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Cultura y entretenimiento en la España de 1914. Los relatos breves en «La Esfera»

Blanca Ripoll Sintes





Explicar nuevamente aquí qué significó La Esfera sería glosar los excelentes trabajos que dedicó a la publicación Juan Miguel Sánchez-Vigil (2002; 2003; 2008; 2009), o los estudios parciales (de diversas secciones, de algún género en concreto o de colaboradores particulares) de Cecilio Alonso (2003), Bryan Dendle (1990) o Ángeles Ezama, entre otros. Remitimos asimismo al estado de la cuestión que las profesoras Marisa Sotelo e Inmaculada Rodríguez Moranta publicarán en un volumen de pronta aparición1 y que supondrán el punto de partida para un estudio de La Esfera cercano a la perspectiva de los estudios culturales y filológicos que se ha emprendido desde la Red Temática «Tendencias Culturales Transpirenaicas»2, proyecto en el que se enmarca el presente capítulo.

En este breve trabajo introductorio vamos a ofrecer un somero panorama del primer año de vida de una sección, «Cuentos españoles», que, desde el primer número, contó con el peso específico y la importancia estratégica que conceden a cualquier apartado periodístico las páginas centrales de una publicación (siempre estuvo entre la página 15 y la 20, aproximadamente, en una revista de 34-35 páginas). Será, así lo esperamos, el primer peldaño de un trabajo de mayor recorrido que describirá y analizará los relatos literarios publicados en las páginas de La Esfera desde 1914 hasta 1931. Para ello, no solo se llevará a cabo un vaciado exhaustivo de la revista, sino que se cotejarán los textos con otras publicaciones anteriores o, en el caso de contar con textos inéditos, posteriores, por parte de los mismos autores. Y se justipreciarán los cuentos literarios como exponentes -o no- de las poéticas de sus autores o como ejemplos representativos de una época o un movimiento estético determinados.

En este sentido, no podemos obviar la estrecha relación, cronológica, formal y conceptual, que se establece entre la proliferación de revistas ilustradas desde el fin de siglo español hasta los años treinta, y la enorme cantidad de colecciones editoriales (también llamadas «revistas literarias», concepto que lleva a confusión a parte de la crítica más generalista) dedicadas exclusivamente al relato breve -colecciones que, irremediablemente, aparecían con ilustraciones o, como mínimo, llamativas portadas- durante el primer tercio del XX. Son, sin lugar a dudas, dos signos evidentes de la Modernidad española, y de la voluntad de estirpe institucionista de mejorar la sociedad a través de la divulgación de la cultura.

Bien es cierto que la presencia del cuento literario en prensa puede fecharse ya en el marco de la Restauración, momento en que los grandes novelistas realistas y naturalistas españoles participaban en muy diversas plataformas como colaboradores y podían bien ejercer la crítica literaria, ya la columna de opinión, o la colaboración con textos de creación literaria. Esta presencia transversal del escritor, que empieza a perfilarse como intelectual activo y preocupado por la esfera pública en el sentido moderno que instaura Zola después del «J'accuse», garantizó que la prensa escrita fuera un primer estadio de contacto entre el autor y su público lector.

Sin embargo, las secciones de colaboración literaria de las revistas y periódicos muy pronto se decantaron por un género que empezaría a emanciparse de su hermana mayor, la novela: el relato breve o cuento. No solo su extensión, más breve, o su carácter más conciso, fueron los factores que condujeron al cuento a este protagonismo periodístico, sino que podríamos enmarcarlo en una demanda de críticos y moralistas que vieron en el relato breve un excelente sustituto del folletín. Como apunta el profesor Alonso, Leopoldo Alas, en una de sus «Revistas Literarias» en Los Lunes del Imparcial (08/08/1892), pensaba que dicho cambio genérico supondría una notable mejora en la educación del gusto de los lectores (Alonso, 2003: 576).

El nacimiento en 1914 de La Esfera y la importancia de la que se reviste al género del relato breve debe estudiarse también como consecuencia de la evolución editorial de estas «revistas literarias» que, por ejemplo, lanzaban al mercado el tándem de Vicente Blasco Ibáñez y Ricardo Fe, La Novela Ilustrada, en 1904, una colección que alcanzó tiradas de 20.000 ejemplares (200 páginas, a 1 peseta), de gran sobriedad tipográfica, a dos tintas, y con cubierta ilustrada e ilustraciones fotograbadas. No obstante, sería El Cuento Semanal la colección de relatos breves y novelas cortas que demostraría al panorama editorial español que el género del cuento podía ser rentable (de algunos números se llegaron a imprimir 50.000 y 60.000 ejemplares). Esta iniciativa, habitualmente adjudicada a Eduardo Zamacois y, en verdad, cofundada por este y por Antonio Galiardo, surge en 1907 y finaliza en diciembre de 19083. Si bien probablemente Galiardo fue el origen de la creación de El Cuento Semanal, también es cierto que la anterior trayectoria y los contactos con los círculos culturales españoles los proporcionaría Eduardo Zamacois. En enero de 1909, tras la muerte de su socio y tras abandonar la dirección de El Cuento, Zamacois funda la colección de Los Contemporáneos, proyecto que heredaba las características e intenciones del primero, que va a perdurar hasta 1926 y que contará con más de 900 volúmenes editados4.

El Cuento Semanal y Los Contemporáneos propiciaron el caldo de cultivo necesario para que surgieran iniciativas similares. Así, Francisco Gómez Hidalgo fundaba en 1912 El Libro Popular. Revista literaria (hasta 1914); Artemio Precioso crea La Novela de Hoy en 1922, claramente inspirada en las colecciones de Zamacois, y que, hasta 1932, llegó a alcanzar tiradas de 50.000 y 60.000 ejemplares5; La Novela de una Hora, creada en 1936, de efímera duración, y dirigida por Mariano Tomás; o las iniciativas fundadas por la familia Montseny (con el escritor Federico Urales y su hija, la diputada Federica Montseny como puntales), como La Novela Ideal y La Novela Libre, que en las décadas de los años veinte y treinta vendieron tiradas entre 10.000 y 50.000 ejemplares, y que eran mitad misión libertaria, mitad medio de vida6.

Quedará para futuros trabajos un cotejo más exhaustivo que cruce las nóminas de autores que colaboraron en ambas plataformas (La Esfera y El Cuento Semanal o Los Contemporáneos), pero, de momento, atendamos al vaciado realizado y empecemos a reconstruir los distintos cenáculos que en Madrid generarían tal efervescencia de publicaciones. De algún modo, el concepto de campo cultural de Pierre Bourdieu puede servirnos a modo de atalaya para dibujar las intersecciones entre los distintos proyectos que analizamos.

Desde el 3 de enero hasta el 26 de diciembre de 1914, La Esfera publica un total de 41 relatos bajo el paraguas de la sección «Cuentos españoles». Si bien dentro del tercio central de las páginas del semanario, el apartado del cuento no va a aparecer siempre en las mismas páginas de La Esfera, cuestión que nos hace pensar en cierta fragilidad inicial de la naturaleza de la sección (de hecho, es una de las primeras en desaparecer en los números que La Esfera dedica a la Gran Guerra: n.º 35-29/08; n.º 36-05/09; n.º 37-12/09; n.º 43-24/10; y n.º 48-28/11/19147). A su vez, esta fragilidad se contagia a la razón del marbete: ¿Por qué «Cuentos españoles»? ¿Porque están escritos por autores españoles? ¿Porque están ambientados en España?

A juzgar por lo visto en este primer año, «Cuentos españoles» debía ofrecer relatos escritos por autores nacidos o afincados en España8 y cuya trama transcurriera en nuestro país, en un momento histórico cercano o situado en el mismo presente de los lectores. Así, el relato «De otros tiempos. Marcia Lucinda» (7/2/1914, n.º 6, pp. 14-15) de Diego San José no aparece en dicha sección, pues su acción transcurre en la España aurisecular, y lo mismo sucede con «El rapaz de la venda. Cuento de infantas» (9/5/1914, n.º 19, p. 8-9) del mismo autor; en cambio, «El viejo del barranco» de Pedro de Répide (9/5/1914, n.º 19, p. 13) o «De la alegre bohemia. El fantasma» (10/10/1914, n.º 41, p. 20-21) de Eduardo Zamacois, que podrían perfectamente encajar en las características de «Cuentos españoles», aparecerán igualmente sin este epígrafe; por el contrario, Federico García Sanchiz escribe «Barrio Latino. La primera aventura» (13/6/1914, n.º 24, p. 14-15), ambientado en París, y de ahí que, en buena lógica, carezca del marbete.

Que las únicas características comunes sea la localización espacial y temporal nos indica que los relatos publicados en «Cuentos españoles» de La Esfera responderán a una dinámica de aluvión: cuentos que entroncarán con la particular poética narrativa de cada escritor o de sus circunstancias, pero que no se verán condicionados por una línea editorial concreta o por unas premisas estéticas decididas por la dirección del semanario. En el vaciado de 1914, solo se han observado dos tipologías de casos que parecen responder a la política periodística o a la estructura interna de la revista: en primer lugar, la coherencia interna entre secciones distintas favoreció que, antes o después de la entrevista llevada a cabo a un escritor por «El Caballero Audaz», apareciera un relato del mismo autor (se da en el caso de Armando Palacio Valdés o de Emilia Pardo Bazán); y en segunda posición, el único relato escrito ex profeso en respuesta a la circunstancia candente de la Gran Guerra: el cuento «Del amor y de la guerra. La tragedia silenciosa» (19/12/1914, n.º 51, p. 12-14) de Manuel Bueno, que explica la aventura personal de un alemán afincado y enamorado de París durante los primeros compases del conflicto.

En cuanto a la nómina de colaboradores, les remitimos a la tabla donde podrán verificar los nombres propios y el número de contribuciones halladas a lo largo de 1914:

Autor N.º cuentos
Emilia Pardo Bazán «La estrella blanca»
 «Águeda»
 «La salvación de don Carmelo»
  «Instintivo»
  «En plena revolución»
Armando Palacio Valdés «La tela de araña»
Joaquín Dicenta «El cojito»
 «La casa quemada»
  «Libertad»
 «El suicidio del amor»
Antonio de Hoyos y Vinent «La revancha»
 «La ironía del sacrificio»
Diego San José «Marcia Lucinda»
 «Por un beso de tu boca»
  «El rapaz de la venda. Cuento de infantas»
  «Porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías»
Pedro de Répide«La cajita de plata»
  «El viejo del barranco»
José Montero «El gaitero de los Beyos»
  «La sombra de Verlaine»
Luis Antón del Olmet «La pasión fatal»
  «Los veteranos»
Alfonso Hernández Catá «Primavera»
  «La culpable»
Leopoldo López de Saá «Los modelos»
Andrés González-Blanco «Los mártires de Quintueles»
 «La guapa del pueblo»
 «La cena en el club»
J. (José) Ortiz de Pinedo«Las alas de plomo»
 «El pájaro suelto»
Augusto Martínez Olmedilla«La panacea»
Federico García Sanchiz «La primera aventura»
Carmen de Burgos («Colombine») «La Jetatura»
J. (José) Fernández del Villar «Mañanita de San Juan»
Jacinto Octavio Picón «El padre»
Vicente Díez de Tejada«Leyendas»
Dionisio Pérez «La ogresa»
Armando de las Alas Pumariño«Al primer tapón»
Federico Romero«Sortilegio»
Prudencio Iglesias Hermida «La domadora»
Eduardo Zamacois«De la alegre bohemia. El fantasma»
  «Confesiones»
Luis de Terán «La mujer del capitán»
Ventura García Calderón «El imprudente»
Gonzalo Seijas«Una conquista de don Juan»
Joaquín Belda «Un héroe»
Manuel Bueno «Del amor y de la guerra. La tragedia silenciosa»
Felipe Trigo «Los últimos toques»

Cuantitativamente no pueden menos que destacar las colaboraciones de Emilia Pardo Bazán (5 relatos), Joaquín Dicenta (4), Diego San José (4) o Andrés González-Blanco (3). Que sea Emilia Pardo Bazán quien abre la sección «Cuentos españoles» nos lleva a pensar en su prolífica colaboración en muy diversos medios de la capital madrileña, pero, en especial, a la gran cantidad de cuentos aparecidos en la revista Blanco y negro, fundada en 1891 por Torcuato Luca de Tena, cuya empresa Prensa Española sería la evidente contrincante de Prensa Gráfica, de Nicolás María de Urgoiti, propietario de La Esfera.

Hallamos tres casos que, no solo por edad, sino también por trayectoria, estaban ya consolidados como voces literarias en España: Emilia Pardo Bazán, Armando Palacio Valdés y Jacinto Octavio Picón (en el tercer número, Galdós publica un artículo de opinión, pero no un cuento). Es poca, por tanto, la representación literaria de la auctoritas narrativa española, frente a una gran cantidad de escritores que se balancean entre los 30 y los 40 años. Ese segundo y mayoritario grupo muestra una serie de similitudes que podrían ayudarnos a reconstruir el universo de redes personales que configuraría lo que parte de la crítica ha bautizado como «la promoción del Cuento Semanal» (Sáinz de Robles, 1975).

Los vectores que se entretejen en el gran tapiz de la promoción del Cuento Semanal podrían sintetizarse en la siguiente nómina:

1.- El circuito teatral madrileño, en el que incluimos el teatro musical, la zarzuela y la producción y crítica teatrales. En este campo hallamos los nombres de Joaquín Dicenta, Diego San José, José Montero, Luis Antón del Olmet, Alfonso Hernández Catá, Leopoldo López de Saá, José Ortiz de Pinedo, José Fernández del Villar, Federico Romero o Manuel Bueno.

2.- Los proyectos literarios y editoriales de Eduardo Zamacois, que agrupan a la mayoría de colaboradores citados.

3.- La pertenencia al grupo de escritores reunidos en torno a Germinal (1897), publicación dirigida por Joaquín Dicenta y en cuyo consejo de redacción trabajaron Francisco Maceín y Ernesto Bark (Pérez de la Dehesa, 1970). Eduardo Zamacois colaboró activamente en el semanario.

4.- Estancias en París a principios de siglo: Pedro de Répide (como bibliotecario de Isabel II en su exilio parisino) o Federico García Sanchiz, entre otros.

5.- Su experiencia en la bohemia modernista madrileña.

6.- Conexiones transatlánticas: como los casos de Eduardo Zamacois; de Alberto Insúa, cuñado del cónsul de Cuba, Alfonso Hernández Catá; Ventura García Calderón, secretario de la diplomacia peruana; Andrés González-Blanco o Federico García Sanchiz.

7.- La muy frecuente colaboración en publicaciones como Madrid cómico, Vida Galante, El Globo, La Mañana, ABC o El Imparcial.

Aun así, no se trata de un grupo compacto, pues se adivinan diferencias ideológicas y estéticas notables. No obstante, y desde la prudencia de un trabajo inacabado, podemos defender que la lista de colaboradores literarios de La Esfera vino a confirmar, en 1914, un proceso de cambio generacional que el profesor Cecilio Alonso ya analizó en el corpus de relatos literarios publicados en Nuevo Mundo, Blanco y Negro y Los lunes del Imparcial: la entrada en la prensa escrita de los jóvenes escritores que aglutinaría Zamacois en torno a los proyectos de El Cuento Semanal y Los Contemporáneos (Alonso, 2007: 27-56).

La naturaleza acumulativa del criterio de publicación de los relatos nos lleva a ser cautos a la hora de establecer unas líneas estéticas e ideológicas que definan, a grandes rasgos, los relatos aparecidos en las páginas de La Esfera. No obstante, sí podemos afirmar que la tendencia señalada por la profesora Ezama en el cuento publicado en prensa periódica en torno a la década de los '90 «a reflejar ambientes burgueses estereotipados» y una «frecuente voluntad aleccionadora» (Ezama, 1992: 213-214) no se cumple ni siquiera en una mayoría de relatos aparecidos en 1914 en nuestra revista semanal. En este sentido, se observa un notable contraste ideológico en La Esfera y ciertas desconexiones entre algunas secciones de la revista. Por ejemplo, la presencia en casi todos los números de una fotografía dedicada a la familia real española o secciones dedicadas a la realeza europea y en el mismo volumen, la publicación de un cuento claramente progresista, incluso antiburgués (en el mismo número 2, en el que aparece una foto del rey cazando gamos, páginas después se publica el satírico relato de Joaquín Dicenta, «El cojito» 10/1/1914, p. 21-22).

Puede ser que estas incongruencias no deriven de la falta de una línea editorial clara desde la dirección de la redacción de La Esfera, sino del deseo de satisfacer a diversos sectores del público de la clase media (tanto el conservador, como el progresista). Cabe decir que, pese al mayor o menor sesgo izquierdista, la mayoría de relatos del semanario sí responden al gusto burgués de la literatura de entretenimiento y encajarían, así, en los cauces de la literatura popular que Eduardo Zamacois había sabido explotar con tanto éxito: una cierta tendencia al melodrama y al patetismo, la recreación en aspectos escabrosos, líneas argumentales simples, pocas alteraciones temporales, etc. Así lo corrobora, aunque sin los necesarios matices, Fernández Cifuentes: «Sus colaboraciones literarias se inclinaban más hacia lo popular que hacia lo intelectual: favorecían los cuentos de Zamacois y de Hoyos y Vinent, los sonetos de Carrere y de Goy de Silva» (Fernández Cifuentes, 1982: 121).

Para poder concluir este breve trabajo con algún botón de muestra, hemos realizado una cala en los cuatro primeros números, correspondientes al mes de enero de 1914, de La Esfera, para analizar formal y temáticamente los relatos publicados. A excepción del número 3 de la revista, en que aparece un texto de opinión de Benito Pérez Galdós y ningún cuento de creación literaria, en cada volumen hallamos la sección «Cuentos españoles» e incluso, en el número 2, contamos con dos relatos, uno de Armando Palacio Valdés, para culminar la entrevista que le realiza José María Carretero, y otro en «Cuentos españoles» de Joaquín Dicenta.

El primer relato, como avisábamos anteriormente, es «La estrella blanca» de Emilia Pardo Bazán (n.º 1, 3 de enero de 1914, pp. 16-17). Con toda probabilidad, debido a la fecha de publicación del primer número, la Condesa se inspiró en la temática navideña y ambienta este relato en el momento bíblico en que los tres reyes magos de oriente se reúnen para seguir la estrella que profetiza el nacimiento del hijo de Dios. Cuatro años más tarde, publicaría en La Esfera un relato de temática similar: «El triunfo de Baltasar» (12-01-1918); es interesante el protagonismo que los tres reyes adquieren en diversos cuentos de la escritora coruñesa, aspecto estudiado por la profesora Quesada (2002: 103-112). Son, en palabras de Ángeles Ezama, «cuentos de circunstancias», que «surgen al hilo de fiestas anuales, recuerdos históricos, hechos de la vida político social...» (Ezama, 1992: 53).

El trabajo de revisión, actualización y apropiación creativa de la tradición bíblica pone de manifiesto la labor de Pardo Bazán como forjadora de la psicología de estos tres personajes, puesto que redondea la historia bíblica, llena lagunas o los construye de tal forma que resulten símbolos de ciertos valores que convienen al desarrollo del argumento del cuento. Un proceso, el de creación de los personajes, que se irá gestando a lo largo de diversos años, con el añadido o la supresión de rasgos e información a cada cuento que publicaba dedicado a esta temática.

Ángeles Quesada analiza cómo desde el primer cuento sobre los Reyes, «La visión de los Reyes Magos», publicado en La Época el 6 de enero de 1895, ya constituye una particular versión del imaginario colectivo. En este primer relato, se asigna a cada rey un físico y un carácter. Si bien Baltasar coincide con la visión tradicional (rey anciano, conocedor de los arcanos), Gaspar y Melchor se verán redondeados por el talento y la imaginación de la narradora coruñesa. Gaspar se convierte en un rey guerrero, viril y ambicioso; mientras que Melchor aparece simplemente como rey de los Etíopes. A cada cuento publicado, Pardo Bazán completa la información, la prehistoria de cada uno de los personajes, hasta que ya a principios del XX, los reyes magos pasan a simbolizar tres valores claros: sabiduría, poder y amor (Quesada, 2002: 105).

En el caso que nos ocupa, «La estrella blanca», el relato no se centra en el rey más anciano sino que concede un protagonismo mayor a Melchor, después de describir la situación y el carácter de cada uno de los otros reyes orientales. Baltasar, el mayor y más sabio, vive obsesionado por la astrología y, olvidado de sus deberes como rey, permite que su sobrino, más ambicioso, se haga con el poder. En este personaje, doña Emilia desviste al rey Basilio de La vida es sueño de su miedo a perder el trono y de su actitud tiránica, y lo convierte en un sabio bondadoso y alejado del mundanal ruido. Por su parte, Gaspar encarna al rey valiente y arrojado, con hambre de poseer el mundo y la vida. Y, por último, crea al personaje de Melchor con enorme acierto, al situarlo en el terreno psicológico de la lucha interior del hombre entre la realidad y el deseo, entre la verdad y la apariencia. Melchor se rodea de bellas esclavas caucásicas y vive colmado de sus atenciones, si bien no va a ser capaz de abandonarse feliz a ese amor ficticio, y vivirá angustiado y triste al no saberse amado de forma auténtica.

Pese al evidente simbolismo del relato y a un final con que la Condesa retoma la visión católica del episodio bíblico, la intrahistoria de los tres personajes, los vericuetos psicológicos del personaje de Melchor y la ambientación exótica del relato se erigen en los tres factores protagonistas del cuento de La Esfera. Así lo captaría el ilustrador «Echea», Enrique Martínez Echevarría9, con unas imágenes que cargan las tintas en el orientalismo del relato y en las odaliscas que tiene Melchor secuestradas en su palacio, herederas todavía del gusto modernista y finisecular.

En el segundo volumen de La Esfera y tras la entrevista realizada por «El Caballero Audaz» al escritor asturiano, Armando Palacio Valdés publica, fuera de la sección «Cuentos españoles», el relato «La tela de araña» (10/1/1914, n.º 2, p. 16). Brian J. Dendle asegura, en Galdós y La Esfera, que este texto no quedó recogido en las obras completas de Palacio Valdés (Dendle, 1990: 14) y se publicaría por primera vez, con posterioridad a la aparición en La Esfera, en un volumen de estudios sobre el novelista (Dendle y Miller, 1993: 124-126).

El ilustrador «Echea» continúa con el ambiente oriental y exótico para ilustrar el texto de Palacio Valdés. El relato «La tela de araña» hereda, asimismo, la tradición oriental del relato intercalado en una narración marco en la cual un yo desconocido, que el lector puede fácil y quizá erróneamente identificar con el autor, reflexiona a propósito de la imagen de la tela de araña como metáfora de la ambición humana y de la capacidad devoradora del hombre (y recupera así la locución de Plauto, homo homini lupus).

No obstante, en el texto de Palacio Valdés, el relato intercalado no funciona a modo de ensiemplo como en la obra de Don Juan Manuel, sino como contrapunto: la fábula india protagonizada por los dioses Agni e Indra y el rey Oncinara representa la bondad infinita del ser humano, capaz de sacrificarse por el bien del prójimo (los dioses toman la forma de dos animales, un halcón y un pichón, y obligan al rey a verse en la tesitura de conceder el pichón al halcón para que este no muera de hambre y, con él, su estirpe; el rey, lejos de la decisión salomónica, se corta en pedazos para satisfacer al halcón y evitar al pichón la muerte). La voz narradora cierra el relato, haciendo una clara concesión al lector y ofreciéndole la clave de interpretación del cuento: la leyenda india le sirve de recordatorio de la bondad humana, cuando la codicia, en forma de tela de araña, se le aparece en su vida cotidiana.

En el mismo volumen, Joaquín Dicenta participa con el segundo relato aparecido en la sección «Cuentos españoles»: «El cojito» (10/1/1914, n.º 2, p. 21-22), ilustrado con fotografías de Salazar10 que ponen el acento en el patetismo del pequeño cojo que protagoniza el cuento y, en la segunda página, en la condición de pícaro que teatralmente esconde el personaje.

Dicenta fue, con toda seguridad, un escritor cercano al núcleo de redacción de La Esfera, pues colaboró en la revista con artículos de opinión o reportajes sobre temas específicos, como, por ejemplo, el interesante artículo «Bibliotecas circulantes» (11/04/1914, n.º 15, p. 4). «El cojito» pudo estar escrito para ver la luz por primera vez en La Esfera y, un año más tarde, aparecería recogido en un volumen de relatos y novelas cortas: De la vida que pasa: novelas cortas (Dicenta, 1915: 159-168).

Tras una primera parte en la que las expectativas del lector se sitúan en el terreno del melodrama (pequeño cojo, dormido una gélida noche en medio de la calle, socorrido por un anciano caballero, etc.), la estructura del relato, que no puede sino recordarnos a una sarta de cuadros teatrales, nos instala en una sátira social que quiere subvertir tópicos: la familia del caballero se erige en digna heredera de la doble moral burguesa y utilizan al cojito como pretexto para ejercer la caridad y conseguir así la bendición divina; y por su parte, el pequeño se escapa del cliché dickensiano para convertirse en un pícaro aurisecular, que roba a los ricos para jugárselo, al final, a las cartas.

Por último, en este pequeño muestrario, hallamos el cuento «La revancha» (24/1/1914, n.º 4, pp. 25-26) de Antonio de Hoyos y Vinent e ilustrada nuevamente por Echea con delicadas imágenes que nos sitúan en un ambiente finisecular. El texto de Hoyos y Vinent retoma el motivo decimonónico de la mujer hermosa que acude a la prostitución como única forma de saldar deudas y salvaguardar su posición, si bien en su relato la protagonista, Beatriz de Carrión, condesa de 45 años, es una belleza venida a menos y es empujada por su marido a seducir a un banquero extranjero. Beatriz acaba reconociendo en él a un antiguo amante quien, despechado, se venga (de ahí el título) de la dama escupiéndole la decrepitud física en que se halla y la lástima que siente por ella. La estructura tradicional del relato (tripartita) se une a una prosa adjetivada, sensorial, de herencia parnasiana y un decadentismo estético que emana de las sugestivas descripciones de ambientes aristocráticos y lujosos, que esconden no obstante, una enorme miseria moral.

Quede este trabajo como un primer acercamiento al vaciado y análisis de los relatos breves publicados en La Esfera. La posibilidad de un trabajo de mayor alcance y recorrido nos permitirá averiguar si llegó a establecerse una nómina de colaboradores más o menos estable, si se fraguó una directriz estética determinada y si la revista madrileña recogió, año tras año, las variaciones literarias que sucedieron en el panorama narrativo español del primer tercio del siglo XX.






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