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De las nanas y otros aprendizajes del mar

Antonio Rodríguez Almodóvar





Un 13 de diciembre de 1928, Federico García Lorca pronunció en la Residencia de Estudiantes la que creo fue mejor de sus conferencias, sobre las nanas o canciones de cuna de toda España, y aun de otros países europeos. Sin el más mínimo alarde de erudición, pero con un conocimiento profundo de lo que se traía entre manos, recorrió los cuatro puntos cardinales, los cuatro compases primordiales de que está hecho este canto, sabedor, como poeta, de su porqué. «Por las calles más puras del pueblo me encontraréis, por el aire viajero y la luz tendida de las melodías» que Rodrigo Caro llamó «reverendas madres de todos los cantares», buscando «la melodía latente, estructurada con sus centros nerviosos y sus ramitos de sangre» [...] «Hace unos años, paseando por las inmediaciones de Granada, oí cantar a una mujer del pueblo mientras dormía a su niño. Siempre había notado la aguda tristeza de las canciones de cuna de nuestro país».

Se empeñó Federico aquella tarde en sortear la evidencia de ese acento triste de las nanas españolas: «No crean ustedes que vengo a hablar de la España negra, la España trágica, etc., tópico demasiado manoseado y sin eficacia literaria por ahora». El subrayado es mío. Siempre me llamó la atención este «por ahora». Pero hay que fijarse en la fecha, 1928, y en los vislumbres de tragedia que ya se asomaban, sin la menor duda, al corazón del poeta granadino. Por eso no pudo evitar que su conferencia fuera triste, a pesar de él mismo, sabiendo que «son las pobres mujeres las que dan a sus hijos este pan melancólico [de las nanas] y son ellas las que los llevan a las casas ricas». Aquí está brillando como nunca el pensamiento social lorquiano, a saber, de cómo el folclore es un discurso imprescindible para todos, que las mujeres pobres conservan gratis para entretener a las hijos de las mujeres ricas. Así el texto más básico «Duérmete, mi niño, / que tengo que hacer, / lavarte la ropa, / ponerme a coser», permitirá la eclosión surrealista de «A la nana, nana, nana, / a la nanita de aquel / que llevó el caballo al agua / y lo dejó sin beber», que Lorca recogió en seis versiones, sólo en Granada.

Pero los tiempos cambian, y España es otra y bien distinta, pese a los fabricantes del miedo retrospectivo, que hoy se empeñan en ocupar las calles contra las leyes democráticas. Allá ellos. En ese ambiente, donde crece, por cierto, una nueva flor de la pedagogía, a saber, que la educación infantil empieza al minuto siguiente de nacer, los editores de hoy aportan materiales para ocupar esa etapa de la formación lúdico-poética del niño. Uno de ellos es el Libro de nanas editado por Media Vaca, con letras de autores cultos («Las nanas de la cebolla», de Miguel Hernández; las de Gabriela Mistral, Gloria Fuertes o Víctor Jara), y nanas populares como las recogidas por Lorca y otras, como «Duerme, duerme negrito, / que tu mama está en el campo, / negrito...», con ilustraciones melancólicas y tirando a surrealistas de Noemí Villamuza. En este libro se renueva nuestra impresión, que aquí hemos descrito otras veces, de que las nanas son tan necesarias como que prolongan la sensación oceánica en la psique del niño, de estar siendo mecido todavía en las entrañas del agua materna. Justo lo que Federico llamó, de forma intuitiva, la «melodía latente».

De modo y manera, y quizás por eso, que el verano se torna irresistible para los niños en lo que concierne al mar, al ir y venir de las olas..., ya me entienden. Y es momento feliz para el reencuentro de la familia toda, en torno a los castillos de arena, y a los juegos de aprendizaje que muchas editoriales difunden estos meses. De ellos, elegimos varios casi al azar. Aprovéchenlos. Felices vacaciones.





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