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ArribaAbajoTipos ausentes en Los españoles pintados por sí mismos: Doce españoles de brocha gorda

Enrique RUBIO CREMADES


Universidad de Alicante

Con la aparición en 1843 del primer volumen de Los españoles pintados por sí mismos595 se inicia en España un largo recorrido que nos conduce a la colección costumbrista homónima en el título publicada en el año 1915.596 En este paréntesis de tiempo las colecciones costumbristas imitaron en un principio a la dirigida por el conocido empresario y editor Ignacio Boix. Tanto Los valencianos pintados por sí mismos597 como Los españoles de ogaño598 muestran en sus prefacios o notas introductorias la deuda contraída con Los españoles pintados por sí mismos. De igual forma la huella de los maestros del costumbrismo de la primera mitad del siglo XIX se percibe en colecciones posteriores que no sólo describirán las costumbres españolas, sino también americanas.599 En todas estas colecciones el colector o colectores imprime su peculiar talante en aquellos aspectos del mosaico social-costumbrista que a su juicio debían figurar en la obra, escogiendo para tal empresa personas reputadas y conocedoras del tipo analizado. En lo que respecta a Los españoles pintados por sí mismos es obvio que más de un tipo del tejido social de mediados del siglo XIX no encuentra acomodo en ella, bien por desconocimiento o intencionadamente. En una época de auténtica efervescencia política, como puede ser la España coincidente con la publicación de Los españoles, se deja en olvido el contenido político que posibilitó una cadena de sublevaciones, levantamientos y guerras civiles que provocaron la revolución del 68.

Desde una óptica semejante Antonio Flores observó que la magna colección costumbrista Los españoles no actuaba como ente receptor de todos los tipos y escenas de la España de su época, de ahí su interés y preocupación por ofrecer a los lectores una galería de tipos ausentes en la colección de Ignacio Boix. Antonio Flores en la dedicatoria que figura al frente de Doce españoles de brocha gorda,600 fechada en Madrid, el 19 de Agosto de 1846, da por finalizada una obra enraizada tanto en su contenido como enfoque con Los españoles pintados por sí mismos. En el Prólogo el autor del libro manifiesta repetidamente cuál fue su intención:

«Cuando los Españoles dijeron que se iban a pintar a sí mismos y vi yo que efectivamente daba a luz sus retratos, metí en la buhardilla mi máquina y exclamé: -¡Adiós mi dinero! esta gente ha conocido la intención y quiere dejarme sin oficio ¿Si ellos se retratan a sí mismos, quién mejor ha de callar por modestia sus virtudes, ni ha de conocer mejor sus vicios?- No me quedaba otro recurso que el de alquilar mi máquina a los que quisiesen servirse de ella; pero ese oficio, y el de los diputados que dan su voto al que antes lo ha menester, allá se van, y resolví quedarme quieto, renunciando por siempre a la profesión de fotógrafo. Pero quiso Dios que se terminase la colección de Españoles pintados y viendo yo que por ser el acto voluntario todos los pájaros de cuenta habían huido de llevar allí sus retratos, subí corriendo al caramanchón y abrazado a mi daguerreotipo, cual otro Sancho Panza a su amado rucio, exclamé: -¡Ven acá tú, espejo de justicia, pincel de desengaños, paleta de claridades! ¡Sacúdete las telarañas, amigo franco, censor incorruptible, fiscal infatigable, juez imparcial, fotógrafo desinteresado! Prepara los trebejos, daguerreotipo de mi alma, que ya nos cayó que hacer por unos días; y si tú me prestas tu poderosa ayuda, hemos de bosquejar en cuatro brochazos ese puñado de Españoles sin pintar que se escurrieron entre los pintados.»601



Antonio Flores ya había manifestado con anterioridad a la fecha de 1846 su interés por los tipos y escenas de la vida española. Colaborará en Los españoles con los artículos El barbero, La santurrona, El hortera, La cigarrera y El boticario. Con anterioridad dirigió la revista El Laberinto,602 publicación que nace a raíz de la venta que del Semanario Pintoresco Español llevó a cabo Mesonero Romanos a Gervasio Gironella.603 Venta que propició la ausencia de los habituales redactores del Semanario para colaborar en la revista dirigida por A. Flores. Desde las mismas páginas del Semanario se observa la desazón de su actual propietario por la ausencia de nombres famosos que encontraban mejor acomodo en las páginas de El Laberinto. Cabe señalar también que paralelamente a la publicación de Los españoles la imprenta del Panorama Español inicia una colección costumbrista -Álbum del Bello Sexo o Las mujeres pintadas por sí mismas-604 que tendría, como su título indica, la función de analizar a la mujer de mediados del siglo XIX. La colección cumple su objetivo tan sólo en la primera entrega, con la publicación del artículo La dama de gran tono, debida a Gertrudis Gómez de Avellaneda. La segunda y última colaboración ya no es debida a pluma femenina, sino al propio Flores, autor en esta ocasión del artículo La colegiala. A partir de este momento surge una clara contradicción, pues la colección que debía constar de dos volúmenes con cuarenta tipos cada uno, prescinde de las mujeres y encomienda su colaboración al mismo Flores.

Es evidente, pues, que con tales precedentes literarios Doce españoles de brocha gorda actuara como marco receptor de unos tipos y escenas harto conocidos en la sociedad de la época. Mosaico social que tendría su mayor acierto en la elaboración por parte de Flores de su conocida obra Ayer, Hoy y Mañana.605 En Doce españoles se evidencia por primera vez el trasvase de la escena o cuadro de costumbres a la novela realista, adelantándose así a los postulados emitidos por Fernán Caballero y a lo expuesto por Galdós en su discurso de ingreso en la Real Academia. Flores señala que «nuestro daguerreotipo es un espejo claro y franco, ante el cual no existen embozos ni caretas»,606 todo se refleja tal cual es, con sus defectos y deformaciones. Ello hará posible que Flores disponga inicialmente su material costumbrista de forma aislada, sin ilación alguna. Sin embargo el desarrollo de los cuadros y su posterior engarce conseguido gracias a la creación de una peripecia argumental propiciará el primer relato costumbrista nacido al amparo de Los españoles pintados por sí mismos. Flores no muestra esta intención al principio, pues concluida su novela se justificará ante los lectores con las siguientes palabras:

«Lo primero que me arrojarás a la cara será el título de novela que lleva la obra, envuelto en el prólogo de la misma que sólo anuncia una serie de cuadros de costumbres; pero como a ti mismo te ha de ocurrir que no ha estado en mi mano impedir que el caballero de industria necesitase del granuja, de la Cuca y de la Jamona, para explotar el cariño de la duquesa, me ahorras el decirte que esa ha sido la causa de que los cuadros aparezcan ligados entre sí, formando una cosa que yo me apresuré a llamar novela, para que mientras la leyeses no te horrorizara el saber que todo aquello era verdad y que estaba pasando mientras tú lo estabas leyendo.»607



La incidencia de Los españoles pintados por sí mismos es patente también en La Gaviota, considerada por los estudiosos del siglo XIX como el primer relato realista. En el prólogo de la citada novela la autora señala que «es indispensable que, en lugar de juzgar a los españoles pintados por manos extrañas, nos vean los demás pueblos pintados por nosotros mismos».608 Nada más oportuno al respecto que el ofrecimiento de Flores a sus lectores, consciente de que su libro estaría respaldado no sólo por la reputación de sus escritos anteriores insertos en Los españoles, sino también por la fuerte incidencia que por aquel entonces tenía entre el público este tipo de obras. De esta forma Flores indica cuáles son los doce tipos de brocha gorda que han de protagonizar su escrito, correspondiendo a cada uno de ellos un suplente. Los propietarios serán los siguientes: El granuja, El alma desterrada, El primo, La cuca, El caballero de industria, El marica, El alabardero, La vergonzante, El señor mayor, La jamona, El aficionado y Sor María Magdalena de San Vicente Paul. Los correspondientes suplentes serían, respectivamente, los tipos que a continuación enumerarnos: El ahijado, La niña nerviosa, El inglés, La viuda escedente, El haragán, El hijo de siete madres, El sargento de 1808, La andaluza, El doceañista, La soltera de treinta y cinco, El ignorante y La niña de cera. Toda esta galería de tipos aparece perfectamente engarzada en el Madrid urbano de la época, en un contexto que parece recrear lo dictado por Mesonero Romanos en su Manual de Madrid. La descripción de barrios, iglesias, conventos, asilos, plazuelas, calles, costanillas, etc. se enlaza sutilmente con las aventuras y desventuras de los respectivos tipos costumbristas analizados. De ahí que no sea singular encontrarse con la castiza plazuela de la Cebada, núcleo urbano tradicional del viejo Madrid, situada entre la concurrida calle de Toledo y el Humilladero, arterias urbanas descritas por los maestros del género, como en el caso de Mesonero Romanos en su artículo La calle de Toledo o, posteriormente, por novelistas, como Galdós en Fortunata y Jacinta.

El primer tipo que asoma en las páginas de Doce españoles de brocha gorda -El granuja- brilla por su ausencia en Los Españoles pintados por sí mismos. Flores en su descripción detallada entronca con un escenario y tipos de ilustre tradición literaria: el mundo de la picaresca. Al igual que el cuadro cervantino Rinconete y Cortadillo el lector conoce las necesidades y penurias de una pandilla de rapaces que azuzados por el hambre ponen en práctica un ingenio poco común. Patata, Conejo, Pepitaña, Lebrel y Pito se erigen en cofrades de un mundo que no encuentra su acomodo en las páginas de Los españoles. Incluso cabe señalar la importancia que el autor del libro concede a las múltiples variantes del idioma para ofrecer de esta forma un retrato veraz y objetivo. El lenguaje de germanía, gitanismos, vulgarismos propios de las zonas más ínfimas de Madrid, distorsiones sintácticas y toda suerte de vocablos propios del Madrid castizo fluyen en las conversaciones de estos pícaros con total espontaneidad. Voces como fundiendo, peñascaró, jeta, perdis, rebatiña, jopa, andorga, tripicalleros, tunarras, sopandas, chulé, parolí, buchí, etc., introducen al lector en un mundo real, pleno de vida, aunque inaccesible por la peligrosidad de sus moradores.

No menos interesante es la aparición por estas fechas de un tipo, la cuca, que es consecuencia directa de las contiendas políticas o enfrentamientos civiles de la época. Su actuación podría entroncar con el artículo que Serafín Estébanez Calderón publica en Los españoles: La celestina; sin embargo, el artículo de El Solitario en nada se asemeja al tipo de celestina descrito por Flores, pues todo su ingenio, astucia y excelentes formas están dirigidos al mundo de la política. Ella actúa de tercera, de mediadora, granjeándose la simpatía de los bandos rivales y enriqueciéndose a costa de la buena voluntad de sus clientes. Su familiaridad con diversos personajes de la nobleza no es obstáculo para que conozca, igualmente, los estratos sociales más bajos del Madrid de mediados del siglo XIX:

«Amiga de todas las personas notables presas por carlistas, asistía diariamente a las cárceles, vendiendo consuelos y ganando amigos, hasta que llegó a adquirirse el dulce nombre de Madre de los encarcelados. Cuando hablaba con los carlistas, decía que sólo por servir a su amo y señor el rey D. Carlos V podía ella hacer el sacrificio de tratar con los pícaros negros... A los liberales empleados en el gobierno de aquella época les hacía creer que sus relaciones con los carlistas podían servir a los leales para averiguar las inicuas tramas de los palomos... Para acreditarse con ambos partidos vendió secretos de unos y de otros, cobrando siempre comisión de ambos.»609



Significativa es también la presencia de tipos en Doce españoles de brocha gorda que por diversas causas no tuvieron su descripción detallada en las colecciones costumbristas decimonónicas. Nos referimos a D. Pepito María Truquiflor, un tipo de brocha gorda conocido con el nombre de El marica. Truquiflor es un personaje asaz inteligente, heredero en parte de los comportamientos puestos en práctica por lindos y petimetres de épocas pasadas. Su odio al matrimonio y a las mujeres es proverbial, aunque nunca manifestado con sarcasmo y virulencia. Su pavoneo continuo, su exquisita limpieza y cuidado vestido armonizan perfectamente con una fluida conversación plagada de anécdotas y refranes no poco ocurrentes a fin de corroborar sus aseveraciones contra el sexo opuesto.

Cabe destacar también aquellos tipos cuyo protagonismo está evidenciado por su porte físico, como el cuadro que da vida doña Leonor Gamuza, representante genuino de las jamonas de la época:

«A veinticinco pasos... es una joven de veinte abriles, robusta, pero esbelta; de ojos pardos, pelo castaño, facciones delicadas, color rosado y una sonrisa tan graciosa, que cautiva a los habitantes de los pisos terceros, cuando pasa Leonor por una calle... A doce pasos y medio... ya es otra la decoración. Los veinte abriles son treinta marzos... el talle ha perdido lo esbelto y sólo conserva la robustez... los ojos pardos son casi azules, el pelo castaño no es sino rubio, el color rosado tiene sus manchas blancas y la sonrisa no es tan espontánea como pudiera serlo si los labios no anduvieran ocupados en esconder la dentadura... A boca de jarro o a tiro de abrazo... ya no hay decoración. Los treinta marzos son cuarenta eneros, la robustez es gordura, los ojos siguen siendo azules, pero cristalinos, el pelo rubio enseña el cráneo más de lo regular... el color rosado existe, pero en divorcio... el blanco y el carmín se han interpuesto, pero no se han mezclado... Sólo queda intacta esa tinta llamada no sé que, a la cual debe Leonor el título de buena moza con que aún la saludan los pocos amigos que no la llaman jamona...»610



Los tipos nacidos a raíz de los nuevos cambios sociales encuentran feliz acomodo en Doce españoles. El tipo conocido con el nombre de caballero de industria no es otro que el elegante, cuya única misión es vivir de las mujeres y estafar a las personas. Su porte, ademanes y astucia denotan la falsedad de su comportamiento, convirtiéndose, según la ocasión requerida, en tierno amante o en destructor de honras ajenas. Calavera y corrupto sabe mejor que nadie pulsar la fibra sentimental para conseguir sus propósitos.

El resto de los españoles de brocha gorda no tienen la misma proyección e importancia que los señalados hasta el momento presente. Alguno de ellos se presenta de forma embrionaria; sin embargo tendrán una cierta entidad en las colecciones costumbristas de la segunda mitad del siglo XIX, como es el caso de la niña verviosa, tipo descrito por Flores en su novela y objeto de estudio en Las españolas pintadas por los españoles gracias al artículo de Pascual Ximénez Cros.611 El caballero de industria o la cuca encontrarán a partir de la publicación de Doce españoles el justo lugar que le corresponde, tanto en la colección citada en estas últimas líneas como en Los españoles de ogaño.612

La galería de tipos analizada por Flores es complemento de lo descrito en Los españoles pintados por sí mismos. La peripecia argumental está siempre en función de los mismos, aunque en el soporte de la peripecia se filtren situaciones y elementos propios del folletín. Si prescindimos de los ingredientes de los relatos folletinescos -madres solteras, matrimonios secretos, paternidades dudosas, orfanatos, misteriosas revelaciones, etc.- el lector tendrá siempre un retrato fiel del Madrid de mediados del siglo XIX.