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587. El zorro juez

LA RIOJA

Un burro venía pasando por entre las breñas, unos pedregales, y de bien que venía se sosprendió, pegó un rebuzno. En realidá se vio con que estaba un león parado tan cerca de él. Después de eso la sospresa que tuvo:

-¡Oh, don León, qué hace aquí!

-¡Ay, don Burro, no sabe lo que me pasa!

-¿Qué le pasa?

-Y, vine por acá, buscando qué cazar y se me vino una piedra, sobre la mano, y resulta que me trampió52. ¡Pórque no mi hace el bien, a ver si me saca!

-¡Ah!, imposible don León -que dice-, cómo cre que lo voy a sacar, después a mí mismo me comería.

-No, don Burro, cómo cre semejante cosa. Qué cre que soy tan ingrato, que después de salvarme de esta situación, sacarme de aquí ande 'toy trampiau hace tres días, que no como ni bebo, y que voy atentar contra di usté.

-No, no le creo don León, dice, porque usté, dice, tiene la predilección por nosotros, los burros, que somos la carne preferida di usté.

-Pero, no, don Burro, cómo cre que yo le voy hacer eso. Eso es imposible. Al contrario, le quedaré tan agradecido que me saque de esta situación. Como le digo, tres días sin comer ni beber. ¡Aj!...

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-Yo lo sacaría, pero a usté, dice, a usté no lo creo...

-Pero, don Burro, no vaya a pensar semejante cosa. Si usté me saca, hasta le podría jurar que yo no voy a comer los burros.

De tanto rogar si acercó el burro, como pudo, levantó la piedra esa que le estaba aprisionando la mano y salió. Se empezó a lamer la mano, dolorido, hambriento. Cuando ya se sintió un poco mejor, dice:

-Y ahora, adónde puedo ir a cazar yo con mi mano herida. Mire, don Burro, yo creo que no voy a tener otro remedio que comermeló a usté.

-Ha visto, don León. Yo he pensado lo que usté me dice, que yo estaba en lo cierto, que después de sacarlo a usté me iba a comer.

-Y qué querís qui haga. Con mi mano herida, adónde voy a ir a cazar. Y me muero di hambre.

-¡Aj!... Ha visto -le dice-. ¿Y usté es tan créido que es capaz de después de haberlo sacado di ande 'taba prisionero, que me coma?

-¿Y qué querís qui haga?

En eso ha venido un zorro, don Juan, se denominaba entonces, y ha alcanzado a oyer él.

Dice:

-¡Oh, qué dice señor don León!, ¿cómo le va? Qué dice, don Burro, ¿cómo le va?

-Y, aquí 'tamos -que dice- discutiendo. Vea lo que me pasa -dice el burro-. Vengo, lu hallo aquí a don León que si ha agarrau aquí, hacía tres días y después que lo saco de donde 'taba trampiado, ahora me quiere comer.

-Y qué quiere qui haga -le dice el león-. Mire, si ahora, como 'toy herido no puedo ir a cazar, tengo que comerlo.

-Y -que dice-, ¿por qué usted no nos sirve de juez?

-Yo, para ser juez, tendría que volver a los hechos, como estaban al principio. Sinó, no puedo ser juez. Cómo voy a declarar a uno inocente y a otro culpable si yo nu hi visto el principio.

-Bueno, es que tiene razón el señor.

-Sí, si a nosotros los da tamién de darle la razón a don Juan.

-Bueno -que dice-, ¿cómo estaba usté, don León? -dice.

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-Así -dice-, que tenía metida la mano así.

-A ver, don Burro, pongalé la piedra como ha 'tau.

Agarra el burro, como pudo, la pechó a la piedra y viene a caerle sobre la mano del león.

-Así, que así 'taba usté.

-Sí -que dice-, así he estado.

-¿Y usté ha veníu y lu ha salvado?

-Sí.

-¿Y ahora que se ve libre lo quere comer a usté de nuevo?

-Sí, señor.

-Bueno. Yo, el fallo que le puedo dar es que lo deje ahí, como está. Así como está, y usté se va. Por ingrato y mal agradecido.

Pegó un rebuzno el burro y se fue contento.

Isidro Segundo Páez, 53 años. Los Sarmientos. Chilecito. La Rioja, 1968.

Campesino. Agricultor. Buen narrador.



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588. El tigre y el zorro

Un bien con un mal se paga


SAN JUAN

Esto que cuento es de hace muchísimos años. Entonces los animales hablaban igual que nohotros.

Entonces jue que un tigre había cáido en una trampa. El tigre se 'taba quejando de dolor y se allegó un hombre que iba pasando a ver de quién eran estos quejidos. Entonce el tigre le vio cara de güeno y le dice:

-¿Por qué no mi hacís un favor? ¿Por qué no mi abrís esta trampa y me das libertá?

-Sí -dijo el hombre-, pero si te largo sos capaz de comerme.

-No -le dijo el tigre-, cómo te voy a hacer eso. Vamos a ser los mejores amigos del mundo.

Entonces, tanto le rogó el tigre que el hombre lo largó. Di un salto salió de la trampa, y como hacía tres días que no comía lo saltó al hombre. Como 'taba débil el tigre, el hombre pudo hacerse un lado y salvarse. Entonces le dijo el hombre:

-¡Ah!, ¡con que ésas tenemos! -dice el hombre-. ¿No tenís vergüenza, un animal tan valiente como vos, hacer esta traición?

-Tenis razón -dice el tigre-, pero yo estoy muerto di hambre. Pero, mirá, vamos a preguntarle a cinco seres lo que piensan de que yo tengo que comerte ante de morirme di hambre. Si ellos ven que tengo razón ti almuerzo, y sinó te dejo.

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-Yo preferiría que jueran seis -dice el hombre, que no estaba muy seguro de la justicia de los animales.

Y empezaron a caminar por la orilla di un arroyo. El primer viviente que encontraron jue un burro viejo, que parecía triste y cansado. El tigre le gritó que se acercara. Le esplicaron el caso y le dijo el tigre:

-¿Te parece, amigo, que debo o no comerme a este hombre?

-Yo creo que sí -dijo el burro-. Los hombres son muy malvados. Mirá como estoy de viejo y cansado a juerza de trabajar mucho, comer poco y aguantar palos. Comelo en seguida -le dijo.

Igual pasó con un árbol, al que le preguntaron, y el árbol dijo que en pago que él daba su sombra, le cortaba el hombre las ramas y le pisaban las ráices como si no le doliera como a ellos.

Siguieron y encontraron una perdiz y le pidieron la opinión. La perdiz dijo que lo comiera porque a ella los hombres li habían robau los güevos y le habían muerto el marido.

Igual contestó un pescado dorado al que pidieron su opinión. Siguieron caminando hasta encontrar un lagarto que dormía al sol. También dijo que lo comiera porque los hombres eran crueles, que lo perseguían a él sin motivos.

-Güeno -dijo el tigre-, voy a tener güen almuerzo; falta uno solo.

En eso apareció un zorro, que no los quería mucho a los hombres, pero que lo quería menos al tigre. Lo llamó el tigre y le esplicó todo.

-¿A qué hombre te referís? -le dice.

-A ése -le dice el tigre-. Me ha puesto en libertá, pero yo tengo mucho hambre y tengo que comerlo. ¿Te parece justo?

-No comprendo nada -contestó el zorro poniendo cara de inocente.

El tigre volvió a esplicar, pero el zorro decía que no entendía nada. Que no sabía qué era una trampa. Entonce decía que no se podía dar cuenta cómo podía 'tar en la trampa. Entonce el tigre se puso como 'taba. Ya cuando el zorro lo vio seguro, sin peligro del tigre, le dijo al hombre:

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-Es mejor que éste se quede ande 'taba. A las fieras no se les puede hacer favores.

El hombre se puso muy contento y el zorro se fue al trotecito, satisfecho de su buena acción.

Victoria Flores, 50 años. Tamberías. San Juan, 1946.

Campesina. Buena narradora.

Variante muy original del cuento tradicional.



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589. Un bien con un mal se paga

SAN JUAN

Que eran dos bueyes que sabían andar en un campo. Por áhi viene un tigre y que se comió uno.

Un día, el güey que quedó solo, que oye que un animal bramaba. No se daba cuenta qué animal podría ser.

-Ha de ser mi compañero -que dice.

Créiba que era el alma del buey muerto. Se acercó aonde se óiba el bramido. Había siu un tigre que había estau de espaldas entre unas piedras, áhi, encajau. Dicen que el tigre caendo de espaldas no puede dar vuelta, que es muy duro del cuerpo.

Cuando lo vio el tigre al buey, que le dijo:

-Sacame, sacame, hermano, por favor.

-No -que le dice el buey-, vos me vas a comer.

-No te voy a comer, hermano; cómo voy a hacer eso.

El buey que se arrimaba y se desharrimaba53. Al fin de tanto intarlo, se había arrimau el buey, y lo sacó al tigre y se fueron juntos.

En eso que iban, el tigre iba sintiendo mucho hambre, porque había 'tado muchos días sin comer. Entonce que le dice al buey:

-Teniendo carne, de zonzo me pasaré que no me la coma. Agora te voy a comer.

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Y que le dice el buey muy asustado:

-¡No, no, cómo me vas a comer, así no ha sido el trato!

En eso ven que venía un cura a bestia54, y que dice el tigre:

-Pongamos de juez al cura.

-Bueno -que dice el buey.

Ya lo pararon y le pidieron al cura que fuera juez, y le contaron todo, y le dijeron que el tigre lo quería comer al buey.

El cura 'taba más asustau que el diablo. Cuando le hicieron ver el caso, pensó que si él decía que el tigre no lo tenía que comer al buey, lo iba a comer a él; entonce dio la sentencia que lo tenía que comer el tigre al buey.

El buey decía que eso no podía ser, que tenían que buscar un juez mejor, que eso no era justo. En eso que 'taba áhi, cuestionando, llega Juan del Campo. Ya lo llamaron de juez, y éste dijo que cómo había siu el caso. Ya le dijieron que el tigre había 'tau cáido, entre unas piedras, que no podía salir, y que áhi se iba a morir si no lo sacaba el buey. Y entonce dice el zorro:

-¡Ah, usté tiene que ir aonde 'staba! Es de la única manera que yo me voy a dar cuenta.

El tigre no quería ir, pero el juez lo echó no más por la melga. Y ya lo hizo ir que se tire como había 'stau. El tigre fue y se tiró entre las piedras, y el buey le puso las piedras que lo apretaban, y lo pircó55 más bien de lo que había 'stau. Entonce el zorro dijo que lo dejen áhi, por desagradecido, que no lo saquen más. Y así les salvó la vida al buey y al cura.

-Bueno, ¿qué vale lo que me has salvado la vida? -que le dice el cura.

Le dice el zorro:

-No vale más que, mi familia que es tan larga y tan perseguida de los perros, que aonde quera la matan, le rece un responso cuando encuentre alguno de mis parientes muerto.

-¡Cómo no! -le dice el cura.

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Se separaron los tres, y se fueron muy agradecidos el buey y el cura.

A poco andar no más, fue el cura y encontró un zorro muerto -éste era el mismo Juan del Campo que se hacia el muerto-, para ver si cumplía o no el cura. Ya el cura se bajó y le dijo un responso. Y siguió. A poco andar, como a dos cuadras, otro zorro muerto -y era el mismo Juan.

-¡Ay, cierto! -que dice el cura-, tenía razón mi amigo que su familia era muy perseguida.

Se bajó y le rezó al muerto, y siguió. A poco andar, otra vez, otro muerto. Se bajó y le dijo otro responso, y siguió. A poco andar, otro zorro muerto. Ya se bajó y le rezó. Áhi cerca no más otro zorro muerto. Ya se bajó el cura muy fastidiado, y le rezó ligero y siguió. Más adelante, otro zorro muerto. El cura se bajó enojadísimo, lo agarró al zorro de la cola y le dio un golpazo sobre unas piedras. El zorro medio moribundo le decía, en las últimas voces:

-Un bien con un mal se paga.

Y se acabó.

Felisa Chaves de Páez, 56 años. San Agustín. San Juan, 1947.

Lugareña inteligente. Gran narradora. Pronuncia la y y la ll, diferenciándolas como en todo el Noroeste de San Juan, a la manera de Castilla la Vieja.



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590. Un bien con un mal se paga

MENDOZA

Había una serpiente que se había puesto debajo de una roca a tomar sombra. Y resulta que la roca 'taba mal puesta y durante ella dormía, la tierra se desborona y la roca la aprieta a la serpe56. Y entonce queda apretada, solamente con la cabeza afuera. Que tenía siete cabezas. Y la serpiente se pone a quejarse y a pedir por favor que la saquen, por misericordia.

Entonce, de pronto viene un hombre de buen corazón y le saca la roca de encima. Ella, en gratificación de lo que la sacó, se lo quiso comer al hombre. Y le dice:

-Toy muerta di hambre y no puedo aguantar más. No puedo ir a buscar qué comer lejos. No tengo más que pagarte el servicio que me has hecho de sacarme de abajo de la roca, con comerte.

Entonce el hombre dice que no podía ser que le correspondiese con comerlo después de haberlo sacado de abajo de la roca y ponerla en libertá.

En ese entonce discutieron el hombre con la serpe. Que el hombre le decía que no era posible que le pagara con comerlo. Y en eso llega otro buen hombre y los encuentra a los dos discutiendo. Uno, decía que no podía aguantar más el hambre, y el hombre que no le podía pagar su buena acción así, que no estaba bien que lo comiese. Y hizo de juez el hombre que había llegado. Y el hombre le dice:

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-Yo l'hi hecho un servicio a esta serpe y la serpe me quiere pagar el servicio con comerme.

Entonce la serpe dice:

-Yo no le puedo pagar de otra manera. Yo tengo la presa a mi vista y es con lo único que puedo saciar mi hambre.

Entonce el juez le dice:

-Yo no le puedo creer a ninguno de los dos. Para esclarecer este asunto bien, yo tengo que ver cómo estaba apretada esta serpe para dar el fallo a quen tenga la razón.

Y entonce así convinieron la serpe y el hombre que sirvió de juez. Y entonce fueron al lugar ande 'taba la serpe. Y ella se enroscó de nuevo y le pusieron la roca encima y la serpe quedó apretada como estaba antes. Entonce le dice el juez:

-Mirá, eso es para que no siás de mal proceder, que le querís pagar con comerlo al que te ha hecho un servicio. Para que no siás de mala fe, y para que quedís presa. Áhi podís buscar el alimento.

Y entonce le dice al otro:

-Y vos, hombre, ya 'tás salvo de tu apuro.

Y así lo salvó al pobre hombre bueno.

Rudecindo González, 56 años. Carrodilla. Godoy Cruz. Mendoza, 1951.

Labrador lugareño. Buen narrador.



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591. Un bien con un mal se paga

MENDOZA

Era una viejita que tenía un hijo tonto. Y que el tonto le pidió permisio a la madre para salir a rodar tierra. Y se va el tonto por una huella para los campos, y en un barrancón encuentra un tigre, que lo había apretado el barrancón. Y entonce el tigre le pide por favor al tonto que lo saque.

-No -le dice el tonto-, vos me vas a comere57. Entonce le contesta el tigre:

-Cómo le vuá comere con el bien tan grande que me va hacer.

Entonce se pone a trabajar el tonto y lo saca al tigre del barrancón.

-Bueno -le dice el tigre-, ahora yo me lo como.

Entonce el tonto se defendía que cómo lo iba a comere si lo había sacado de un gran peligro.

Entonce le dijo el tigre:

-Yo me lo voy a comere no más porque un bien con un mal se paga.

Entonce le dice el tonto que tenían que ver a un juez y que lo que sentenciase el juez eso iba a ser. Entonce lo acetó, el tigre   —102→   y tomaron la huella58. Por áhi encuentran un caballo viejo que 'staba en una sombra.

-¿Quere que aquél sea el juez? -dice el tigre.

-Güeno -le dice el tonto-, que sea ése el juez.

Entonce cuando el caballo vido al tigre quiso disparar, pero 'taba tan flaco que no podía andar. Entonce le dice el tigre:

-No dispare amigo, que vengo a que nos sirva de juez.

Entonce le conversaron lo que había pasado. Entonce sentenció el juez, que sí se lo debía comere porque un bien con un mal se paga. Que él le había prestau muchos servicios al amo y que él lo había botau al campo a que se muera de viejo y de flaco.

Bueno, entonce el tonto dijo:

-Yo rechazo este juez, no me ha sentenciado bien.

Y le acetó, el tigre. Siguieron la huella. Por áhi divisan una zorra. Entonce le dice el tigre:

-Güeno, que aquella sea el juez.

-Güeno, que sirva de juez y que venga.

El tigre había sido compadre de la zorra. Y se acercó la zorra. Ya después que se saludaron, y todo eso, le conversaron el asunto que cómo habían recurrido al juez. Y entonces la zorra le dice:

-Sí, compadre tigre, debe comerseló porque un bien con un mal se paga, pero asigún y conforme. Mire, el juez tiene que ver cómo estaba para poder sentenciar.

Se volvieron los tres adonde 'taba el tigre apretau. Llegaron. Entonce le dice la zorra:

-Usté, compadre, pongasé tal como estaba y el señor le va dejar quer el peñasco.

El tigre sin querer se puso ande estaba y el tonto le dejó quer el peñasco. La zorra lo comenzó a zalameriar al tigre y le dice:

-¿Así 'taba compadre?

-Sí, comadre, así 'taba, pero hagamé sacar el peñasco.

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Pero áhi no más la zorra y el tonto se fueron y lo dejaron al tigre apretado.

-Bueno, entonce -le dice la zorra al tonto- ahora que li salvau la vida, ¿cónque me va a pagar usté?

Él le dice:

-¡Soy tan pobre que cónque le voy a pagar!

-¿No tiene gallinas?

-Sí, tenimos unas gallinitas.

-Mañana traigamé una.

La zorra le enseña la casa ande vivía y por donde se las iba a llevare. Llega el tonto a la casa de la zorra con la gallina. Entonce le dice la zorra:

-Larguemelá por áhi, no más.

Que era una playa59 ande le dijo. Al momento la zorra mató a la gallina y se metió en la cueva.

-Mañana traigamé otra -le dijo al tonto.

Al otro día le llevó otra gallina el tonto. Entonces se anotició de un vecino que tenía unos perros galgos.

-Y traigamé otra -le vuelve a decir la zorra.

-Yo le voy a tráir tres -le dice el tonto.

Y echó dos perros galgos en la bolsa, y en la boca 'e la bolsa iba una gallina. La zorra empezó a preguntar:

-¿Y qué tráis áhi?

-Le traigo todas las que quedan pa no 'star viajando tanto.

Y entonce como de costumbre le dijo:

-Larguemelás por áhi no más.

Así que le largó la gallina, y cuando la zorra iba a comer la gallina, le largó los galgos. Entonce la zorra salió disparando y se alcanzó a entrar a la cueva. De allá le empezó a decir al tonto:

-Vea qué cierto es lo que dijo mi compadre tigre, que un bien con un mal se paga. Yo t'hi salvau la vida, y ahora me querís matar.

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Entonce 'taba retándolo al tonto y se da güelta para atrás y se ve la cola que se le había engrifau60 con el susto, y le dice:

-Ve, de esta cola sucia me hicieron los perros unas cuantas escapadas; me la hi de hacer cortar.

Y sin darse cuenta viene retrocediendo hasta la puerta de la cueva. Y áhi li alcanzan la cola los galgos y la sacaron y la mataron.

Ramón Tapia Ponce, 71 años. Libertad. Rivadavia. Mendoza, 1951.

Agricultor en el cultivo de los viñedos de la comarca. Buen narrador.



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592. Un bien con un mal se paga

MENDOZA

Resulta que en los campos se sentía un grito. En un despeñadero se sentía un grito muy fiero, qu'era como un chillido y un lamento. Y un cazador qui andaba en los campos se allega, y era un viborón que estaba apretado con un peñasco. Y que le dice la víbora:

-Sacame que ya me muero, que 'toy apretada con este peñasco.

-No, no, no te saco, porque me vas a picar -le contesta el hombre, claro, muerto de miedo.

Y la víbora le pide y le vuelve a pedir que la saque, que no le va a hacer nada, que le va a quedar muy agradecida. Y tanto le clamó que la sacara, que al último le dice:

-Te voy a sacar la piedra, pero no me vas a hacer nada.

Cuando la libró del peñasco, se le envolvió en el cogote del hombre y le puso la cabeza contra el ojo, y le dice:

-Te voy a picar.

-No me piqués -que le dice-, por favor. Ti hi sacau y me vas a pagar con una ingratitú.

Y la víbora que le decía que no podía más di hambre y que lu iba a comer. Y el hombre le pedía que viera lo qui hacía.

-Busquemos un juez, a ver si es justo que me piqués.

Y entonce la víbora le dijo que güeno y lo dejó al hombre. Y jueron a buscar un juez. Y van y encuentran un güey. Y que   —106→   le cuentan el caso y le dicen si es justo que la víbora le pague el bien que li ha hecho el hombre. Y entonce le dice el güey:

-Yo l'hi servíu a mi patrón toda la vida y agora mi ha echau al pasto pa llevarme a matarme al matadero.

-Has visto -le dice la víbora- que un bien con un mal se paga -y se lo quería comer otra vez.

-No, no -que le dice el hombre-, no puede ser; eso no es justo. Tenimos que buscar otro juez.

'Taban discutiendo cuando lo ven pasar a lo lejos a Juan del Campo -así lo llamaban al zorro-. Y lo llaman. Y le piden una sentencia. Y como Juan del Campo es tan astuto dice que le espliquen bien el caso. Y entonce le dice el hombre:

-Aquí, esta señora, 'taba apretada abajo d'este peñasco y yo l'hi sacado, y agora me quiere picar. Ella dice que es justo porque tiene hambre, y yo digo que no me puede pagar así.

Y entonce dice Juan del Campo:

-Yo quisiera verla onde ha 'tau esta señora.

Y ya se jueron. Y levantaron el peñasco. Y se puso el viborón áhi enroscau. Y que el zorro le dijo al hombre que le suelte el peñasco, y el hombre se lo soltó. Y quedó apretau como 'taba. Y entonce que le dice Juan del Campo a la víbora:

-Quedate áhi, no más, como has estado, por ingrata.

Y se jueron y la dejaron a los gritos a la víbora. Y entonce el hombre le dice a Juan del Campo que cómo le puede pagar la hazaña qui ha hecho de salvarlo. Y el zorro le dice:

-Este favor te voy a pedir: cuando enconrés un zorro muerto, hacé un pozo y lo enterrás.

Y el hombre le dijo que cómo no. Cuanto caminó un trechito encontró un zorrito muerto. Áhi no más hizo un pozo y lu enterró. Caminó otro trecho, y otro zorrito muerto. Hizo un pozo y lu enterró. Caminó otro trecho, otro zorro muerto. Hizo un pozo y lu enterró. Caminó otro trecho y otro zorro muerto. Hizo un pozo y lu enterró. Y güeno, y tantos zorros muertos encontraba, que ya le dio rabia, y dice:

-Qué tantos zorros muertos, ¡caracho!61

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Y agarró un palo, le pegó un palo al zorro que encontró muerto, y l'hizo saltar los sesos, y lo botó pa ajuera del camino.

Por áhi que había ido pasando otro Juan del Campo y había 'tau mirando, y le dijo:

-¿Has visto que un bien con un mal se paga?

Y áhi vio el hombre que era cierto el refrán.

José Mercedes Brizuela, 70 años. Alto del Olvido. Lavalle. Mendoza, 1951.

Peón agricultor en los viñedos de la comarca. Ha cursado los primeros grados de la escuela primaria.



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593. La víbora ingrata

SAN LUIS

Era un muchacho que vivía solo en el campo.

Siempre oía llorar, clamar, abajo di una piedra, cuando pasaba cerca di un lugar.

No sabía qué podía ser, y como le daba lástima este quejido, agarró un día el lazo y se jue pa ver deque se trataba. Llegó y ya vio una víbora grandota que 'taba aplastada por una tremenda piegra.

En cuantito llegó y lo vido la víbora empezó a pedir por favor que la saque, que se li había caido encima ese peñasco. Al joven le dio lástima y enlazó la piegra y a la cincha del caballo la ladió. Y áhi pudo salir la víbora. Pero como ésta había 'tau varios días hambriando, se le vino encima y le dice:

-¡Me lo como! ¡Me lo como!

Y el muchacho le dice:

-Pero, señora, entre en razón, cómo me va a comer después que l'hi salvau la vida.

Y la víbora lo quería comer nada más. Entonce le dice el mozo que pórque no consultan a otros si era justo que ella lo coma después que la ha salvau. Bueno. Consiente la víbora y siguen por el camino. Y áhi no más encuentran una zorra, y la llaman, y le dice el mozo:

-Vea, comadre, le vamos a preguntar una duda qui hay acá. Mire, yo salvé a esta señora di abajo di una piegra y agora me quiere comer. Usté dirá si así se paga un favor.

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Y la víbora seguía diciendo:

-¡Me lo como! ¡Me lo como no más!

Y entonce le dice la zorra:

-Y a lo mejor tenga razón esta señora.

-Pero, cómo, comadre, puede tener razón, si yo la hi salvau a ella y ella me quiere comer a mí.

Entonce le dice:

-Bueno, pero vaya a saber, aunque usté la sacó di abajo de la piedra, a lo mejor ella tenga razón.

Entonce consintió la víbora y se volvieron al lugar donde la había sacau el mozo. Entonce le dice la zorra:

-¿En qué forma ha 'tau esta señora? Que se ponga pa ver, porque yo creo que tiene razón.

Entonce se puso la víbora, y el muchacho le puso la piegra pisandolá como había 'tau ante, cuando él la había sacau.

Entonce la vido la zorra y le dice:

-Agora veo que no tiene derecho de comerlo. Quedesé no más como 'taba y aguantesé por ingrata.

Áhi la dejaron pisada y se jueron. El mozo agradecido le dice a la zorra:

-Mire, comadre, mi casa es como si juera su casa. Vaya a buscar alguna gallina cuando guste.

Y la zorra comenzó a ir a buscar gallinas. El hombre tenía gran cantidá de gallinas, pero tantas se jue llevando la zorra, que al fin no li había quedau más que el gallo. Habían entrau a perdecelé y era que la zorra se las llevaba.

Bueno... El hombre guardaba el gallo bien seguro, de miedo que también se le perdiera. Entonce, justamente viene la zorra. Se saludan Y le dice:

-¿Cómo le va compadre?

-Y no muy bien, comadre; con perjuicio ando. ¿Sabe que de tantas gallinas que tenía no mi ha quedau más que el gallo?

Y la zorra le dice:

-En busca de él vengo.

-¡Ah! -que le dice-, pero muy bien, comadre. Esperesé que le voy a buscar máiz, asi lu agarramos.

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Estando adentro el muchacho soltó dos enormes galgos que tenía. Y áhi la sacaron a la zorra corriendo. Y la llevaban te mato y te mataré. Y dentró a correr la zorra y áhi pudo dentrar a una cueva. Ya cuando 'taba adentro y medio descansó un poco, la zorra se conversaba ella misma:

-Ustedes, patitas, cómo corrían tan ligero cuando me traían te mato y te mataré los galgos, cómo saltaban ramas, y pozos y pencas, y todo lo que había por todos lados y me salvaron. Y ustedes, ojitos, cómo miraban cuando 'taba en tan apremiada situación, para que pudiera andar por donde juera más fácil para engañar a los galgos y esconderme. Pero, muy bien, pero, muy bien.

Y en eso que 'taba áhi le pregunta a la cola:

-Y usté, colita, ¿qué hacía?

-¡Ah! yo -le dice la cola- me puse sucia de miedo y me enredaba en cuanta rama había a ver si mi agarraban los galgos, porque yo no podía más.

Entonce la zorra enojada le dice:

-¡Salga pa ajuera! ¡Salga pa ajuera cola cochina! ¡Cola hedionda! ¡Cola inservible!

Y empezó a retroceder enojada como pa echar la cola ajuera. Los perros habían quedau en la boca de la cueva esperando que salga, como hacen los perros del campo cuando persiguen un bicho. Y claro, en cuantito asomó la punta de la cola la agarraron los perros, la sacaron y la mataron. La hicieron tiras a la zorra, la descuartizaron. Y áhi si acabó todo.

Fausto Agüero, 45 años. La Salina del Bebedero. La Capital. San Luis, 1958.

El narrador es peón salinero. Conoce muchos cuentos que a veces narra a sus compañeros, aunque el pesado trabajo no le deja ánimo para hacerlo, según manifiesta.



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594. La víbora ingrata

SAN LUIS

Éste era un hombre que vivía solo en su casita, en el campo. Tenía animalitos y hacía trabajos en su campito.

En sus idas y venidas siempre oía para el lado donde había una gran peña, llantos, clamores. Un día agarró el lazo y se jue a ver qué era esto. Entonce vio que abajo de la peña 'taba agarrada una víbora grandota. Entonce la víbora cuando lo vio a este hombre le clamó que le sacara la peña. El hombre tenía recelo, pero la víbora le dijo que ella le iba agradecer, que no le tuviera miedo. Bueno, el hombre enlazó la peña y la sacó. En cuantito la víbora se sintió libre empezó a querer comer al hombre y le decía:

-¡Me lo como! ¡Me lo como no más! Entonce el hombre le dice:

-Pero, cómo me va a comer después que la he salvado. Entonce la víbora le dice:

-Hace muchos días que estoy sin comer, así que lo como nomás.

Entonce le dice el hombre:

-Mire, entre en razón, cómo me va a comer. Mire, vamos pal pueblo a buscar alguna persona que nos diga si usté tiene razón, que sirva de juez.

Tanto le dijo el hombre que la víbora dijo que bueno y se jueron. En el camino encontraron a una zorra y la pararon. Entonce le dice el hombre:

-Mire, yo salvé a esta señora de abajo de una peña y ahora me quiere comer. Diga si hay razón.

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Entonce la víbora dice:

-Yo lo como y lo como. Y dice la zorra, haciendolé de ojo al hombre:

-Bueno, pero vaya a saber si esta señora no tiene razón. Yo para opinar tengo que ver cómo estaba esta señora.

Entonce se volvieron al lugar de la peña. Entonce le dice la zorra:

-Yo tendría que ver cómo estaba esta señora. En qué forma la pisaba62 la piedra. A ver, vuelvasé a poner como 'taba antes.

Entonce la pusieron a la víbora abajo de la piedra, bien pisada como estaba antes. Entonce dice la zorra:

-Ahora veo que no tiene derecho de comerlo a este hombre. Se jueron, y le dice el hombre a la zorra:

-Mire, comadre, mi casa es como su casa.

La zorra le agradeció y cada uno tomó su camino.

El hombre tenía gran cantidá de gallinas. La zorra se las había ido llevando. Pasado un tiempo, el hombre vio que no le quedaba más del gallo. Justamente llegó la zorra y se ponen a conversar. Entonce le dice el hombre:

-¿Sabe, comadre, que de tantas gallinas que tenía no me queda más del gallo?

-En busca de él vengo le dice la zorra.

-¡Ah! -que le dice-, pero muy bien comadre. Esperesé que voy a buscar maíz, así lo agarramos.

Entró adentro el hombre y soltó dos enormes galgos que tenía y la sacaron corriendo a la zorra. Y la zorra dentró a correr hasta que pudo meterse a una cueva.

Adentro, la zorra, después que descansó un poco, se preguntaba ella misma, ya cuando le pasó el susto:

-Ustedes, patitas, ¿qué hacían cuando me traían corriendo los galgos?

-Nosotros saltábamos ramas y pozos -se contestaba.

-Y ustedes, ojitos, ¿qué hacían en tan apurada situación?

-¡Ah!, nosotros mirábamos siempre adelante, y tratábamos de mirar ande juera más fácil salvarse.

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-¡Pero, muy bien! ¡Pero, muy bien!

-Y usté, colita, ¿qué hacía?

-Yo me enredaba en las ramas a ver si me agarraban los galgos.

Entonce la zorra enojada dice:

-¡Salga para ajuera! ¡Salga para ajuera cola cochina!

Y empezó a retroceder y hacía ademán de botar la cola.

Y claro, los galgo que 'taban en la puerta esperando, la sacaron y la mataron.

Nicasio Muñoz, 25 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1988.

El narrador, oriundo del lugar, ha cursado los grados de la escuela local. Compárese el lenguaje y el estilo de este narrador con los del narrador anterior a quien oyó muchas veces el cuento.



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595. La serpiente ingrata

SAN LUIS

Había una vez un hombre que había quedado viudo y tenía muchos animales. Los salía a ver todos los días. Un día iba pasando por cerca de un corral hecho de piedra, y sintió que abajo de una piedra muy grande se sentían unos quejidos, y se sentía que lloraban. Entonces dijo el hombre:

-¿Qué lo que será esto? Si se siente esto a la tarde, cuando vuelva voy a dar vuelta la piedra. ¡Quién sabe no sea el alma de mi esposa que anda penando!...

Bueno, se fue el hombre para el campo, y a la tarde, cuando volvió y iba pasando, sintió que se quejaban y lloraban más fuerte debajo de la piedra.

Bueno, se fue no más para las casas porque era tarde. Al otro día temprano ensilló y se fue a dar vuelta la piedra. Le puso el lazo y la ató a la cincha, y la hizo tirar con la mula que tenía ensillada. Cuando la piedra se dio vuelta, saltó una serpiente que había apretada en la piedra, y se lo quería comer al hombre. Entonce le dijo el hombre:

-No me coma, señora Serpiente; mire que yo la hi salvado, l'hi sacado la piedra de encima, yo le hi hecho un bien. Agora usté me quere comer.

-Yo lo voy a comer no más -le dijo la serpiente-, porque usté no sabe que un bien con un mal se paga.

-No puede ser -le dijo el hombre-. Mire, señora, vamos más allá, a ver si encontramos alguno que los dé la razón. Si usté tiene razón, me come, y si yo la tengo, me deja.

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Así lo hicieron. Se fueron. En seguida encontraron un güey que ya no podía caminar de flaco, todo lastimado. Le dijo el hombre a la serpiente:

-Acá le vamos a preguntar a este güey, a ver quén tiene razón.

Bueno, le dijieron:

-Oiga, señor Güey, venga, saquelós de esta duda.

-Mire -le dijo el hombre-, esta señora serpiente estaba apretada abajo de una piedra muy grande, y yo con mi mula le saqué la piedra, y agora me quiere comer. ¿Será justo o no? Ella me dice que un bien con un mal se paga.

-Mire -le dijo el güey-, yo creo que tiene razón la señora Serpiente. Yo ante era nuevo, gordo, mi dueño sabía arar la tierra con mí. La sembraba, la cosechaba, trabajaba todo el año con mí y me atendiya63 muy bien. Agora que m'hi puesto viejo mi han tirado por acá para que me muera. Así es que yo, después de haberle hecho tanto bien, agora él me ha pagado con un mal.

-Bueno -le dijo la serpiente al hombre-, agora me lo como, yo tengo razón.

-No, señora Serpiente, ¡no me coma todavía! Vamos más allá a preguntarle a otro.

Se fueron. Ahí cerca había un caballo reflaco, estaba lastimado en el lomo y en el pecho. Lo llamaron y le dijeron:

-Mire, señor Caballo, usté los va a dar la razón. Yo saqué esta señora Serpiente de abajo di una piedra, que ya se moría, y agora, en pago d'eso, ella me quere comer, porque dice que un bien con un mal se paga.

-Mire -le dijo-, yo era un caballo hermoso, era muy guapo. A mí me ataban al arado, al coche, en todas parte. Mi dueño si ha puesto rico con mi trabajo, y agora que m 'hi puesto viejo mi ha tirado al campo para que me muera; ya no si acuerda más de mí. Así está visto que un bien con un mal se paga.

-Bueno -le dijo la serpiente-, no hay más remedio que lo tengo que comer; yo tengo razón, un bien con un mal se paga.

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-No, señora Serpiente -le dijo el hombre-, vamos más allá. A ver, le vamos a preguntar a otro. Si da la mesma respuesta, me come.

Bueno, siguieron. Áhi cerca encontraron una zorra, y le dijieron:

-Oiga, señora Zorra, venga que le querimos hacer una pregunta.

-No -le dijo la zorra-, me van a matar ustedes.

-No, venga -le dijo el hombre-. Esta señora Serpiente 'staba abajo de una piedra muy grande, y yo la saqué di áhi, y agora ella quere comerme. ¿Será justo que después de haberle hecho un bien, me quere pagar con un mal?

-Sí -le dijo la serpiente-, ustedes saben que el que hace un bien, que espere un mal.

-Bueno -le dijo la zorra -yo no puedo dar ninguna respuesta. Yo tengo que ver cómo ha estado la señora Serpiente, para decile cual tiene razón.

Así que se fueron para donde había estado la serpiente, y le dijo la zorra:

-Pongasé como ha estado usté, abajo de la piedra. Y usté -le dijo al hombre- enlace la piedra como la tenía enlazada para darla vuelta.

Bueno, así lo hicieron. Cuando la serpiente si acomodó bien, hecha rosca como había estado, la zorra l'hizo seña al hombre que le tirara la piedra encima. Y áhi se quedó por morirse. Por más que se lamentaba no le hicieron juicio64.

Bueno, la volvieron a apretar a la serpiente, y le dijo la zorra al hombre:

-Bueno, amigo, yo lo hí salvado de que no lo coma la serpiente, así que a mí me debe la vida.

Bueno -le dijo el hombre-, mire señora Zorra, vaya a mi casa. Allá tengo gallinas, pavos, patos, gansos. Venga a traer todo lo que usté quera.

Así que se fue el hombre tranquilo a su casa.

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A la noche fue la zorra, y comió bastantes gallinas, y vido que quedaban muchísimas más aves. A la noche siguiente volvió la zorra. Envitó a otra zorra más y comieron bastante, y otras gallinas llevaron. Así siguieron viniendo todas las noches. Un día, fue el hombre y vido que no había quedado más que un gallo y un gallineto65, que la zorra no había podido agarrar. Al día siguiente 'staba enojado el hombre con la zorra, y de repente, cuando golpearon la puerta, salió el hombre y era la zorra.

-Güen día, amiga zorra, ¿cómo le va?

-Bien -le dijo la zorra-, y a usté, ¿cómo le va?

-Bien -le dijo el hombre-. ¿Cómo no ha venido ante?

-Si hí estado viniendo todas estas noches, y agora vengo a llevar un gallo y un gallineto que ha quedado.

-Bueno -le dijo el hombre-, pase.

Pasó la zorra y se sentó. Entonce el hombre fue y desató tres perros que tenía atados y los trajo y se los arrimó a la zorra. Y la agarraron los perros, y ya la mataban y decía la zorra:

-Bien decía la serpiente que un bien con un mal se paga. Razón tenía. Miren, yo lo hí salvado a este hombre que no lo coma la serpiente, y agora él me hace matar con los perros.

Y la terminaron de matar los perros.

Julián Aguilera, 39 años. Saladillo. Pringles. San Luis, 1945.

Gran narrador.



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596. Un bien con un mal se paga

SAN LUIS

Había un señor qui había enviudau, y que era muy rico el señor. Después que pasó por el duelo, s'iba a trabajar por la mañana y volvía por la noche. Tenía la casa llena di un todo, pero como tenía perros muy guardianes, s'iba sin cuidado.

Como de costumbre, s'iba, en una noche d'ésas, y oyó, en un bañadito, unos lamentos que daban lástima. Él lu interpretó que sería la señora que andaba penando. Entonce dijo:

-Si mañana oigo otra vez los lamentos, voy hacer coraje, y voy abrir con el cuchillo los montes, y me voy a llegar a ver dónde son esos lamentos.

Bué... Se jue.

Al otro día, cuando pasó por áhi, los mismos gemidos en el mismo punto. Entonces él se bajó y con el caballo de tiro, comenzó a hacer una sendita. Cuando ya llegó a una laja grande qui había, vio que di áhi salían los lamentos. Y entonce, él sacó el lazo, enlazó la piedra, ató a la cincha del caballo, y tiró. Y entonces salió una serpiente que le llegó al estribo del caballo, por comerlo, y que le decía:

-¡Me lo como, me lo como!

Entonce él si asustó, y que le dice:

-Señora, l'hi hecho un bien ¿y me va comer?

-¡Ah! -que le dice ella- ¿no sabe usté que un bien con un mal se paga? ¡Me lo como y me lo como!

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-¡Pero, señora, cómo va a comerme! ¡Pero, señora!, caminemos por el camino nacional, hasta qu' encontremos algunos señores que nos den algunos pareceres, y después me come.

Y le cedió ella, y siguieron.

A poco andar, ya caminaron un trecho, y ya vinieron unos caballos con mataduras en el lomo, que no podían caminar, y venían unos pájaros comiendolós. Y ya los saludaron. Y ya les dijo el hombre:

-Señores, délos una sentencia.

-¿Qué sería?

-Esta señora l'hi hecho un bien y me quiere pagar con un mal.

-Nosotros himos sido unos caballos muy estimados de nuestros amos. Himos sido muy ligeros, y li himos hecho ganar mucho dinero, miles de pesos a nuestro amo. Cuando ya estuvimos viejos, miren cómo los han largado; que ya los comen los pájaros.

-¡Has visto! ¡Has visto! -le dice la serpiente al hombre- agora te como.

-¡Pero, señora! -le dijo el hombre-, caminemos otro poquito, busquemos otra sentencia y áhi me come.

Al poco andar encontraron unos güeyes. También en el mismo estilo de los caballos, también lastimados por los cuadriles, y por todas partes, que ya se cáiban. Y ya les dijo el hombre, después que los saludaron:

-Señores, delos una sentencia.

-¿De qué se trata? -dijeron ellos.

-Que a esta señora yo l'hi hecho un bien, y ella me quere comer.

-¡Ha, señores, nohotros himos sido muy estimados de nuestros amos! Le himos dado mucho dinero a nuestros amos en los sembrados y en los negocios. Cuando éramos jóvenes, 'tábamos perdidos en las alfas, agora que somos viejos y enfermos, los han botau nuestros amos para que los coman los pájaros.

Áhi no más la señora se lo quiso comer, y qu' el hombre le volvía a rogar:

-¡No, señora!, que a las tres sea la vencida. Caminemos otro poco y busquemos otra sentencia.

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Bué... Qui habían andau un buen trecho. ¿Pórque no si atraviesa una zorra a la distancia. Áhi no más la grita el hombre, pero como él llevaba unos perros, la zorra de lejo le dijo qué quiere.

-Venga, delos una sentencia.

Sin arrimarse, le dijo la zorra que cómo era eso, y que agarrara los perros. Y agarró los perros el hombre y se allegó la zorra, y dice:

-¿Cómo es eso? ¿Cómo es eso?

-A esta señora yo l'hi hecho un bien y ella me quere pagar con un mal, me quere comer.

-¡Ah, no, no! Un bien con un bien, y un mal con un mal. Y áhi que la serpiente se lo querís comer al hombre, y que la zorra tan viva que se dio cuenta, y que dice:

-¡Ah! a no ser que la señora tenga razón, y ha de ser no más que la tenga, eso tendría que presenciar yo. ¡Puede tener razón, por lo que veo... Yo quisiera ver cómo estaba esta señora para opinar.

-Güeno, volvamos -dijieron los dos.

Ya volvieron; llegaron al lugar. El lazo había quedado atado a la piedra, y el hombre levantó la piedra.

-¡A ver, acomodesé señora, como estaba, que yo creo qui usté tiene razón -dice la zorra y li hace de ojo al hombre.

El hombre tenía miedo y no entendía, pero al fin entendió, y le largó la piedra en todo el peso. Y la serpiente quedó apretada otra vez.

Y la serpiente gritaba y se lamentaba, pero la dejaron no más áhi pa que se muriera por mal pagadora.

-¡Ah, señora Zorra! -que le dice el hombre-, ¡qué bien me ha hecho! Tengo la casa llena de aves, venga cuando quera.

-¿Y esos perros?

-Yo les voy echar llave. ¡No tenga cuidado!

Ya la zorra comenzó a ir a la casa del hombre y a comer aves. Él nu estaba casi nunca, y ella se aprovechaba y comía por demás.

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Un día viene el hombre del trabajo y nu encuentra más de tres aves ande había cientos. Entonce le dio tanta rabia, que si olvidó del favor que li había hecho la zorra, y dijo:

-Si viene esta grandísima pícara, l'hago charquiar con los perros.

Y en ese momento que tocan las manos. Se levanta, y de repente llega la zorra.

-¡Bueno día, señora! -que le dice- ¿pórque si ha perdiu tanto?

-No, s'hí estau viniendo.

-Ya de las aves no veo más que tres.

-Sí, si nu hay más, y por ellas vengo.

-Güeno, señora, voy a sacar maíz para llamarlas.

Se jue, y abrió la puerta a los galgos, y los perros la sacaron matando a la zorra, y que la zorra gritaba lo que l'iban corriendo:

-¡Bien decía el viborón que un bien con un mal se paga!...

Y ya la agarraban los perros, y en eso encontró una vizcachera y que se zampó áhi. Pero que los galgos eran acostumbrados a esperar hasta que salían los bichos de las cuevas, y que se quedaron en la puerta echados, calladitos.

Y ya la zorra que créiba que 'ataba sola, comenzó hacer gracias de gusto lo qui había pasau el susto. Y decía:

-Patitas, ¡ustedes cómo si hacían pa disparar, anque hubiera espinas! Ojitos, ustedes, ¡cómo si hacían para ver pa todos lados!... Orejitas, ustedes, ¡cómo si hacían para oír todos los ruiditos! ¡Y usté, colita! Yo m' enredaba en usté, en todos lados, y por usté casi mi agarran los galgos. ¡Salga, salga p' afuera por pícara y sucia!

Y retrocedía. Y saca la cola como pa tirarla, y los perros qu' estaban áhi, l'agarraron de la cola, la sacaron p' ajuera, y la mataron.

Juan Lucero, 59 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1944.



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597. El juez zorro

SAN LUIS

En cierta época iba un caballo flaco por un sendero, quizá tal vez a buscar un valle donde había agua abundante y pasto. Cuando estaba en el camino, siente que de la ladera de la sierra le pega un grito el lión, y lo llama con estas palabras:

-Señor caballo, señor caballo, por favor, venga, favorezcamé que ya me muero apretado con esta peña.

El caballo se siente un poco con miedo y en un principio no le hace caso, pero en vista de que éste le suplica que vaya, se aproxima, y cuando se aproxima le dice:

-No tenga miedo amigo, no te voy hacer nada, sacame la peña.

Entonces el caballo, condolido de lo que pasaba, le dice:

-Pero, ¿qué me prometes si yo te hago este servicio?

-Que vamos a ser íntimos amigos. Yo no te voy a comer, por el contrario, voy a ser tu protector. Te veo muy enflaquecido. Te llevaré a un lugar donde hay mucho pasto y hermosa agua. Y ahí cambiarás vos completamente de figura. Te prometo que no te voy a comer. Ésa es mi palabra y la voy a cumplir.

El caballo creído le saca la piedra y una vez que el lión está libre le dice que sigan por la senda. Habían caminado ya un trecho largo, y le dice el lión al caballo.

-Mire, amigo, yo estoy muy cansado, me duele mucho la mano. Descansemos un poco. Yo tengo un hambre que ya me muero y he pensado que no hay más remedio que comerte.

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Cuando dice eso, el caballo le dice:

-Y ¿cómo? ¿Eso es lo que vos me prometistes? ¡Qué palabra falsa! ¿no?

Cuando están discutiendo, en eso, lo que el lión había prometido, aparece un zorro. Le dice el caballo al lión:

-Mirá, allá va un zorro. Yo creo que este señor es juez. Lo vamos a llamar para que diga si hay o no razón para que me comas.

Lo hablan al zorro, llegan a donde está y cuál será la sospresa cuando les dice:

-¿Qué necesitan de mí? Yo soy el zorro juez.

Entonces el caballo le dice:

-Mire, señor juez, el señor Lión estaba en una situación crítica cuando yo atravieso a pasar por el sendero. Me llama para que le desaprete la mano, la mano que la tenía apretada por una peña enorme, que ya se moría. Hacía dos días que estaba ahí y ahora me quiere comer. Usté dirá si esto es justo.

El zorro le dice:

-Yo, para dar ese fallo, en el asunto de ustedes, tendremos que volver a ir al lugar del hecho.

Se volvieron, obedeciendolé la orden al señor juez. Llegaron al lugar donde estaba, y le dice:

-Bueno, ponga la mano. Usté, apretelé con la piedra.

Una vez que estuvo apretado, le dice.

-Bueno, la condena es que vos tienes que morirte ahí apretado por ser falso de palabra.

La consecuencia es que cuando se promete una cosa, aunque sea de valor, y cueste lo que cueste, hay que cumplirla.

Samuel Zavala, 65 años. La Carolina. Pringles. San Luis, 1969.

El narrador, maestro jubilado, nativo de la región, oyó este cuento hace varios años a Bonifacia Salinas, nacida en La Carolina, de donde nunca salió.



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