así, en el primer ......que el adelantado...... salió por su teniente Orgóñez,. hombre ......por maestre ......Núñez de ......que industrioso; y tal fué también el alférez general Diego Maldonado. Por capitanes: Noguerol de Ulloa, Gómez de Alvarado, Ruí Díaz de Torres, Juan de Herrada, Juan de Saavedra y Francisco de Chaves, con cuya elección, puesto en orden el ejército, comenzó a marchar el año del Señor de mil y quinientos y treinta y cinco, precediendo el capitán Juan de Saavedra con su compañía, para recoger en la provincia de Paria alguna gente que estaba convocada, donde llegó el resto del ejército a pocos días, y descansó algún tiempo para poder proseguir en adelante. Habiendo hecho alto para renovar el orden con la nueva compañía, vino en busca del adelantado un indio llamado Pablo Inga, hermano de Topa Inga, que a la sazón era rey del Perú por muerte de Huaynacapac. Este Pablo traía consigo sesenta mil indios de pelea para ofrecerse con ellos, como ......Adelantado para ayudarle en su conquista. Dióle las gracias el Adelantado ......grandes...... agradecimiento ......ajeno de recelo en verse rodeado de tantos indios, los cuales, aunque venían en su favor y parecía felice suerte, con todo esto...... cuando .......y así trató con Pablo con achaque de evitar trabajos excusados, que escogiendo algunos sus más amigos, despidiese la gruesa de su gente; lo cual se ejecutó volviéndose a sus casas más de cuarenta mil indios, y siguiendo Pablo con el resto el orden que el Adelantado le daba en todo. Estando así confederados los españoles con los indios, fueron prosiguiendo el viaje comenzado hasta llegar a una provincia llamada Jupisa, en la cual tuvieron de nuevo el motivo que diré para su intento. Llegó un indio principal llamado Huayllullo que bajaba de Chile con el presente acostumbrado que aquel reino ofrecía al rey universal del Perú, el cual tenía en Chile dos gobernadores de aquel reino puestos por su mano, el uno en el valle de Mapuche y el otro en el de Coquimbo, de los cuales era envnado por embajador el Huayllullo; y era tanta la veneración con que en aquel tiempo respetaban los indios a su rey, que por más reverencia traían el presente...... en unas andas ricamente artificiadas con guarniciones de oro de martillo llevadas en hombros de indios principales, a los cuales hacían solemne recibimiento en todas las provincias por donde pasaban en honor de su rey, que así lo mandaba. Era todo el presente de oro fino en barretas y tejas que se suelen hacer por fundición del oro que se saca de las minas envuelto en la misma tierra donde se engendra. Pero entre esto traía dos gramos de oro criados en la misma tierra, que venían sin pasar por fundición, los cuales eran de extraordinaria grandeza, porque el uno pesó catorce libras, y el otro once, con los cuales era toda la suma de oro que traían hasta doscientos mil pesos de oro, que valían trescientos mil ducados, y en lugar de marca traían las barretas y tejas la figura de su rey. Recibió él Adelantado con muy buen rostro al indio embajador y con mejores manos el oro que traía, del cual se posesionó comunicando su intento con el Huayllullo y dándole razón de su viaje y aviso de que ya estaba libre de semejantes tributos, pues el rey del Perú era otro, al cual sólo se debía obediencia, conviene a saber el emperador Carlos V; y así le persuadió a que se volviese con él cesando en su viaje, pues había cesado al fin adonde lo dirigía. Condescendió Huayllullo con el Adelantado volviéndose con él a Chile; y era de ver el contento, y ......con que acudían los soldados a coger cada uno aparte los más largos ratos que podía a el embajador para informarse dél pormenudo de la riqueza de la tierra, el cual les hablaba tan al paladar que con el grande peso del oro que prometía los aligeraba más, que con espuelas a los caballos, aunque por entonces fueron forzados a hacer alto en aquel lugar, y yo en aqueste con la historia, dejando el progreso para el capítulo siguiente.




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Capítulo II


De algunos encuentros que tuvo don Diego de Almagro en el camino con los bárbaros en las provincias llamadas Jojouí, Chihuana y Quirequire, donde hubo una famosa batalla


En este asiento de Jupisa estuvo detenido el ejército más de tres meses, hasta ver cómo se podría allanar el paso, que, según se decía, estaba muy poblado de gente en la provincia siguiente, llamada Jojouí, por lo cual salió adelante por explorador un capitán con gente de a caballo y de a pie, a quien salieron a recibir los indios bárbaros, que estaban en la fortaleza de aquel puerto, convidando con la paz y amistad, para asegurar a los españoles, como lo hicieron, de suerte que se alojaron cerca de aquel fuerte, de donde enviaron al general aviso de todo, quedando todos ellos sin él, y con total descuido. No tardaron mucho los indios en descubrir sus intentos, dando de repente sobre los españoles con ánimo determinado, de manera que los hicieron retirar con pérdida de cuatro soldados, por más valentías que hicieron entre los indios. Sabido por el Adelantado estas desgracias, sintiólo íntimamente, sabiendo cuánto importa entrar con buen pie en semejantes coyunturas, y así lo dio a entender a los de su campo, representándoles la importancia desto para animarlos con la eficacia de sus razones, diciendo ser cosa de grande inconveniente ir a los principios de vencida, mayormente entre gente bárbara; la cual si al principio es sojuzgada de los bríos de sus enemigos, queda tan cobarde y amilanada, que no osa en adelante resistirlas, y, por el contrario, si a los principios sale con la suya, cobra tal orgullo y avilantez, que no hay quien después se pueda averiguar con ellos. Y en razón desto despachó al capitán Francisco de ......con ochenta hombres de a pie y de a caballo y algunos indios de su ejército para que fuesen a dar el debido castigo a los atrevidos bárbaros, con tal rigor que volase la fama por la tierra adelante, poniendo pavor a los demás indios que se habían de ir conquistando. Partió sin dilación aquella compañía bien pertrechada, y en llegando a la fortaleza ......en ella con toda diligencia considerando ......los lugares más a propósito para ......ella; y habiéndolo reconocido todos no pudo conocer lugar flaco, aunque por todas partes no cesaba de darle batería, prohibiendo...... y entrada de los contrarios. Acordaron los españoles de valerse del remedio más cierto y provechoso, que es la oración, sin la cual muy mal ......de momento, pues lo que los hombres...... no pueden acabar ...... industrias, después de haber hecho ......no de potencia, lo concluyen con grande facilidad acogiéndose a Dios ......es difícil ......mostrar de desamparar a los suyos en semejantes aprietos, para que se acuerden, que todo el bien ha de venir de su poderosa mano; como consta a cada paso de la sagrada escritura; y lo verá claramente el que leyere el capítulo veinte del Éxodo, donde se dice que estando el pueblo de Dios peleando con los Amalecitas ......Moisés alzando las manos a Dios puesto en oración, vencían los suyos, y ......bajan ......y aflojando en su ......de sus contrarios. Y así se experimentó en esta necesidad de que tratamos; porque se vieron tan apurados los bárbaros, que...... no pudiendo resistir al nuevo ímpetu de los cristianos desampararon secretamente aquella noche su fuerza, aunque por mucho que lo disimularon, no pudieron dejar de ser sentidos de los españoles, los cuales acudieron al ruido, y entrándose por la fortaleza no hallaron persona en ella, pero no fué lance en vano, porque demás de la provisión que en ella había de vituallas, tuvieron a los enemigos desencastillados, para poderlos seguir a placer hasta darles alcance, matando a los que iban en la retaguardia, y cogiendo la ropa y otras cosas que, por aligerarse, dejaban los fugitivos.

Poco después deste conflicto llegó allí el Adelantado con el ejército, y juntándose con él la gente que había precedido, fueron todos con buen orden en prosecución de su viaje hasta otra provincia llamada Chihuana. En este lugar anduvieron algunos españoles con tan libre soltura y demasía que hicieron muchos desafueros contra los indios de aquel asiento, entrándose por sus casas como por viña vendimiada a saquearlas. Cuya insolencia indignó a los moradores que estaban a la mira en las cabezadas del valle de tal manera, que arremetieron con ímpetu a dar en los desmandados, y prevaleció su cólera y brío, de manera que pusieron en huida a los nuestros, descalabrando algunos y cautivando a un soldado, cuyo nombre era Antonio de Salazar ......el adelantado ......refriega ......cuarenta hombres de a caballo y algunos de a pie, con los cuales salió a ponerse en celada usando un ardid de guerra astuto, y avisado desta forma, iban con el ejército muchos Yanaconas (que es nombre índico, el cual quiere decir, mozos de servicio) y ......que andaban entrada, no solamente servían de traer...... y leña, y ......de los caballos ......concerniente ......también ayudaban a sus amos en la guerra, como hasta hoy lo hacen los indios......de Chile, gu ......au...... y parie ......yanaconas, y los demás indios guerreros del ejército distribuyó el adelantado muchos por diversos lugares del valle, para que, estando por allí esparcidos, se ......en ello los enemigos; y al tiempo ......en ellos, sobreviniesen los españoles cogiendo a los contrarios a ......Dicho y hecho, apenas habían asomado los yanaconas cuando los bárbaros se vinieron descolgando por los cerros ......apriesa los arcos, crujiendo las hondas y haciendo volar por los aires recios dardos de pal...... con puyas de cobre y con menuda...... arrojadizas. Los españoles estaban viendo el espectáculo a pique para partir en oyendo la voz del Adelantado, que aguardaba sazón para hacer su lance; mas un soldado estaba tan violento con la dilación, que le comían los pies por abalanzarse, como lo hizo, sin aguardar órdenes. Apenas había salido de su puesto, cuando los bárbaros lo divisaron, y entendiendo la letra volvieron al punto las espaldas antes de llegar a lo llano, con lo que se perdió la ocasión de cogerlos en campo raso, donde los españoles son mejores. Picado el Adelantado, y sentido de que los enemigos se fuesen alabando, se arrojó tras ellos sin aguardar consultas, y así por la destreza que tenía en gobernar la espuela, y siendo como por ser el caballo de tanta estima, que había costado cinco mil ducados, en breve tiempo dio alcance a los bárbaros, y alcanzó a los dos últimos enemigos. A esto revolvió un consorte de los alanzados, hombre valiente y animoso, y tiró una saeta con tal violencia, que acertando a los pechos del caballo, dio con él en tierra muerto, y aún puso en aprieto al Adelantado, que estaba casi debajo del caballo. Halláse allí cerca un soldado no menos industrioso que leal llamado Juan Martín, de Cáceres; éste se apeó de su caballo y sacando del peligro al Adelantado lo subió en él, mientras los demás acudieron a resistir al indio que lo había derribado, alanceándolo con algunos otros a quienes dieron alcance, y aunque por la aspereza de la cuesta, que era fragosa, no pudieron proseguir adelante, con todo eso hicieron riza, porque esparciéndose por todo el valle descubrieron algunos indios que estaban escondidos, y, trayéndolos ante el Adelantado, les mandó dar rigurosos castigos por la muerte del español, y a vista de todos fueron empalados los que se hallaron en la matanza.

A pocos días después de estas refriegas llegó con su compañía el capitán Noguera de Ulloa, que había quedado atrás, con cuya llegada se ......el ejército, y prosiguió su camino a otra provincia llamada Quirequire. En ésta descansó algunos días, previniéndose de bastimentos, y hecha suficiente provisión fué prosiguiendo por sus jornadas hasta dar en una campaña desierta, aunque en medio de ella estaba un fuerte de dos tapias en alto, por el cual entraba un río para servicio de los que estaban dentro, que eran como quince mil indios de guerra naturales de aquella provincia, los cuales estaban bien prevenidos de mantenimientos para algunos días, y no menos de diversos géneros de armas, como gente que no atendía a cosa fuera desto. Informado el Adelantado de aqueste puesto por los corredores del campo, que lo descubrieron, acudió con toda presteza a ponerle cerco con la gente española que traía en la vanguardia, y...... no tardó mucho en llegar el resto del ejército con el maestre de campo, al cual mandó que juntase los capitanes y oficiales de guerra con algunos otros caballeros diestros en ella, haciendo consulta sobre el caso; hallándose allí Rodrigo Orgóñez, su lugar teniente, con cuyos pareceres se determinó de tentar primero la vía más loable, y que suele disculpar a los agresores, que es el convidar primero con la paz, y así lo puso por obra, persuadiendo a los bárbaros que se asomasen los gobernadores por encima de la muralla para tratar con ellos sus intentos. Y habiendo ellos salido a tratar del caso les dio su mariamente declaración de su venida, y ante todas cosas les comenzó a instruir en el conocimiento del Criador, intimándoles la importancia de la fe, con lo cual debían creer y confesar, que hay un Dios solo y universal Señor del cielo y tierra; criador y gobernador de todas las cosas y dellos mismos, aunque no lo conocían, y juntamente les dio noticia que Dios es tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que aunque son en sí distintas, no son tres dioses, sino uno solo, y un mismo ser y sustancia, y añadió la obligación que tenían a reconocer a tal Señor, de cuya mano recibían no sólo el ser, pero también los demás provechos que le venían de las criaturas: así plantas como animales, y no menos de las celestes, como sol, luna y estrellas, que no son Dios, sino criaturas suyas para el bien del hombre. Y para esto ponderó las grandes ventajas de los bienes que Dios tiene aparejados en el cielo para los que temen y sirven fielmente, cuya gloria es tan incomparable, que por no ver a los hombres frustrados de ella, como merecen por sus pecados, se dignó el hijo de Dios, que es la segunda persona de la Santísima Trinidad, de hacerse hombre en las entrañas de la gloriosa Virgen María, para redimir a los hombres caídos en pecado, así el original que todos contrajimos de nuestros primeros padres como, de otros ......con que somos inficionados cada día, por los cuales han de ser castigados los que no temen a este Señor, y consiguientemente lo serían ellos con tormentos eternos en el infierno. Dicho esto les notificó la conquista avisándoles que los reinos del Perú estaban sujetos a la real corona del emperador Carlos V, a la cual se debían ellos rendir, para ser remunerados de S. M. como leales vasallos; donde no, que serían todos oprimidos, y por fuerza de armas castigados hasta dar fin de todos ellos, sin quedar hombre a vida. Oídas estas razones por los bárbaros, sin aguardar consulta dieron la respuesta con las armas, enviando sobre los españoles una gran rociada de flechas, que tiraron por las fronteras y saeteras de las murallas que tenían hechas para tales ocasiones. Y no se levantaban menos que las saetas los alaridos de toda aquella gente bárbara deseosa de pelear, como cosa que tenían de oficio.

El Adelantado, con voluntad de evitar efusión de sangre y no venir a rompimiento, tomó a dar otro tiento antes de venir a las manos, y así procuró dar orden en atajar el río que pasaba por el fuerte, para que, sin matanza, se le rindiesen. Mas ni este ni otro algún medio que se intentaba tuvo efecto, porque tenían dentro de la fortaleza otro manantial suficiente para todos, y así fué forzoso el tomar el último remedio, que fué llevarlo por fuerza de armas. Púsose la gente en orden de pelea sin querer por entonces admitir el auxilio de Pablo Inga, ni de sus indios, que venían en favor de los españoles, porque quiso el Adelantado que entendiesen los indios que los españoles eran bastantes para toda aquella y mucha más gente bárbara que hubiera. A esto respondió Pablo Inga que ya que no se quería servir dél su señoría en aquel lance en cosas de guerra, que le diese licencia para servirle en cosas concernientes a la paz, permitiendo que tratase con aquellos bárbaros sobre el negocio. Condescendió el Adelantado con su demanda, con cuya licencia trató Pablo con los bárbaros de ......persuadir en...... del rey ......los moradores de ......Echaron por ......los bárbaros las ......de su vasallaje...... queriéndole llevar por punta de lanza, y abreviar razones contrarias a sus costumbres.

Vista la determinación de los bárbaros se determinaron los españoles de llevarlo a fuego y ......no se pudo hacer el...... de la fortaleza, así por ser muy estrecha y baja como por las máquinas de guerra que había en ......disimulados......de los agresores......o cogidas, cuya dificultad bien considerada obligó a los cristianos a acometer por encima de las tapias, aunque su ímpetu fué obviado de los indios con tales bríos, que hubieron los españoles de desistir de aquel camino, acometiendo con tropel por la portezuela, adelantándose......animosos españoles, que se arrojaron en medio de los peligros ......de allanar el paso a los demás soldados sus secuaces. En este reencuentro perdió la vida ......agresores, llamado Alonso Mejía, vendiéndola bien con matanza de sus contrarios; más el otro consorte suyo, que se llamaba Francisco Rodríguez de......prevaleció varonilmente con los demás, que en pos dél iban entrando, y haciendo riza en los adversarios con tal coraje y esfuerzo, que en tres horas que duró la batalla, se vió la parte interior del fuerte tan llena de cuerpos muertos, cuanto teñido en sangre el río que por allí pasaba. No fué bastante este lastimoso espectáculo a que los indios quisiesen entregarse hasta quedar tan pocos, y ésos tan ......que no fué en su mano el hacer más resistencia. Asimismo de los cristianos salieron muchos heridos, aunque los muertos fueron sólo dos, con ser tan grande el número de los paganos que murieron. Habida esta victoria se levantó el ejército para apartarse de aquel lugar que con el olor de los cuerpos muertos estaban inficionando, alojándose en sitio más......y examinó el Adelantado a los enemigos que había preso, haciendo escrutinios de los motivos que tuvieron para recogerse en aquella fuerza, y la información que tuvo dello fué que aquella gente había concurrido de diversas provincias, cuando había llegado la voz de que venían los españoles, con la que ...... en aquel lugar, para atajarles ......fabricando para este fin aquella fortaleza......donde murieron en la demanda.




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Capítulo III


......los indios chilenses hicieron para recibir a los españoles siendo informados por tres dellos, que fueron......ados antes del ejército


Animados los cristianos con esta...... para ser temidos en todo el reino...... su viaje huta llegar al río...... que es muy famoso en los confines del reino de Tucumán, y en este asiento hallaron unos panes grandes hechos de algarroba que era la común provisión de los infieles que habitaban cerca de las orillas del río. En saliendo de aquel alojamiento llegó el ejército a las faldas de una sierra, donde en cierto lugar algo apartado del camino ......una carta colgada con tal traza que pudiese ser vista del ejército si por allí pasaba, la cual divisó un soldado corredor del campo llamado Álvaro Ruiz, y leyendo el sobreescrito decía: Al muy Magnífico señor Adelantado don Diego de Almagro ...... muy orgulloso al Adelantado, pidiéndole albricias como de muy alegre nueva, el cual estuvo sin alguna mudanza, estando todos muy alborotados de ver una tan grande novedad como aquélla en un desierto donde se creía no haber llegado español desde la creación del mundo. Reconocidas las firmas, se halló ser de tres españoles, cuyos nombres eran: Juan de Sedizo, y Antonio Gutiérrez y Diego Pérez del Río. Estos habían sido...... por el Adelantado desde la ciudad de Cuzco a la provincia de Tupisa para que se informasen si había pasado por allí aquel oro, que se solía traer en tributo al Inga, del cual presente queda dicho arriba, en el capítulo primero, haberlo recibido el Adelantado, sin que estos tres soldados hubiesen dado con él, con haber ido tan adelante. La causa desto era que los indios que los guiaban habían perdido el camino o se habían hecho perdedizos, porque pasase el oro sin que diesen con él los españoles. En razón desto se habían ido poco a poco huyendo los indios de su compañía hasta dejarlos desamparados en los desiertos, por donde caminaban a pie y con su viático a cuestas, sin saber......a caso a ......al cual llevaron consigo ......sin huirse como los demás. Este los llevó al valle de Copiapó, que está a la entrada de este reino de Chile, lugar muy poblado y fértil, don de fueron bien recibidos y festejados de los indios, hasta que pasaron al valle del Guasco, que está veinte y cinco leguas adelante; y de allí al de Coquimbo, que está otras veinte y cinco, y es de los principales de este reino. Allí los salieron a recibir el gobernador y capitán de los indios con todos los caciques principales, que son como los señores de título en España. El gobernador tomó por la mano a Juan deSedizo, que era el hombre más autorizado de los tres que allí llegaron, y estúvosolos mirando como a cosa del otro mundo, y lo mismo hacía la multitud de la gente que concurría a verlos como a monstruos, por ser gente de muy diverso aspecto que el suyo, de cuya nación nunca habían visto hasta entonces hombre, fuera de uno que había pasado por allí algún tiempo antes, de quien se dirá en su lugar más a la larga. Aposentó el gobernador a los tres españoles en lo mejor de su pueblo, con todo el regalo que fué posible, y al cabo de tres días, cuando le pareció que habían descansado del camino, se puso muy despacio a comunicar con ellos, informándose qué gente era y de qué parte y con qué designio habían aportado a aquella tierra y otras muchas cosas que, con curiosidad, inquiría por menudo. A esto Juan de Sedizo, que había venido aprendiendo la lengua de aquel reino y la sabía razonablemente, les hizo una plática, instruyéndolos en la fe a la manera que se dijo en el capítulo pasado haberse hecho con los indios de la fortaleza del despoblado, y juntamente les dijo cómo el Perú estaba conquistado con fuerzas de armas, por no haberse rendido sus moradores a los españoles al principio, y que la costumbre de los españoles es no hacer mal a ninguno que se sujete a la razón. Y que, por tanto, se alegrasen, porque les hacía saber que venía cerca don Diego de Almagro con muy grueso ejército de españoles en compañía del Pablo Inga, el cual estaba tan afecto a la gente de España, que se venía tras ella con muchos indios vasallos suyos, y que, conforme a esto, debían también los chilenses alegrarse, pues la venida de los españoles era con intento de hacerlos cristianos, favoreciéndolos en todo como a sus hermanos muy queridos. Juntamente con esto les apercibió a que preparasen muchos regalos y refresco para los españoles, que ya tardaban, haciéndoles él recibimiento digno de sus personas, y debido a los trabajos que venían pasando en tan largos y ásperos caminos por el amor que tenían a todo Chile. Cuando los indios oyeron estas razones quedaron no menos admirados de ver a un español que los hablaba en su lengua materna, que afligidos con nuevas tan malas para ellos, así por la sujección en que estaba el rey del Perú, señor a quien ellos obedecían, como porque, temían el mismo daño por sus casas con la venida de los cristianos. Y así, mirándose unos a otros, se vieron los semblantes demudados, mostrando el gran sentimiento con señas y ademanes que entre sí hacían, aunque por no mostrar cobardía lo procuraron disimular lo más que pudieron prometiendo a los tres soldados de cumplir puntualmente todo lo que mandaban. Y poniendo luego por obra su promesa, comenzaron a fabricar casas y a recoger mantenimiento juntando cuatro mil hanegas de maíz y mucha carne de ovejas mansas y muchas de las que llaman huanacas, de que hicieron cecina, que en su lengua se llama charqui, matando para ello cuatro mil reses y más de quince mil perdices de que ellos suelen hacer cecina, ultra de otros regalos, que previnieron con tanta diligencia y solicitud que dentro de treinta días estaba todo puesto a punto. Mas como, la tardanza del ejército fuera a la larga que al cabo de seis meses no sabían dél determinaron los tres españoles de dar traza así de informarse ellos de su venida como de dar información al Adelantado de lo que por allá pasaba, y se resolvieron de escribir una carta duplicada con la cual fuesen dos dellos a los caminos, por donde se presumía que había de venir el ejército, que dando el otro en Coquimbo aguardándole. Partiéronse los dos por diversas vías echando el uno por la tierra adentro por grandes despoblados hacia la provincia de Tucumán y el otro por la parte que va declinando hacia la mar del Sur. Llegando estos dos soldados a los puntos que les parecieron a propósito, pusieron las cartas en lugares cómodos para ser vistas, porque si el ejército por allí viniese, las divisase. Hecho esto, se volvió cada uno por el camino por do había venido hasta llegar a Copiapó, donde se juntaron los dos como lo tenían concertado. De allí prosiguieron juntos hasta Coquimbo, donde el otro soldado, que era el tercero, los aguardaba.

Viendo los indios que guiaban a estos españoles que no habían hallado al ejército que decían, dieron aviso al gobernádor, llamado Anien, y a un cacique, cuyo nombre era Maracondi, tenido entre ellos por hombre de muchas fuerzas y prudencia, los cuales, haciendo junta general de sus principales, acordaron de matar a los tres españoles; así lo ejecutaron, teniendo por fingida la nueva que habían dado de que el ejército venía. En este ínterin acertó a llegar el Adelantado al lugar donde había puesto la carta aquel soldado que echó por la tierra adentro, y la leyó a solas. Mas por ser tan buenas las nuevas que en ella se contaban mandó al secretario la leyese públicamente en presencia de todo el campo para animarlos con la esperanza a proseguir su viaje y a sufrir con ánimo los trabajos de un despoblado, que, según la carta les decía y ellos hubieron después por experiencia, es el mayor que se sabe, porque tiene de travesía más de ciento y veinte leguas, donde los tres soldados se vieron en gran aflicción de sed y hambre. Cuando los españoles oyeron tales nuevas cobraron nuevos bríos...... más con la prosperidad prometida...... que entristeciéndose con adversidad de los caminos, por las cuales se fueron luego encaminando en la manera que se dirá en el capítulo siguiente.




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Capítulo IV


De la entrada de los españoles al valle de Copiapó, pasando una muy áspera Sierra Nevada


Fueron tales estímulos para los españoles las nuevas arriba dichas que alargando de allí adelante más el paso se fueron entrando por la grande y fragosa cordillera de que hicimos mención, donde al pasar un portezuelo de ......descubrieron una llanada de dos leguas, por la cual corre ordinariamente un viento tan furioso, helado y penetrante, que pone a los pasajeros en riesgo de la vida. A esta sazón habló el indio Paulo Inga al adelantado previniéndole para el peligro que después de éste se temía, porque a la bajada de la sierra está el valle de Copiapó, tierra muy poblada de indios belicosos, los cuales estarían ya informados de su venida y puestos ......para cogerlos a la bajada en algunos pasos ásperos y estrechos. Por lo cual era su parecer que su señoría, sin detenerse un punto, pasase con algunos de los suyos la llanada, respecto de ser el día tan desabrido, que los bárbaros estarían descuidados y sin género de sospecha de que los españoles bajarían en tan recio tiempo, y con esto tendrían el paso llano y cogerían a los bárbaros de sobresalto. Apenas había acabado de hablar Paulo Inga, cuando el Adelantado consultó el caso con los principales del ejército, y resolviéndose todos en que se siguiese el parecer de Paulo, se partió luego el Adelantado con cincuenta hombres de a caballo apercibido para pelear, si fuese necesario. Mandó asimismo al maestre de campo que con la mayor brevedad que fuese posible se partiese con todo el campo en seguimiento suyo, intimándole cuánto convenga a acudir puntualmente a todas cosas, pues muchas veces dependen más de las ocasiones que de otra cualquier industria o fuerza humana. fué tanta la diligencia con que el Adelantado y el escuadrón fueron caminando, que a pocas ......por el gran valle de Copiapó, donde halló a los indios a medio armar, y juntándose a toda priesa para salir al paso a los cristianos, cuya llegada a tal coyuntura fué de tanta eficacia que con ganarles...... se interrumpieron los intentos...... causando el daño, que ......de algunas horas llegó el ejército ......el mismo día no menos fatigado del rigor del camino, que lleno de compasión, por haberse muerto al pasar del páramo cinco mil indios hombres y mujeres, de los que iban del Perú en su compañía y servicio, y también algunos negros esclavos de los españoles, y más de treinta españoles, lo que en aquel tiempo era gran pérdida. Y aunque tanta mortandad en de......hora es harto manifiesto indicio del intolerable frío de aquéste páramo, con todo esto me parece que lo es mayor, y testigo más irrefragable, por ser hoy vivo, un caballero principal, que es vecino de mucha renta en la ciudad del Cuzco, del Perú, llamado Hyerónimo Castilla, al cual en este paso se le pegaron los dedos de los pies a las botas, de tal suerte, que cuando le descalzaron, a la noche, le arrancaron los dedos, sin que él lo sintiese, ni echase de ver hasta otro día, que halló sus pies sin dedos, y ......ellos. El cual caso es tanto más notorio en todo Chile y el Perú cuando más conocido es este caballero en ambos reinos. En este valle de Copiapó estuvo el ejército, treinta días reformándose; y como no tuviesen nueva de los tres españoles de que se hizo mención en el capítulo pasado, hubo mala sospecha de que debía de haber algún mal recaudo, pues ninguno de los indios daba noticia dellos. Y así, para descubrir la verdad, mandó el Adelantado coger a un indio principal y ponerle en un lugar apartado, donde le examinó con tan sagaz astucia y fuerza de tormentos, que murió el indio en ellos, habiendo confesado que los españoles habían sido muertos a manos de los indios de aquel valle y de otro que está más adelante ......lenguas, llamado el del Huasco. Con esto se partió luego el gobernador con su gente para este valle disimulando por entonces con los indios de Copiapó, y dejando un capitán entre ellos con cuarenta hombres para que después de partido el ejército prendiese dos indios más principales del valle, con los cuales fuese en su seguimiento. De allí a poco llegó el ejército al valle del Huasco, donde tomando provisión para adelante dejó el Adelantado otro capitán para el mismo efecto que el pasado, y sin detenerse fué marchando con todo el campo en demanda del valle de Coquimbo.




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Capítulo V


De la llegada de la gente española al valle de Coquimbo y, finalmente, algún valle de Chile


Ya queda dicho arriba cómo en el valle de Coquimbo estaba un indio del Perú puesto por mano de su rey Huaynacapac por gobernador de aquel valle que poseía tiránicamente haciendo tributarios a los naturales de ......Aquí llegó el ejército de los españoles a tiempo que salieron a su recibimiento así este gobernador peruano con sus indios que allí tenía de presidio como los naturales del valle, que estaban ya apercibidos para hacer recibimiento. Pasáronse algunos días en fiestas y regocijos, con que los indios solemnizaron la llegada de los cristianos, sirviéndoles con regalos en abundancia y haciéndoles ofertas semejantes para adelante; y habiéndose todos dado por amigos mandó el Adelantado el indio gobernador que diese orden como se juntasen todos los caciques y señores comarcanos para tratar con ellos muchas cosas concernientes a su venida y al bien universal de todo el reino. No tardaron mucho los indios en acudir al mandato del Adelantado, congregándose todos en una gran plaza con más puntualidad y sujeción que si fuera su señor natural por muchos años reconocido. Estando todos así juntos y descuidados de traición alguna, dieron en ellos los españoles prendiendo al gobernador y caciques principales, y poniéndolos muy a recaudo con prisiones y gente de guarda. Desta manera los tuvieron algunos días hasta que llegaron las dos compañías de soldados españoles que habían quedado en los dos valles arriba dichos para traer, como en efecto trajeron, presos a los indios principales dellos. Viendo, pues, el Adelantado ante sí los indios indicados de los tres valles que estaban todos juntos, les habló con palabras graves declarándoles los motivos de su viaje, los cuales eran ante todas cosas el instruirlos en el conocimiento de Dios y de su hijo Señor Nuestro, y de su Santa ley; y juntamente de sujetar la tierra a la corona real de España como medio expediente para la introducción de la cristiandad que se pretendía. Y que siendo éste su fin sin pretender hacerles algún género de agravio, deseaba saber dellos la causa porque habían muerto a los tres españoles con tormentos tan crueles como estaba informado. A esto enmudecieron todos, quedando como absortos, y entendiendo la causa de su prisión por esa que ellos tenían por totalmente oculta y casi imposible de venir a noticia de los cristianos, y no sabiendo qué responder se miraban unos a otros atónitos de verse todos juntos los de los tres valles a un mismo punto, sin saber cómo ni por qué vía. Y no hallando lugar por donde evadirse o alguna excusa o achaque aparente, confesaron de plano su delito, por el cual fueron quemados luego todos, que eran treinta y seis; perdonando el Adelantado a sólo uno por intercesión de Paulo Inga, que dijo ser indio muy noble y extraordinariamente afecto a los españoles, a los cuales servía y regalaba con todo su caudal y diligencia, estando muy aficionado a ellos, así por la traza de sus personas y traje como por las barbas que traían tan largas y bien dispuestos, cosa de que los indios carecen totalmente. Y no ......para que el adelantado dejase de condescender con los ruegos de Paulo Inga, el estar con él algo desabrido, porque en el valle de Copiapó se le habían huido una noche sin ser sentidos ocho mil indios de su compañía que venían del Perú con el ejército, las cuales se tornaron a entrar con aquel tan riguroso tiempo por el casi impertransible páramo de Atacama, de que habemos ya tratado arriba. Y no fué sin causa el sentimiento del Adelantado, pues por haber entrado los indios sin tiempo y sin género de prevención y avío, como gente al fin que iba huyendo, murieron todos los ocho mil sin escapar hombre a vida, ni aun uno solo, que pudiera llevar la mala nueva. Concluido, pues, el sobredicho castigo y habiendo descansado algunos días, pasó el ejército diez leguas adelante a otro valle llamado Limarí, que es no menos fuerte que apacible, por el cual pasa un hermoso río que riega todas las vegas donde acude, con gran multiplicación de cualquiera cosa que allí se siembre. Y aunque así la comodidad del lugar como los moradores dél (que eran muchos) convidaban a los españoles a gozar de la ocasión algunos días con todo eso no quiso el Adelantado... viéndose ya cerca del famoso valle de Chile, llamado por otros dos nombres Concagua y Guillota, al cual iban a parar y estar de asiento. Por esta causa se partió luego y fué marchando por los valles de Chuapa y de la Ligua sin hacer alto en ellos, hasta venir a dar al valle de Chile, donde traía su designio, en el cual como en términos de su jornada hizo asiento de propósito. Viendo los españoles la hermosura, fertilidad y grandeza deste valle y del caudaloso río que va guiando por todo él y juntamente la gran suma de indios naturales de la tierra, juzgaron todos ser el mejor puesto que hasta allí se había descubierto desde el día en que entraron en las Indias. En este lugar hallaron a un español llamado Gonzalo Calvo de Barrientos, el cual había llegado allí tres añoá antes respecto de haber tenido pesadumbre en la ciudad de los Reyes del Perú, que le obligó a salir del reino con instancia, de suerte que se puso en camino para Chile por lugares despoblados y sin saber casi adónde iba, sin tener más guía que dos indios deudos de una india principal que iba con ellos, por cuyo ......de ......pasan ......también ......valle un lance que......la......y fué que al tiempo que llegó a él halló ......caciques principales des ......y haciendo gente el ......el ......Hízose Gonzalo Calvo del ......tanta que le puso batalla ......tra el de la p......los enemigos, que ...... victorioso .......persona ......por esta causa ......para los que de nuevo entraron ......informarles de las ......de la tierra ......para ayudarles ......en ella ......y......




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Capítulo VI


De la entrada ......Gómez de Alvarado......descubrir lo que había en la Tierra adentro y de una sangrienta batalla que tuvo con los bárbaros


Habiendo el ejército de los españoles hecho asiento en el valle de Chile, descansando allí algunos días, le parecía a don Diego de Almagro buen sitio para vivir en él la gruesa de la gente, enviando alguna que fuese descubriendo la tierra que seguía más adentro. Y para esto puso ojos en el capitán Gómez de Alvarado, persona de quien él tenía gran satisfacción, y ......y dándole cien hombres de a caballo le despachó para esta empresa con intento de que (si fuese posible) entrasen en la famosa tierra de Arauco y Tucapel, que son dos provincias las más nombradas, y su gente la más fogosa y belicosa......de todo el reino ......por seguir a un indio llamado ......natural de Arauco, el cual los ......por las tierras......y habiendo pasado muchos...... y ......y caudaloso, cuyo nombre es Maule, llegaron a un lugar donde se juntan dos ríos, el uno llamado Itata y el otro Ñuble, los cuales también......haber per ......de todas las casas de la ......entrando el rigor del invierno y ......dificultades en el camino ......por lo que......informando ......Y ......parecer de echando por......seguido y a la que tra ......No había andado muchas leguas cuando dieron en una provincia llamada ......no guelen ......de gente ......determinada ......queel riesgo de los españoles entre tal multitud de bárbaros era manifiesto, con todo eso no quiso el capitán desistir de su ve ......ni volver el pie atrás mostrando pusilanimidad, y un discreto razonamiento ......que los bárbaros para ......el exa ......di los es......pues ......de los españoles......cuatro capitanes, y ......y cinco soldados de compañía para arrojarse luego a la batalla. Hecho esto se hincaron de rodillas haciendo oración a la majestad de Dios ......la cruz del estandarte que precedía, y juntamente les encomendó mucho Gómez de Alvarado que obedeciesen puntualmente a sus capitanes, pues ninguna cosa puede causar mayor detrimento en semejantes coyunturas que el desdecir un punto la orden y mandato de los que gobiernan, sin el cual......sería confusión y ......y...... destrui ......campo. Apenas había concluido estas razones, cuando salieron los enemigos con no menos orden que fuerza de gente instruida, sus escuadrones formados con gran suma de flecheros y piqueros y ......géneros de armas, y saliendo a campo raso se pusieron en orden de pelea hacia la parte de una loma donde esta ......muchos en ......para salir ......la suya. De la otra parte estaba ......de los españoles ......puestos ......con ......los estribos, y estando ......partieron a una de ......horas continuas no......de ambos bandos, hasta que se declaró la victoria de parte de los españoles. El número de los indios era excesivo; su esfuerzo y fuerzas, aventajadas; su arrojamiento y ánimo, temerario; pero su experiencia, ninguna en tal modo de pelear. No estaban hechos a entender con gente de a caballo; no cursados en escaramucear en campo raso; no diestros en evadirse y defenderse del golpe de la espada y punta de la lanza; entraban y salían como gente brutal y arrojada, abalanzándose de la misma suerte que si la hubieran con otros bárbaros como ellos. Cuando los pobrecillos ......a sentir su daño, era tan tarde para ......que los muchos cuerpos muertos en que iban ......no les dejaban rodear ligeramente para poder ponerse en salvo. Pero al fin como mejor pudieron se pusieron todos en huida con tal velocidad que, cayendo y levantando, desaparecieron en breve tiempo, arrojándose por veredas donde no pudiesen ser seguidos de los cristianos. Pero los que de veras lo eran sintieron entrañablemente el ver a sus ojos un espectáculo tan desastrado y fúnebre de cuerpos muertos a sus manos, sin casi poder excusarlo, aunque quisieran., Finalmente, quedando el campo por suyo reconocieron que entre tanta multitud de difuntos solos dos eran españoles, saliendo los demás con vida, aunque algunos heridos y maltratados. A este tiempo se postraron todos por tierra a dar gracias al Señor por la merced recibida de su mano, porque los que se la habían pedido de rodillas era justo que después de conseguida la reconociesen humillados adorándole como autor de todo bien. Después desto se recogieron todos a curar los heridos y poner a recaudo a los indios que en la batalla habían preso, los cuales eran más de ciento, en cuya compañía salieron de aquel lugar en prosecución de su camino. Desta manera vinieron a llegar al valle de Chile el mismo día que por otra parte había llegado al mismo lugar el capitán Ruy Díaz con su escuadra, dando al adelantado gran contento con verlos concurrir a un mismo tiempo, mayormente trayendo nuevas tan felices de las cosas de la tierra descubierta como de la inopinada victoria, con lo cual tuvieron todos los cristianos un muy buen día de extraordinario solaz y regocijo, viendo que se había Dios con ellos al modo y estilo que con su pueblo cuando conquistó a los cananeos, amorreos y jebuseos.




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Capítulo VII


De la vuelta que don Diego de Almagro dio para el Perú con todos los españoles que había en Chile


Al tiempo que los españoles habían llegado al término de su viaje y se comenzaba a dar así ......a las cosas del reino; tuvo la fortuna tanta envidia del sosiego a que todos estaban cercanos, que lo procuró atajar derramando los solaces, y echando el azar que ella suele en las cosas prósperas al tiempo que van en más pujanza. Este fué la llegada de ciertos indios de Copiapó con cartas del teniente del general que era Rodrigo Orgóñez y del capitán Juan de Herrada, en que le daban cuenta de su llegada a aquel puerto, y juntamente de ciertos pronuncios de alzamiento del Perú, que estaba a punto de revolverse por algunas personas que se iban amotinando. Estas causas fueron la piedra del escándalo, porque se ......con ellos tanto el Adelantado, que juntando luego a todos sus soldados les habló con gran ponderación y sentimiento de esta manera:

«La satisfacción que tengo, señores y amigos míos, de la lealtad y amor que por la experiencia todos habéis mostrado, así a nuestro rey y señor como a mí, que. soy ministro suyo, me quita cualquier estorbo que podría ofrecerse, para empacharme y acometer a pedirles negocios arduos y dificultosos, principalmente habiendo causa tan eficaz como la que ahora se va tramando, de cuyo remedio redunda en nosotros gran ganancia, y resultará a su majestad grande servicio. Bien habéis oído las malas nuevas que por esta carta se significan, de que en el reino del Perú se va rugiendo negocio de alzamiento, y siendo cosa tan verosímil, razón será que cada uno de nosotros procure de su parte obviarlo, poniendo el hombro a cualquier trabajo en razón de sustentar a su majestad lo que le habéis ganado. Veo que el marqués don Francisco Pizarro ha quedado con poca gente para resistir al excesivo número de los naturales del Perú, y que socorro de otra parte no hay que esperarse, si nosotros no le damos, pues ninguna otra gente de nuestra profesión está menos remota que nosotros, por mucho que lo estemos. Los motivos que por cualquier parte se consideran, ayudan todos a este intento, ahora se mira lo que dejamos, ahora lo que pretendemos. Porque si se repara en las cosas de por acá, no es mucho lo que se deja, pues hasta ahora no hemos topado aquellos montes (como dicen) de oro, que nos prometían, ni aún lleva talle de hallarse en adelante, ni tampoco volvemos frustrados de nuestra pretensión, pues gran parte della ha sido descubrir cuáles sean estas tierras con todo lo que hay en ellas, lo cual según veis que habemos conseguido, pero si advertís en lo que vamos a buscar, es negocio que con muchas ventajas excede a lo que se deja, pues primeramente será para gloria de Dios el evitar guerras y conservar los indios en el estado y ley evangélica que han tomado, lo que también ha de ser servicio de su majestad y bien de los indios y españoles. Ultra desto tengo por nueva, que se van en el Perú descubriendo grandes tesoros más ciertos que los que acá buscamos, y también aquel que vistes que tomé en Tupisa a los indios, que de este reino lo llevaban, lo mandé guardar para nosotros entre los cuales ha de ser distribuido como se debe. Y si acaso os arrepintiéredes de la vuelta, yo interpongo mi fe y palabra de no salir un punto de vuestro gusto, así en este como en otro cualquier lance que se ofrezca». Pudo tanto con los soldados la eficacia de razones, ruegos y mando de don Diego de Almagro que hubíeron de ponerse en camino para el Perú como lo ......da por diversos rumbos, aunque ...... a causa del grande despoblado de Atacama donde perecieron, gran parte de los caballos Y gente de servicio que ......en la pasada. ......finalmente habiendo pasado muchas y lastimosas calamidades llegaron al Perú harto destruidos; en el cual aunque había algunos prenuncios de conjuración de los indios, pero en efecto no había alzamiento declarado ni lo hubo después, sino fué de los mismos españoles que se rebelaron unos contra otros, viniendo a rompimiento el Adelantado y el marqués don Francisco Pizarro sobre el partir de las tierras, cuya administración, y gobierno pertenecía a los dos en diversos puestos. Y fué tan adelante esta división y alboroto, que no paró hasta que vinieron a darse aquella famosa batalla de las Salinas, de que tratan las historias del Perú, hasta que vino a morir don Diego de Almagro a manos de los secuaces del marqués Pizarro ......este caso. Este fué el efecto que tuvo la ......acordada vuelta de los españoles, que desistieron de la conquista de Chile, lo cual fué principio de grandes desastres que en el Perú se fueron acumulando y muchos más en este reino de Chile, cuya paz y sosiego se iban ya poniendo en buen punto, y de haberlo desamparado los españoles se siguió incomparable dificultad en tornarlo a conquistar, por estar ya los indios con prevención aprendida de la conquista, y así ha costado y va costando cada día innumerables vidas con crueles matanzas y destrozo de los desventurados naturales, sin que hasta hoy se haya acabado de allanar el reino; y no han sido pocas las calamidades y muertes de los españoles que han acometido esta empresa. Mas no hay que espantarse nadie de muchos destos y otros semejantes infortunios que han venido, si es verdad lo que se sospechó en la vuelta del Adelantado; esto es, que tuvo nuevas de la cédula de su majestad, que le había venido del Perú, para que fuese gobernador de una parte del reino, con lo cual se movió a innovar todo lo que se iba entablando en Chile, porque si esto es verdad no hay que buscar otro achaque ......malos sucesos; pues consta de todas las historias, así modernas como antiguas, que casi todos los males del mundo han venido por ambición y gana de mandar, y no menos por la codicia, de quien dice el Apóstol que es raíz de todos los males. Mas, en fin, dejado esto al juicio de Dios, que penetra los corazones, es justo echar las cosas a la mejor parte, pues fué bastante motivo para que don Diego de Almagro se volviera del Perú, el que ya se ha dicho de la rebelión o motín que se sospechaba.

Solamente resta que advertir en este lugar, que por ser el valle de Chile el último a que los españoles llegaron, salió la voz por toda la tierra que venía de Chile, y de aquí es que se le ha quedado hasta hoy este nombre a todo el reino llamado el de Chile, habiendo sido antiguamente nombre de un valle particular.






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Parte segunda


De la segunda conquista del reino de Chile, hecha por D. Pedro de Valdivia



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Capítulo VIII


De la partida del capitán don Pedro de Valdivia del reino el Perú para el de Chile por el largo despoblado de Atacama


Después de haber sucedido muchos desastres en el Perú ocasionados de la vuelta que don Diego de Almagro dio a aquel reino desamparando al de Chile, entre los cuales fué la muerte del mismo Adelantado, hallándose a esta sazón en el mismo reino un soldado de capa y espada llamado Pedro Valdivia, hombre de suerte, y que había servido a su majestad del emperador Carlos V en Italia, con cargo de alférez de una compañía y pasado al Perú por su maestre de campo, le pareció buena ocasión la que se ofrecía para acometer alguna grande ......de su ánimo generoso. Y deseando ......en razón desto la segunda conquista de las provincias de Chile, comunicó su intento con el marqués don Francisco Pizarro, gobernador del Perú, y habida u licencia salió a esta jornada el año 1540 en el mes de octubre con poca gente española, que convocó a la primera instancia. Pero cuando iba caminando por las provincias de Arica y Tarapacá se le iban allegando algunos más soldados, y entre ellos un capitán llamado Francisco de Villagrán, que salía con algunos soldados desbaratados de la entrada de una provincia de indios llamada los Chunchos, que hasta. hoy están por conquistar, donde habían muerto otros muchos de hombre y trabajos del camino. También se le allegó otro capitán llamado Francisco de Aguirre con obra de veinte hombres españoles para ir con él a la conquista, y habiéndose congregado un razonable número de soldados, que serían hasta ciento y sesenta, gente muy granada, y los más dellos de a caballo, hizo lista de todos ellos, entre los cuales eran los más señalados Alonso de Monroy, natural de Salamanca; Francisco de Aguirre, de Talavera de la Reina; Jerónimo de Alderete, natural de Olmedo; Rodrigo de Quiroga, natural de Monforte de Lemos, en Galicia; Gil González, de Avila; Pedro de Villagrán, de Colmenar de Arenas; el Padre don Rodrigo González, natural de Constantina, hermano del deán que entonces era de Sevilla. y otras muchas personas nobles y aptas para el fin de su pretensión. Y aunque por ser la gente tan poca para meterse entre tanta inmensidad de bárbaros tan fuertes y belicosos, parecía temeridad acometer este asunto; con todo eso era el capitán tan animoso que atropellando dificultades fué en prosecución de su camino animando a los suyos, y allanándoles el paso como si fueran por tierras propias suyas, y llegado al valle de Atacarna tomaron bastimentos en abundancia para sustentarse en el largo despoblado de que hemos hecho mención arriba, cuya travesía es de ciento, y veinte leguas, donde pasaron trabajos excesivos, por ser muy estéril y sin género de hierba ni agua, ni otro pasto para los caballos, y así perecieron en él algunos y muchas más personas de servicio, así indios como negros. Son tan ásperos y fríos los vientos de los más lugares deste despoblado, que acontece arrimarse el caminante a una pena y quedarse helado y yerto en pie por muchos años, que parece estar vivo, y así se saca de aquí carne momia en abundancia. De estos cuerpos muertos iban topando en mucho número a cada paso arrimados a riscos y barrancas, tanto que sirven de señales del camino para no poder perderse, estando todos tan frescos que parecen recién muertos, siendo de más de trescientos años según la relación que dan los indios, de entre los cuales salieron los que así se helaron en el camino. Las pocas aguas que fuera de la lluvia hay en estos desiertos son tan inútiles que, o están en jagüeyes a doce y trece leguas, o en algunos pocos manantiales donde corren clarísimas acequias de agua que convidan tanto con su transparencia, que se abalanzan a ella los que llegan sedientos, conociendo por experiencia cuánta verdad sea que el deleite tiene la apariencia amena, dejando al gusta amargo más que acíbar. Ni es menos inútil el agua de un hermoso río deste despoblado, que siendo tan grata al aspecto como la pasada, apenas se ha tomado en la mano, cuando está vuelta en sal cuajada, de la cual sólo son sus riberas sin otra cosa. Sólo un río hay para consuelo de los pasajeros, de tal condición que a ciertas horas del día viene de monte a monte, y cuando se le antoja se seca de repente al mejor tiempo, por lo cual le llaman los indios ancha llulla, que quiere decir río mentiroso. Algunos dicen que este río se origina de un grande lago que está en lo más alto de la cordillera, el cual crece y mengua como la mar a las mismas horas que ella, y así redundan en el arroyo las variedades de su principio. No dejaré de decir cómo estando el ejército en cierto paraje a punto de perecer por falta de agua, congojándose una señora que iba con el general llamada doña Inés Juárez, natural de Plasencia y casada en Málaga, mujer de mucha cristiandad y edificación de nuestros soldados, mandó a un indio cavarla tierra en el asiento donde ella estaba, y habiendo ahondado cosa de una vara salió al punto agua tan en abundancia, que todo el ejército se satisfizo, dando gracias a Dios por tal misericordia. Y no paró en esto su magnificencia, porque hasta hoy conserva el manantial para toda gente la cual testifica ser el agua de la mejor que han bebido la del jagüey de doña Inés, que así se le quedó por nombre. Con estas y otras dificultades y trabajos casi increíbles llegaron los españoles a Copiapó, que es la primera tierra poblada de las de Chile, donde no solamente los hombres manifestaban extraordinario consuelo con verse ya fuera de tantas calamidades, mas aún también los caballos insinuaban el regocijo que sentían con los relinchos, lozanía y bríos que mostraban como si reconocieran el término de los trabajos y lugar...... Tomó aquel día posesión de la tierra el general Valdivia en nombre de su majestad haciendo a los naturales una larga plática así acerca de este intento, como del principal, que era el continuarles la predicación del Santo Evangelio e instrucción en la vida cristiana comenzada por don Diego de Almagro, según en la primera parte desta historia queda referido. Para lo cual se subió en una huaca, que solía ser lugar de oráculos del demonio, y allí mandó se pusiese una cruz grande bien labrada, ante la cual se puso de rodillas con todos los suyos, adorándola humildemente y convidando a los indios a hacer lo mismo, como lo hicieron. Y finalmente creó por escribano a Luis de Cartagena, que a vista de todos escribió la posesión del reino sujetándola a la corona real de Castilla, y poniéndole por nombre la Nueva Extremadura. fué grande entonces el regocijo de todos, pareciéndoles que los habría Dios traído a tierra de promisión como a su pueblo ......dándoles ......en él con ......milagros.




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Capítulo IX


De la resistencia que los indios de Copiapó hicieron a los españoles, que pretendían sujetarlos


Ya los indios de las provincias de Chile no estaban para los españoles de aquel tinte que al principio, porque como los habían conversado y servido y habitado con ellos en sus casas, conocían ya que no eran cosa del otro mundo, ni algunas fantasmas, como al principio habían temido, sino hombres de carne y hueso como ellos, y con quien se podían tener en bunas. Y así por esto como por ver que venían muy pocos respecto de los primeros, acordaron de defender su capa y ser señores de sus tierras, sin dejarse avasallar de extranjeros, pues tenían bríos para ponerse en defensa de sus personas. Incitóles más a este propósito otro no menos eficaz motivo, que fué el ver que los soldados traían del Perú muchos indios presos con cadenas y collares, y no menos indias, para servirse de ellos por fuerza, sacándolos de sus patrias con más violencia que si fueran esclavos. Esta crueldad escandalizó mucho a los chilenses, persuadiéndoles que harían con ellos ......muy ......que se les representaba haberlo hecho...... Almagro; muchos de lo; cuales llevaron y presos en cadenas y collares no pocos indios de Chile, hombres y mujeres cogiéndolos a barrisco y sin distinción ni delito, llevando al marido sin la mujer y a la mujer sin el marido, sin tener respeto a hijos ni a padres, sino echando mano a los primeros que topaban, y el cual desafuero dejó a los indios tan...... esta diciendo y ......por no haber sido éste sólo, pues las ......de este jaez que en Chile habían hecho y hacían...... y aun hoy hacen los españoles, ni son tan pocas ni tan leves que las quieran sufrir los que no deben. Y así, los indios de este valle comenzaron a tratar de su libertad comunicando sus intentos con todos los demás de los lugares circunvecinos, y comenzando a ejecutarlos con alzar mano de acudir con mantenimientos a los españoles, mientras se pertrechaban más para asentárselas. Entonces el general entendiendo lo que los indios iban tratando, les persuadía frecuentemente que se allanasen enviando amonestar a los señores de la comarca, qué acudiesen luego a darle la obediencia, si no querían que les hiciese venir mal que les pesase. A lo cual respondieran todos que ellos eran tan libres como los cristianos, y tan señores de sí y de sus tierras como él y ellos, y gente de hasta mejores términos, pues los habían acogido en sus tierras a ......buen retorno y agradecimiento, como era haberlos llevado como a bestias, sacándolos de sus patrias, quietud y estado, en pago de haberles quitado la hambre que traían y hécholes más bien que merecían su trato y modo de proceder con quien se les humillaba. Por lo cual se podía desengañar y estar muy cierto, que no le había de valer sus mañas y astucias, pues con achaques de hacerlos cristianos y so color de buen celo mostrando afabilidad y buen semblante, eran todos engañadores, que decían una cosa y ejecutaban otra, según ellos lo habían visto por experiencia. A estas razones no supo el general alguna que responder que satisfaciese, aunque dio muchas, pretendiendo fuesen aparentes, alegando haber sido forzosa la ocasión con que don Diego de Almagro dejó la tierra, y consiguientemente el haber llevado consigo aquellos indios para su servicio y guía, la cual causa le había puesto a él mismo en necesidad de sacar del Perú los que traía consigo. Pero él venía tan de asiento, que ya no había de qué recelarse que sacaría indios del reino, antes era su intención favorecerlos a todos como venían. Y porque no fuesen todas palabras e interviniese alguna razón ......mandando al punto hacer pedazos todas las cadenas y colleras, sin que dellos quedase pieza eslabonada. Con todo esto tuvieron los indios por cautelosa diligencia la que usaban los cristianos, y así se resolvieron en responderles no con palabras vanas como ellos, sino con, obras ejecutadas sin dilación alguna, concurriendo de todos los lugares del contorno en sus compañías y escuadrones ordenados, con muchas lanzas largas, dardos arrojadizos, arcos de flechas, hondas y macanas (según ellos llaman, que son cierto género de porras y bastones) y otras armas ofensivas, y también algunas defensivas de muy recios cueros de animales, que es el uso más común entre ellos. No fueron tardos los españoles en salirles al encuentro puestos en orden a pie y a caballo, y con el ánimo que suelen cuando son pocos y el lance es forzoso, se abalanzaron a toda priesa entre los bárbaros, habiendo hecho brevemente oración, cuanto la poca oportunidad del tiempo les dio lugar. Y acometiendo de tropel todos a una iban atropellando con sus caballos, y hiriendo con las lanzas no pequeño número de indios, aunque el que sobre ellos llovía de piedras, dardos y flechas era mayor incomparablemente. Habiendo andado un buen rato en esta refriega, se echaron los enemigos de ver que iban perdidos, siendo muy pequeño el daño que los españoles recibían de sus tiros, como gente que estaba bien armada. Y así se fueron retirando con pérdida de muchos de los suyos, dejando desocupado el sitio que poseían, que era de grande utilidad para los españoles, por razón del río que corría por él, de cuya agua se sustentaban. Salieron los indios tan amedrentados de este conflicto, que no les parecía haber rincón seguro donde esconderse, aunque lo hacían a grande priesa, entrándose por las arboledas los que pudieron, pues los que estaban heridos. aún no podían alcanzar tanta ventura, antes quedaron en manos de los españoles sin poder sus pies ser parte para evadirse dellos. Los indios que murieron en la batalla se halló ser más de ochocientos, y de los españoles, ninguno, aunque heridos no faltaron, habiendo sido los que entraron en la batalla de los bárbaros ocho mil, y de los españoles ciento y cincuenta. Luego que la voz de este suceso fué corriendo por la tierra, causó en los naturales de ella no pequeno pavor y espanto, viendo que ni el largo trabajo y destemplanza del camino, ni el hallarse a la sazón muy faltos de mantenimientos, ni el número, finalmente, de soldados que era tan desigual ante los suyos, había sido parte para menoscabar su ánimo y esfuerzo, ni disminuir la generosidad de sus bríos. Y aunque de allí adelante nunca se atrevieron a ponerse con los españoles rostro a rostro, con todo eso acudían de cuando en cuando a darles rebatos, volviendo las espaldas sin aguardar a verse con ellos de buenas a buenas. Y con este mesmo rencor procuraban siempre ofenderlos cuanto más podían, así escondiendo cualquiera cosa de que los españoles pudiesen aprovecharse para su sustento, como matando al que dellos podían haber a las manos según consta haberlo ejecutado con algunos que iban entrando en este valle después tie partido el ejército; entre los cuales mataron una vez ocho y otra doce. Estas y otras semejantes incomodidades iban pasando los nuestros por las tierras siguientes, particularmente en el valle del Huasco, que está veinte y cinco leguas adelante del dicho, donde aunque ......resistencia, con todo eso sintieron ......la falta de......que ......rastro dellas. También les fatigaba mucho ......de cuando en cuando escuadrones de indios puestos como ......en lugares fragosos desembrazando y moviendo mucho más las lenguas con palabras injuriosas, y de ludibrio de los cristianos llamándolos ladrones, y echando retos y ......dando grandes alaridos como quien sabe que sus contrarios no podían llegar donde ellos estaban. Pero la cólera de los españoles, que suele arrojarse sin considerar estorbos, algunas veces les hacía acometer por veredas difíciles, y algunas otras salían capitanes con gente de a pie y a caballo a horas quietas de la noche para dar en los indios de sobresalto, y con su huida quitarles el mantenimiento que para sí tenían. De aquí resultaba, entre otros daños, el desparramarse y perderse con la oscuridad de la noche sin poder hacer cosa hasta el día, cuando ya los habían sentido los indios y puesto en cobro sus haciendas como le aconteció al capitán Diego Oro, natural de la villa de Mayorga, en Casti¡la la Vieja, aunque éste tuvo mejor fortuna, pues habiendo pasado algunas aflicciones semejantes, dio al fnn en una nuna de bastimentos que tenían los indios recogidos en grande abundancia, con los cuales se reparó el ejército y tuvo avío para marchar adelante, como lo hicieron, habiendo estado allí muy pocos días. Y pareciéndole al general ser cosa bien acordada el no dejar exasperados a los naturales, los procuró acariciar como mejor pudo, dando libertad a los que en Copiapó había capturado y satisfaciendo a todos de no haber él ni los suyos sido causa de las matanzas, sino los indios de Copiapó que de su voluntad vinieron a darle la batalla.




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Capítulo X


De la batalla que hubo en el valle de Coquimbo entre los españoles y naturales de aquella tierra, adonde llegó a la sazón nuevas de un navío de españoles, que surgió en un puerto que estaba cerca


Habiendo ......los españoles del Huasco, y caminado ......los más largos de lo acostumbrado ......llegaron a Coquimbo, que era el lugar que podían desear ......hacer así como al ......demás que traían y muy...... para el refrigerio ......descanso de la gente ......que cuando los indios naturales dél, por ser demasiadamente viejos, desean morirse, salen dél yéndose al valle de Limarí, que está doce leguas adelante. Tiene este lugar de Coquimbo un maravilloso puerto de mar tan en paz y seguro, que a cualquiera hora de la noche ......riesgo alguno, y así...... los navíos que entran en ......del Perú ......también una ......en la cual ......deste reino ......deste puerto ......a los ......a ......allí alto, y poblar de ......con todo, eso, com o la proa iba puesta en el ......no se ......mucho; dejando la ......este deseo ......por caminos muy deleitables ......del valle de Limarí, y el de ......y del Papudo, y de Chuapa; sin tener otra contradicción de parte de los indios, más de algunos repentinos asaltos que hacían a hurtadillas sin atenerse a llegar muy cerca, contentándose con un acometimiento y rociada, o con un ......a una encomendándose luego a los pies .......sin aguardar respuesta de españoles. A este paso llegaron al valle de la Ligua, donde tuvieron noticia de una nav ......que andaba por aquella costa y la cual había venido de España por el estrecho de Magallanes, y entrado en el mar del Sur hasta llegar a la costa de Chile. Y por certificarse el general de la verdad enteramente envió al capitán Francisco de Aguirre, hombre...... en cualquier negocio que se le encargase, el cual fué con treinta hombres de a caballo corriendo la tierra por la parte marítima, hasta llegar a una bahía llamada Aliamapa, a la cual había llegado antes el capitán Juan de Saavedra,...... que era de los capitanes de don Diego de Almagro. Y por ser la fertilidad, hermosura y abundancia de arroyos deste sitio ......le puso por nombre Valparaíso, el cual se le ha quedado hasta hoy, y es el más famoso de todo el reino. Llegando, pues, el capitán Aguirre a este puerto halló rastro reciente de gente española y del fuego que habían encendido en ......y tuvo información de que el día antes se había hecho a la vela en prosecución de su viaje para el reino del Perú; de lo cual tuvieron todos no poco sentimiento, por haber perdido tal oportunidad, pues fuera grande socorro para el ejército la gente española de la nave, y la munición, y artillería, y no menos consuelo para los que en ella venían el hallar allí gente de su patria con quien alojarse y poner fin a su viaje...... (como después se supo había...... que envío el ......natural de......el cual ......la boca del estrecho ......vino un temporal tan furioso, que habiendo estado nueve......todos ......navíos ......se esparcieron de tal suerte, que se fué cada uno por su parte, acertando este sólo, de que tratarnos, a embocar por el estrecho, en el cual pasó la gente excesivos trabajos, probando diversas veces a entrar por brazos de mar, y esteros a la salida, hasta que al...... que sale al mar del Sur, y......después de entrar en él se vieron en mucho peligro porque hubo día en que se hallaron ......que ......el estrecho ......y dos, y siendo en el corazón del invierno en laparte austral, esto...... en el mes de junio del año de mil y quinientos y treinta y nueve. Y así, por estar muy ......como por el rigor del tiempo; estuvieron siete meses en un lugar ......donde no ......de los ......en el tiempo de su mayor invierno. El capitán de este navío se llamaba García de Alvarado, el cual habiendo pasado las calamidades concernientes a tal tierra y tiempo, salió como mejor pudo, y, fué ......toda aquella tierra hasta llegar a una provincia de Chile, que es los estados de Arauco y Tucapel, donde surgió el navío en un puerto llamado Alvaquen. Y como algunos saltasen en tierra a buscar refresco, se alborotaron tanto los, naturales que concurrió al puerto gran suma dellos, llevando por capitán a un indio muy principal llamado Vineo. Mas cuando se iban acercando con las armas en las manos, y ......y ......de los españoles tan diferentes ......de repente, quedando como ......con ver cosa tan nueva para ellos; entonces el capitán mandó que ningún indio se menease, ni pusiese mano en los españoles; antes habiéndoselos estado un rato mirando, les habló por señas, y les mandó traer un carnero de los de la tierra, que son muy grandes y de diferente especie de los de Europa, tanto ......de carga y trajín, y así en......partes del Perú hay grandes recuas dellos ......tienen muy gruesas ganancias las ......deste trato que son muchas y ......de mucha calidad; cuya granjería ha sido y es casi la que ha puesto en pie y la mayor parte de los Peruleros que entran en España con este nombre. Y así el carnero que este capitán Vineo presentó a los del navío, iba cargado de regalos, cosa que ......a los españoles, por ser este animal mansísimo, y de hechura de camello, aunque el cuello es muy angosto y levantado, y la cabeza pequeña y sin cuernos, y los ojos tan......y ......en su mirar, que parecen personas ......son de ......utilidad por la lana que por en trajín, pues......más ......rubia o negra sirve ......la estatura de estos carneros ......a la de un cuartago ......altura, pero son algo más cortos, y tienen las piernas muy delgadas, y la uña ......como vaca. Habiendo, pues, los del navío......do el presente, y descansado algún tiempo regalados de los indios se hicieron...... puesto por nombre a aquel lugar el puerto del Carnero, como hasta hoy se llama. Y prosiguiendo su viaje llegaron al puerto de Valparaíso, adonde los fué a buscar el capitán Aguirre, como está dicho, pero como él llegase después que la nao había salido, volvióse con su gente adonde estaba el general Valdivia, con el cual fué prosiguiendo la conquista en demanda de las minas de oro. En este tiempo parecían muy pocos indios por los caminos, porque se iban todos acogiendo a cierto lugar ......traza en lo que se debía hacer con los españoles, concurriendo para esto de diversas aldehuelas y caseríos, que tales eran hasta entonces, sin haber pueblos formados ni otro orden de república, mas de vivir cada uno en el sitio que mejor le parecía para tener su sementera y ganado. Y así no tenían más comunicación unos con otros, ultra de la de cierto día señalado, en que se juntaban como a ferias en un lugar diputado para ello, donde reconocían por gobernador a un indio principal elegido para tal oficio en cada comarca o valle de la tierra. Por lo cual como se ocurriese un negocio tan grave como era la entrada de los españoles, acordaron de congregarse todos en un lugar donde se eligiese cabeza para todos juntos, en el cual hicieron la prevención que ellos suelen en todos sus negocios, que es una sola, conviene a saber, el estarse por algunos días banqueteando, y brindando con solemnes borracheras, y otros semejantes ejercicios torpes no menos bestiales ......se ......Y ......salió electo ......general un indio ...... esforzado, y su ......respetado ......llamado Michimalongo, nombrado con gran solemnidad, según su costumbre. En este interín llegó el ejército de los cristianos al valle de Mapuche ......hizo asiento en quince de enero de mil y quinientos y cuarenta y uno, donde halló un cacique llamado Vitacura, que era indio, del Perú y puesto en este valle por el gran inga rey peruano, el cual habiendo conquistado parte del reino de Chile, tenía puestos gobernadores con gente de presidio en todas las provincias hasta el valle de Maipo, que está tres leguas más adelante deste valle de Mapuche, y estos gobernadores se llamahan los orejones, por razón de, traer como traen ahora muchos una manera de zarcillos, que son como unas roldanas o carrillejos de madera hechos de unas tabletas tan delgadas como un lienzo, y recogidas en un rollete como trancaderas hasta quedar del tamaño de un real de a ocho, y algo mayor en redondez, y un pulgar de grueso. La cual tableta traen dentro de la mesma oreja toda metida en ella porque cuando son niños se abren la ternilla de la oreja con un punzón delicado donde encajan un palillo y después otro más grueso, y así, al paso que van creciendo, van siempre poniendo palos más gruesos, hasta que les queda en la ternilla un agujero tan grande que cabe la tableta redonda, y está tan encajada como si hubiera allí nacido. Destos indios vemos muchos en el Perú, que residen en la ciudad del Cuzco, de la cual habían sido enviados por el gran inga a Chile los que hemos dicho, y se llamaban Mitimaes, y destos era el sobredicho Vitacura, el cual por ser indio del Perú, recibió con buen semblante a los españoles. Por esta causa, y no menos por la grande anchura, fertilidad y sanos aires deste valle, que es de los mejores de las Indias, y aun de toda la cristiandad, determinó el general de hacer aquí asiento, y aun de dar traza en fundar una ciudad lo más breve que pudiese, dándole aviso y consejo para ello un cacique, al cual le costó la vida haberse metido en ello, porque después en la primera oportunidad que pudieron los bárbaros haberlo a las manos, lo mataron como traidor y facineroso.

Sabiendo, pues, por toda la tierra la voz de aquesta fundación, aún no comenzada, llegó a oídos del general electo Michimalongo, el cual determinó de oponerse sin dilación a ella haciendo guerra a hierro y fuego por la defensa de su patria, y conservación de su libertad, impidiendo a los cristianos sus intentos, sin descansar un punto hasta salir con el suyo. Y en razón de esto partió luego con su ejército muy ordenado marchando a toda priesa para Mapuche con grande orgullo y lozanía, cantando victoria, como si ya la hubiera conseguido. No causó a los españoles algún género de pusilanimidad el excesivo número y avilantez de los bárbaros, antes cobrando nuevos bríos se apercibieron a la batalla, pertrechándose de las cosas necesarias para tal conflicto, y ante todas cosas con la oración, la cual tiene siempre el primer lugar entre todas las municiones y estratagemas militares. Y muy en particular invocando todos el auxilio del glorioso Apóstol Santiago, protector de las Españas y españoles en cualquier lugar donde se ofrece lance de pelea..Tras esto se siguió un breve razonamiento del general a sus soldados, en que solamente les daba un recuerdo de que eran españoles y mucho más de que eran cristianos, gente que tiene de su parte el favor y socorro del Señor universal, por cuya honra ......de ......las gentes ......que se precian de tener justo título para ellas.

Dicho esto salieron al campo, donde se carearon los dos ejércitos, y, desafiándose sin recelo alguno, vinieron a las manos, partiendo los indios todos a una con gran vocería y lluvia de flechas que parecía se querían comer a los cristianos, los cuales estaban tan cubiertos de saetas como de espeso granizo que cae del cielo en día de temporal y de borrasca. No estaban dormidos entonces los nuestros, antes con un Santiago y a ellos andaban todos juntos sin dividirse en parte alguna, pareciéndoles ser expediente el andar......para ir atropellando bárbaros....... de los menos ......Con este ......encendida refriega, atropellando a los enemigos a cada paso y alcanzándolos a cada lance sin faltarles donde quiera que se reunían gente en quien emplear sus aceros y filos de sus armas. Pero como los indios eran en tan grueso número nunca dejaba de estar el campo cuajado dellos, entrando siempre escuadrones de refresco lucidos a maravilla por la mucha plumería que traían en sus cabezas de diversos colores, y las pinturas de sus rostros que estaban matizados con la variedad de labores que suelen en semejantes ocasiones, y mucho más por la diversidad de armas ofensivas que traían en las manos, como dardos arrojadizos con tiraderas, porras de armas de metal con púas de extraño artificio, lanzas cortas, picas en abundancia, macanas fuertes, arcos grandísimos de flechas tan largas y subtiles y de tanta fortaleza, que pasan el arzón de una silla jineta pasando la flecha de claro más adelante. Y lo más que había que mirar era la ligereza de los bárbaros, los cuales son tan sueltos que parece que en un instante están floreándose sobre el aire, y en otro cosido todo el cuerpo con la tierra. Estando, pues, la falla en su mayor furia al tiempo que los indios iban acometiendo con mayores bríos para beber la sangre a los cristianos; cuando se iban abalanzando a ellos para ejecutar su coraje con denuedo; cuando tenían ya la suya sobre el hito y a toda priesa iban blandiendo las lanzas y levantando los brazos para descargarlas con ímpetu en los cristianos; cuando con el aspirar de la victoria iban triunfando con estrépito y alaridos, veis aquí, cuando de repente (caso memorable) todos los bárbaros a una vuelven furiosamente las espaldas y dan a correr como gamos por el campo raso a ruin el postrero, desapareciendo súbitamente a huir todos del que súbitamente se les había aparecido, dejando a los cristianos suspensos, y yo ahora hasta el capítulo siguiente.




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Capítulo XI


De la fundación de la ciudad de Santiago, intitulada con este nombre por haber el glorioso apóstol aparecido en la batalla


Después de haberse dado fin a. la batalla con tan felice ......lo primero que hicieron los cristianos fué dar gracias a Dios Nuestro Señor por merced tan ......tan declarada por su mano, y luego ......que no fueron pocos, y ......a la ......hombre que quitándose éste una ......en que dormía arropó con ella su caballo, tanta es la generosidad del ánimo español. Y por ser el hecho tan digno de hombre noble me pareció poner aquí su nombre del que lo hizo, que fué Antonio Carrillo, natural de ......de la frontera de Andalucía. Habiendo todos respirado un rato del cansancio de la refriega mandó el general traer ante sí algunos de los indios que en ella habían sido presos, y los examinó haciendo escrutinio de las causas porque habían tan repentinamente desamparado el campo. A lo que respondieron que estando en su mayor coraje y certidumbre de su victoria, vieron venir por el aire un cristiano en un caballo blanco con la espada en la mano desenvainada, amenazando al bando índico, y haciendo tan grande estrago en él, tanto que se quedaron todos pasmados y despavoridos; dejando caer las armas de las manos no fueron señores de sí, ni tuvieron sentido para otra cosa más de dar a huir desatinados sin ver por dónde, por haber visto cosa llamada en su lengua pesimando, que quiere decir nunca vista. Y preguntándoles el general cuál de aquellos españoles que allí están era el que habían visto en el aire, clavaron ellos los ojos en todos los presentes mirándoles con grande atención a todos, y en particular a los más lucidos y señalados, como eran Alonso de Monroy, Francisco de Aguirre, Rodrigo de Quiroga, Francisco de Villagrán, Jerónimo de Alderete, el capitán don Diego Oro, el maestre de campo Pedro Gómez de don Benito, el capitán Juan Jofré, Pedro de Villagrán, Juan de Cuevas, Rodrigo de Araya, Santiago de Azocar, Marcos Veas, Francisco Galdámez, Luis de Toledo, Francisco de Riveros, Diego García de Cácieres, Juan Fernández Alderete, Juan Godínez, Gonzalo de los Ríos, capitán Juan Boon, Pedro de Míranda, Gil González de Avila, y otros muchos caballeros y soldados que allí se hallaron, y habían sido en la batalla, y habiéndolos mirado muy despacio en particular a cada uno se sonrieron los bárbaros como haciendo burla de todos ellos respecto de aquel que habían visto, y así lo dijeron por palabras expresas certificando que era hombre muy superior a todos ellos y que había hecho más que todos ellos juntos. Oyendo tales palabras y viendo tales ademanes, reconocieron los cristianos ser el glorioso Santiago el que había de socorro, y para certificarse más en ello ......bárbaros de los de la batalla tomando ......a cada uno de por sí, lo cual hizo el general con gran recato y diligencia, y halló ser todos contestes en lo que se ha dicho, sin haber indio que discrepase, por lo cual tuvieron por cierta resolución haber sido el glorioso apóstol. Coligiáse también por los efectos, pues habiendo sido los bárbaros más de veinte mil, y tan esforzados y briosos, y los cristianos tan pocos que para cada uno había más de doscientos contrarios, con todo eso no murió ningún cristiano, estando el campo tinto en sangre de los enemigos. Y con esta resolución tornaron de nuevo a dar gracias a Dios, y su santo apóstol que con tan benigno p ......nos había amparado al punto de la necesidad más urgente, y, así lo llamaron todos por muy particular abogado suyo y Patrón del pueblo, conformándose los votos sin excepción en que el pueblo, cuya ......intentaba tuviese el apellido de este glorioso apóstol; con cuya ......pusieron luego mano en la obra a los doce días del mes de febrero de mil y quinientos y cuarenta y uno.

El temple desta ciudad es cual puede desearse; está en treinta y dos grados y medio, en el cuarto clima hacia la parte del Sur, y así tiene su invierno y verano como el de España, aunque en los meses es totalmente opuesto, pues en el que comienza el verano en Castilla comienza acá el invierno y al contrario; de suerte que por Navidad cuando en España es el mejor estalaje el que está más cerca de la chimenea, es acá gloria andar de huerta en huerta entre frutales, y pasear los campos verdes, y florestas deleitables, que las hay en esta tierra con tantas ventajas, y con tanta fertilidad y abundancia de todas frutas que se hallan en Europa, y algunas otras naturales de la tierra, que no se sabe en el mundo lugar donde haya tanta abundancia. De suerte que las camuesas que en España son de mayor gusto se echan acá a los puercos en grande suma, porque las que los hombres comen son tanto mayores y mejores que no lo creerá quien no lo ha visto, y a este tenor van todas las cosas de mantenimientos deste reino, así de huertas, viñas y olivares, como de sementeras y ganados, todo lo cual anda a rodo, sin que haya persona tan pobre que no tenga sobrado todo lo que es mantenimiento de su casa. Entre otras cosas que ayudaron a edificar brevemente esta ciudad de Santiago no fué la de menos comodidad la abundancia de maderas del valle que está en la ribera del grande río Maule, donde hay robles de que se hacen navíos cuantos quieren y muchos cipreses., y laureles, y otras muchas especies de madera; y aun las acequias que se sacan del río y corren por la ciudad tienen sus orillas hechas vergeles de arrayán, albahaca y rosas, y otras varias yerbas y flores, lo cual también se halla en los cerros, esteros y collados, que todos están hechos unos jardines. Hay también miel de abejas sin cuidar della por ser silvestre, y sin género de cera en sus pana les. Y entre otras cosas de notar de aqueste género, hay unas matas de una vara de altura de tal calidad que cayendo en ellas el rocía a ciertos tiempos del año, se sazona de manera que se vuelve en sal menuda, la cual sin más preparación sirve para los saleros, y aun la misma yerba después de seca, si se pone al fuego toda la ceniza en que se resuelve, es pura sal. Hay también por los campos grandes frutillares, que así se llaman los que dan una fruta casi a manera de madroños, aunque en la cantidad algo mayor, y en el sabor más dulce y delicado incomparablemente, y así por excelencia se llama frutilla de Chile. Y si el lector gustare de rastrear algo de la fertilidad y abundancia de esta tierra, la podrá colegir de que ahora cuarenta y cinco años no había género de ganado en todo Chile, y pasan hoy de ochocientas mil las ovejas que hay en sólo el distrito desta ciudad, y a este tenor es el número de las vacas, puercos, cabras y yeguas y otros animales que hay en Castilla, y también de que acude con tal multiplicio el beneficio de las sementeras, que de una hanega acontece cogerse más de ciento, y aún el autor dice que vió por sus ojos producirse alguna vez de sólo un grano más de ......espigas. Lo que es naranjas, limas, limones, cidras, hortalizas y todo género de legumbres y flores, como lirios, azucenas, claveles y, finalmente, todo género de yerbas, flores y frutas de España, excepto guindas y cerezas (que no se han sembrado) todo se da con grande abundancia y ventajas. Luego que se fundó la ciudad se señaló primeramente sitios para monasterios de religiosos de todas órdenes mendicantes, que después con el tiempo han ido entrando, y fabricando casas e iglesias de las mejores de las Indias, y también se fundó, andando el tiempo, un monasterio de monjas donde se conserva con mucha exacción la observancia. Verdad es que con haber cincuenta y cinco años que se conquistó esta tierra no ha crecido mucho el número de la gente española, pues los desta ciudad de Santiago con ser la cabeza del reino no pasan de quinientos hombres, habiéndose disminuido tanto los indios que apenas llegan los deste valle a siete mil en el año en que estamos, que es el de mil y quinientos y noventa y cinco, con haber hallado en él los españoles el año cuarenta y uno pasados de cincuenta mil, y aun los deste sitio son los mejor librados, porque los de otras partes han ido y van en mayor disminución con las incesables guerras, ultra de los que murieron el año de noventa y noventa y uno de una peste de viruelas y tabardillo, la cual fué general casi en toda la ......corriendo la costa que se sigue desde Santa Marta y Cartagena hasta lo último que en Chile hay de descubierto, de lo que pudiera hacer grande historia, por haber sido enfermedad tan monstruosa y vehemente, que apenas duraba dos meses enteros en un pueblo, porque era tanta la priesa con que derribaba personas en el lugar que entraba, que a pocos días no se hallaba persona en quien emplearse por estar ya todos o convalecientes o difuntos, si no eran las personas de las cualidades a quien ella no daba, cuales eran los que pasaban de treinta y cinco años y también los nacidos en España, porque en éstos era tan cierta la seguridad de no tocarles este mal contagioso, cuanto en los nacidos en estas tierras como fuesen de poca edad era cierto el no escaparse hombre, y así, a mi parecer, murió la tercera parte de la gente nacida en esta tierra, así de los españoles como de los indios, y aún pudiera alargarme algo más como persona que a la sazón anduve casi cuatrocientas leguas, ocupado en la ayuda espiritual de los enfermos, para el cual ministerio iba dejando los pueblos como la misma pestilencia los iba dejando, y entrando en otros donde ella de nuevo entraba. Así que no es tanto de maravillar el haberse disminuido mucho los indios cuanto el no crecer el número de los españoles en tierra tan apta y apacible para la vida humana cual se puede desear en todo el mundo, porque ultra de la abundancia de las cosas dichas hay otras muchas comodidades de las necesarias para la vida humana, como son muchos obrajes de paños, jergas, bayetas y frazadas que, aunque por no haberse comenzado a poner molinos de aceite, no es el paño fino la causa de labrarse con manteca; todavía es pasadero, y también hay muchas oficinas de curtiduría de donde se saca gran suma de suelas, vaqúetas, cordobanes y badanas que se llevan al Perú; y no menos ingenios de azúcar que abastecen toda la tierra, sin que sea menester casi cosa de fuera si no es alguna lencería y sedas, pues todo lo demás puede suplirse con lo que la tierra llena de suyo; en la cual, demás de las minas de oro, hay otros muchos minerales en la cordillera de diversos metales; y lo que más convida a vivir en este reino, y en particular en esta ciudad de Santiago, es el admirable temple y clemencia del cielo, pues ni el calor llega a ser muy intenso ni el frío muy riguroso; y se ve por experiencia que todos los lugares que están hacia esta parte del polo austral no son tan fríos como los septentrionales ni aun las tierras, que están dentro de la tórrida zona desta parte ......hacia el mediodía no son tan cálidos como los que lo son en el otro hemisferio...... he estado yo en lugares que aun no estaban en tres grados y se hielan los hombres en ellos en sólo pasarlos, porque el habitarlos sería imposible, cual es una pa ......que está entre la ciudad ......y la provincia de los Quijos y ......; y, aun cuando antes de la línea equinoccial va corriendo una cordillera hacia el Sur que llega a todo lo que hay descubierto en esta región, que es hasta casi cincuenta grados; de suerte que por donde quiera que se camine desde la mar hacia la tierra adentro han de dar con ella a quince o veinte leguas de la costa, y es cosa maravillosa que con estar siempre nevada por lo más alto, dentro de cuatro o cinco leguas que se van bajando hacia la mar, hay tierras muy cálidas de verano; y también de la otra parte de la cordillera, que es más oriental y va entrando la tierra adentro, hay tanta diversidad de temples que he salido yo un día de una tierra helada y me he hallado el mismo día en pueblo de un calor tan intenso que los indios que van guiando a los pasajeros se quedan en medio del camino porque los que llegan al pueblo que está abajo mueren luego por la grande diferencia del temple, aunque el calor no es tan excesivo que dé pena a los naturales de aquel lugar ni a otras personas que entran de fuera cursados en andar entre variedad de temples. Ni hay en esta tierra aquellos intolerables calores que pensaban los antiguos, tanto que la tenían por inhabitable; antes comúnmente son estas tierras de temples más suaves y más sanos vientos, si no es algunas veces que corre el viento Norte, que son muy pocas; porque cuando corre el Sur, que es el ordinario desta región, hay salud comúnmente, con ser éste el viento más nocivo en nuestras Españas, llamado vendaval, y la causa es, entre algunas otras, que viene de la mar y, por consiguiente, muy puro y saludable, habiendo todo lo contrario en el Norte, que cuando llega por acá ha corrido las tierras que hay entre la mar del Norte y la del Sur de oriente a poniente, como son el Brasil, Paraguay, Buenos Aires, la Margarita y otras que tienen sus vertientes. a la mar del Norte. Y así tienen los vientos por acá contrarias cualidades de las que tienen en España, porque el Norte, que allá suele ser frío y seco, en estos reinos es el que da las lluvias, y el meridional, llamado Sur, es acá frío y seco, el cual esparce las nubes e impide las aguas. Todo lo cual es común no solamente en Chile, pero también en todos los reipos de Tucumán, Perú y Quito y los demás circunvecinos. Mas cuanto a la fuerza de aguaceros, truenos y rayos con los demás adherentes de heladas y granizo, hay en estas tierras tanta variedad que en algunas hay mucho de todo esto exorbitantemente, y en otras tan grande tranquilidad que nunca se ve ni aun un razonable aguacero, como experimentamos el día de hoy, que en toda la costa de la mar que corre desde Tumbez a Chile más de ochocientas leguas jamás se ha hallado hombre que haya oído truenos........ nieve o granizo, si no es en los lugares ......acercando a la sierra. Pero el asiento desde ciudad de Santiago, aunque participa algo destas impresiones meteorológicas, mas con todo eso no es cosa frecuente el oírse truenos, y el llover es con grande serenidad y sin vientos desgarrones. La tierra es algo más seca que húmeda, aunque fértil a maravilla; tiene muchos ......altísimos de los cuales ......tienen bocas en lo alto por donde echan ......también se hallan en Quito, y aunque en tratar de las calidades y condiciones destos reinos fuera razón no faltar a todo lo que pide la historia, mayormente siendo todas las cosas de por acá al contrario de las de Europa; pero parecióme estar bien excusado de esto por haber salido agora en, nuestros. tiempos un libro intitulado De natura novi orbis, escrito en latín y otro en romance que trata de las mismas cosas desta América, los cuales por ser escritos por el padre Joseph de Acosta, religioso de nuestra compañía de Jesús, persona que, demás de su autoridad y letras en todas facultades, tiene también mucha experiencia de todo esto por haber andado tres veces todo el Perú en tres visitas que hizo siendo provincial, y haber últimamente pasado por la Nueva España. Por lo cual, remitiéndome a sus escritos, pasaré al capítulo siguiente.




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Capítulo XII


De las condiciones de los indios de Chile y algunas cosas de la tierra


Lo que más hay que notar acerca deste capítulo es que los indios chilenses son por la mayor parte coléricos sanguíneos, de alta estatura, huesos sólidos y cuerpos fornidos y membrudos, rostros hermosos y colorados, aunque trigueños, de suerte que siempre andan representando alegría, y, consiguientemente, son bien acondicionados y animosos y muy arrojados en las batallas. Antiguamente adoraban al demonio, consultándole sus oráculos por medio de los hechiceros, los cuales muchas veces daban respuestas de su cabeza; no tenían adoratorios hechizos, sino el primer cerro que topaban, y aunque los hechiceros fingían que sacaban piedras, palos y otras cosas por su arte, y también curaban con yerbas supersticiosamente, pero también hay en la tierra yerbas medicinales, como el lanco para heridas, y muchas veces en veinte y cuatro horas sana; otra que llaman cori, que tiene propiedad muy estítica, sirve para muchas medicinas, en especial para estancar cámaras de sangre; otra llamada quedanque, que sirve para mal de dientes; otra raíz que se llama lepichoa, que hace purgar; otra raíz que llaman cuelen; ésta sirve para purgar melancolía; otra que llaman chopeichope, que sirve para abrir postemas; otra llamada megue, que es buena para contraveneno, y asimismo apio en cantidad, y, finalmente, otras muchas y muy excelentes yerbas y raíces medicinales y de mucha virtud. Animales silvestres hay muy pocos en este reino, si no son unos animalejos que llaman leones, nombre puesto por los españoles, y los indios les llaman pangue: éstos no hacen daño a nadie. Hay otros animalillos muy pequeños, cuyas pieles sirven de aforros de algunas vestiduras; hay gran suma de perdices substanciales y sabrosas, hay palomas, torcazas y domésticas, y codornices. Hay muchas aves de rapiña y volatería: gavilanes, halcones, neblies, sacres, azores, jirifaltes y gran suma de garzas y vandurrias y pájaros muy chiquitos, como canarios; hay ruiseñores en abundancia, tordos, rolas y otro gran número de gallinas y otras aves que se crían sin cuento, y, finalmente, hay gran cantidad de salinas, así en la costa de la mar como en la tierra. La diócesis desta ciudad de Santiago comienza desde el valle de Copiapó que es el principio deste reino, y llega hasta los términos de la ciudad de la Concepción y ciudad de San Bartolomé de Chillán, y hasta la jurisdicción de los obispados de Tucumán y las Charcas. De ancho tiene este obispado veinte y cinco leguas, y tras la gran cordillera nevada están dos ciudades del mesmo obispado, de las cuales y de las demás deste reino haremos mención cuando de su fundación se trate.

El modo de hacer sementeras en este reino, y aun en el Perú, es este: que primero riegan la tierra con agua de las acequias que corren por los campos y luego derraman el trigo, y después aran sólo una vez, con lo cual se cría tan bueno y con tanta abundancia como si llevase muchas rejas. La gente española y, en particular, los encomenderos y personas nobles, demás de que en todo procuran vivir con mucha cristiandad, pero en particular se esmeran en hacer bien a los forasteros, y socorren a las viudas y religiosos, crian huérfanos, proveen de caballos, armas y ropa a los soldados pobres que sirven en este reino de su majestad. Y el autor afirma, como testigo de vista y que anduvo gran parte de las Indias, no haber visto más caridad ni largueza en ningún otro lugar de ellos que en la ciudad de Santiago, aunque ya esto va algo decaído no solamente por lo que dice el apóstol que andando más los tiempos abunda más la iniquidad, y el mismo Hijo de Dios en su Evangelio dijo que vendría a fortificarse tanto el vicio que se resfriaría la caridad de muchos, sino también por ser mucha la gente que de nuevo va entrando, y así no se puede ya acudir a tanto.




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Capítulo XIII


De cómo el capitán Valdivia prendió en un fuerte, que desbarató, al general Michimalongo, y se dio asiento a las minas de oro


Luego que se hizo la fundación de la ciudad de Santiago, después de haber pasado la batalla., procuró el capitán Valdivia saber el secreto de la tierra y lo que en ella había, así de oro como de plata, y otras cosas de valor y estima; para esto partió de allí dando la vuelta al valle de Chile con ochenta españoles de a pie y de a caballo, y en llegando a él tuvo noticia de que el general Michamalongo estaba en un fuerte con mucha gente belicosa y pertrechada para la guerra. Oída esta nueva, le pareció que sería importante acometerla y desbaratarla, para que los bárbaros entendiesen no había de haber para ellos lugar seguro, y después de haber consultado con su gente pasó adelante con determinación de poner el cuidado principal en prender al general Michimalongo, porque teniendo cogido a éste, que era el caudillo, se entendía que todos los demás caciques y señores estarían subjetos a lo que él ordenase, obedeciéndole como a cabeza del gobierno en paz y en guerra. Yendo con este designio llegó junto al fuerte, y habiéndolo bien reconocido le puso cerco, y tuvo traza para que se asomase el general y sus capitanes a un lugar donde les dijo por faraute, que dejasen el fuerte desembarazado, pues del hacerlo así les vendría gran provecho, y, de lo contrario, mucho daño, y que no difiriesen en darle la paz y obediencia, con lo cual redimirían la matanza que les estaba aparejada. Con esto les habló otras palabras, probando si podría atraerles, de suerte que no viniesen a rompimiento. Mas ningún medio fué parte para que dejase el bárbaro general y sus capítanes de estar muy enteros en la defensa de su fuerte.

Convencida su rebeldía, mandó el capitán que los espafioles acometiesen de tropel dando batería, lo cual ejecutaron con tanto ímpetu que en espacio de tres horas, fué arruinada la fortaleza, y la victoria declarada,por los cristianos, habiendo muerto muchos indios y saliendo otros heridos y presos en los cuales se hizo ejemplar castigo, según parecía convenir en aquel tiempo. De nuestros españoles salieron la mayor parte heridos de pedradas y golpes de dardos arrojadizos, pero cosa de muerte no tocó más que a uno llamado Rodrigo Sánchez, natural de la ciudad de Écija. Entonces el capitán Valdivia con toda su gente dio gracias a Nuestro Señor por victoria de tanta importancia, mayormente por haber preso en ella al capitán Michimalongo, que era toda su pretensión, aunque por causas que le movieron no le cortó la cábeza, antes procuró por todas vías hacer dél un buen amigo, acariciándole para que él (como quien tenía mano en todo) diese orden que todos viniesen de paz, como deseaba; juntamente se informó dél por extenso de los lugares de donde sacaban el oro que llevaban en tributo al rey del Perú, porque hasta aquel punto no sabían dónde estaban las minas, ni se había visto oro en el reino. Viendo Michimalongo que con esto tendría contentos a los vencedores, acordó él y los demás señores que con él estaban en prisión de llevar al capitán a las minas de Malgamalga, junto al río grande de Chile y Quillota. Aceptó Valdivia la oferta y tuvo por bien de ir a ellas, pues no había más de dos leguas de allí a donde las minas estaban; llegado allí, halló en el asiento dellas muchas fundiciones y crisoles de barro para el efecto.

No se puede explicar el regocijo y júbilo de los españoles cuando vieron tales insignias, y como si ya tuvieran el oro en las bolsas, ninguna cosa les parecía faltarles, ni les daba cuidado, si no era pensar si había de haber tantos costales y alforjas en el reino que pudiesen echar en ellos tanto oro, y así se comenzaron a engreir y ensanchar en gran manera teniendo ya más altos pensamientos, como gente rica, entendiendo que en breve tiempo irían a España para hacer mayorazgos y aun condados, y torres de oro, comenzando, desde luego, a hacerlas de viento. Luego trató el capitán Valdivia con los caciques y señores diesen gente para labrar las minas de allí adelante y en dándola serían sueltos de la prisión en que estaban; respondieron ellos que eran contentos de consultarlo al punto con el general Michimalongo, que allí estaba, pues era la cabeza de todos ellos, como en efecto se hizo con instancia. Lo que resultó de la consulta fué juntarse en breve mil y doscientos mancebos de veinte y cuatro a treinta años y quinientas mujeres solteras y doncellas y muchas dellas huérfanas y vagabundas, todas de quince a veinte años, las cuales ocupaban a posta los caciques y señores para que trabajasen en aquel oficio de lavar y sacar oro y no anduviesen haraganas; estas costumbres de beneficiar oro las mujeres desta edad quedó después por muchos años, y se entendió que la tenían antes que entrasen los españoles, pues los caciques las daban para el efecto. Pero los españoles, como buenos cristianos y temerosos de Dios, no permitieron por entonces que en tal oficio estuviesen mujeres mezcladas entre hombres, pues dello resultarían ofensas de Dios, y aun para los mineros españoles sería ocasión de otro tanto por ser muchas estas indias doncellas blancas y hermosas, y de edad ocasionada para toda lascivia, como se ha experimentado después andando el tiempo, porque han tenido tan poco recato los encomenderos que así como echaban cuadrillas de hombres en las minas, echaban también de mujeres, habiendo en aquellos asientos muchos españoles que residían allí de ordinario con cargo de recibir el oro y mandarlo sacar a puros azotes, de los cuales algunos eran tan deshonestos que vivían de la manera que se les antojaba teniéndolo todo por suyo, sin haber quien se lo impidiese ni castigase, con ser grande la disolución y soltura, y bien se sabe que semejante abuso tuvo por autores a los mismos encomenderos, pues nunca su majestad el rey nuestro señor ha mandado que en sus reinos labrasen minas las mujeres de la manera que hemos dicho, estando en el invierno metidas en el agua todo el día helándose de frío, como el autor testifica haberias visto lavar el oro llorando, y aun muchas con dolores y enfermedades que tenían, y aun cuando no entraban con ellas las sacaban ordinariamente de allí. En efecto, el capitán Valdivia no quiso permitir por entonces este abuso tan pernicioso: excluyendo a las mujeres puso su asiento de minas con dos mineros españoles que sabían bien el arte y manera de sacar oro, el uno llamado Pedro de Herrera, natural de la ciudad de Salamanca, y el otro Diego Delgado; éstos enseñaban a los indios a sacar apuradamente el oro, porque cuando lo sacaban para el rey del Perú no tenían orden en aprovechar el trabajo, que sólo cogían el oro más granado, quedando lo demás perdido, lo que remediaron estos dos mineros españoles dando traza en que de allí adelante no se perdiese cosa. También se puso en el asiento de las minas para su guarda y defensa alguna gente española escogida, y un criado del capitán Valdivia, que se llamaba Gonzalo de los Ríos, para que asistiese como mayordomo y caudillo, para que si acaso acaeciese algún alboroto o novedad se pusiese a la defensa y diese aviso con brevedad a la ciudad donde el capitán estaba.

El oro que en este tiempo se sacaba se iba todo juntando para enviar al Perú con que ase avíase más gente española, de que tenía este reino mucha falta, y otras cosas necesarias, y también deseaba el capitán enviar a su majestad un gran presente de oro, para que entendiese que aquella tierra nuevamente descubierta y poblada era suya, y en su real nombre le estaba él allí sirviendo con aquellos poquitos españoles. Y para despachar todo esto mandó hacer un bergantín, ayudándose para ello de los indios de la comarca, los cuales como entendieron que era para traer gente española, con la cual se vendrían a juntar muchos cristianos, procurando su remedio, fué que en breve tiempo se juntaron los caciques y señores, y con gran secreto entraron en consulta, donde se resolvieron en tornarse a rebelar, aunque contra el parecer del general Michimalongo, y para ésta enviaron mensajeros por toda la tierra dando aviso de lo que estaban consultando, de suerte que en pocos días se juntó mucha gente de guerra, la cual, habiéndose pertrechado de lo necesario, dio sobre los españoles que estaban en las minas, que por todos eran veinte y cinco, y los mataron a todos excepto al caudillo Gonzalo de los Ríos, que éste como vió la cosa de mala manera se escapó huyendo a uña de caballo y llegó a la ciudad, donde dio la triste nueva, y sabido el caso por el capitán, luego dentro de una hora se puso a caballo y mandó saliese en su seguimiento alguna gente española, quedando la ciudad reparada, y llegando al asiento de las minas donde se había hecho la matanza, no tuvo oportunidad de hacer otra cosa más que llorar el daño que vía a sus ojos y con esto se volvió a la ciudad.

En este tiempo había ciertos soldados que no se llevaban bien con el capitán Valdivia por fines que tenían; y deseaban, según fué entendido, su perdición y mal suceso y que ninguna cosa acertase, deseando que les cayese la casa encima a trueco de que cogiese debajo a su enemigo, cual otro Sansón, que derribó el templo de los filisteos cogiéndolos debajo estando él entre ellos y muriendo la misma muerte con que les mataba; llamábanse éstos Francisco Chinchilla y Antonio Pastrana, naturales de Medina del Campo, y don Martín de Solier, natural de Córdoba; y Rodrigo Márquez, natural de Sevilla; y Juan Vázquez y otro, de modo que por todos eran seis; uno de éstos, que era Francisco Chinchilla, mostró tanto regocijo de ver venir a Valdivia tan melancólico del mal suceso sin haber hecho cosa en el viaje, que, echando un preltal de cascabeles, se puso el mismo día a correr por la plaza con gran regocijo. Vino esto a oídos de Valdivia, el cual le mandó luego prender, y con él a los demás, por tener aviso de que andaban a punto de amotinarse. Estando todos en prisiones en la casa del alguacil mayor Juan Gómez de Almagro, mandó Valdivia que cuando se metiese la comida a los presos se hiciese escrutinio de si entraba solapada en ella alguna carta o billete, por haber él ordenado que ninguna persona les hablase. No se engañó mucho en esto, porque dentro de un pan subcinericio, que era cocido al rescoldo, envió Antonio de Pastrana una carta a Francisco Chinchilla, su yerno, porque estaban apartados en la prisión. Este pan abrió el alguacil mayor, y hallando la carta se puso a leerla para sí delante de la parte, y estando embebido en lo que contenía, arremetió con él Francisco de Chinchilla y se la quitó de la mano, y en un punto se la metió en la boca y la tragó, contentándose, ya que no comió el pan, con comer la carta. Con este hecho se alteró extrañamente el capitán Valdivia, de suerte que la carta vino a ser amarga en el estómago, aunque había sido quizá dulce en la boca; pero no de la manera que le sucedió a San Juan, a quien Dios mandó por medio de un ángel que tragase un libro, el cual fué en su boca dulce como la miel, y en el estómago amargo como acíbar. A lo menos la amargura sabemos que le vino a Chinchilla porque Valdivia mandó hacer justicia de los cinco dellos dejando sólo a Juan Vázquez, y, en efecto, vinieron todos cinco a confesar al tiempo de su muerte ser verdad que se amotinaban, y aún condenaron a otros, contra los cuales no se averiguó cosa después de muchas pesquisas. Está disensión entre gente doméstica fué de tanto detrimento como siempre suele ser en lances semejantes, pues dejados otros ejemplos, dice Josefo que cuando Tito emperador estaba sobre Jerusalén se desavinieron dentro della dos coterráneos, que fueron Juan y Simón, lo cual fué raíz de mayor daño que pudieron solos por sí hacer los de fuera, como lo hicieron, en efecto, cogiéndolos desunidos. Esto mismo sucedió a nuestros españoles, porque como los indios los vieron revueltos, tomaron ocasión de rebelarse, y el oro que estaba sacado de Malgamalga cuando mataron a los veinte y siete españoles, lo repartieron entre sí todos los capitanes por partes, iguales, gozando también de los demás despojos que les quitaron al tiempo de su matanza.




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Capítulo XIV


De la prisión de siete caciques


Escarmentado el capitán Valdivia del alboroto pasado, en que los indios mataron a los españoles de las minas, procuró recoger todos los bastimentos que él pudo para mantener a su gente en el tiempo que durase la fábrica de la ciudad comenzada, para la cual diputó la gente necesaria poniendo al resto del pueblo a punto de pelea de la manera que lo hacía Zorobabel, que reedificaba el templo de Dios después de la vuelta de Babilonia, que con una mano atendía a la fábrica y con la otra acudía a defenderse de los que procuraban perturbarle, como Beselán, Mitrídates, y Thabeel con los persas mandados de su rey Asuero. Y como entendiese que los indios se andaban conjurando para dar sobre la ciudad, así por haber escondido los mantenimientos dejando sin ellos a los españoles y a sus yanaconas, como por otros indicios que dello tuvo, mandó llamar algunos caciques con achaque de tratar con ellos algunas cosas tocantes al servicio del pueblo, no dándoles a entender que sospechaba cosa alguna del motín que se rugía. A esto acudieron siete caciques excusándose los demás con algunas causas fingidas, y teniendo Valdivia a estos siete en su presencia les habló con razones graves y de mucha ponderación, dándoles a entender cuán perdidos iban en meterse en nuevos alborotos, y cómo era traza del demonio, que los pretendía inquietar y destruir a todos; y que les notificaba los daños que se les habían de seguir del alzamiento para que después de experimentados los atribuyesen a si mismos y no a los cristianos; a lo cual respondieron los caciques estar ellos libres desta nota sin haber intervenido en la conjuración que otros intentaban, haciendo grandes,ofertas y promesas al capitán Valdivia, rernifiéndose para ello a la experiencia. Y aunque él entendió ser todas sus palabras fingidas mostró exteriormente que les daba crédito, diciéndoles que para prueba de lo que decían mandasen luego a traer mantenimientos, pues vían cuán necesitados estaban dellos los cristianos; y ofreciéndose los caciques a traer luego de sus tierras provisión bastante para todo el pueblo, los detuvo Valdivia presumiendo ser cautela y trato doble de los indios, que no pretendían sino verse libres de sus manos. Y poniéndolos a todos en prisión, mandó que diesen orden en que dentro de cuatro días hubiese en la ciudad la provisión necesaria para su gente, para cuya ejecución enviaron ellos algunos indios súbditos suyos a que la recogiesen en sus tierras.

Estaba entre estos caciques uno llamado Quilacanta, que era gobernador de aquella tierra puesto por el rey Inga del Perú con gente de guarnición, como se ha tocado arriba; a éste dijo Valdivia que pues había gobernado aquella tierra y tenía tanta mano en ella, diese luego traza en que o viniesen todos los indios de paz o se juntasen todos a hacerle guerra, porque deseaba acabar de una vez con ello con bien o con mal. A esto respondió el capitán Quilacanta que él no era ya parte para lo uno ni para lo otro, por no ser obedecido después que entraron los españoles, y que sólo le podía servir con avisarle de que los indios no esperaban otra cosa sino que su señoría saliese de la ciudad para coger a la gente dividida, dando sobre los unos y los otros de improviso. Y como si las palabras de este indio hubieran sido contrarias totalmente a las que dijo, así tomó dellas acilla el capitán Valdivia para salirse luego de la ciudad a una provincia llamada de los Paramocaes, que jamás se había rendido a los españoles, enviando delante un capitán con treinta hombres, en cuyo seguimiento partió él poco después con otros setenta. Y no fué poco el contento que recibió de hallar una tierra tan fértil y abundante de todas las cosas, así de mantenimiento para los hombres.y pasto para los ganados como de ríos fuentes y manantiales. Y así, después que la poblaron los españoles, hay en ella muchos viñas y las demás frutas de Castilla. Y es muy regalado de cosas de caza, de volatería y cetrería, en particular de venados, que se cogen en grande abundancia, por lo cual los indios no se curaban antiguamente de darse a cultivar sus tierras contentándose con las aves y otros animales que cazaban, gustando más de ser flecheros que labradores, y así eran tan diestros en tirar de puntería, que tuvieron los españoles bien que hacer para rendirlos.

Estando, pues, Valdivia en esta provincia, llegó un mensajero enviado del capitán Alonso de Monroy, su lugarteniente, y Francisco de Villagrán, su maestre de campo, que habían quedado en la ciudad con cincuenta españoles, y le dio aviso de que venían sobre ella grandes escuadrones de enemigos en cuyas manos se verían en gran peligro si su señoría tardaba en acudir a su remedio, a lo cual respondió Valdivia que se defendiesen ellos por sus personas, pues eran hombres para ello, y que él haría lo mismo si se ofreciese semejante lance para ello. Viendo el capitán Michimalongo que Valdivia no asistía en la ciudad envió a un capitán bárbaro llamado Alcana con la mayor parte de su ejército para que llevasen la ciudad a fuego y sangre precediendo frecuentes espías que mirasen atentamente si estaba en ella aquel caballero del caballo blanco que los venció en la batalla pasada y los dejó atemorizados, como arriba queda dicho, teniendo por cierto ser el glorioso Santiago. Por otra parte, envió a su hermano Tanjalongo con alguna gente que entretuviese al capitán Valdivia, porque no pudiese acudir a dar socorro a los de su pueblo. Mas no pudieron los indios trazar esto tan secretamente que no fuese entendido por los españoles de la ciudad, los cuales hicieron todas las diligencias y precauciones posibles para defenderse barreando las calles, poniendo albarradas y trincheras, y aderezando las armas, así los españoles como los indios yanaconas. Y el capitán Alonso de Monroy repartió la poca gente que había en algunos escuadrones para que supiese cada uno a qué lugar había de acudir. Y la principal prevención de que todos usaron fué acudir a Dios y a su gloriosa madre y al bienaventurado Santiago, para que les fuesen favorables, como siempre lo habían sido; teniendo esto por el más eficaz medio -como lo es- para salir con todas las empresas que se intentan.




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Capítulo XV


De la batalla que hubo en la ciudad de Santiago entre los indios y españoles, donde mató doña Inés Juárez siete caciques


Estando los cincuenta españoles de la ciudad de Santiago con las armas en las manos esperando a los enemigos, veis aquí cuando un domingo a los once de setiembre de 1541, tres horas antes del día llegaron sobre la, ciudad los indios de guerra repartidos en cuatro escuadrones para derribar por tierra las paredes y quitar las vidas a las personas. Y aunque la multitud de bárbaros y el orden y disposición de sus compañías, el pavor de sus alaridos y la obscuridad de la noche eran todos motivos para atemorizar a los ciudadanos, con todo eso no hubo hombre entre ellos que desmayase, antes mostrando un valor invencible pelearon todos con lanza y adarga, dando y recibiendo heridas por todo aquel espacio de tiempo que duró la obscuridad de la noche. Mas como empezase a salir la aurora y anduviese la batalla muy sangrienta, comenzaron también los siete caciques que estaban presos a dar voces a los suyos para que los socorriesen libertándoles de la prisión en que estaban. Oyó estas voces doña Inés Juárez, que estaba en la misma casa donde estaban presos, y tomando una espada en las manos se fué determinadamente para ellos y dijo a los dos hombres que los guardaban, llamados Francisco Rubio y Hernando de la Torre que matasen luego a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos. Y diciéndole Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas:

-Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar?

Respondió ella:

-Desta manera.

Y desenvainando la espadalos mató a todos con tan varonil ánimo como si fuera un Roldán o Cid, Ruy Díaz. No me acuerdo yo haber leído historia en que se refieran tan varoniles hazañas de mujeres como las hicieron algunas en este reino, según constará por el discurso de la nuestra, donde verá el lector haberse hallado algunas en Chile que sepueden comparar con aquella famosísima Alartesia y Lampeda, que ganaron por sus personas, antiguamente, la mayor parte de la Europa y algunas ciudades de Asia, y no con la certidumbre de las que hablamos, pues las historias que tratan de aquellas y otras semejantes mujeres belicosas, como Oritia, Minitia Harpálica, Pentesilea, Hípólita y Harpe, no son tan auténticas ni tienen tantos fundamentos de credulidad; y desta doña Inés Juárez y sus hechos y de las demás mujeres de que hago mención en esta historia, hay muchos testigos le vista muy fidedignos y de autoridad en mayores cosas que son hoy vivas y lo afirman todos unánimes en lo que atestiguan. Habiendo, pues, esta señora quitado las vidas a los caciques, dijo a los dos soldados que los guardaban que, pues no habían sido ellos para otro tanto, hiciesen siquiera otra cosa, que era sacar los cuerpos muertos a la plaza para que viéndolos así los demás indios cobrasen temor de los españoles. Eso se puso luego en ejecución, saliendo los dos soldados a pelear en la batalla, la cual duró gran parte del día, corriendo siempre sangre por las heridas que se recibían de ambos bandos. Y fué cosa de grande maravilla el ver que tan pocos españoles pudiesen resistir tanto tiempo a tan excesivo número de bárbaros de grandes fuerzas y determinación en la guerra, mayormente viéndolos ya posesionados de la ciudad, que estaba llena de ellos por todas partes, donde apenas se podía discernir cuál era el mayor número, el de los vivos o el de los muertos.

Viendo doña Inés Juárez que el negocio iba de rota batida y se iba declarando la victoria por los indios, echó sobre sus hombros una cota de malla y se puso juntamente una cuera de anta y desta manera salió a la plaza y se puso delante de todos los soldados animándolos con palabras de tanta ponderación, que eran más de un valeroso capitán hecho a las armas que de una mujer ejercitada en su almohadilla. Y juntamente les dijo que si alguno se sentía fatigado de las heridas acudiesea ella a ser curado por su mano, a lo cual concurrieron algunos, a los cuales curaba ella como mejor podía, casi siempre entre los pies de los caballos; y en acabando de curarlos, les persuadía y animaba a meterse de nuevo en la batalla para dar socorro a los demás queandaban en ella y ya casi desfallecían. Y sucedió que acabado de curar un caballero se halló tan desflaquecido del largo cansancio y mucha sangre derramada de sus venas que intentando subir en su caballo para volver a la batalla no pudo subir por falta de apoyo, lo cual suplió tan bastamente esta señora que poniéndose ella misma en el suelo le sirvió de apoyo para que subiese, cosa cierta que no poco apoya las excelentes hazañas desta mujer y la diuturnidad de su memoria. Llamábase este caballero Gil González de Avila, que fué muy conocido en estos reinos, el cual apenas entraba en conversación o corrillo donde no refiriese aqueste hecho con los demás memorables desa señora que se tocan en diversos lugares desta historia, aunque no todos, por haber sido tantos que la requerían propia de solos ellos. Desta manera socorrió a su gente, que ya no podía ir atrás ni adelante por ser muchas las escuadras de indios que iban entrando de refresco sin esperar los nuestros otro auxilio que el del cielo. Por lo cual acordaron de acudir a éste invocando con la mayor devoción que cada uno podía el favor de Dios y su santa madre y el del glorioso Apóstol Santiago, Patrón de la ciudad que defendían. Con este trabajo anduvieron los nuestros peleando hasta mediodía, que fué negocio casi milagroso poder sustentarse tanto tiempo sin descansar entre tantas huestes de enemigos, no cesando de matar cuantos hallaban por delante, con tantos bríos, que hubieron de poner en huída a los contrarios con lastimosa pérdida de su parte, sin que en tantos peligros muriese español alguno, disponiéndolo así la divina Providencia para el aumento de su santa fe católica en estas partes. Mas aunque los indios se retiraron no perdieron de vista a la ciudad, así por estar tan cansados que no podían ir adelante como por haberse hecho afuera con ánimo de descansar y tomar refresco, para volver con nuevos bríos a la batalla. Pero dieron lugar con éstos a que los nuestros se curasen y tomasen aliento ellos y los caballos, que no podían ya rodearse, y. para tomar alguna refección y refrigerio no de conservas y manjares delicados, ni aun pan y vino, pues no lo había en todo el pueblo, sino un poco de maíz tostado, y ése por medida y tasa, aunque no la había en su esfuerzo y ánimo con que ellos sufrían alegremente estas y otras semejantes calamidades en razón de servir a su rey, hacer ilustre su nombre en todo el mundo.

Entre las demás cosas memorables que sucedieron este día no fué la de menos admiración la que aconteció al general Francisco de Aguirre, y fué que como fué tan prolongado el tiempo de la batalla, que duró desde antes del día hasta la mayor fuerza del sol, que era a las doce, y en todo este tiempo no dejó la lanza de la mano trayéndola siempre apretada en ella para dar los botes con más fuerza, vino a quedar la mano tan cerrada que cuando quiso abrirla y dejar la lanza, que tenía casi tanta sangre como madera, no pudo abrir la mano ni despegar la lanza ni otro alguno de los que procuraron abrírsela fué parte para ello. Y así fué el último remedio aserrar la asta por ambas partes, quedando metida la mano en la empuñadura sin poder despegarse, hasta que con unciones poco a poco se fué molificando y se abrió al cabo de veinte y cuatro horas, tanta era la firmeza con que este valeroso capitán empuñaba la lanza en las batallas.

Habiendo descansado la gente de ambos bandos, llegó el general Michimalongo con cinco mil hombres de refresco a donde estaba su ejército con mucha pausa refocilándose para revolver con más bríos a proseguir lo que estaba comenzado; y viéndolos con tanta sorna a tiempo en que pensaba él que se habían comido a los españoles sin resistencia, les habló con palabras graves y severas, que argüían entendimiento y valor de uno de los emperadores romanos, más que de bárbaro chilense. Porque aunque estos indios son comúnmente de bajos naturales y apocados en sus personas y modo de proceder en sus negocios, con todo eso hay algunos que representan el señorío y autoridad de sus linajes y oficios, y tal era este Michimalongo, cuya prudencia y sagacidad y otras buenas partes naturales autorizaban mucho su persona. Por esta causa era muy respetado de los indios y no menos por ser muy liberal y dadivoso para sus súbditos, y templado, sobrio y compuesto en sí mesmo. Pues la virtud donde quiera es venerada, aunque sea entre bárbaros, y lo que más es amada de los mesmos enemigos, como lo dice Cicerón por palabras expresas. Era este Michimalongo de buena estatura, muy fornido y animoso; tenía el rostro alegre y agraciado, tanto, que aun a los mesmos españoles era amable. Viendo, pues, a los suyos mano sobre mano, los reprendió ásperamente con gran coraje y severidad, como hombre de pundonor y sangre en el ojo, con las razones siguientes: «Espantado estoy de que unos hombres tan valerosos como yo entendí que érades vosotros, hayáis caído en tal infamia y deshonor, perdiendo vuestra reputación acerca de los cristianos, y aun de los mesmos de vuestra patria de entre los cuales yo os escogí, entendiendo que érades hombres y no gallinas, como la experiencia muestra con desengaño. Yo no sé, por cierto, qué nueva cobardía se ha metido y aposesionado de vosotros, que, habiendo resistido tan varonilmente a los quinientos hombres que entraron con el capitán don Diego de Almagro hasta hacerlo salir de nuestras tierras con el temor que nos tuvieron, estéis agora tan amilanados que os hayan hecho huir cuatro hombrecitos de mala muerte, cobrando ellos avilantez de ver tan en su punto vuestra cobardía. Mucho tenía yo que deciros acerca desto, pero basta para avergonzaros el deciros, ya aquí públicamente, que alzo mano del oficio de general, y, desde luego, lo renuncio en quien mandáredes, porque me desdeño de ser tenido por adalid de tan infames soldados, pues quien oyere decir lo que hoy ha pasado por vosotros me echará a mí la culpa, como a la cabeza a quien se suelen atribuir todos los achaques y efectos prósperos o adversos de la guerra. Y si me hiciéredes instancia para que no me exima deste cargo, ha de ser con tal condición que troquéis los instrumentos de guerra con vuestras mujeres, tomando ellas vuestras armas y vosotros sus ruecas, que sois más para ellas que para las batallas; aunque siendo cincuenta mil, como sois vosotros, para treinta y dos hombrecillos como éstos, que seáis hombres o mujeres, que traigáis lanzas o ruecas, cualquiera cosa sobra si,no sois gallinas, como hasta aquí lo habéis mostrado.» A estas razones respondió un capitán llamado Aliavo, que aunque le sobraba razón de estar airado contra ellos mirando solamente los efectos, pero considerando bien lo que ellos habían hecho y padecido no había hombre entre ellos digno de ser reprendído por cobarde. Pero que tornarían a la refriega, pues hasta entonces no habían desistido della, sino solamente retirándose un poco para tomar aliento. Con éstas le dijo otras palabras para aplacarlo, prometiéndole grandes cosas, de suerte que el general se fué amansando hasta quedar del todo desenojado. Y queriendo que se diese luego la batalla mandó que mientras todos bebían un poco para entrar con más esfuerzo, fuesen a la ciudad algunos espías mostrándose ser indios de paz para contar los españoles que en ella había, deseando saber si había algunos menos de los treinta y dos de a caballo y diez y ocho de a pie, habiendo muerto alguno en la batalla. Estos espías entraron en la ciudad sin género de impedimento, como es de ordinario en este reino, porque como los indios de paz y los de guerra son de una misma traza, hábito y disposición, no se puede discernir si entre los muchos que hay de paz se mezclan algunos de los rebeldes, y así echaron de ver estos espías todo lo que quisieron, contando a los españoles uno a uno muchas veces, y hallaban siempre ser treinta y tres los de a caballo. Fueron con esta relación al general Michimalongo, el cual hizo burla de ellos, diciendo que debían estar embriagados y que él no pretendía saber si los de a caballo eran más de treinta y dos, sino si eran menos, pues no haber más era cosa muy cierta, y que a todos constaba sin duda alguna. Y tornando a enviar otros espías le dieron la misma relación que los primeros, lo cual hicieron otros muchos indios que envió diversas veces concordando todos en que los de a caballo eran treinta y tres, lo cual, había también notado Francisco de Villagrán al tiempo de la batalla, por lo cual se tuvo por cosa cierta, como lo fue, que aquel caballero que allí estaba demás de los treinta y dos conocidos era el glorioso Apóstol Santiago, enviado de la divina Providencia para dar socorro al pueblo de su advocación, que invocabasu santo nombre.




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Capítulo XVI


De una famosísima batalla que hubo en la ciudad de Santiago, donde apareció la Reina del Cielo, a la cual se fabricó una iglesia intitulada Nuestra Señora del Socorro


En tanto que los indios se estaban apercibiendo para revolver sobre el pueblo, andaban los españoles dando traza en disponer las cosas por el mejor orden que fué posible, no desanimándose al ver el nuevo escuadrón que había llegado de refresco, antes estaban resueltos no solamente en defender la ciudad con todas sus fuerzas, sino también en salir a buscar los enemigos en caso que ellos difiriesen la entrada. Y para esto hizo el teniente del general Alonso de Monroy una larga y tierna plática a la poca gente que tenía animándolos a morir o vencer, y ante todas cosas a prevenirse con la oración fervorosa y devota, dando él principio a ella ayudado de dos sacerdotes que animaban mucho a todo el pueblo con la firme confianza en el favor de Nuestra Señora a la cual se encomendaron muy de veras con mucha devoción y lágrimas como gente que veía la muerte al ojo. Y fueron tan excelentes los bríos que sacaron de la oración, que, no pudiendo sufrir tibieza en sus corazones, salieron luego de tropel así los de a pie como los de a caballo, y se arrojaron a vadear un río que estaba en medio de los dos ejércitos, abalanzándose sin dilación en medio de los enemigos, como si su poder fuera tanto que estuviera la victoria de su parte. La furia y braveza de los soldados, el frecuente dar y recibir golpes desaforados, el lago de sangre que se iba arroyando lastimosamente, el retirarse ya los unos, ya los otros entrando y saliendo de la ciudad, ganando y perdiendo el sitio della, fueron cosas de las más memorables que se leen en historias antiguas ni modernas. Aunque la claridad del día iba faltando sin declararse la victoria de alguna parte, con todo eso iban ya los indios flaqueando y perdiendo el sitio de la ciudad, y los nuestros animándose con su tibieza; y recogiéndose todos en un puesto partieron con gran ímpetu invocando el nombre de la gloriosa Virgen Nuestra Señora y el del glorioso Apóstol Santiago, con cuyo patrocinio vieron a los indios irse retirando con mucho orden hacia el río donde dieron en ellos animosamente, obligándoles a meterse por él y echar a huir por donde cada cual podía, yendo tan ciegos de temor que ni sabían el camino que llevaban ni aun de sí mesmos. Entonces dieron tras dellos los cristianos sin cesar de dar heridas y tender hombres por el suelo, porque el aprieto en que los indios los habían puesto encendió en ellos tanta cólera y coraje, que, sin usar de piedad con algunos de ellos, echaron el resto en apurarlos llevándolo todo por punta de lanza, que era el instrumento de que usaban, pues apenas había cual y cual arcabuz y escopeta, y ésa sin munición ni lo demás necesario para aprovecharse della en las batallas.

Estando ya cansados los cristianos de correr a tantas partes y alancear tantos hombres, se fueron recogiendo a la ciudad trayendo por delante muchos indios presos en manos de los yanaconas de servicio, los cuales venían despavoridos y embelesados diciendo que aquel caballero del caballo blanco que los había vencido en la primera batalla había peleado también en ésta, y era el que les hacía la guerra aterrándolos con la gran braveza de sus fuerzas y severidad de su aspecto. Demás de esto, venían publicando que cuando la refriega estaba en el mayor furor había salido de la ciudad una señora que les echaba tierra en los ojos cegándolos, de suerte que no veían a los cristianos, obligándolos a volver las espaldas sin ver en qué lugar ponían los pies ni saber si estaban en cielo o tierra. Sobre lo cual hizo el teniente diligentísima pesquisa, examinándolos aparte sin saber unos la declaración de los otros. Y los halló a todos tan contestes, que no hubo hombre que discrepase en una tilde desto que públicamente venían pregonando. Y para más satisfacciones les puso delante a doña Inés Juárez, diciéndoles que aquélla debía ser la señora que hablan visto, y la cual les quitaba a ellos la vista, de lo cual se vieron ellos muchos haciendo burla della diciendo que había tanta diferencia de la una a la otra como de la noche obscura en medio del invierno al día claro y despejado cuando va ilustrándole el sol en tiempo de primavera. Certificados los españoles con las indubitables informaciones que se hicieron, primeramente dieron a Dios y a su Santísima Madre las gracias debidas por tan insigne beneficio, y para mostrar la gratitud debida a la soberana reina del cielo le edificaron un templo con título de Nuestra Señora del Socorro, encomendándolo a dos clérigos que había en el pueblo, y acudía de allí adelante toda la ciudad a sus devociones. Después, andando el tiempo entraron en esta ciudad cinco frailes de la Orden del Seráfico Patriarca San Francisco, y pretendieron tomar la posesión de aqueste templo, y aunque los clérigos se lo defendieron, pudienros ellos más por ser en mayor número, echándolos fuera a fuerza de brazos, y fundando allí su monasterio, que fué el primero deste reino, y los frailes fueron los primeros que en él entraron en el mes de agosto de mil y quinientos y cincuenta y tres, aunque el mes en que se posesionaron desta casa fué el de mayo del año siguiente de cincuenta y cuatro, y después acá ha ido creciendo este monasterio con muy buenos edificios y hermosas huertas y jardines, y es la iglesia muy frecuentada de la gente más devota del pueblo. Los muertos en esta batalla de parte de los indios pasaron de dos mil, y los heridos, en más grueso número, sin haber fallecido hombre de nuestro ejército, aunque quedaron muchos mal heridos, y la ciudad saqueada y destruída con los incendios, que casi no se conocían las calles ni casas della. Señaláronse mucho en esta batalla el teniente de general Alonso de Monroy, el mariscal Francisco de Villagrán, el general Francisco de Aguirre, Pedro de Miranda, Francisco de Riveros, Santiago de Azócar, Rodrigo, de Araya y todos los demás generalmente, mostrando todos aquel día a donde llega el ánimo y valor de los españoles.




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Capítulo XVII


De la batalla que hubo en Penco entre los indios y los españoles, habiendo Valdivia conquistado los Paramocaes


En tanto que en la ciudad de Santiago se padecían tantas calamidades, andaba el capitán Valdivia allanando y apaciguando los indios paramocaes, y procurando atraerlos al conocimiento de Dios Nuestro Señor con instrucción en la doctrina cristiana, y algunos principios de policía, de la cual estaban muy ajenos por la gran barbaridad en que vivían. No fueron pocas las dificultades que atropelló en este tiempo, así en instruir y poner en orden a los indios como en las asperezas de los caminos, y crecimiento de los ríos por donde había de pasar. Y hubo algunos tan impertransibles, que no pudo llegar a la ciudad de Santiago para dar a los suyos el socorro que deseaba, supliendo esto con oraciones, que es el principal remedio en todas las necesidades ocurrentes. Y no fué poco lo que negocíó en este tiempo enviando mensajeros por todas las provincias comarcanas a notificar a los indios que se sujetasen de su voluntad a la corona real de España, a lo cual acudieron muchos, que hasta hoy perseveran en la confederación y paz con los nuestros. Pero con todo eso, nunca le faltaban frecuentes asaltos de los bárbaros, los cuales nunca se atrevieron a ponerse contra él en campo raso, sino saliendo a hurtadillas de las montañas y quebradas y otros lugares ásperos, donde aguardaban a los cristianos para dar en ellos de sobresalto. Pero saliendo bien de todos estos encuentros, y habiendo juntado suma de vituallas, fué caminando la vuelta de la ciudad, en cuyo camino topó mensajeros con la nueva de la felice victoria, con la cual se regocijó extraordinariamente, dando muchas gracias a Dios Nuestro Señor por tan singular merced de su piadosa mano, teniendo esto por principio de la conversión de tantas almas, no solamente por el temor que habían cobrado de las fuerzas de los españoles, sino también porque habían entendido ser mano divina la que los favorecía, según ellos mismos habían confesado. Y con el fervor en que metió a los españoles esta nueva, se animaron ellos a caminar con más ligereza, hasta llegar a la ciudad, donde fueron tantos los júbilos que tuvieron en verse así los recién venidos como los que estaban esperándolos, que no se puede explicar en pocas palabras. Aunque sintió no poco Valdivia en hallar la ciudad tan destrozada, y algunos de los suyos tan mal heridos; y no menos la muerte de Gil González de Ávila, que poco antes había fallecido de las heridas que en el capítulo pasado referimos. Y también le quebró el corazón el ver a su gente en tal extremo de necesidad de mantenimientos, que el mayor regalo era un poco de maíz dado por tasa, aunque esto se remedió abundantemente con las muchas cargas de vituallas que traía recogidas de las provincias por donde había pasado, con las cuales socorrió a los suyos, regalándolos cuanto pudo no solamente con los manjares, pero mucho más con las palabras amorosas que a todos dijo, ponderando el valor de sus personas y dándoles las gracias de su parte y de las del rey nuestro señor, profiriéndose a conseguir de su majestad las mercedes que merecían sus extremadas hazañas y calificados servicios.

Mas como era tan grande la ansia que Valdivia tenía de proseguir la conquista y de ver en quietud a todo el reino antes de acabar sus días, no quiso detenerse más tiempo del que fué necesario para consolar su gente y reparar el pueblo, y muy en particular, el poner en su punto la fábrica de la iglesia de Nuestra Señora del Socorro, con cuya invocación se partió luego con sesenta españoles de a caballo, con intento de ir descubriendo aquesta tierra sin parar hasta ponerla en orden, como deseaba. Habiendo caminado cincuenta leguas con hartas dificultades y contradicciones de los naturales, llegó a la tierra de Penco donde después fundó la ciudad de la Concepción; y estando alojado en un pueblo de indios llamado Quilacura, que está trece leguas del puerto de mar, sintieron rumor de gente puesta en arma, la cual se había juntado en un lugar cercano a Quilacura. Y como se apercibiesen para oponérseles, vieron a prima noche que venían sobre ellos ochenta mil indios representando batalla, con tantos alaridos y estruendo de sus instrumentos bélicos que bastaban a aterrar a medio mundo. Todos éstos no habían visto ensu vida español alguno ni otra persona forastera, excepto el capitán Gómez de Alvarado, que había llegado diez leguas de allí en tiempo de don Diego de Almagro, según queda referido en la primera parte de este libro.

Por esta causa estaban los indios muy poco o nada diestros en cosas de guerra ni tenían otra cosa que les diese avilantez para acometer, más que su natural ánimo y ferocidad, aunque ésta en parte les era detrimento, pues los hacía abalanzar sin orden y concierto a cosa que jamás en su vida habían experimentado. Y así, aunque acometieron con grande coraje y denuedo, pareciéndoles que con sólo coger a los españoles en medio habían de ahogarlos, pero dentro de poco rato se fueron desengañando, o, por mejor decir, los desengañaba la mucha sangre que iba corriendo de sus cuerpos, de los cuales caían muchos a cada paso sin darla a los caballos, por tener el suelo impedido lastimosamente así los muertos como los que estaban a punto de ello. Viendo el gran destrozo que se hacía en ellos, les pareció cordura valerse de los pies retirándose con el mejor orden que pudieron, habiendo muerto tres españoles y dejado un lago de sangre de su misma gente en el sitio de la batalla. Esta retirada de los enemigos entendió Valdivia que era por ser de noche y con intento de sobrevenir con más pujanza en asomando la luz del día. Y juzgando por de poco provecho y de mucho inconveniente el trabar nueva refriega por estar muchos de los suyos mal heridos y todos sin excepción muy cansados, se resolvió en partir luego de aquel lugar, no para volver el pie atrás, sino para pasar adelante al valle de Andalién, donde curó a los heridos y tomó la demás gente algún descanso y refrigerio.

Pero todo esto les duró muy poco, porque como los enemigos que fueron por la mañana a buscarlos en Quilacura se hallaban burlados por haber los nuestros salido sin que ellos los sintiesen, partieron luego en seguimiento suyo, y los alcanzaron en este asiento de Andalién, donde estaban descansando. Mas no eran solos los indiosde la batalla pasada los que concurrieron este día, porque con la voz que salió por la tierra de que venían cristianos, iban concurriendo tantos indios, que ya a estas horas pasaban de cien mil los que se congregaron para esto, formando sus escuadrones con el mejor orden que supieron. Pero mientras ellos andaban disponiendo su ejército, comenzando a cercar a los nuestros, llegó la noche antes de venir a las manos. Hicieron entonces los cristianos consulta de guerra, y de común parecer tomaron un acuerdo, el más acertado que en semejante ocasión pudiera determinarse, y fué que encendiendo muchas luces en el sitio donde estaban alojados, se partieron luego por otra vereda diferente de la que habían traído, y caminaron a toda priesa por la costa del mar hasta llegar a la junta de los dos ríos de Itata y Ñuble que están siete leguas del sitio de donde partieron, estando a todo esto los indios muy seguros de que tenían la presa en las manos, engañados de las luces que suelen causar desengaño a los que están en tinieblas. Mas no hay cosa tan causadora de suyo de buenos efectos que si el descuido o negligencia se interpone, no venga a causar los contrarios, tanto que la mesma luz es medio para no ver lo que sin ella estaba claro. En efecto, al tiempo que los indios estaban bien ordenados y a pique de pelea, dieron con gran ímpetu en las luces como en enemigos, y como (según el dicho del Señor) el que es amigo de la luz anda en tinieblas, quedaron ciegos y burlados como bárbaros que eran; porque como dieron en matar las luces pensando que mataban hombres, quedáronse los hombres vivos y las luces muertas, y ellos medio muertos de coraje y corridos de haber corrido tan sin fundamento, encandilados tan torpemente que no sólo dieron los tajos y reveses en el aire, sino también en el fuego, que es de menos cuerpo y mayor subtileza que el mesmo aire. En el ínterín que los indios andaban en este devaneo, no perdía Valdivia punto de camino con su gente, de suerte que en breves días llegó a la ciudad de Santiago, teniendo por gran utilidad de su viaje el haber descubierto la mayor parte de la tierra, viendo su fertilidad, hermosura y abundancia y la gran multitud de la gente que cubrían los valles, cerros y collados; de lo cual estaba no poco alegre por haber hallado la tierra que deseaba desde la ciudad de Santiago hasta el río caudaloso de Biobio, a cuya vista llegó en esta jornada.




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Capítulo XVIII


De las grandes calamidades que padecieron los españoles, muchos años de hambre y desnudez por no tener comercio con gente de otros reinos


Poco después que el capitán Valdivia llegó a la ciudad de Santiago tuvo nueva de que en un lugar no muy lejos de la ciudad se iba juntando un gran ejército de enemigos, cuyos capitanes eran Jaujalongo y Chingay Mangue. Y queriendo ganarles por la mano, siendo él agresor antes que acometido, teniendo experiencia de que los indios comúnmente están embriagados, en especial cuando concurren muchos para algún efecto, si no es cuando acometen a sus contrarios, salió con cincuenta hombres de a pie y de a caballo para cogerlos de improviso al tiempo que ellos menos se recatasen. Y dando una trasnochada de diez leguas llegaron a vista de un fuerte, que los indios habían hecho para defenderse de los cristianos; y estaban en él actualmente consultando las cosas que les parecían más importantes, en cuanto al haberse bien o mal con los españoles, aunque la consulta era mezclada con mucha embriaguez y desatinos que proceden de ella. Mas no había ido el negocio tan adelante que estuviesen muy tocados de la chicha. Y así, en viendo asomar a los de a caballo se pusieron a punto de pelea sin salir de sus puestos, teniendo por harta ventura el defenderse de sus manos. Pero ni aun esto pudieron hacer, por ser tanto el ímpetu con que los nuestros acometieron, que les hicieron perder el ánimo al primer encuentro, y tras él la fortaleza, arrasándola con la tierra y poniendo en huida a los que estaban dentro con lastimosa matanza de muchos dellos, ultra de los que salieron heridos, que fueron en mayor número.

Y lo que más instantemente procuró Valdivia en el alcance que les iba dando fué el haber a las manos a los dos principales capitanes, Jaujalongo y Chingay Mangue, pareciéndole que en teniendo a su querer las cabezas, podría fácilmente averiguarse con el resto de la gente. Y con este deseo y promesas que hizo a los soldados que les echasen mano, se puso en ello tanta diligencia, que fueron, en efecto, presos estos capitanes con otros muchos bárbaros de los que se hallaron a este tiempo en la fortaleza. Habiendo dado las debidas gracias al Señor por esta victoria que su majestad les acumuló a las pasadas, trató Valdivia con los capitanes presos del corte y medios de la paz que deseaba. A lo cual respondieron ellos, lo primero, con un presente de cincuenta libras de oro, que les había caído en suerte en la repartición de los despojos que tomaron a los mineros que mataron en las minas de Malmalga; y lo segundo, con grandes ofertas y promesas de que ni ellos, ni ninguno de sus súbditos, se hallarían más en encuentros contra españoles; antes se sujetarían, como desde entonces se sujetaban, a su señoría y al rey nuestro señor, remitiendo la prueba al tiempo y experiencia. Con esto dejó Valdivia libres a los caciques, habiendo hecho castigo en algunos de los culpados en la matanza de los mineros; y. sin aguardar más se volvió a la ciudad para que se curasen los heridos, de los cuales iban algunos con harta pena por haberse dado libertad a los caciques contra el parecer de muchos, que insistían en que se hiciese justicia de todos ellos.

Por otra parte, experimentando los indios que no era posible echar de sus tierras a los españoles por fuerza de armas, hicieron consulta general para ver si se podrían hallar otros medios con que los constriñesen a salir fuera. Y habiendo pasado muchos días en diversos dares y tomares sobre sus acuerdos y opiniones acerca desto, finalmente se resolvieron en que parecía más acertado el retirarse todos a los lugares más ocultos de sus tierras, donde no pudiesen dar con ellos fácilmente los españoles, dejándolos sin servicio ni mantenimientos; y no cultivando los campos, ni beneficiando las chácaras, para que desta manera les faltase totalmente el sustento, de suerte que o pereciesen de hambre, o se fuesen a buscar mantenimientos a sus patrias. Y aunque parecía esto en detrimento de los mismos indios, pues siendo la esterilidad común habían de lastarlo todos igualmente, con todo eso juzgaron los indios que lo pasarían más mal los españoles, por ser gente hecha a comer pan, y carne, y frutas, y otros regalos, sin los cuales se sustentan ellos con sólo yerbas y unas raíces a manera de nabos que llaman cebolleta en este reino. Habiendo consultado esto muy despacio, se resolvieron en que era éste el mejor ardid que se podía hallar para sus fines; y de común parecer salió decretado que cesase de todo punto cualquier género de sementera, lo cual se obedeció tan puntualmente que vino la tierra a extrema miseria y esterilidad, la cual cargó sobre los españoles y sus yanaconas, tanto que fueron compelidos a ocupar la gente de servicio en sembrar parte del grano que tenían para su sustento; y aun las personas de más calidad andaban en la agricultura, teniendo en una mano el arado y la lanza en otra, y el caballo siempre a pique, porque los frecuentes acometimientos de los enemigos les obligaban a tener siempre la barba sobre el hombro por no ser cogidos sin el resguardo que el tiempo y lugar demandaba. Y vino su calamidad a tal estrecho que el que hallaba legumbres silvestres, langosta, ratón y semejante sabandija, le parecía que tenía banquete. Estando todos entre estos trabajos pasando su mala ventura como mejor podían, acertaron a hallar entre unas balanzas para pesar oro cosa de cuarenta granos de trigo, que sin advertencia habían ido allí desde el Perú entre la ropa de un soldado, y sembrándolos acaso, acudieron tan bien que de ellos solos se han ido multiplicando los grandes rimeros que hoy se ven sobrados en todo el reino, y se sacan dél para otros, cuando se ofrece esterilidad en ellos. Con este orden se sustentaron los españoles siete años con no más aventajados vestidos que bastimentos, pues los más pulidos y galanos eran de cueros de perros y otros animales semejantes, aderezándolos para eso según la necesidad, que es gran maestra, les enseñaba. Aunque el vestido más ordinario eran las armas, por ser muy frecuente el correr el campo, hacer escolta y estar en atalaya y centinela.

En este ínterin no estaban los indios más bien librados, porque demás de la hambre que también les alcanzaba, veían a los ojos que se iban menoscabando en las continuadas guerras y trabajos; y así acordaron de tomar nuevo parecer, haciendo para ello general consulta, con deseo de echar por otro rumbo. Para esto concurrieron los principales capitanes y cabezas del reino, entre los cuales estaban el capitán Jaujalongo, Chingaimangue, Apoquindo, Butacura, Lampa, Mayponolipillán, Colina, Melipilla, Peomo, Pico, Poangue, Cachapoal, Teno, Gualemo y el general Michimalongo. Este, como más principal, tomó la mano en hablar en público, haciendo un razonamiento con las palabras más ordenadas que él supo, en el tenor siguiente:

«Hermanos y amigos míos: la causa porque nos hemos aquí juntado es el comunicar y conferir entre nosotros el fruto que de nuestros trabajos e inflexibilidad en la guerra van resultando, para que conforme a esto demos el corte que más conveniente os pareciere. Yo veo, señores, nos vamos disminuyendo cada día, y heme desvelado pensando en vuestro remedio, vacilando con mi torpe entendimiento muchas veces, y no hallo salida ni esperanza de remedio mientras con estos españoles anduviéramos a mala si no es que demos la paz a estos cristianos, que tantos años han perseverado y van siempre llevándolo adelante el arraigarse más en estas vuestras tierras; porque bien sabéis que después que en ellas entraron, no hemos perdido punto en darles guerra a tiempo, yéndolos a buscar a su ciudad y a desbaratarlos, haciendo todas las diligencias posibles hasta morir en la demanda tantos de los nuestros que no hay ninguno presente, ni ausente, que no haya tenido parte perdiendo padres, madres, hijos, hermanos y parientes. Pues los que han perecido de hambre, vuestras casas y personas lo saben y son testigos de ello, pues ha sido a todos tan general y lo será si en ello perseveramos. Hágase lo que más convenga, porque pensar que las armas y el darles batalla, y el carecer de sementeras nos han de aprovechar y dar algún remedio, es por demás, y bien sabéis lo que nos cuesta. Mi parecer y mi determinación es que demos la paz y nos sujetemos de voluntad a esta gente, que al fin ya sabemos que cuanto son de bravos y valientes en la guerra, son de mansos y afables en la paz. Y más vale vivir en sujeción gozando de alguna quietud y reposo que no morir como animales, y dejar mujer e hijos desamparados, y a que los maten, como de cada día los han hecho, pues en tomando la mujer le cortan los pechos y el hijo lo matan, y dan con él en las paredes, y a los hombres les cortan las narices, y lo mismo harán de aquí adelante. Miradlo bien, amigos míos, y juntamente considerad que nos queda nuestro derecho a salvo para que si éstos nos quisieren hacer demasiada opresión, y sacarnos tributos excesivos, o hacer en nosotros cualquier género de extorsión, podamos oponernos a ellos con los medios que el tiempo fuere mostrando, que mientras más conocida tuviéremos la condición desta gente, tanto mejor sabremos por donde habemos de acometerles.»

A esto estuvieron todos muy atentos, y a algunos les pareció bien y a otros al contrario; y así algunos caciques y señores y otros indios de mayor edad, hombres ricos que eran estimados, se levantaron en pie y aprobaron lo que el general Michimalongo había dicho, repitiendo las mismas razones declaradas por él y dándole muchas gracias por la solicitud y cuidado que tuvo de su remedio doliéndose de ellos. Por otra parte, los hombres mozos y algunos ancianos y capitanes que en la guerra eran estimados, lo contradijeron, probando con sus razones que más valía morir peleando en defensa de su libertad y tierra que vivir en opresión para morir perpetuamente ellos y sus descendientes; sobre lo cual se alborotaron, inclinándose unos a una parte y otros a otra, queriendo venir a las manos y rompimiento; y como los más principales se arrimaron al parecer del general Michimalongo, prevalecieron contra los mozos. Finalmente, después de haber pasado muchos dares y tomares, se resolvieron todos en que el mismo general Michimalongo fuese muy acompañado de los más principales con un buen presente al capitán Pedro de Valdivia, y le ofreciese, en nombre de todos los caciques y señores de aquellas tierras, la paz y confederación para siempre habido este acuerdo, el general Michimalongo juntó todo el oro que pudo haber, que serían más de doscientas libras de lo muy fino, y cantidad de ganado y otras cosas, para que con más facilidad les fuese concedida la paz.

Llegó el general Michimalongo a tiempo que para el efecto estaban juntos en la casa y palacio del capitán Pedro de Valdivia todos los más principales de los españoles, y entrando con sus acompañados con mucha autoridad a presentarse en su presencia con el rostro bajo, y sin género de armas, de la misma manera que los demás que con él iban, hizo el acatamiento debido al capitán Valdivia, y le ofreció su presente, suplicándole oyese sus razones porque venía en nombre de toda la tierra y señores della a rogarles tuviese por bien que la guerra que con él tenían y él con ellos tuviese fin, y los recibiese su señoría debajo de su amparo, que él y los demás prometían de serle leales, sumisos y súbditos, y servirles con toda obediencia. Estando ya en el fin de su plática, comenzó a alzar los ojos mirando a todas partes, desechando el miedo que traía y volviendo a su natural ánimo y brío; y habiendo reparado con advertencia en los rostros de los españoles, tan venerables y graves, y. autoridad de sus semblantes, le pareció que no había sido mucho el haber vencido tan pocos dellos a toda su nación. Estaba el general en pie delante del capitán Valdivia, y el presente que trajo caído en el suelo, del cual mostró su señoría no hacer caso, ni ser aquél el fin de su pretensión, y vuelto al general Michimalongo le respondió desta manera:

«Mirad, hermanos míos, naturales desta tierra: contento me ha dado, y mucho, en ver que hayáis venido en conocimiento del error en que andábades y vengáis en busca de nuestro remedio, y a redimir la nega...... y evitar los daños que tan cercanos teníades. Porque vuestras juntas y armas y el haber dejado de sembrar a nosotros poco daño nos ha hecho y a vosotros mucho. Y al presente estaba determinado de os ir a buscar como otras veces, y no volver a esta ciudad hasta haceros rendir por fuerza, y matar algunos de vosotros, y pues habéis venido y conocido el yerro en que andábades, yo os quiero recibir a la paz que venís a pedir; porque bien se entiende que vos, Michimalongo, como hombre prudente y cabeza de todos, habéis buscado el remedio, y lo habéis aconsejado como hombre de valor, y que estáis siempre entero en las cosas que se deben mirar por los buenos capitanes. Y ahora que hay ocasión os quiero decir a qué habemos venido a vuestras tierras, aunque otras veces os lo tengo dicho; ya sabéis y tenéis noticia que nosotros somos cristianos, y éste es nuestro nombre, porque conocemos y adoramos a Jesucristo, Hijo de Dios, que se hizo hombre y murió en la cruz por nuestro remedio, y Él mismo es Dios, como lo es el Padre y el Espíritu Santo, que todas tres personas es un Dios verdadero y Aquél señor del cielo, y de la tierra, y de la mar, y de todo lo criado, pues Él es el que lo crió, y todo se rige y gobierna por su voluntad y disposición soberana. Y para instruiros en el conocimiento deste universal criador y sacaros de las tinieblas de la ignorancia en que os tiene ciego el demonio, a quien adoráis, hemos tomado a pechos el pasar tantos trabajos para emplearnos en el socorro de vuestras almas, en particular estos dos padres que veis aquí: el uno el bachiller Rodrigo González y el otro el padre Juan Lobo, que ambos por ser sacerdotes y ministros de Cristo vienen conmigo a predicar el santo Evangelio y daros el santo baptismo, si, siendo tocados de Dios, quisiéredes recibirle con las demás circunstancias concernientes a la institución de las personas a quien Dios hace merced de traerle al conocimiento suyo y de su Hijo Jesucristo, que es la puerta de la salvación del género humano y el camino y fin por do se alcanza. Y no penséis que venimos acá por vuestro oro, que nuestro emperador es tan gran señor y tiene tan gran tesoro que no cabrá en toda esta plaza. Con todo esto, nos habéis de servir, y dar de comer, y lo que más os pidiéramos de lo que hay en vuestras tierras, sin detrimento de vuestra salud y sustento ni disminución alguna y nos habéis de dar gente bastante que saque oro de vuestras minas, como lo sacábades para tributar al rey del Perú, y como lo sacábades antes y después que os rebelastes. Y asimismo habéis de venir en conocimiento de Dios Nuestro Señor, y tener su fe como nosotros la tenemos. Si con estas condiciones que os he dicho queréis ser nuestros amigos, desde aquí os recibo por tales debajo del amparo real como vasallos de nuestro rey; y si otra cosa os parece, tomad el presente que habéis traído, según vuestro designio, con paz o guerra, que yo me habré con vosotros según vuestras obras.»

Con esto acabó su plática habiendo mucho silencio en todos, a lo cual respondió Michimalongo que con todas aquellas condiciones le querían servir y sujetársele, y que, desde luego, se ofrecían a ello, pidiéndole mandase en lo que se habían de ocupar, que estaban prestos de lo hacer; y con esto se despidió del general y de los demás españoles, cuyo regocijo, aunque se disimuló en presencia de los indios, fué tal cual se puede presumir en gente que salía de tal abismo de trabajos.




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Capítulo XIX


De lo que sucedió después de dada la paz y de una pluma de extraordinaria virtud, y cómo se dio principio a la labor de las minas


Habiéndose ya confederado los indios y españoles, procuró el capitán Valdivia acariciar y regalar los indios principales, mayormente al general Michimalongo, al cual agasajó también doña Inés Juárez, de quien diversas veces se ha hecho mención, y le dió algunas preseas, como peines, tijeras, chaquira y un espejo. En recompensa de lo cual sacó él una pluma, y se la dio, diciendo que la tuviese en mucho, porque además de ser de una ave que se engendra y cría en lo más alto de los volcanes de la nieve, sin salir jamás de ella, tiene una maravillosa virtud, que es el no poder quemarse, como lo vería por experiencia. Hízose luego así en presencia de todos, poniéndola en un brasero entre las ascuas y llama, sin quemarse cosa della; antes poniéndose más blanca mientras más tiempo estaba en el fuego. La cual experiencia se hizo otras muchas veces delante del autor don Pedro de Lobera y otros muchos caballeros, y se halló ser verdad loque el indio había dicho.El modo como se descubrió esta pluma fué que un indio que la tenía acaso, se le quemó un día la casa, que era pajiza, sin quedar cosa de las que había dentro della, salvo esta pluma, que la halló entre la ceniza y rescoldo más limpia que estaba de antes; y estando el general Michimalongo buscando con mucho cuidado y diligencia alguna cosa extraordinaria para enviar al rey del Perú por haber recibido dél una muy particular merced una vez que vino a visitarlo a la ciudad del Cuzco, que fué sentarlo a su mesa, cosa que con ningún otro había jamás hecho, llegó el indio que tenía esta pluma y se la dió a Michimalongo para que hiciese della el presente que deseaba.

Viendo el capitán Valdivia a los indios quietos y apaciguados, comenzó a dar orden en el asiento de la tierra y asentar con los indios lo que habían de hacer en el servicio personal, mandándoles que comenzasen luego a cultivar la tierra para que se abasteciese de mantenimientos en abundancia. Y juntamente pidió indios que trabajasen en los edificios y para servicios de sus casas, así hombres como mujeres, lo cual quería que estuviese de sobra, dando a cada español treinta y cuarenta y más indios, no con poco sentimiento suyo, viendo que a los hijos de los principales los ocupaban en la caballeriza y semejantes oficios, y aun lo iban sintiendo más cada día cómo iban entrando mujeres españolas en el reino, las cuales tenían tantas gollerías que la que por ......había de servir en su tierra una casa, ella sola quería treinta indias de servicio que le estuviesen lavando y cosiendo como a princesa.

No paró aquí la carga que los españoles echaron a los indios; mas también se añadió otra de que ninguno se escapase, que fué el visitar el distrito y hacer lista de todos los indios, los cuales hallaron ser cincuenta mil; y repartiéndolos en diversas encomiendas, señaló Pedro Valdivia algunos caballeros por vecinos de la ciudad de Santiago para que cada uno fuese señor de una encomienda de aquéllas, prometiendo a los demás otro tanto en las tierras adelante, que por ser muchas sobrarían para todos; y así repartieron los indios ......Santiago entre muy pocos encomenderos, echando una cuenta algo larga, porque como en las provincias de adelante hay desde entonces guerra sin cesar punto, quedáronse burlados casi todos los que no gozaron desta primera repartición, por ser muy pocos los indios que hay de paz en las demás comarcas fuera désta.

Con esto quedó desde entonces ajustada la gente y orden principal de los indios y españoles; y comenzó Pedro de Valdivia a tratarse con autoridad y estofa de gobernador, metiendo en su casa las personas más calificadas del ejército para que le sirviesen en oficios concernientes a señor de título, como mayordomos, camareros, maestresala, caballerizo y lo demás deste jaez; los cuales, que fueron muchos, vinieron después a ser gobernadores, y generales, y a tener hábitos de Santiago, quedando otros muchos de aquellos conquistadores tan miserables que desde entonces hasta ahora no alcanzan un real ellos ni sus hijos; y mucho más desventurados los indios, que se han ido consumiendo a gran priesa con las vejaciones dichas y otras innumerables anexas a ellos, y mucho más con las que diré ahora.

Como el principal fin a que anhelaban los más de los españoles en esta conquista, apenas viéronla suya con la quietud que comenzaba a tener el reino cuando quisieron gozar de la oportunidad, descubriendo rasamente sus intentos a los indios, con persuadirles y aun obligarlos a que comenzasen a labrar las minas poniendo sin dilación manos en la labor ......llenos de agonía en ver que no habían sido vanos sus temores de que los españoles pretendían ir poco a poco haciéndolos esclavos hasta chuparles la sangre, respondieron que ellos estaban prestos a obedecer habiendo instrumentos para ello; pero que al presente no los tenían, según a todos constaban, a lo que replicaron los españoles diciendo que se ......sen hacerlo lo mejor que pudiesen aunque fuese con mucho trabajo; pues no era razón que habiéndolo pasado por ......rey tirano, infiel como el del Perú ......oro, lo dejasen de pasar por ellos que eran cristianos. A esto respondieron ellos que no era razón que al trabajo excesivo a que les obligaba un rey infiel y tirano, les obligasen ellos que eran cristianos. Mas ni por esas ni por esotras desistieron los españoles de lo que por ventura alguna tenían más ante los ojos que el acordarse que eran cristianos; y así les mandaron trabajar con instrumentos de cobre que para hacerlos y aderezarlos por momentos era menester otra tanta gente como para sacar el oro; el cual se descubría con incomparable trabajo, faltando instrumentos de fierro; pero mal que les pesó, los hicieron ir ......mas amargos que la hiel, sin valerles sus excusas, no poco fundadas en razón; y así se comenzaron a labrar las minas de Malgamalga, ocupándose en ellas todos los indios que no estaban o sirviendo en las casas o en la agricultura y edificios. Allí era la priesa de andar juntando cada uno los más indios que podía para echar a las minas, y ......encomendero como fué Rodrigo de Quiroga que tenía en ellas seiscientos indios de su repartimiento, la mitad hombres, y otras tantas mujeres, todos mozos de quince a veinte y cinco años, todos los cuales se ocupaban en lavar oro ocho meses al año por no haber agua en los cuatro restantes que eran de verano, sin otros muchos indios, que entendían en los demás oficios necesarios a tal labranza. Y a este paso iban los demás encomenderos con notabilísimos detrimentos de los cuerpos y almas de los desventurados naturales; porque hombres y mujeres de tal edad que toda es fuego, todos revueltos en el agua hasta la rodilla, bien se puede presumir que ni toda era agua limpia ni el fuego dejaba de encenderse en ella, ni el lavar oro era lavar las almas, ni finalmente era todo oro lo que relucía; donde ya que no se podía decir a río revuelto ganancia de pescadores, se podía decir a río revuelto perdición de mineros, no sólo indies, pero españoles; no sólo de los señores que lo mandaban, pero también de los sobrestantes que andaban estimulando a los indios por oro, y a las indias por oro, y lo ......sino lodo, y p ......cios de in ......Que tal era lo que allí pasaba, andando el demonio suelto entre insolencias que aun de los bárbaros eran indignas, cuanto más de cristianos. Con esta nueva prosperidad, se vivía a lo largo, y andaba el oro a rodo, sin haber otra instrucción para los indios más de que sacasen mucho, y apurarlos para que lo trajesen puro, y aunque algunos pocos fueron cuerdos en arrebañar lo más que pudieron, y con ello irse a vivir a sus patrias descansadamente, pero los más o casi todos no se cuidaban de más que dedarse a la buena vida, gozando del tiempo, y gastando largo sin prevención para lo de adelante, teniendo por cierto que aquella riqueza nunca había de faltarles; antes había de ir siempre en mayor aumento. Y así todo era banquetes, saraos, tablajes y semejantes ejercicios, trayendo a los indios tan arrastrados, que si un día sacaba alguno cien pesos de la mina, los había de dar todos al encomendero sin quitar grano. Mas como su vida era de burla quedaron burlados. Porque la grosedad y opulencia se acabó presto con las continuas guerras, y como lo habían todo gastado, quedáronse sin ello hasta hoy, y tan miserables que mueren de hambre ellos y sus hijos sin dejar a sus herederos un tomín, sino es deuda, habiendo entre ellos hombres a quien dieron sus indios trescientos mil pesos de oro fino, ultra de las demás cosas que tributaban. Cosa cierto de gran ponderación; que los que viven en la tierra más templada, más sana, más abundante, más regalada y deleitable de las del mundo, y, finalmente, más famosa en lo que tanto los hijos de los hombres apetecen como es el oro, estén los más desventurados, más pobres, más tristes, y más descontentos de vivir en ella, cuanto se ve por el ansia con que todos huyen de entrar allá, teniéndose ya por poco para amedrentar facinerosos y estando ya introducido por proverbio: guardaos que os enviarán a Chile. De cuya perplejidad y maraña entre cosas tan contrarias como gran riqueza y gran miseria, no sé, ni rastreo, otra causa que pueda dar sino que está Dios en el cielo.




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Capítulo XX


De la jornada que el capitán Alonso de Monroy hizo al Perú a llevar gente española a Chile


Viendo el general don Pedro de Valdivia (que así le llamaban ya, y así le llamaremos de aquí adelante) que las cosas del reino se iban asentando como deseaba, y que había aparejo para crecer todo cada día más habiendo hombres españoles que ayudasen a la prosecución de la conquista y poblaciones, le pareció que lo tenían ya todo hecho con tener la virtud más atractiva de hombres que hay en las cosas humanas, que es la del oro; el cual, como a la sazón les sobrase, podía ponerse por reclamo y aun liga para los corazones, más común que el azogue para el mesmo oro; determinó enviar al Perú persona idónea para tal oficio de juntar hombres, la cual llevase el señuelo único para atraerlos que es el oro de que tratamos. Para esto puso los ojos en su lugarteniente Alonso de Monroy, persona calificada y apta para tal negocio, el cual, aunque sintió harto, y se le hizo demás dejar el descanso y regalos que apenas comenzaba a gozar después de tantas calamidades, con todo eso, por darcontento al general y servir a su rey, y mucho más a Dios en convocar hombres que enseñasen su ley a gentes tan remotas della, se determinó poner por obra lo que por su general le fué mandado. Con la mesma prontitud se ofrecieron otros cinco soldados, a los cuales mandó fuesen con el capitán; cuyos nombres eran Pedro de Miranda, Pedro Pacheco, Juan Rasquido, Pedro de Castro, y otro que no sé su nombre. A todos dio el general la cantidad de oro que pudieron buenamente llevar por tierra sin mucho aparato, porque no lo echasen de ver los indios en los caminos, y en particular dio a todos estribos de oro grandes y fornidos para que en llegando a tierra del Perú les quitasen la cubierta de cuero y fuesen haciendo ostentación para mover los ánimos de los que los viesen a ir a tal reino; y por la misma razón dio a cada uno cuatro platos de oro, para que los que viesen que se servían en los tambos tan grandiosamente pensasen que todo Chile era oro, queriendo con solos platos hacer plato a todo el mundo y que todos estribasen en solos estribos. Con este orden se partieron los seis a la ligera llevando cartas al virrey del Perú en que se le daba relación extensa de todas las cosas de la tierra y se le pedía socorro de gente para llevar adelante lo comenzado. Y aunque lo que había que decir así de los efectos destos, como de los trabajos del camino es cosa que pide no pocos renglones, con todo eso por haber sucedido otras cosas en el ínterin; las cuales son deste lugar, guardando el orden de la historia, poresta causa se quedará ahora el fin de esta jornada para su tiempo, y trataremos lo que inmediatamente se fué haciendo después de la partida.




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Capítulo XXI


De la población de la ciudad de Coquimbo


Ya que se iba dando asiento a las cosas deste reino de Chile, determinó el capitán ir fundando algunos pueblos en los lugares más oportunos conformándose con el pequeño número de gente española que tenía; habíale parecido bien el valle de Coquimbo, que está en treinta grados de altura, por la mucha sanidad que los naturales dél tenían, y con deseo de ennoblecer aquel valle y su puerto y gran bahía, determinó de enviar a poblar en él una ciudad aunque le constaba que los naturales de aquella comarca no eran tantos que pudiesen hacerla populosa como él quisiera. A esta población envió al capitán Juan Boan con parte de la gente que había en Santiago, la cual estaba distante del valle de Coquimbo setenta leguas y le mandó que en la parte más cómoda que le pareciese fundase la ciudad, y repartiese los naturales de la comarca en las personas que por su distribución iban señaladas. Con este orden se partió luego y en pocos días llegó con su gente al valle de Coquimbo, y visto lo que en él había, asentó su pequeño campo dos leguas del puerto en el remate de una barranca muy cercana a la playa del mar, y de otra parte a un río, por ser el mejor asiento que para fundar ciudad había en toda aquella tierra. Llámase el sitio donde poblaron la ciudad Tequirqui, y aunque comúnmente le llamamos Coquimbo no lo es en rigor; porque el valle que los naturales llamaban Coquimbo está adelante una legua el río arriba y era el asiento donde residían los capitanes del rey del Perú y la demás gente de guerra que con ellos estaba. Y allí tenían casa de fundición, donde fundían mucho oro, y sacaban de allí cerca suma de cristal, y muchas turquesas que labraban. Fundáse, pues, la ciudad con la solemnidad acostumbrada en semejantes actos, y púsose en ella horca y cuchillo, y cabildo de regidores, señalando sitio para la iglesia mayor, monasterios y hospital, y finalmente un solar para las casas de su majestad. Pusieron al pueblo por nombre la ciudad de la Serena un lunes que se contaron quince días del mes de noviembre del año de 1543 y diéronle este nombre por respeto del capitán Valdivia, que era natural de la Serena en España. Fundada la ciudad, repartió el capitán las poblaciones de los indios en encomiendas, aplicando para sí los pueblos del valle de Copiapó, los cuales después de su muerte, se encomendaron al capitán Francisco de Aguirre, con propósito de removerle de la vecindad que tenía en la ciudad de Santiago de Mapuche, y enviarle a la ciudad de La Serena por lugarteniente de general y justicia mayor, como se hizo después. Y el mesmo capitán Francisco de Aguirre la tornó a reedificar, que la destruyeron y asolaron los bárbaros, como dirá después la historia. Esta ciudad y toda su comarca es maravillosa, no hay montaña de madera sino es muy lejos, aunque junto a la ciudad hay cantidad de madera que llaman el palo santo, y por otro nombre guayacán. Hay en sus términos minas muy ricas de oro, y en especial las que llaman de Andacollo, seis leguas dell ......ales tienen más de tres leguas en circunferencia donde hay tan fino oro como en las más famosas minas del mundo, tan subido en quilates que pasa de la ley, y por falta de agua no se saca tanto como se sacara si la hubiera; mas con todo esto saca un trabajador un día con otro cosa de doce reales de valor, y a veces mucho más. Tienen una propiedad maravillosa estas minas; y es que aunque se saque tanto de ellas que las dejen apuradas y sin rastro de oro, con todo eso si vuelven a ellas a cabo de algún tiempo como de seis meses, se halla mucho de nuevo engendrado, por donde se ve claro que la tierra lo produce ordinariamente, y se cría como en otras tierras las plantas; y hay nacimientos de oro en los cerros y esteros, pero la poca agua es grande falta, y si se dispusiesen a un mediano trabajo nuestros españoles, y a hacer algún gasto, se echaría por toda aquella tierra una gran acequia de agua que sería de gran efecto. Siguen a esta ciudad de la Serena los valles de Copiapó y del Guasco, y el de Limari; y estos solían tener mucha gente de los naturales que pasaban de veinte mil, y han venido en tanta disminución con los trabajos que les han dado en el sacar del oro y otras g ......que no han quedado dos mil. Y el que más indios tiene de encomienda en aquella ciudad es el capitán Francisco de Aguirre, y no llegan a doscientos. Será el oro que se saca cada año en este distrito hasta cuarenta mil pesos, y a los principios sacaba solo el capitán Francisco Aguirre de veinte mil pesos arriba y éste es el hombre más rico y principal de la ciudad, y muy estimado en el reino de todos los que en él habitan por su mucho valor, y haber sido gobernador de Tucumán y los Juries con título de señoría, y por ser hombre liberal y magnánimo y amigo de ......samente. Mas con toda esta riqueza ......él y todos los encomendaderos por haber gastado el oro sin orden. Hay en esta ciudad muchas plantas y árboles de frutas de España, y vino en cantidad; no llueve en todo el año en todos sus confines, sino muy poco en mayo y junio.

El puerto de mar deste distrito está dos leguas, aunque de la ciudad se ve muy claro, y es el principal en que entran los navíos que aportan a Chile. Corre un río de buen crecimiento por este valle y pasa junto a la ciudad, en la cual hay también fuentes de aguas claras de que ......verano. Cógese en este valle suma de trigo y cebada, y otros granos de la tierra. Hay muchas huertas, estancias y heredades donde hay manzanas camuesas, membrillos, peras, limas, naranjas, cidras, limones, albaricoques, ciruelas, granadas, melones los mejores del mundo. Hay aves de diversas especies, en especial grande suma de perdices, tanto que sale uno un día de mañana y vuelve a la noche con más de cuarenta muy grandes y sabrosas. También hay venados y otros animales monteses. Por la ciudad pasan acequias de agua para el servicio de las casas, y riego de las huertas y vergeles. Los moradores que aquí viven (le ordinario serán poco más de cien españoles, de los que hay siete vecinos que tienen indios, y los demás tratan de comprar y vender y ......casas ......con indios, que, o son hurtadas ......comprándolas por poco precio ......poco cargo de sus conciencias, y las de sus gobernadores y justicias, que pasan por ello. Porque apenas hay hombre que atienda a otra cosa que a amontonar lo más que pudiere para sí, sin cuidar de lo demás que viva o muera. Y por haber esta ciudad tenido su principio con siete vecinos encomenderos en tiempo que andaban las cosas en esta anchura, no faltó algún hombre satírico que le puso por nombre la ciudad de los siete pecados mortales; con el cual se ha quedado hasta hoy, aunque no del todo con las obras, porque ya en muchos hay alguna reformación, y en algunos mucha, viviendo cristiana y ejemplarmente. Y algunos han dado en hacer vida hermética, y así hay en el circuito desta ciudad algunas ermitas de hombres que viven en soledad. El temple desta tierra es bueno; dura el invierno tres meses, y el resto del año es verano; son los aires de ordinario templados y sanos, sin vientos desgarrones, ni desabridos, y nunca tiene frío ni calor demasiado; y así es la vivienda sana y apacible.




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Capítulo XXII


Cómo el capitán Alonso de Monroy llegó al Perú con su embajada y de lo que sucedió en el camino


En tanto que se iba dando asiento a la ciudad de Coquimbo, caminaba el capitán Alonso de Monroy con los cinco de su compañía, prosiguiendo la jornada del Perú que dejamos de tratar arriba remitiéndonos a este lugar, los cuales, aunque iban tan a la ligera como está dicho, con todo eso no pudieron ir tan disimulados que dejase de llegar a noticia de los indios de Copiapó, que no poco deseaban verla suya para ejecutar el rencor que tenían contra los cristianos. Para esto salieron fingidamente con muy diferente semblante de lo que había en el pecho y recibieron a estos españoles con solemne fiesta y regocijos, mostrándosemuy serviciales y dadivosos. Luego que entraron en los pueblos destos bárbaros, hallaron entre ellos un español llamado Francisco de Gásco, que había venido del Perú con otros trece, a los cuales habían muerto los indios, dejando a éste sólo por los respetos que diré luego, y estaba ya tan de asiento que tenía mujeres indias y algunos hijos en ellas, y era de todos regalado sin que ninguno le fuese molesto en cosa alguna. Hallando, pues, los nuestros a este español seguro entre los bárbaros, tomaron motivo de asegurarse en parte también ellos. Y así estuvieron descansando entre aquella gente con no pocos banquetes y regalos, mas ya que estaban los seis de partida hicieron los bárbaros cierto convite entre sí, al cual acudieron dos de los españoles que estaban con el pie en el estribo; y como los más estaban alborotados con la embriaguez, dieron en ellos y los mataron; y luego inmediatamente corrieron con grandes alaridos a los otros cuatro y acometiéronles con gran coraje y saña; los cuales, aunque resistieron por algún rato, quedaron al fin los dos dellos muertos, evadiéndose solos Alonso de Monroy y otro soldado por tener buenos caballos. Entonces el cacique Andequín despachó a toda prisa un capitán llamado Cateo con mucha gente en su seguimiento, aunque por más priesa que se dio se hubo de volver sin la presa. Hallóse presente el español que andaba entre ellos, harnado Francisco Gasco, a quien reverenciaban porque sanaba cualquier enferniedad, pues nuestro Señor suele concurrir a tales maravillas con hombres de menos santidad por ser la ocasión y necesidad mayor; y esto es comúnmente cuando están entre gentiles los que profesan su santa fe y religión cristiana, debajo de cuyo título trataba Francisco Gasco con estos infieles diciéndoles ser cristiano, y que en nombre de Jesucristo hacía las cosas que ellos veían. Viendo, pues, este cristiano el tratamiento que el cacique hacía a los indios que volvieron sin la presa, le dijo que no se fatigase, pues la ocasión no era perdida, porque aquellos dos cristianos que iban huyendo no sabían por dónde iban, y habían luego de perderse, y que con mandar les fuesen siguiendo por el rastro darían con ellos, y se los traerían presos, las cuales palabras dijo Gasco, advirtiendo que Alonso de Monroy y su compañero iban sin guía, ni cosa que comer por aquellos arenales secos y estériles, donde era cierta su muerte muy en breve, y que siendo presos estaba remediada o por lo menos dudosa.Salió luego el capitán Cateo enviado de su cacique con mucha gente flechera en seguimiento de los españoles siguiendo el rastro de los caballos, y habiendo caminado algunas leguas los hallaron en unos arenales, donde ya desfallecían y estaban sin esperanzas de remedio humano. Con todo eso no osó llegar el bárbaro, hasta hablar desde fuera, diciendo que se rindiesen luego los dos dejándose de resistencias; donde no, que desde allí los pasaran asaeteándolos sin remedio. Viéndose Alonso de Monroy en necesidad extrema, donde no valían ya bríos de españoles, respondió que él estaba tan lejos de resistir que antes era para él gran contento ser preso por mano de tan valeroso capitán, pues siendo él tan aventajado a todos, no era infamia sino mucha honra dél y su compañero, el ser prisioneros suyos. Agradeció mucho Cateo la respuesta, teniendo a gran negocio que un español se le subjetase, y prometióle, interponiendo su fe y palabra, que le favorecería en todo sin que su persona y la de su compañero corriesen riesgo alguno; y juntamente le pidió que dejasen las armas apartándolas de sí, para que él creyese que se rendían; a lo cual los dos españoles respondieron con las obras arrojando las espadas hacia el capitán, las cuales él mandó recoger, y luego llegó con su gente y los prendió sin género de aspereza y muestra de rigor, antes les dio de comer y beber de que estaban muy necesitados; y luego los indios herbolarios buscaron unas yerbas con que los curaron de las heridas que habían sacado de la refriega pasada.

Hecho esto, se fueron todos caminando hacia el pueblo donde estaba el cacique; en cuyo acatamiento fueron presentados concurriendo la canalla del pueblo al espectáculo; y ellos iban tan desfigurados que era cosa para ver. A esta sazón estaba con el cacique el español llamado Francisco Gasco, el cual les dijo: «Señor Alonso de Monroy y Pedro de Miranda, postraos luego en tierra, y besad los pies a vuestro señor el cacique Andequín pidiéndole misericordia, que él es bueno y os la otorgará»; lo que ellos sin dilación hicieron hincando ambas rodillas y besándole los pies. Entonces el bárbaro les hizo muchas preguntas, y siendo informado de todo lo que quiso, les dijo palabras muy feas e insolentes llamándolos bellacos, ladrones, mentírosos y vagabundos, que no tenían otro oficio sino andar robando por tierras ajenas, inquietando a los moradores, tomándoles no sólo las haciendas, más también las mujeres, llevándolas a ellas y a sus hijos presos a otras tierras, como lo había hecho don Diego de Almagro llevándolas en colleras muchas al Perú. Habiendo dicho esto, los entregó a un indio que hacía muchos años tenía por oficio sacrificar -como aquel Lisimaque, sacerdote de Minerva, que le sirvió deste ministerio sesenta y cuatro años- vestido con una ropa larga que le daba a los pies, y en lugar de bordón traía una hacha de cobre, y lo que sacrificaba este indio eran hombres, como lo hacían los italianos ofreciendo a Júpiter sangre humana, y los cartagineses que ofrecieron doscientos mancebos a Saturno. Este echó mano de los dos, y los llevó presos con mucha gente que los rodeaba, y por el camino les iba diciendo muchos baldones y befas como a hombres infames, amenazándolos con castigos muy crueles y extraordinarios. A poco trecho que anduvieron llegaron a un lugar en el cual estaban unas figuras de ídolos mal formados, donde los puso en prisión con bastantes guardas, y así pasaron aquella noche con harto trabajo y no menos miedo. El día siguiente fué el cacique a verse con ellos, y hacerles nuevas preguntas, y la primera fué cómo se llamaba el capitán principal de los españoles que estaban en el valle de Mapuche; a lo cual respondió Alonso de Monroy que se llamaba don Pedro de Valdivia y que era hermano suyo. Oyendo esto el cacique, sin proceder más en sus preguntas, se apartó de allí, por ventura con temor de que vendría Valdivia a vengarse, pues aquel era su hermano. Estaba en aquel valle de Copiapó una india muy rica y principal, cristiana, llamada doña María, la cual debió de convertirse cuando pasaron los de Almagro o el mesmo Valdivia; ésta era estimada de todos como muy principal: la llamaban Lainacacha. Luego que llegó a sus oídos la prisión de los españoles, les envió un recado prometiéndoles su favor y amparo, y un brebaje sustancial y regalado con que tomaron refección y se consolaron; y también con el favor del capitán Cateo, que cumplía fielmente la palabra que les había dado cuando les prendió, y les tornó a prometer de nuevo su auxilio en todo.Con estos intercesores estuvieron presos muy pocos días, en los cuales se fué mitigando la cólera del cacique; el cual iba ya disimulando con ellos, de suerte que andaban sin prisíones y comenzaban a salir y tratar libremente con el otro español, llamado Francisco Gasco. A este tiempo les ayudó su ventura con dos ocasiones: la una fué que el cacique se aficionó a andar a caballo, y como Alonso de Monroy era muy diestro jinete, ofrecíase a imponerle en ello, y así lo hizo sirviéndose de sus caballos y de los demás que tomaron los indios a los cuatro españoles que mataron. La otra fué que había en aquel pueblo una cajuela con dos flautas, que había traído un español de los trece que habían venido con Francisco Gasco, a los cuales los bárbaros mataron, y acertando a topar con ella Pedro de Miranda, que era el compañero de Alonso de Monroy, comenzó a tocar aquel instrumento porque era muy diestro en ello, con el cual tenía abobados a los indios oyéndole repicar la flauta, cual otro Mercurio que con el dulce tocar de su fístula tuvo embelesado a aquel Argos de los cien ojos, provocándole a sueño hasta que los vino a cerrar todos durmiendo, y dormido le quitó la vida, como lo vino a hacer este músico. Estas dos habilidades de los dos españoles fueron principios de aficionárseles los indios principales, y sobre todos el cacique, tanto que los traían en palmas festejándoles con muchos banquetes y regalos. Con todo eso, no faltaban algunos que se recelasen de los dos y acudían al cacique a ponerles mal con él, metiéndole temor, y diciéndole se acordase de sus traiciones y malas obras que habían hecho a los naturales; pero tenía ya el amor del cacique más raíces, y ellos metidas más prendas que todos los dichos de los contrarios. En este tiempo hizo el cacique un banquete solemne, al cual convocó a los principales del valle, entre los cuales vino un cacique de otro pueblo llamado don Diego del Huasco, que era cristiano convertido y bautizado por los españoles que por allí habían pasado; y queriendo el cacique Andequín solemnizar más la fiesta lo llevó a caballo al lugar de las fiestas con los españoles que allí estaban. Acabado el banquete y borrachera, dijo Pedro de Miranda al cacique don Diego del Huasco que subiese a las ancas de su caballo para ir más a placer; de lo cual él fué contento. Y yendo paseándose hacia la pasada, picó al caballo demasiadamente provocándole a dar corcovos para que diese en tierra con el cacique don Diego, queriendo burlar dél, pareciéndole que venía algo tocado de embriaguez. Sintió el indio la treta pareciéndole que el picar al caballo era querer picarle a él, y picado de la burla la tomó muy a mal, diciéndole que no pensase que había de caer primero que él, porque también tenía brío para tenerse; y que se desengañase que si caía que había de ser encima del. No sé yo por cierto en qué ocasión se pudo mostrar la temeridad de un español arrojado más que en semejante coyuntura, pues estando entre gente bárbara con las circunstancias dichas, de modo que estaba su vida en manos de los indios, se ponía a hacer estas burlas con tanto riesgo de su persona. El efecto que tuvo su imprudencia y liviandad fué que el don Diego habló al cacique Andequín con palabras sangrientas, diciéndole cuánto le convenía dar fin a aquellos españoles, pues era gente tan ruin, pues hasta en aquellos lances no tenían vergüenza, y que no se podría esperar dellos sino mucho mal y alguna traición que le costase a él la vida, y a otros muchos de los suyos. Todo esto echó en risa Andequín, diciendo que él se les había dado por amigo y que no tratase de aquello, sino de jugar un rato para pasar el tiempo. Sí jugaré (dijo don Diego) y será el precio dos preseas de mucho valor que serán las dos cabezas de estos españoles a los cuales conviene quitar del mundo, porque de mis enemigos los menos. Entonces Andequín les habló más claramente, diciendo que Alonso de Monroy era hermano de Pedro Valdivia, y que no quería meterse con él para tener más ruidos, pues era cierto que siendo su hermano había de vengar su muerte.

Pasados algunos días, el caciqueAndequín ordenó otro solemne banquete para el que convidó a los dos españoles, como al primero. Entonces ellos se comunicaron tratando entre sí de dar orden de salir de aquel lugar, pues no era negocio en que convenía perseverar toda la vida, y así se resolvieron en que en viendo la suya, estuviesen sobre aviso, para que sin más consultas comenzase el uno por donde mejor le pareciese y luego acudiese el otro conforme la ocasión les enseñase. Desta manera concertados fueron con los indios al banquete, y siendo acabado se volvió cada uno por su parte sin haber indio que no fuese embriagado; y el cacique algo tocado, aunque no del todo, llevaba en su compañía a los dos españoles y algunos indios que le seguían, los cuales se iban cayendo por el camino y quedándose arrimados a las paredes hasta que el cacique se quedó con solo cuatro, que también iban tropezando a cada paso. Entonces Pedro de Miranda fingió cierto dolor agudo, y quejándose mucho, intimaba del mal gravemente. El cacique teniéndole compasión se apeó del caballo a darle algún socorro, y como Pedro de Miranda le vió en el suelo y junto a su estribo, sacó una daga que siempre había tenido escondida en lo más secreto de su cuerpo, y dio de puñaladas al cacique dejándole tendido cual otro Joab a su amigo Amasa al tiempo del mayor regalo. Acudió de presto Alonso de Monroy a los otros cuatro indios, y como estaban embriagados fué menester poco para matarlos, y así lo hizo como el compañero del mesmo Joab llamado Abisai acometió hacer contra el consorte de Amasa llamado Heba. Desta manera quedaron los cinco muertos sin que pudiesen ser socorridos de los suyos, por ser tiempo en que cada uno apenas sabía de sí, y no es nuevo en semejantes borracheras suceder tales desgracias, como consta en las historias humanas, y aun de la divina, donde se refiere cómo el bravoso capitán Holofernes murió de manos de Judith, con ser una mujer delicada, porque él estaba embriagado y ella muy sobria, como aquella que se daba perpetuamente al ayuno y abstinencia.

Hecho esto, ataron de presto dos caballos a las colas de los suyos, llevando todos sus estribos de oro, que nunca se los habían quitado los indios, y también tomaron los platos de oro que habían llevado al convite y los traían los indios que mataron, y con esto se pusieron a camino a toda prisa. A este tiempo dio con ellos el otro español llamado Francisco Gasco, el cual se escandalizó de la matanza, y comenzó a temblar y argüir de temeridad a los dos matadores, los cuales le dijeron que callase y subiese sin dilación en un caballo de aquellos, yendo en su compañía. Y aunque él comenzó a rehusarlo, le compelieron a ello, diciéndole le matarían si repugnase un solo punto, y así mal de su grado hubo de condescender con ellos mostrándoles el camino, que como más experto y cursado en aquella tierra lo sabía bien. Desta manera fueron caminando sin que los bárbaros les pudiesen dar alcance, porque cuando ellos debieron de volver en su acuerdo ya sería tarde para alcanzar hombres de a caballo. Con todo eso, el Francisco Gasco siempre iba como forzado, al cual quiso matar Alonso de Monroy por verle con tal ánimo, y muchas veces lo deshonró llamándole hombre infame y más bárbaro que los mismos indios, pues gustaba de estarse entre ellos. Y a la verdad el desventurado sentía mucho el dejar dos indias que tenía de las cuales le habían nacido algunos hijos, y así no asegurándose dél sus dos consortes, lo llevaban siempre por delante, y en efecto mal que le pesó hubo de caminar con harta priesa hasta pasar el gran despoblado de Atacama. No fué pequeño el trabajo que tuvieron con tan largo y áspero camino, donde apenas tenían que comer ni otro refrigerio o ropa con que cubrirse ni aun armas con que defenderse más de las dagas que habían escondido. Pero con todos estos estorbos llegaron al Perú, teniendo por guía en aquel espantoso despoblado, los muchos cuerpos muertos de hombres y caballos que estaban por todo el camino y parecen vivos aun cuando haya quinientos año, que murieron, como arriba queda dicho. Apenas habían puesto los pies en el Perú en tierra poblada, cuando Francisco Gasco se huyó de sus dos compañeros desapareciendo de manera que hasta hoy no ha habido rastro dél, pero lo que fué de los otros dos se dirá en el capítulo siguiente.




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Capítulo XXIII


Cómo el capitán Alonso de Monroy hizo gente en el Perú y fué con ella al reino de Chile


Habiendo pasado innumerables trabajos Alonso de Monroy y Pedro de Miranda, así en los pasos de que se trató en el capítulo pasado como en el valle de Tacama, que también estaba de guerra entonces, aunque es tierra del Perú, llegaron finalmente a la provincia de Tarapacá, que era de indios de paz tributarios a los españoles, de los cuales había algunos en aquella provincia. No se puede ponderar con palabras el gran regocijo que los dos tuvieron en verse entre cristianos y conocidos y fuera de tantos peligros como habían visto a los ojos a cada paso. Fueron allí bien recibidos y alojados, dando a los cuerpos algún sueño y descanso y refección de manjares, de que venían tan necesitados cuanto las mismas cosas referidas dan a entender. Habiendo descansado allí algunos días, prosiguieron su viaje por tierra de cristianos hasta llegar a la ciudad del Cuzco, que es lo que en el Perú tiene el segundo lugar en lustre y grandeza; allí reposaron despacio conversando con la gente principal, que era mucha, así de las cosas de Chile como de las del Perú, que habían estado algo alborotadas por la muerte de don Diego de Almagro, que murió en la batalla de Chupas, la cual le dio el licenciado Vaca de Castro, gobernador de los reinos del Perú. Dio noticia muy por extenso Alonso de Monroy al gobernador, de las cosas de Chile, y de las muchas esperanzas que había si acudiese gente que llevase adelante la población; con lo cual el gobernador le dio licencia de levantar estandarte y echar a tambor para hacer gente para Chile, cosa que Alonso de Monroy pretendía con toda instancia. Apenas hubo salido el tambor cuando se les comenzó a juntar gente, y muy en particular aquella que había sido en la batalla de parte de don Diego de Almagro, que fué el vencido, y no solamente ésta, pero otros muchos soldados a los cuales ponía el pie en el estribo el ver los estribos de oro que los chilenses traían, y los platos también de oro, de los cuales ellos hicieron grande ostentación para convencer los ánimos a ir a Chile de buena gana. Y fué tanto el ruido que esto hizo, que hubo vecino principal del Cuzco, y con mucha renta en él, llamado Cristóbal de Escobar, que dejando su renta y quietud, se puso debajo la bandera de Alonso de Monroy con un hijo suyo llamado Alonso de Escobar, los cuales dieron al capitán más de veinte mil pesos para ayuda del avío de la jornada. Lo mismo hizo otro vecino llamado Bernardino de Mella, hijo del doctor Beltrán, del Consejo de S. M., inscribiéndose con otro hermano suyo llamado don Antonio Beltrán. Juntásele también un primo suyo llamado Hernando Rodríguez de Monroy, hombre de mucha suerte, y Agamennon, italiano, natural de Sena, hombre valeroso; Luis de Miranda, que había servido mucho a su majestad en el Perú, y era hombre principal natural de Salamanca; Pedro Homepesoa, portugués, y otros muchos hijosdalgo hasta llegar a número de ciento treinta. A los cuales les propuso por maestre de campo a Cristóbal de Escobar como a persona principal y benemérita de la jornada. Puesta ya toda su gente en orden, comenzó el campo a marchar por el mesmo camino que había seguido Almagro y Valdivia, pasando no pocos trabajos en tantos desiertos y páramos; aunque en el despoblado grande de Atacama tuvieron menos pérdida de caballos y otros desastres que otras veces, porque lo pasaron en buena coyuntura. Desta manera llegaron al valle de Copiapó, que es aquel lugar donde Alonso de Monroy y Pedro de Miranda estuvieron presos y mataron al cacique Andequín, para poder huirse sin estorbo. Allí levantaron estandarte de guerra para vengarse de los indios que habían muerto a los cuatro españoles, sus compañeros, queriendo matar también a los dos que se huyeron. Pero el capitán Cateo, que era aquel bárbaro que prendió a Alonso de Monroy y Pedro de Miranda, viendo lo que intentaban, y que Alonso de Monroy era el que tenía el mando absoluto en todo el ejército, juntó algunos indios principales y con ellos se fué a poner en presencia del capitán Alonso de Monroy, representándole las buenas obras que le había hecho cuando le prendió, y el mucho amor que le tenía y había manifestado por los efectos, hasta librarle de la muerte; y suplicóle no hiciese guerra ni alboroto, pues todos estaban con ánimo de servirle; y que pues lo, habían hecho cuando él estaba sólo con su compañero, estando en manos de los indios hacer lo que les diese gusto, mucho mejor le servirían en la ocasión presente. El general le abrazó con grandes muestras de alegría en verle ante sus ojos haciéndole muchas caricias sin dejar significación de amor que no le diese; y.juntamente le dijo que por su respeto alzaba mano de la guerra sin tratar de vengarse, ni dar el debido castigo a los que lo merecían; y así estando en su presencia ordenó al maestre de campo que no consintiese a ningún soldado correr la tierra ni hacer algún género de agravio á los naturales della. Luego mandó que de su parte fuesen a doña María, que era la india que en su prisión lo había regalado, a rogarle viniese allí a verse con él; la cual fué llevada en una litera muy bien aderezada en hombros de indios con gran acompañamiento. El general Alonso de Monroy le salió a recibir al camino con mucha gente española, y la abrazó y llevó por la mano a un estrado, que tenía preparado con una alfombra y cojín que le trajo del Perú para este efecto; y sentándola en aquel lugar se puso él a su lado hablando con ella muy despacio, mostrando el agradecimiento que le tenía por los beneficios que había recibido della, en el tiempo de tan extrema necesidad. Siendo ya hora de comer, la convidó con mucho amor; y aunque ella comenzó a excusarse, hubo al fin de quedarse a instancia suya, y él la sentó a la cabecera de la mesa, y con ella al capitán Cateo, dándoles un suntuoso banquete. Y luego, por sobre mesa, mandó sacar algunos regalos que del Perú traía y se los presentó a ella y a Cateo en remuneración de lo mucho que les debía; después, a la tarde mandó que los caballeros saliesen a algunos regocijos haciendo mal a los caballos; cosa de que ella recibió mucho solaz, y estaba como admirada. Y con esto se despidió, y fué a su pueblo, de donde envió al capitán un gran regalo de cosas de comer para él y los de su ejército. Asimismo, el capitán Cateo trajo algunos de los estribos y platos de oro y las armas que habían quedado en poder de los indios cuando mataron a los españoles que por allí pasaron con Alonso de Monroy a la ida al Perú y se lo entregó enterándole en todo lo que había perdido, y proveyéndole de todo lo necesario para su camino.

Con esto se partió el ejército en demanda de la ciudad de Santiago, a la cual llegaron al cabo de algunos días con próspero viaje y contento de todos. Fueron muy bien recibidos del gobernador Valdivia y los demás españoles que con él estaban, los cuales hospedaron en sus casas a los recién venidos, agasajándolos como se debía a personas que venían de tierras tan remotas a dar ayuda a sus hermanos y aumentar la tierra para que la población fuese adelante.También dieron lugar cómodo en sus casas a los indios de servicio que venían del Perú con los españoles, no muy de su voluntad, sino forzados los mas dellos, y con violencias y aun insolencias indignas de cristianos como se han usado en semejantes entradas destos reinos, porque no solamente llevaban arrastrando a los desventurados indios, sacándoles de sus naturales y haciéndoles servir de balde, sino también a las mujeres dejándolos a ellos, y otras veces a la hija dejando a la madre, y a este son iban las demás cosas, en que se infernaban las almas propias dando ocasión a los naturales para infernar las suyas. Porque demás de ser muy poco el cuidado que hay de instruirlas en la ley de Jesucristo y buenas costumbres concernientes a hombres cristianos, el cual oficio les incumbe de obligación (porque con sólo este título se pueden conquistar las tierras) en lugar de todo esto les dan malos ejemplos, y aun les han enseñado maneras de pecar que ellas no sabían, como es jurar, y hacer injusticias y negaciones, y sacar las mujeres de poder de sus maridos, y ser ministros de maldades, sirviéndose de los yanaconas para sus mensajes deshonestos ultra de otras muchas cosas que se verán y juzgarán el día del juicio universal, aunque ya muchos deben de experimentar el día de hoy las penas infernales debidas a tales atrocidades, y así no hay por qué nos espantemos de ver los castigos que la poderosa mano de Dios hace en estas tierras con pestilencias, terremotos y enemigos corsarios que nos persiguen, con ser su benignidad tan piadosa en volviendo la hoja. Antes considerando estas desventuras de los pecados tan sin freno cometidos, no hay hombre que no se espante más de que son más tan pesados y terribles estos castigos y de que no llueva fuego del cielo sobre nosotros. Plegue a la majestad de Dios que el día de hoy haya alguna moderación en todo esto con más indicios de que somos cristianos.




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Capítulo XXIV


Del primer viaje que se hizo por mar del Perú a Chile


Ya que las cosas del reino de Chile iban tomando algún asiento, les pareció a algunas personas del Perú sería cosa conveniente dar principio a los viajes por la mar, así por excusar tan ásperos y peligrosos caminos, como para que hubiese más frecuente contratación y comercio; el primero que intentó ponerse en este camino fué un extranjero natural de Sicilia,llamado Juan Alberto, hombre que tenía hacienda gruesa. Este armó una nao y la cargó de mercaderías en el puerto de la ciudad de los Reyes llamado el Callao y la envió con algunos pasajeros a la ciudad de Santiago, para la cual tomó su derrota, yendo siempre a la costa sin atreverse a tomar otro rumbo engolfándose en alta mar, y como el viaje es contra el viento Sur, que es el ordinario desta mar y se va siempre a la bolina, era mucha la tardanza que al principio había en estos viajes por tener las costas grandes ensenadas, hasta que de pocos años a esta parte comenzó a navegarse de otra manera, haciéndose mucho a la mar, con lo cual se concluye en un mes el viaje que a los principios duraba seis, poco más o menos, según los temporales. Llegó este na. vío en salvamento al puerto de Valparaíso, que es el de la ciudad de Santiago, y descargándose las mercaderías, tuvieron todas buena venta a precios excesivos o porque los moradores y en particular los que habían ido con don Pedro de Valdivia habían gastado con la diuturnidad del tiempo todas sus ropas, de suerte que andaban vestidos de pieles de perro y otros animales sin haberlos curtido, y algunos traían un trapillo viejo por cuello de camisa, sin haber otro pedazo della en todo el cuerpo, de suerte que parecían todos salvajes o cosa semejante. Pero con la llegada desta ropa desecharon la corambre, y podemos decir que mudaron el pellejo, poniéndose de otro talante con los vestidos que compraron a fuerza de oro que compelían a sacar por fuerza a los naturales que andaban en cueros dentro del agua para sacarlo. Iba en este navío un hombre muy honrado y rico llamado Francisco Martínez, el cual había dado en el reino del Perú veinte mil pesos al capitán don Pedro de Valdivia y a los españoles de su ejército para aviarse, proveyendo lo necesario para la conquista del reino de Chile, sobre lo cual hicieron un concierto con escriptura pública de que le había de dar al Francisco Martínez gran parte del oro que se sacase y viniese a manos de aquellos soldados señalando en la escriptura la cantidad que, había de ser. Este pidió al capitán Valdivía que mandase cumplir lo que había concertado, pues era razón y él había aguardado tantos años. Recibióle el capitán con aspecto muy grato, agasajándole con mucho regalo y luego le proveyó de una encomienda de un pueblo llamado Colina, tres leguas de la ciudad de Santiago, con lo cual alzó mano de la demanda desistiendo de la paga, y cancelando la escriptura, y así se quedó por vecino de aquella ciudad entre los demás que en ella había.

Desta manera se iban cada día asentando las cosas, y teniendo alguna más quietud los españoles, y con la llegada deste navío tuvieron algún vino que beber, que hasta entonces no tenían sino un poco para decir misa, el cual había Dios reservado muchos años para el efecto, preservándolo de corrupción. Después desde fué otro navío enviado de la ciudad de los Reyes de Lucas Martínez Begazo encomendero de indios, gran amigo del capitán Valdivia, al cual envió este navío cargado de ropa para socorrer su necesidad; tras éste vino otro a la fama del mucho oro, el que también se veía por experiencia con el retorno que llevaban los del primer navío. Este iba tan cargado de gente, cuanto con falta de piloto diestro en estas cosas, y así sobreviniendo un temporal vino a dar consigo en unas pe. ñas junto a tierra, donde padeció naufragio, salvándose toda la gente con pérdida de las haciendas. A esto acudieron los indios naturales de aquella costa con grandes muestras de compasión, y socorrieron a los afligidos, sacando algunas cajas de ropa que1a resaca echaba hasta la playa. Mas aunque por una parte hospedaron y regalaron a los cristianos, por otra convocaron a la gente infiel comarcana, con la cual se juntaron, y estando los españoles descuidados de traición dieron sobre ellos a medianoche matándolos, sin dejar hombre a vida, cumpliéndose a la letra lo que el apóstol dice: peligros en la mar y peligros en la tierra. Estaba entre aquellos españoles un negro esclavo de uno de ellos, con cuyo aspecto se espantaron mucho los bárbaros, por no haber visto jamás gesto de hombre de aquel color, y para probar si era postizo lo lavaron con agua muy caliente refregándolo con corazones de mazorcas de maíz, y haciendo otras diligencias para tornarlo blanco; pero como sobre lo negro no hay tintura, él quedó tan negro como su ventura, pues fué tal que lo trajo a manos de gente tan inhumana, que después de todo esto le dieron una muerte muy cruel.

Este naufragio y traición de los bárbaros estuvo por muchos días solapado, sin venir a noticia de los cristianos, cor estar la ciudad de Santiago en sola distancia de veinte y dos leguas deste lugar, que era la provincia de los paramocaes. Pero como fué tanta la ropa que estos indios tomaron, así de la que salió a la playa que fué mucha, como de la que despojaron a los españoles que mataron, cundió mucho por la tierra, porque la andaban vendiendo y trocando por otras cosas, de suerte que no pudieron los españoles de Santiago dejar de reparar en la novedad. Tuvo Valdivia sospecha de alguna maldad, y para averiguar la verdad envió al capitán Francisco de Aguirre con suficiente número de soldados que hiciese pesquisa y diese el castigo conforme hallase haber sido el delito. Partióse este capitán al lugar donde el navío se había perdido, y poniendo diligencia en inquirir la verdad, se vino a descubrir todo de plano, y hecha bastante información, mandó fuesen castigados rigurosamente los culpados y, aun algunos levemente indiciados, ahorcando a muchos de ellos sin perdonar a ninguno de quien hubiese rastro de sospecha. Con este castigo quedaron los indios tan escarmentados, que de allí adelante nunca se atrevieron a poner mano en español, aunque fuese solo; y pusieron diligencia en acudir mejor que antes con sus tributos sacando para ellos oro finísimo, que tal es el de estas minas, tanto que hubo soldado que guardaba en un cofre la tierra dellas así como la sacaban, sin ser beneficiada, y cuando había menester doscientos pesos para jugar, no hacía más de lavar un poco de aquella tierra y lo sacaba della: éste se llama Bernardino de Mella y las minas eran las de Quillota. Conforme a esto era la grosedad de estos minerales tan abundantes que venían hombres, con sus mujeres e hijos tan pobres, que aun para los fletes no tenían y se remediaban luego con la grosedad de la tierra y las limosnas que les daban los mineros, que eran largos para las iglesias y obras pías, aunque esto era remediar a unos pobres a costa de otros pobres, haciéndolos reventar beneficiando los metales.

A este tiempo llegó a la ciudad de Santiago un hombre principal, cuyo nombre era Pedro Sancho de la Hoz; éste había ido del Perú a España con cincuenta mil ducados, y allá se casó con una señora de mucha suerte llamada doña Guiomar de Aragón, con la cual gastó la hacienda que había llevado en poco tiempo, y viéndole el rey necesitado, le poseyó en la plaza de la gobernación deste reino de Chile donde él vino con este nombre, dejando a su mujer en España; pero como don Pedro de Valdivia estaba tan acepto y aposesionado del oficio, no osó el Pedro Sancho de la Hoz ponerse a pleitos, pues era cosa cierta que no podría salir con su pretensión, mayormente que cuando la majestad del emperador don Carlos le proveyó en el oficio no tenía noticia de que estaba en él don Pedro de Valdivia, el cual no se había de remover dél sino fuera para mejorarle, pues era tan benemérito y había ganado la tierra con su sudor para su majestad a quien la sujetaba. Viendo, pues, el gobernador Valdivia que el que venía a su oficio no lo quería llevar por punta de lanza ni hacer género de alteración en la tierra, lo recibió muy honrosamente, favoreciéndole en todo, y ante todas cosas dándole una encomienda de unos pueblos con buena renta de que se sustentase, conforme a la calidad de su persona, en cual él se satisfizo quedando todo el reino muy quieto.




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Capítulo XXV


De la vuelta que el capitán don Pedro de Valdivia hizo al Perú precediendo el capitán Alonso de Monroy, el cual murió en la ciudad de los reyes


Aunque en este tiempo tenía va su majestad el emperador don Carlos noticias de los reinos de Chile, pero no había ido persona propia a dar cuenta por menudo de su conquista y disposición hasta entonces, y pareciéndole al gobernador que no se sufría ya más dilación en este punto puso los ojos en el capitán Alonso deMonroy para esta embajada como persona tan aprobada en casos arduos, en los cuales había dado buena cuenta de sí, como se ve por lo que arriba queda referido. Y así le despachó con cartas suyas dándole ocho mil pesos de oro para el camino y poderes para que en el Perú le obligase por más cantidad; si fuese necesarío para su viaje. Envió juntamente con él a Francisco de Ulloa para que le acompañase hasta el Perú, y allí hiciese gente para traer a este reino, que todavía era, necesaria, para que del todo se entablasen las cosas más de asiento, y para ello le dio doce mil pesos de oro fino de su parte. Partiéronse los dos en un barco grande de Juan Baptista de Pastén, capitán de esta costa muy diestro en ella, y llevaban todos tres, orden de ir en seguimiento de un barco donde iba huyendo un Luis Hernández con algunos otros, para que donde quiera que diesen con ellos hiciesen justicias de todos procediendo luego adelante en su camino. Partidos los tres del puerto de Valparaíso, fueron en busca del fugitivo, y no hallando noticia dél tomaron la derrota del Perú adonde llegaron en breve tiempo. A esta sazón estaba todo el reino en grande conflicto por el alzamiento de aquel famoso tirano Gonzalo Pizarro, que levantó bandera contra el rey nuestro señor, siguiéndole gran parte del reino, y aunque este tirano había entonces bajado a la provincia de Quito a dar al virrey Blasco Núñez Vela la batalla donde le quitó la vida, con todo esto tenía en la ciudad de los Reyes a su lugarteniente y maestre de campo Francisco de Caravajal, hombre facineroso y de memorables hechos, los cuales remito a las historias del Perú. Este detuvo allí al capitán Alonso de Monroy sin dejarle pasar a España a su embajada, el cual así por la pesadumbre que recibió de verse impedido para sus intentos como por los grandes trabajos que había pasado, vino a caer en una grave enfermedad con que acabó sus días, habiendo hecho obras de valeroso capitán, como queda referido. Luego Francisco de Ulloa y el capitán Pastén se aderezaron para la vuelta a Chile juntando alguna gente con licencia de Francisco de Caravajal que para ello le dió y aun cartas para el capitán Valdivia con quien había tenido estrecha amistad en Italia, donde los dos fueron soldados de un mismo tiempo y compañía. Con esto se partieron por mar, y llegando al reino de Chile dieron al gobernador Valdivia noticia de todo lo que en el Perú les había sucedido, y algunas quejas de Francisco de Caravajal, así por haber impedido el viaje de Alonso de Monroy como por no les haber dejado traer toda la gente que ellos quisieran.

Ya el gobernador tenía noticia del motín por la relación de la gente que había llegado allí en un navío grueso que vino cargado de mercaderías, pero súpolo más en particular por dicho Francisco de Ulloa y el capitán Pastén y por las cartas del tirano Caravajal, las cuales se sospechaban ser perjudiciales y nocivas para el uno y otro reino, como lo eran las cosas deste atroz tirano. Y aunque la sospecha no era mal fundada por parte de Caravajal, y aun por parte de Valdivia había eficaz motivo para no tenerla muy buena, pero, en efecto, la experiencia mostró no haber de parte del capitán Valdivia cosa que oliese a tiranía, como se dirá luego. Esta nueva fué tan poderosa con él que se resolvió en desamparar este reino de Chile y bajar al Perú con intento de ayudar a la parte de su majestad, pues en ningún lance podía mejor emplearse, mayormente que junto con esta nueva tuvo otra de que venía el presidente Gasca con cédulas de su majestad para componer la tierra como quisiese, el cual estaba ya en Panamá a pique de entrar en el Perú, y pareciéndole que sería su persona de mucho efecto para tratar con él algunas cosas concernientes al orden que se debía dar, por ser el hombre más experimentado en cosas de las Indias, se determinó a poner gran diligencia en apresurar su viaje. Pero tuvo esta determinación tan oculta que no hubo hombre en toda la tierra que se la sintiese ni aun le pasase por el pensamiento presumir dél semejante mudanza, excepto su secretario, llamado Juan de Cárdenas, hombre muy hábil en su oficio, de cuya industria se aprovechó para la ejecución de sus intentos.

Ayudó mucho a ello un lance que se ofreció en aquella coyuntura, y fué que muchos españoles que estaban en este reino, especialmente en la ciudad de Santiago, habían juntado suficiente caudal para vivir descansadamente en sus tierras, los cuales no tenían encomienda ni otras raíces en este reino, y deseaban salir dél para gozar en su patria lo que con tanto sudor habían ganado; y así dieron un tiento al gobernador por ver si podían alcanzar licencia para partirse en aquella nao que allí había aportado con mercaderías. El gobernador, viendo la suya habló públicamente y dijo que él no gustaba de que estuviese al uno en esta tierra contra su voluntad, y que tenía por muy justo que los que habían servido a su majestad fuesen antes gratificados que molestados, y así mandó pregonar que cualquiera persona que quisiese ir a España viniese a pedir licencia, porque liberalmente la concedería; estos pregones fueron motivo para que muchos que no tenían mucha gana de salir del reino se determinasen a ello, y acudieran a pedir la licencia, sin que él la negase a alguno. Estando ya todos aviados y a pique de partirse, hecho el registro de las partidas de oro que cada cual llevaba, mandó el gobernador Valdivia al maestre del navío que no se hiciese a la vela hasta que él le ordenase, porque había de ir en la nao el capitán Francisco de Villagrán a traer gente del Perú para suplir la falta de la que salía de Chile. Con este achaque salió él mismo de la ciudad fingiendo que iba a acompañar a Francisco de Villagrán hasta el puerto que estaba veinte leguas de ella, y cuando llegó a él halló toda la gente embarcada, que no aguardaba otra cosa sino su licencia para levar las anclas. Luego despachó un batel con mandato de que toda la gente saliese a tierra, porque, pues había llegado allí, era razón verlos a todos y tornarse a despedir de ellos, y como ninguno tenía indicio ni ocasión de sospechar novedad alguna, salieron todos a tierra a su llamado trayéndolos el mismo maestre del navío, al cual también mandó viniese a verle. El gobernador los recibió muy afablemente a todos con grandes muestras de amor diciéndoles las siguientes palabras: «Señores y amigos míos: aunque la causa de mi venida a este puerto ha sido el querer acompañar. al señor Francisco de Villagrán, maestre de campo de mi ejército, y persona digna de que yo haga esto por su respecto, pero no ha sido menor motivo el tornar a veros y abrazaros de nuevo, que como ha tantos años que andamos juntos y nos hemos hallado siempre en unas mismas ocasiones, siendo común a todos el bien y el mal de cualquiera de nosotros, tiene el amor echadas tantas raíces en mi corazón que verdaderamente se me parte de ver vuestra partida, porque aquí no hay ninguno a quien yo no tenga por más que hermano muy querido, y la misma satisfacción tengo de todos para conmigo, fundada en la experiencia larga que desto tengo. No me queda otro consuelo sino entender que vais a descansar y gozar con quietud los frutos de vuestros trabajos, lo que mitiga parte de mi congoja. Lo que a todos pido es que si acaso se vieren en la presencia de su majestad (como se verán muchos de los presentes) le informen por entero de los largos trabajos que en su servicio he padecido para ganarle esta tierra poniéndola debajo de su corona, lo cual pido que hagáis en recompensa de lo mucho que a su majestad escribo de cualquiera de vosotros, ponderando mucho lo que le habéis servido, derramado varias veces vuestra sangre por serle fieles vasallos.» A todo esto iba derramando muchas lágrimas cual otro Ulises a la orilla del mar Sigeo, porque procedían de motivo diferente del que exteriormente mostraba. Porque no podía dejar de sentir íntimamente la mala obra que hacía a tantos hombres desventurados, dejándoles destruídos a cabo de tantas calamidades, y así había lágrimas de ambas partes, moviéndose a ellas los miserables creyendo que las de su capitán procedían del amor que les significaba.

Luego llamó al maestre de campo Francisco de Villagrán y le habló aparte secretamente descubriendo con él su pecho y sacando las provisiones y recados necesarios que traía ya hechos y firmados, y se los entregó dejándole en su lugar con el gobierno de todo el reino, y luego, fingiendo que iba a otra cosa, salió de la casa y se metió en el batel donde ya le estaba aguardando su secretario Juan de Cárdenas, Diego García de Cáceres, Jerónimo de Alderete, su mayordomo, Álvaro Núñez ydon Antonio Beltrán; y con toda presteza se fué a embarcar sin ser sentido de otra persona, porque los que habían de ir en el navío se quedaron hablando con el maestre de campo como con persona que iba en su compañía, el cual los entretenía para dar lugar a don Pedro de Valdivia. Cuando ellos salieron de la casa ya él estaba cerca del navío, y al punto que se embarcó en él con los que llevaba, levaron las anclas a toda prisa. Los pobres, que tenían dentro de la nao todas sus haciendas, y se iban a embarcar en ella, viendo el caso no pensado quedaron como pasmados, y comenzaron a levantar la voz clamando a los de la nao, y más al cielo, y a todo correr fueron a unas peñas que estaban más cerca del navío dando voces por el batel, y estando ellos en esta vocería y ruido vieron largar las velas y caminar el navío por la mar abajo. Fácil cosa será de persuadir al lector el grave sentimiento y amargura que hubo en todos aquellos pobres hombres viendo en un punto perdidas las riquezas todas que con tan extraordinarias miserias y calamidades habían allegado, y que al punto que iban a descansar y gozar dellas, se veían en el hospital y necesitados, y comenzar de nuevo a trabajar para sustentarse, quedando en tierras extrañas, y que su miseria llegaba a tal extremo que aun las frazadas de las camas les llevaban, sin que les quedase debajo del cielo otra cosa, ultra de lo que traían vestido, ni aun una estera en que acostarse, pues tenían embarcado todo cuanto tenían en sus casas, sin dejar en ellas más que las paredes. No se pueden encarecer las lamentaciones con palabras algunas, que aquellos miserables hacían llorando su desventura, pues había entre ellos hombre que no había querido comprar una camisa de las que trajo el navío por guardar dos pesos más que llevar a su tierra, y así levantaban alaridos al cielo pidiendo justicia de tal robo y maleficio. Estaba entre estos infelices hombres un trompeta llamado Alonso de Torres; éste, viendo ir a la vela el navío, comenzó a tocar con la trompeta cual otro Míseno que se puso a tocar su clarín a la lengua del agua, y tocó en son lastimoso una canción que decía: «Cata el lobo do va Juanica, cata el lobo do va»; y luego dio con la trompeta en las peñas haciéndola pedazos por no quedar con aquella que era su último caudal. A este tono decían otros hombres diversos dichos lastimosos, y lloraban su infelicidad. Porque muchos dellos tenían en España padres y hermanos pobres; y otros, hijas, mujeres a quien iban a remediar con lo que habían ganado. Y vino la pesada burla a tener tales efectos, que un pobre hombre llamado Espinel, natural de Granada, donde tenía unas hijas que iba a casar con seis mil pesos de oro que valen nueve mil ducados, viendo su dura suerte, hacía excesivos extremos de dolor tanto, que movía a todos a grande compasión, y pudo tanto en él la fuerza del dolor que perdió el juicio, y tras él la vida, porque se vino él mismo a ahorcar miserablemente. Yo no sé, por cierto, entre estos dichos qué pueda decir en esta parte, porque ningunas palabras serán bastantes a ponderarlo tanto que no queden muy cortas a lo que el mismo hecho está diciendo; sólo digo que hay día de juicio, y digo también que como aquel oro era sacado con el sudor de los desventurados indios, y habido por tan malos medios como consta de la historia, no quiere Dios que les luzca a sus dueños (si así pueden llamarse), que mejor les compete el nombre de robadores, y aun otro peor si hay a propósito. Y no es cosa nueva en el mundo perderse desta manera lo que es tan mal ganado, como se ve claro en las historias y aun en las palabras sagradas, que al tiempo que van los malos a gozar de lo que han injustamente adquirido, se les hace todo sal y agua, y aun se lo lleva todo el demonio, que así se puede decir. Ni de parte de Valdivia hay escusa que deba admitirse, pues no lo es el haber dicho al maestre de campo Francisco de Villagrán que pagase a aquellos hombres lo que les llevaba de lo que se fuese sacando de sus rentas y hacienda que allí dejaba, pues este era negocio largo por más que él lo dejase encomendado. Pero aquí más debemos hacer oficio de historiadores que de censores: lo demás quédese para el tribunal supremo de Dios, que todo lo tiene guardado para el día de la cuenta.

El maestre de campo Francisco de Villagrán procuró lo mejor que pudo aplacar aquellos hombres haciéndoles grandes ofertas y dándoles su palabra de pagarles con brevedad, adjudicándoles con la que tributaban los indios puestos en cabeza del general Valdivia, y aun con su misma hacienda y otros aprovechamientos que les buscaría, y, en efecto, lo hizo así. Y después de algunos años el mismo geneneral Valdivia, habiendo vuelto a Chile, satisfizo a todos y dio a algunos de ellos encomiendas de indios. Pero en la presente coyuntura de que vamos tratando luego que el navío salió del puerto pidió el registro y halló ser ochenta mil pesos de oro los que en él iban, los cuales él tomó para los gastos que había de hacer en el Perú, adonde iba. No es razón pasar en silencio un cuento gracioso que sucedió después por donde estos ochenta mil pesos se llamaron los ochenta mil dorados de Valdivia, el cual nombre dura hasta hoy. Y fué así que a cabo de algunos años estando el reino de Chile más poblado de gente española, y el capitán Valdivia vuelto a él y hecho gobernador por el rey, se hizo una solemne fiesta del Obispillo en la ciudad de la Concepción que se había entonces fundado, en la cual se halló el mismo gobernador. Por ser común de la ciudad, y para que más se festejase, encargaron un sermón ridículo, como se suele hacer en fiestas semejantes a un hombre llamado Francisco Camacho, que era gran decidor y tenía especial gracia y donaire en todo cuanto hablaba. Comenzó este buen hombre su sermón, y dijo tantas agudezas que provocaba a todos a risa, y entre otros chistes que dijo, fué no el menos solemnizado éste. Al señor general don Pedro de Valdivia le compete por dos razones y títulos este nombre de Pedro: lo primero, por habérsele impuesto en el baptismo; lo segundo, porque ha hecho el oficio de San Pedro. ¿Quiérenlo ver claramente? Pues acuérdense que San Pedro tendió la red en el mar, y de un lance la sacó tan llena de peces que se le rompía con haber estado toda la noche sin haber tomado uno solo; pues esto mesmo le aconteció al señor gobernador, que con no haber podido su señoría acaudalar lo que deseaba en muchos años, echó una vez un lance en el puerto de Valparaíso y cogió más peces que San Pedro, y no de diferentes especies, sino todas de una, porque lo que pescó fueron ochenta mil dorados sin ningún trabajo suyo ni de sus compañeros, aunque no con pequeño de los desventurados que habían andado toda su vida metidos en el agua para cogerlos. Este fué especificando más en particular con tanto donaire y sal que no había hombre que no diese carcajadas de risa, excepto el gobernador, que no le supieron bien los peces con tanta sal, pues ya no estaban frescos, ni quisiera que le acordaran cosa de agua, porque esto era aguarle la fiesta. Pero a más no poder lo hubo de echar a risa. Y de allí salió como proverbio los ochenta mil dorados de Valdivia.




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Capítulo XXVI


De la llegada del capitán valdivia al Perú, donde gobernó el campo del rey en favor del presidente Gasca contra Pizarro


Luego que el capitán Valdivia llegó al Perú, tuvo nueva que el presidente Gasca iba a dar batalla a los tiranos que andaban con Caravajal, maestre de campo de Pizarro, y luego se partió en busca suya, y le alcanzó en un lugar cerca del Cuzco llamado Andaguailas, donde el presidente salió de sus reales a recibirle con trescientos hombres de a caballo, y usó con él de toda cortesía, alegrándose mucho de ver persona de tanta autoridad y experiencia en cosas de guerra en todos estos reinos; y así trató con él largamente de lo que convenía trazar para el bien y quietud de toda la tierra. Y viendo cuán apropósito era su persona para todo, le rogó que admitiese el oficio de coronel de su ejército, a lo cual no quiso Valdivia hacer resistencia por dar contento al presidente y servir a su majestad. Mayormente que de allí adelante él mandaba a todo el campo haciendo cuanto quería, no ayudando poco a esto el haber llevado los ochenta mil dorados, con que cada día hacía banquetes en sus tiendas a los soldados y así los tenía a todos de su mano, y no menos al Presidente, que no cesaba de darle las gracias por haber venido a tal coyuntura a servir a su majestad. Llegando, pues, el campo del rey a ponerse frente a frente de los tiranos, y viéndolo Francisco de Caravajal con tan nuevo y extraordinario orden y disposición, comenzó a temblar, y dijo en alta voz a los de su ejército: «O en el campo del rey anda Valdivia, o el diablo», dando a entender que no podía haber otro en el reino que pudiese tanto como lo que entonces veía; y no habiendo mucha dilación en descubrirse que era Valdivia, dijo Caravajal: «Perdidos somos», como quien de tantos años le conocía. Y fué tanto lo que le dio en que entender, que tomaba de allí adelante las cosas de la guerra con más cuidado; y aun dijo a Gonzalo Pizarro que le convenía retirarse y procurar no venir a las manos estando Valdivia de esotro bando. Pero por no salir de la historia de Chile no diré más, sino que fué este capitán de grande efecto para que el campo del rey venciese al tirano, como lo hizo. Dentro de pocos días, estando ya sosegada la tierra, quiso el de la Gasca gratificar al capitán Valdivia sus servicios y mirar al bien común de Chile, y para esto le dio título de gobernador de este reino, porque para todo traía comisión de su majestad. Aceptó Valdivia el oficio, pidiéndole licencia para hacer gente, la cual le fué liberalmente concedida. No eran pocos los que se ponían debajo de su bandera, entre los cuales acudían muchos de los que habían sido contra el rey y andaban fugitivos, para los cuales pidió licencia nuestro gobernador al presidente Gasca, suplicando a su señoría les conmutase la pena de la vida en destierro para Chile, a título de ser tierra nueva y necesitada de gente para que su majestad la tuviese más segura de los indios. Y aunque el presidente rehusó el dar tal licencia, deseando que se hiciese justicia de los tiranos, fueron tantas las intercesiones de religiosos y otras personas grandes, que lo hubo de conceder con condición que el gobernador tratase a todos aquellos hombres como esclavos de su majestad, haciéndoles servir de gastadores y en otros oficios bajos, lo cual él admitió aunque no fué cumplido, porque en llegando a Chile andaban éstos más entonados y soberbios que los demás, y había hombre entre ellos que públicamente se jactaba de haber sido tirano. A tanto llegaba la insolencia de aquellos reinos. Y aún hubo muchos destos que después de muerto el gobernador Valdivia vinieron a tener encomiendas en este reino de Chile dadas por sus nuevos servicios.

En efecto, el gobernador juntó giran número de gente gastando en el navío lo que le quedaba de los ochenta mil pesos de oro, y tomando prestada otra buena suma de plata, bajó a la ciudad de los Reyes enviando a otros capitanes por diversos lugares a hacer gente, como fué a Esteban de Sosa, al Cuzco; al capitán Juan Jofré a Las Charcas, y a don Cristóbal de la Cueva a otros lugares diversos, de manera que se juntó gran número de soldados. A este tiempo llegó a la ciudad de los Reyes gente de Chile en un navío que surgió en el puerto del Callao, que eran algunas de las personas agraviadas del gobernador Valdivia por haberles quitado su dinero al tiempo que estaban embarcados, echándoles en tierra, como queda dicho en el capítulo pasado; y aunque vieron que estaba proveído por gobernador, no por eso dejaron de querellarse delante la audiencia real, y aún hubo entre ellos hombres que viendo un día al gobernador hablar con el presidente Gasca, se llegó a él y le dijo: «Vuestra señoría no debe de saber quién es ese hombre con quien está hablando, pues sepa que es un grande ladrón y malhechor, que usó con nosotros la mayor crueldad que ha usado cristiano jamás en el mundo»: y con gran cólera y enojo dijo estas palabras a este tono de las cuales quedó el presidente tan espantado y alborotado, que mandó ahorcar aquel hombre luego. Pero el gobernador Valdivia, riéndose dello, le rogó que su señoría se quietase, por que aquel hombre tenía mucha razón para decir todo aquello y mucho más, y él mismo le aplacó y dio satisfacción de todo el caso. Después desto fué puesta la demanda en la Audiencia, aunque tuvo poco efecto por entonces, así por no haber otros testigos más de los agraviados como por la autoridad del oficio de don Pedro de Valdivia, y así se hubo de apaciguar todo con pagar a algunos de aquellos hombres lo que les había tomado, ultra de que envió a España cuatro mil ducados para casar las hijas de aquel Espinel que se ahorcó de pena, y a los demás rogó que se volviesen con él a Chile donde verían cuán sobradamente les satisfacía, y así lo hicieron ellos, cumpliendo él la palabra con darles buenas reparticiones, entre las cuales hubo alguna que llegó a ocho mil pesos de renta.

Teniendo, pues, estepunto llano el gobernador y capitán general Pedro de Valdivia, partió de la ciudad de los Reyes y caminó por tierra más de cuatrocientas leguas hasta llegar al valle de Atacama, juntándosele mucha gente en el camino. No faltó en este tiempo quien pusiese mal al gobernador con el presidente Gasca, diciéndole que iba con intento de alzarse con el reino de Chile, pues ya daba indicios de tirano robando lo que hallaba por los caminos él y los suyos, y llevando indios del Perú forzados en colleras y que advirtiese su señoría que era hombre inquieto, y revolviera sobre el Perú a levantarse contra el reino como lo habían hecho muchos traidores que iban confederados con él, y estaban indignados contra su señoría, porque les había afrentado sentenciando a unos a galeras y a otros a ser descuartizados. Acerca de lo cual acumularon tantas razones, que, el presidente hubo de mudar parecer y despachó a gran priesa al general Hinojosa con siete españoles, y entre ellos al capitán Francisco de Ulloa, natural de Cáceres, para que el general trajese consigo al capitán Valdivia, quedando Francisco de Ulloa en su lugar con el ejército que llevaba. Partieron estos caballeros con toda brevedad y dieron alcance a Valdivia, el cual, notificado el mandato del Presidente, obedeció puntualmente lo que se le mandaba, aunque con harta contradición de muchos que le persuadían a que prosiguiese su camino; mas no haciendo caso dellos se volvió con el general Hinojosa; quedando por sustituto de su oficio Francisco de Ulloa, según el orden que llevaba. A este tiempo iban concurriendo al lugar diputado algunos capitanes a los cuales había enviado Valdivia a juntar gente, y en particular el capitán Cristóbal de Sosa, que iba ya delante entrando por el gran despoblado de Atacama, y después el capitán don Cristóbal de la Cueva con cien españoles, y, últimamente, el capitán Juan Jofré que había juntado veinte en el distrito de los Charcas. Este capitán, viéndose con poca gente, determinó confederarse con el ejército que estaba a cargo del nuevo capitán Francisco de Ulloa en Atacama, y con esta resolución fué marchando en seguimiento suyo hasta ponerse dos leguas de su real; y estándose pertrechando para pasar el despoblado grande, casi a la vista unos de otros, le pareció al capitán Jofré que no le sería muy difícil el desposeer del cargo al, general Francisco de Ulloa; pues todo su ejército le hahía recibido, acaso le admitirían a él de mejor gana por ser capitán de Valdivia y hechura suya. Y como lo pensó, así lo puso en ejecución, enviando para este efecto al comendador Mascarenas, portugués animoso, del hábito de Cristo; el cual entró en el ejército y tuvo tanta maña que prendió a Francisco de Ulloa y lo llevó a recaudo preso, quitándole lo que él había llevado de su mesma hacienda, con poca circunspección y menos conciencia.

Llegado el capitán Jofré fué recibido de todo el campo, y mandaba en él como gobernador absoluto, y así se fué entrando por el despoblado adelante hasta llegar al valle de Copiapó. Quiso su ventura qye poco antes de llegar allí dio con el capitán Cristóbal de Sosa y los cien hombres que llevaba, lo cual le valió mucho para resistir al ímpetu de los bárbaros de Copiapó, que estaban a la sazón orgullosos por haber vencido y muerto seis días antes a cuarenta soldados que se habían adelantado con el capitán Juan Boon, y así se juntaron para esta batalla más de doscientos españoles, saliendo contra ellos el capitán Cateo, y se trabó una muy sangrienta batalla, en la cual quedaron desbaratados los indios, muriendo muchos dellos, con pérdidas de nuestra parte de sólo tres españoles. A este tiempo, como estaban incorporados ambos ejércitos en uno fué necesario dar corte en que la cabeza fuese sola una, para lo cual dejó el capitán Jofré el cargo que había tomado, quedando por capitán Cristóbal de Sosa; con esta ocasión fué libre, de los prisioneros, el capitán Francisco de Ulloa, a quien Jofré traía preso, y se le restituyeron sus armas y caballos, yendo con los demás del ejército libremente. Con este orden estaba la gente española descansando en aquel valle de Copiapó, donde es siempre tan necesario hacer alto por haberse pasado el despoblado grande, cuanto es dificultoso por el peligro que hay respecto de ser los bárbaros muy belicosos y nunca acabados de quietar con firmeza en la paz con los españoles. A este tiempo llegó el capitán Pedro de Villagrán con una compañía de veinte soldados, a los cuales les valió no menos que las vidas el llegar a tal coyuntura, porque a pasar solos sinduda alguna no pasaran, por estar los indios puestos al paso para impedírselo dando en ellos con gran furia estando encarnizados con las presentes ocasiones.




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Capítulo XXVII


De las cosas que pasaron en Chile en el tiempo que el capitán Valdivia estuvo en el Perú, y la destrucción de la ciudad de la Serena


Después que el gobernador don Pedro de Valdivia partió del puerto de Valparaíso con los ochenta mil pesos, yendo al Perú, como la historia lo ha contado, dió Villagrán la vuelta con brevedad a la ciudad de Santiago porque la ausencia del gobernador no causase alguna novedad y escándalo, como de hecho se iba tramando. Llegado al pueblo mandó luego que se juntase la justicia y regimiento, ante los cuales presentó los recados que tenía del gobernador Valdivia, donde le substituían en su oficio con cuya provisión, presentada en el consistorio, fué recebido pacíficamente. Y como persona a quien le incumbía el mirar por todo, dio luego traza en lo que convenía a la paz y sosiego de la tierra, y en particular el conservar la paz en que los indios estaban. Y fué tanto el beneplácito de todos, que hubo grandes fiestas y regocijos en el reino, por ser conocido en todo él Francisco de Villagrán, desde su conquista. Mas como Pedro Sancho de la Hoz, según está dicho, tenía ocultamente guardadas las provisiones reales del gobierno de este reino, y vió que el capitán Valdivía era ido de aquella manera, llevando tanta suma de oro ajeno, y que quedaban lastimados los robados de haber perdido sus haciendas, parecióle que era ésta buena coyuntura para su negocio, pues el no haber entrado en su oficio hasta allí había sido por estar en la posesión el capitán Valdivia, que había ganado el reino con su industria y sudor. Y habiendo de recebir nueva cabeza, era razón que lo fuese él, pues el rey le había proveído en el gobierno, y para publicar sus provisiones y cédulas reales, se aconsejó con algunos caballeros y soldados amigos suyos, y en particular con los que estaban agraviados de la toma del oro. Y así secretamente hizo una bandera y vara de la real justicia, y un soldado belicoso y atrevido que se llamaba Francisco Romero tomó el cargo de apercibir a los que estaban confederados con él para salir con todos juntos a la plaza con mano armada y pregonar sus provisiones, que eran bastantes. Pero uno de los de su bando, y amigo suyo, que se había de hallar en ello, pareciéndole que no saldría Pedro Sancho de la Hoz con su intento, dio parte de ello a un sacerdote que se llamaba Juan Lobo, natural del Puerto de Santa María, en España, el cual por estorbar el daño que dello podría resultar, con celo cristiano se fué a Villagrán y le dijo sin señalar persona que saliese luego a la plaza con las personas de que más se fiaba para impedir un alboroto de que podría resultar grave escándalo en el reino. Oyó esto el mariscal sin alteración alguna, y luego entendió lo que podría ser, y siendo informado de ello, salió a la plaza con su vara en la mano y algunos amigos suyos que le iban acompañando. Luego que llegó al lugar del comercio del pueblo supo más en particular el caso, y sin dilación alguna envió al capitán Diego Maldonado (que era un caballero de mucho valor) a prender a Pedro Sancho de la Hoz, el cual lo cogió de improviso con su bandera enastada, esperando que viniesen el muñidor y confederados suyos para salir a la plaza y dar fin a su deseo, y así lo tomaron con el hurto en las manos. Viéndose Pedro Sancho salteado se cortó de pies y manos, sin saber qué decir en tal caso, y siendo llevado ante Villagrán dio ciertas excusas y disculpas deste hecho, las cuales no admitió el mariscal, porque ninguna era suficiente; y porque constase fundamentalmente haber sido el autor de la sedición, le mandó tomar su confesión, en la cual dijo algunas razones en que mostró grande ánimo y valor, aunque en parte redundaban en menoscabo de Villagrán y Valdivia. Habiendo averiguado la causa, y sustanciando el proceso, dió Francisco de Villagrán sentencia en que le mandó cortar la cabeza, la cual le notificó Luis de Cartagena, escribano de cabildo, y como no había persona a quien acogerse, el sentenciado apeló para ante Dios y su majestad, pero sin aguardar ningún término le cortaron la cabeza y la sacaron a la plaza para que todos la viesen, y escarmentaran en cabeza ajena. Y túvose por cosa muy cierta que se excusaron con su muerte las de otros, que se iban enredando en la plaza.

A este punto llegó allí el solicitador que convocaba la gente y habló algunas palabras de pasión y sentimiento, por las cuales le mandaron cortar la cabeza sin esperar a que alegase razones algunas, y con estas dos muertes cesó el proceder contra los demás culpados y quedó la república quieta. Y después, pasados algunos años, estando el capitán Francisco de Villagrán en la ciudad de los Reyes del reino del Perú, que había ido preso como se dirá a su tiempo, le puso demanda ante el presidente y oidores una hija de Pedro Sancho de la Hoz casada con Juan de Voz Mediano, siguiendo ella y su marido con todo rigor la demanda de la muerte de su padre. Mas como se pusiese en ello silencio por haber entrado personas graves de por medio, lo remuneró Villagrán, cuando volvió a este reino por gobernador dél, dando a Juan de la Voz un repartimiento de indios en encomienda con el cual quedó satisfecho.

En este tiempo los indios bárbaros del valle de Copiapó, del Guasco, Coquimbo y Limarí estaban deseosos de venganza de los españoles por el daño que de ellos habían recebido. Y viendo que los vecinos de la ciudad de Santiago de Mapuche estaban ocupados en sacar oro y en las demás cosas que habemos dicho, y que en la batalla pasada habían muerto el capitán Juan Boon con cuarenta españoles, aunque con pérdida de ochocientos indios de su parte, según queda referido en el capítulo inmediato a éste, les pareció que podían acometer otra cualquier empresa contra los cristianos. Con esperanza de victorias partieron luego muy orgullosos para dar sobre la ciudad de la Serena, donde los españoles estaban muy descuidados por no haber llegado a su noticia la matanza que los bárbaros habían hecho en los cuarenta cristianos, respecto de no haber quedado hombre dellos que pudiese dar la nueva másque algunos yanaconas que no llegaron a tiempo .Estando, pues, cerca de la ciudad, acometieron una noche con gran estruendo, dando sobre los españoles al tiempo del más quieto sueño, tomándoles las puertas de las casas, de suerte que no se pudieran juntar ni poner en defensa, y así los mataron y prendieron a todos sinperdonar hombre excepto un soldado que se llamaba Juan de Cisternas y un compañero suyo que tuvieron reportación para evadirse, y al fin aportaron a la ciudad de Santiago donde dieron la triste nueva. Habiendo pasado la noche en que hicieron este estrago y llegando el día que lo descubrió claramente, juntaron los bárbaros algunos españoles que habían tomado vivos y los niños pequeñitos con sus madres y las demás mujeres y a todos los despedazaron rabiosamente con grandísima crueldad, como si fueran tigres o leones. A las criaturas las mataban dando con ellas en la pared; a las madres, con otros tormentos más intensos, y a los hombres, empalándolos vivos, y era tan desaforada su saña, que porque no quedase rastro de los cristianos mataban con extraordinario modo a los perros, gatos, gallinas y semejantes animales que habían metido los cristianos en el reino; finalmente, hasta las camas en que dormían las quemaron todas haciendo pedazos la yacija, y luego pusieron fuego por todas partes a la ciudad, y no pararon hasta que no quedó rastro della. Después de haber puesto fin al incendio y ruina, se dividieron los indios yéndose cada cacique a su tierra, con mucho contento en haber hecho aquel daño y venganza contra los españoles, los cuales la tomaron dellos muy por entero antes de pasar mucho tiempo, porque sabido el suceso por el gobernador Francisco de Villagrán en la ciudad de Santiago, despachó desde allí una fragata con los capitanes Diego Maldonado y Esteban de Sosa con treinta hombres, que desembarcaron en el puerto de Tongoi y caminaron a pie siete leguas hasta la ciudad arruinada, donde hallaron más de quinientos gastadores deshaciéndola toda y la fortaleza que allí habían hecho los nuestros. Trabóse allí batalla tan reñida que en trece días que allí estuvieron no hubo alguno en que no peleasen, porque como los bárbaros veían a pie a los españoles se atrevían sin recelo, y mataron dos dellos.

En este tiempo el capitán Francisco de Villagrán venía por tierra desde Santiago hasta la ciudad quemada para edificarla y traía consigo treinta hombres de a caballo, aunque se volvió del camino, enviando quince de a caballo que se juntasen con los demás que habían venido en la fragata, y mandó al capitán Diego Maldonado que se quedase allí haciendo la guerra. Venido el gobernador por la mar a la ciudad de Santiago, envió al capitán Francisco de Aguirre a poblar y reedificar aquella ciudad, el cual lo hizo, y después fué con los once de a caballo al valle de Copiapó, donde acababan de matar a los cuarenta, con el capitán Juan Boon, y habiendo hecho el debido castigo, lo dejó todo llano y puesto en orden. No dejaré de apuntar aquí cómo los indios deste valle decían ser los cristianos trece, como quiera que ellos no fuesen más que doce con el capitán, lo cual no deja de ser indicio de que andaba entre ellos algún ángel o el glorioso apóstol Santiago. Después de haber estado estos indios de paz algunos días se quisieron tornar a rebelar estando entre ellos un español llamado Cristóbal Martín, que les ordenaba las cosas en que habían de servir, y por aviso de una india que él tenía supo que lo querían matar. Y se anticipó yendo a la ciudad, donde avisó dello y se volvió al valle con gente que castigó a los caciques y señores, y algunos capitanes y otros indios, con cuyas muertes nunca se han tornado a rebelar, por haber sido bravo el castigo que hizo en ellos el capitán Francisco de Aguirre.




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Capítulo XXVIII


De cómo fué reedificada la ciudad de la serena, y cómo tomó posesión del Gobierno del reino de Chile el capitán don Pedro de Valdivia


En el ínterin que esto pasaba, el gobernador Valdivia estaba en el Perú desterrado por el presidente Gasca por las calumnias que le habían impuesto. Pero habiendo el presidente hecho bastante escrutinio, y sacando en limpio la verdad, dejó volver libremente al gobernador a este reino, dándole una galera, en la cual llegó a pocos días después de destruida la ciudad de la Serena. Luego que llegó al puerto del Guasco, que está veinte y cinco leguas antes de Coquimbo, mandó saltar en tierra al capitán Diego de Oro con tres españoles que se anticipasen para prevenir al recebimiento que se le debía como a nuevo gobernador. Caminó este capitán de noche por evitar el calor del sol que ardía mucho, y ya que estaba junto a la ciudad, encontró con un escuadrón de enemigos, los cuales como vieron que los españoles venían a pie, dieron sobre ellos con bravo ímpetu por acabarlos como a los demás del pueblo. Pero los cuatro fueron tan esforzados que no solamente se defendieron, peleando gran rato de la noche, pero también mataron muchos bárbaros, quedando, finalmente, dos dellos muertos en la refriega, de la cual procuró escabullirse el capitán Diego Oro con el compañero que le quedaba. Para esto les ayudó mucho la oscuridad de la noche, con que se metieron en una arboleda áspera que estaba cerca, donde no fueron tan presto descubiertos de los enemigos, y así los hubieron de dejar sin hacer en buscarlos mucha instancia. Cuando los dos vieron que los bárbaros se habían recogido, tomaron luego el camino de la ciudad de Santiago, invocando al Señor que los ayudase, el cual no despreció sus oraciones dándoles fuerzas para entretenerse en la montaña.

De allí a pocos días llegó el gobernador Valdivia al puerto que estaba a dos leguas de la ciudad quemada, y como vió que no parecía el refresco y caballos que había enviado a pedir con los cuatro hombres, tuvo al principio mala sospecha, y mayor después, por la demasiada dilación de la gente que esperaba; y para descubrir alguna novedad, envió otros cuatro hombres a que lo pesquisasen y trajesen caballos y lo demás necesario para ir desde el puerto a la ciudad de la Serena. Cuando llegaron éstos a vista de la ciudad, luego echaron de ver la desventura; porque con haber más de veinte días que había pasado el incendio, estaba todavía humeando, y era tanta la fuerza del humo, que estaba todo el aire como aneblinado caliginoso. Visto el desastrado espectáculo, dieron todos cuatro sin dilación la vuelta a toda priesa hasta informar al gobernador de lo que pasaba. Sintió esto Valdivia íntimamente, y para poner algún remedio, envió al capitán Jerónimo de Alderete con treinta arcabuceros que mirasen por menudo todo lo que pasaba, llevando mucho recato para no dar en alguna emboscada. Salió Alderete a ejecutar este mandato. Y halló tan destrozada la ciudad, o, por mejor decir, no halló la ciudad, ni aun piedra sobre piedra, y juntamente descubrió la matanza de los cristianos y todo lo concerniente al motín de los bárbaros, y con prudencia de buen capitán mandó disparar una rociada de arcabucería, cuyo estruendo oyeron los soldados que habían escapado de la refriega y estaban en aquel boscaje, y conociendo ser españoles los que disparaban las escopetas, salieron con gran regocijo como gente que estaba en tal aprieto en aquella espesura muy flacos y desfigurados, teniendo por momentos la muerte al ojo. Informado Alderete más en particular de todo el caso, envió dos hombres que diesen al gobernador aviso dello, los cuales fueron con brevedad y le contaron el caso de la manera que había sucedido. Quisiera mucho Valdivia hacer luego el debido castigo en los bárbaros de aquellos valles, pero no pudo por falta de caballos, que es el principal requisito que hay en la guerra contra esta gente. Mas ya que no pudo efectuar esto, mandó luego que se enterrasen los cuerpos de los difuntos en la que solía ser iglesia, la cual aunque estaba arrasada con el suelo, en fin era lugar sagrado. Hecha esta diligencia, salió el gobernador del puerto con la galera y navío navegando hacia Valparaíso, que es el puerto de la ciudad de Santiago, con determinación de enviar luego gente que hiciese el castigo en los malhechores. No tardó muchos días en llegar a donde llevaba la proa, con gran regocijo de todo el pueblo, cuyos moradores, y en particular los de mayor cuenta, salieron al recibimiento con la mayor solemnidad que el caudal de cada uno permitía. Lo primero que trató en tomando la posesión de su gobierno, fué dar traza en que fuesen algunos soldados a castigar los indios que habían asolado a la Serena. Para lo cual despachó al capitán Francisco de Aguirre con menos gente de la que él tenía determinada, porque supo haber ya partido al mismo efecto el capitán Cristóbal de Sosa y el capitán Maldonado, el uno por mar y el otro por tierra; y así mandó a Francisco de Aguirre que se aunase con ellos y no volviese hasta haber hecho un severo y memorable castigo.

Después desto descansó algunos días, comunicando con el maestre de campo Villagrán las cosas que habían pasado en su ausencia, y estando bien informado de todo, aguardó un día que salían todas las personas principales de misa y, cogiéndolas a la puerta de la iglesia les hizo una plática, donde les significó cuán rato estaba a los caballeros que en su ausencia habían manifestado la amistad que le tenían, entremetiendo promesas y ofertas, así a éstos como a los que traía consigo, y juntamente dijo algunas palabras preñadas, dando a entender que no se descuidaría en hacer el debido castigo en los mal mirados hasta cortar la cabeza al que lo mereciese; y del proceso de sus palabras se coligió estaba informado de que algunos se le habían mostrado contrarios en ausencia. Habiendo hablado largo rato acerca desto, les mostró las provisiones que traía del presidente Gasca, por las cuales, en nombre de su majestad, le nombraba por gobernador y capitán general, y con esto dio fin a su razonamiento. Y para comenzar a ejercitar el oficio, mandó reedificar luego la ciudad de la Serena, cometiendo esto al general Francisco de Aguirre, el cual lo efectuó, con grande exacción y castigo a los indios culpados, tan severamente que hasta hoy no se han tornado a rebelar. Por otra parte, deseaba el gobernador conquistar las provincias de más arriba, adonde había ya llegado antes de ir al Perú, aunque no pudo conseguir su intento, por ser muy poca la gente que llevaba, y los indios, innumerables. Y aunque a esta sazón tenía quinientos españoles y gran suma de caballos, que se vendían a dos mil pesos cada uno, con todo eso no se contentó con sólo este aparato, teniendo por cosa expediente aumentar el ejército y poblaciones con más gente venida del Perú, para lo cual envió personas que la trajesen, como se dirá en el capítulo siguiente.




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Capítulo XXIX


Del viaje que el maestro de campo Francisco de Villagrán hizo al Perú a juntar gente para este reino


El deseo con que Valdivia anhelaba el aumento de estas provincias le movió aquitar de sí la persona más esencial que tenía en Chile, que era Francisco de Villagrán, por ser el que más exactamente podía mover los ánimos de los españoles que estaban en el Perú a venir en su seguimiento y traerlos con mayor comodidad que otro alguno de sus capitanes. Obedeció Villagrán al gobernador, poniéndose en camino para efectuar lo que pretendía, y dióse tan buena maña que en breve tiempo acabó su curso, y recogió doscientos y cincuenta hombres, los más lucidos, y aun ......que habían entrado en Chile hasta entonces. Deste número fueron don Miguel de Velasco, hijo de Martín Ruiz de ......yerno del condestable, casado con ......natural suya, y cabeza de bando en ......; Gabriel de Villagrán, tío del mesmo ......; Pedro de Avendaño; García de Alvarado ......de Alvarado, naturales de la villa de ......Diego Ortiz de Gatica, veinte y cuatro de...... rez de la Frontera; Juan de Figueroa y Fernando de Morga, naturales de Cáceres ......; Fajardo de Andújar, Juan de Mati ......Calindres; y el capitán Alonso de Reinoso ......nombró por maestre de campo, como lo ......, después en este reino muchos años y ......mente por Alférez general a Rodrigo ......noco persona en quien concurrían los requisitos correspondientes a tal cargo. Para despacho, y a ......este ejército se ofrecieron muchos mercaderes a dar el dinero y armas necesarias a trueco de que los trajesen a Chile, dejando lo que en el Perú tenían entablado, y aun adquirido, por haber muchos de ellos que tenían veinte y treinta mil pesos de caudal, posponiéndolo todo con la pretensión de que habían de hallar por acá montes de oro, aunque después se hallaron desengañados, o, por mejor decir, engañados los pocos que llegaron con el pellejo, pues la mayor parte de ellos murieron por esos caminos con el rigor del hielo, hambres y calamidades, y algunos, al pasar los ríos en qué bebieron demasiado sin hartar la insaciable sed con que ardían, no contentándose con las haciendas que Dios les había dado, según la sentencia que Él mesmo dice: que no se harta el ojo con lo que ve ni el oído con lo que oye. Con esta expedición fué el ejército marchando por los Charcas, tomando el camino que está de esotra parte de la cordillera, la cual dejaron hacia el Poniente para ir descubriendo nuevas tierras.

Estaba a esta sazón el capitán Juan de Santa Cruz haciendo gente en los Charcas para el reino de Tucumán por orden del gobernador Juan Núñez de Prado, y licencia del presidente Gasca. Y aunque Villagrán tenía mandato del mesmo presidente que no pasase por el distrito en que éste capitán estaba, con todo eso, como se vió lejos de quien lo había mandado, no quiso torcer su cainino, y así fué tan frustrado el intento del presidente que los soldados que tenía ya Santa Cruz debajo de su bandera se salieron della por meterse en la de Villagrán dejando la de Santa Cruz, no porque la cruz de su estandarte fuese menos santa que la de Villagrán, sino porque era la otra más dorada y tenía el accidente que muchos hombres ponen ante los ojos en primer lugar. De suerte que aun el mesmo maestre de campo de Santa Cruz la desamparó, y aun ......los soldados por fuerza enviándole en ......calzón y sin sombrero, habiendo pocas horas ......le quitaba la gorra hasta el suelo. Mas ......cortar el hilo a esta materia por no engolfarme en tratado de exorbitancias y desafueros ......las deste viaje, que harían tan largos ......como él lo fue, con todo eso no se ......dejar de tropezar en algunos, que se ......do en el camino, cual fué sacar...... muchos indios presos en collera de ......llamada Caramachica, en pago ......extraordinarios regalos con que habían hospedado al ejército por espacio de veinte días, recibiéndolos con arcos triunfales y el suelo cubierto de hierbas y flores, enramando aun ......las paredes de las calles por donde habían de pasar y desvelándose en aparejar gran suma de mantenimientos para el resto de su camino, sin dejar en cosa de las necesarias para su regalo ......aderezar los caminos por donde pasaban haciendo ramadas en que descansasen, teniendo ......muchas cargas de maíz, venados, codornices y otras aves, y muchos linajes de pescados. Y destas y otras semejantes obras hacían muchas los españoles a los indios infieles, llevándolos presos fuera de sus tierras con cincuenta libras de carga cada uno, y algunos más de ciento en lugar de aliviarles el yugo de la in ......y darles buen ejemplo para aficionarlos a la ley de Cristo. Y para echar el sello a tan galanas hazañas, mandó Villagrán hacer otra que no se podía esperar de los mismos bárbaros, y fué que la noche de su partida se pusiese incendio a la casa del cacique llamado Lindo, donde se quemó él con su mujer, hijos y criados, sin haber otra ocasión más de parecerle que la atrocidad de sacarle del pueblo ochocientos indios en cadenas, dejando solas a sus mujeres y hijos, le había de provocar a tomar venganza mayormente viendo tal remuneración a tales obras, como él y los suyos habían hecho al mesmo Villagrán, y todo su ejército. Desta manera fué quemado el cacique Lindo, cual otro Alejandro Milesio por mano de los Laurentes en tiempo de Sila. Pero aquel señor que lo ve todo de lo alto, y ha de venir a juzgar al mundo por fuego, ultra del castigo que reservó para el día de la cuenta, lo comenzó a ejecutar luego por nieves y llamas; porque al pasar de un páramo murieron los ochocientos indios, y más de otros doscientos que venían del Perú, por el poco abrigo y mucha carga que traían a causa de haberlos cogido de repente. Y así se quedaron las cargas tendidas por aquellos campos, y las llevaron los españoles a cuestas mal que les pesó, cargándose también de las cadenas para tornar a coger indios y meterlos en ellas. Dejo aparte el peso y cadenas que llevaban en sus conciencias sin querer doblegar y humillarse con él, por más que les era duro tirar coces contra el aguijón. Y para que se viese que esta mortandad no fué acaso sino con particular providencia del cielo, quiso Dios que todos estos indios muriesen dentro de hora y media en medio del hielo, y poco después sobrevino el castigo de que fué ejecutor el fuego, como se verá en el capítulo siguiente.

Llegado el ejército al gran río Tucumán asentó las tiendas a su orilla, de donde salieron veinte hombres con don Pedro de Avendaño a correr la tierra. Vino esto a oídos de Juan Núñez dePrado, general de aquella provincia, el cual se halló muy perplejo no pudiendo rastrear qué gente pudiese ser aquella de que le daban relación los indios. Y para sacar esto en limpio salió de noche con treinta hombres de a caballo, enviando por delante al capitán Juan Núñez de Guevara, que era valentísimo y muy determinado, a reconocer la gente de aquel alojamiento. fué este capitán a pie y solo, y llegando a los reales se puso a escuchar la conversación de ciertos soldados, por la cual entendió ser Villagrán la cabeza de todo el bando, y sin temor ni recelo se fué metiendo por entre la gente sin querer decir quién era por más que se lo preguntaban. A este tiempo llegó el general Juan Núñez de Prado, y dio arma por todas partes, con cuyo estruendo se alborotó el ejército y salieron los soldados de sus tiendas para ponerse en defensa. Y fué tanto el ánimo y astucia del capitán Guevara, que dio voces a Villagrán para que respondiese pensando ser soldado suyo el que lo llamaba, como en efecto respondió, diciendo: «¿Quién me llama?» Entonces el Guevara cerró con él y le echó mano diciéndole sea v. m. preso en nombre de su majestad y del general Juan Núñez de Prado; no se turbó Villagrán con esto; antes asió la guarnición de la espada del agresor, y anduvieron luchando por un rato hasta que llegaron soldados de ambas partes trabando una gran refriega donde apenas se discernían unos de otros, y así se salieron los treinta sin lesión alguna habiendo muerto algunos caballos y atropellado lo que pudieron. Venida la mañana fué Villagrán con ochenta hombres sobre la ciudad a vengar la injuria, pero saliendo al camino un religioso que se le puso delante con un Cristo en las manos, reprimió el ímpetu de su cólera como a David con el encuentro de Abigail y su presente, y así se reconciliaron los dos generales y se festejaron algunos días.




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Capítulo XXX


De la entrada de Villagrán en Chile con gente española


Llegados a la provincia de Mugalo, dijo un indio a Villagrán que estaba ya cerca de los puelches, que era abundantísimo de todo; dijo también que estaban adelante otras muchas provincias fértiles y ricas, las cuales, con el tiempo, se han ido descubriendo. Oída la relación del indio, le examinó el general más en particular, y le mostró un pomo de espada de oro fino, preguntándole si en aquellas tierras había cosa como aquélla, a lo cual respondió ser gran suma de oro la que había, ofreciéndose a hacer bueno todo lo que había dicho, y pidiendo al general que le mandase llevar en prisiones, para que si saliese mentira se hiciese en él el debido castigo. No fué pequeño el desabrimiento que Villagrán recibió, pareciéndole que los suyos habían de alborotarse con la nueva y pretender gozar de aquellas tierras torciendo el camino que llevabanal lugar adonde él tenía su dirección, pensando ser cierta la nueva de la muerte de Valdivia, a quien tenía por cierto que sucedería él en el oficio de gobernador de todo el reino. Y por esta causa persuadió a toda su gente ser mentira cuanto el indio decía por divertirlos de la codicia en que los había puesto; y pareciéndole que los desvelaría más eficazmente con averiguar que eran embustes propios de indios, quiso probarlo con darle el castigo que mereciera si ya lo tuviera convencido de mentira, y aun mayor, mandándole quitar la vida sin ser parte para impedirlo los ruegos de todos los de su ejército, de los cuales no faltaba quien le encargase la conciencia, intimándole que aun cuando hubiera cogido al indio en mentira era rigor excesivo y desafuero indigno de la autoridad de su persona. Finalmente el indio fué muerto por su mandato añadiéndose esta crueldad a las pasadas, y abriendo camino a otra siguiente que diré luego; pero si ambición y codicia se unen para tirar de un corazón, nunca deja de brotar semejantes espinas. ¿Qué Herodes dejó de matar a los inocentes? ¿Qué Jugurtha a sus hermanos? ¿Qué Absalón a su mesmo padre, ya que no en el efecto a lo menos en el afecto con que acometió a ello? Y concurren estas dos pasiones desordenadas del apetito de mando y de dinero; o ¿qué Vitoldo dejó de echar a los perros los miserables hombres condenados? Digo esto por engarzar el hecho que diré con el precedente, aunque ellos de suyo son tan uniformes, como originados en una misma oficina. Sucedió, pues, el día siguiente, que hubieron a las manos a otro indio, al cual mandó el general llevar a su presencia, y le examinó con muy particular escrutinio sobre semejante materia a la referida; más el indio estuvo a todas sus preguntas tan mudo como si naturalmente lo fuera, sin que sus industrias, regalos y amenazas fuesen de algún momento para desquiciar al indio de su silencio; tanto que hubo de procederse a más rigor, dando al indio excesivos tormentos hasta dejarle tendido en el suelo como muerto; y para experimentar si realmente lo estaba, le mandó el general echar un feroz perro, que embistiendo en él le atravesó un brazo con los dientes, sin que él moviese los suyos trastravillados, ni la lengua constantemente enmudecida. Mas como le desamparasen como a difunto, y él viese a los verdugos algo apartados, levantóse con viveza de onza, y dio a correr con ligereza de venado. Y como a tal le echaron de nuevo al perro ya cebado en él y fueron en su seguimiento algunos de a caballo por orden del general, los cuales dieron menos alcance a su corrida que el mesmo general a su silencio. En resolución, cuando vinieron a perderle de vista, se hallaron dos leguas del sitio de donde partieron sin poder pasar adelante de puro cansados, no lo estando el atormentado que dejaron por muerto. La admiración en que a todos puso este espectáculo fué la mesma que tendrá el lector; y el andar echando juicios entre sí sobre la causa desto fué tan inútil que, dejándome de proseguirlo, pararé en solo una pregunta al autor destas hazañas. Al cual rogara yo que me dijera: ¿en qué estuvo el pecado destos indios? En hablar, o en callar; si en callar, ¿por qué mató al primero? Si en hablar, ¿por qué hizo lo mesmo con el segundo? Mas al fin lo que yo conjeturo es que este último no debía de ser hombre, sino algún espíritu en su figura enviado o permitido por Dios para justificar su causa cuando ante su tribunal se diese por excusa de la crueldad el haber hablado el primer indio.

Otro caso sucedió a cabo de pocos días en diferente materia que ésta; y fué que estando asentados los reales en cierto lugar, no muy cómodo, le pareció al maestre de campo Alonso de Reinoso, estando el general ausente, que sería bien mudarlo aotro sitio más oportuno, y así lo hizo, señalando a cada uno el lugar donde había de asentar su tienda. Parece ser que a Rodrigo Jinoco, que era alférez general, no le cuadró el sitio que le señalaron, y con esta ocasión dijo al maestre de campo estas palabras: «Señor maestre de campo, yo no tengo necesidad de que usted me prescriba el lugar donde tengo de alojarme, que yo como alférez mayor que soy me pondré donde me diere gusto.» Destas palabras vinieron a otras mayores, y de una en otra cundió apriesa la cizaña, como es costumbre donde quiera que a los principios no se atajan las ocasiones, hasta venir a las manos. A este ruido acudieron muchos, poniendo mano a las espadas haciéndose al bando del maestre de campo; y viendo el alférez los que cargaban sobre él, dijo en alta voz: «¿Dónde están mis amigos? ¿Cómo en tal tiempo me faltan todos?» Oyendo esto un soldado, salió diciendo a voces: «Traición, traición, en el campo del general, mi señor». Este soldado fué a toda priesa a dar noticia del caso al general., que andaba paseándose a la ribera de un río allí cerca; el cual, oyendo la nueva, dijo a un hombre que con él estaba, llamado Juan Sánchez de Alvarado, que fuese luego a decirle al maestro de campo que si el alférez se había en algo descompuesto con él le cortase luego la cabeza sin aguardar a que él viniese. Y si el maestre de campo no quisiera cortársela, lo hiciese el mesmo Juan Sánchez que llevaba el recado. Llegó, pues, este mensajero, y hallando el campo alborotado y al alférez preso, se fué para él con tanta avilantez y denuedo cuando se puede presumir que tomaría de las palabras del general; y así dijo él algunas al alférez harto pesadas, a las cuales respondió él otras semejantes, dándole a entender cuán mal término era el tener pico contra uno que no tenía manos, pues estaba preso. Estuvo tan lejos de refrenarse el mensajero, que antes sintiéndose agraviado desta respuesta, le dio una lanzada dejándole mal herido. A este tiempo llegó el general sabiendo de raíz el negocio, mandó que el alférez se curase sin salir de la prisión, y estando ya sano de la herida, trató de ejecutar su intento. Mas porque sabia que su tío Gabriel de Villagrán era amigo íntimo del alférez dio traza en que un día saliese a correr el campo con algunos otros, señalando para ello a todos los que eran amigos del alférez sin dejar ninguno en el real, por hacer su voluntad más a su placer, sin impedimento. Apenas hubieron salido, cuando mandó que el alférez se confesase, y le diesen luego garrote, sin ser bastantes para ablandar su rigor los ruegos de muchos caballeros de su campo; desta manera acabó sus días Rodrigo Jinoco. Cuando Gabriel de Villagrán y los demás volvieron al real y supieron la matanza del alférez tuvieron grande enojo, y se dejaron decir muchas palabras de pesadumbre contra el general; pero como a la cosa hecha no hay remedio, y más cuando es muerto, cesó todo el rumor en breve tiempo. Hecho esto, fueron prosiguiendo su camino hasta llegar al sitio donde está ahora poblada la ciudad de Mendoza la que fundó el virrey, que es ahora del reino del Perú, don García Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete, y por ser aquel sitio apacible y abundante de mantenimientos, hicieron alto los españoles en él. Donde, fatigados del calor que suele ser recio, fabricaron unas casillas pequeñas para las cuales se halló buen aparejo, pasando desta suerte algún tiempo. Estando en este alojamiento sucedió que un día se prendió fuego en una casa y fué cundiendo tan ligeramente que los abrasó con todo lo que había dentro, sin dejar alhaja que no se quemase, quedando todos desnudos y con pérdida de muchas riquezas que del Perú habían sacado; tanto, que de los caballos que traían se quemaron algunos. No sé yo si en esta coyuntura se acordaron ellos de lo que poco antes habían hecho o, por mejor decir, hizo su general, que mandó poner fuego en la casa del cacique, llamado Lindo, que tanto los había regalado sin debérselo, quemándolo a él dentro de su casa. Yo a lo menos bien me acuerdo dello, y el señor del cielo no se olvida.




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Capítulo XXXI


Cómo el gobernador don Pedro de Valdivia fué a descubrir las provincias de Arauco, donde tuvo una famosa batalla


Desde el primer día que los españoles entraron en esta tierra de Chile, siempre fué su principal intento ganar los estados de Arauco y Tucapel, por ser los más principales de Chile, así por la hermosura y fertilidad de la tierra, como por la grande abundancia de oro que hay en sus minas, y aunque diversas veces lo habían intentado, como se dijo arriba, siempre se volvían antes de llegar adonde deseaban por no ser menor la ferocidad y valentía de la gente araucana y tucapelina que su riqueza y abundancia. Y por esta causa había puesto el gobernador tanta diligencia en que entrase a este reino mucha gente española, teniendo siempre ante los ojos esta conquista, para lo cual juntaba siempre los más soldados que podía. Y así cuando se vió con razonable número dellos, lo puso por obra el mesmo día que acabó de sanar del pie comenzando a tratar desta jornada. Dejando, pues, la ciudad de Santiago bien fortalecida con todos los vecinos y mineros y otros moradores, salió con más de trescientos hombres escogidos y fué marchando hasta llegar a un puerto de la provincia de los paramocaes, donde estaba un caudaloso río; el cual pasaron todos en balsas que hicieron de enea. Poco adelante mandó el gobernador hacer reseña de su gente, y nombró por su teniente de general a Jerónimo de Alderete, por maestre de campo a Pedro de Villagrán y por capitán de la guardia a Jerónimo de Barahona, y alférez general a Juan de Zamano, sin nombrar por entonces otros capitanes, por haber entre su gente muchos que lo habían sido en Italia, el Perú y la Nueva España.

No estaban los enemigos dormidos en este tiempo, porque de muchos años antes estaban persuadidos a que los españoles habían de hacer aquella conquista; pues habían visto que su designio no era otro sino gobernar toda la tierra; y así estaban prevenidos habiéndose comunicado y concertado todos los de aquellas provincias, como son la de Ñuble, Itata, Renoguelen, Guachimavida, Marcande, Gualqui, Penco y Talcaguano. De suerte que apenas habían salido los españoles de la ciudad de Santiago cuando ya los bárbaros tenían noticia dellos, cuya entrada les hizo poner luego en armas, acudiendo todos a una a oponerse a ellos haciéndoles resistencia, y para proceder con mejor orden en su defensa, trataron ante todas cosas de elegir cabeza de todo su ejército que tuviese absoluto gobierno de toda la gente, aunque eran de diversas provincias. Para esto pusieron los ojos en un indio llamado Aynabillo, hombre esforzado y de gran prudencia experimentado en cosas de guerra y gobierno. A este cometieron el plenario dominio y potestad de mandar en toda la tierra, sin aguardar parecer de nadie, y para hacer guerra no solamente a los españoles, pero aún a los mesmos indios en caso de que entre ellos hubiese algún alboroto o cizaña. Y como a tal señor le fueron todos a mochar, que quiere decir adorar, con las ceremonias que ellos usan poniéndole cierta insignia en la cabeza, y un cinto ancho por el cuerpo cuyos cabos besaron los principales, que entre ellos es lo mismo que besar la mano. Luego que Aynabillo fué electo, mandaron aviso dello por toda la tierra, notificando a todos su elección y ordenándoles que acudiesen a la guerra, y muy en particular a los bravos araucanos y tucapelinos que estaban veinte leguas de aquel lugar donde él fué electo. fué tanta la gente que acudió a su mandato, que llenaban los campos, de suerte que todo parecía poblado sin distinción en lo que eran campo y pueblos.

Ultra desto mandó pagar sueldo a todos los indios que estaban desparramados fuera de los pueblos, si quisiesen venir por paga como en efecto vinieron muchos, así por tirar sueldo como porque también les iba su propio interés y libertad, pues era común a todos la defensa. Con esto juntó en campo más de cien mil hombres y más de otros cincuenta mil que acudieron al tiempo de la necesidad y refriega; los cuales venían bien armados y a punto de pelear, arriesgando sus vidas. Las armas que traían los más eran unas lanzas más largas que picas con unas puntas de cobre en lugar de acero; otros traían lanzas medianas, y otros las que en su lengua llaman macanas de que tratamos arriba; otros traían dardos y otros, finalmente, usaban de armas de diversas maneras hechas a su modo. Toda esta gente era fortísima y membruda, y no menos arrojada que valiente; traía por teniente general a Villineo, indio de extraordinarios bríos, y por sargento mayor a Labapie; capitanes eran Pangue, Curilemo, Millequino, Chibilingo, Lupín, Lebonbin, Alcan, Paraygnano, Pilquenlovillo, Nabacón, Aibinquilapello y otros de mucha estima. Ya que estos bárbaros estaban aprestados para dar la batalla, distribuyó nuestro gobernador su gente en escuadras, poniendo por capitanes a don Cristóbal de la Cueva, Francisco de Castañeda, Francisco de Herrera Sotomayor, Pedro de Peñalosa y Juan de Cabrera; y asimismo puso en orden un buen número de indios que llevaba consigo de los pueblos conquistados, cuyo capitán era el famoso Michimalongo, que había sido capitán general del ejército contrario a los mesmos españoles antes de estar la tierra asentada, pero como había algunos años que estaba ya pacífica, servían los indios a los españoles no solamente de sacar oro y lo demás arriba dicho, sino también de coadjutores en la guerra contra los indios que estaban adelante, cosa no poco notable, mayormente siéndolo con tanta fidelidad, sin hallar jamás traición en alguno dellos.

Ya que los dos campos estaban aprestados para pelear, acordaron los enemigos de dar la batalla de noche, pareciéndoles que desta manera eran ellos mejores; y así acometieron con bravoso ímpetu a los nuestros, los cuales no fueron perezosos en salirles al encuentro, todos a caballo con lanzas y adargas, donde se trabó la batalla, de tal suerte que parecía día de juicio, así por la vocería de ambas partes como por el estrépito de las armas y ruido de los furiosos golpes que sonaban. Anduvo desta suerte la cosa poco rato con grandes ventajas de parte de los enemigos, porque los caballos de los nuestros estaban muy tímidos con la noche y no osaban arrojarse, antes hacían traición, volviendo el cuerpo a cada paso. Comenzaron a desmayar con esto los cristianos y retirarse poco a poco. El gobernador, como hombre experto e industrioso, dijo en alta voz: «Vergüenza, vergüenza de españoles.» Hablando cuatro palabras según la premura del tiempo y lugar, mandó que a toda priesa se apeasen todos y peleasen a pie hasta morir o vencer, pues ni el aflojar era asegurar la vida ni el acometer era arriesgarla más de lo que ella se estaba. Y acudiendo con diligencia el maestre de campo a disponer esto en cuanto daba lugar tal aprieto, volvieron a la batalla los españoles a pie, unos con lanza y adarga, otros con adarga y espada, y algunos con arcabuces, pero todos con tantos bríos como si fueran contra gente ya vencida, tornándose a trabar la pelea con tanto coraje que parecía comenzarse en aquel punto. No era poca la obra que metía el buen capitán Michimalongo, animando a su gente en favor de los españoles, diciéndoles a grandes gritos: «Ea, soldados míos, demos tras estos araucanos en nombre de Santa María.» Lo cual todos hacían con valerosos ánimos y bravoso orgullo, flechando sus arcos y dando sobre los enemigos con no menos fervor que los españoles. Grande rato de la noche anduvo la batalla con espantosa furia y sin aflojar punto de ninguna parte. Y aunque el capitán Valdivia echaba de ver la multitud de cuerpos muertos que estaban por el suelo y entendía ser de enemigos como lo eran, con todo eso mandaba a los españoles que matasen cuantos más pudiesen, para que de aquella vez quedasen escarmentados. Y así cada cual procuraba esmerarse en echar apriesa indios por tierra sin perdonar lance que le viniese. Al cabo de grande rato comenzaron los indios a aflojar así por el cansancio como porque veían la destrucción que en ellos se iba haciendo; la cual se echaba de ver por la diferencia que hallaban en el suelo en que andaban peleando, pues de campo raso se había tornado en escabroso barranco con los cuerpos muertos, y no menos resbaloso con la sangre que iba dellos y de los heridos. Con este desmayo perdieron el tino, sin divisar cierto sitio que tenían señalado para tomar la huida si necesario fuese; y así fueron forzados a pelear, y hacer rostro, aunque a más no poder y de mala gana. Sintiendo en ellos el gobernador la cobardía, y dando una voz, procuró que los nuestros se recogiesen a un lugar, porque había rato que se habían esparcido; no porque él pretendiese que descansasen, sino para que estando juntos acometiesen con nuevo ímpetu y se hiciese más obra. Acudieron todos a su voz puntualmente, y respirando tantico dieron de nuevo sobre los enemigos con acometimiento tan gallardo, como si fuera gente que entraba de refresco. A este ímpetu pudieron resistir muy mal los bárbaros, porque tenían ya perdido el ánimo y veían notable merma de su gente, así por los que se habían muerto, como por haberse huido muchos por diversos rumbos, y así comenzaron a flaquear y aun a descubrir su flaqueza todos juntos. Animó su desánimo a los españoles a echar el resto en pelear, apurando a los apurados e hiriendo más a los heridos hasta hacerles dar la hiel, como dicen. Entonces ellos, viendo ya el pleito mal parado, aunque no atinaron con el lugar señalado para la huida, con todo eso volvieron las espaldas todos a una sin ver por dónde se iban hasta dar en un espeso bosque con tanto ímpetu que dieron con los árboles en tierra y abrieron camino por la espesura sin más artificio ni instrumentos que la misma fuerza de la gente, que la iba rompiendo con sus mesmos cuerpos dejando abierto un camino de más de dos mil pies de ancho. Entonces el gobernador, viendo declarada la victoria, mandó tocar las trompetas a recoger, y postrándose en el suelo dio con los suyos gracias a Dios por tan insigne victoria, aunque brevemente, por no detenerse en seguir a los enemigos, como se hizo luego entrándose por aquel camino que ellos iban abriendo, el cual se iba regando con sangre de los heridos, así en la batalla como en los mismos árboles y espinos por donde iban rompiendo; y muchos que iban huyendo con heridas mortales se iban cayendo muertos en la huida. Este fué el fin de la batalla que como testigo de vista, que se halló en ella y peleó entre los demás que se han dicho, testifica el autor haber sido una de las más memorables que en el mundo se han visto, porque vencer trescientos hombres a ciento y cincuenta mil dentro de su tierra, y más siendo gente de mayores fuerzas que los españoles, y con las armas que se han dicho, y, sobre todo, siendo tan arriscados y animosos, cosa es que parece increíble, si no fueran tantos los testigos y el ver que la mesma cosa se lo dice, pues se ve hoy poblado este reino de españoles que, siendo en tan poca cantidad, es argumento evidente de haber sido mucha menos al principio. Y si estas cosas son de suyo causadoras de admiración, qué serán otras que con razón la pondrán mayor que las dichas, como fué el haber peleado dos mujeres que iban en el ejército, que fueron las primeras castellanas que entraron en aquellos estados, la una dellas saliendo con un asador por medio de diez soldados que estaban en su escuadra, y dando tras los indios con tan varonil esfuerzo que mató seis dellos, hazaña tan insigne y estupenda cuanto desgraciada en no haber muerto uno más, porque si llegara a siete se pudiera igualar con la que, por milagro, se cuenta de la Santa Forneira de Portugal, que mató siete castellanos con una pala de horno. Esta matanza que refiero es certísima, y la testifica el autor como testigo de vista; llamábase esta mujer castellana Beatriz de Salazar, la cual era casada con Diego Martínez, soldado de este ejército, cuya memoria está hoy tan viva en este reino como el primer día.

No quiero hacer aquí lista de los españoles que en esta batalla pelearon por no alargar este volumen, mayormente habiendo contado arriba algunos dellos, sólo digo que todos se mostraron tan españoles, cuanto lo dice el efecto. Y es cosa de gran maravilla que de trescientos que eran, murió sólo uno en la batalla; y éste no a manos de indios sino herido de un arcabuzazo que le dieron los nuestros por yerro, andando la cosa revuelta, con haber muerto más de diez mil hombres del campo de los enemigos, sin los heridos que fueron mayor número aunque esto también tocó a no pocos españoles, que salieron con heridas de que tuvieron que curarse largos días, y no se tuvo por pequeña pérdida la de los caballos, de los cuales murieron treinta, pues en aquel tiempo no se podían recuperar con ningún dinero.

Sucedió esta famosísima batalla y victoria un miércoles, a veinticuatro días del mes de febrero del año 1550, en la provincia de Penco, junto al río Andalien, cerca de los estados de Arauco, y dos leguas del sitio donde agora está la ciudad de la Concepción de la Inmaculada Madre de Aquel en cuyo nombre se consigue toda victoria y cualquier otro bien que viene al hombre.




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Capítulo XXXII


De la fundación de la ciudad de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios, Señora nuestra


Muy regocijados y triunfantes quedaron los cristianos con esta memorable victoria y muy obligados a Dios Nuestro Señor y a su gloriosa Madre y Señora nuestra, por haber ganado tal empresa por la invocación suya, y por esta causa, habiendo de fundar alguna ciudad en aquella tierra que iban conquistando, fueron todos de parecer que tuviese de nombre la Concepción. Y para esto echó los ojos el gobernador al sitio más apacible y limpio de enemigos, y juzgó por el más cómodo un lugar que está en la provincia de Penco, junto a una bahía de mar muy hermosa, y para esto mandó que su campo fuese marchando hacia aquel puesto, levantando con diligencia los reales del lugar donde precedió la batalla, porque no sobreviniese alguna pestilencia con el aire corrupto y contaminado del mal olor de los cuerpos muertos, el cual fácilmente pudiera inficionar la gente.

Habiendo, pues, caminado dos leguas, y llegado al sitio que está dicho, puso en ejecución su deseo, edificando una pequeña ciudad con el título de la Concepción de Nuestra Señora, ayudándole no poco a ello los indios de la comarca, que venían a sujetársele atemorizados de la batalla pasada. Con este auxilio, edificó también una mediana fortaleza por ser aquella tierra de guerra, y díóse priesa a poner la última mano antes que le cogiese el invierno en la labor, lo cual fuera grande inconveniente para las muchas aguas y nieves que en tal tiempo suelen venir en todas estas tierras.

Hízose, en efecto, la dedicación de la ciudad a Nuestra Señora el primer día del mes de marzo del mesmo año de 1550, usando de todas las ceremonias acostumbradas en semejantes fundaciones. Pero cuanto más se iban asentando las cosas, tanto más iban sintiendo general falta de mantenimientos, por no estar quietos los indios comarcanos. Y para el remedio desto envió el gobernador un barco grande y una galera que estaba en el puerto para que trajesen vituallas, y lo demás necesario de una isla que estaba enfrente de los estados de Arauco y Tucapel, metida en la mar cuatro leguas, la cual, aunque pequeña por no tener más de dos leguas de longitud, con todo eso se tenía por abastada de comidas, según estaba el gobernador informado. Para esto envió a Juan Baptista de Pasten, que era genovés, hombre de buenas partes y cursado en cosas de la mar, y con él treinta soldados que sacasen los mantenimientos por la vía que pudiesen, los cuales se hicieron a la vela, habiendo primero hecho oración, la cual el gobernador mandó se hiciese, como también él mismo hizo por el felice viaje y próspero suceso.

Yendo esta gente costeando la tierra firme hasta ponerse a vista de la isla, dieron en un puerto de Arauco, que está junto a un grande pueblo llamado Labapié, y digo pueblo no porque sea fundado ni tenga casas de propósito, sino porque en espacio de una legua de sitio viven más de diez mil indios divididos por sus parcialidades con su particular cacique en cada una, conforme a la relación que arriba queda hecha deste punto. Viendo esta coyuntura, pareció a los españoles que entre tanta gente no podría faltar suficiente mantenimiento para recoger. Y así se determinaron a salir a tierra para este efecto. Lo cual apenas fué sentido por los indios que vieron echar el batel al agua, cuando ya los indios hacían sus prevenciones para saltear a los que saltasen en su puerto.

Es costumbre entre indios araucanos y tucapelinos, en habiendo cualquier novedad, darse aviso unos a otros, lo cual hacen poniendo faroles, que son unos grandes fuegos que levantan en alto grande humareda, con que dan a entender a los indios de más adelante lo que quieren significar. De suerte que a ciertos trechos van poniendo estas candeladas; y así, en medio cuarto de hora, se van dando aviso unos a otros por espacio de muchas leguas, cosa muy usada en las fronteras de levante y costa de África, como consta a todos los que por allí han estado. Desta manera se convocaron en esta ocasión los indios comarcanos, los cuales concurrieron sin dilación con las armas en las manos, de manera que cuando los españoles pusieron los pies en tierra, ya estaban los indios más cercanos puestos en orden para oponérseles. Pero por efectuar mejor su hecho, no quisieron resistírseles a la entrada, sino emboscarse en un lugar espeso de donde divisaban la gente que venía, y lo que iban haciendo en la tierra, para corresponderles ellos según viesen que lo hacían. Los españoles se fueron metiendo por las moradas de los indios haciendo de las suyas, sin respeto a Dios ni a los hombres, no contentándose con robar los mantenimientos, sino también cogiendo las mujeres de los pobres indios por la fuerza, y haciendo otros desafueros semejantes; cosa cierto de gran ponderación, y que descubre mucho la soltura de tal gente, pues en tal trance y coyuntura no querían contentarse con lo necesario. Viendo los indios que estaban emboscados la insolencia y robos de los españoles, salieron a ellos como perros rabiosos en el modo y en la razón como hombres justamente irritados, y acudiendo a una, acometieron con bravo ímpetu y vocería. A este sobresalto no mostraron los españoles cobardía, antes acudieron con mucho ánimo dejando la presa de las manos y ocupándolas en los arcabuces y espadas, de suerte que se trabó una refriega harto furiosa. Sucedió que un mancebo, llamado Juan de Montenegro, natural de Ávila de Ontiveros, o por no ser amigo de robar, o por sola providencia divina, se eximió de sus compañeros, y subiéndose en un cerrillo, de donde pudiese divisar lo que pasaba en la campaña rasa, estaba vigilante como en atalaya; pero al punto que vió el encuentro que se tramaba comenzó a bajar de presto a dar socorro a los suyos, y al primer paso que dio por la cuesta abajo vió venir de la otra parte del cerro un gran escuadrón de bárbaros, que acudieron más tarde por ser gente de tierras más remotas, los cuales, si no fueran descubiertos antes de llegar a la batalla, sin duda cogían a los nuestros en medio, cercándoles por todas partes, sin dejar hombre a vida. Como este soldado vió el gran número de gente que sobrevenía bajó a toda priesa, dando voces para que se recogiesen los españoles a la marina, como lo hicieron, yendo retirándose poco a poco sin dejar de pelear mientras se iban recogiendo; finalmente cuando llegaron a embarcarse en los bateles, ya tenían cuatro hombres menos, que habían muerto en la refriega, y al punto de embarcar llegó la gente de refresco con bravos alaridos tirando dardos y flechas; y crujiendo las hondas, que parecía rumor del día del juicio, embarcáronse apriesa los cristianos, aunque murieron otros tres dellos en aquel conflicto, saliendo casi todos los demás heridos. Y era tanto el coraje con que los bárbaros estaban encarnizados, que se arrojaron al agua tras ellos tirando flechas y dardos con no menos palabras de oprobio y afrenta, llamándolos ladrones, traidores y embusteros, sin cesar un punto de mover las manos y lenguas hasta que los españoles estuvieron muy retirados de la playa, cuya medra fué sola ésta en aquel puerto. Y pareciéndoles que aún todavía iban tras ellos, tendieron las velas a gran priesa, poniendo la proa en la isla adonde eran enviados, que estaba diez leguas de aquel paraje. Luego que surgieron cerca della concurrieron con gran tumulto los indios de ocho pueblos que en ella había, los cuales, como llegasen a la. lengua del agua, y viesen unos hombres armados y con barbas largas tan diferentes en todo de su traje y aspecto, quedaron atónitos y embelesados, mirándolos como a cosa prodigiosa y nueva en el mundo. Procuraron los españoles desatemorizar y atraer a los indios hablándoles por medio de un indio intérprete, para representarles la necesidad suya y de sus compañeros que estaban en Penco, los cuales padecían gran falta de mantenimientos, y así acudían a ellos a que se la remediasen. Apenas hubieron boqueado, que venían los indios así hombres como mujeres cargados de comidas, sin quedar niño que trajese otra cosa que regalos hasta ponerlo todo en los bateles.

A este servicio no dejaron los españoles de dar el retorno que en semejantes ocasiones acostumbraban, y fué que al tiempo de embarcar y recoger las cargas que los indios les traían, los recogieron también a ellos, echando mano de los más hombres y mujeres que pudieron, llevándolos forzados, sin otra pretensión y utilidad ultra de no perder la costumbre de dar mal por bien, ni dejar de hacer de las suyas por no pasar por lugar donde no dejasen rastro de sus mañas. Verdaderamente todas las veces que me vienen a las manos semejantes hazañas que escribir, me parece que esta gente que conquistó a Chile por la mayor parte della tenía tomado el estanco de las maldades, desafueros, ingratitudes, bajezas y exorbitancias. Qué habían de hacer los pobres indios que veían tal remuneración de los servicios de sus manos, sino emplearlos en las armas, acudiendo de presto a ellas y dando sobre los españoles, como toros, agarrachando, braveando con tal furia, que parecía los querían desmenuzar entre los dientes, como a hombres aleves y fementidos que con tales halagos y trapazas les llevaban sus mujeres, hijos y parientes. Lo que resultó desta bonica hazaña de los españoles fué el quedar los indios tan escandalizados, que hasta hoy están de guerra, y el haber salido muchos dellos en balsas grandes de madera a correr la costa de la tierra firme, dando aviso de las mañas de los españoles, para que se guardasen dellos como de hombres facinerosos y embaucadores; que no poca impresión hizo en los ánimos de todos los naturales de aquellas tierras.

En este ínterin llegaron los españoles de la galera al puerto de Concepción, con el refresco tan bien recebido cuanto deseado, aunque por alguna mezcla de desabrimiento del gobernador así por los siete españoles que venían menos, como por ver los indios que traían presos sin culpa suya, a los cuales quisiera luego restituir a sus tierras, y trató de ponerlo en ejecución, aunque se fué refriando, de suerte que dentro de tres días quedó puesto en olvido como las demás cosas. Con esto se acabó de dar asiento a esta ciudad, la cual está en 33 grados, cuyos primeros pobladores fueron don Cristóbal de la Cueva, el capitán Diego Oro, Juan de Cabrera, Bernardino de Mella, Hernando Ortiz de Caravantes, Hernán Pérez, Diego Díaz y Luis de Toledo, los cuales tomaron posesión de las encomiendas de indios que el gobernador repartió entre ellos; ultra de otros hijosdalgo que tuvieron encomiendas, como fué Lope de Landa, Ortun Jiménez, Hernando de Huelva y otros pobladores.

Tiene esta ciudad una hermosa comarca de quince leguas; es fertilísima y muy llena de manantiales y ríos; la bahía de mar es muy aparejada para pesquería y dice el autor que vió por sus ojos echar la red y sacar de sólo un lance tres mil lizas de a ocho y más libras cada una. Es admirable puerto el desta bahía y muy capaz para un grueso número de naos, de las cuales se hacen algunas en aqueste lugar por haber gran aparejo de madera muy a propósito para esto. Cógese en esta tierra mucho vino y trigo, y muchas frutas, así de las traídas en semilla de España, como de las de la tierra; había en esta comarca ......arriba de cien mil indios cuando se pobló, y al tiempo que esto se escribe no hay diez mil, por los buenos tratamientos que los españoles les hacen, y las continuas guerras de la comarca. Después acá, se han ido juntando ciudades en toda la tierra, de suerte que esta ciudad está en medio del reino, por lo cual se asentó en ella la audiencia real cuando la hubo en este reino, aunque después se ha quitado de todo él. Ha sido esta ciudad muy desgraciada, como se verá en el discurso de la historia, y nunca le han faltado guerras, estando hasta hoy en frontera de enemigos, siendo solos ciento y cincuenta españoles, pocos más o menos, los que en ella residen de ordinario.




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Capítulo XXXIII


De una famosa batalla que los indios araucanos y tucapelinos dieron a españoles viniendo sobre la ciudad de la Concepción


Con la aspereza y rigor del invierno que por la mucha altura de la tierra es muy lluvioso, había cesado el edificio del fuerte de la Concepción, pero luego que entró el verano, dio traza el gobernador en que se prosiguiese, ordenando que los españoles con sus manos trabajasen ayudándose de los yanaconas de servicio y de algunos indios comarcanos que venían de paz, aunque fingidamente, y así en breve tiempo se acabó la obra, que es muy necesaria para la defensa de aquella tierra.

Viéndose los indios de todo el distrito en sujeción tan inusitada en su patria, no podían sosegarse ni contentarse hasta echar fuera a los españoles. Y para esto trataron muy despacio del negocio con los indios de Tucapel y Arauco, comunicándoles sus intentos, y todos a una concordaron en que en ninguna manera convenía dejar arraigarse allí los españoles, si no querían verse toda la vida esclavos suyos, y aún peores. Con este acuerdo se juntaron más de cien mil hombres, y como ya conocían a los españoles, que no eran cosa del otro mundo, sino hombres mortales como ellos, iban tomando cada día experiencia de cómo se habían de haber con ellos; y así pusiéronse en ejército, muy en orden, distribuyéndolo en cinco escuadrones de gente valerosa, muy bien armada y a punto de pelea. Y desta suerte salieron todos a una marchando por aquel campo con tanta orden que era espectáculo no menos vistoso que espantable, porque demás del grueso número de gente ordenada y el rumor de sus instrumentos de guerra, a cuyo son iban marchando, había mucho que ver en las armas, en cuyas puntas de cobre reverberaba el sol, y no menos lucían los penachos que traían en las cabezas, puestos en las cimeras. Luego que los españoles sintieron su venida, trataron de ponerse en defensa, aprestando lo primero unas piezas de campo que tenían en el fuerte, y después desto se pusieron los más de los españoles a caballo, haciendo los de a pie una manga de arcabuceros, todos los cuales estaban dentro de la fortaleza, sin salir hombre della, según el orden del gobernador.

Ya que los enemigos llegaban cerca del pueblo, echaron por delante cinco mil indios ligeros que a todo correr precedieron el ejército, haciendo ímpetu sobre la ciudad con grande vocería y lluvia de piedras, y flechas que volaban por el aire, y habiendo hecho este acometimiento llegó poco después el ejército muy en orden, viniendo los tenientes en la vanguardia, quedando los capitanes en la retaguardia, y el general el último de todos para mejor gobernar su campo, y también por detener a los que quisiesen volver el pie atrás, si sucediese ir de venida. Apenas hubieron llegado a la ciudad, cuando pusieron cerco a la fortaleza, combatiéndola por todas partes; pero como no tenían piezas, ni escalaban las murallas, era todo como echar armas al aire, y así los españoles, sin género de riesgo, peleaban a su salvo, y aunque el maestre de campo y teniente de general dijeron al gobernador que su señoría mirase que era grande infamia de los españoles pelear desde dentro, en lo cual daban muestra de flaqueza y ocasión a los enemigos de cobrar más bríos, con todo eso no quiso el gobernador que saliese hombre pareciéndole que los enemigos estaban muy industriosos, y el peligro era evidente. Desta manera anduvo la pelea un rato con grande esfuerzo de ambas partes, estando muchos españoles con tanta inquietud, que les comían los pies por salir a lo raso, y muy en particular sentía estos estímulos el teniente general Jerónimo de Alderete, el cual no aguardando licencia del gobernador, salió de tropel con su escuadra de a caballo, y dio con gran ímpetu en los enemigos. Viendo el gobernador el punto en que el negocio estaba, y que ya era forzoso el salir, mandó que todos hiciesen lo mesmo, dándoles ejemplos con tomar él la delantera y siguiéndole los demás con varonil esfuerzo, ánimo y coraje; entonces los enemigos prevenidos ya en lo que habían de hacer en cada coyuntura, cerraron sus escuadrones apeñuscándose los piqueros, y calando las picas, de suerte que los de a caballo no pudiesen desbaratarlos, y desta manera hacían mucho daño a los caballos con poco detrimento suyo. Viendo el gobernador que ya esto era demasiado saber para bárbaros, mandó que la gente de a caballo se hiciese afuera, y que se jugase la artillería, y los arcabuceros diesen una rociada a los enemigos, lo cual se ejecutó al punto. Recibieron mucho daño los enemigos en este lance, pero no por eso se desviaron de sus puestos por no desbaratar los escuadrones, lo cual dio ocasión a los nuestros para tornar a cargar las escopetas y artillería., y tirar a su salvo contentándose los indios con tener su ejército concertado, pareciéndoles que todo el negocio estaba en esto; hasta que, viendo ya su barbaridad, desampararon sus puestos y anduvieron en caracol, desatinados de tanta arcabucería; sintiendo esto los españoles dieron sobre ellos y pelearon largo rato con lastimosa matanza de los bárbaros, hasta que ya ellos echaron de ver su perdición, y no pudiendo resistir el ímpetu de los cristianos volvieron las espaldas todos a una, y dieron a huír por aquellas quebradas y caminos ásperos que hay en aquella tierra, de suerte que no los pudiesen seguir los de a caballo, pero con todo eso, los pocos de a pie juntos con los indios amigos que traían con el general Michimalongo, dieron tras ellos y les fueron haciendo mucho daño, de suerte que el camino estaba regado de su sangre y ocupado de cuerpos muertos, ultra de los muchos que habían caído en la batalla, sin las heridas, que eran tantas, que iba tinto en sangre un pequeño río que corre por la ciudad.

No se puede imaginar el espectáculo horrendo que hubo aqueste día, donde el crujir de las hondas, volar de las flechas, llover de los dardos entre las muchas piedras que caían y el relumbrar de los aceros y puntas de cobre, ponía espanto y pavor a los que lo miraban, y no menos el ver el bravoso brío con que se daban fieros golpes de ambas partes. Finalmente, con la invocación de nuestro Criador y su gloriosa madre, y del bienaventurado apóstol Santiago, salieron los cristianos con la victoria, en la cual ultra de lo que mataron prendieron también muchos indios principales, y entre ellos algunos de Labapié, que es el lugar donde habían muerto a los siete españoles que iban en la galera, como se dijo arriba. A éstos le pareció al gobernador que convenía justiciar, y queriendo ponerlo en ejecución, les declaró como aquel castigo no se les daba por ser vencidos en la batalla, pues no es costumbre de los españoles matar a los que han rendido, sino por el atrevimiento que tuvieron en matar a los siete españoles que iban en la galera. A esto respondió un capitán famoso de los indios de Labapié, llamado Albaa, con las palabras siguientes:

«Mira, señor gobernador, si tú quieres ponerme de delito el que nosotros cometimos en matar a los que dices, haz lo que quisieres, que tu día es éste; pero yo no sé por qué razón debas tú calificar por maleficio el defender nosotros a nuestras mujeres, hijos y haciendas de tan manifiestos tiranos como los que allí vimos a nuestros ojos. Por cierto, señor, nosotros no acabarnos de entender estas marañas de muchos de vosotros, que no hacéis sino ponderar que es buena la ley de Dios; decís a los indios que ella manda que ninguno robe, ni sea traidor, ni tome las mujeres ajenas, ni haga mal a nadie, y por otra parte vemos que los más de vosotros hacéis todo lo contrario; mas cuando ya dejásemos, aparte esta ley, y solamente se mirase la razón natural, no sé yo cómo tú quieres justificar el partido de los robadores de haciendas y mujeres; más, siendo tan manifiestos y desvergonzados como éstos de que tratas. Yo te certifico, señor, que estuvimos largo rato a la mira para ver lo que buscaban, y si buenamente nos pidíeran de lo que teníamos para vuestro sustento, se lo diéramos liberalmente. Pero si los vimosentrar como lobos carniceros, haciendo estragos por nuestras casas y llevándonos nuestras mujeres por fuerza, ¿qué habíamos de hacer? Juzga tú mesmo si nos tuvieras por hombres el día que nos vieras estar mano sobre mano a la mira de tan atroz maldad. ¿Qué ley hay en el mundo que nos obligue a ver estas cosas a nuestros ojos y callar, habiendo nosotros sido libres y todos nuestros antepasados, sin que en todos estos reinos haya memoria de que en algún tiempo hayan estado nuestros progenitores sujetos a nadie? Y aún más te digo, señor: que si tu mesma persona sehallara en aquella insolencia que hicieron los hombres que enviaste, que sin guardarte el respeto que se te debe, hiciéramos lo mesmo contigo que con los demás, y lo harán siempre todos estos naturales hasta perder las vidas en la demanda, pues está tan declarada la justicia de nuestra parte; y a esto puedes estar persuadido y hacer corazón ancho, y sabe que ésta ha sido la causa de que hayamos venido sobre esta ciudad; porque tememos con razón que, en dejando a los españoles hacerse fuertes en nuestras tierras, somos más cautivos que los negros, como lo muestra la experiencia en cualquier lance que se ofrece. Por tanto, señor, haz lo que quisieres, que el morir yo por una cosa como ésta no me da pena, ni aún tú tienes mucho de qué gloriarte dello.»

Todo esto oyó el gobernador atentamente, hallándose allí presente el autor desta historia, pero ningún peso parece que le hicieron estas palabras, pues, en efecto, mandó ejecutar lo que tenía proveído, matando a este indio entre los demás de Labapié. Este fué el efecto desta terrible batalla en la cual murieron pasados de cuatro mil indios, los cuales estaban tendidos por el campo tan lastimosamente que era para todos gran compasión. De todo esto vino a resultar últimamente que muchos indios de aquellos estados se comunicaron entre sí, consultando lo que convenía al bien común y sosiego de toda la tierra, y todos unánimes fueron de parecer que era lo más acertado hacer paces, y así lo pusieron por obra desde luego. Es costumbre entre estos indios cuando vienen a la guerra, quitarse casi todo el cabello y quedar con una corona a manera de las de fraile, y acabada la guerra no osan parecer en público por estar trasquilados, hasta que les crezca el cabello como antes, y por este respecto dejan alguna gente por trasquilar para que siendo necesario salir algunos en público, haya de quién echar mano para ello. Y así habían quedado algunos indios con cabello en esta guerra, a los cuales enviaron a dar paz a los españoles, excusándose los demás así con este achaque de estar sin cabello, como por haber entre ellos muchos mal heridos; y para más aplacar a los nuestros, trajeron un presente de ovejas, según su costumbre, y otro de mujeres doncellas de poca edad, las mas hermosas que hallaron, ofreciéndolas a los españoles, no sin gran cautela, porque querían estar a la mira a ver si los españoles las ofendían por ser estos bárbaros muy celosos, y pluguiera a Dios no hubieran hecho esta experiencia tan a costa de las conciencias de los cristianos, que así trataban con ellos corno si no lo fueran, soltando la rienda al apetito. Esta era la primera enseñanza y ejemplo con que entraban entre esta miserable gente. Salieron a dar la paz en nombre de todo el reino los hombres de más valor que había a la sazón con cabellos, entre los cuales fueron el cacique Longonaval, Colocolo, Millarapue, Pitumilla, Irque Naval, Longori, Curilemo y otros muchos caciques y señores. De todo lo cuál es testigo de vista el autor, como persona que se halló en esta batalla.




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Capítulo XXXIV


De cómo se descubrieron nuevas tierras en los estados de Arauco y Tucapel y, en particular, la provincia de Cauten, donde se fundó la ciudad imperial


Estando ya pacífica la tierra y asentadas las cosas, pretendió el gobernador que se fuese poblando de españoles, en cuanto la posibilidad de la gente alcanzase, y para dar principio a esto, envió a Jerónimo de Alderete, su teniente, con sesenta hombres de a caballo muy bien aderezados, a que viesen lo que había en la tierra adentro, tomando la noticia de las cosas muy por menudo. Apenas habían partido de la ciudad de la Concepción cuando, a dos leguas de camino, dieron en elcaudaloso río de Biobio, el cual tiene un cuarto de legua de orilla a orilla, cuya dificultad vencieron pasándole por vados con grande riesgo, porque tiene en partes grandes canales, y así se vieron muchas veces en aprieto y casi perdidos, tanto, que fué necesario asirse de las colas de los caballos para no ahogarse; plugo a Nuestro Señor librarlos de aquel paso, llevándolos adelante, donde también iban hallando ríos tan caudalosos que no tienen que ver con ellos los más famosos de Europa. Iba, pues, esta gente desde que salió de la ciudad, descubriendo tierras de tal fertilidad y hermosura, que parecía casi increíble lo que en ellas hay si se pusiera en historia, porque verdaderamente todas estas tierras de Arauco y Tucapel, y las demás circunvecinas son tan excelentes en todo, que parecen un paraíso en la tierra; los mantenimientos son en tanta abundancia que no hay que comprar ni vender cosa dellas, sino tomar cada uno lo que quisiere de esos campos de Dios, los cuales están ricos de todas las cosas necesarias, como maíz y otros granos, frutas y legumbres; y no es menor la hermosura de los valles, cerros y collados, que no hay pie de tierra perdido, pues todo está lleno de mantenimientos de los hombres, y cuando menos de pastos para los ganados, donde hay ovejas sin número, y otras muchas reses, fuera del ganado vacuno que después de la entrada de los españoles es tan sin tasa, que se lo lleva de balde el que lo quiere.

De esta manera fueron los españoles pasando por aquellas tierras, donde vieron la casa fuerte de Arauco, y después la de Tucapel, que ambas son muy insignes, hasta que al fin llegaron a la fortaleza de Puren, que es el término destos estados. De allí pasaron a la provincia de Tabón, no menos fértil y hermosa que las pasadas, y tan poblada de gente que en sólo un lugar había catorce mil indios sin otros muchos que habían en su comarca. Por todas estas tierras salían los indios, así hombres como mujeres, por los caminos a ver a los españoles, y estaban como abobados de ver tal traza de gente tan nueva y diferente de la de sus tierras, y no menos se espantaban los españoles de ver la lindeza de sus tierras, y multitud de moradores dellas, hasta que, finalmente, llegaron a la provincia de Cauten que era el fin de su designio. Este lugar está a treinta leguas de la ciudad de la Concepción, el cual es en todo lo que se puede desear tan aventajado, que ni yo acertaré a explicarlo, ni aún creo habrá pintor por diestro que sea, que le alcance a pintar la variedad y hermosura destos campos y praderías, ni hay matices tan vivos que puedan del todo significarlos. Toda la tierra parece un vergel ameno, y una floresta odorífera, y es toda tan de provecho que ni en la abundancia de las frutas, ni el número de los ganados es comparable a ninguna otra de las que los españoles han visto. Y esto digo no con pequeño fundamento, porque muchos otros de los que han estado, y están en ella, han pasado por no pocas partes del mundo, y muchos también son extranjeros, los cuales con haber corrido tantas tierras certifican no haber otra semejante a ésta.

Sobre todo esto, es tanta la gente natural della, que puesto un hombre en un lugar alto, donde puede divisar un largo trecho, no ve otra cosa sino poblaciones. Verdad es que no son los pueblos ordenados, ni tienen distinción uno de otro, de suerte que se puedan contar tantos pueblos, mas solamente está una grande llanada llena de casas, algo apartadas unas de otras, con sus parcialidades distintas, de las cuales reconoce cada una a su cacique, sin tener que entender con el cacique de las otras; las casas son muy grandes, de a cuatrocientos pies en cuadro cada una, y algunas de más, y aún no pocas de ochocientos pies, las cuales dice el autor que por su contento, medía algunas veces. Cada indio de estos tenía muchas mujeres, y así había en cada casa catorce o quince y más puertas para que cada mujer tuviese su puerta aparte; la gente afable y amiga de hacer bien, y tienen por punto de honra no comer solos por mostrarse liberales en convidar a otros. No hay en toda la tierra indio pobre, porque todos tienen ganado, maíz y frutas de sobra. Son los indios muy bien agestados y de linda disposición, de cuerpos muy fornidos y bien hechos, y las mujeres blancas y hermosas; no hay entre ellos hombre flaco, y los rostros son de ordinario muy llenos y redondos, de suerte que en cualquier parte de las Indias se conoce luego el indio que es chilense solo por el rostro y talle, aunque esté entre otros muchos, y sobre todo, su hermosura excede la de los ojos, que son grandes de mucha gracia. Toda esta tierra es muy llana, pero pasada esta provincia de Cauten es por la mayor parte montuosa e la que sigue, aunque no menos poblada y abundante.

En esta provincia de Cauten hay cierta manera de alamedas hechas a la orilla de los ríos pequeños, donde están plantados unos árboles altos a manera de fresnos o cipreses, y a estos lugares llaman los indios aliben y los españoles los llaman bebederos, y por ser estos lugares tan deleitables, concurren los indios a ellos a sus juntas cuando hay banquetes y borracheras de comunidad, y también a sus contratos, a manera de ferias, donde no solamente se venden las haciendas, pero también las mujeres, de suerte que cada uno saca a vender sus hijas para venderlas a los que las quieren por mujeres, quedando, el yerno obligado a tributar al suegro en recompensa de la hija que le da, y así el indio que tiene más hijas es el más rico. Y cuando un indio puede llevar muchas hermanas juntas por mujeres, lo quieren más que llevar mujeres que no sean entre sí parientes, y esto es conforme a sus leyes, y cada mujer destas tiene cuidado de dar de comer a su marido una semana, yendo por su rueda todas en darle mesa y cama por semanas, pero cuantas más sean las mujeres que cada uno tiene, tanto es menor la fidelidad que le guardan. Cacique hubo que tenía dieciocho mujeres, el cual era muy rico, llamado Unolpillan, con quien el autor desta historia tuvo amistad y trabajó lo que pudo persuadiéndole a que las dejase haciéndose cristiano, cuyo intento favoreció Nuestro Señor tomándolo por instrumento para remedio desta alma, porque, en efecto, se bautizó y siendo ya de ochenta años, y se llamó Pedro, como el mismo capitán Lobera, quedando con sola una mujer, y viviendo cristianamente hasta, que murió, con gran consuelo de quien había sido medio para ello, pues vió tales prendas de predestinación de aquella alma. Fuera destas mujeres que se casan, hay otras muchas que tienen por oficio salir en los días de banquetes a estos bebederos a ganar, como hacen en Europa las meretrices, que llaman rameras, y para esto se engalanan con los más ricos atavíos, usando también de collares, zarcillos y otras joyas de oro con piedras preciosas.

Tienen las casas destos indios ciertos remates sobre lo másalto, a la manera que están las chimeneas galanas en España. Estos remates son unas águilas de madera de un cuerpo cada una, con dos cabezas, como las que traía el emperador Carlos V en sus escudos. Son estas águilas hechas tan exactamente, que no parece habrá pintor que las dibuje con más perfección, ni escultor que acierte a entallarlas más al vivo, y preguntados los indios si habían visto en su tierra algunas aves de aquella figura para sacar tales retratos, respondieron que no, ni sabían el origen dellas, por ser cosa antiquísima de que notenían tradición más de que así las hallaron sus padres y abuelos.

Esta es la disposición de aquesta tierra, la cual tendrá ocho leguas de distrito, en la cual habrá pasados de ochocientos mil indios casados, ultra de los solteros que eran sin número. Todo lo cual consideró el teniente Jerónimo, y quedó tan satisfecho y alegre que les pareció a él y a los suyos que no había más que buscar enel mundo, mayormente por ser todos los ríos que por allí pasan muy ricos de oro; y para dar al gobernador razón de todo por extenso, se volvieron a la ciudad de la Concepción tomando otro camino diferente del que habían traído, arrimándose más a la tierra donde iban hallando la misma fertilidad, riqueza y multitud de gente que en el pasado. Desta manera pasaron sin contradicción de nadie, porque los españoles estaban ya escarmentados de hacer mal, y así, en este viaje no hubo hombre que hiciese agravio a los indios, los cuales acudían con muchos regalos a los nuestros y a sus caballos, dándoles sin tasa cuanto querían y mucho más. Con todo eso, sintieron los españoles que los indios comenzaron a consultar si sería expediente hacerles molestia, no consintiéndolos en sus tierras, y por esta causa alargaron el paso, llegando en breve a la ciudad donde dieron cuenta de todo muy por menudo al gobernador y a los demás, de lo cual recibieron todos gran contento, teniéndose por felices en haber aportado a tal tierra.

Diré aquí la causa de haberse llamado esta tierra los Estados; y fué que al pasar por ella los españoles dijo Jerónimo de Alderete: «Señores míos, bien podemos llamar a esta tierra los estados de Flandes y Alemania», y refiriéndose este dicho al gobernador, dijo él así: «Llámense los estados de Arauco y Tucapel», y con este nombre se han quedado hasta hoy. No mucho después desto, determinó el dicho gobernador ir en persona a ver estas tierras y a posesionarse dellas, dejando primero su ciudad bien reparada, porque como la nueva de la riqueza chilense había cundido por todo el Perú, venían ya muy frecuentemente embarcaciones, con pasajeros que pretendían ser moradores deste reino y lo,cuales eran acogidos con mucha benignidad de los vecinos de Santiago, hasta pagarles los fletes y hospedarlos en sus casas; y a los que deseaban pasar adelante a la conquista los aviaban, proveyéndoles de lo necesario, y con esto vino en poco tiempo a tener buen número de moradores la ciudad de la Concepción. Viendo, pues, el gobernador que había gente para todo, dejó allí parte della, saliendo él mesmo con la gruesa de la gente a fundar poblaciones en los Estados, y pasando por todos ellos, llegó a Cauten sin contradicción alguna de los naturales, y hallando ser verdadera la relación que se le había dado de aquella tierra determinó de edificar en ella una ciudad que fuese cabeza del reino, con el cual intento le puso por nombre la Ciudad Imperial desde que puso en ella la primera piedra. El sitio desta ciudad es maravilloso: está en el remate de una loma y tiene de una parte un caudaloso río por el cual sube la marea y pasa arriba de la ciudad, y de la otra tiene otro río de menos caudal, muy deleitable y cristalino, adornado de árboles por los dos lados de las riberas, con tan agradable aspecto que le pusieron por nombre el río de las Damas.

Esta ciudad se fabricó de manera que la loma le sirve de fortaleza, la cual está hacia el oriente, y fué no poca traza para la defensa del pueblo como se ha visto en muchas ocasiones. Luego que los indios vieron que los españoles tomaban tan de propósito el negocio y comenzaban a fundar este pueblo, tuvieron dello gran, sentimiento, pareciéndoles que venía sobre sus cuestas un perpetuo yugo en lo más florido de sus tierras. Y para deliberar en este caso se juntaron ciento y cincuenta mil indios, los cuales se resolvieron en hacer resistencia, y así vinieron con mano armada a impedir la fábrica de la ciudad; pero con la experiencia que tenían de haber quedado siempre vencidos no osaron llegar a las manos, contentándose con ponerse todos a la vista de los españoles dando grandes alaridos y estrépito con muchos instrumentos para dar molestia a los nuestros y haciendo esto por momentos, sobreviniendo en cada noche a dar rebatos, lo que era para los nuestros gran subsidio, y les obligaba a estar siempre en vela. Con este trabajo y contradicción se fué edificando la ciudad, hasta que estando ya puesta en buen punto, salió el gobernador con razonable número de gente a conquistar y allanar las tierras comarcanas, dejando a su maestre de campo, Pedro de Villagrán, encargado de la ciudad Imperial. Este capitán salía muy a menudo con gente de a caballo a correr la tierra y a limpiarla de aquellos indios que la tenían alborotada, y tuvo con ellos tanta mano con pláticas discretas que con mucha gracia les hacía, que en breve tiempo lo pacificó todo.

Con esta seguridad concurría innumerable gente de los indios de paz a la ciudad cada día, tanto que los españoles temían ya verse rodeados de tan gran multitud de bárbaros valientes y belicosos, y así estaban siempre a punto con las armas aprestadas y los caballos ensillados. En efecto, quedó entonces en paz toda aquella ciudad y comarcas y entró la fe en los estados de Arauco y Tucapel con tanto fervor, que dice el autor haber visto por sus ojos más de cuarenta mil indios, niños y niñas, que andaban con guirnaldas de flores en las cabezas y cruces en las manos cantando la doctrina cristiana, y esparciendo el dulcísimo nombre de Jesús y el de su Santísima madre, la Virgen Nuestra Señora, cosa de gran mérito para los fieles píos y celosos de la honra de Dios y gloria de su Hijo Jesucristo; y cierto, cuando yo veo en medio de tantos desafueros como algunos españoles hicieron en estas entradas, sacó el Señor tan copioso fruto para bien de las almas, no puedo dejar de bendecir su soberana Providencia y admirarme de sus altos y secretos juicios, pues todo redunda en gloria suya y manifiestas señales del amor que a los hombres tiene. Apenas es explicable el regocijo de los que veían tal bendición de Dios a sus ojos, ni tampoco lo es el dolor que hoy tenemos viendo a esta desventurada tierra tan sumergida en el lago de la calamidad y tiniebla, que nos incumbe a todos la obligación de suplicar a NuestroSeñor con instancia ponga por su misericordia remedio a tantos males.

Habiendo, pues, el gobernador poblado la Imperial y señalado los tributos con que habían de contribuir los indios, no quiso hacer encomiendas poniéndolas en cabeza de diferentes encomenderos, sino dejólo así por entonces, pareciéndole que su Majestad le daría a él título de marqués, y habiendo de tenerle eran estos estados lo mejor del reino para ponerlos en su cabeza y fundar en ellos su marquesado. Ninguna utilidad le resultó de aquí al gobernador, antes manifiesto daño, porque como los indios no tenían encomenderos que los gobernasen acudiendo cada cual a su particular repartimiento, vivían más a sus anchuras; y así vinieron con el tiempo a tratar de alzamientos para ponerse en la libertad, como lo han puesto por obra, según hoy vemos, con notable detrimento y miserias, así de los españoles como de los mismos indios, que todos andan en perpetua guerra.




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Capítulo XXXV


Del descubrimiento de la provincia de Tolten, y la batalla de la Gran Laguna


Estando en razonable punto la ciudad Imperial y su fábrica, salió el gobernador della como se apuntó arriba, y llevó consigo ciento y cincuenta hombres, los más de a caballo y algunos de a pie, porque entonces no cualquiera hombre alcanzaba un caballo. Llevaba así mesmo muchos yanaconas de servicio y otros indios amigos que le ayudasen en la guerra, y desta manera salió con Jerónimo de Alderete, su lugarteniente, cuya industria y valor estimaba en mucho, y no menos el buen consejo y ejemplo de un capellán que consigo llevaba, llamado el bachiller Rodrigo González, el cual hizo un sermón al ejército al tiempo de la partida, donde intimó mucho de cuánto servicio de Dios sea el acudir a propagar la santa fe católica entre infieles y ayudar a la conversión de sus almas, haciéndose con las debidas circunstancias y evitando agravios, de los cuales resultan graves daños a los infieles, y son estorbo para el mismo fin de introducir la fe y doctrina evangélica.

Hecho esto, se partieron todos muy en orden, y a seis leguas que anduvieron se descubrió una gran provincia llamada Tolten, tomando el nombre del río Tolten, que por allí pasa, el cual es muy caudaloso y corre entre unas peñas tajadas, altísimas, y así va muy recogida el agua y por consiguiente, con gran furia y profundidad; el nacimiento deste río es una laguna tan grande que tiene veinte leguas, o cerca dellas de circuito, de la cual sale el río con todo aquel ramal que lleva. Viendo los naturales deste lugar que los españoles iban a conquistar sus tierras, pareciáles que ninguna cosa les podría ayudar tanto a estorbar sus intentos y atajar sus pasos como este río; porque como no podía vadearse por ninguna parte, era imposible pasarlo los nuestros habiendo resistencia de parte de los naturales, y por esto se pusieron ellos de esotra banda, dando grandes alaridos y diciendo muchos oprobios a los nuestros, tirando juntamente gran suma de flechas, piedras y armas arrojadizas, a lo cual respondieron los cristianos con sus escopetas; y así se trabó por largos ratos batalla muy reñida, sin venir a las manos de más cerca, pues en toda la pelea estaba siempre el río en medio. Viendo el gobernador el negocio mal parado, mandó juntar mucha paja de la tierra y cañas a manera de carrizo, y hacer destas materias algunas balsas en lugar que no las pudieran divisar los enemigos. Efectuose esto con grande diligencia de manera que apenas estaban hechas cuando a toda priesa las echaron al agua metiéndose todos en ellas y llevando del diestro los caballos, que iban nadando, lo cual se hizo con invocación del divino auxilio y de la gloriosa madre de Nuestro Redentor y caudillo, cuyo nombre se pretendía introducir entre las gentes. Entrando, pues, desta manera por el río, como era tanta la corriente del raudal, fuélos llevando muy abajo, de suerte que descaicieron gran trecho del lugar donde se habían embarcado; pero no poco les valió esta baja que dieron, porque como fueron a salir tan distante de donde los contrarios estaban, por mucha priesa que ellos le dieron para llegar a impedirles salida, ya habían salido algunos de los nuestros, que les hicieron rastro y los entretuvieron peleando mientras salían los demás. Entonces los naturales, como no habían visto semejantes hombres, mucho menos gente de a caballo, perdieron todo el ánimo y dieron a huir pareciéndoles inmenso el trecho que desde allí había hasta la montaña, donde se escondieron y aún allí no se tenían por seguros.

Cuando los nuestros vieron el paso llano y que tenían ya la tierra por suya, salieron a un altillo que era barranca del río, y desde allí descubrieron una gran llanada con gran población de buenas casas, en las cuales se entraron sin resistencia por estar desamparadas de sus dueños, que eran aquellos indios que habían huido por temor, sin quedar hombre que no se escondiese. No fué poco lastimoso el triste lamento que los desventurados indios hicieron a esta sazón, viéndose tan inopinadamente echados de sus tierras y casas que habían heredado de sus progenitores, y despojados de sus haciendas, las cuales dejaron por huir, según cada uno más podía. Con todo eso fué menos este daño que los pasados, porque en haciendo allí noche la gente española, partieron luego otro día, dejándoles desembarazadas sus casas, queriendo proseguir el camino comenzado.

Fue, pues, marchando el ejército ordenadamente, entrándose por una tierra muy llena de espesas arboledas, aunque no de manera que impidiese el andar a caballo sin pesadumbre, y así se pudo llevar adelante el viaje sin topar gente de guerra ni aún de paz, pues de ningún género la había. No se puede dejar aquí de contar de paso la manera por donde vinieron a tener personas que los guiasen por caminos tan fragosos, y sin sendas abiertas, no habiendo persona de las que traían de servicio que conociese la tierra. Sucedió que un indio llamado Aliacán, natural del valle de Marquina, que es un lugar situado diez leguas adelante del gran río Tolten, estaba aficionado a una india llamada Marabuta, que en romance quiere decir diez maridos, y púsole el amor en tal extremo que bebía los vientos por casarse con ella, estando imposibilitado a conseguir el fin de su pretensión por no tener el caudal necesario para comprar aquella mujer; pudo tanto la pasión con él, que oyendo decir que venían enemigos a la tierra, que eran españoles, se determinó a meterse en medio de ellos, como suelen hacer los que salen de sí vencidos de la afición, pues es cierto que el amor cuando es de veras atropella todos los temores sin ponérsele dificultad por delante que no rompa, en razón de conseguir su intento. Plugiese a Dios que su divino amor se aposesionase de las almas en tal intenso fuego cuanto se emprende del que las abrasa y destruye con la afición de la lascivia y avaricia; que no estuviera el mundo hecho Babilonia tan lastimosamente como hoy vemos. Llegó, en efecto, este indio a nuestro ejército al tiempo que estaba para salir de la ciudad Imperial, preguntando por el gobernador; se postró a sus pies ofreciéndose por su siervo y juntamente por su guía en todo aquel camino, hasta ponerle en el término que su señoría fuese servido. Estimó esta oferta el gobernador y mandó que se le hiciese buen tratamiento, dándole luego un galano vestido en señal de amor. Mas como anduviese algunos días en el ejército, no le cabía el corazón en el pecho, hasta desembuchar sus ansias, porque el amor tiene tal condición que descansa el que está preso en sus redes con solamente comunicar sus afectos a otra persona que le dé oído con aplauso; pues como no le dejase reposar la imaginación, vino a resolverse en no esperar más largos plazos, por lo cual se tornó a postrar ante el gobernador dándole parte de la causa de su desasosiego, y suplicándole que en ganando aquella tierra donde le llevaba su señoría, le diese en remuneración deste servicio el más aventajado premio que podría darle y cosa fácil de ejecutar, pues todo estaba en manos de su señoría al punto que entrase en Marquina. El gobernador le consoló dándole firmes esperanzas de su remedio, con las cuales quedó no poco ufano. Y así, de allí adelante andaba más servicial y fervoroso; lo cual fué de mucho efecto para que en este camino tuviesen guía entre aquellas montañas, llevándolos este Aliacán siempre por camino abierto hasta llegar a una hermosa vega, donde había buenas casas con cercas de palizadas a manera de fortaleza. En ésta se alojó el ejército, y por ser el lugar no menos cómodo que deleitable se estuvieron allí los españoles refocilando algunos días.

Con todo eso no faltaban asaltos de los indios y a ratos venían con mano armada haciendo demostraciones y ademanes de querer acometer, significándolo con palabras, y lo mucho que sentían ver sus casas y haciendas usurpadas de gente extraña, estando ellos por esos campos al sol y al agua con ser la tierra suya. Mas al cabo todo paraba en desafíos y bravatas, no osando venir a las manos ni proceder a más efectos que bravear desde afuera, dando alaridos sin morder a nadie. Por esta causa hacían los nuestros poco caso de sus amenazas, no saliendo a ellas ni moviéndose deste lugar hasta que partió el ejército dél sin haber hecho ni recibido daño alguno. De allí a poco llegó a la gran laguna donde nace este río de que habemos tratado, adonde concurrieron muchos indios de paz con grandes presentes de pescado y mayor deseo de pescar a los presentes para hacer en ellos carnicería y comerlos con más afilados aceros que ellos comerían los peces. Estos indios anduvieron en nuestro ejército espiándolo todo fingidamente, y en viniendo la noche se escabulleron a dar relación a los demás que los esperaban, y estando los españoles descuidados vieron venir por la otra parte del río al reír del alba un gran número de bárbaros embijados con diversos colores y fortalecidos con lucidas armas, los cuales, desde allí, alzaban clamores estupendos con que rompían los aires, no cesando de tirar piedras, dardos y flechas que parecía espesa lluvia del cielo. Encendióse en gran coraje el gobernador en no poder pasar de la otra banda, por ser el río impertransible por aquel lugar, y así dio orden en que llegando la noche fuese el teniente general con cincuenta hombres badeando toda la laguna en redondo hasta dar con los enemigos para destruirlos. Púsose este mandato en ejecución, y con la fresca de la noche y clara luna, que ayudaba, picaban a los caballos haciéndoles ir más que de paso. Apenas habían llegado a vista de los enemigos cuando ya la aurora era con ellos, y vinieron a coyuntura a que estaba toda aquella tierra ofuscada con una oscura neblina que impedía el verse unos con otros; pero como los nuestros venían con cuidado, en llegando cerca de los contrarios, partieron de tropel espantándolos con el ruido de los caballos y voces, que decían Santiago, y así los cogieron de repente haciendo riza y estrago lastimoso en ellos. Los desventurados, viéndose cogidos sin prevención, no sabían qué hacerse, y así los unos se iban a meter entre los nuestros, otros volvían las espaldas sin saber dónde iban, y otros se abalanzaban al río, teniéndose en él por más seguros que en tierra; muchos también que iban huyendo, daban en manos de los yanaconas, que estaban al paso, los cuales les daban con unas grandes porras en las cabezas con extrema crueldad por ser gente ruin que ni aún a los de su patria tienen amor ni lástima, ni menos a sus mesmos deudos y hermanos.

De esta suerte anduvieron estos pobrecillos aturdidos, sin ver por dónde andaban, hasta que aclaró el día, que les mostró su perdición, pues estaba el río tinto en sangre. A este tiempo acabaron los españoles de coger a las manos algunos dellos que estaban vivos, y hacían en ellos crueldades indignas de cristianos, cortando a unos las manos, a otros los pies, a otros las narices y orejas y carrillos, y aun a las mujeres cortaban los pechos y daban con los niños por aquellos suelos sin piedad; y hubo indio que, habiéndose defendido largo tiempo peleando como un Héctor hasta ser rendido finalmente y preso, vino a manos del teniente general, el cual mandó a un negro suyo que le partiese por medio del cuerpo como había hecho a otros, y diciéndole el esclavo al indio que se bajase, él se puso a recibir el golpe y estuvo tan sesgo y sin muestra de sentimiento ni gemido como si diera en la pared, con ser tal el golpe que le dio por medio de los lomos con una espada ancha que a cercen cortó por medio el cuerpo, haciendo dos del, las cuales crueldades ni eran para manos de cristianos ni tampoco merecidas de los indios, pues hasta entonces no habían cometido delito en defender sus tierras ni quebrantaban alguna ley que hubiesen recibido. El capitán destos miserables indios se llamaba Ulliaipangue, el cual pereció con los demás, haciéndose todo esto a vista de los españoles que con el general estaban a la otra parte del río; al cual presto se volvieron los que habían habido la victoria, siguiendo los mesmos pasos por donde habían ido hasta llegar a sus tiendas, donde tuvieron algún tiempo de descanso.




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Capítulo XXXVI


Del descubrimiento del valle de Marquina, donde hubo una memorable batalla


Pareciéndole al gobernador Valdivia que allí no había más que hacer echó con su campo por otro rumbo, guiándolos el indio Aliacán hasta ponerlos en el valle de Marquina, cuya vista les dio gran contento con su fertilidad, población y abundancia de aguas que por él corrían tan claras y dulces que manifestaban el rico oro que tan cerca de allí criaba el río que hoy se llama de la Madre de Dios; corre por este valle un río en el cual van entrando otros con que se hace muy caudaloso, en cuyas riberas había grande suma de pueblos y sementeras. Allí asentó el gobernador su campo con determinación de descansar algunos días, como lo hizo, edificando algunos aposentos de paja y ramadas en que se alojó toda la gente. Luego, el día siguiente, mandó el gobernador que todos saliesen a correr aquella tierra, y buscasen mantenimientos, pues los había en abundancia, y los indios naturales no querían traerlos, y juntamente mandó que se hiciese esto excusando todo lo posible el hacer mal a los indios contentándose cada uno con lo moderado y aún quitando algo de lo que parecía necesario. Mandó también que al indio Aliacán se le diese una compañía de indios amigos yanaconas para que fuese a buscar a la india que era su dama, a lo que fué como aquel que sabía bien la tierra y donde la había de hallar, como en efecto la halló y trajo delante del gobernador tan agraciada como él la había pintado; mas como su padre la viese sacar por fuerza de su casa, y delante del gobernador, alegando de su derecho ponderó la injusticia que se le hacía en quitarle su hija, pues él no había cometido delito, y por más que Valdivia procuró aplacarle, no se satisfacía; antes con toda su barbaridad, le dijo estas palabras:

«Mira, señor capitán, pues eres tan recto que tu fama ha llegado por acá de que vienes publicando que no harás daño a los que estamos en estas tierras, antes nos desharás los agravios hechos por otros; no sé cómo cuadra con esto el quitarme a mi hija sin haberte ofendido ella ni sus padres. Mira que soy indio estimado y rico, y ese indio a quien tú la das no es para ella, pues no es su igual, y si le deseas gratificar el haberte guiado por los caminos, págaselo de tu hacienda y no con deshonra mía, y si quieres saber quién es ese indio y cuánta razón tengo de no dalle la lumbre de mis ojos, echarlo has de ver en la traición que ha hecho de ir contra su patria en haberte buscado y traído contra ella, y siendo ese un hombre tan infame, no esrazón que se le dé por mujer la hija de Antonabal, que soy yo, a quien obedece toda esta tierra.» Entonces el gobernador se profirió a satisfacerle saliendo a la paga de su hija, y rogándole que lo tuviese por bien, pues él era el casamentero, en lo cual el indio desposado cobraba honra y él no la perdía. Viendo el Antonabal que no podía hacer otra cosa, se fué muy desconsolado de ver su hija en poder de quien él no quisiera sin poder remediarlo.

Poco después llegó la gente que había ido a recoger mantenimientos, con grande abundancia de ellos; con lo cual lo pasaron bien algunos días. Mas para determinar hacia qué lugar se había de tomar el camino, envió el gobernador a su lugirteniente con cincuenta españoles de a caballo que pasasen unos cerros altos que estaban sobre la mar, llenos de arboleda, y que descubriese lo que había de la otra banda, porque según la fama era tierra muy buena. fué a ello el teniente general, y halló una comarca muy fértil, llana y desembarazada de montaña, y de más de veinte mil moradores que estaban en espacio de seis leguas de que no poco se satisficieron todos, especialmente por ver en ella muy buenas y lucidas casas y las sementeras todas cerca de la marina y a la ribera de un hermoso río, que era el de Tolten, que tiene allí su boca a la mar donde todas estas gentes tenían sus pesquerías.

Al tiempo que el teniente general entró en esta tierra de Tolten, le salieron al paso más de doce mil indios en escuadrones puestos en orden de guerra, y los cuales le acometieron animosamente dándole batalla campal con grande ostentación de sus bríos.

Mas con todo eso, fueron tanto mayores los de aquellos pocos españoles con quien peleaban, que hubieron los indios de ir de vencida con pérdida de doscientos de los suyos. Entonces el teniente que iba por capitán, dio muchas gracias a Nuestro Señor, viendo que con tan pocos españoles había vencido a tantos enemigos. Con todo eso, los bárbaros, aunque iban desbaratados, tuvieron lugar de cautivar un cautivo negro que era esclavo de un soldado español llamado Francisco Duarte; a éste echaron mano con más codicia que a otros, porque les pareció cosa monstruosa, y teniendo duda si el color era natural o postizo, no hacían sino lavarlo y rasparlo para ver si podían quitar la negrura; como también lo intentaron con otro negro los indios de Mapuche y los paramocaes. Mas como vieron que no había remedio de quitarle aquel color, lo enviaron libremente a los españoles, no queriendo irritarlos contra sí, antes quedando escarmentados acudieron el día siguiente a dar la paz, trayendo muy gran suma de ovejas, pescado, maíz y otras cosas de mantenimientos de lo que en su tierra había. fué tan de veras esta paz que fundaron, que habiendo ya cuarenta y más años que no falta guerra en este reino, con todo eso han sustentado éstos la amistad a los españoles sin haber jamás intentado cosa en contrario, lo cual ha sido de estimar en mucho por ser gente rica, cuyos caciques y señores son poderosos y valientes. fué tanto el regocijo que recibió el teniente general Alderete en ver así la lindeza de la tierra como firmeza de la paz, que la propuso, luego de pedirla para sí al gobernador, para fundar allí su vecindad y encomienda, como en efecto se hizo, concediéndosela con liberalidad y amor. De suerte que cuando Alderete murió dejó dos encomiendas de indios en este reino, la una en la ciudad de Santiago y la otra en la ciudad Imperial, que es la de estos indios, las cuales heredó doña Esperanza de Rueda, su mujer, y le valían ambas veinte mil pesos de renta cada año, pero han venido en tanta disminución que no valen al presente los tributos más de tres mil pesos al año; y a este paso va todo lo demás, de suerte que ha venido el negocio a tanta miseria, que lo lastan agora los hijos de los que ganaron la tierra con tanto extremo que hay muchas huérfanas hijas de conquistadores y descubridores del reino que andan a buscar de comer por casas ajenas y sirviendo a los que en España estaban por nacer cuando los pobres hombres andaban descubriendo y conquistando estos reinos por muchos años y con muchos trabajos, derramando su sangre.

Mas todo esto no es sin disposición divina, pues allá en la divina escritura, a cada paso amenaza con semejantes calamidades a los que atesoran por medios tan desordenados, pues dice claramente: «Sembraréis vuestras sementeras, y gozarlas han vuestros enemigos.» Y en otra parte dice: «Comieron los extraños su sustancia.»




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Capítulo XXXVII


De la llegada del general Francisco de Villagrán a Chile. Y de la batalla que hubo en Marquina entre Valdivia y los indios de aqueste valle


En tanto que el gobernador andaba en este descubrimiento, estaba Francisco de Villagrán con más de doscientos hombres, que traía del Perú, alojado en el valle de Cuyo, donde se le quemaron las casas y hacienda, como se dijo. Y por no tener certidumbre de la muerte del gobernador Valdivia, envió al capitán Diego Maldonado con doce hombres, que fuesen a la ciudad de Santiago a informarse de lo que había, y volver sin detenerse con la respuesta. Estos anduvieron algunas jornadas en que pasaron un helado páramo de la gran cordillera, donde se vieron en gran peligro por el excesivo frío y no mucho reparo de vestidos, por habérselos quemado todos, y con falta de la comida necesaría para pasar tales trabajos. En fin, llegaron a Santiago, donde fueron muy bien recibidos de toda la ciudad proveyéndoles luego de ropas de lienzo, paños, seda y lo demás necesario para vestirse honrosamente, acudiendo a todo esto Jerónimo de Alderete, que no había salido al descubrimiento de que hemos tratado; pero en lo que era dar vuelta a su general Villagrán los doce que habían venido no quiso Alderete darles licencia por entonces hasta dar aviso al gobernador, como lo hizo. Recibió Valdivia esta nueva en la ciudad de la Concepción, y luego despachó un mensajero con cartas para Alderete, en que le mandaba no volviesen los doce a pasar la cordillera, sino que se viniesen donde él estaba, pues para dar respuesta al general Francisco de Villagrán bastaban indios con cartas, las cuales escribió el mismo gobernador, para que se viniese luego a la ciudad de Santiago. En tanto que se le llevaba esta orden a Villagrán, partió Alderete de la ciudad, llevando consigo al capitán Diego Maldonado y a los doce que con él vinieron a la ciudad de la Concepción, donde fueron recibidos del gobernador con gran benevolencia y muy en particular el capitán DiegoMaldonado, de quien se informó el gobernador de todo el ejército que Villagrán traía y lo demás concerniente a esto. Y pareciéndole que ya habría llegado a la ciudad de Santiago, le escribió prosiguiese el viaje con toda su gente para ayudarle en aquel descubrimiento que iba haciendo.

Este mandato recibió el general en Santiago, y en cumplimiento del se partió luego en busca del gobernador, sin parar en su viaje hasta que le dió alcance en el valle de Marquina, que es el lugar donde la historia llega. fué Villagrán muy bien recibido y agasajado del gobernador y los que con él estaban, y en premio de los servicios que había hecho a su majestad en este reino, a los cuales acumulaba el presente trabajo de la ida y vuelta del Perú a traer gente, le dio el gobernador una encomienda de indios que son los de todos los pueblos que hay ente el río Tolten y Cauten, la cual tierra, por estar entre dos ríos, llamaron la isla de Villagrán. Había en ella cuando se le encomendó, pasados de treinta mil indios que le tributaban, y así llegaba la renta a cien mil pesos. Había dejado Villagrán su gente en la ciudad Imperial, adelantándose él para verse con el gobernador en Marquina y entender su voluntad cerca de la disposición de su ejército; y el gobernador, habiéndole dado esta encomienda, mandó que lo trujese a Marquina, donde estaba. En este tiempo andaban los indios deste valle dando traza secretamente en volver por su libertad, tomando armas contra los españoles, que se la defraudaban. Y vinieron a tener su ejército aprestado el día que Villagrán se partió de donde el gobernador estaba a la ciudad Imperial dos horas antes de la noche.

Apenas se había Villagrán despedido, que Valdivia se sentó a cenar en una ramada de muy frescas hierbas adornada con odoríferas y hermosas flores de deleitable fragancia y suavidad, que convidaba a estar el hombre muy metido en lo presente sin cuidado de otra cosa, cuando a lo mejor de la cena se derramaron todos los solaces, apareciendo una multitud de indios de guerra a vista de la ramada, y se fueron llegando poco a poco sin demostración alguna de enemistad ni estrépito de armas, hasta entrarse por nuestro campo sin ser sentidos sus intentos, y disimuladamente fueron cogiendo la ropa de lienzo que estaba puesta a enjugar allí cerca. Comenzaron entonces los nuestros a conocer que eran enemigos y tocando a priesa alarma, salió con gran brevedad gente de a caballo, y dando tras los bárbaros con toda furia. Ellos, que nunca habían visto gente a caballo, quedaron atónitos, y mucho más con el estupendo ruido de los pies de los caballos, que iban corriendo con gran velocidad, y fué tanto su espanto, que todos a una volvieron las espaldas encomendándose a la ligereza de sus pies, y fueron a todo correr tan despulsados, que iban dejando las armas por el camino por ir más ligeros, hasta que llegaron a dar con un grande ejército de indios que venían a socorrerlos muy en orden, con diversas especiés de amas muy lucidas y nocivas para los nuestros. Pero apenas vieron venir para sí a los españoles a caballo, con aquel tropel y bríos cuando, repentinamente, dieron a huir con los demás que iban ya huyendo, imitándolos en ir sembrando armas por el camino, en tanta cantidad, que eran estorbo al curso de los caballos. Pudo tanto en ellos el espanto que, a todo correr, iban ciegos, sin ver a dónde, hasta venir a dar en una barranca que caía sobre un río, la cual tenía diez estados de alto, y con el grande ímpetu que traían, iban cayendo por allí abajo, unos por venir ciegos y otros compelidos de la multitud de gente que venía detrás, de suerte que al caerse iban encontrando los cuerpos en el aire, donde se quebraban piernas, brazos, cabezas y otros miembros, cayendo no pocos al río, donde se ahogaron. No contentos con esta miseria los españoles, iban alanceando los que alcanzaban, sin perdonar a hombre, y mataran muchos más si no fuera porque entonces cerró la noche y les convino irse recogiendo. Serían los indios que vinieron a este asalto cosa de treinta mil, de los cuales murieron en la refriega hasta dos mil y quinientos, sin que de nuestra banda recibiese hombre detrimento alguno. El general del ejército destos bárbaros se llamaba Netical, y venían por caudillos Yaiquetasque, Yatoca, Guenchoalieno, Liques, Aivequetal, Mapolicán y otros muchos de grandes fuerzas y bríos. fué el día en que se ganó esta victoria un jueves, y el año era el de mil y quinientos y cincuenta y uno.

Dentro de treinta días que esto había sucedido, llegó a Marquina Jerónimo de Alderete, que venía de descubrir la tierra de Tolten,que está a un lado cerca de la mar, la cual es tan excelente que le echó el ojo Alderete para pedirla en encomienda; y así, en llegando a dar razón della al gobernador, le suplicó la pusiese en su cabeza, lo cual le fué concedido dél liberalmente, aunque, como después se dirá, la gozó poco, quedando por heredera su mujer, doña Esperanza,la cual, por ser muy cristiana, pagó después de viuda más de cincuenta mil pesos que su marido había dejado de deuda demás de haber gastado gran suma de oro en poner a sus vasallos en policía y doctrina, recibiéndola los indios de manera que desde el día que aceptaron la fe de nuestro Salvador Jesucristo nunca han vuelto atrás no se ha visto entre ellos rumor de motín alguno. y así tiene hoy sacerdotes e iglesias bien ornamentadas, con estar de guerra otros muchos que están más cercanos a la fuerza de los españoles. De cuanta eficacia sea, para conservarse los indios en paz el tener quien les doctrine y haga buen tratamiento, atendiendo más a su provecho espiritual que a la codicia del oro; la cual ha sido y es causa de tantas calamidades como hay en este reino, donde los más indios están de guerra por las vejaciones de los españoles, que van como lobos hambrientos a robar cuanto pueden, o por mejor decir, cuanto no pueden.




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Capítulo XXXVIII


De la conquista de Mallalauquen y fundación de la ciudad de Valdivia


Teniendo noticia desta tierra de Mallalauquen, el gobernador mandó alzar los reales del sitio de Marquina para entrar allá en prosecución de su descubrimiento, y llegando con su gente a esta tierra, asentó su campo en un sitio que está cuatro leguas de donde está hoy poblada la ciudad de Valdivia; el cual sitio se llamaba Cudapulle, que son unas vegas por donde corre un caudaloso río llamado Maimilli. Aquí estuvo nuestro campo la Pascua de Navidad, con ser en esta tierra tiempo caluroso, cuanto es frío en España; con todo eso, fué tanta la fuerza de las aguas y tempestades que había,que no pudo nuestra gente salir de allí hasta sentar algoel tiempo. Pero, no obstante esto, envió el gobernador un hombre industrioso y diligente que descubriese lo que había en el contorno; el cual dio en unas grandes llanadas, tan llenas de poblaciones cuanto abundantes de sementeras de maíz, fréjoles, papas, quinua y otros granos y legumbres. Volvió el descubridor con esta nueva, diciendo ser tierra marítima; porque había visto muchas tuninas que subían por el río, de donde coligió claramente estar cerca la mar, como, en efecto, lo estaba. Oyendo esto don Pedro de Valdivia, partió luego con el campo a ver aquella tierra, y apenas había dejado el río, cuando ya estaban los indios en arma de la otra banda tan a pique, que en llegando nuestros yanaconas a la lengua del agua, comenzaron los bárbaros a tirarles piedras y flechas, aunque todas no llegaban a la cuarta parte del río, por ser de gran anchura. A esto les envió el gobernador a requerir de paz, y a persuadirles que no venía a hacerles daño, sino para mayor utilidad suya, pero ninguna razón fué bastante para que desistiesen de llevarlo por punta de lanza. Por esta causa, hicieron los nuestros algunas balsas de enea y carrizo, en las cuales se metió Jerónimo de Aldérete con cincuenta hombres, llevando los caballos a nado, y desta suerte pasaron el río la víspera de la Epifanía del año de mil y quinientos y cincuenta y uno, y luego, el mesmo día por la mañana, pasó todo el ejército junto con la mesma traza.

No es razón dejar aquí de ponderar que entre las demás hazañas memorables que han hecho los españoles en las Indias, se puede tener ésta por una de las mejores; porque, según vemos en las historias, se cuenta en ellas por gran cosa haber algunos ejércitos pasado tal y cual río, que en comparación de los que hay en Indias son pequeños arroyos. Y vemos que los que descubrieron este reino pasaron no solo uno, ni dos, pero muchos más, y muy caudalosos, con suma dificultad, como se vió desde que entraron en el valle de Copiapó, cuyo río es grande y furioso; y con los mesmos estorbos fueron pasando el río de Coquimbo, el de Limari, el de Chuapa, el de la Ligua, el de Concagua, el de Mapuche, el de Maipo, el de Cachapoari, el de Tentererica, y el de Teno gualemo, todos los cuales tienen su nacimiento en la gran cordillera originándose de la nieve que en ella se derrite, la cual también es materia del famoso Biobio y de otros muy caudalosos, como son el río Claro, el río grande de Maule, que es tan caudaloso como Tajo; y después se sigue el río Nuve, e Itata; después destos, están los ríos que no proceden de nieves, sino de lluvias y manantiales, como son el de Palpal, Niviquetén, que se junta siete leguas arriba de la mar con el grande río de Biobio, y es mayor que el de Guadalquivir, en el Andalucía; porque tiene más de media legua de ancho y grandes raudales de corriente, desapoderados; y más adelante, el río de Conguaya, el de Coipo, el de Angol, el de Tomacuta, el de Sor, el de Curazagua,.el de Tabón, el de Cauten, el de Tolten, el de Mallalauquen, el de Marquina, los cuales todos son muy poderosos, sin otros muchos de menos cuenta, que no refiero, y sin otros muy grandes que están más adelante deste de Marquina, como son el río Bueno, el de Tanquelén y el grande desaguadero de Chiloé. Todos estos ríos pasaron nuestros españoles, con resistencia y oposición de los enemigos, arrojándose a ellos sin temor, que es cosa notabilísima; y con este mismo peligro pasaron éste de que voy hablando, que se llama Guadalauquen, el cual es poderosísimo, aunque al tiempo que los nuestros le pasaron subía la marea el río arriba, que fué causa de que se reprimiese el natural ímpetu de su corriente.

De aquí podrá el lector colegir algo de lo mucho a que se han expuesto los españoles por ganar estos reinos sujetándolos a su majestad del rey de España, aunque estoy cierto que nadie que no lo haya visto podrá entender lo que es ni con muchas leguas. Mas el autor, como habla de experiencia y tenía tan presentes estos trabajos como si actualmente los estuviera pasando cuando se escribía esta historia, no pudo dejar de decir que no deben de haberse visto cosas semejantes hechas por hombres de ésta o cualquiera otra nación del mundo, por más famosas que hayan sido las de Ciro, que despojó del reino de los persas al rey Astiages y conquistó a Babilonia, y a los lidos con su rey Creso, y, finalmente, a toda la Asia y las regiones orientales; y por más victorias que haya alcanzado Cleómenes, capitán de los lacedemonios, que sujetó en diversos lances a Arato, capitán de los Aqueos, y conquistó a la insigne ciudad de Argos, nunca de otro alguno tomada por combate. Ni tampoco se pueden tener por hechos más valerosos de Demetrio, hijo de Antigone, que libró a Atenas del imperio de Casandro, y Tolomeo ganó a Chipre, rindió a Beocia, reprimió el poder de Pirro, que tenía cercada a Tesalía, y ganó a Babilonia, pasando el río Eufrates; porque si bien se ponderan las ilustres obras de nuestros conquistadores, ni quedan atrás en las victorias, ni en el vencer dificultades así de los ríos como de otros estorbos. Porque la grande multitud, ánimo y fiereza de los enemigos, circunstanciada de tantos contrapesos para las nuestras, claro está que arguye hazañas de más altos quilates que las que suelen los hombres acometer, y mucho más el haber salido con todo hasta poner al reino debajo de la corona real de España, sujeto a nuestro rey y señor della.

En efecto, los nuestros pasaron de la otra banda, y cuando los indios vieron que iba el negocio de veras, tuvieron por bien de amainar las velas a los desafíos y bravatas, y acudieron a sus casas a traer de presto los más regalos que pudieron, y en particular, muchos carneros de la tierra, con que se pusieron a la orilla a esperar a los nuestros; pero como los caballos, por ir a nado hacían ruido y echaban agua como bufeos, fué tanto el espanto que los bárbaros recibieron en verlos, que todos a una dieron a huir, dejándose a la orilla los presentes que traían. Luego que los españoles pasaron a la otra banda, descubrieron un gran pedazo de tierra, algo alta, como una loma, casi toda cercada de aquel río, donde tenían sus viviendas los naturales en razonables casas. Entraron los nuestros por esta loma y viéronla toda tan adornada de arboleda sembrada a mano, que parecía un paraíso, así por la lindeza y orden con que están puestos los árboles, como por el río que va girando en redondo por aquella loma.

En medio desta tierra, estaba una larguísima carrera de cuatrocientos pasos, donde los indios jugaban a la chueca, y entrando el gobernador por ella, siguiéndole los suyos, comenzó a pasar la carrera diciendo a voces con gran regocijo «aquí se fundará la ciudad de Valdivia», cual otro Rómulo que intituló a Roma con su mismo nombre. Luego los indios, habiéndose reportado, acudieron a sus presentes poniéndose a los pies del gobernador, el cual los recibió benignamente y les trató del fin de su venida, que era para propagar en ellos nuestra santa fe y otras cosas al tenor desto, y los regaló con algunas cosillas y en particular con tijeras y cuchillos y alguna chaquira, que es para ellos grande regalo.

Estaba convidando la amenidad del lugar a no salir de allí hombre en toda la vida; y para ver si había las comodidades necesarias para fundar algún pueblo, mandó el gobernador a Jerónimo de Alderete que en una canoa fuese el río abajo a descubrir si había algún puerto de mar por allí cerca. A dos tiros de arcabuz que anduvo, dio en una grande anchura donde se junta otro hermoso río con éste de Guadalauquen, de modo que ambos juntos parecen una mar, y luego tornan a dividirse saliendo un brazo por una parte y otro por otra, haciendo una isla en medio, donde entonces había más de trescientos vecinos que vivían allí apaciblemente. Desde allí corre el uno destos dos ríos hasta la mar por espacio de dos leguas, y el otro va por un rodeo de cuatro leguas, y al fin vienen a juntarse cerca de la mar, donde hacen una gran boca de más de dos tiros de arcabuz. Y es en todo este río tan aventajado, que se puede contar entre los mejores que en el mundo se saben.

Informado desto el gobernador por la relación que le dio Alderete, trató de fundar allí la ciudad de Valdivia, y así comenzó luego a poner mano a la labor fabricando lo primero la iglesia matriz con nombre de Santa María la Blanca, y prosiguiendo los demás edificios hasta poner la ciudad en buen punto, la cual es tal que tiene el segundo lugar en todo el reino. Tenía su comarca al tiempo desta fundación más de quinientos mil indios en espacio de diez leguas, y estaba muy abastecido de maíz, legumbres y frutas de la tierra; y después acá lo está mucho más con las de Castilla, que se dan casi de todo género en grande abundancia; hay también muchas ovejas, vacas, puercos y cabras; y no es menos la abundancia de trigo y cebada que se cogen con maravilloso multiplico. La tierra es algo montuosa, pero de grandes recreaciones; porque tiene cipreses pequeños y otros muchos árboles deleitables; sácase della mucha madera extremada para edificios y gran fuerza de tablas anchas, como de cedro, de que van al Perú navíos cargados. Es la ciudad muy regalada de pescado, y no menos de mucho marisco, que sacan los indios entrando doce brazadas debajo del agua. Es también de grande recreación el ver muchos brazos de ríos que vienen corriendo de diversas partes y llegan a la ciudad, que aunque son pequeños todavía andan a placer las canoas por ellos, lo cual es causa de que esté la ciudad muy bien servida y proveida, porque en las canoas traen los indios todo lo necesario, como es hierba, leña y muchos mantenimientos; y no menos deleite es ver entrar tantas canoas por aquellos ríos hasta llegar a las casas. Fuera desto, por los ríos grandes suben las naos cargadas hasta la ciudad, porque el uno dellos, es el que haciendo más rodeo es más caudaloso y recogido, y así suben navíos grandes por él. Y el otro, que es algo menor, es tan caudaloso que los navíos más pequeños andan por él sin dificultad, y así entran por ambos ríos las mercaderias que se llevan del reino del Perú ordinariamente.

Habiendo, pues, el gobernador comenzado a poblar la ciudad, distribuyó el sitio conveniente a los moradores, señalándoles su solar a cada uno conforme a la calidad de su persona, y no fueron pocos los hombres de suerte que se hallaron a la población, entre los cuales estaban Francisco de Herrera Sotomayor, natural de Valencia de Alcántara; Cristóbal Ramírez, Juan de Montenegro, Pedro Fajardo, Juan de Matienzo, García de Alvarado, Diego Ortiz de Gatica, veinte y cuatro de Jerez de la Frontera, Esteban de Guevara, Martín Gallegos, Gaspar de Robles y otros muchos que no refiero por evitar prolijidad. Luego dio el gobernador orden en que se hiciese lista de todos los indios del distrito, los cuales estaban repartidos entre sí por cabíes, que quiere decir parcialidades, y cada cabí tenía cuatrocientos indios con su cacique. Estos cabíes se dividían en otras compañías menores, que ellos llaman machullas, las cuales son de pocos indios y cada uno tiene un superior, aunque sujeto al señor que es cabeza del cabí. De todos estos repartimientos, no encomendó ninguno don Pedro de Valdivia, por entonces, a los vecinos, excepto una principal encomienda que dio al licenciado Julián Gutiérrez Altamirano, a quien dejó por capitán y justicia mayor de la ciudad, difiriendo ladistribución de los demás repartimientos. Mas en lugar de encomenderos, señaló personas que atendiesen al bien de los indios, las cuales les doctrinasen y sosegasen en la paz y quietud; dejó aparte los indios que venían a la ciudad y todos los del contorno y lugares marítimos, a los cuales aplicó al servicio de su casa y ciudad, por ser parte dellos pescadores, y los que estaban más cercanos y eran aptos para ello los ocupó en la fábrica de la ciudad, la cual está en cuarenta grados de altura hacia la parte del polo antártico, que llaman sur y mediodía.




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Capítulo XXXIX


De la fundación de la Villarica y de la visita que Valdivia hizo, dando asiento a las cosas del reino


Fundada la ciudad de Valdivia, deseaba el gobernador pasar adelante en la conquista comenzada, y para esto envió a su teniente Jerónimo de Alderete con alguna gente que descubriese la tierra que estaba más adelante deste valle de Guadalauquen. Salió Alderete a correr la tierra, y lo primero que halló fueron unos llanos de ocho leguas de largo y cinco de ancho, los cuales se llaman de Lirquino, tierra fertilísima a maravilla de todo lo que se, puede desear para el humano sustento; y así es taba muy poblada de indios que tenían allí todo lo necesario para sus personas, que eran en grande número. Después desta descubrió otra tierra, que está quince leguas de la ciudad de Valdivia, que es una provincia llamada Rauco, en la cual hay una laguna llamada Arcalauquen, de treinta leguas en diámetro, cuyas orillas estaban muy pobladas de naturales, y aun en medio de la laguna hay algunas islas donde ellos habitan hasta agora. Llegando a esta provincia Alderete, no quiso pasar adelante, sino dar la vuelta a la ciudad a informar al gobernador de lo que había descubierto. Oyólo él todo muy por menudo, y con el apetito que tenía de ir poblando muchas ciudades se partió con algunos, y fué mirando todas aquellas tierras, donde pasó dos ríos tan furiosos que en el uno dellos se le ahogaron dos hombres, como le sucedió a Frederico, emperador Enobarbo, cuando iba conquistando algunas provincias de Armenia, que al tiempo que pasó a Jerusalén se ahogó en un río y aún estuvieron otros de nuestro ejército no con poco riesgo al tiempo del pasar los dos que digo.

Habiendo visto el gobernador todo lo que Alderete había descubierto, quiso pasar más adelante; pero hallando tierras montuosas, le pareció excusado el pasar adelante, y así se volvió no muy contento por no haber hecho en este viaje notable empresa o nueva fundación de pueblo; y porque fué este lugar el último que vió en este reino don Pedro de Valdivia le pusieron por nombre el lago de Valdivia. Luego que llegó a la ciudad, comenzó a distribuir los indios en algunas encomiendas que señaló, aunque no los entregó por entonces hasta ver toda la tierra, y entre ellas dio una de más de quince mil indios a un cuñado suyo, que acababa de llegar de España, llamado Diego Nieto de Gaete, el cual era hermano de su mujer, doña Marina Ortiz de Gaete, que estaba en España, en Extremadura, en un pueblo llamado La Serena. Estando ya la ciudad acabada de edificar y muy asentada, envió el gobernador a su teniente Alderete a fundar la de Villarica, quince leguas de allí, en un lugar que está junto a la laguna llamada Mallalauquen, de que habemos hecho mención, por ser tierra muy fértil y fructífera, aunque lo que es trigo no se da en tanta abundancia como, en otras partes deste reino, ni tampoco las viñas son de mucha cobdicia, como ni las del distrito de la ciudad de Valdivia, y así se trae el vino de otros pueblos cercanos donde se coge en grande abundancia.

Habiendo rodeado Alderete toda esta tierra, fundó la de Villarica en el sitio que mejor le pareció, y fueron los primeros vecinos della don Martín de Avendaño, don Miguel de Velasco, Juan de Oviedo, Justo Téllez, Juan de Cereceda y algunos otros, que por todos fueron treinta, sin otros muchos soldados que quedaron allí para defensa del pueblo. La causa de ponérsele por nombre la Villarica, fué la gran suma de oro y plata que hay en sus minas, aunque por estar cerca de la ciudad de Valdivia se llama oro de Valdivia el que de aquí se saca para otros reinos; y así vemos cuán nombrado es el oro de Valdivia por ser el mejor que se saca en todo el reino de Chile. Fundada esta villa y dado asiento a las casas della, se determinó el gobernador de dar orden en tener alguna quietud y descanso, y acabar ya con batallas, deseando enviar a España por su mujer, y juntamente dar noticia muy en particular a su majestad de todo el reino y lo que en él se había hecho; para esto puso los ojos en su teniente Jerónimo de Alderete, que le amaba mucho, con designio de bajar con él hasta la ciudad de Santiago, y de allí enviarle a España, y por esta causa no había querido encomendar los repartimientos de indios para tener que dar a los que con él viniesen de Castilla. Y asimismo, dejó todos los indios comarcanos para aplicarlos a su estado, como dijimos arriba; y aún en la ciudad dejó señalado el mejor sitio que había para sus casas con una buena plaza decente a ellas. Había a la sazón en la ciudad de Valdivia más de doscientos y treinta hombres a los cuales llamó sin quedar ninguno, y les comunicó su intento, haciendo un largo razonamiento a todo el pueblo con grandes ofertas de que ayudaría cuanto pudiese a cada uno en particular, así con lo que estuviese en su potestad como con cartas para el rey nuestro señor, donde le avisaría de los muchos servicios que cada cual le había hecho, y juntamente les pidió que cada uno escribiese a su majestad lo que dél sentía y había visto, dándole cuenta por extenso de las cosas que en todo el reino había hecho, pues a todos eran manifiestas. Con esto acudieron todos a él a tratar cada uno de lo que le pertenecía, sin haber ninguno a quien no procurase contentar: a unos con dádivas y a otros con promesas y buenas esperanzas.

Hecho esto, se partió el día siguiente para la ciudad Imperial, a la cual aumentó con mucha gente, y dio nuevas encomiendas a los que señaló por vecinos, y fundó la ciudad con el nombre de Imperial, que hasta entonces no la había puesto en orden y hecho más de poner allí un asiento hasta que él volviese. A Francisco de Villagrán dio treinta mil indios, que ya dijimos que le rentaban cien mil pesos. A Pedro de Villagrán, quince mil indios; a Jerónimo de Alderete, doce mil; a Pedro de Olmos de Aguilera, ocho mil; a Andrés Hernández de Córdova, seis mil; al capitán Juan de Samano, a Andrés de Escobar, a Pedro Omepesoa, a Francisco Rodríguez de Ontiveros, a Juan de San Martín, a Leonardo Torres, a Juan de Vera y a otros muchos, dio también muy buenos repartimientos, de suerte que dejó allí más de cincuenta encomenderos, fuera de otros hombres de calidad y buenos soldados que pasaban de doscientos, por cuyo capitán,dejó a Pedro de Villagrán, como lo era. Toda esta gente era servida de los indios como si fueran príncipes, gozando de los grandes regalos desta tierra, que como estaba toda en paz, podían hacerlo mejor que agora; y dejándola en este estado, se partió Valdivia para la ciudad de la Concepción, la cual visitó, ordenando en ella lo que le pareció conveniente, y dentro de pocos días se fué a la ciudad de Santiago, que es la mayor de este reino, donde fué recibido con gran regocijo. No mucho después de su llegada, despachó a su teniente Jerónimo de Alderete para España; y con él a su cuñado Diego Nieto de Gaete, para que le trajesen a su mujer y con ella a la mujer y hijos del mesmo Diego Nieto y a sus nietos, que viniesen a gozar de lo que con tanto sudor había ganado; y para la expedición de todo esto buscó sesenta mil pesos de oro fino prestados para los gastos del camino, que es largo y trabajoso, como lo experimentan cada día todos los que pasan de España a estos reinos de Chile.




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Capítulo XL


Del descubrimiento de las minas de oro de la Concepción, y de la llegada a Chile de don Martín de Avendaño con su ejército


Había en este tiempo en la ciudad de Valdivia algunas inquietudes, porque no todos los indios querían sujetarse; y aunque el capitán de la ciudad había dado orden en que cada español apaciguase a los indios que tenía a su cargo en tanto que se encomendaban, y demás desto tenía diputados treinta hombres con su caudillo que anduviesen siempre visitando al contorno, con todo esto no faltaban desasosiegos de cuando en cuando, y hubo día en que los indios quernaron unas grandes sementeras de los españoles por molestarlos, pero la gruesa de la gente acudía con mucho gusto al servicio de aquella ciudad y de las demás que estaban pobladas; y desta manera estuvo el reino en paz tres años, que fueron desde el de mil y quinientos y cincuenta hasta el de cincuenta y tres y parte del de cincuenta y cuatro.

El gobernador, que veía la tierra puesta en tan buen punto, determinó de tomar de veras lo que era descubrir minerales de oro, como el principal fin de algunas personas que pasaban deste reino. Para esto acordó de ir en persona a la ciudad de la Concepción a poner diligencia en este negocio; y habiendo puesto muy en orden a la ciudad de Santiago y dándole argumento con nuevos encomenderos, se puso en camino con alguna gente de compañía. Estando él con el pie en el estribo, llegó un ejército de ciento y veinte hombres que venían por tierra del reino del Perú con don Martín de Avendaño, que había servido en la casa de su majestad y pasado al Perú por ver a una hermana suya, llamada doña Ana de Velasco, mujer del mariscal Alonso de Alvarado; y el virrey del Perú, que a la sazón era don Antonio de Mendoza, por ocuparle en cosa de importancia, le dio licencia para hacer gente para este reino con título de general, y con él entró en Santiago el año de mil y quinientos y cincuenta y uno. Viendo el gobernador a este caballero en su reino alegróse mucho, haciéndole el acogimiento debido a su persona, y mostrándole grande amor por ser cuñado del mariscal, con quien él tenía estrecha amistad de muchos años atrás, y no menos por el gran deseo que tenía de ver multiplicada la gente española en este reino para que estuviese más ilustrado y quieto; y como a esta coyuntura estaba de partida para la Concepción, parecióle que había llegado a propósito don Martín de Avendaño para llevarlo consigo, y así lo hizo llevando consigo la más de la gente que del Perú con él venía, Luego que llegaron a la Concepción, trató el gobernador de que con toda diligencia se buscase las minas de oro que por allí había, cometiendo esto a hombres prácticos en este ejercicio; y en el ínterin que se descubrían envió al general don Martín de Avendaño a que visitase las ciudades de arriba hasta llegara la ciudad de Valdivia; pero como él venía hecho al lustre y grandezas de la corte y veía a los hombres deste reino tan pobres y mal tratados, especialmente en las ciudades de arriba, donde llegó, no pudo acabar consigo el perseverar en este reino, y sin aguardar lo que de las minas resultaba, se volvió al Perú, habiendo estado en este reino pocos días sin ser parte para detenerlo los ruegos y ofertas del gobernador, que le daba en encomienda treinta mil indios, que son los de la provincia de Pucoreo. Poco después de su partida se descubrieron unas minas en un lugar llamado Andacollo, que está cinco leguas de la Concepción, cuya riqueza es tan excesiva que solos los indios que sacaban oro para el gobernador le daban cada día cinco libras y más de oro fino.

Hallada esta opulencia tan grande, se hizo un asiento de minas en aquel lugar, el cual se comenzó en el mes de octubre de mil y quinientos y cincuenta y tres, poniendo para ello españoles mineros que gobernasen a los indios, porque pasaban de veinte mil los que venían a trabajar por sus tandas, acudiendo de cada repartimiento una cuadrilla a sacar oro para su encomendero. fué tanta la prosperidad de que se gozó en este tiempo, que sacaban cada día pasadas de doscientas libras de oro, lo cual testifica el autor como testigo de vista cosa de tanta opulencia que quita la vanagloria a los famosos ríos Idaspe, de la India, y Pactolo, de Asia. Viendo el gobernadortanta abundancia, procuró asegurarla más, poniendo gente de guarnición en tres fortalezas, con doce hombres cada una, y en la de Arauco puso por caudillo a Martín Hernández, buen soldado; en la de Tucapel, a Francisco Brito, y en la de Puren a Alonso de Coronas. El oficio a que éstos atendían era dar orden a los indios de cómo habían de ocuparse, y también estar a la mira de cómo vivían, porque no hubiese algún alboroto entre los indios, como le había comenzado a haber, matando aun español minero que, por ventura, los apuraba demasiado. Ultra desto dio el gobernador un conducto de capitán a un mayordomo suyo llamado Francisco de Ulloa, natural de la villa de Cáceres, en España, para que con veinte hombres anduviese por aquellos estados, visitando siempre, sin parar, la tierra y fortalezas que estaban a nueve leguas la una de la otra; y para que en todo hubiese más cómodo y seguridad, se pobló entre la ciudad de la Concepción y la Imperial otro pueblo de españoles que salieron de ambas ciudades para moradores dél. Por esta causa le pusieron por nombre la ciudad de los Confines, el cual se le ha quedado hasta hoy.

Este era el estado de las cosas deste reino en aquel tiempo, donde apenas había hombre a quien no le alcanzase buena parte del oro que se sacaba, y así eran grandes los regocijos que se hacían en la ciudad de la Concepción y no pocos los tejos y barretas que iban y venían en los tablajes. A esto se aplicaba entonces el gobernador no tanto por codicia como por vía de regocijo, porque todo cuanto ganaba al juego lo daba a los que estaban a la mira, y vestía también mucha gente pobre sin guardar para sí cosa alguna, porque de su condición era muy magnífico y no menos largo en el juego, tanto, que aun cuando no estaba en su prosperidad ni había la riqueza que en esta sazón, le sucedió una vez estando en el Perú el jugar con el capitán Machicao a la dobladilla de poner catorce mil pesos en sola una mano. ¿Qué haría más tarde?

Estando, pues, el gobernador en medio destos regocijos, no por eso se descuidaba de llevar adelante la conquista de toda la tierra, y para la prosecución desto acordó de enviar gente por dos vías: lo primero hizo aprestar dos navíos con algunos soldados, y señaló por capitán de ambos a Francisco de Ulloa, para que fuese a descubrir el Estrecho de Magallanes, que confina con este reino, y esto con intención de hacer por allí paso para España, porque, demás de ahorrarse los dos tercios del camino, evítanse también grandes peligros de la tierra llamada nombre de Dios, sola buena en el nombre; el cual se le debió de poner porque no espantase a las gentes, por ser muy enferma y mala de pasar por la aspereza de dieciocho leguas de camino. Por otra parte envió gente por tierra, lo cual ordenó no tanto por esperanza que tuviese de las minas que mandaba descubrir como para alejar de sí a Francisco de Villagrán, de quien siempre andaba receloso, y por esta causa le encomendó esta empresa, dándole para ello setenta hombres bien aderezados. Partió Villagrán muy a su gusto y tomó la vereda hacia la otra parte de la cordillera, donde él había estado con la gente que trajo del Perú. Y prosiguiendo este camino, vieron sus soldados en cierto lugar unos indios que estaban corno descuidados a los cuales quisieron coger para llevarlos por guías, pero, al tiempo de acometer les salió una gran multitud de una emboscada, los cuales mataron dos españoles hiriendo algunos otros, y con esto se fueron a su salvo sin recibir detrimento alguno en sus personas.

Viendo Villagrán las dificultades que se le ofrecían así de enemigos como de un grandísimo río que no pudo pasar por ninguna vía, tomó el rumbo de la ciudad de Valdivia por un camino que nunca se había descubierto donde había grandes poblaciones de bárbaros, entro los cuales fué caminando hasta el valle de Mague, el cual es muy poblado y fértil como los demás que habemos contado. Estando en este lugar le acometieron un grande ejército de indios a dar batalla, y saliendo él con los suyos a hacerles rostro, sobrevinieron por las espaldas otros muchos indios, que saliendo de un fuerte que estaba en un lugar llamado Villen y tomándole en medio, le dieron combate trabándose un encuentro muy sangriento, y aunque los españoles se vieron en grande aprieto y recibieron muchas heridas, con todo eso fué el señor servido que venciesen a los enemigos, quedando el campo por suyo, habiendo muerto no pocos bárbaros y cogido algunos vivos. Con esta victoria se entró la gente en la ciudad de Valdivia, y habiendo descansado algunos días y curados los heridos, dieron lavuelta a la Concepción, donde el gobernador estaba, a darle razón de lo sucedido; pero como su intento era apartar de sí a Villagrán, no quiso que estuviese allí más, tomando por achaque el decir que era necesario visitar la tierra, y con esta hacilla le envió otra vez a los confines de la ciudad de Valdivia con el mesmo cargo que primero: lo cual hacía Valdivia no con el intento que tenía la madrastra cuando enviaba a su entenado Hércules a domar diversos monstruos deseando que se quedase en las uñas de alguno por el rencor que con él tenía y su madre Alcmena, pues nunca Valdivia mostró tenerle con Villagrán, sino porque se recelaba de que si alguno había de querer ser cabeza era él por ser hombre de mucha sagacidad y estofa, por ser cosa que suele suceder en estas conquistas el levantarse algún soldado valeroso contra su capitán, como lo hizo aquel facineroso Aguirre, que mató a Lope de Orsúa cuando iban a descubrir nuevo mundo por el río Marañón como consta de la historia peruana.





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