En Los libros
del conquistador, Irving Leonard menciona la importancia de
los relatos que, al glorificar al guerrero como prototipo de su
cultura, estimularían a la juventud española que se
ofrecía como voluntaria para las expediciones a las Indias.
Señala también que, a través de estas
lecturas, el conquistador vería su imaginación
avivada «para la aventura y el
romanticismo hasta un grado de exaltación casi
mística»
72,
que habría de impulsarlo a sobrepasar los hechos de los
caballeros andantes. Después de todo,
en su mundo, que de pronto se había ensanchado llenándose de oportunidades, el soldado y particularmente el conquistador, no importa cuán bajo fuera su origen, podía aspirar a las mayores retribuciones de riqueza y a los más elevados sitiales del poder. ¿Por qué no iba a convertirse en emperador de Constantinopla, como Esplandián y otros héroes legendarios, o por lo menos como se le prometió más tarde a Sancho Panza, en gobernador de alguna ínsula encantada?73 |
El
Amadís de Gaula encabeza el género literario
que demuestra las posibilidades comerciales de la imprenta, y,
junto con otros títulos, tuvo una honda influencia en los
conquistadores del Nuevo Mundo y en los jóvenes
españoles «convencidos de que, al
participar en viajes a ultramar, palparían en realidad las
maravillas, las riquezas y las aventuras que se contaban en los
libros populares tan seductoramente»
74.
Por su parte, el libro de Esplandián renovó el espíritu de Cruzada e incluyó el antiguo mito de las amazonas en un emocionante episodio. Dicho mito se habría originado en tiempo de los griegos, quienes aseguraban haber descubierto a las amazonas en el Asia Menor. La historia de las misteriosas mujeres se mantuvo vigente durante la Edad Media, ganando fuerza a través de los relatos de viajeros. El mismo Cristóbal Colón alimentaría esperanzas de encontrarlas en alguna isla del Caribe, y, más tarde, Hernán Cortés mostraría interés en ellas y dejaría testimonio de haberlas conocido a través de sus lecturas:
E que en estas partes ay una que está poblada de mugeres [...] las quales diz que tienen en la generación aquella manera que en las historias antiguas describen que tenían las amazonas75. |
Si bien es cierto que durante el periodo colonial llegaron a América grandes cantidades de libros, también es cierto que lo hicieron de manera ilegal. En 1531, la Corona prohibió la salida de España de los libros de ficción con base en la información que había recibido la reina acerca de los muchos libros que pasan a las Indias:
Libros de Romance de ystorias vanas y de profanidad como son el amadis y otros desta calidad y porque este es mal exercicio para los yndios e cosa que no es bien que se ocupen ni lean, por ende yo vos mando que de aquí adelante no consyntáys ni deys lugar a persona alguna pasar a las yndias libros ningunos de historias y cosas profanas76. |
A pesar de los esfuerzos del clero, de los moralistas y de los monarcas españoles por debilitar la devoción popular por el género de ficción, sus leyes y decretos no consiguieron aminorar la venta y distribución de esta literatura en España ni en los dominios de ultramar. En su estudio, Leonard cita una segunda orden real, fechada el 14 de julio de 1536:
Algunos días ha que el Emperador y Rey, Señor, proveyó que no se llevase a esas partes libros de Romance de materias profanas y fabulosas, por que los indios que sopiesen leer no se diesen a ellos, dejando los libros de sana y buena doctrina, y leyéndolos no aprendiesen en ellos malas costumbres y vicios: y también porque desque supiese que aquellos libros de Historias vanas habían sido compuestos sin haber pasado, ansí no perdiesen la autoridad y crédito de Nuestra Sagrada Scriptura y otros libros de doctores Santos, creyendo como gente no arraigada en la Fee, que todos Nuestros libros eran de una autoridad y manera77. |
Las disposiciones
no se cumplen, y los textos siguen imprimiéndose,
exportándose y leyéndose. Así, frente a la
inobservancia de los decretos prohibitorios, se promulga una orden
mediante la cual los libros «permitidos» que salieran
de España deberían registrarse específicamente
ante jueces oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla.
En diversas referencias de embarques, entre misales y escritos
religiosos, se incluyen variados títulos de novelas de
caballerías, entre ellos Amadís de Gaula y
el Amadís de Grecia, el Palmerín de
Oliva, el Primaleón,
Esplandián y Lepolemo o el caballero de la
Cruz. Llegan, además de los escritos en italiano de
Boccaccio y de Baldassare Castiglione, la Crónica del
rey Don Rodrigo, con la destrucción de España y
la Crónica Troyana. Para los lectores que mostrasen
su favor por «formas más robustas
del realismo»
78
estarían destinados los embarques de la Tragicomedia de
Calisto y Melibea. También el Lazarillo
cruzaría el océano, y, en los primeros años
del nuevo siglo, llegarían el Guzmán de
Alfarache y la mayor parte de la primera edición del
Quijote.
En el año 711, Rodrigo se corona rey de España con el apoyo de un sector de la nobleza visigoda, cría como hijo propio al Infante don Sancho, legítimo heredero al trono, y mantiene en auge la caballería. La posterior caída de su reino frente a la invasión musulmana le valdría una leyenda ampliamente difundida que atravesaría barreras lingüísticas y culturales y que terminaría por confundir los elementos históricos con los ficticios.
Algunas variantes
de la historia son la Crónica (mozárabe)
de 754, la Crónica de Alfonso III de
Asturias de fines del siglo IX, la Crónica Gotorum
Pseudo Isidoriana, escrita hacia la mitad del siglo XI, en la
cual aparece por primera vez la Cava, hija de don Julián,
Conde de Tingitania; la narración Ajbãr Muluk
al-Andalus de Musã al-Rãzi, y la
Crónica de 1344. La versión más
conocida de la leyenda es la Crónica del Rey don
Rodrigo (también llamada Crónica
Sarracina), escrita en 1430 y atribuida a Pedro de Corral, de
quien sólo se sabe que pudo haber nacido entre 1380 y 1395,
y que sería «hijo segundón
de Pedro de Villandrando, hidalgo natural de Valladolid, y de
Aldonça Díaz de Corral, de quien habría tomado
el apellido»
79.
La
Crónica de Pedro de Corral, dividida en dos partes,
relata, en la primera, lo sucedido en España desde la
elección del Rey don Rodrigo después de la muerte del
Rey Acosta hasta su derrota a orillas del Guadalete, y, en la
segunda, el inicio de la Reconquista por Pelayo y la penitencia del
postrimero rey de los godos, culminando con el descubrimiento de su
epitafio en la tumba de Viseo. Atraviesa la narración la
leyenda de la Cava, «fija del Conde don
Julian [...] la más fermosa donzella de su casa, e la
más amorosa en todos su fechos»
80.
Criada en la corte
de Toledo, la joven incitaría involuntariamente el apetito
del Rey, quien un día enviaría con un doncel suyo por
ella, «e como esa ora no avía en
toda su cámara ninguno sino ellos todos tres, él
conplió con ella todo lo que quiso»
81.
La Cava toma «gran pesar en su
coraçón que començó cada día a
perder la fermosura que avía»
82
y decide dar noticia de los hechos a su padre, rogándole que
envíe por ella. La venganza se concierta, aconsejada por don
Orpas, Obispo de Consuegra, en los siguientes términos:
-Conde, vós fazed así: idvos al Rey, e no le dedes a entender que cosa sabedes de su fazienda, e mostrad que le amades más que nunca, e tomad a vuestra fija e traedla con vos, e así como fuerdes en Cebta no se vos olvide la deshonra que vos fizo; antes buscad manera como le fagades perder el reino83. |
De esta manera, los ejércitos de Muza, Tárif y Miramamolín consiguen entrar a España provocando la caída del reino visigodo y asegurando la soberanía musulmana. Por su parte, la Cava
tenía consigo grand pensamiento: y él le dizía esto. E el coraçón le dezía que ella fuera la causa de tanto mal como era ya fecho e que ella era aquella a quien todas las gentes del mundo maldirían para siempre jamás; e que ella sola fuera la destruidera de España84. |
El lector conoce los hechos anteriores por medio de Eleastras, narrador que habría editado y difundido un libro que descubriera a manos de un mercader. De los hechos ocurridos después de la pérdida de España, se tiene noticia gracias a un pergamino que Carestes, vasallo del rey don Alfonso el Católico, encontrara en la sepultura en donde se supone que yace don Rodrigo:
Yo Carestes [...] fallé una sepultura en un campo en la qual estavan escriptas estas palabras que agora oiredes en letras góticas. Esta sepultura estava delante de una iglesia pequeña fuera de la villa de Viseo.[...] E por lo que yo fallé escripto en esta sepultura só de intención quel Rey don Rodrigo yaze allí. E por la vida que él fizo segund me avedes oído en su penitencia, que así mismo estaba en dicha sepultura escripto en un libro de pergamino, creo sin dubda que sería verdad85. |
De acuerdo con la narración de Pedro de Corral, tanto el hallazgo de Eleastras como el de Carestes se habrían cosido en un solo libro. Este procedimiento utilizado en la Crónica Sarracina viene del Amadís primitivo y se verá de nuevo en la versión de Garci Rodríguez de Montalvo y en el Quijote de Cervantes.
Pedro de Corral,
dice James Fogelquist, «se aprovecha de
un conocimiento profundo del género de la crónica al
elaborar de manera imaginativa un rico complejo de materias
heredadas de siglos anteriores, provenientes tanto de la
tradición cristiana como de la
islámica»
86.
Algunas de estas materias insertas en la Crónica
Sarracina están presentes también en los relatos
de Alfonso X y en varias historias fingidas: fórmulas
verbales como «Dejemos a..., e tornemos a contar
de...», que permiten al narrador cambiar «sincrónicamente de perspectiva espacial
para poder relatar, por ejemplo, los preparativos que se hacen
simultáneamente en los reales de los ejércitos
contrarios en anticipación de una
batalla»
87;
son recursos heredados que cruzarán el océano y se
verán una y otra vez en las crónicas de la conquista
del Nuevo Mundo.
El éxito de la Crónica del rey Don Rodrigo de Pedro de Corral en las Indias se debe al interés que sin duda mostrarían los lectores coloniales por lo que creerían que era la historia. Después de todo, estarían frente a la primera novela histórica que sobre un tema nacional se escribiera en España.
Fernando de Rojas, latinista competente y converso de cuarta generación, se identifica a sí mismo como el continuador del manuscrito que, de un «antiguo autor», encontrara casualmente. Rojas habría nacido en la Puebla de Montalbán, provincia de Toledo, alrededor de 1475, y, para 1488, estaría matriculándose en la Universidad de Salamanca. Después de cursar los tres años obligados de Artes, pasaría a la facultad de Derecho, recibiendo el grado de Bachiller hacia 1500.
La «aparentemente sencilla historia ficticia de
unos malogrados amores
aristocráticos»
88
aparece en dos versiones: la Comedia de Calisto y Melibea
de 16 actos, que circularía en forma manuscrita antes de que
Rojas la entregara a los impresores en 1499, y la
Tragicomedia, que, con la adición de cinco actos
nuevos, pudo haber salido de la imprenta hacia 1502. Alonso de
Proaza, humanista de profesión, actuaría como
corrector de la edición toledana de la Comedia
(1500), escribiendo además seis octavas de importancia
capital para apreciar el estilo de la obra, en las que se establece
«el modo que se ha de tener»
al leer la comedia. Catorce años más tarde
corregiría, también, la Tragicomedia en su
edición de Valencia (1514).
La Comedia o
Tragicomedia de Calisto y Melibea, compuesta enteramente de
diálogos, tiene hondas raíces en la comoedia latina, y conexiones
con Terencio y Plauto, con Aristóteles, Séneca y
Petrarca. Recibe también influencias de Boccaccio, del
Diálogo entre el amor y un viejo de Cota, de obras
de Juan de Mena y de la estilística del Corbacho.
Aunque para sus dos autores y para sus primeros lectores la obra no
era representable en tablas, su forma dialógica
pertenecía, sin duda, al género dramático. Sin
embargo, con el desarrollo de la novela en su hechura moderna,
algunos críticos intentarían clasificar la historia
de Calisto y Melibea dentro del género novelesco. Otros se
opondrán a esta idea basándose «en la completa ausencia de 'tercera persona',
esto es, de voz narrativa»
89.
Como sea, los diálogos de Rojas, dotados de una gran
tensión dramática, son susceptibles de reproducir en
la mente del lector/oidor verdaderas puestas en escena, no
sólo en cuanto al escenario externo, sino también en
cuanto al engranaje psicológico de cada personaje.
En su
Introducción a la obra de Rojas, Peter E. Russell
señala que muchos lectores parecen haber rechazado el
título que le dieran los autores, reemplazándolo por
«Celestina o La
Celestina, nombre de la alcahueta-hechicera cuya personalidad
domina la mayor parte de la acción»
90.
Celestina es una marginada que «no se
siente marginada. Es orgullosa de su oficio de alcahueta
profesional, jactándose de la destreza con que cumple con
los deberes de dicho oficio. Asegura que, al ejercitarlo, trabaja
en beneficio de la sociedad»
91.
Y es que esta sociedad parece extenderse fuera de la obra al
manifestarse, en Rojas, el deseo de dar la impresión de que
Celestina podría haber sido una persona real, «ya existente al meter mano a la pluma el primer
autor»
92.
La insistencia en relacionarla con una construcción en
ruinas conocida por los estudiantes salmantinos como «la casa
de la Celestina»93,
que estaría situada exactamente en el sitio donde la obra
coloca la antigua vivienda de la vieja, confirma este deseo,
explicable solamente «si
supiésemos que se trata de la conversión en figura
literaria de una alcahueta-hechicera histórica o
legendaria»
94.
Inteligente,
astuta y perspicaz, Celestina no sólo entiende el
significado de lo que ve y oye, sino que «aun lo intrínseco con los intellectuales
ojos penetra»
95.
Además posee un «don
extraordinario para entender, en los argumentos, cuándo ha
llegado el momento para cambiar
dirección»
96.
Una total ausencia de vergüenza le lleva a dominar el
escenario, tanto en la historia de los desafortunados amores de
Calisto y Melibea, como en la intriga secundaria de los amores de
los criados de Calisto por dos mozas del partido.
Stephen Gilman, en La Celestina. Arte y estructura, menciona que el arte del estilo en Rojas está fundado en un criterio que es a la vez individual e impersonal97. Esto permite que la sola presencia de la alcahueta oscurezca de manera notable las escenas en que participa, creando una atmósfera enrarecida y misteriosa. Así, su discurso y la osadía con que desempeña sus actividades cargan el aire de sospecha. En el estilo de La Celestina la lógica argumental no es más que una máscara, lo que permite a Rojas incluir transiciones irracionales dentro de un argumento racional, de forma que la verdadera estructura quede centrada en la alternancia y se produzcan efectos en el lector/oidor. Gilman señala también que Rojas sólo pudo inventar su diálogo gracias a la revelación sentimental del «yo», y a su consciente variación y combinación con el estilo argumentativo98.
Por su tema y
estilo, La Celestina se convertiría en un verdadero
tesoro tanto para los impresores como para los libreros. Russell
afirma que entre 1499 y 1634 se publicaron más de cien
ediciones en castellano, cifra que sobrepasa con mucho el
éxito editorial que tendría el Quijote en el
siglo XVII. Añade que «la obra
también gozó de una fama europea que le atrajo
lectores de muchos países por medio de las traducciones:
veinticuatro ediciones en francés, diecinueve en italiano,
dos en alemán, cinco en flamenco, una con comentario docto
en latín, y tal vez una -perdida y que hubiera existido
sólo en forma manuscrita- en hebreo. En inglés
apareció hacia 1530 una traducción
parcial»
99.
Y el primero que maese Nicolás le dio en las manos fue Los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura: -Parece cosa de misterio ésta; porque, según he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en España, y todos los demás han tomado principio y origen deste; y así, me parece que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna, condenar al fuego. -No, señor -dijo el barbero-; que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar. -Así es verdad -dijo el cura-, y por esa razón se le otorga la vida100. |
Bien lo dice el
barbero del Quijote, el Amadís de Montalvo
es único en su arte. Además, se inserta «en una de las tradiciones literarias más
fecundas de toda la Europa medieval, la correspondiente al mundo
del rey Arturo, cuyo intrincado desarrollo constituye uno de los
pilares básicos de la ficción
europea»
101.
Su difusión queda manifiesta desde el año 1200, por
la utilización popular de nombres de personajes
característicos de la materia artúrica.
El autor, nacido hacia 1440-1445 y devoto de los Reyes Católicos, reelabora los materiales del Amadís de 1420 y les añade un cuarto libro. En la serie de Gaula, Rodríguez de Montalvo deja constancia de su familiaridad con historiadores romanos como Tito Livio y con los nuevos clásicos de la filosofía moral, como Boccaccio. Su obra, asociada con los libros de caballerías, se convierte en modelo fundacional del género. A Montalvo se le cita en el Padrón de Alhama de 1482 entre los hidalgos medinenses exentos de contribuir al envío de los refuerzos solicitados por la Corona. Esto significa que pertenecía a la oligarquía gobernante de Medina del Campo, villa de notable peso mercantil y político en la Castilla de la segunda mitad del siglo XV.
Las lecturas de Garci Rodríguez de Montalvo lo muestran bien integrado en su tiempo, como un hidalgo de mediana cultura que se pregunta, como tantos contemporáneos, por el sentido de la caballería como grupo social dominante en los años del cambio de siglo.
Hacia principios
del siglo XIV se habría escrito la Gran Conquista de
Ultramar, cuyo núcleo, constituido por la historia
latina de las Cruzadas de Guillermo de Tiro, presenta aspectos que
influirían sobre el Amadís y sobre las obras
escritas posteriormente. El sentido providencialista de la
historia, los atributos y crianza del héroe, así como
descripciones de combates y estrategias bélicas son algunos
de ellos. El mundo ficticio del Amadís se compara
también con antecedentes clásicos, como la
Crónica de Troia, al tiempo que reproduce el
procedimiento utilizado en la Crónica Sarracina.
Esta última, como ya se mencionó, recibiría,
en primera instancia, influencia del Amadís
primitivo y afectaría posteriormente la versión
corregida y enmendada del «honrado y
virtuoso caballero Garci Rodríguez de Montalvo, regidor de
la noble villa de Medina del Campo»
102.
Este virtuoso
caballero no dudaría en extraer lecciones morales del
relato, incluso en ocasiones lanza advertencias antes de su
realización. En su «Introducción» al
Amadís, Cacho Blecua señala que a
través de las glosas «se dan
pautas de comportamiento dirigidas a que los lectores extraigan las
consecuencias necesarias»
103.
De esta manera, la obra de Montalvo «se
propone como paradigma de comportamiento en un doble sentido: por
un lado hay conductas positivas dignas de imitación, como
muchas de Amadís, mientras que hay otros modelos que
deberán ser evitados»
104.
Del
Amadís de Gaula sabemos que habría sido
traducido de un antiguo manuscrito encontrado bajo una tumba en
Constantinopla. Esto, de alguna manera «presupone la presencia de un historiador, fiel
testigo de los hechos sucedidos, un manuscrito encontrado y una
traducción»
105,
elementos todos de los textos artúricos, de la
crónica sarracina y de la tradición troyana. El tema
se centra en un suceso singular en el que el héroe
habrá de demostrar la legitimidad de sus actos. Las
aventuras, por esencia extraordinarias, ponen de manifiesto, tanto
la importancia del linaje, como las condiciones personales del
caballero.
En el
Amadís, todo es maravilloso: personajes,
escenarios, golpes y batallas... Lo maravilloso, dice Cacho Blecua,
se relaciona con lo mirabilis, lo digno de ver, lo que causa asombro y
admiración. Incluso la naturaleza, al proporcionar lugares
adecuados para el desarrollo de las aventuras, crea frente al mundo
de los sentidos «otra realidad
espiritualizada e imaginaria, mágica o extravagante que es
viva y atrayente solamente por lo que ella recoge o significa o por
lo que en ella sucede»
106.
La gran
difusión de la obra de Montalvo, desde su creación
hasta el siglo XVII, hace posible que se encuentren testimonios
diversos y antitéticos respecto de la obra. Desde la primera
edición de Zaragoza (1508), hasta la de Sevilla (1586),
existen al menos diecinueve ediciones en castellano. No se debe
olvidar que el éxito editorial de una obra dependerá
tanto de los sistemas literarios como del contexto histórico
en el cual ve la luz. En el caso particular del
Amadís, éste tiene «conexiones evidentes con los éxitos de
Carlos V y con la conquista de
América»
107,
por lo tanto, dice Cacho Blecua, no parece demasiada casualidad la
coincidencia entre la gran proliferación de las
reimpresiones de la serie de Gaula y esta fase de la
conquista, impregnada por una realidad heroica y bélica,
plena de fantasía. Es interesante comentar que los casos de
censura sobre el Amadís y otros libros del
género como ejemplo de conducta negativa y pecaminosa son
muy abundantes, lo que demuestra que tanto los correctores como los
censores leían asiduamente las novelas de
caballerías.
Veamos esotro que está junto a él. -Es -dijo el barbero- Las Sergas de Esplandián, hijo legítimo de Amadís de Gaula. -Pues en verdad -dijo el cura- que no le ha de valer al hijo la bondad del padre. Tomad, señora ama; abrid esa ventana y echadle al corral, y dé principio al montón de la hoguera que se ha de hacer108. |
Posiblemente el cura habría olvidado que Esplandián pertenece a la nueva caballería, y que, lejos de dedicarse a las glorias terrenales, lucha por la mayor gloria de Dios. Esplandián, dice Cacho Blecua, representa una caballería que asume la idea de «Cruzada» frente a las vanaglorias terrestres de Amadís. Además, el nuevo héroe recibe de su padre tres importantes empresas o sergas: servir como caballero a Leonorina, princesa de Constantinopla, deshacer los encantamientos de la Peña de la Doncella Encantadora y rescatar a su abuelo materno, el rey Lisuarte, misteriosamente secuestrado. Eso no es todo, el cura también parece haber olvidado que el texto impreso de las Sergas se cierra, al menos desde la edición sevillana de 1510, con unas coplas de arte mayor del corrector de la impresión, el humanista Alonso de Proaza, quien orienta al lector acerca de las bondades del texto con el mismo tono didáctico y con el mismo estilo de sus más conocidas coplas de La Celestina.
Esplandián
es, entonces y por vocación, un «caballero de
Dios», dedicado a instaurar el reino de Cristo por las armas,
y, también, por medio de la persuasión misionera. Su
propósito es promover el sumo bien, la fe cristiana, a costa
del paganismo. El héroe, dice Sainz de la Maza, preexiste
doblemente en las Sergas, puesto que los lectores del
Amadís sabían ya de su nacimiento
clandestino, de su rapto y adopción y del periodo de
formación en la corte hasta ser reconocido por su madre
gracias a sus marcas de nacimiento. En ocasiones, la individualidad
de los héroes se verá diluida a favor de «un despliegue detallado de tácticas de
asedio y defensa, y más tarde también de abordajes y
batallas campales, en donde la estrategia cumple, junto al valor,
una función decisiva»
109.
Este sentido colectivo de la acción bélica proviene
del modelo narrativo de la Gran Conquista de Ultramar.
Conforme avanza la historia, Rodríguez de Montalvo introduce personajes que abrirán nuevas perspectivas en el relato. Incorpora a la amazona Calafia,
una reina muy grande de cuerpo, muy hermosa para entre ellas, en floreciente edad, desseosa en su pensamiento de acabar grandes cosas, valiente en esfuerço y ardid del su bravo coraçón más que ninguna de las que antes della aquel señorío mandaron110. |
Calafia
será tomada cautiva en batalla, y después
habrá de convertirse al cristianismo. Al no poder acceder al
amor de Esplandián, será entregada por esposa a
Talanque, compañero de aventuras del hijo de Amadís.
Calafia parecerá, en un principio, la nota discordante del
relato: hermosa y de piel obscura, pretende medirse con los
hombres. Sin embargo, su destino último será la
sumisión al poder masculino. Derrotada, habrá de
renegar tanto de su fe pagana como de su indumentaria y se
someterá al Orden encarnado por Esplandián, pasando,
así, de oponente a auxiliar del héroe y consiguiendo
«el premio al que, como noble dama que
es, aspira: una buena boda»
111.
La
inclusión de la fantástica ínsula
amazónica de California «amplía el marco espacial de las
Sergas hasta un extremo Oriente pagano que cae dentro del
alcance del héroe»
112.
El topónimo, dice Sainz, podría derivarse de la
Calafonna de los relatos troyanos medievales. En ellos parece
inspirada también la ubicación de la isla:
Sabed que a la diestra mano de las Indias ovo una isla llamada California mucho llegada a la parte del Paraíso terrenal, la cual fue poblada de mugeres negras sin que algún varón entre ellas oviese, que casi como las amazonas era su estilo de vivir; estas eran de valientes cuerpos y esforçados y ardientes coraçones y de grandes fuerças113. |
Si bien pertenece
a precedentes troyanos, la expectación creada por el retorno
de Colón en marzo de 1492 proporciona el contexto adecuado
para explicar la aparición, «al
final de las Sergas, de las amazonas ultramarinas de
Calafia, tan rentables para Esplandián en términos de
evangelización, enriquecimiento y expansión
territorial de la Cristiandad»
114.
Los libros de
Amadís y las Sergas de Esplandián llegan en
el momento justo al renovado mercado del libro: «La confluencia entre la nostalgia por la
antigua y buena caballería y la exaltación por la
expansión política y militar presente, andaba
necesitada hacia 1500, de una obra que la representase. Montalvo
llena este vacío y coloca los cimientos de lo que
sería el gran género narrativo de consumo del siglo
XVI: los libros de caballerías»
115,
los cuales habrían de reelaborar personajes como la amazona
o el pagano cristianizado. Las Sergas de Esplandián
habrían también de pasar a las Indias como una de las
obras más solicitadas del género, junto al
Amadís y al Amadís de Grecia. Su
lectura, afirma Sainz, se haría sentir en la
exploración hispana del nuevo continente, como fermento
adicional para la búsqueda, casi obsesiva, de las amazonas
por los conquistadores, en especial en el entorno de Hernán
Cortés. «Fruto último y
duradero de esta percepción literaria del mundo fue el
descubrimiento, en 1533 de la ínsula de California -la
actual península de California-, denominación ya
fijada en los mapas para 1542»
116.
Bernal Díaz del Castillo no pudo haber leído El Quijote mientras escribía su Historia, y Cervantes difícilmente pudo haber tenido acceso al manuscrito del conquistador. Sin embargo, entre ambos textos existen elementos comunes y coincidencias importantes que justifican la inclusión del clásico cervantino en este estudio.
En su
«Biografía y crítica», Luis Andrés
Murillo informa que «en el verano de
1604, próximo a cumplir los cincuenta y siete años,
Miguel de Cervantes entregaba al librero de la corte
española el manuscrito de una obra suya a la cual
había dado el título El ingenioso hidalgo don
Quijote de la Mancha»
117,
obra que lo elevaría a la altura de los grandes creadores.
El Quijote sería un éxito inmediato: en 1605
se harían seis ediciones, dos años después se
publicaba en Bruselas y en 1608 otra vez en Madrid. En vida de
Cervantes se traduciría al inglés y al
francés, y poco después de su muerte, al italiano y
al alemán.
La vida de
Cervantes, dice Murillo, ha sido reconstruida con base en ciertos
archivos y documentos de tipo oficial, ya que no se han conservado
cartas familiares ni documentos que den noticia de viajes o de
actividades personales. Originario de Alcalá de Henares,
Cervantes pasaría su infancia en diversas ciudades de
España. Durante su juventud se distinguió en la
carrera militar, conservando, hasta su vejez, la imagen de
sí mismo como un «soldado
valiente que había sufrido heridas, privaciones y el duro
cautiverio en la noble causa de su rey y su
nación»
118.
Participa en la batalla naval de Lepanto, de la que resulta con
varias heridas, una de las cuales, al inutilizarle la mano
izquierda, lo inmortaliza como «el manco». Una vez
recuperado, toma parte en otras acciones militares; en 1575 la
galera en que viaja es atacada por corsarios y Cervantes es llevado
a Argel como cautivo donde permanece durante cinco años. Su
liberación, dice Murillo, quedará «grabada en el ánimo del futuro novelista
que la recreará, idealizada en la historia del
capitán cautivo, en que la fe cristiana, el amor y la
lealtad se elevan maravillosamente sobre la eficacia material del
dinero, y triunfantes sobre lo que fue en la realidad de la vida la
miseria y la traición»
119.
De regreso en tierra española, y al ver perdido su futuro en las armas, Miguel de Cervantes solicita en dos ocasiones, y sin éxito, un puesto en las Indias, al tiempo que ensaya la carrera de las letras con diversos proyectos artísticos.
En los años
próximos al 1600, comienzan a debilitarse en España
las corrientes literarias iniciadas con la aparición del
Amadís de Gaula. Cervantes aprovecha esta
situación para crear «un universo
poético sostenido según el movimiento y la estructura
de sus propias leyes artísticas»
120,
las cuales engarzan la vertiente culta y la tradicional «en una típica actitud de la prosa
castellana que tiene precedentes en La
Celestina»
121.
Cervantes incorpora, además, recursos y técnicas de
otras formas narrativas como el relato pastoril, el sentimental, la
picaresca, y, desde luego, la novela exótica de costumbres
moriscas que influirá también en la historia del
capitán cautivo.
De la
creación cervantina resulta una parodia de la ficción
idealista protagonizada por un hidalgo enloquecido a causa de la
continua lectura de libros de caballerías, quien
habrá de considerar la libertad como «uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos»
122
y, por el contrario, el cautiverio como «el mayor mal que puede venir a los
hombres»
123.
El relato de
«El cautivo», escrito en primera persona en un tono
heroico y al mismo tiempo libre de amargura, pareciera «un claro espejo diminuto en el enorme y
complicado marco [...] del heroísmo»
124.
En «La invención del Quijote», Francisco Ayala
indica la posibilidad de que el cautivo sea «don Quijote joven y cuerdo, actuando
todavía en un mundo adecuado a las dimensiones de su
ánimo»
125.
En la historia, Zoraida, la hermosa hija de Agi Morato, un moro
«riquísimo por todo
estremo»
126,
sacrifica sus sentimientos de amor filial frente a un deber
más alto: la religión cristiana. La joven conversa,
quien habría sido instruida en el cristianismo por una
esclava de su padre, colabora con el capitán cautivo para
conseguir su rescate, y el propio capitán así se lo
hace saber al moro una vez que se encuentran a bordo de la barca
que los llevaría a España:
Quiero que sepas que ella es cristiana, y es la que ha sido la lima de nuestras cadenas y la libertad de nuestro cautiverio; ella va aquí de su voluntad, tan contenta, a lo que yo imagino, de verse en este estado, como el que sale de las tinieblas a la a luz, de la muerte a la vida y de la pena a la gloria127. |
Agi Morato se lanza al mar al oír estas palabras, confirmadas por su hija. Los cristianos lo sacan del agua al tiempo que intentan evitar un accidente, visto que el viento había arreciado y la mar estaba alterada. Para fortuna de todos, lograrían llegar a
una cala que se hace al lado un pequeño promontorio o cabo que de los moros es llamado el de la Cava Rumía, que en nuestra lengua quiere decir la mala mujer cristiana; y es tradición entre los moros que en aquel lugar está enterrada la Cava, por quien se perdió España, porque cava en su lengua quiere decir mujer mala, y rumía, cristiana; y aun tienen por mal agüero llegar allí a dar fondo cuando la necesidad les fuerza a ello, porque nunca le dan sin ella; puesto que para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro remedio128. |
A petición
de su hija, Agi Morato y los moros que con él tomaron los
cristianos, son puestos en tierra, y de esta manera Zoraida
«deja el África infiel y -desecha
el alma- huye a España con los cristianos, mientras el padre
infeliz maldice y suplica desde la desierta
arena»
129.