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ArribaAbajoLiteratura «regional» o literatura «nacional»: la posición de Rosalía de Castro

Horst HINA


Universität Freiburg

El carácter bilingüe de la obra de Rosalía de Castro representa con toda evidencia una dificultad a la hora de una lectura desde una perspectiva española. La lectura al nivel de la literatura gallega parece mucho más fácil de realizar: Rosalía sigue siendo considerada hasta en la crítica más reciente como la personificación misma de su país, como la voz de Galicia,484 como fundadora de la literatura gallega moderna. El hecho de que parte de esta obra esté escrita en castellano, no ha perjudicado sobremanera este modo de ver, ya que, como apunta Basilio Losada Castro con cierta lógica en su artículo de la Gran Enciclopèdia Catalana, hay que atribuirlo a «condicionaments de l'època»,485 en otras circunstancias culturales, toda la obra hubiera estado probablemente redactada en gallego.

No es mi intención la de poner en tela de juicio tal visión de las cosas, ni mucho menos, sino de intentar una visión de la obra de Rosalía a partir de la literatura española, intento que me parece imprescindible para poner de manifiesto todo el alcance de esta obra cuyo carácter polifacético muchas veces no ha sido apreciado en su justo valor. En la crítica rosaliana, es verdad, no falta cierto malestar acerca de una interpretación demasiado unilateral; ya en los años cincuenta, José Luis Varela, en su conocido estudio Poesía y restauración cultural de Galicia en el siglo XIX, observa que ha sido una desventaja para la autora que sus paisanos de España y de América la hayan festejado como la «cantora de su país»,486 sin darse cuenta del mensaje «universal» de esta obra. Además, Varela alude a la sobrevaloración, según él, de los Cantares gallegos, obra que no considera como «específicamente rosaliana» (ibid. ), y exige una «crítica nacional» que intenta realizar a través de la inserción del conjunto de la obra rosaliana en el contexto poetológico de la época. Se podrá también hacer hincapié en un libro de índole muy diferente, el esbozo biográfico que hace Salvador de Madariaga en Mujeres españolas de 1974, libro estimulante sin duda, donde habla, a partir de consideraciones tanto psicológicas como literarias, de la «castellana que esta gallega llevaba dentro», especulando incluso sobre el problema si lingüísticamente «el gallego le manase del alma a más hondo nivel que el castellano»,487 y va hasta considerar la poeta de la «Castellana de Castilla» como una castellana «de verdad», un poco a la manera del mismo Miguel de Unamuno.

Una posibilidad de tal perspectiva nacional de la cual habla Varela podría ser una perspectiva de historia de la literatura. En el siglo XIX, ocurre aquel fenómeno, capital en la historia de las letras españolas, que es la diferenciación del espectro literario con los «renacimientos» de las literaturas periféricas. Ahora, según Víctor Balaguer, España tiene una literatura «nacional» y cinco literaturas «regionales» (para él, también la portuguesa es «regional»). La dicotomía entre literatura «nacional» y literaturas «regionales» es un tema altamente polémico en la época de la Restauración, ya que implica la necesidad de una reconsideración del panorama literario español. A Rosalía, es preciso situarla dentro de este debate para comprender su posición en la historia de la literatura española de su siglo. En este aspecto, hay que señalar que es precisamente su obra gallega la que provoca reacciones «nacionales» casi inmediatas, iniciando así el proceso de recepción de la obra de Rosalía, mientras su obra castellana pasa casi inadvertida hasta muy entrado ya el siglo XX.

En mi libro Castilla y Cataluña en el debate cultural,488 he esbozado aquella polémica acerca de las nuevas literaturas peninsulares. No quiero añadir nada a ello, pero sería interesante, al lado de la polémica político-cultural, profundizar en el aspecto puramente literario de estos «regionalismos». El término se generaliza a partir de los años ochenta, y los discursos de recepción de Balaguer en las Academias madrileñas (con las respectivas respuestas de Amador de los Ríos y de Castelar) pueden constituir el punto de arranque de un debate «nacional» acerca del fenómeno. Se trata aquí principalmente de literatura catalana, pero la obra de Rosalía puede integrarse sin demasiadas dificultades en aquel debate.

De Rosalía, tenemos pocos textos teóricos; una razón más para aprovechar lo mejor posible los pocos textos teóricos existentes, y principalmente los prólogos a sus dos libros de poesía en lengua gallega. El prólogo de Cantares gallegos, de 1863, es sumamente aclarador. El uso de la lengua gallega -Rosalía utiliza aún el término de «dialecto»-, la justifica por su deseo «pra cantar as bellezas da nossa terra»,489 y, en general, como defensa e ilustración de su «infeliz patria»490 que considera acaso «o mais formoso e dino de alabanza».491 «Tierra», «patria», «provincia»- he aquí el vocabulario característico de una corriente cultural muy difundida al menos desde los años treinta en España y que ya Pablo Piferrer, en sus Recuerdos y bellezas de Cataluña, ha llamado «provincialismo».492 Manuel Milá y Fontanals, en su discurso inaugural de los Jocs Florals de 1859, los primeros de su género -seguidos dos años más tarde por los Juegos Florales de La Coruña- había dicho en su habitual modestia que quien no ama a su provincia, no puede amar a su nación. Rosalía no habla del amor a la nación (no se quiere política), pero el espíritu de su texto la sitúa dentro de la línea de aquel «provincialismo». La fuerza de este sentimiento se manifiesta en un indudable anticastellanismo, evidente en el conocido poema «Castellanos de Castilla», escrito poco después del poema de Balaguer «Los quatre pals de sang», con su refrán de «Ai, Castella castellana / No t'hagués conegut mai!», poema al cual alude también Emilia Pardo Bazán en su discurso de homenaje a Rosalía. Balaguer, en sus Poemas completos de 1867, había justificado este pasaje como reivindicación de una España que no sea dominado por Castilla, y había declarado al mismo tiempo su adscripción a una Cataluña española. Es verdad que tales sutilidades no se encuentran en el prólogo de Rosalía, más bien limitada a la sola visión de Galicia.

Las «Dos palabras de la autora» a Follas novas, de 1880, nuevamente contienen alusiones hostiles a Castilla, causante de injusticia. En cuanto a su nuevo libro de poesía gallega, la autora parece plenamente consciente de la importancia de esta obra sin duda capital en la poesía del siglo. Está dedicado «as multitudes de nosos campos», es decir al pueblo de Galicia, que «tardaran en ler estos versos, escrito a causa deles»,493 es un libro que sin duda necesitará décadas para llegar hasta su verdadero destinatario. En cierto sentido, se presenta así como fundamento de toda una literatura -la gallega-, casi como su garante. Sorprende tanto más que la misma autora declara también que difícilmente escribirá más versos en su lengua materna. Lo declara un año antes de la memorable riña alrededor de la «prostitución hospitalaria»494 que le disgustó tanto que insistió con vehemencia en aquella decisión. No declara que abandona la poesía en sí, sino la poesía en su lengua materna. Desde luego, es la vuelta a la lengua «nacional», que se concretará con En las orillas del Sar.

La edición de Follas novas (con editor madrileño, no hay que olvidarlo) contiene un prólogo de Emilio Castelar que se suele pasar por alto y que, en realidad, es una de las primeras manifestaciones -y manifiestos- a favor de la poesía rosaliana. No hay la mínima duda de que Castelar haya captado plenamente la trascendencia de la obra, «un astro de primera magnitud en los vastos horizontes del arte español»,495 obra que por sí misma sería suficiente para fundamentar toda una literatura. Castelar reconoce, a través de la particularidad de la obra, su misma universalidad. Esta universalidad se revela también en su carácter social, y a partir de aquí, Castelar defiende las exigencias políticas inherentes en la obra: «Para matar el provincialismo exagerado no hay medio como satisfacer las justas exigencias provinciales».496 Culturalmente, Castelar ve la necesidad de la «coexistencia» -según «la ley de variedad»- de la literatura «nacional» con las literaturas -«brillantísimas»- de algunas regiones de España.

Esta visión de la «coexistencia» en la «variedad» -¿una complementariedad?- no se limita en aquel momento al solo Castelar. Balaguer, en 1883, evoca la idea de la gran nacionalidad española» que integraría armoniosamente las literaturas regionales».497 En relación con las literaturas «regionales», la postura de Marcelino Menéndez y Pelayo es particularmente significativa. Consciente siempre con gratitud de su experiencia intelectual catalana, y a pesar de su reticencia frente al catalanismo político, trabaja a favor de la plena integración de las literaturas «regionales» al concepto de literatura española. Su estudio Horacio en España, de 1878, es ejemplar en tal sentido: habla de la «escuela catalana» como una de las «escuelas peninsulares», y además como acaso «la más gloriosa»,498 con el desfile de sus poetas, filólogos y filósofos. Para tal visión integradora es significativo también su «programa» de literatura española del mismo año 1878, impresionante panorama multilingüe de la literatura hispánica desde la época romana. En algún momento, para Menéndez y Pelayo, la lengua no era más que «la vestidura de la forma».499 Hay que añadir que en la literatura catalana de su tiempo, Menéndez y Pelayo subraya su carácter bilingüe: Milá por ejemplo es considerado como un «gran literato español más bien que peculiarmente catalán»,500 y más aún, lo considera dentro de Cataluña como «castellanista fervoroso y convencido».501 Sin duda, esta manera de ver podría también aplicarse a Rosalía (cuya grandeza no parece haber sido reconocida por Menéndez y Pelayo, como recordará Azorín).

Desde luego, literatura «nacional» y literaturas «regionales» se integran en un concepto global de literatura española. Las literaturas «regionales» (en la lengua «nacional» o las «regionales») son vistas como manifestaciones de la gran literatura española. La historia de la literatura española del padre Francisco Blanco García, de 1891, es también una prueba de tal posición. El tercer volumen de esta obra se consagra precisamente a las literaturas «regionales» implicando tanto las que lo son por la sola distancia del centro y no por el idioma, es decir las literaturas hispanoamericanas, y las que lo son tanto por su distancia como a veces por su idioma distinto, es decir las peninsulares.

Es cierto que dentro de este panorama se podrá detectar también una corriente más bien hostil al movimiento literario regionalista, una corriente reforzada por la creciente politización del regionalismo en los años ochenta por parte de federalistas y regionalistas sobre todo de índole catalanista. La publicación de Lo catalanisme de Valentí Almirall, en 1886, provoca violentas reacciones, entre las cuales la intervención de Núñez de Arce en el Ateneo de Madrid en 1888, diatriba poco diferenciada en contra del conjunto de estas tendencias a las que reprocha su «exclusivismo» excesivo y por supuesto su tendencia anticastellanista; en cuanto al problema del idioma, denuncia el «culto fanático» y el fin irrealista de los «dialectos» regionales. Su discurso es sin duda una clara reivindicación de la lengua «nacional» frente a los idiomas regionales que tanto en Cataluña como en Galicia adquieren una nueva dignidad literaria.

Esta visión crítica de los regionalismos se nota también, aunque de manera más matizada, en el texto que tiene una importancia innegable en la historia de la recepción de la obra de Rosalía: el discurso de Emilia Pardo Bazán con motivo del homenaje a Rosalía en el año de su muerte, publicado tres años después, en 1888, con unas anotaciones que refuerzan la crítica del regionalismo y que reflejan el ambiente que acabarnos de señalar. El regionalismo, para Pardo Bazán, no parece viable, y principalmente por cuatro razones: los idiomas regionales perjudican al idioma «nacional» pues por esta división de lenguas el estudio de la literatura española se haría más difícil; los idiomas «regionales» tienen una limitada esfera de acción; el forzoso «exclusivismo» (el término que utiliza Núñez de Arce) tendría efectos negativos; y al fin, la tendencia innata de la lengua «nacional» sería de extinguir paulatinamente los «dialectos» (argumento que de modo similar aparece también en Núñez de Arce). Los regionalismos constituyen un «atavismo» como indica claramente Pardo Bazán, y están en contra de las tendencias de la época moderna. Hay que señalar que la autora hace una clara diferencia entre los movimientos catalán y gallego: al primero lo elogia efusivamente, considerándolo a la altura de cualquier literatura contemporánea, mientras su postura frente al segundo es más bien reservada.

Así, las condiciones para una valoración objetiva de Rosalía no son muy positivas. Rosalía es vista principalmente como poeta lírica, y la poesía, según Pardo Bazán, es «forma primaria» en literatura,502 comparada con otros géneros más conformes a la modernidad. Aquí también se entrevé aquel «atavismo» que Pardo Bazán cree detectar en las literaturas regionales. Entre las obras de poesía de Rosalía, Pardo Bazán valora como superior precisamente los Cantares gallegos, «lo mejor que Rosalía ha producido y lo más sincero de la poesía gallega»;503 Frente a los Cantares gallegos, las Follas novas con todas sus innovaciones» quizás podrán «revelar más ciencia, pero no mayor tino»;504 la imagen de Rosalía se encuadra en el aspecto regionalista, cuya máxima encarnación son los Cantares gallegos, y por otro lado el regionalismo parece una forma de literatura al fin inferior a la literatura «nacional», como se desprende claramente del conjunto del artículo de Pardo Bazán. Por cierto, Pardo Bazán aprecia el «dialecto» con su «dejo grato y fresquísimo»505 la capacidad de la literatura regional de establecer un puente entre las letras cultas» y la «poesía popular», pero por otro lado la autora se pregunta si los procedimientos de la crítica pueden del todo aplicarse a tal literatura, que -según Menéndez y Pelayo, que cita aquí- «antes de juzgados, son sentidos».506

En oposición con la literatura regional, la literatura «nacional» -en la cual además Galicia nunca se habría distinguido hasta aquel entonces- es la literatura a la altura de la vida moderna, y el castellano es «nuestro verdadero idioma».507 No es que Pardo Bazán no aprecie a Rosalía, todo lo contrario, pero este elogio se revela como altamente ambiguo, como una literatura de un nivel al fin y al cabo inferior. Rosalía queda reducida al ámbito de su región, fuera de la alta esfera de la literatura nacional. Manuel Murguía, como señala con razón Juan Paredes Núñez,508 parece haberse dado cuenta rápidamente de aquel peligro y ha polemizado contra ella.

El rechazo de las «innovaciones» de Rosalía por parte de Emilia Pardo Bazán reforzó la tendencia ya iniciada anteriormente (aunque con connotaciones distintas) de encarcelarla dentro de la literaria «regional», de tal modo que a comienzos del nuevo siglo, Azorín pudo presentar a una poeta casi desconocida y mal comprendida fuera de Galicia. Mientras que el mismo Azorín, en El paisaje de España visto por los españoles (1917), destaca también el tópico del «profundo sentimiento del ambiente y del paisaje de Galicia»,509 inigualable en Rosalía, insiste en Clásicos y modernos (1913) en la dimensión nacional de Rosalía que considera como «uno de los más grandes poetas castellanos de la decimonona centuria»,510 y denuncia «la incomprensión de la crítica española moderna»,511 que había ignorado a Rosalía completamente (está ausente de las antologías de Valera y Menéndez y Pelayo). Con el rótulo de «precursora» de la revolución poética moderna, Azorín le atribuye además con bastante éxito un sitio en la evolución de la literatura española de su tiempo. El mismo Murguía, en su prólogo de una edición de En las orillas del Sar se refiere a este término que le parece una primera consagración de Rosalía al nivel nacional.

El proceso del pasaje de la literatura «regional» a la literatura «nacional» (con toda la complejidad que estos conceptos significaban en su tiempo y en la actualidad) todavía parece inconcluso. Al menos hay que señalar unos intentos de solución del problema en la crítica de las pasadas décadas. Una solución podría ser, sin duda, la necesaria inclusión del conjunto de la obra de Rosalía en la crítica, y no solamente la obra castellana, tal como lo había ya intentado Varela en la obra citada, por supuesto con otros enfoques metodológicos. Otro intento ha sido el de ocuparse más a fondo con la obra castellana de Rosalía, y precisamente con la obra en prosa ignorada casi completamente por la crítica hasta la actualidad. Como se sabe, ya Gómez de la Serna había celebrado El caballero de las botas azules como «una de las más bellas novelas del siglo pasado en lengua castellana»,512 y había subrayado las descripciones madrileñas. En esta misma dirección, se sitúa Salvador de Madariaga que subraya el aporte de Rosalía en el campo de la narración filosófica en el cual, según él, Rosalía ha hecho en España lo que hizo Voltaire para Francia en el plano del cuento filosófico. Madariaga propone lo que no se ha hecho todavía hasta la fecha: es decir, hacer circular las novelas de Rosalía en ediciones separadas para tener la prueba de su éxito en el público lector.

El modo acaso más prometedor de integrar más a fondo la obra de Rosalía en la literatura «nacional» es el de proceder de manera comparatista. Cristina Dupláa513 ha señalado justamente como se suele menospreciar el aporte de las literaturas «regionalistas» a la literatura española del XIX, principalmente a la del Romanticismo y del Realismo. Las relaciones interhispánicas en todo el siglo XIX son una prueba de ello, como por ejemplo la relación entre Pereda y Narcís Oller. En el caso de Rosalía, me parece que el estudio de la traducción, tal como lo ha iniciado Claude Poullain514 es particularmente instructivo, la traducción en el sentido lo más amplio posible, por ejemplo de En las orillas del Sar, como traducción de Follas novas, dentro de los límites evidentes del sujeto, pero también en el sentido estricto, como estudio de versiones, y además como actividad traductora, ya que los textos gallegos reclaman la traducción para su universal conocimiento. En este plano, no solamente el castellano podrá ocupar su papel de lengua universal y mediadora de las literaturas peninsulares, sino que también recuperar su papel de integración de lo que se ha llamado en el siglo XIX la literatura española.