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1014. La carta

LA RIOJA

Éste que era un padre que tenía tres hijos. Cuando ya fueron grandes le dijo el primero:

-Padre, echemé la bendición para irme a rodar tierra.

El padre no quiso, y el niño le pidió de nuevo hasta que por fin le dio y se fue.

Llegó a una casita donde alojaban todos los viajeros. Allí trabajó con el viejito dueño de casa para ganar algo y al irse le dijo al viejo que le arregle la cuenta que ya se iba. El viejito le contestó que si quería un Dios se lo pague o el dinero. Y el muchacho que quería la plata. Le pagó y siguió su camino y al llegar a la ciudad murió.

Después de un tiempo el segundo hijo le dijo al padre que le dé la bendición para irse a rodar tierra. Pasó lo mismo que con el primero y murió.

Al tiempo le dice el tercer hijo, que también se iba, aunque el padre ya quedaba solo, pero le dejó ir.

Este niño llegó a la casita. Allí trabajó un buen tiempo. Un día lo mandó el viejito que ensille un burrito y se vaya a dejar una carta a su madre, que se llamaba María y que vivía muy lejos. El niño no la conocía, pero el viejito le enseñó el camino que tenía que seguir. Además le dijo que cuando encuentre algún río de agua colorada, el burrito secará el agua y pasará, y así fue.

Encontró en el camino un gran río cristalino y el burrito dobló la rodilla y el agua se secó. Más allá encontró otro río con   —217→   agua colorada, el burrito lo secó. Y luego encontró otro con agua blanca y también se secó. Después llegó a unos árboles donde estaban dos hombres colgados de la lengua y dandosé uno contra el otro y el niño pasó por me dio de ellos. Llegó más allá donde estaban dos peñas golpeandosé una contra la otra. Las miró y pasó.

Más allá encontró un ganado flaco y lleno de piojos, pastando en un alfalfar florido, y otro potrero con ganado gordo en el suelo seco, sin tener qué comer. Llegó por fin a la casita. Entregó la carta y la señora, después que descansó y durmió un rato el niño, le dijo que se vaya con el contesto. Había dormido muchos años.

El niño se fue y al llegar le contó al viejito todo lo que había visto en el camino y él le dijo lo que contenía todo lo que el niño vio.

-El agua clara son las lágrimas que derramó tu madre por vos; el agua colorada es la sangre que derramó tu madre por vos; los hombres son tus hermanos que murieron y fueron malos hermanos. Las peñas son dos malas comadres. El ganado flaco son los ricos que gozan en esta vida y por sus injusticias padecen en la otra. El ganado gordo son los pobres que sufren en esta vida para gozar en la gloria. El niño quería seguir ya su camino. Le pidió al viejito que le arregle y éste le preguntó si quería la plata o un Dios se lo pague para que lo ayude. Él dijo que quería un Dios se lo pague que vale más que la plata. El viejito sacó una cajita de virtú y le dio, y le dijo que cada vez que la abra saque de ella un solo real. La recibió y siguió su camino, después de pedirle su bendición.

Andó un poco y empezó a sentir música y cantos en el aire. Se paraba y miraba a cada rato, pero no podía ver nada. En seguida se vio rodeado de ángeles que lo invitaban al cielo. Él aceptó y lo llevaron en cuerpo y alma, porque había mandado el viejito, que había sido el mismo Dios, y la señora, a la que mandó la carta había sido María Santísima.

Jesús V. de Bruna, 75 años. Guandacol. General Lavalle. La Rioja, 1950.

No es común esta forma esquemática de narrar. Sólo se hace en circunstancias muy particulares.



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1015. Los tres hermanos

LA RIOJA

Éste que era un señor con una señora, que tenían tres hijos, dos mayores y el shulco. Los dos mayores dijeron que se iban a trabajar. Entón el padre y la madre que le dicen a cada uno:

-¿Qué te vas a ir a hacer?, quedate.

Pero los otros se fueron no más. Al tiempo el shulco que le dice a la madre, que él también se va. Entó que le dice la madre:

-¡Oh, qué te vas a ir a hacer! ¡Sos muy chico!

Y al shulco se le 'bía puesto que se va a ir no más a trabajar. Se fue. Bueno, entón que 'bían quedau los dos viejitos solos.

Bueno, en fin, que el shulco después que 'bía andau un trecho, y que vio un caminito borrau, borrau, y por el otro camino que los encuentra a los dos hermanos mayores que venían volviendo ya. Entón que les dice a los hermanos que qué tal les ha ido. Entón que los hermanos le contestaron que bien. Bueno, entón que el shulco dice:

-Yo voy a ir por este caminito borrau.

Bueno, y que si 'bía ido. Que 'bía ido y que llega a la casa de un señor que le pregunta pa dónde se va. Entón que le dice el shulco que se va a buscar trabajo.

-Bueno -que le dice el señor- yo no más le vuá dar trabajo. Aquí no más puede trabajar.

Esa casa 'bía sido también la que estuvieron los otros dos hermanos.

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-Usté mañana va a ensillar su burrito y se va a llevar esas vacas a una parte que coman bien, las vacas -que le dice.

Y así que hizo todos los días. En la mañana llevaba las vacas y a la tarde al dentrarse el sol las traía y las dejaba en el corral.

Cuando ya ha trabajau un tiempo, el shulco, que le dice al patrón que ya se iba a venir a la casa. Entonces que le dice el patrón:

-Antes me va a llevar esta carta hasta donde se hinque el burrito. Áhi entregue la cartita y pegue la vuelta sin darse vuelta ni mirar pa'trás. Bueno -que le dice el patrón- no vayas a tener miedo. Primero va a encontrar un río de leche, después un río de sangre. Pase, no vaya a tener miedo -que le dice-. Después se va a dar con río de agua. Más allá va a ver unos potreros, el pasto tamaño de alto y las vacas por morirse de flacas. Más allá unos potreros pelaus, pelaus, pero unas vacas gordas, gordas. Más allá va a ver unas piedras dandosé unas con otras, y después usté va a seguir -que le dice- hasta que llegue adonde tiene que dejar la cartita.

Bueno, al otro día, que le dice al shulco, cuando éste había ensillau su burrito:

-Va a llevar esta varita que tiene la virtú y cuando quera pasar los ríos, usté diga: Varita, por la virtú que Dios te ha dau que ni las patitas se me le mojen al burrito, y así -que le dice- va a seguir no más.

Bueno, entón, que se 'bía ido el shulco. Y primero que encontró al río de leche, después al río de sangre, después al río de agua, que los pasaba muy bien por la varita que llevaba. Después que se encontró con los potreros, después con las piedras, después con las peñas y que él seguía no más, hasta que llegó a un lugar donde había un ranchito, y el burrito se hincó. Tiró la cartita el shulco y pegó la vuelta sin darse vuelta pa atrás, por más que le gritaban que se vuelva. En fin, que 'bía llegau el shulco a la casa del patrón y que entonces el patrón le preguntó qué había visto, y el shulco que le dice que primero encontró el río de leche, después el río de sangre, después el río de agua, más allá los potreros que 'bía dicho, más allá las piedras y las peñas dandosé una con otras. Entó que le dice el patrón que esos potreros   —220→   con pasto, eran de los ricos, los potreros pelaus -que le dice- eran de los pobres, las piedras, que le dice:

-Ésos son los malos compadres. Las peñas dandosé unas con otra -que le dice- esas son las malas comadres. Bueno -entón que le dice-, ¿y ahora qué quiere?

Y el shulco que dice que ya se quiere ir pa la casa d'él.

-¿Y qué quere -que le dice el patrón- la plata o la dicha?

Y el shulco que le dice:

-Para qué quero la plata, déme la dicha.

-Bueno -que le dice-, le vuá dar esta varillita de la virtú pa que le pida lo que usté quera, y esto, y esto -que eran unas botas y un sombrero. Y que le dice que cuando se ponga las botas va a correr más que el viento, y cuando se ponga el sombrero no lo va a ver naide.

Bueno que le'bía dáu todu eso y se fue el shulco y llegó a la casa y allá, en fin, cuando ha llegáu, que le preguntan los viejitos y los otros hermanos si cómo le había ido, y el shulco que le dice que bien. Pero como los otros hermanos habían llevau plata, y este otro no, la 'bían recibío muy desacordados. Bueno, entón fue a la hora de cenar, el shulco fue, saca la varillita de la virtú y le dice:

-Varillita, por la virtú que Dios te ha dau, que se ponga la mesa con toda clase de comida.

Bueno, así que 'bía sido. En esto que se dijo, ya estaba la mesa tendida y servida de un todo. En fin, que ya los viejitos que dicen:

-No, no, po, el shulco trae la virtú y la dicha y eso es mejor que la plata.

Que 'bían como hasta llenarse.

Bueno, de ver eso, los hermanos, viendo que después los viejitos no los atendieron bien y entón que los hermanos se despidieron de los viejitos y se fueron y quedaron los viejitos con el shulco. Bueno, por esto 'bía sido que el patrón que 'bía tenido el shulco, 'bía síu Dios, que le dio la dicha y la virtú.

Y pasó por un zapatito roto, pa que usté me cuente otro.

Napoleón Castro, 63 años. El Zapallar. General Lavalle. La Rioja, 1950.



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1016. Los avarientos

El camino del cielo


SAN JUAN

Había una vez una familia muy pobre, que tenía tres hijos. Uno se llamaba Juan, otro Pedro y otro Pablo. Un día el mayor, que era Pablo, le dijo a su padre que se iba a rodar tierra y ganarse la vida. Lo despidieron y se jue.

El muchacho anduvo mucho, se jue muy lejos, hasta que llegó a la casa di un viejito. Áhi pidió trabajo y el viejito le dijo que sí, que tenía trabajo, que tenía que cuidar unas ovejitas. Así lo hizo, pero un día le dijo que le tenía que llevar una carta. Que por el camino tenía que pasar tres ríos, el primero de agua, el segundo de leche y el tercero de sangre; que después iba a pasar por dos cerros que están peleando; que después iba a llegar a una casa con ventanas verdes, qui áhi golpiara, que saldría una señora a la que le tenía que entregar la carta. Le dijo que eligiera un caballo de los que estaban en el corral y se juera.

El muchacho eligió el caballo que le pareció mejor y siguió viaje. Cuando llegó al río di agua tuvo miedo de pasarlo, rompió la carta y la tiró. Se volvió, y cuando llegó le mintió al viejito que había visto todo lo que él dijo, y que había entregado la carta. Entonces el viejito le dijo:

-Qué querés que te pague, ¿una bolsa de plata o un Dios te lo pague?

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-Una bolsa de plata, claro. ¿Qué voy a hacer con un Dios te lo pague? -le contestó.

Cargó la bolsa de plata y se jue a su casa. Al verlo el padre salió a recibirlo. El muchacho le dijo que bajara la bolsa de plata, pero cuál no sería su sorpresa cuando la vació y vio que era carbón, en vez de plata.

Pedro, entonces, dice que él se va a rodar tierras, pensando que le iría mejor que a su hermano. Se despidió y se jue.

Caminando día y noche, llega a la casa del mismo viejito y pide trabajo. El viejito le dice que necesita un pión para llevar una carta. Pedro aceta. El viejito le esplica como al otro hermano lo que va a encontrar en el camino, los tres ríos que tiene que pasar, los cerros que 'tan peliando y la casa ande 'tá la señora que va a recibir la carta. Le dice que no tenga miedo. Le hace elegir en el corral el caballo pal viaje. El muchacho elige en el corral el caballo que le parece más lindo y se va.

Después de haber caminado bastante, se encuentra con el río di agua. Le da miedo porque le parece que se va a augar, pero al fin lo pasa. Sigue otro trecho y se encuentra con el río de leche. Áhi ya no si anima a pasar, tira la carta y se vuelve.

Llega a la casa del viejito y le miente, como el otro humano, que ha cumplido con entregar la carta. Entonces el viejito le dice qué le tiene que pagar, y le pregunta qué prefiere, si una bolsa de plata o un Dios te lo pague. El muchacho se puso a reír y le dice:

-Pero, señor, ¿qué puedo hacer con un Dios te lo pague? Déme plata, que necesito mucha.

El viejito le dio una bolsa llena de plata y el muchacho la cargó y se jue muy contento a su casa.

Cuando llegó, el muchacho les dijo a los padres que traía mucha plata para que jueran ricos. Áhi abrió la bolsa y cayó una bolsada de carbón. Todos se quedaron muy sorprendidos y se dieron cuenta que eso tenía que ser un castigo.

Entonces, el hermano más chico, Juan, resolvió irse él a rodar tierra para trabajar y ayudar a los padres. Se despidió, salió de viaje. Después de haber andado mucho llegó también a la   —223→   casa del viejito y pidió trabajo. Le dijo como a los otros que la conchababa pa que llevara una carta. Le dijo que eligiera el caballo en el corral, le esplicó bien el cruce de los ríos y los cerros, y cómo era la casa con ventanas verdes ande 'taba la señora que tenía que recibir la carta.

Juan eligió un caballito más bien flaco, pero que le pareció resistente. Salió a la madrugada. Llegó al río di agua, se armó de valor y lo cruzó. Siguió y llegó al río de leche, se armó de valor y lo cruzó. Siguió el viaje, llegó al río de sangre que lo impresionó mucho, pero se armó de más valor y lo cruzó. Más adelante encuentra los dos cerros que se estaban golpeando, apura el caballito y pasa como una luz para que no lo aplasten. Llega al fin a la casa con ventanas verdes. Sale la señora, le entrega la carta y le da la contestación. Descansa un ratito y se vuelve. Se volvió por el mismo camino, pero ya no encontró ni los ríos ni los cerros, pero encontró unos animales flacos en un rastrojo115 lleno de pasto; en otra parte unos animales gordos en un rastrojo lleno de piedras, y en la mitá del camino vio a dos personas colgadas de la lengua. Juan miraba todo en silencio y apuraba el caballito pa llegar pronto a la casa.

Cuando Juan volvió, le dio al viejito la contestación de la carta y le esplicó todo lo que había visto. Entonces el viejito le esplicó que los animales flacos en el rastrojo lleno de pasto eran los ricos avarientos; que los animales gordos en el rastrojo con piedras eran los pobres honrados y trabajadores; que los cerros que se golpeaban eran las comadres desunidas, que no saben respetar las obligaciones del sacramento, y que los colgados de la lengua eran sus hermanos mentirosos. Que el río de agua cristalina eran las lágrimas de los que sufren; que el río de leche era la leche purísima de la Virgen y que el río de sangre era la sangre de Jesucristo que derramó por nuestras culpas; que la casa a la que jue era la casa de la Virgen, y que la señora que lo atendió era la Virgen. Y que en ésa había descansado varios años. Juan escuchaba asombrado todo lo que le decía el viejito, que era Dios. Entonces le preguntó que cómo quería que le pagara, si con una bolsa de plata o un Dios te lo pague. Entonces   —224→   el muchacho le dijo que prefería un Dios te lo pague, que dura siempre y no una bolsa de plata, porque se acababa. Entonces Dios le dio una varita de virtú para que le pidiera lo que quiera.

Juan le pidió a la varita de todas las cosas que podían necesitar los viejitos y llegó cargado con este bastimento. Los viejitos se pusieron muy contentos con tantas cosas que traía el hijo y vieron qui había trabajado y había cumplido, por eso Dios lo había ayudado.

Isabel Bernard, 24 años. Media Agua. Sarmiento. San Juan, 1953.

Lugareña semiculta. Muy buena narradora.



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1017. Nuestra Madre

SAN LUIS

Era un padre que tenía tres hijos. Un día que le dice el hijo mayor:

-Vea, padre, voy a salir a rodar tierra.

-Bueno, amigo -que le dice.

Se jue éste.

Llegó una tarde a la casa de un viejito. Que le dice:

-Buenas tardes, tata viejo.

-Buenas tardes, hijo -que le dice el viejito-. ¿No sabe quién ocupará un pión?

-Yo ocupo -que le dice el viejito.

-Bajesé no más, pase para acá.

Luego di un rato que 'taban conversando, que le dice:

-Dígame, señor, ¿para qué será el trabajo?

Que le dice:

-Para que le lleve una carta a Nuestra Madre.

En la noche, después de que cenaron y todo, que le dice el viejo:

-Mire, hijo, mañana temprano se va a ir al corral y se va a agarrar un caballo que tengo áhi, y se va a venir para acá, para que lleve una carta que tengo, para Nuestra Madre.

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Al otro día temprano, se va el mozo éste, y en el corral nu había más di un burro y el patrón li había dicho un caballo. Y va, y vino otra vez de vuelta ande 'taba el viejito, y que le dice:

-Vea, señor, nu hay ningún caballo. Áhi nu hay más di un burro.

Y que le dice el patrón:

-Y ése es el caballo.

Se volvió el mozo otra vez y jue y lu agarró al burro y lo trajo.

Cuando ya 'taba listo para salir, le dio la carta y le indicó cómo tenía que ir. Y le dijo:

-Vea, acá, al poco ir, va a encontrar unos hachadores. Lo van a llamar, pero usté no les haga caso. Si lo queren atajar, usté peguelé un azote al burro, que no lo van a ver más.

Bueno... Se jue. Al poco andar encontró a los hachadores que 'taban al lado del camino. Lo llamaban en toda forma:

-Vení, che, conversemos. Vení -y él no les hacía caso.

Entonce le dio un azote al burrito, y ¡qué!, ni el polvo le vieron.

Más allá donde va, encuentra un río clarito, crecido, que venía echando olas. Que dice éste, cuando lo vio:

-Pero, ¡cómo hago para pasar! Seguro que acá me voy a augar.

Y pensó un rato a la par del río, y que dice:

-Qué sabe el viejo zonzo lo que yo hago -y sacó la carta, la tiró al agua y se volvió.

Lo que vino, encontró los hachadores y hizo lo mismo, lo llamaron, y él no se paró. Y vino a la casa del viejito, del patrón. Cuando llegó, sale el viejito y que le dice:

-¿Cómo le ha ido?

-Bien -que le dice.

-¿Le llevó la carta a Nuestra Madre?

-Sí.

-¿No le dijo nada?

-No -que le dice-, no me dijo nada.

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-Bueno -que le dice el viejito-, ahora ya no necesito más pión. Es el único trabajo que tenía. Así que ahora le voy a pagar. ¿Qué quiere más de pago, un medio, o un crucifico116, o un almú de plata?

Que dice el joven:

Qué voy hacer con un medio o con un crucifico. Déme un almú de plata.

Le dio el almú de plata.

-A este almú de plata lo lleva y lo echa en una caja más grande. Después de un año, usté lo puede abrir y va a tener más plata.

-Bueno -le dice-, al almú de plata lo voy a llevar a la casa de mis padres.

Se despidió, y se fue.

-¿Cómo te ha ido? -le dicen cuando llega a la casa.

-Mi hi ganáu un almú de plata. Me van a preparar una caja grande para guardarlo.

Le prepararon una caja y áhi echó el almú de plata.

Al otro día, que dice el segundo hijo:

-Vea, padre, yo también me voy a rodar tierra.

Consiguió el permiso y se jue.

Llegó a la casa del mismo viejito que había ido el otro hermano. Llegó y lo recibió igual que al otro.

-Buenas tardes, tata viejo.

-Buenas tardes, hijo.

-¿No sabe quién puede ocupar un pión?

-Yo ocupo. Desensille y pase para adentro.

-¿Para qué será el trabajo?

-Para llevar una carta a Nuestra Madre. Mañana temprano se va ir a buscar un caballo, que está en el corral.

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Al otro día temprano se va y no ve ningún caballo en el corral. Sólo había un burro. Se volvió, no lo agarró nada, y le dice al viejito:

-Señor, no hay ningún caballo en el corral; hay un burro.

-Y ése es el caballo -le dice.

Se jue y lo trajo al burro. Entonce le dio la carta y le dio las señas ande tenía que ir.

-Tome esta carta -le dice-. Se la va llevar a Nuestra Madre. Acá cerca va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté no les haga caso. Peguelé al burro, y siga.

Se jue el mozo. Al poco andar encontró los hachadores. Lo llamaron:

-Venga, venga, vamos a conversar.

Lo quisieron atajar. Él le pegó al burro, y siguió.

Después de caminar un rato encontró un río. Venía echando olas de crecido que venía. Que dice el joven éste:

-¡Cómo paso! Acá me voy a augar. Qué sabe el viejo zonzo éste lo que yo hago. Yo tiro la carta y me vuelvo.

Tiró la carta y se volvió. Cuando volvió, encontró los hachadores y pasó. Llegó y le preguntó el viejito:

-¿Cómo te ha ido?

-Bien, señor.

-¿Le llevaste la carta a Nuestra Madre?

-Sí, señor.

-¿No te ha dicho nada?

-Nada, señor.

-Bueno, ahora te voy a pagar. Ya no necesito más servicio. ¿Qué querís más, un medio, un crucifico, o un almú de plata?

-Qué voy hacer con un medio o con un crucifico. Deme un almú de plata.

Le dio el almú de plata y le dijo que lo ponga en una caja grande y la guarde un año para que se aumente.

Bueno, se jue. Llegó a la casa y le dijo a los padres que le había ido muy bien. Pidió la caja grande y guardó el almú de plata.

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Bueno, al otro día le dice el hijo menor a los padres:

-Yo también quiero ir a rodar tierra.

Y se jué el hermano menor. Llegó a la casa del viejito. Llegó y lo saludó y le preguntó si no necesitaba un pión.

-Yo ocupo -le dijo el viejito, y lo contrató para que hiciera ese trabajo. Y le dijo:

-Mañana se va a ir al corral. Va a ir agarrar un caballo y lo trái.

Bueno, al otro día temprano se jue al corral. No había ningún caballo, nada más que un burro. Y que dice:

-Esti hay ser el caballo.

Lo agarró, lo trajo. Y el viejito le dio señas ande tenía que ir. Y le dijo:

-Tome esta carta. La va a llevar a Nuestra Madre. Cuando salga, cerca no más, va a encontrar unos hachadores y lo van a llamar. Usté siga. Peguelé al burro, y pase.

Se jue. Cuando caminó un trecho, encontró a los hachadores. No les hizo juicio. Le pegó un azote al burro y siguió.

Después llega al río de agua cristalina. Se paró. Que estuvo un rato, y dice:

-¡Cómo pasaré!

No hallaba cómo hacer para pasar. Y después dijo:

-¡Obra sea de Dios! Abríte río, que voy a pasar aunque sea nadando.

Se abrió el río y pasó. Más allá encuentra un río de leche, muy crecido. Y que se vuelve a parar, y que dice:

-¡Cómo paso! Me salvé del otro, pero de éste no me salvo. Obra 'e Dios, abríte río.

Se abrió el río. Pasó. Más allá encuentra un río de sangre, crecidísimo. Y él vuelve a pensar que si ha salvau de los otros, pero no se salva de éste. Pero volvió a decir:

-¡Obra 'e Dios! Abríte río.

Se abrió el río y pasó. Siguió marchando.

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Más allá, en lo que va, encontró unos pastizales hermosos. Y en esos pastizales había ovejas que estaban flacas, flacas, muy flacas.

Él miró, y pasó no más. Más allá encontró, en unos peladares117 inmensos, que no había nada de pasto, ovejas que estaban gordas, gordas, muy gordas.

Él miró y pasó. Más allá encontró dos piedras, una de un lado y la otra del otro lado del camino, que se estaban chocando a cada momento, por donde tenía que pasar él. Entonces, dice él:

-¡Cómo paso! Ahora me van a matar estas piedras.

Esperó un rato, y cuando se retiraron, le pegó un azote al burro y pasó muy rápido. Casi lu agarran las piedras. Siguió no más. Lo que va más allá, ve dos que están colgados de la lengua, uno a una orilla del camino y el otro a la otra orilla. Y cada uno tenía un tizón de fuego. Venían y chocaban con los tizones de fuego. Él llegó y se paró a pensar cómo podía hacer para pasar. Y áhi le pegó un azote al burro, y pasó rápidamente. Casi le pegan unos tizonazos. Siguió viaje.

Al poco andar agarró la fragancia de una flor muy aromática, que encantaba. Entonces él siguió por el aroma de la flor. Fue, fue, fue, hasta que llegó a la misma flor, y llegó a unas casas, como un palacio. Bueno, llegó áhi y pensó que ésa era la casa de Nuestra Madre. Salió una viejita. Y él le preguntó:

-Digamé, ¿dónde será la casa de Nuestra Madre?

Que le dice ella:

-Aquí es. Yo soy Nuestra Madre.

-Acá le traigo una carta que le ha mandado mi patrón. Bueno. Le dio la carta.

-Hijo, pasá -que le dice-. Vení, hijo, descansá, y te voy a espulgar.

Bueno, se puso a espulgarlo al joven éste, y se quedó dormido. Y durmió un año en la falda de Nuestra Madre, pero él creía que había dormido un día. Cuando despertó, que le dice ella:

-Hijo, váyase. Llevemé esta carta para su patrón.

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Se despidió, y se fue.

Cuando volvió, encontró las mismas cosas que a la ida y pudo pasar por todas las piedras, el peladar, el campo de pastizal hermoso, los colgados, los ríos. Y vino ande 'taba el viejito.

Y él le preguntó:

-¿Cómo te ha ido?

-Muy bien. Nuestra Madre le manda esta carta.

La agarró y la llevó.

-¿Cuándo llegaste allá?

-Ese día no más, a la tarde, al dentro 'el sol.

-¿Y cuándo te viniste?

-Me vine al otro día.

-No, que le dice.

-Vos has dormido un año -que le dice.

-Puede ser. A mí me parece qui hi estau un día.

-Decime, ¿quí has encontráu por allí, lo qui has ido?

-Cuando salí encontrí unos hachadores. Áhi me llamaban y yo no les hice caso. Me llamaban, me insultaban y me querían atajar para que hable con ellos.

-¡Ah! -que dice-, ésos son los malos entretenidos. No trabajan ellos ni dejan trabajar a los demás.

-Más allá encontré un río de agua clarita. Venía crecido. Y yo le dije, abrite río, y se abrió el río, y pasé.

-¡Ah!, esas son las lágrimas que han derramado nuestras madres por nosotros.

-Más allá encontré un río de leche, bien crecido. Yo le dije abrite, y se abrió, y yo pasé.

-Ésa es la leche que ha derramau nuestra madre por nosotros.

-Más allá encontré un río de sangre, muy crecido. Le dije que se abriera, y me dejó pasar.

-¡Ah!, ésa es la sangre que nuestra madre ha derramado por nosotros.

-Más allá vide que en un pastizal hermoso había unas ovejas, ¡ve!, que 'taban cayendosé de flacas.

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-¡Ah! -que le dice- ésos son los ricos miserables, que no comen por horrar118, y por eso se ven en ese estado.

-Más allá vide en un peladar, que no había una planta de pasto, unas ovejas que 'taban invernadas de gordas.

-¡Ah! -que le dice-, ésos son los pobres que no horran y comen, por eso están bien. Los pobres avenidos.

-Más allá encontré, en el camino, que había dos piedras, y venían y se chocaban al medio, y casi me apretan.

-¡Ah!, ésas son las malas comadres, que viven peliando toda la vida.

-Más allá encontré dos colgados de la lengua, con un tizón de fuego, y que chocaban.

-¡Ah! -que le dice-, ésos son tus hermanos, que vinieron y me engañaron, y por eso 'tán condenáus. Me engañaban que llevaban la carta y no la llevaban nada.

-Y más allá tomé la fragancia de una flor y llegué a la casa que iba. Y salió una viejita, y le di la carta. Y yo me quedé dormido en su falda y ella me espulgó mientras dormía.

-Esa señora es la Virgen. Y vos has dormido un año. Y yo soy Dios.

Muy bien, ahora te voy a pagar. ¿Y qué más querís, un medio, un crucifico, o un almú de plata?

Y que él, que dice:

-¿Qué voy hacer con un almú de plata? El medio y el crucifico me van a quedar de recuerdo. Los voy a tener siempre, mientra que la plata se gasta. Déme el medio y el crucifico.

Bueno, se los dio, y le dijo:

-Cuando te vas a tu casa, que te den una caja grande para que guardes el medio y el crucifico. Y cuando tus hermanos abran las cajas al año, vos también abrís la tuya, para ver quén tiene más plata.

Y se jue. Cuando llegó ande 'taban los padres, le preguntaron cómo le jue, y si ha ganado algo.

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Él le dijo que eso no más había ganado, un medio y un crucifico, y que le den una caja grande para guardarlos un año. Echó el medio y el crucifico en la caja, y la cerró. Los hermanos se reían y lo burlaban.

-Pero, sos zonzo -le decían-. ¿Para qué querís eso? Nosotros himos recibido mucha plata. Con esto vamos a comer toda la vida y vos te vas a morir de pobre.

Ya se llegó el tiempo que tenían que sacar la plata. Al año más u menos, dispusieron de sacarla a ver quén tenía más plata. Abrió la caja el mayor y estaba llena de carbón. Abrió el del medio, y también estaba llena de carbón. Abrió el menor, y estaba, ¡ve!, volcandosé de plata. Entonce los otros quedaron muy tristes y el padre se enojó con ellos, porque el menor le contó cómo había visto y hecho todo. Y el padre se enojó y los echó de la casa. Y el hijo menor quedó, y ellos se jueron a aprender a ser güenos.

Y el cuento se terminó.

Juan Lucero, 67 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.

Un gran narrador.



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1018. El camino del cielo

SAN LUIS

Había una vez, en el campo, un matrimonio de viejitos que tenían tres hijos. Eran muy pobres, pasaban muchas necesidades, y muchos días no tenían qué darles de comer a los hijos. Un día, el hijo mayor le dice a la viejita:

-Mama, echemé la bendición, que me voy a ir a rodar tierra y a buscar trabajo.

Y la viejita, entonce, muy triste, le dice al hijo:

-M' hijo, ¿ánde vas a ir vos, tan flojo, que podáis trabajar? Es mejor que te quedís acá. Dios los ha de ayudar para mejorar de suerte.

-No mama -le contestó el hijo con mal modo.

Y desobedeció su consejo y trajo su burrito. Lo ensilló y le dijo a la madre:

-Yo me voy, no más. Déme un pedazo de torta para comer puel119 camino.

La madre le hizo unas tortas y unos quesillos y se los acomodó en las alforjas. El muchacho se jue.

Caminó, caminó, caminó... Y al cabo de tanto camino, por unos montes muy espesos, le salió un viejito di adentro del monte y le dice:

-Güenos días, m'hijito.

  —235→  

-Güenos días, señor -le dice el muchacho.

-¿No tenís algo que me dís? ¿Un poquito de algo para comer?

-No tengo nada -le dijo el muchacho de mala gana, por que era mal criau.

-Y eso que lleváis en las alforjas, ¿qué es?

-Mierda, llevo -le dice el muchacho zafau120.

-Que mierda se ti haga todo lo que tengáis -le contestó el viejito y pasó.

Siguió el camino el muchacho y llegó a la casa de un señor muy rico. Se allegó, saludó y pidió trabajo. Le dijeron que necesitaban un muchacho para mandar. Ya salió el señor y le dijo:

-Quedate, hijito, si querís trabajar.

El muchacho le contestó de mala manera:

-¡Cómo no voy a querer, si a eso hí salíu!

-Bueno -le dice el señor-, mañana te van a entregar siete ovejitas. Las ovejitas van a seguir solitas. Vos la tenís que seguir. No te tenís que asustar de ningún peligro. Pase lo que pase, seguí siempre de atrás de las ovejitas. Ande ellas se paren, áhi te tenís que parar vos. Después que sigan el camino que tienen que seguir, van a llegar a la casa de una señora. A esa señora le tenís que entregar esta carta. Ella te va a dar el contesto, y vos me lo traís.

Le dio las güenas noches, y se jueron a dormir. Al otro día muy tempranito, le entregaron al muchacho las siete ovejitas, y el siguió di atrás. Después que anduvieron un largo camino, llegaron a un río de aguas cristalinas. Llenito venía el río, de oría a oría, rebalsaba121 el agua. Las ovejitas llegaron y áhi no más entraron y empezaron a cruzar el río. El muchacho se paró en la oría, muerto de miedo de ver tanta agua. No se animaba a meterse. Las ovejitas seguían pasando y apenas se les mojaban las pezuñitas. Él creyó que s'iba a augar, y se volvió. Las ovejitas pasaron y se perdieron de vista.

  —236→  

Bué... Ya llegó el muchacho de vuelta a la casa del señor, y el señor le dice:

-Güeno, hijo, ¿cómo te ha ido?

-Y mal señor. Me tuve que volver porque me encontrí con un río muy crecido. Si lo paso mi augo. Yo no sé cómo pasaron las ovejitas, sería lo que son livianitas. Tome la carta. Y le entregó la carta que era pa la señora.

-Güeno, mi amigo, si no se animó, ¡qué le vamos a hacer! Le voy a pagar lo mismo. Viamos, ¿qué querís que te dé de sueldo, un Dios te lo pague o un almú de plata?

Y el muchacho que era muy interesado le dice:

-¿Qué voy a hacer, señor, con un Dios te lo pague? Déme no más un almú de plata, que se lo voy a llevar a mis padres, que son muy pobres.

Bue... Ya el señor dio la orden que llenen las alforjas, al muchacho, con un almú de plata. Y se jue el muchacho recontentísimo.

Vamos a la casa de los viejitos. Un día la viejita 'taba llorando y decía:

-¿Qué habrá sido de m'hijo, tan desobediente, tan flojito y tan mal criau? ¿Qué será d'él, que no ha güelto?

Entonce le dice el segundo:

-No llore, mamita, yo voy a ir a buscarlo y a buscar trabajo. Así no vamos a pasar tantas necesidades.

-Pero m'hijito, ¡qué te váis a ir si vos sois también tan flojo? ¿Te irás a perder, hijito, como el otro?

El segundo hijo, que también era desobediente y flojo como el otro, se jue no más. La viejita le preparó unas tortas y unas rosquillas, y se las acomodó en las alforjas. El muchacho ensilló su burro, pidió la bendición a los padres y se jue...

El segundo hermano, después de andar mucho, se topó con el mismo viejito que pedía limosna. Se saludaron:

-Güenos días, m'hijito.

-Güenos días, señor.

-¿No tenís algo que me dís un chiquito pa comer? Hace varios días que no pruebo bocado.

  —237→  

-No tengo nada -le dice el muchacho, de mala manera, fastidiado con el pobre.

-¿Y eso que lleváis en las alforjas qué és?

-Mierda es eso que llevo -le contestó el muchacho, y chicotió122 el burro pa seguir.

-Que mierda se te haga lo que llevás áhi -le dijo el viejito, siguiendo también.

Anduvo un largo camino, y jue y llegó, como el otro hermano, a las casas lindas del mismo señor. Se allegó y saludó y preguntó si tenían trabajo. Le dijieron que pase, que 'taban necesitando un pión pa mandar. Ya lo vio el señor y le dijo que el trabajo que él tenía era el de llevar una carta a una señora, al otro día muy tempranito. Le dijo al muchacho lo mismo que al otro, que tenía que seguir di atrás de las ovejitas, pasar cuando pasaran ellas, y no tenía que asustarse de ninguna cosa que viera y entregar la carta a una señora de hábito negro y volver.

El muchacho dijo que güeno, pero, como era flojón, no tenía muchas ganas de molestarse, pero qué iba a hacer, no tenía más remedio que trabajar.

Al otro día de madrugada le entregaron las siete ovejitas y en cuantito agarró el camino la tropillita, él siguió di atrás. Anduvieron y llegaron a un gran río de aguas cristalinas. Muy profundo se vía el río y llenito venía, se rebalsaba de oría a oría. Creyó el muchacho que las ovejitas s'iban a parar, pero pasaron no más. Aquí me voy a augar, pensó el muchacho. Yo no m'hi conchabáu pa esto. Y áhi no más pegó la güelta. Las ovejitas apenas se mojaban las pezuñitas, y pasaron como si nada juera.

Volvió el muchacho y le contó al señor lo que le había pasado. Y el señor le dijo:

-Güeno, amigo, si ha síu tan flojo que no si ha animáu a pasar el río, ¡qué le vamos a hacer! ¿Qué quiere que le dé, un Dios te lo pague o un almú de plata?

  —238→  

Y entonce el muchacho, que era muy interesado, le dice:

-¿Y qué quiere que haga, señor, con un Dios te lo pague?; déme no más el almú de plata.

Bué... El señor lo despidió y el muchacho se jue muy contento, con las alforjas llenitas de plata.

En las casas, los viejitos 'taban enfermos de tanto llorar lo que los dos hijos no volvían. Pensaban que se hubieran perdido o que se hubieran muerto. Entonce, el hijo menor, le dijo a la viejita:

-No llore, mamita, yo voy a ir a saber ánde 'tán mis hermanos, y a trabajar pa tráile pan y todo lo que necesitan mis dos viejitos.

Y la viejita muy afligida le contestó:

-¡Ay, no m'hijito! ¡Ande se va a ir usté, tan chiquito! ¡Me le va a pasar algo! ¡Se va a perder, se me va a morir di hambre y de sé por áhi, o lo van a comer las fieras del campo!

Y el chico le pidió tanto a los viejitos que lo dejaran ir y que le echaran la bendición, que al fin cedieron. La viejita le preparó unas tortas y unos quesillos y se los puso en las alforjas, como a los otros hermanos. Los viejitos lloraban, porque él era el más güeno de los hijos; que los quería y atendía más, y lo iban a estrañar muchísimo. Pero era el más alentáu, y mejor mandáu, y más atencioso. Ellos pensaban que iba a tener mejor suerte, aunque era tan chico, que daba lástima verlo que se juera solito. Ensilló el único caballito que tenía, flaco y viejo. Bué... L'echaron la bendición los viejitos y se jue. Anduvo y anduvo y anduvo, y jue muy lejo. Llegó al camino aquél, ande sus hermanos encontraron al viejito que pedía una caridá, y él también lo encontró. Se saludaron:

-Güen día, hijito.

-Güen día, señor -contestó el chico, sacandosé el sombrerito, muy respetuoso.

-¿Tenís algo, hijito, que me dís, pa comer?

-Sí, tata viejo, tengo torta y quesillo, que me dio mi mamita cuando salí a rodar tierra.

  —239→  

Y el chico le dio al viejito todo lo que le quedaba de la torta y del quesillo que l'hizo la madre.

-Qué Dios te lo pague y te dé de todo en abundancia, y que te haga alentau y valiente p'andar por el campo y pa vencer todos los inconvenientes.

El chico, muy contento de lo que había hecho con el viejito que pedía limosna, siguió y siguió. Llegó a la casa grande ande vivía el señor rico, y llegó y lo hicieron pasar adelante. Saludó y pidió conchabo. Le dijieron que sí, que necesitaban un muchacho para un trabajo. Salió el señor, lo saludó y le dijo si se animaba a llevar una carta a una señora viuda, que vivía muy lejos.

-¡Cómo no señor! -le dijo el muchacho dispuesto a hacer lo que juera.

-Güeno, vas a seguir unas ovejitas que te van a entregar mañana tempranito, y tenís que pasar muchos peligros, hasta que lleguís ande 'tá la señora, y tenís que entregarle la carta. Sois tan chico que no sé si te vais a animar a hacer el encargue.

-Sí, señor, pierda cuidau, que yo sé trabajar y sé cumplir.

Bué... El muchacho mayor en ese tiempo, llegó a las casas de los padres. De lejo, no más, empezó a gritar:

-¡Abran las sábanas, mis padres, que traigo las alforjas llenas de plata! ¡Abran las sábanas, que traigo dos cargas de plata!

Ya salieron los viejitos corriendo y sacaron sus sabanitas y las abrieron en el patio, recontentos de que volvía el hijo y de que nu iban a ser más pobres. Y llegó el muchacho y abrazó los viejitos, y vació las alforjas. ¡Dios Santo y María Santísima!, mierda no más caiba, con un olor que no se podía más... Los viejitos s'enojaron muchísimo crendo que el hijo les faltaba, y l'echaron en la cara el atrevimiento. El muchacho si acordó de las palabras del viejito y se calló, y les contó lo que le había pasado, y se dieron cuenta qu'era un castigo de Dios.

El segundo hijo llegó unos días después. También venía gritando de lejos, no más:

-¡Abran las sábanas! ¡Abran las sábanas que traigo dos cargas de plata!

  —240→  

Los viejitos créidos, otra vez, abrieron las sabanitas en el patio. Estaban lo mismo muy contentos de que volviera el hijo traendo plata. Y llegó el muchacho y se apió, y abrazó a los viejitos, y ya vació también las alforjas. ¡Dios nos favorezca! Mierda no más cayó, otra vez. Más hedionda y más pior que l'otra. Los viejitos se enojaron más y quedaron muy resentidos con los hijos que les hacían esa farsa y eran tan malos. El hijo contó también, lo que le había pasáu, que era, ¡claro!, un castigo de Dios.

Vamos a ver qué hizo el menor. Tempranito al otro día, llegó, le entregaron las siete ovejitas. Él las siguió. Caminó, caminó, caminó... Ya llegaron al río crecido de aguas cristalinas. El chico vio que venía muy crecido, de oría a oría. Las ovejitas comenzaron a pasar. Cuando él vide eso, que los animalitos pasaban, tuvo vergüenza de ser cobarde y s'entró también. Las ovejitas apenas se mojaban las pezuñitas. Su caballito, también, apenas se mojaba los vasos. Ya cruzaron y siguieron. Más allá, encontraron un río, un río de leche. El muchacho se sosprendió mucho de esto, y tan grande era, que le dio miedo. Pero vido que las ovejitas pasaban, y él di atrás, haciendosé corajudo, pasó también. Apenas se mojaban las pezuñas de las ovejitas, y lo mesmo, apenas se mojaban los vasos del caballito. Y seguían andando. Más allá encontraron un río de sangre que rebalsaba de oría a oría, y se vía que era muy hondo. Le dio mucho miedo, pero las ovejitas pasaban y él pasó también, siempre de atrás. Apenas se manchaban las pezuñitas de las ovejitas y lo mesmo los vasos del caballo. Ya pasaron y siguieron. Más allá encontraron dos peñascos muy grandes que se chocaban, que se separaban y se juntaban, y saltaban chispas. El muchacho pensó qui áhi s'iban a aplastar. Llegaron las ovejitas y cuando se abrieron las piedras, pasaron, y él áhi no más pasó con ellas. Por un chiquito no lu agarran las peñas, lo que se volvieron a juntar. Siguieron. Las ovejitas, al pasito largo, y él atrás. Más allá vio dos cristianos colgados de la lengua. El chico 'taba muy impresionado, pero siguió no más. Más allá vio en un potrero de alfa, hermosísimo, unos güeyes que ya se morían de flacos, el cuero pegau a los güesos. Más allá encontró unos güeyes lustrosos de gordos en un peladar. Más allá encontró una oveja con un corderito que jugaban los saltos, los dos. Después de andar un rato, devisó una casita blanca. Llegaron   —241→   las ovejitas. Cruzaron el patio y jueron y se echaron abajo de unos árboles, a la sombra. Salió una señora viuda y el muchacho se dio cuenta que áhi era ande lo mandaban. La casa 'taba llena de flores y cantaban pajaritos. Él 'taba encantado y saludó:

-Güen día, señora.

-Güen día, hijito -le dice la señora, muy atenta-. Pase adelante, hijito, ¿cómo le va yendo? ¿Qué se le ofrece?

-Bien señora. Aquí me manda el señor, dueño de las ovejitas que le entregue esta carta.

La señora muy cariñosa lo trató muy bien. Le dio de comer y lu hizo dormir la siesta con la cabeza en la falda d'ella, mientras lo espulgaba. Lo despertó y le dijo que había dormido diez años. El muchacho creía que había dormido un ratito.

-¿Tenís qué comer, hijito? -le preguntó.

-No señora -le dijo él.

Agarró la señora y partió de un pan y un queso, una tajada de cada uno, y le dio al muchachito pa que juera comiendo.

-Mirá, hijito -le dice la señora-, cuando te váis no tengáis miedo. Seguí no más di atrás de las ovejitas como hais venido.

Lo despidió la señora muy cariñosamente y le arrió las ovejitas por el camino. El muchachito siguió otra vez de atrás. Se puso a comer queso y pan, y comía y comía, y el pan y el queso quedaban siempre del mismo ser, no se consumía. El chico se dio cuenta que tenían una virtú, y se puso muy contento. Ya volvieron a encontrar lo mismo que a la venida. La ovejita con su corderito que saltaban y brincaban, jugando muy contento. Los güeyes gordísimos, en el potrero pura piedra. Los güeyes flacos en el alfalfar florecido. Los dos hombres colgados de la lengua. Las piedras que se daban unas contra otra y hacían saltar chispas de juego, y volvió a pasar di atrás de las ovejitas, raspando que no lo agarraran. Al río de sangre que le dio tanto miedo y lo volvió a pasar, y al río de leche, llenito, y al río di agua cristalina, crecido. Siempre iba el muchachito di atrasito no más de las ovejitas, que lo libraban de todos los peligros. Después de tanto andar, llegaron por fin, a las casas grandes del patrón, del señor que lo había conchabau. Ya salió a recibirlo el señor y el muchachito l' entregó una carta,   —242→   que era la contestación. Bué... El señor le hizo dar de comer y lo mandó a dormir. El chico 'taba muy cansau y impresionau, y se jue a dormir.

Al otro día le dice el señor:

-Y contame hijito, que hais visto.

Y el chico le contó todo lo que había encontrau, y el señor le jué diciendo qué era.

-Primero, encontré un río muy grande y que llevaba una gran crece di aguas cristalinas.

-¡Ah!, ésas son las ládrimas que la Virgen redamó, cuando perdió a su hijo. Son las ládrimas que las madres pierden por sus hijos cuando sufren por ellos.

-Después encontrí un gran río de leche.

-Ésa es la leche que redamó la Virgen cuando Jesús era chiquito y anduvo perdido.

-Después encontrí un río de sangre qu'iba rebalsando y que me dio mucho miedo.

-Ésa es la sangre de la Virgen cuando tuvo a Jesús y es la sangre de las heridas de Jesús cuando lo crucificaron.

-Después, encontrí dos peñas, una di un láu y otra di otro del camino, que se juntaban y se separaban, y se volvían a juntar chocandosé y haciendo saltar chispas de juego. Así 'taban siempre, golpiandosé con toda la furia. Cuasi me aplastaron cuando pasí.

-¡Ah!, ésas son las malas comadres, que en vez de respetarse se ofienden.

-Después encontrí dos hombres colgados de la lengua.

-¡Ah!, ésos son los caluniadores, los que levantan mentiras y falsos testimonios a los demás.

-Después encontrí dos güeyes que se morían de flacos en un potrero con una alfalfa que les llegaba al pecho di alto, florecida que daba gusto.

-¡Ah!, ésos son los ricos avarientos, que nunca se conforman con nada, y que guardan sus posibles, y viven como miserables de lo último.

-Después... encontrí dos güeyes lustrosos de gordos, en un peladar, de pura tierra y piedras.

  —243→  

-¡Ah!, ésos son los pobres avenidos, que se conforman con lo que tienen, viven contentos con poco, y a todo se allanan. Son felices dentro de sus pobrezas, porque Dios nunca les falta.

-Después encontrí una ovejita con su corderito, saltando y brincando y retozando, muy contentos.

-¡Ah!, esa es la güena madre, que se desvive por sus hijos y los trata con cariño, y es el güen hijo que respeta y quiere a sus padres y 'ta siempre dando güenos momentos a sus padres.

Las siete ovejitas que te acompañaron, son siete ángeles. Son las mesmas siete cabrías que están en el cielo, hechas estreias123. El viejito lismonero que te pidió limosna en el camino era Dios Nuestro Señor, que anda por el mundo para ver la caridá de los cristianos con los necesitaus y con los viejos que ya no tienen nada. A vos te ha premiau Dios porque juiste güeno y le distes todo lo que te quedaba de comer, pero tus hermanos fueron castigados por mezquinos y mal hablaus.

Y lo felicitó. Ya cuando le quiso arreglar las cuentas le preguntó:

-¿Cómo querís que te gratifique, con un Dios te lo pague o con un almú de plata?

Y el chico le contestó muy humildito:

-¡Qué voy a hacer con un almú de plata! Eso se gasta algún día. Déme un Dios te lo pague, que eso no se gasta jamás, en la vida.

-Güeno, hijito, que Dios te lo pague, y que te vaya bien en tu viaje.

Ya se jue el muchachito. Comiendo se jue, el pan y el queso que le había dau la Virgen, y que comiera lo que comiera, no se acababa ni se achicaba. Yba muy contento lo que iba a ver a sus viejitos.

Ya llegó el chico y salieron los viejitos, llorando de contentos, lo que vieron que volvía el hijo, que no se había perdíu, tan chico como era, hecho un joven. También se vieron los hermanos. Ya después que pidió la bendición a los padres y los saludó, contó todo como había andau y lo que le había pasau, y todas las cosas   —244→   que vido. Y los hermanos se reiban porque le dieron un Dios te lo pague, pero los padres 'taban contentos de ver lo güeno que era el chico. Y ya salió para desensillar el cabaíto, cuando vieron que 'taban las alforjas llenecitas de plata. Lloraban otra vez los viejecitos, al darse cuenta del premio de Dios, y el chico se puso contentísimo de que podía remediar la pobreza de todos, y sacaron las sábanas los viejitos y las llenaron de plata. Los hermanos 'taban muy triste lo que vieron el castigo de ellos. Y así tuvieron para vivir en la abundancia toda la vida, y pan y queso que no se acababan nunca. Y vivieron una porción de años todos muy felices.

Y entro por un caminito y salgo por otro para que usté me cuente otro.

Pilar de Ochoa, 48 años. La Cañada. Capital. San Luis, 1929.

Campesina analfabeta. Buena narradora.



  —245→  
1019. El camino del cielo

SAN LUIS

Había una vez una viejita completamente pobre. Tenía tres hijos. El primero, el mayor de todos, se llamaba Pedro, el que le seguía se llamaba Diego, y el menor de todos se llamaba Juan. Seguramente a éste, dice, le pusieron Juan porque tenía qui haber sido pícaro. Aquí, nosotros, a los zorros, que son muy vivos para ir a los gallineros, no les llamamos zorros, les decimos Juan. Y a los niños vivos y pícaros, les llamamos zorros -decía doña María, que me contó este cuento.

Encontrandosé la viejita muy pobre y con sus tres hijos, un día, el mayor le dice:

-Mire, mama, estamos tan pobres, que a mí me duele verla trabajar a usté. He dispuesto salir yo a rodar tierra.

-Y bueno, si estás dispuesto, vos sabés.

-Así que para mañana temprano, le voy a pedir que me tenga en las alforjas unas tortas para seguir mi viaje.

Así lo hizo. En la mañana se despide cariñosamente de su madre y se va a rodar tierra.

Al poco andar, llega a la casa di un viejito muy viejo, por cierto. Se golpea las manos. Sale el viejito y le dice:

-¿Qué querís muchacho? ¿Quí andás haciendo a estas horas?

-Señor -dice-, ando buscando trabajo.

  —246→  

-¡Ah! -dice-, si es eso, yo te puedo dar trabajo. Para mañana temprano, te voy a mandar que me llevís una carta a mi madre.

-Pero yo no sé adónde vive su madre, señor.

-No tengás duda por eso. Yo te voy a dar un burrito. Vas a ir montado en un burrito. Y un choco va ir adelante y el burro lo va a seguir. Ninguno se va desviar. Pero te voy a recomendar una cosa. En el camino vas a encontrar unos gauchos. Están en la falda di una loma. Son hachadores. Y gente de mal vivir, enviciados. Cuando te vean te van a llamar, pero vos tenís que seguir.

Dicho y hecho, temprano salió el muchacho.

Llegó al lugar donde 'taban y lu empezaron a llamar:

-¡Venga! ¡Venga! ¡No se vaya! ¡Venga aquí! Va a trabajar con nosotros y se va a divertir. Venga a los ricos pasteles, al asado.

El muchacho se consintió. Fue allá. Se estuvo dos días. Se volvió a la casa.

Cuando vuelve le preguntó el viejito:

-¿Y fuiste donde te mandé?

-Sí, señor.

-¿Entregaste la carta a mi madre?

-Sí, se la entregué.

-¿Y qué dijo?

-No dijo nada.

-Ahora -dice- quiero ir a la casa de mi madre, a verla, y espero que me pague.

-Y bueno -dice.

-¿Qué querés que te pague, un Dios te lo pague o un almú de plata?

-Y, señor -dice-, un almú de plata, yo soy pobre, señor; un almú de plata.

-Bueno, aquí lo tienes.

Trajo las maletas y las llenó. Se fue. Antes de llegar a la casa fue a mirar si llevaba el dinero que le habían pagau. Entra   —247→   la mano, qué, se le volvían moscas, arañas. Y qué, el muchacho se vio obligado a tirar las maletas. Se fue a la casa de la viejita. Y le pregunta:

-¿Cómo te fue?

-Y mal -dice-. Yo no sé. El patrón me pagó ahí un almú de plata y las maletas las hi tenido que tirar porque ¿usté sabe lo que se volvió eso? Se volvió moscas y bichos.

-¡Ah, hijo! ¿Vos no sabes con quién has estado ahí? Ese hombre -dice- sabe bien que vos no has hecho lo que te ha mandado. ¿Y sabís que quién tiene que ser? Ése tiene que ser Dios que ti ha castigau.

'Taban los otros oyendo. Dicen:

-Bueno, si supuesto a éste li ha ido tan mal -dice Diego-, iré yo.

Al otro día estuvieron las maletas con las tortas hechas. Y se fue.

Pues, la casualidá, llega a la misma casa. El viejito, un viejito canoso -dice- con una barba que le daba al pecho:

-¿Quí andás haciendo, muchacho?

-Buscando trabajo.

-Y bueno, yo te doy trabajo. Te voy a mandar mañana que me llevés una carta a mi madre.

-Pero yo no sé dónde vive su madre. ¿'Tá muy lejos?

-No, no tengás cuidau por eso -dice-. Yo te voy a dar un burrito ensillado. Hay un choco que sigue adelante, ¿no? Y te voy a dar estos algodones. Vas a pasar por la falda di una loma adonde están unos hachadores y te van a llamar. Tapate bien los oídos con estos algodones. Que no vayas a sentir nada.

Y se fue.

Cuando el muchacho vio los hachadores, dice:

-Pero, cómo me voy a tapar los oídos si éstos me están llamando. Voy a ver qué me dicen.

Y empezaron a decir:

-¡Venga, amigo, a las ricas empanadas, al rico vino, al rico asado!

  —248→  

Y fue allá y se quedó.

Al tercer día volvió a la casa del viejo. Bueno. Y le dice:

-¿Cómo te fue?

-Bien.

-¿La viste a mi madre?

-Sí.

-¿No contestó nada?

-No contestó nada.

Y bueno...

-Ahora, ¿qué vas hacer?

-Áhi tiene, señor, el perro y áhi tiene el burro. Me voy a casa.

-Bueno, ¿qué querís que te pague, un Dios te lo pague o un almú di oro?

-Señor -dice-, yo soy pobre, quiero llevarle a mi madre algo. Quiero el almú que mi 'oferta.

-Bueno, ¿qué tienes para llevar?

-Las maletas.

Le llenó las maletas di oro y se fue.

Antes de llegar, contento el muchacho, mete la mano en las maletas. Otra vez, hormigas, avispas, que salían. Qué, tiró todo. Llegó a la casa y dice:

-Este viejo debe ser un condenado, dice, un sinvergüenza. Mire, mamita, con lo que me paga.

-Y bueno, pero si vos nu habrás hecho lo que él te mandó. Se quedó callau el muchacho.

-Bueno, si a ustedes les ha ido tan mal -dice el más chico-, voy a ir yo.

-Andá, Juan. Vos sos más diablo. Vos sos un zorro, a vos te va ir bien.

-Claro, que me va ir bien -dice-. Para mañana las tortas listas y las maletas y yo me voy. Voy a llegar por la casa del viejito. Y me marcho.

  —249→  

Llegó por áhi y le dice:

-Bueno, me le va llevar una carta a mi madre. Pero usté va ir a la casa de mi madre. No vaya hacer lo que han hecho sus hermanos, ¿eh? Yo lu estoy sabiendo. Ellos si han portado muy mal, por eso los hi castigado.

-No, señor, si yo voy a ir. Ahora déme el baquiano, no más.

El baquiano es el burrito y el choco.

Muy bien. Llegó la mañana. El burrito 'taba listo y el choco saltando.

-Mirá, en la ladera, de aquí a media hora, vas a llegar y allá te van a llamar. Tomá estos algodones. Tapesé bien los oídos, amigo. Bien los oídos y no mire para atrás para nada.

Se fue.

Cuando llegó a la ladera, vio que los hachadores li hacían señas. Siguió. Nada oyó.

Había caminando un trecho. ¡Un río con unas aguas cristalinas!

-¿Y cómo paso esto?

Cuando ve, el choco, encara el río. Y el burro también. Bueno. Sigue adelante. Y este choco sigue y sigue, y el burro, también. Que no lo deja. Al poco andar, ¡ay, qué sospresa!, ¡un río crecido de sangre!

-¡Qué digo esto! ¿Qué será esto? -dice-. ¡Cómo hi venido yo a hacer este viaje tan penoso! ¡Y dónde paso!

Cuando ve que se zampa, ya, el choco. Y el burro ya se zampó también. Bueno... Y siguió adelante. Al poco andar, dos peñas bien bolas, que se abrían y se juntaban. ¡Y no había por donde pasar, señor! Había que pasar por medio de esas piedras.

-¿Y si me agarra el burro y me lu hace pedazo, u mi hace pedazo a mí con burro y todo? ¡Me volveré!

Cuando vio al choco, cuando si abrieron las piedras, pasó. Y áhi no más el burro pasó. Le cortan la cola al burro. ¡Menos mal! Bueno. Y siguió, siguió...

Al poco tiempo encuentra un campo hermosísimo. Agua abundante. ¡Un pasto! Las vacas perdidas en el pasto, pero se morían de flacas. Nu había una de disponer y decir esta vaca   —250→   está gorda. Más allá, d'ese campo, otro, un peladar y unas vacas gordas que estaban como para rajarlas con la uña. ¡Qué cosa bárbara -dice- yo nu he visto nunca esto! Es un fenómeno, ¿qué es lo que hay aquí?

Siguió adelante. Al poco andar, una casa hermosa con una quinta. Llega. Sale una señora vieja y le dice:

-Pero, hijo, ¿cómo ti ha ido de viaje?

-Bien, señora.

-¿Qué me traes?

-Aquí le traigo una carta, señora, que le manda su hijo.

-¡Muy bien!

-Desensille m'hijo. Largue el burro. No tenga cuidau por nada. Y andate a la quinta, comé de la fruta que querás, y cuando ya querás volver, vení. Aquí hay cama, aquí tenés todo.

-Muy bien.

-Áhi estuvo. Le pareció poco tiempo.

Le dice la señora:

-Ahora tenés que volver y llevale esta carta a m'hijo.

Y él pensaba:

-¿Y esta señora? Tiene que ser la madre de Dios -entre él pensaba. Ésta tiene que ser.

Ensilló, dijo adiós, y se fue. Recorrió el mismo camino. Llegó a la casa. Salió el viejito. Lo recibió y le dice:

-¿Cómo ti ha ido?

-Bien.

-¿Qué me traes?

-Aquí tiene esta carta.

-Muy bien.

La leyó.

-Bueno, te felicito. ¿Y qué te parece dónde has ido? ¿Qué te parece dónde has ido? ¿Es lindo?

-Señor, ¡lindísimo!, ¡lindísimo!

-¿Y sabés dónde has estado vos? Ésa es la madre de Dios. ¿Y qué te parece? ¿Qué tiempo habrás estado?

  —251→  

-Y, habré estado cuatro o cinco días.

-Pero, ¿cómo cuatro o cinco días? Si cuando te fuiste eras muchacho y ahora vienes de barba. ¿Ves? Has estado 10 años.

-Y bueno, yo no sé señor cuánto habré estado.

-¿Sabés por qué es eso?, que no lu has sentido, porque has estado encantado allá.

-Sí, señor, es muy lindo.

-Ésa es la gloria. Estabas en el cielo. Ahora me vas a decir qué es lo qui has visto.

-En el camino -dice- cuando recién había recorrido un tramo largo, estaban unos señores en la falda di una lomada. Y me empezaron a llamar. Me llamaban y me llamaban. Yo me tapé bien los oídos y seguí. No miré más para atrás.

-¿Y vos sabés quiénes son ésos? Son los malvados enviciados, que envician a los hombres. Hiciste bien en no llegar. ¿Qué más encontraste?

-Un río con una agua cristalina.

-¿Y sabís qué es lo que es eso? Son las lágrimas de tu madre que llora por vos. ¿Y después, qué más encontraste?

-Un río de sangre.

-Ésa es la sangre que tu madre ha derramado por vos. ¿Qué más has encontrado?

-Unas piedras -dice- que se 'taban golpiando.

-Ésas son las malas comadres. Que no hacen otra cosa que difamarse, que se ofenden unas a las otras. ¿Qué más has visto?

-Un campo hermoso y una hacienda flaquísima.

-¿Y sabés qué es lo que significa eso? Los ricos envidiosos. ¿Qué más encontraste?

-Un campo, un peladar, pero las vacas muy gordas.

-Ésos son los pobres. Esa hacienda son los pobres bien intencionados.

-Llegué a la casa de la señora.

-Bueno, ahí es la casa de la Virgen María, es la casa de mi Madre. Ahora te voy a despachar. Andate a tu casa. Ya vas hecho un hombre. ¿Qué querés que te pague, un almú de plata, un almú di oro, o un Dios te lo pague?

  —252→  

-Yo, señor, me conformo con un Dios te lo pague.

-Y bueno, muy bien, si sos honesto, un Dios te lo pague, y listo.

Si iba yendo y le dice:

-Vení, te voy a dar esta flautita. Cuando vos necesités alguna cosa, tocás la flauta y decís: flautita, por la virtú que Dios te dio dame tal cosa.

La llevó, la echó al bolsillo. Antes de llegar, el muchacho dice:

-Voy a ver si es cierto -dice-. Voy a ver si es cierto que este Dios tiene tanto poder.

Y dice:

-Flautita, por la virtú que Dios te dio, haceme un hombre con un traje especial, una mula con apero, pero especial.

La tocó. Se le apareció el traje y la mula, una mula negra, hermosa, muy bien aperada.

-Y ahora, flautita, por la virtú que Dios te dio, me das unas maletas llenas di oro y de plata para llevarle a mi madre. Tocó la flauta y se le llenaron las maletas de oro y de plata. Siguió. Llegó a la casa de la madre. Cuando llegó, golpió las manos.

-Señor, ¿quí anda buscando? -le dice.

-¿No me conoce mi madre? -dice-. Si soy Juan, mama. ¿No me conoces?

-Y qué te voy a conocer, mirá cómo venís. ¿Cómo ti ha ido?

-Muy bien.

-¿Y qué traes aquí?

-Un almú de oro y un almú de plata. Ahora -dice-, a este rancho lo vamos hacer desaparecer.

Tocó la flauta y dice:

-Flautita, por la virtú que Dios te dio, dame un palacio donde haiga de todo, sirvientes y todo, para vivir con mi madre y mis hermanos.

  —253→  

Si apareció un palacio hermoso, con todo.


Aquí si acaba el cuento,
con un zapato roto
para que usté cuente otro.



Samuel Zavala, 65 años. La Carolina. Pringles. San Luis, 1969.

El narrador aprendió este cuento de María Salinas, de 95 años, nativa del lugar y que sabía muchos cuentos.



  —254→  
1020. Ramoncito, el hijo fiel

CÓRDOBA

Que era una viejita que tenía tres hijos, Juan, Pedro y el menor, Ramoncito.

Despué 'taban muy pobres y la madre muy enferma. Y entonce disponen entre los tres salir a buscar trabajo.

Salió uno y quedaron dos para atender a la madre. Pero a los pocos días se cansó el del medio y salió también y lo invitó al hermano menor, no aceptando éste, por no dejar su madre abandonada.

Después se juntaron Juan y Pedro y siguieron rodando tierra. Y se separaron en un lugar determinado en donde se quedaron de juntar.

Y sigue Juan, el mayor, encontrando un ranchito en el medio del campo, de donde salió un viejito, y le dijo:

-¿Para dónde va mi buen mozo?

-A buscar trabajo, señor.

Entonce el viejito le dijo que él le daba trabajo, que se quede y le da el trabajo. Lo manda a llevar una carta a una señora, alvirtiendolé que en el trayecto del camino encontrará tres ríos, uno de agua, otro de sangre y otro de leche. Pero que él tratara de pasar no más, que no tuviera miedo.

Entonces Juan salió de viaje a llevar la carta. Llegó al primer río de agua. El río iba muy crecido y pensó que se podía ahogar. Y entonce dijo:

-El viejito no va a saber lo que yo hago. Le digo que he entregado la carta y él lo va crer -y tiró al río la carta.

  —255→  

Y así hizo. Y entonce el viejito le dice que le va a pagar y le pregunta:

-¿Qué querís más, si dos cargas de plata o un Dios te lo pague?

Entonce éste le contesta que le dé dos cargas de plata.

El otro hermano llegó también a la casa del viejito y el viejito lo recibió con las mismas palabras:

-¿Para dónde va mi buen mozo?

-A buscar trabajo, señor.

Entonce el viejito le dijo que él tenía un trabajo, que se quede áhi. Y Pedro se quedó. Entonce le dijo que tenía que llevar una carta a una señora. Que tenía que seguir ese camino. Que iba a encontrar tres ríos, uno de agua, otro de sangre y otro de leche. Y que los pase a los tres, que no les tenga miedo. Y Pedro salió de viaje con la carta. Llegó al primer río, el de agua, y lo vio tan crecido que tuvo miedo de ahogarse. Entonce dice:

-El viejito me va crer si le digo que hi entregado la carta. Di aquí no más me vuelvo -y tiró la carta al río.

Y le dijo al viejito que había entregado la carta. El viejito le dijo que le iba a pagar, y le preguntó:

-¿Qué querís más, si dos cargas de plata o un Dios te lo pague?

-Las dos cargas de plata -dijo Pedro.

El viejito le dio las dos cargas de plata y se fue a su casa, Pedro.

Y a todo esto, la madre de éstos había fallecido, a la cual atendió Ramoncito hasta los últimos momentos de su vida. Y cuando volvieron los dos hermanos mayores, por ser éste más chico, lo desterraron de la casa, le quitaron lo que tenía y quedó él como abandonado.

Entonces Ramoncito dispone salir a rodar tierra. Y la casualidá o el destino, sigue por el mismo camino que sigue su hermano Juan y su hermano Pedro y pasa por la casa del viejito, y llega:

-¿Para dónde va mi buen mozo? -le dice el viejito.

  —256→  

-A buscar trabajo, señor -le dice el chico. Entonce el viejito le dice que él le daba trabajo.

Y ya quedó el chico y el viejito le dio la carta y le esplicó lo de los tres ríos.

Al otro día salió Ramoncito de viaje llevando la carta. Llegó al río de agua. Lo vio que 'taba muy crecido, y dijo:

-Sea lo que Dios quera -y atropelló en el caballo. Aunque el río era de mucho caudal, su caballo lo pudo pasar sin inconveniente. Pasando este río encontró el río de sangre. Mucho lo impresionó, pero se armó de coraje, y dijo:

-Sea lo que Dios quera -y atropelló.

Pasó lo mismo aunque era un río muy caudaloso. Después pasó al río de leche. También estaba muy crecido, pero dijo:

-Si he pasado dos ríos tan crecidos por qué no voy a pasar otro más. Sea lo que Dios quera.

Atropelló y lo pasó galopando como si fuera un camino. Sigue el viaje. Más allá encuentra dos piedras que se daban una con otra. Siendo el camino angosto y el único lugar por donde tenía que pasar no sabía qué hacer. Entonce, aprovechando un momento dado, atropelló con su caballo y pasó.

Más allá, encontró animales completamente gordos que estaban en un peladar. Más allá encontró en un campo de pasto hermosísimo, animales que el viento los ladiaba de flacos.

Siguiendo su camino alcanzó a ver a la distancia una casita blanca, y se dio cuenta que era el lugar en donde debía entregar la carta. Llegó y salió una señora vestida de blanco. Era a quien debía entregar la carta y se la entregó. La señora lo recibió con mucho cariño y también lo despidió como una madre.

Regresó a la casa del viejito y le dijo que había hecho el trabajo. Entonce él le preguntó con qué se conformaba más, si con dos cargas de plata o un Dios te lo pague. Entonce Ramoncito pensó que él era joven y podía trabajar, no pudiendoló hacer ese viejito, y le dijo que se conformaba con un Dios se lo pague.

Entonce le dijo que explicara lo que había visto en el camino. Ramoncito iba diciendo todo lo que encontró y el viejito   —257→   le esplicaba. El río de agua eran las lágrimas que derramó la Virgen por el hijo y las lágrimas de todas las madres. El río de sangre, la sangre que derramó Jesús por sus heridas. El río de leche, la leche que derramó la Virgen cuando criaba a Jesús. Las piedras que se golpiaban, los compadres que se viven ofendiendo y peliando. Los animales gordos en el peladar, los pobres resignados y los animales flacos en el campo de pasto alto, los ricos avarientos.

Y se despiden y cuando Ramoncito sale a unos cuantos metros lo llama y le dice:

-Tome, buen mozo, esta varita de virtú y pidalé lo que usté necesite. Digalé: Varita de virtú, por la virtú que Dios te ha dado, dame tal cosa. Y lo va a tener al momento.

Y entonce le dijo que él era Dios y que la señora a la que le había llevado la carta era la Virgen.

Y agradeció por todo al viejito y se fue. Llegó al árbol en donde descansaron él y sus hermanos, y dijo Ramoncito:

-Voy a probar la varita.

Y le pidió a la varita que le traiga los mejores manjares. Y áhi no más tuvo una mesa muy bien servida. Entonce, viendo la suerte que lo acompañaba dispuso volver a su pueblo.

Y volvió al pueblo y compró una casa y siguió viviendo cerca de sus hermanos. Ya los hermanos 'taban muy pobres porque las cargas de plata que les había dado el viejito se les había convertido en carbón. Entonce estos hermanos se pusieron muy envidiosos del hermano menor.

Entonce se dieron cuenta de que el menor había sido favorecido por Dios y ellos castigados, pero ya era tarde.

Juan Muñoz, 59 años. El Pedacito. Villa General Mitre. Totoral. Córdoba, 1952.

El narrador, semiculto, oyó contar este cuento desde niño a sus padres y a muchos lugareños.



  —258→  
1021. El camino del cielo

SANTA FE

Una señora tenía tres hijos. La viejita era una viejita muy creyente. Los hijos trabajaban en el campo en hacer leña, en romper piedras y en otros trabajos. El hermano menor era muy güeno pero los hermanos mayores eran malos y no lo querían al menor. Lo reventaban trabajando y vivían a costillas d'él.

Bueno... Entonce un día se les aparece Dios a los tres, ande trabajaban. Se les aparece como un anciano barbudo. Como un anciano se les presentó y les dijo si querían trabajar con él, que él les iba a pagar bien. Que les iba a pagar un buen sueldo. Que trabajaran para sostener la madre. Entonce se pusieron a trabajar con el anciano.

Después de haber trabajado como ocho o diez días, este anciano lo mandó al hermano mayor con una carta para la madre de él. El muchacho subió a caballo y se fue. Lo primero que encontró fue un gran río y se acobardó y se volvió. Entonce el anciano le dijo que ya no tenía trabajo para él, y que qué desiaba que le pagara, una bolsa de oro o un Dios te lo pague. Entonce él no quiso un Dios te lo pague, quiso la bolsa de oro. Y el anciano se la dio y él se fue.

Entonce lo mandó al segundo a llevar la carta. También fue a caballo. Encontró el río muy crecido y se volvió. Entonce el anciano le dijo que no tenía trabajo para él y que qué quería que le pagara, si una bolsa de oro o un Dios te lo pague. Entonce el segundo quiso el oro y no el Dios te lo pague. Y él se fue.

  —259→  

Entonce llamó al tercero, al menor, y le dijo que tenía que llevarle una carta a la madre, y él le acetó, porque él nunca decía que no, siempre estaba avenido a lo que le decían, mal o bien.

Entonce el viejito hizo la carta para que se la lleve a la madre. Y le dio un caballo muy lindo. Y le dijo que encontrara lo que encontrara él tenía que llegar adonde estaba la madre, que en el camino iba a encontrar muchos inconvenientes. Le dio un pedacito de pan y un poquito de vino para que comiera y bebiera. Le dijo que el vino era remedio también. Le dijo que tenía que llegar a la primera casa que encontrara, que áhi vivía la madre.

Entonce él subió a caballo y se despidió, y se fue.

Lo primero que encontró en el camino fue un gran río de aguas claras, muy profundo. El muchacho no tenía miedo a nada, enderezó su caballo y pasó a nado al otro lado. Y siguió por el camino. Cuando ya había marchado largo trecho encontró un río blanco, que era como leche. Se paró un momento, pero enderezó también su caballo y pasó con facilidá. Continuó por el camino. Al largo rato de andar encontró un río colorado, como de sangre. Le dio miedo ver este río muy crecido de sangre, pero se acordó de las palabras del anciano, enderezó su caballo y pasó. Y siguió su camino no más. Dentró a un monte muy espeso. En el trayecto que iba encontró dos colgados de la lengua y heridos de la lengua. Entonce se compadeció, los bajó y los curó con el vino que llevaba y les dio pan de comer. Y siguió por el camino; no lo abandonaba. Al haber marchado un largo trecho, al largo trecho de andar, le impidió el paso dos piedras que se estaban golpeando en el camino. Entonce él se detuvo largo rato porque buscaba el modo de pasar. Y como las piedras se golpeaban así, él esperó que se separaran para pasar. Y al fin pasó con toda rapidez en su caballo, que casi lo agarraron las piedras. Y continuó su camino.

En todo el camino este joven había comido el pancito y había tomado vino, y siempre estaban como se los había dado el anciano, no se acababan nunca.

  —260→  

Entonce siguió y al rato vio un campo muy verde y a lo lejo devisó un árbol con una casita. Entonce se dirigió áhi, porque esa era la primera casa que encontraba y el anciano le dijo que áhi vivía la madre.

Llegó a la casita y salió una anciana. Lo recibió muy cariñosa y él le entregó la carta.

Entonce lo hizo pasar, le dio de almorzar y le dijo que se arrecostara la siesta. Le trajo un catre abajo del árbol y él se acostó. El caballo lo ató al palenque. Y él estaba muy cansado y se durmió. Entonce, cuando él se despertó, había dormido cuarenta años. 'Taba muy barbudo, el pelo muy crecido, las uñas largas.

Y él se despertó y miró para todos lados. Todo 'staba igual. Y el caballo 'taba atado en el palenque, 'taba gordísimo, a pesar de 'star en lo limpio.

Entonce se arrimó la anciana y le dio la contestación para que le llevara al hijo. Y lo despidió y le dio la bendición.

Él montó en su caballo y volvió por el camino por donde había venido. Ya no había ninguna cosa que lo interrumpiera.

Entonce volvió al lugar donde lo esperaba el viejito con la contestación. Entonce le preguntó el viejito que qué encontró en el camino. Y él le contó todo. Le dijo que encontró un río de agua clara. El viejito le dijo que ésas eran las lágrimas que redamó la madre por verlo sufrir. Le dijo que encontró un río de leche. El viejito dijo que esa era la leche que mamó cuando era niño. Le dijo que encontró un río de sangre. El viejito dijo que ésa era la sangre que redamó al tenerlo a él. Le dijo que encontró dos colgados de la lengua. El viejito dijo que eran los dos hermanos que estaban pereciendo así por la mala lengua y los malos pensamientos que tenían. Le dijo que encontró dos piedras que se golpeaban y no lo dejaban pasar. El viejito le dijo que esas piedras que se 'taban golpiando eran las comadres que se llevaban mal, porque ese sacramento era un lazo muy sagrado.

Entonce el viejito le dijo que qué quería que le pagara, si una bolsa de oro o un Dios te lo pague. Y él le dijo que la plata y el oro se acababa, pero que un Dios te lo pague dura siempre, y que él quería un Dios te lo pague. Y lo des pidió el anciano y él se fue a su casa, a buscar la madre y los hermanos.

  —261→  

El primero de los hermanos tenía la bolsa de plata escondida abajo de la cama. El segundo también tenía la bolsa llena, escondida y no la había tocado porque creía que tenía oro. Ellos dos estaban en la última miseria, creyéndose con la riqueza oculta. Por avarientos, estaban descayecidos124 de tanto que se privaban de todo.

El hermano menor tenía su pancito y el vino que no se acababan nunca y tampoco se le acababan las monedas que tenía en el bolsillo por mucho que gastaba. Cuando lo vieron así los hermanos, corrieron a ver sus riquezas: la bolsa de plata del primero, era de carbón y la bolsa de oro del segundo, era de piedras. Entonce el muchacho volvió a contarle al viejito, y el viejito le dijo que la anciana que le recibió la carta era la Virgen María, su madre, y que él recibiría el mejor premio, en la otra vida, porque en esta vida andamos de paso. Y le dijo:

-Vivirás siempre feliz porque sos avenido y bueno. No te faltará el pan ni ninguna clase de alimentos. Todos te bendecirán porque vas a ayudar al que necesita. Y todos te dirán, que Dios te lo pague y Dios te lo va a pagar.

Y el anciano era Dios, porque antes Dios venía a la tierra y se aparecía ande quera.

Ramona Andrea Quiroga, 55 años. Campo de los Zapallos. Santa Rosa. Santa Fe, 1951.

Lugareña muy buena narradora.



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ArribaAbajoNota

Nuestro cuento, antiguo en la tradición oral occidental, figura entre las versiones hispánicas que desarrollan el tema de las visiones simbólicas, de España y de América. En la Argentina tiene gran difusión. Sus motivos esenciales son:

Difusión geográfica del cuento

Difusión geográfica del cuento

A. El mayor de tres hermanos sale en busca de trabajo y se emplea con un viejecito que es Dios. Le recomienda llevar una carta a la madre, que es la Virgen. Al primer inconveniente, tira la carta, regresa, miente que la ha entregada y cobra: entre una carga de plata y un Dios te lo pague, elige la plata. La plata se le convierte en carbón.

B. Con el segundo hermano pasa lo mismo.

C. El hermano menor, a su turno, toma el trabajo; es valiente, obediente y honrado, afronta todas las dificultades, llega al destino   —263→   indicado, que es el paraíso, y entrega la carta a la Virgen. Duerme algunos años, pero él cree que sólo han transcurrido unos instantes.

D. A su regreso relata a Dios las visiones que ha visto en el camino del cielo hasta llegar al lugar en donde está la casa: un río de agua cristalina; un río rojo de sangre; un río blanco de leche; dos peñas que se golpean; dos hombres colgados de la lengua; animales flacos en un alfalfar hermoso; animales gordos en un terreno desprovisto de pasto. Dios le da el significado de cada una de las visiones simbólicas.

E. Como pago, elige el Dios te lo pague y no la carga de plata, pero al llegar a su casa advierte que sus alforjas están repletas de dinero.

Las versiones y variantes del conocido cuento medieval de carácter cristiano y moralizador, tienen su fuente más antigua en la leyenda griega del siglo IX que nos relata la visión de San Arsenio, documentada en la Vitae Patrum, en la Legenda Aurea y en la Gesta Romanorum. Ver el estudio de Espinosa (II, pp. 339-343).

Pertenece al Tino general de Aarne-Thompson 750.





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ArribaAbajoLos hermanos cisnes. Los hermanos cuervos

2 versiones


Cuentos 1022 y 1023


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1022. Los once cisnes

LA RIOJA

En un reino de nombre desconocido había un rey muy querido por el pueblo y sus súbditos.

Casado a los veinte años, vivía muy feliz en unión de su esposa y doce hijos, once varones y la menor, mujer.

Nada parecía turbar la paz de la familia, cuando cierto día se enferma la Reina. La tristeza cundió por todo el reino.

Llamados los mejores médicos no le encontraron remedio y falleció dejando desconsolados a su esposo y a los hijos. Pasan varios años y el Rey piensa casarse de nuevo.

Reúne a sus hijos y les avisa. Ellos aunque sienten, acceden gustosos por ver feliz de nuevo a su padre.

La madrastra era muy linda, pero orgullosa y muy vanidosa. Siente envidia al ver que su hijastra es mejor que ella y hace todo lo posible por afearla y alejarla del reino.

Varios años antes se había valido de artes de hechicería y transformó a los hijos en cisnes y ahora empleando el mismo procedimiento, vuelve tan fea a la hija que el padre la desconoce. Cansada de sufrir la Princesa se va del palacio en busca de sus hermanos.

Camina días y días y llega a la orilla de un arroyo, donde se lava y vuelve a ser tan hermosa como antes.

Al llegar la oración, siente un ruido de alas y llegan los cisnes, se transforman en hombres. La ven y corren; la abrazan y lloran de alegría.

  —268→  

Los jóvenes le cuentan que en la noche se vuelven hombres y al salir el sol son de nuevo cisnes. Que ellos estarán tres días ahí y que volverán al lugar donde viven. Que era muy lejos y que vienen al reino de su padre una vez al año.

Como sienten dejarla sola y ella les cuenta en la forma en que ha sufrido, piensan llevarla.

Trabajan en la noche una red para llevar en ella a la hermana. El cuarto día, a la salida del sol, levantan vuelo, toman la red con el pico y va la niña acostada, mientras un cisne vuela encima de ella para darle sombra en la cara.

Se asientan en la noche y vuelan de día. Viajan tres días, hasta llegar al país donde viven los cisnes.

Salen en el día en busca de alimento, pero siempre queda uno, para acompañar a la hermana.

Ella que ruega a Dios la ayude para conseguir que sus hermanos vuelvan a ser hombres, sueña que una vez le dice que cerca de allí hay una planta, que con la fibra de esa planta teja once mangas, y se las coloque a cada cisne, pero con la condición de que mientras teja no tiene que hablar. La niña se levanta temprano, va, busca la fibra de la planta y empieza a tejer sin hablar una sola palabra. Cuando vuelven los hermanos se afligen al verla muda, pero como la ven tejer, piensan que será algo para bien de ellos y no la hablan más.

Un día pasa un príncipe que andaba cazando. Al verla tan hermosa se enamora de ella, la lleva, y se casa.

Como se le terminan las fibras con que tejía, la princesa se va en la noche al cementerio, donde hay la planta que necesita. El cura del reino la sigue, y le cuenta al príncipe, diciendolé que es bruja. El joven que la quiere muchísimo, no cree y resuelve vigilarla. Cuando le falta una manga, se le terminan de nuevo las fibras. La princesa va en busca de más y el esposo la sigue y la ve entrar al cementerio. Convencido que es bruja, la hace tomar prisionera y da la orden de que sea quemada.

La llevan en un carruaje del palacio a la prisión. Ella no habla, pero llora sin dejar de tejer y termina todas las mangas.

Cuando falta poco para la hora que la deben matar, llegan los cisnes, vuelan alrededor de la prisión y por entre medio de las rejas les va colocando las mangas.

  —269→  

Los cisnes se vuelven hombres, corren, y llorando de alegría abrazan a la hermana.

La princesa habla y le cuenta al esposo su historia.

El príncipe le pide perdón y el pueblo que lo quiere mucho se alegra de verlo feliz y bendice a la princesa.

Clorinda de Flores, 45 años. Catuna. General Ocampo. La Rioja, 1950.

La narradora aprendió el cuento de la abuela, quien sabía muchos cuentos antiguos.



  —270→  
1023. Los cuervos

SAN LUIS

Ésta era una viejita que tenía siete hijos, seis varones y una hija mujer. La viejita era muy pobre. Siempre ella, cuando se ponía a sacar de comer para darles a los hijos, se sentaba en un banquito, en el medio de la casa, con la oíta125, y los niños la rodiaban a la viejita.

Un día se pone la viejita a sacar de comer, y los niños la 'stan todos rodiandolá. Claro, ella no alcanzaba a hacer las partes para todos, tan ligero. Todos le pedían:

-A mí déme di aquí.

-A mí déme eso, esto no quiero.

-A mí me dio poquito. Déme más.

-Déme otro poquito di acá, siempre me da lo pior.

La volvían loca. Todos se inconformaban126 y tocaban las cosas y li hacían cair el cucharón y el tenedor.

Entonce, la viejita, abatida y enojada, en un momento di arrebato, dice, pero, claro, sin mala intención:

-¡Malditos estos muchachos! ¡Dios y la Virgen que se vuelvan cuervos!

  —271→  

Los varones eran los que la sacaban de paciencia. Al momento se volvieron cuervos los hijos varones. Y agarran y se jueron. La viejita quedó muy triste, claro, pero no sabía qué hacer.

Los cuervos éstos, andaban siempre juntos y sabían venir a una laguna. La hija mujer de la viejita iba siempre a llevarles migas de pan a los hermanos cuervos. Esta chica iba siempre, y un día, cuando los cuervos levantaron vuelo, ella se jue siguiendolós. Y sin darse cuenta se jue muy lejo y se perdió por los campos.

Anduvo mucho tiempo perdida esta niña y en lo que andaba por ahí, encuentra un enano. Y hablaron, y que le preguntó el enano qué andaba haciendo. Y ella le dijo lo que le había pasado. Que le dice entonce el enano:

-Mire, niña, si usté se anima a cumplir con lo que yo le voy a decir, yo se los voy a volver a sus hermanos como eran antes. Pero, para esto, usté tiene que estar un año sin hablar, quere decir un año muda. Y durante ese año, usté se va hacer siete camisas, seis para sus hermanos y una para mí. Al año justo -que dice- van a volver los seis cuervos, y yo voy a venir adelante, también hecho cuervo, y usté los va a tirar las camisas, a mí y a cada uno de sus hermanos. Y áhi vamos a ser hombres otra vez.

La niña acetó.

La madre, la viejita, se quedó sola, se apensionó127 y murió.

La niña quedó sola, y quedó por los campos, pero no hablaba nada. En lo que andaba, la chica, un día la encontró un príncipe. Que le dice:

-¿Qué andás haciendo?

Ella no le contestó nada, no podía hablar.

-¿Querís que te lleve?

Entonce ella hizo seña que sí y caminó para el lado de él.

-¿Ve? Ella quere que la lleve -dijo uno de los piones del Príncipe.

  —272→  

La llevó el Príncipe al palacio. Ella andaba áhi, por la cocina, por esas partes. Y siempre andaba cosiendo las camisas. Y siempre andaba muda.

El Príncipe tenía una negra esclava. Y esta negra le tenía envidia y le tenía rabia a la niña. La niña que era muy linda, pero como andaba mal vestida y mal peinada no se vía cómo era.

Y un día que le dice la negra al Príncipe:

-Vea, mi amito, esa niña debe ser bruja. No habla ni dice nada. Debimos matarla. Puede hacer algún mal en la casa.

Y el Príncipe que dice, después de mucho tiempo que la negra le decía esto, todos los días:

-Capaz no más que sea bruja esta niña tan rara. La vamos a matar.

Y bueno, un día le dice:

-Mirá, te vamos a matar. Te vamos a quemar -el Príncipe le decía a ver qué hacía ella. Ella no dijo nada.

Era justamente ya el año que 'taba muda y ya había terminado las camisas. Y ya la negra hizo hacer una pila de leña para quemarla.

Cuando tuvo la pila de leña, la pusieron áhi a la muda. Ella iba con las camisas bien apretadas, no las largaba. Cuando 'tán áhi encendiendo el juego, llegan siete cuervos volando. Cuando se abajan, ella les va tirando las camisas y todos se hacen como eran antes. Y también el enano, y se hace un lindo mozo, porque 'taba encantado de enano. Entonce la niña pudo hablar y le contó todo al Príncipe. Que ella no era bruja, sino que 'taba penando para salvar a sus hermanos. Entonce el Príncipe se enamoró de ella y se casaron. Y los hermanos quedaron a vivir con ellos. A la negra sí la quemaron porque ésa sí era bruja, por eso la quería hacer quemar a la niña.

Y así jue el premio de la niña que sufrió tanto. Y vivieron muchos años muy felices.

Juan Lucero, 67 años. El Durazno. Pringles. San Luis, 1952.

Gran narrador.



  —273→  

ArribaAbajo Nota

Los dos relatos que damos aquí son variantes del conocido cuento de La doncella que busca a sus hermanos convertidos en cuervos; en una de nuestras versiones han sido convertidos en cisnes. Entre sus motivos esenciales figuran:

A. La niña cuando conoce el motivo del alejamiento de sus hermanos, sale a buscarlos.

B. Para desencantar a sus hermanos permanece muda por un año mientras teje once mangas o cose once camisas.

C. Un príncipe la encuentra en el bosque, se enamora de su hermosura y se casa con ella.

D. Por su mudez y otras circunstancias, creyéndola bruja, se la condena a muerte. Cuando está en la pira y se va a encender el fuego, se cumple el año, llegan los hermanos, calzan las prendas, se rompe el encanto y la niña explica su historia.

Es variante del Cuento N.º 9 de Grimm y está clasificado como Tipo 451 por Aarne-Thompson.