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Editorial.

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Desde que Edipo y la Esfinge de Tebas contendieran a muerte por conseguir una victoria dialéctica, la adivinanza ha ido convirtiéndose al correr de los siglos en un juego intelectual (cada vez menos cruento, por supuesto) en constante transformación y evolución. El hecho de poseer una terminología equívoca e imprecisa, así como el haber sido considerado casi siempre un género literario menor, ha dado lugar , probablemente, a una escasez alarmante de estudios y recopilaciones sobre el tema que presentaban un cúmulo de clasificaciones subjetivas e incompletas.

Para la adivinanza se requieren al menos dos personas, que participan en dos momentos fundamentales: pregunta y respuesta. Casi se ha perdido ya entre nosotros una breve formula inicial con que se prevenía o anunciaba el juego (cosa y cosa, adivina adivinanza, etc.) y que daba paso a la cuestión, compuesta, habitualmente, por dos proposiciones. La primera de ellas, universal, que nos acerca al tema; por ejemplo "cien amigas tengo, todas en una tabla". La segunda será una proposición concreta, particular, donde estará la clave de la solución correcta: "si yo no las toco, ellas no me hablan". Quien deba responder habrá de asociar ideas en rápido proceso mental, eliminando conceptos superfluos, para llegar a la única respuesta lógica: "Las teclas del piano".

Es curioso sin embargo que este juego (denominado de muchas formas a lo largo de la historia: enigma, pregunta, adivinanza, acertijo, cosicosa, perqué, etcétera) ofrezca la desigualdad, aceptada de antemano por ambas partes, de presentar una cierta ventaja para quien interroga, pues por lo general la proposición está hecha con elementos comparativos que sólo él conoce y, aunque haya dos posibles soluciones, tan sólo su respuesta es la válida. Pese a esta ventaja inicial, la adivinanza ofrece múltiples alicientes a quienes deseen participar en un entretenimiento lúdico cuya finalidad ya no es, afortunadamente, la eliminación física de uno de los contendientes, sino el sencillo placer de pasar el rato ingeniosamente.