Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.


ArribaAbajoNoticia de la vida literaria de Don Antonio José Cavanilles

Por D. Mariano la Gasca. Alumno del Real Jardín Botánico (Llegó a ser Director y primer Profesor de dicho Establecimiento)


A los Redactores de las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes7.

MUY SEÑORES MÍOS: vmds. que publican los descubrimientos en las Ciencias, deben publicar también sus pérdidas. Cuenten vmds. por una muy grande para la Historia Natural, y principalmente para la botánica, la muerte del Director del Real Jardín Don Antonio Josef Cavanilles, acaecida el 10 de Mayo de este año, pérdida sensible para sus amigos, e irreparable para sus discípulos, y más que a todos para mí, acaso el más amado, y seguramente el que más procuraba aprovecharse de su continua y sabia enseñanza.

Pocos maestros públicos han puesto tanto ahínco en la propagación de la ciencia; ninguno ha logrado hacer en tan poco tiempo tantos discípulos. Nuestro maestro nos trataba con dulzura y con sencillez, se bajaba a ignorar con nosotros los primeros rudimentos, y recogía, en justa recompensa, nuestra admiración, nuestro respeto, y nuestro amor por tanta condescendencia. Por nuestra desgracia, nos duró muy poco tiempo. Cuando comenzaba a ver, en el aprovechamiento de sus discípulos, logrados sus deseos de propagar la ciencia: cuando hombres instruidos en otros ramos comenzaban a desengañarse de que la botánica no era, como lo habían creído hasta entonces, mera ciencia de boticarios, sino uno de los ramos de la naturaleza, el más curioso, el más agradable, el más sencillos, y acaso el más útil... todo lo perdimos: la muerte nos privó a nosotros de maestro, a la nación de un hombre que le hacía tanto honor, y al mundo botánico de uno de los sabios que más han contribuido a adelantar la ciencia. Acaso tendrán vmds. Por exagerado mi sentimiento; pero yo, llenó de él, creo que a nadie será indiferente lo que miro con tanto interés: si así fuese, si estos apuntes mereciesen algún aprecio, sírvanse vmds. insertarlos en su periódico, que podrán servir de materiales para si otro, más capaz de desempeñarlo que yo, tomase a su cargo hacer el elogio de mi maestro, escribiendo su vida.

Don Antonio Josef Cavanilles nació en Valencia el 16 de Enero de 1745, e hizo sus estudios, o como suele o como suele decirse, siguió su carrera en aquella universidad. La filosofía peripatética que allí se enseñaba no podía satisfacer a su espíritu, y allí se dedicó a las matemáticas y a la física Neutoniana, en compañía de su amigo Don Juan Bautista Muñoz y otros: fue Académico de Filosofía, y entonces comenzó ya a infundir el buen gusto a sus discípulos, comunicándoles las ideas que privadamente iba adquiriendo.

A Cavanilles, y Muñoz, debe aquella universidad el haber desterrado de sus escuelas el peripatetismo, a costa de muchos sinsabores, porque sus sectarios los persiguieron, y se vengaron de ellos en cuanto estuvo en su mano.

Concluida la Teología, pasó a Oviedo, en compañía de Don Teodomiro Caro de Briones, Regente de aquella Audiencia, para cuidar de la educación de su hijo; y con el Señor Caro, nombrado Ministro del Consejo de Indias, vino el Señor Cavanilles a Madrid, de donde, a la muerte de este Caballero en 1774, le sacó el Obispo de Murcia, para enseñar la filosofía en el Colegio de San Fulgencio de aquella Ciudad.

La enseñanza de aquel Colegio había estado hasta entonces a cargo de unos frailes que enseñaban la filosofía peripatética. El Obispo trató de reformar los estudios, dotó las cátedras, y busco hombres capaces de verificar sus deseos.

Aquí fue donde el Señor Cavanilles desplegó sus conocimientos y su delicado gusto, cimentándolos de tal manera en los discípulos, que aún duran los efectos, y se descubren en los que se educan en aquel Colegio.

A la reputación que allí adquirió debió el que los Excelentísimos Duques del Infantado le propusiesen la educación y enseñanza de sus hijos, y con este motivo volvió a Madrid en Enero de 1776, al año y medio de estar en Murcia.

Con estos Señores pasó a París en Julio de 1777, y allí fue donde a los treinta y seis años de edad, una casualidad feliz le hizo prestar, por la primera vez, atención a la botánica. La estudiaba en aquella sazón el actual Duque con el Abate Chaligni, que vivía en la misma casa. Un día el niño, con una flor en la mano, repitió al Señor Cavanilles la lección que acababa de oír, y desde aquel punto se aficionó a la botánica, prefiriéndola a los demás ramos de historia natural, que cultivaba, por curiosidad, desde que estaba en París.

Su amistad con Lorenzo Antonio de Jussieu, con Thouin, y con otros sabios que cultivaban la botánica, y conocían la disposición del Señor Cavanilles, le animó a no abandonarla. Así es que muy en breve se dio a conocer por sus Disertaciones sobre la clase Monadelfia de Linneo8, obra que por sí sola bastaba para inmortalizar a su autor. En ella recopiló varios géneros que Linneo había, sin bastante motivo, agregado a otras clases, y fijó el verdadero carácter de todos: enriqueciéndola, además, con quince géneros nuevos, hallados por él en los herbarios de Jussieu, Commerson, Sonnerat y Thouin, o formados de las especies de otros géneros mal determinados por Linneo. En esta obra publicó también un nuevo género de la familia de las Solanáceas, y añadió en todos una multitud de especies, que describió y grabó en tres tomos con doscientas noventa y seis láminas, dibujadas todas de su mano, excepto algunas de la primera Disertación, sin haber tenido para ello otro maestro que la naturaleza.

Se le ve aquí ya usar de voces nuevas, para significar las cosas nuevas que una atenta y prolija observación le habían enseñado, y establecer nuevos dogmas para fijar los géneros de esta clase. Los sabios de todas las naciones cultas admitieron estos dogmas, excepto L'Heritier y Medicus, entre los extranjeros; pero el naturalista español desvaneció muy en breve las tinieblas con que pretendieron ofuscar la verdad; y las impugnaciones de extranjeros y nacionales solo sirvieron para aumentar el número de sus elogiadores.

En la misma Monadelphia insertó una Disertación sobre el cultivo y usos económicos de las Malváceas, especialmente de la Sida abutilon y Malva crispa. Lin.

En 1784 manifestó su patriotismo en la defensa de España contra la insolente pregunta de Masson ¿qué se le debe a España?

En 1791 comenzó a publicar sus Icones & descriptiones plantarum, quæ aut sponte in Hispania crescunt, aut in hortis hopitantur.

Esta obra, que ha merecido los mayores elogios de los sabios naturalistas, consta de seis volúmenes en folio, y contiene setecientas doce descripciones, con seiscientas láminas, dibujadas todas por su mano. Entre ellas se cuentan cincuenta y nueve géneros nuevos, y las especies de los géneros conocidos son, en la mayor parte, nuevas también. Contiene, además, un gran número de observaciones interesantes, para aclarar puntos difíciles, relativos a géneros conocidos, pero mal caracterizados, o por falta de observación, o por falta de objetos para comparar.

En esta obra nos ha hecho ver que su instrucción era igual en todos los ramos de la botánica. Gramíneas, Aparasoladas y Cryptógamas, familias ciertamente las más difíciles, están tratadas en ella con la concisión, profundidad y magisterio de un observador diestro e infatigable, y de un profundo filósofo.

Ni se ha ceñido meramente a las plantas: historiador, filósofo y naturalista, ha enriquecido su obra con una multitud de observaciones interesantes sobre la historia natural en general, sobre la geografía, agricultura, población, usos y costumbres de los países por donde ha viajado: presentándolas con bastante brevedad en esta obra, pero desplegándolas con la extensión debida en sus Observaciones sobre el Reino de Valencia, publicadas en Madrid en 1793 y 1797, en dos tomos en folio.

Todos los sabios de Europa admiraban la rapidez con que el naturalista español presentaba una multitud de objetos desconocidos, la exactitud de sus descripciones, y lo acabado de los dibujos; y aún hubieran tenido mas que admirar, si el Señor Cavanilles hubiera tenido a su lado un artista tan diestro en dibujar como él lo era en describir. Ya estaba previniendo para el séptimo tomo materiales sumamente apreciables, y de que él solo podía tratar debidamente, cuáles eran los helechos traídos por el infatigable viajero Don Luis Neé, cuando un acaecimiento, tan inesperado como feliz para la ciencia, puso término a su obra en el tomo sexto.

En 16 de junio de 1801 le nombró S. M. para dirigir el Real Jardín y enseñar la botánica. Los sabios extranjeros presagiaron los rápidos progresos que, desde entonces, debía hacer en España esta ciencia; y los españoles aplicados, ansiaron dedicarse al estudio de las plantas, bajo la dirección del sabio e infatigable Cavanilles.

El 30 de aquel mes abrió sus lecciones públicas con un elegante discurso sobre el principio, los progresos, y el estado actual de la botánica, principalmente en España, manifestando en él, sin envidia, el mérito de sus antagonistas. En la segunda y tercera lección trató de la fisiología vegetal, extendiéndose en los órganos de la generación y fructificación, y haciendo ver la situación y forma respectiva de cada uno de ellos; y con este motivo dio a conocer los fundamentos de todo sistema botánico bien arreglado. Hizo de ellos una juiciosa crítica, especialmente del sexual y el de familias naturales; y manifestando las ventajas e inconvenientes de cada uno, se decidió por el de Linneo (con las reformas de que después hablaremos). En la cuarta explayó el sistema que debía seguir, enseñó a fijar los géneros y las especies, expuso las razones que le movían a limitar el número de clases determinadas por Linneo, y principió la análisis botánica de las plantas.

De esta suerte, y conduciendo de lo más fácil, sencillo y visible, de una Campanula, una Ipomea, un Aloe, o una Nicotiana, a lo más difícil, intrincado y casi imperceptible de las más sutiles gramíneas y cryptógamas, sedujo (permítaseme la expresión) a un crecido número de clientes, instruidos en otras ciencias. Su don de claridad, su método y habilidad en el arte de enseñar resonaban en las bocas de cuantos asistieron a sus primeras lecciones. La fama crecía, los discípulos se aumentaban, y no cabiendo ya en la sala de las lecciones, trasladó éstas a uno de los reservatorios de plantas, donde ahora se coloca el herbario. Allí le oíamos por espacio de tres o cuatro horas seguidas, con tanta atención de nuestra parte, como complacencia de la suya.

Cada día iba añadiendo nociones nuevas, no sólo relativamente a los nuevos géneros que se examinaban sino también a la nomenclatura de las varias partes del vegetal, nomenclatura difícil, árida y fastidiosa cuando se presenta aislada; pero muy fácil y grata, cuando se enseña al mismo tiempo en que, animado el discípulo con haber resuelto una parte del problema, echa de menos aquellos conocimientos para su completa resolución.

Con un método tan sencillo y agradable para el que comienza, logró el Señor Cavanilles que sus discípulos conociesen, por principios, un considerable número de plantas, y que en menos de dos meses se instruyesen en los elementos de la ciencia. Sus principios se apartaban en vanos puntos de los establecidos por el inmortal Sueco, adoptados sin alteración hasta su época, en las escuelas de España; a veces no daba el mismo valor a los términos de que usaba en sus lecciones; y a veces se valía de voces nuevas, ya creadas por él, o por otros sabios que posteriormente a Linneo escribieron con crítica y conocimiento. Resultaba de aquí que sus discípulos no tenían un compendio para recordar las ideas que aprendían de viva voz en la clase, ni era fácil proporcionarse los libros de los varios autores donde se hallaban esparcidas. Suplicaron a su maestro que recogiese en una obra elemental cuantas ideas les había dado en sus lecciones: vio éste el fundamento de sus deseos, y condescendió con ellos.

Pero no eran estas solas las ideas que fomentaba el celo del Sr. Cavanilles: corno atendía a un mismo tiempo a la enseñanza y arreglo económico del jardín, veía la necesidad de establecer una escuela práctica, donde estuviesen las plantas arregladas bajo el sistema que se había propuesto; la de aumentar todo lo posible la siembra; la de proporcionar el riego suficiente; la de preparar estufas de que se carecía, único medio de poseer plantas exóticas; y la de formar herbario, recurso interesante e indispensable en todo establecimiento público de botánica, y de que carecía enteramente el jardín, a pesar de las cuantiosas sumas que el gobierno ha expendido para recoger plantas. Notaba al mismo tiempo la necesidad de reunir las riquezas botánicas de España, y de dar principio a la flora española. Emprendió pues Cavanilles la ejecución de todos sus proyectos, y era de admirar ver a un solo hombre ocupado al mismo tiempo en ordenar los principios elementales de la ciencia y describir las plantas demostradas en el curso, dirigir el arreglo de la escuela práctica, la obra de estufa y estanque, la formación y el arreglo del herbario; sin interrumpir por esto jamás, las lecciones públicas, ni menos las instrucciones privadas que hallaban en su casa los discípulos que manifestaban deseos de saber. Esto me recuerda los inmensos trabajos que supo emprender, el primero, sobre el vasto y difícil campo de la Criptogamia, campo inculto en España hasta sus días, pero fecundo para los que, como él, no rehúsan consumir los días en recorrer las riquezas de estas plantas misteriosas, despreciadas por el vulgo, que no se detiene a examinarlas.

Sin dejar de atender a todos estos puntos tan interesantes, sin retardar la publicación de los Anales de historia Natural, periódico bien conocido, que de orden del Gobierno formaba con los Señores Herrgen, Proust y Fernández, y a que el Señor Cavanilles contribuía con la mayor parte, dio principio a su Descripción de las plantas que Don Antonio Josef Cavanilles demostró en las lecciones públicas de 1801 y 1802, precedida de los principios elementales de la ciencia.

No es esta obra, como podría creerse, un índice molesto de voces técnicas, una compilación de definiciones fastidiosas, un catálogo árido de plantas; sino unos principios elementales (escritos en el espacio de dos meses), en que Cavanilles enseña la filosofía de la ciencia, en que pesa, con conocimiento y crítica imparcial, los varios pareceres de los autores, y en que presenta con brevedad y concisión los fundamentos que tiene para no seguirlos algunas veces. Explica los términos usados en la ciencia, en tantos párrafos cuantos son los órganos que sirven para la vida, comodidad y reproducción del vegetal, precedido y amenizado cada uno con las nociones fisiológicas, pertenecientes a cada uno de los órganos. Examina la organización de los tallos, guiado por los experimentos del célebre Desfontaines, que comprobó varias veces por sí mismo; recopila la doctrina de Saussure sobre la organización de las hojas, coloca entre las hojas espúreas al involucro y espata, compendia la doctrina de Gærtner sobre las yemas; si bien no se conforma con este autor célebre en lo perteneciente a las semillas de las criptógamas: no admite más especies de cáliz que el periantio, que llama gluma en las gramas; bien persuadido de que el involucro y la espata no son sino brácteas, la trama un receptáculo, la caperuza corola de los musgos, como lo demostró Hedwigio, y por sí mismo lo comprobó en los musgos de España, y la bolsa (volva Lin.) una membrana que adorna a veces el pie de los hongos, y que no tiene relación alguna con la fructificación de estas plantas. En lugar de las voces cáliz súpero e ínfero, adopta las de germen libre y adherente, no llevado por la novedad, sino porque las juzgo más propias, como efectivamente lo son. Era todavía vago en muchos casos el nombre de corola: reflexionó detenidamente las razones que Linneo y otros autores tuvieron para llamar a dicha cubierta, cuando era única, unas veces cáliz y otras corola, las vio insuficientes para dirigir al botánico en todos los casos que ocurren en la práctica, y fijó de una vez el significado de esta voz, diciendo: he creído deber llamar corola a la tela u órgano inmediato al germen o a los estambres, sin atender a que tenga o no colores, sin examinar si en su tejido existen o no tráqueas. Estaba plenamente convencido de que este modo de partir no era verdaderamente filosófico, porque se opone a las luces que ha dado la fisiología vegetal sobre la organización de estas partes en algunas plantas; pero como el número de observaciones que tenemos hasta el día es muy corto, y para repetirlas es preciso valerse de instrumentos costosos, y no pocas veces falaces, se determinó a ello para quitar toda duda.

Mucho más vaga era la palabra nectario, introducida por Linneo, y extendida, por él mismo, a cosas muy diversas, y que deben expresarse con diferentes nombres: la suprimió pues enteramente, siguiendo a de Jussieu, Lamarck y otros sabios.

Los artículos en que trata del estambre, del pistilo y de la fecundación, son ciertamente dignos de leerse repetidas veces. En ellos desenvuelve la estructura de ambos órganos sexuales, su origen, que es el mismo que el de la corola; a saber, el tejido de vasos espirales, y no el leño y médula central, como afirmó Linneo; las varias formas en que puede existir el sexo masculino: los admirables movimientos de éstos para efectuar la fecundación, y los innumerables y prodigiosos medios de que se vale la naturaleza para conseguir tan importante fin. Niega la preexistencia de los embriones en uno u otro sexo, y se inclina a creer que la fecundación se efectúa por la mixtión de espermas, probándolo, entre otras razones, con las fecundaciones híbridas.

El fruto: aquella parte tan esencial, compuesta de pericarpio y semilla, a cuyo logro y perfección se dirige toda la lozanía, adorno, movimiento, acción, y en una palabra, la vida toda del vegetal, es parte que merece la mayor atención, no sólo porque es quien conserva el precioso depósito de las generaciones futuras, sino también porque las más de las veces ofrece al botánico caracteres sobresalientes y seguros para distinguir los géneros de varias familias. Trata pues este punto con la extensión y dignidad que merece, en tres capítulos distintos: en el primero trata del fruto en general: en el segundo del pericarpio; y en el tercero de la semilla. En estos tres capítulos recopiló cuanto habían escrito hasta su tiempo los más célebres carpólogos; y así presenta catorce especies de pericarpios bien caracterizados, añadiendo las diferencias de sus modificaciones. Afirma con Gærtner, que no hay semilla verdaderamente desnuda, sino que todas tienen al menos un tegumento, de que no se despojan hasta el punto de la germinación: examina prolijamente la estructura interior y exterior de la semilla, considerando separadamente cada una de sus partes, sus varios usos, su organización y sus modificaciones, en los diferentes estados que es capaz de tomar; y concluye tan importante capítulo explicando la germinación, y aclarando este fenómeno con las luces de la química moderna.

De los órganos vitales y de la fructificación pasa a considerar los varios modos que tienen de combinarse sus diferentes afecciones, y de ofrecer signos o caracteres con que distinguir las plantas, para formar un sistema, que reúna a la solidez que es posible, la mayor facilidad y seguridad. Vio estas circunstancias en el de Linneo, más que en otro alguno, y después de una detenida meditación, después de haber examinado cuidadosamente y con fina crítica el artificio de este sistema, vio que borrándole los lunares que descubría, quedaría más sencillo, más sólido, más fácil y más inteligible. Le adoptó pues, para la enseñanza, reduciendo a quince sus veinte y cuatro clases, y dividiéndolas en órdenes según los principios del mismo Linneo. Reformó los caracteres clásicos de la Diadelfia y Singenesia, excluyendo de este orden la Monogamia, que tan forzadamente le añadió Linneo. Dividió los géneros de cada orden, en las clases que tienen los estambres libres, en tres grandes secciones tomadas del carácter invariable de germen libre, adherente o desnudo: y subdividió cada una de estas secciones, cuando abrazaban muchos géneros, atendiendo a los pericarpios, sin despreciar la corola, cuando ésta le suministraba caracteres, notables y fijos. Los órdenes de la clase singenesia están generalmente subdivididos atendiendo a los receptáculos.

La clase criptogamia o segundo sistema, como el Señor Cavanilles decía, la dividió como Linneo en cuatro familias, añadiendo como por apéndice algunos géneros, que ni tienen relación entre sí para formar una familia separada, ni caracteres para reducirse a alguna de las cuatro establecidas. Aunque siguió casi enteramente a Linneo en estas producciones, en todo lo demás se separó enteramente de la doctrina de aquel sabio, prefiriendo por más sólido el método con que Smith ordenó los helechos, método que después de innumerables observaciones mejoró el Señor Cavanilles, dando mayor precisión y exactitud a algunos de los caracteres genéricos, y añadiéndole cinco géneros nuevos. Coincidió casi enteramente en esto con el sabio Swart, que se ocupaba al propio tiempo en ilustrar la misma familia. Recopiló las sabias y profundas observaciones de Hedwigio, Swart, Schrever, Willdenou, y otros sabios, que ilustraron la familia de los musgos; dividió sus géneros con Hedwigio en cuatro órdenes, y les dio los caracteres genéricos que tomó de Swart, excepto los de los géneros. Lo mismo hizo en la familia de los hongos con la doctrina de Bulliard; y en las algas, la familia menos conocida de la criptogamia, siguió la doctrina del célebre Ventenat, y las dividió en dos órdenes, porque esta doctrina le pareció menos defectuosa que las demás.

En las plantas de flores visibles rectificó también varios caracteres genéricos, especialmente en las familias de gramíneas y cruciformes: restableció el tragus de Haller; y sobre todo, procuró agregar a sus debidos géneros las especies que Linneo y otros habían puesto en géneros a que no pertenecían. Tales eran vanas especies de millium, colocadas entre los agrostis, el cenchrus tripsacoides, en el tripsacum, y otros. Refundió en las cruciformes todos los caracteres genéricos: notó con cuidado las afinidades de sus géneros: determinó los pericarpios de esta familia, y aunque es verdad que para esta reforma se valió de las luces que le habían dado Gærtner, Lamarck y Ventenat, como todo ganaba pasando por su mano, añadió un número considerable de observaciones interesantes, que no habían visto sus predecesores, para fijar mejor los caracteres genéricos.

Los géneros descritos en esta obra ascienden a cuatrocientos sesenta, y a mil ciento sesenta y ocho las especies. Entre los géneros hay diez y nueve nuevos, descritos casi todos en su monadelfia y en sus icones, y muchas de las especies son nuevas también. Aunque conciso, no omitió nunca notar las afinidades de cada género, y en las descripciones de las especies se limitó a los caracteres más principales, que bastasen para distinguirlas de sus congéneres. En fin, concluyó esta obra con un índice clásico de los géneros con sus caracteres sobresalientes, y otro de las especies.

Acaso habrá quien atribuya las reformas hechas por el Señor Cavanilles, más bien a espíritu de novedad, que al deseo de propagar los conocimientos científicos. Tan severa como injusta censura no podría recaer, ni sobre los caracteres genéricos, ni sobre el modo de subdividir los órdenes, sino sobre la reducción de clases. La ciega deferencia que los talentos de segundo orden tienen por el padre de la botánica, el maestro común Linneo, les hace mirar como un sacrilegio hasta la corrección de los errores de que ningún hombre está exento, principalmente en una ciencia que comienza; pero como el Señor Cavanilles conocía que las ventajas de un sistema botánico, eran proporcionadas a la sencillez y solidez de sus principios, debía preferir aquel en que estuviesen menos expuestos a variar, y que condujesen con más facilidad al conocimiento de las plantas. Guiado por estos principios, despreció la diferencia de sexos que sirvió a Linneo para formar tres clases, no sólo porque a veces separa géneros que debían estar en una misma clase y orden, atendiendo al número de estambres y pistilos, sino también por las frecuentes anomalías que esta circunstancia origina en otros muchos géneros de las demás clases. No hizo caso tampoco de la reunión de los estambres con el pistilo, porque las más veces es imaginaria. Así lo probó en su monadelfia, y así lo hicieron antes que él otros, que examinaron con cuidado los órganos sexuales de estas plantas, y suprimieron esta clase.

De los pocos géneros que había en la poliadelfia se habían ya sacado muchos, algunos por no tener el carácter que Linneo dio a esta clase; y otros de los que quedaban tenían tan débilmente reunidos los estambres, que se dudaba de ello. Resultaban pues tan pocos géneros verdaderamente poliadelfos, que juzgó insuficiente este carácter para formar de él una clase. La proporción apreciada por Linneo en solos dos casos, juzgó el Señor Cavanilles, que sería una inconsecuencia de este fundamento apreciarla en unas plantas, en las cuales a veces es imperceptible, y despreciarla después en otras en que está bien a la vista.

Todos saben la inconstancia del número de estambres siempre que pasa de diez, y este fue el motivo que tuvo para reunir la dodecandria a la poliandria: a ella reunió también la icosandria, porque estimó contrario a la sencillez del sistema el apreciar la inserción.

Un maestro tan querido y tan a propósito para la enseñanza debía habernos durado muchos años, para que así hubiese podido recoger en sus discípulos el fruto de la enseñanza, y fiar en ellos la estabilidad de su reforma; pero el día 7 de Mayo, después de habernos demostrado el neorum tricocum, la linaria hirta, el teucrium fruticans, la scilla peruviana, el cercis siliquastrum y la arenaria peploides: después de haber observado que el fruto del neorum no era una baya, como lo habían dicho todos los autores, sino tres drupas reunidas, cada una con una nuez bilocular, y de dos semillas por lo común... un dolor cólico de que se sintió atacado no le dejó proseguir; acabó la lección a las seis de la tarde, a los tres cuartos de hora de haberla comenzado, y se retiró a su casa. Su vida puede ser envidiada de los que aspiran a ganarse una honrada reputación a costa de estudio y de trabajos. Premiado y condecorado por el Rey, elogiado por los sabios de todas las naciones, querido, estimado y llorado de la casa que le había proporcionado medios y comodidades, para dedicarse enteramente al estudio de la naturaleza, amado y respetado de sus discípulos: el Señor Cavanilles, Prior de las Hermitas, Dignidad de la Santa Iglesia Patriarcal de Sevilla, Jefe y único Profesor del Real Jardín Botánico, Individuo de las Academias y Sociedades científicas de Petersburgo, Upsal, Zurich, Linneana de Londres, Filomática y de Agricultura de París, Médicas de Madrid, Barcelona, París y Mompeller, &c., murió en mis brazos el 10 de Mayo, a las once y media de la noche, a los cincuenta y nueve años de edad.

Puede ser que el dolor me haya hecho exagerar su pérdida. Si le hubiera querido menos, la elección que ha hecho S. M. para sucederle en el Señor Don Francisco Antonio Zea, y en el Señor Don Claudio Boutelou, segundo Director; la poca intermisión y la actividad, no sólo en la enseñanza, sino en cuantas medidas había tomado el Señor Cavanilles para adelantar la instrucción pública, la estimación que harán de sus preciosos manuscritos, y el provecho que la botánica sacará de su publicación; y por último, el estado del jardín que en el día tiene cuatro mil y quinientas plantas, el del herbario que llega a doce mil, enriquecido con las plantas recogidas por el Sr. Neé en sus excursiones por España, y en su viaje al rededor del mundo, y con el herbario del Señor Cavanilles, legado por él al Real Jardín, y el de la rica y selecta biblioteca que S. M. compró al Señor Cavanilles y cedió al jardín, me hubieran hecho creer que el impulso a la ciencia estaba dado de una vez, y que dentro de pocos años no tendrá la España nada que envidiar de las naciones que más han sobresalido en este ramo.

MARIANO LA GASCA




ArribaAbajoMención del elogio histórico de D. Antonio J. Cavanilles, por el Dr. D. José Pizcueta

ADEMÁS de la Noticia histórica de Don Antonio José Cavanilles por A. Cavanilles y Centi, y de la antecedente Noticia literaria de Don Antonio Josef Cavanilles por M. La Gasca y Segura, en 1826 apareció, en el Boletín de la Real Sociedad Económica Valenciana, un Elogio histórico de Don Antonio José Cavanilles, premiado por dicha Sociedad y reimpreso en 1830.

Este meritísimo trabajo lo escribió el Dr. D. José María Pizcueta, Médico distinguido de la Ciudad de las flores, en una prosa tan galana y castiza que, a pesar de contener algún error científico, será siempre un admirable monumento literario, erigido a la memoria del inmortal sacerdote hispano-valentino.

El Conde de Cerrageria, reimprimió a sus expensas dicho Elogio, en 1906, repartiendo gratuitamente la numerosa tirada.

En breve se publicará, con la ayuda de Dios, un Estudio bio-bibliográfico detenido, del inmortal botánico y sacerdote A. J. Cavanilles; pero, dada la extensión de dicho trabajo, no puede incluirse en esta obra.