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El alcalde de Antequera

Romance histórico

C. R. de Arellano

Pilar Vega Rodríguez (ed. lit.)

Sale entre rojos matices

dando alegría a los campos,

el alba vertiendo perlas

por los valles y collados.

Gozosas trinan las aves

su venida celebrando,

y las leves alas baten

irguiendo el cuello pintado.

Las flores abren el cáliz

suavemente perfumado

el ambiente que acaricia

sus humedecidos tallos.

Mientras de la luna el disco

a lo lejos ocultando

base de la oscura noche

entre los pliegues del manto.

Al tiempo en que de Antequera

sale el alcaide esforzado,

por el bridón1 y la lanza

mullido lecho dejando.

Y por la espada y rodela2

de la casta esposa al lado;

que más pueden con el noble

que los gustos, los cuidados.

Solícito la frontera,

recorre puesta a su cargo

temiendo alguna algarada3

de los moros comarcanos4.

Por entre el ramaje espeso

de un olivar dilatado,

cuyo fruto verdeante

el sol dora con sus rayos,

Descubre de trecho en trecho

el galopar de un caballo

cuyo jinete va envuelto

en un rico albornoz blanco.

Requiere al punto la lanza,

hiere al bridón los costados,

y se abalanza en pos del,

deseoso de alcanzarlo.

El moro que siente a poco

vienen siguiendo sus pasos,

vuelve animoso las bridas

y corre a su encuentro ufano.

Con las viseras caladas

las lanzas en ristre ambos,

se embisten sin hablar nada

con furor reconcentrado.

Los hierros saltan al aire

hechos menudos pedazos

cual si dos ásperas rocas

con furia hubieran chocado.

Pero el corcel del alarbe5

o más débil, o cansado,

cedió al encuentro terrible

del corcel del castellano

Y vino al suelo trayendo

a su señor mal parado

sin que pudiera valerse

porque cayera debajo.

Gozoso vuelve a su casa

el alcaide denodado,

llevando consigo al moro

que cautivó guerreando.

Hondos suspiros del seno

aunque procura ocultarlos,

al infelice cautivo

se escapan de cuando en cuando.

Admírase de que llore

quien demostró peleado,

tanto esfuerzo y arrogancia,

tal destreza y valor tanto.

Y con corteses razones

procuraba consolarlo

a que agradecido el moro

le contesta cabizbajo:

«Eres, alcaide, valiente

tan discreto como bravo,

con tu esfuerzo y tus palabras

me has doble cautivado».

«Yo mi cuita te contara

si supiera que has amado

que no puede comprenderla

quien tenga el pecho de mármol».

«Habla, moro, y no te turbe

aquese recelo vano,

pues te juro por Dios vivo

que a mi castellana amo»6.

«Tanto como a amo a mi patria

y es mi pecho relicario

donde a su imagen que adoro

rendido culto consagro».

«Has de saber es mi padre

de Ronda alcaide, y me llamo

Gazul Zegrí, de nobleza

conocida y rico estado».

«Por mi mal, o por mi bien

una belleza idolatro,

cuyos padres pertenecen

al Abencerraje bando».

«Hállase cual todos ellos

de Granada desterrados;

si con justicia no sé

que no quise averiguarlo».

«Hame avisado Zelima,

que así se llama mi encanto

que su padre, con un deudo

el casarla ha concertado».

«Y que mañana la pierda

si en el día no la saco

del castillo donde se halla,

y en secreto nos casamos».

«Mira, si con justa causa

me quejo, noble cristiano,

pues hoy pierdo cuanto puede

en el mundo serme grato».

Calló el moro, y de sus ojos

empieza a correr el llanto,

que en vano reprimir quiere

de verterlo avergonzado.

Enternecido el alcaide,

hace en el momento alto

queriendo cesen las penas

del leal enamorado

«Si tan bien como tú amas

te aman, o Zegrí gallardo,

-dice-, dichosa pareja,

harás con tu bien amado».

«Desde aquí puedes volverte

que no es justos sea mi esclavo

quien de amor el hierro lleva

tan fuertemente grabado».

«No quiero por tu rescate

ni presentes, ni regalos

de oro y telas exquisitas,

ni diamantes codiciados».

«Solo pido que te acuerda

cuando Zelima en tus brazos

te estreche y tu frente selle

con amorosos labios

de Rodrigo de Narváez,

tu amigo, aunque tu contrario».

Veloz descabalga el moro,

y por el suelo postrado,

«-Noble capitán -le dice-,

Alá te guarde mil años,

para que extiendas tu fama

con hechos tan señalados».

Y besándole los pies

aunque procura estorbarlo

cortésmente don Rodrigo

alegres se separaron.


FUENTE

Arellano, C. R. de, «El Alcalde de Antequera. Romance histórico», El Laberinto, (Madrid), 15/12/1844, p. 14.

Edición: Pilar Vega Rodríguez.