Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

ArribaAbajo

Argumento del quinto canto del gallo

     En el quinto canto que se sigue el auctor, debajo de una graçiosa historia, imita la parábola que Cristo dixo por San Lucas en el capítulo quince < >. Verse ha en agraçiado estilo un viçioso mançebo en poder de malas mugeres, vueltas las espaldas a su honra, a los hombres y a Dios, disipar todos los doctes del alma, que son los thesoros que de su padre Dios heredó. Y veráse también los hechizos, engaños y encantamientos de que las malas mugeres usan por gozar de sus laçivos deleites por satisfazer a sola su sensualidad.

     MIÇILO. Por çierto, pessado tienen los gallos el primer sueño, pues con haberse entrado este gallo acostar dos horas antes que anocheçiesse, y haber ya más de dos horas que anocheció, no ha mostrado despertar.

     GALLO. No pienses, Miçilo, que aunque no canto que duermo, porque yo despierto estoy aguardando a que vengas de la çena al trabajo.

     MIÇILO. Pues, ¿por qué no cantas, que ya hubiera yo venido?

     GALLO. No canto porque, aunque nosotros los gallos somos músicos de nación, tenemos esta ventaja a los músicos de allá: que nosotros tenemos tanto seso y cordura en nuestro canto que con el buen orden de nuestra música gobernáis vuestras obras como con muy çierto y regalado relox. Pero vuestros músicos cantan sin tiempo, orden y sazón, porque han de careçer de seso para bien cantar. Cantamos a la medianoche, y ésta no la es; y cantamos al alba por dar loores a Dios nuestro Hazedor y criador.

     MIÇILO. Pues ante todas las cosas te ruego me digas: cuando fueste capellán de aquel curazgo (que cura te podemos llamar), ¿cómo te sabías haber con tus ovejas? ¿Cómo sabías repastar tus feligreses? ¿Cómo te habías en su gobierno y confessión? Porque no sé quién tiene mayor culpa, el cura proprio por encomendar su ganado a un hombre tan sin letras como tú, o tú en lo açeptar.

     GALLO. ¿Qué quieres que te diga a eso sino lo que se puede presumir de mí? En fin, yo lo hazía como todos los otros pastores merçenarios, que no tenemos ojo ni cuenta sino el proprio interés y salario, obladas y pitangas de muertos, y cuanto a las conçiençias y pecados, cuanto quiera que fuessen graves no les dezía más sino: «No lo hagáis otra vez.» Y esto, aunque çien vezes me viniessen lo mesmo a confessar; y aun esto era cuanto a los pecados claros, y que ninguna dificultad tenían. Pero en otros pecados que requerían algún consejo, estudio y miramiento disimulaba con ellos, porque no sabía yo más en el juizio de aquellas causas que sabía cuando rodé por la montaña sobre Taxo. En fin, en todo me había como aquel merçenario que dize Cristo en el Evangelio, que cuando ve venir el lobo a su ganado huye y lo desampara. Ansí en cualesquiera neçesidades y afrentas que al feligrés se le ofreçen me tocaba poco a mí, y menos me daba por ello.

     MIÇILO. Dime, si en una Cuaresma sabías que algún feligrés estaba en algún pecado mortal, de alguna enemistad o en amistad viçiosa con alguna muger, ¿qué hazías?, ¿no trabajabas por hazer a los unos amigos, y a los otros buscar medios honestos y secretos cómo los apartar del pecado?

     GALLO. Esos cuidados ninguna pena me daban. Proprios eran del proprio pastor; viniesse a verlos y proveerlos. Comíasse él en cada un año treçientos ducados que valía el beneffiçio paseándose por la corte, ¿y había yo de llevar toda la carga por dos mil maravedís? No me pareçe cosa justa.

     MIÇILO. ¡Ay de las almas que lo padeçían! Ya me pareçe que te habías obligado con aquella condiçión, que el cura su culpa pagará.

     GALLO. Dexemos ya esto. Y quiero te contar un aconteçimiento que passé en un tiempo, en el cual, juntamente siéndote graçioso, verás y conoçerás la vanidad desta vida, y el pago que dan sus viçios y deleites. Y también verás el estado en que está el mundo, y los engaños y laçivia de las perversas y malas mugeres, y el fin y daño que sacan los que a sus suçias conversaçiones se dan. Y viniendo al caso sabrás que en un tiempo yo fue un muy apuesto y agraçiado mançebo cortesano y de buena conversaçión, de natural criança y contina residençia en la corte de nuestro rey, hijo de un valeroso señor de estado y casa real; y por no me dar más a conoçer basta, que porque hace al proçeso de mi historia te llego a dezir, que entre otros previllegios y gajes que estaban anejos a nuestra casa, era una compañía de < > lanças de las que están en las guardas del reino, que llaman hombres de armas de guarniçión. Pues passa ansí que en el año del señor de mil y quinientos y veinte y dos, cuando los françesses entraron en el reino de Navarra con gran poder, por tener ausente a nuestro prínçipe, rey y señor, se juntaron todos los grandes y señores de Castilla, guiando por gobernador y capitán general el condestable Don Yñigo de Velasco para ir en la defensa y amparo y restituçión de aquel reino, porque se habían ya lançado los fraçesses hasta Logroño; y ansí por ser ya mi padre viejo y indispuesto me cometió y dio el poder de su capitanía con çédula y liçençia del rey; y ansí cuando por los señores gobernadores fue mandado mover, mandé a mi sota capitán y alférez que caminassen con su estandarte, siendo todos muy bien proveídos y basteçidos por nuestra reseña y alarde. Y porque yo tenía çierto negoçio en Logroño en que me convenía detener, le mandé que guiassen, y por mi carta se pressentassen al señor capitán general, y yo quedé allí; y después, cuando tuve acabado el negoçio, partí con un escudero mío que a la contina le llevaba para mi compañía y serviçio en un roçín. Y luego como començamos a caminar por Navarra fue avisado que las mugeres en aquella tierra eran grandes hechizeras encantadoras, y que tenían pacto y comunicaçión con el demonio para el effecto de su arte y encantamiento, y ansí me avisaban que me guardasse y viviesse recatado, porque eran poderosas en pervertir los hombres y aun en convertirlos en bestias y piedras si querían; y aunque en la verdad en alguna manera me escandalizasse, holgué en ser avisado, porque la moçedad, como es regoçijada, recibe pasatiempo con semejantes cosas; y también porque yo de mi cogeta fue affiçionado < > a semejantes aconteçimientos. Por tanto, iba deseoso de encontrarme con alguna que me encantasse, y aun iba de voluntad y pensamiento de trocar por alguna parte de aquella arte el favor del prínçipe y su capitanía; y caminando una montaña, yendo revolviendo esas cosas en mi pensamiento, al bajar de una montaña me apeé por estender las piernas, y también porque descansasse algo mi caballo, que començaba ya algo el sol a calentar; y ansí como fue apeado tirándole de las orejas y estregándole el rostro di la rienda a mi escudero [Palomades que ansí se llamaba, y] mandéle que caminasse ante mí. Y en esto volví la cabeça atrás y veo venir tras mí un hombre en una bestia, el cual en su hábito y trato luego que llegó me pareçió ser de la tierra; por lo cual y por holgar yo mucho de la conversaçión le aguardé, y ansí llegando a mí me saludó, y por el semejante se apeó para bajar, y luego començé a le preguntar por su tierra y lugar, como en el camino suele aconteçer, y él me dixo que era de una aldea pequeña que estaba una legua de allí; y yo trabajaba meterle en conversaçión presumiendo dél algún encogimiento, porque como aquella tierra estuviesse al presente en guerras, tratan con nosotros con algún recato no se nos osando confiar. Pero en la verdad aquel hombre no mostró mucha cobardía, mas antes demasiada liberalidad, tanto que de sus hablas y razones fáçilmente juzgarás ser otra cosa que hombre, porque ansí con su habla me embelleñó que casi no supe de mí; y ansí del rey y de la reina y de [la guerra del los françeses y castellanos venimos a hablar de la costumbre y bondad de la gente de la tierra, y él çiertamente vino a hablar en ello de buena voluntad. Començómela a loar de fértil y viçiosa, abundante de todo lo necesario, y yo dixe: «Hombre honrado yo tengo entendido desta tierra todo el cumplimiento entre todas las provinçias del mundo, y que la gente es de buena habilidad y injenio, [y las mugeres veo también que son hermosas y de apuesta y agraçiada representación.»] Y ansí él me replicó: «Por çierto, señor, ansí es como sentís; y entre todas las otras cosas quiero que sepáis que las mugeres, [demás de su hermosura], son de admirable habilidad, en tanta manera que en saber exçeden a cuantas en el mundo son.» Entonçes yo le repliqué deseando saber de su sçiençia, importunándole me dixesse algo en particular de su saber; y él me respondió en tanta abundançia que toda mi atençión llevaba puesta en lo que él dezía. Diziendo: «Señor mandan el sol y obedeçe, a las estrellas fuerzan en su curso, y a la luna quitan y ponen su luz conforme a su voluntad. Añublan los aires, y hazen si quieren que se huellen y passen como la tierra. Al fuego hazen que enfríe, y al agua que queme. Házense moças y en un punto viejas, palo, piedra, y bestia. Si les contenta un hombre en su mano está gozar dél a su voluntad; y para tenerlos más aparejados a este effecto los convierten en diversos animales entorpeçiéndoles los sentidos y su buena naturaleza. Han podido tanto su arte que ellas mandan y los hombres obedeçen, o les cuesta la vida, porque quieren usar de mucha libertad yendo de día y de noche por caminos, valles y sierras a hazer sus encantos, y a coxer sus yerbas y piedras, y hazer sus tratos y conçiertos.» Llevábame con esto tan traspuesto en sí que ningún acuerdo tenía de mí cuando llegamos al lugar, y cabalgando en nuestras bestias nos lanzamos por el pueblo, y queriendo yo passar adelante me forçó, con grande importunidad y buena criança, que quisiesse apearme en su posada porque servía a una dueña valerosa que acostumbra reçebir semejantes caballeros en su casa de buena voluntad; y como fuesse llegada la hora del comer holgué de me apear. Saliónos a reçebir una dueña de alta y buena dispusiçión, la cual, aunque representaba alguna edad, tenía aire y desenvoltura de moça, y en viéndome se vino para mí con una voz y habla halagüeña, y muy de presto dispuso toda la casa y aparato con tanto serviçio como si fuera casa de un príncipe o poderoso señor; y cuando miré por mi guía no la vi, porque entrando en casa se me desapareçió; y según pareçe todo lo que passó antes y después no puedo creer sino que aquella muger tenía aquel demonio por familiar en hábito y figura de hombre, porque según mostró en su habla, trato y conversaçión no creo otra cosa, sino que le tenía para enviarle a caza de hombres cuando para su apetito y recreaçión le daba la voluntad, porque ansí me cazó a mí como agora oirás. Luego, como llegamos con mil regalos y ofreçimientos, dispuso la comida con grande aparato, con toda la diligençia y solicitud posible, en toda abundançia de frutas, flores y manjares de mucho gusto y sabor, y los vinos muy preçiados en toda suavidad, servidos de diversas dueñas y donzellas, que casi pareçían diferentes con cada manjar. Túvome la fiesta en mucho regocijo y pasatiempo en una sala baja que caía sobre un huerto de frutas y de flores muy suaves. Ya me pareçía que por poco me quedara allí, sino fuera porque, ansí como en sueño, me acordé de mi [viaje y] compañía, [y consideré] que corría gran peligro mi honra si me descuidasse; y ansí sospirando me levanté en pie proponiendo ir con la posible furia a cumplir con la guerra y luego volverme a gozar de aquel paraíso terrenal. Y ansí la maga por estar muy contenta de mi buena dispusiçión me propuso a quedarme aquella noche allí, diziendo, que ella no quería, ni tenía cuanta prosperidad y aparato poseía sino para servir y hospedar semejantes caballeros. Prinçipalmente por haber sido su marido un castellano de gran valor, al cual amó sobre todas las cosas desta vida, y ansí no podía faltar a los caballeros castellanos, por representarle cualquiera dellos aquellos sus primeros amores, que ella a la contina tenía ante sus ojos presente. Pero como aún yo no había perdido del todo mi juizio y uso de razón trabajé de agradeçerle con palabras acompañadas de mucho cumplimiento y criança la merçed que me hazía, con protestaçión que acabada la guerra yo vernía con más libertad a la servir. No le pessó mucho a la maga mi defensa como esperaba antes de la mañana satisfazerse de mí mucho a su voluntad, y ansí me dixo: «Pues, señor, presupuesto que tenéis conoçido el deseo que tengo de os servir, y confiando que cumpliréis la palabra que me dais, podréis hazer lo que querréis, y por más os servir os daré un criado mío que os guíe cuatro leguas de aquí, donde os vais a dormir con mucho solaz, porque tengo allí una muy valerosa sobrina que tiene un fuerte y hermoso castillo en una muy deleitosa floresta que estará cuatro leguas de aquí. Llegando esta noche allí, no perdiendo xornada para vuestro propósito, por ser mía la gula y por la graçia de mi sobrina que tiene la mesma costumbre [que yo en] hospedar semejantes caballeros, os hospedará, y allí pasaréis esta noche mucho a vuestro contento y solaz.» Yo le bessé las manos por tan gran merçed, la cual açepté, y luego salió el viejo que me truxo allí cabalgando en un rozín, y despidiéndome de la buena dueña començamos a caminar. Fuemos hablando en muchos loores de su señora, que nunca acababa de la engrandeçer, pues díxome: «Señor, agora vais a este castillo donde veréis una donzella que en hermosura y valor exçede a cuantas en el mundo hay.» Y demandándole por su nombre, padres y calidad de estado me dixo él: «Eso haré yo, señor, de muy buena voluntad [de os dezir], porque después desta mi señora a quien yo agora sirvo no creo que hay en el mundo su igual, y a quien con mejor voluntad desee [ni deba] yo servir [por su gran valor]; y ansí os digo, señor, que esta donzella fue hija de un señor natural desta tierra, del mejor linaje que en ella hay, el cual se llamaba el gran varón; y por su hermosura y linaje fue demandada de muchos caballeros de alta guisa, ansí desta tierra como de Françia y Castilla, y a todos los menospreçió proponiendo de no casar con otro sino con el hijo de su rey; y siendo tratadas entre ellos palabras de matrimonio respondió el rey de Navarra que tenía desposado su hijo con la segunda hija del rey de Françia, y que no podía faltarle la palabra. Por lo cual, sintiendo ella afrenta no haberle salido çierto su deseo, por ser dama de alta guisa propuso de nunca se casar hasta hoy; y ansí por haber en su linaxe dueñas muy hadadas que la hadaron, es ella la más hadada y sabia muger que en el mundo hay, en tanta manera que por ser tan sabia en las artes la llaman en esta tierra la donzella Saxe, hija del gran varón». Y ansí hablando en esto fuemos a entrar en una muy hermosa y agraçiada floresta de mucha y deleitable arboleda. Por la cual hablando en esta y otras muchas cosas caminamos al parecer dos leguas hasta que casi se acabó el día; y ansí casi media hora antes que se pusiesse el sol llegamos a un muy apazible valle donde pareçía que se augmentaba más la floresta con muchos jazmines altos y muy graçiosos naranjos que comunicaban en aquel tiempo su oloroso azahar, y otras flores de suave y apazible olor, en medio del cual valle se mostró un fuerte y hermoso castillo que mostraba ser el paraíso terrenal. Era edificado de muy altas y agraçiadas torres de muy labrada cantería, era labrado de muy relumbrante mármol y de jaspes muy finos, y del [alabastro y otras piedras de mucha estima, había] musaico y moçárabes muy perfectos. Parecióme ser de dentro de exçeso sin comparaçión más polido, pues de fuera había en él tanta exçelençia; y ansí fue, que como llamamos a la puerta del castillo y por el portero fue conoçida mi guía fueron abiertas las puertas con mucha liberalidad, y entramos a un ancho patio, del cual cada cuadro tenía seis colunas de forma jónica, de fino mármol, con sus arcos de la mesma piedra, con unas medallas entre arco y arco que no les faltaba sino el alma para hablar. Eran las imágines de Píramo y Tisbe, de Philis y Demophón, de Cleopatra y Marco Antonio, y ansí todas las demás de los enamorados de la antigüedad. Y antes que passe adelante quiero que entiendas que esta donzella Saxe de que aquí te contaré, no era otra sino la vieja maga que [en el aldea] al comer me hospedó. La cual, como le pareçiesse que no se aprovechara de mí en su casa tan a su plazer como aquí, tenía por sus artes y industrias del demonio esta floresta y castillo, y todo el serviçio y aparato que oirás, para holgar con quien quería noches y días como te contaré. Por el friso de los arcos del patio iba una gruesa cadena dorada que salía relevada en la cantería, y una letra que dezía: «cuantos van en derredor, / son prisioneros de amor». Había por todo el torno ricas imágenes y piedras del Oriente, y había en los corredores altos gruesas colunas enteras de diamante, no sé si verdadero o falso, pero oso juzgar que no había más bella cosa en el mundo. Por lo alto de la casa había terrados de muy hermosos y agraçiados edefiçios, por los cuales andaban lindas y hermosas damas vestidas de verde y de otros amorosos colores, con guirnaldas en las cabezas, de rosas y flores, dançando a la suave música de arpas y dulçainas que les tañían sin pareçer quién. Bien puede cualquiera que aquí entre afirmar que fuesse aquí el paraíso o el lugar donde el amor fue naçido, porque aquí ni entra, ni admiten en esta compañía cosa que pueda entristeçer, ni dar passión. No se entiende aquí otra cosa sino juegos, plazeres, comeres, dançar, bailar y motexar. Y otras vezes juntas damas y caballeros cantar música muy ordenada, que juzgarás estar aquí los ángeles [en contina conversaçión y festividad]. Nunca allí entró cana, arruga, ni vejez, sino solamente juventud de doze a treinta años, que se sepa comunicar en todo deleite y plazer. En esta casa siempre es abril y mayo, porque nunca en todo el año el suave y templado calor y fresco les falta; porque aquella diosa lo dispone con su arte a medida de su voluntad y neçesidad. Acompáñanla aquí a la contina muy valerosas damas que ella tiene en su compañía de su linaxe, y otras por amistad, las cuales atraen allí caballeros que vienen enseguida de su valor. Éstos hazen la corte más ufana y graçiosa que nunca en casa de rey ni emperador tan adornada de cortesanía se vio. Porque solamente se ocupan en invençiones de traxes, justas, danças y bailes; y otras a la sombra de muy apazibles árboles novelan, motejan, ríen con gran solaz: cual demanda cuestiones y preguntas de amores, hazer sonetos, coplas, villançicos, y otras agudeças en que a la contina reçiben plazer. Por lo alto y por los xardines, por çima de chopos, fresnos, laureles y arrayanes, vuelan calandrias, sirgueros, canarios y ruiseñores que, con su música, hazen suave melodía. Estando yo mirando toda esta hermosura, ya medio fuera de mí, se me pusieron delante dos damas más de divina que de humana representaçión, porque tales pareçían en su hábito, modo y gesto, que todas venían vestidas como de casa real: traían muy ricos recarnados, joyas y piedras muy finas, rubíes, esmeraldas, diamantes, balajes, zafires, jaçintos y de otras infinito número que no cuento. Éstas, puestas ante mí con humilde y agraçiado semblante, habiéndoles yo hecho la cortesía que a tales damas se les debía, con muy cortés razonamiento me ofreçieron el hospedaje y serviçio de aquella noche de parte de la señora del castillo, y yo habiendo açeptado la merced con hazimiento de graçias, me dixeron estar me aguardando arriba; y ansí, dexando el caballo a mi escudero, me guiaron por el escalera. Aún no habíamos acabado de subir cuando vimos a la bella Saxe que venía por el corredor, la cual con aquella cortesía y semblante me reçibió como si yo fuera el señor de todo el mundo, y ansí fue de toda aquella trihunfante y agraçiada corte tan reverençiado y acatado como si yo fuera todo el poder que los había de mandar. Era aquel palaçio tan adornado y excelente, y tan apuesta aquella juvenil compañía, que me pareçe que mi lengua la haze injuria en querértelo todo pintar, porque era ello todo de tanto aparato y perfecçión, y mi injenio de tan poca elocuençia que es neçesario que baje su hermosura y grandeza muy sin comparaçión. Muchos habría a quien yo contasse esta historia que por su poca esperiençia les pareçería manera de fingir. Pero esfuérçome a te la pintar [a ti, Miçilo,] lo más en la verdad que puedo, porque tengo entendido de tu cordura que con tu buen crédito debajo destas toscas y cortas palabras entenderás lo mucho que quiero sinificar. Porque ciertamente era aquella corte y compañía la más rica, la más hermosa, agraçiada y generosa que en el mundo nunca fue (ni lengua humana con muy alta y adornada elocuençia nunca podría encareçer, ni pluma escrebir). Era toda de florida y bella edad, y sola entre todas venía aquella mi bella diosa relumbrando como el sol entre [todas] las estrellas, de belleza estraña. Era su persona de miembros tan formados cuanto pudiera con la agudeza de su ingenio pintar aquel famoso Apeles con su pinçel: los cabellos luengos, rubios y encrespados, trançados con un cordón de oro que venía a hazer una injeniosa laçada sobre el lado derecho de donde colgaba un joyel de inestimable valor. Traía los carrillos muy colorados de rosas y jazmines, y la frente pareçía ser de un liso marfil, ancha, espaciosa, llana y conveniente, que el sol hazía eclipsar con su resplandor; debajo de dos arcos de çejas negras como el fino azabache le están bailando dos soles piadosos a alumbrar a los que los miran, que pareçía estar amor jugando en ellos y de allí disparar tiros gentiles con que visiblemente va matando a cualquiera hombre que con ellos echa de ver; la nariz pequeña y afilada, en que naturaleza mostró su perfeçión; muéstrasse debajo de dos pequeños valles la chica boca de coral muy fino, y dentro della al abrir y çerrar de un labrio angelical se muestran dos hilos de perlas orientales que trae por dientes; aquí se forman çelestiales palabras que bastan ablandar coraçones de diamante; aquí se forma un reír tan suave que a todos fuerça a obedeçer. Tenía el cuello redondo, luengo y sacado, y el pecho ancho, lleno y blanco como la nieve, y a cada lado puesta en él una mançana cual siendo ella diosa pudiera poner en sí para mostrar su hermosura y perfeçión. Todo lo demás que secreto está como cuerdo puedes juzgar corresponder a lo que se muestra de fuera en la mesma proporçión. En fin, en edad de catorçe años escogió la hermosura que naturaleza en una dama pudo dar. Pues visto lo mucho que te he dicho de su beldad no te maravillarás, Miçilo, si te digo que de enamorado de su belleza me perdí, y encantado salí de mí, porque depositada en su mano mi libertad me rendí a lo que de mí quisiesse hazer.

     MIÇILO. Por çierto no me maravillo, gallo, si perdiesses el juizio por tan estremada hermosura, pues a mí me tiene encantado en solo te lo oír.

     GALLO. Pues andando ansí, como al lado me tomó, siguiéndonos toda aquella graçiosa compañía, me iba ofreçiendo con palabras de toda cortesanía a su subjeçión, proponiendo nunca querer ni demandar libertad, teniendo por averiguado que todo el mereçer del mundo no podía llegar a poseer joya de tan alto valor, y aun juzgaba por bienaventurado al que, residiendo en su presençia, se le diesse sola su graçia sin más pedir. Hablando en muy graçiosos requiebros, favoreçiéndome con unos ofreçimientos muy comedidos, unas vezes por mi persona, otras diziendo que por quién me enviaba allí, entramos a una gran sala adornada de muy sumptuosa y estraña tapiçería, donde al cabo della estaba un gran estrado, y en el medio dél un poco más alto, que mostraba alguna differencia que se daba algo a sentir, estaba debajo de un rico dosel de brocado hecho el asiento de la bella Saxe con muchos coxines, debajo del cual, junto consigo, me metió; y luego fue lleno todo el estrado de graçiosas damas y caballeros, y començando mucha música de menestriles se començó un divino serao. Y después que todos aquellos galanes hubieron dançado con sus damas muy a su contento, y yo con la mía dançé, entraron en la sala muchos pajes con muy galanes libreas, con hachas en sus manos, que los guiaba un maestresala que nos llamó a la çena, y levantándose todos aquellos caballeros, tomando cada cual por la mano a su dama, fuemos guiados por una escalera que deçendía sobre un vergel, donde estaba, hecho un paseo debajo de unos corredores altos que caían sobre la gran huerta, el cual paseo era de largo de doçientos pies. Eran todas las colunas de verdadero jaspe puestas por muy gentil y agraçiado orden, todas çerradas de arriba abajo con muy entretexidos jazmines y rosales que daban en aquella pieza muy suave olor, con el que lançaban de sí muchos claveles y albahacas y naranjos que estaban çerca de allí. Estaba una mesa puesta en el medio de aquella pieza que era de largo çien pies, puestos los manteles, sillas y aparato, y ansí como deçendimos a lo bajo començó a sonar grandíssimo número y differençia de música: de trompetas, cheremias, sacabuches, dulçainas, flautas, cornetas y otras muchas differençias de sonajas muy graçiosas y apazibles que adornaban mucho la fiesta, y engrandeçían la magestad y enchían los coraçones de mucha alegría y plazer. Ansí se sentaron todos aquellos caballeros y damas en la mesa, una dama con un caballero por su orden; y luego se començó la çena a servir, la cual era tan sumptuosa y epulenta de viandas y aparato de [oro,] plata, riqueza y serviçio, que no hay ingenio que la pueda descrebir en particular.

     MIÇILO. Alguna parte della nos falta agora aquí.

     GALLO. Fueron allí servidos en oro [y plata] todos los manjares que la tierra produçe y los que el aire y el mar crían, y los que ha inquirido por el mundo la ambiçión y gula de los hombres sin que la hambre [ni neçesidad] lo requiriesse. Servían a las manos, en fuentes de cristal, agua rosada y azahar de ángeles, y el vino en perlas cavadas muy grandes, y no se contentaban allí beber vinos muy preçiados de Castilla, pero traídos de Candía, de Greçia y Egipto. Eran las mesas de çedro coxido del Líbano, y del çiprés oloroso, asentadas sobre peanas de marfil. Los estrados y sillas en que estábamos sentados al comer eran labradas a manera de taraçes de gemas y jaspes finos, los asientos y respaldares eran de brocado y de muy fino carmesí de Tiro.

     MIÇILO. ¡O gallo, qué sabroso me es ese tu canto! No me pareçe sino que poseo al presente el oro de aquel rico Midas y Creso, y que estoy asentado a las epulentas mesas del emperador Heliogábalo. Querría que en çien años no se me acabasse esta bienaventurança en que agora estoy; mucho me entristeze la miseria en que pienso venir cuando amanezca.

     GALLO. Todos aquellos caballeros entendían con sus damas en mucho regoçijo y palaçio, en motejarse y en discantar donaires y motes y sonetos de amores, notándose unos a otros de algunos graçiosos descuidos en las leyes del amor. La mi diosa puesta en mí su coraçón me sacaba con favores y donaires a toda cortesanía: cada vez que me miraba, agora fuesse derecho, agora al través, me encantaba y me convertía todo en sí sacándome de mi natural; sentíme tan preso de su gran valor que, no pudiendo disimular, le dixe: «O señora, no más. Piedad, señora, que ya no sufre paçiençia que no me dé a merçed.» Como fueron acabadas las viandas y alçadas las mesas, cada cual se apartó con su dama sobre tapetes y coxines de requemados de diverso color, donde en el entretanto que se llegaba la hora del dormir ordenaron un juego para su solaz, el cual era: que cada cual con su dama, muy secreto y a la oreja, se preguntasse lo que más se le antoje, y la primera y más prinçipal ley del juego es que infaliblemente se responda la verdad. Fue este juego gran ocasión y aparejo para que entre mí y mi diosa se declarasse nuestro deseo y pena, porque yo le pregunté conjurándola con las leyes del juego me diga en quien tuviesse puesta su fe, y ella muy de coraçón me dixo que en mí; con la cual confessión se çerró el proçeso, estando ella segura de mi voluntad y amor; y ansí conçertamos que como yo fuesse recogido en mi cámara, en el sosiego de la obscura noche, ella se iría para mí. Con esta promessa y fe se desbarató el juego de acuerdo de todos, y ansí pareçieron muchos pajes delante con hachas que con su lumbre quitaban las tinieblas, y hazían de la noche día claro; y después que con confites, canelones, alcorças y mazapanes y buen vino hezimos todos colaçión, hecha por todos una general reverençia, toda aquella graçiosa y esçelente corte mostrando quererme acompañar se despidió de mí; y hecho el debido cumplimiento a la mi bella dama, dándonos con los ojos a entender la palabra que quedaba entre nos, me guiaron las dos damas que me metieron en el castillo hasta una cámara de entoldo y aparato çelestial, donde llegado aquellas dos diosas con un agraçiado semblante se despidieron de mí. Dexáronme un escudero y un paje de guarda que me descalçó, y dexando una vela ençendida en medio de la cámara se fueron, y yo me deposité en una cama dispuesta a todo deleite y plazer, entre unos lienços que pareçía haberlos hilados arañas con todo primor. Olía la cámara a muy suaves pastillas, y la cama y ropa a agua de ángeles y azahar. Y quedando yo solo puse mis sentidos y oreja atento todo a si mi diosa venía; por muy poco sonido que oía me alteraba todo creyendo que ella fuesse, y como me hallase engañado no hazía sino enviar sospiros que la despertassen, y luego de nuevo me recogía con nueva atençión midiendo los passos que de su aposento al mío podía haber. Consideraba cualquiera ocupaçión que la podía estorbar, levantábame de la cama muy pasito y abría la puerta, y miraba a todas partes si sentía algún meneo o bulliçio, o vía alguna luz, y como no vía cosa alguna con gran desconsuelo me volvía acostar; deshazíame de zelos sospechando por mi poco mereçer, si burlándose de mí estaba en los brazos de otro amor. Y estando yo en esta congoja y fatiga estaba mi diosa aparejándose para venir con la quietud de la noche, no porque tiene neçesidad de aguardar tiempo, pues con echar en todos un sueño profundo lo podía todo asegurar, pero por encareçerme a mí más el preçio de su valor, y la estima que de su persona se debía tener, aguardaba haziéndoseme un poco ausente, estando siempre por su gran poder y saber ante mí; y cuando me vi más desesperado, siento que con un poco de rumor entre la puerta y las cortinas me comiença pasito a llamar, y yo como la oí, como suele aconteçer si alguno ha peleado gran rato en un hondo piégalo con las malezas que le querían ahogar, y ansí afanando sale asiéndose a las espadañas y ramas de la orilla que no se atreve ni se confía dellas porque se le rompen en las manos, y con gran trabajo mete las uñas en la arena por salir, ansí como yo la oí a mi señora y mi diosa salto de la cama sin sufrimiento alguno, y recogiéndola en mis braços me la comienço a bessar y abraçar. Ella venía desnuda en una delgada camisa, cubiertos sus delicados miembros con una ropa sutil de çendal, que como las rosas puestas en un vidrio toda se trasluzía. «Traía sus hermosos y dorados cabellos cogidos con un rico y graçioso garvin, y dexando la ropa de acuestas, que aun para ello no le daba mi sufrimiento lugar, nos fuemos en uno a la cama. No te quiero dezir más, sino que la lucha de Hércules y Anteo te pareçiera allí, tan firmes estábamos afferrados como puedes imaginar de nuestro amor, que ninguna yedra que a planta se abraza podía compararse a ambos a dos. Venida la madrugada la mi diosa se levantó, y lo más secreto que pudo se fue a su aposento, y luego con un su camarero me envió un vestido de requemado encarnado con unos golpes sobre un tafetán azul, tomados con unas cintas y clavos de oro del mesmo color. Y cuando yo sentí el palaçio estar de conversaçión me levanté y atavié, y salí a la gran sala donde hallé vestida a la mi diosa de la mesma librea, que con amoroso donaire y semblante me reçibió, a la cual siguiendo todos aquellos cortesanos por saber que la hazían mucho plazer. Y ansí cada día mudábamos ambos dos y tres libreas de una mesma devisa y color a una y otra usança de diversidad de naçiones y provinçias. Y luego todos nos fuemos a ver muy lindos y poderosos estanques, riberas, bosques, jardines que había en la casa para entretenernos hasta que fue llegada la hora del comer; la cual, como fue llegada y el maestresala nos fue a llamar, volvimos a la gran sala, donde estaba todo aparejado con la mesma sumptuosidad que la noche passada; y ansí començando la música començó el serviçio del comer; fuemos servidos con la mesma magestad y aparato que allí estaba en costumbre; y después como fue acabado el yantar y se levantaron las mesas quedamos todos hablando con diversas cosas, de damas, de amores, de fiestas, justas y torneos, de lo cual venimos a hablar de la corte del emperador Carlos nuestro rey y señor de Castilla, en la cual plática me quise yo mostrar adelantándome entre todos por engrandeçer su estado y magestad, pues de más de ser yo su vasallo, por llevar sus gajes, era mi señor; lo cual todos aquellos caballeros y damas oyeron con atençión y voluntad, y algunos que de su corte tenían notiçia proseguían comigo en la prueba de mi intento, y como mi diosa me conoçió tan puesto en aquel propósito, sin darme lugar a muchas palabras me dixo: «Señor, porque de nuestra corte y hospedaje vayas contento, y porque ninguno deste paraíso sale desgraçiado, quiero que sepas agora cómo en esta nuestra casa se honra y se estima ese bienaventurado prínçipe por rey y señor, porque nuestra progenie y deçendençia tenemos por derecha línea de los reyes de Castilla, y por tales nos trataron los reyes cathólicos don Fernando y doña Isabel, dignos de eternal memoria; y como fuesse de tanto valor ese nieto suyo por los buenos hados que se juntaron en él, esta casa siempre le ha hecho gran veneraçión, y ansí una bisabuela mía, que fue en esta tierra la más sabia muger que nunca en ella naçió en las artes y buen hado, se empleó mucho en saber los suçesos deste valeroso y ínclito prínçipe, y ansí edificó una sala muy rica en esta casa, y todo lo que con sus artes alcançó lo hizo en una noche pintar allí, y porque en ninguna cosa aquella bisabuela mía mintió de cuanto allí hizo a sus familiares pintar conforme a lo que por este feliçíssimo prínçipe pasará, te lo mostraré hecho por muy gran orden doçientos años ha: allí verás su buena fortuna y buen hado de que fue hadado, por las grandes batallas que en tiempos advenideros vençerá, y gentes belicosas que traerá a su subjeçión». Y diziendo esto se levantó de donde estaba sentada, y con ella yo y toda aquella corte de damas y caballeros que por el semejante lo deseaban ver, y ansí nos fuemos todos donde nos guió, que como con una cadena nos llevaba tras sí. Y porque ya pareçe, Miçilo, que es tarde y tienes gana de dormir, porque siento que es ya la media noche, quiero que por agora dexemos de cantar, y porque pareçe que nos desordenamos cantando a prima noche, nos volvamos a nuestra acostumbrada hora de nuestra cançión, que es cuando el alba quiere romper, porque es más conforme a nuestro natural, y ansí para el canto que se sigue quedará lo demás.

     MIÇILO. ¡O gallo, cuán fuera de mí me has tenido con esta tu sabrosa cançión de comida y aparato sumptuoso!, y nosotros no tenemos más de cada cuatro habas que comer hoy. Solamente quisiera tener el cargo de limpiar aquella plata y oro que allí se ensuçió, por gozar alguna parte del deleite que reçiben estos ricos en lo tratar. Ruégote que no me dexes de contar lo que en fin te suçedió; y agora < >, vámonos a dormir.

Fin del quinto canto del gallo < >.



ArribaAbajo

Argumento del sexto canto del gallo

     En el sexto canto que se sigue, el auctor, [prosiguiendo la parábola del hijo pródigo], describe por industria admirable de una pintura las victorias que el nuestro invictíssimo emperador Carlos, quinto deste nombre, hubo en la prisión del rey < >de Francia en Pavía, y la que hubo en Túnez y en la batalla que dio a Lansgrave y a Juan, duque de Saxonia, y liga de herejes alemanes junto al río Albis en Alemania.

     GALLO. Si duermes, Miçilo, despierta.

     MIÇILO. Di, gallo, que despierto estoy, y con voluntad de oírte.

     GALLO. Deseo mucho hoy discantar aquella facunda historia que allí describió aquel pintor, porque era de tanta exçelençia, de tanto spíritu y de tanta magestad, de tanta extrañeça el puesto y repuesto de todo cuanto allí pintó, que no hay lengua que pueda llegar allá. Dezían los antiguos que la escriptura era la retórica sin lengua, y de aquella pintura dixeran que era la elocuençia hablada, porque tanta ventaja me pareçe que llevaba aquella pintura a lo que Demóstenes, Tulio, [Esquines], y Tito Livio pudieran en aquel propósito orar, como lo verdadero y real lleva differençia, y ventaja a la sombra y fiçión. Verás allí los hombres vivos que no les faltaba sino el spíritu y lengua con qué hablar. Si con grande affecto hasta agora he hablado por te complazer, agora en lo que dixere pretendo mi interés que es: describiendo la sumptuosidad de aquella casa y el gran saber de aquella maga discantar el valor y magestad de Carlos medio Dios, porque sepan hoy los hombres que el gallo sabe orar.

     MIÇILO. Pues de mí confiado puedes estar, que te prestaré la debida atençión.

     GALLO. Pues como el movimiento de la mi bella Saxe toda aquella corte divina se levantó en pie, tomando yo por la mano a mi diosa nos fuemos a salir a un corredor, y en un cuarto dél llegamos a unas grandes puertas que estaban çerradas, que mostraban ser del paraíso terrenal. Eran todas, aunque grandes, del ébano mareótico sin mezcla de otra madera, y tenía toda la clavazón de plata, y no porque no fuesse allí tan fáçil el oro de haber, sino porque no es el oro metal de tanta trabazón. Estaban por las puertas con grande artifiçio entretexidas conchas de aquel preçiado galápago indio, y entresembradas muchas esmeraldas que variaban el color. Eran los umbrales y portada del mármol [y marfil], jaspe y cornerina, y no solamente era destas preçiosas piedras lo que pareçía por los remates del edefiçio, pero aun había tan grandes piezas que por su grandeza tenían fuerça bastante para que cargasse en ellas parte del edefiçio. La bella Saxe sacó una llave de oro que mostró traerla siempre consigo, porque no era aquella sala de confiar, por ser el secreto y vigor de sus artes, encanto y memoria. Y como fueron las puertas abiertas hizieron un bravo ruido que a todos nos dio pavor, pero al ánimo que nos dio nuestra diosa todos con esfuerço entramos. Era tan sumptuoso aquel edefiçio como el templo más rico que en mundo fue, porque exçedía sin comparaçión al que describen los muy elocuentes historiadores de Diana de Éffeso y de Apolo en Delphos cuando quieren más encareçer su hermosura y sumptuosidad. No pienso que diría mucho cuando dixesse exçeder a los siete edifiçios que por admirables los llamaron los antiguos los siete milagros del mundo: era el techo de artesones de oro maçiço, y de moçárabes cargados de riquezas; tenía las vigas metidas en grueso canto de oro, y el mármol, marfil, [jaspe, oro y plata] no tenía solamente la sobrehaz y cubierta del preçiado metal y obra rica, pero la coluna era entera y maçiça, que con su groseça y fortaleça sustentaba el edefiçio; y ansí había de pedazos de oro y plata grandes piezas de aquellas entalladuras y molduras; allí estaba la ágata, no sólo para ser vista, pero para creçimiento de la obra; y la colorada sardo estaba allí que a todo daba hermosura y fortaleza; y todo el pavimento era enladrillado de cornerinas y turquesas y jacintos; iba cuatro palmos del suelo por la pared, por orla de la pintura, un musaico de piedras finas del Oriente, que desbarataban todo juizio con su resplandor: diamantes, esmeraldas, rubíes, zafires, topazios y carbuncos; y luego començaba la pintura, obra de gran magestad. Y ansí luego començó la mi bella Saxe a mostramos toda aquella divinada historia, cada parte por sí, dándonosla a entenderlo, dixo: «Veis allí ante todas cosas cómo viendo el rey < > de Françia las alteraçiones que en Castilla levantaron las Comunidades por la ausençia de su rey, pareçiéndole que era tiempo conveniente en aquella disensión para tomar fáçilmente el reino de Navarra, envió su exérçito, el cual apoderado en la çiudad de Pamplona y en todas las villas y castillos della han corrido hasta Estella y puesto çerco sobre la çiudad de Logroño, la cual çiudad como valerosa se ha defendido con gran daño de françeses. Agora veis aquí cómo los gobernadores de Castilla, habiendo paçificado las disensiones del reino, habiendo nueva del estado en que al presente está el reino de Navarra, determinan todos juntos con su poder venir a remediar el daño hecho por françeses y restituir el reino a su rey de Castilla que al presente estaba en Flandes; lo cual todo que veis ha doçientos años que se pintó. Y quiérote agora, señor, mostrar lo que desta tu guerra a que ibas agora suçederá. Ves aquí cómo sintiendo los françeses venir los gobernadores de Castilla levantan el cerco de Logroño, y retíranse a la çiudad de Pamplona por hazerse fuertes allí. Ves aquí cómo el Condestable y todos los otros señores de Castilla, ordenadas sus batallas, los siguen en el alcançe a la mayor furia y ardid que pueden; < > ansí ves aquí cómo los atajan el camino antes que entren en la çiudad, [estando ya junto,] donde el miércoles que verná, que serán quinze deste mes, todos con ánimo y esfuerço de valerosos prínçipes los acometen diziendo: «España, España, Santiago.» Y ansí veslos aquí rotos y muertos más de çinco mil [françeses] sin peligrar veinte personas de Castilla. Déxote de mostrar las bravezas que estos capitanes en particular hizieron aquí conforme a lo que se pintó, las cuales no hay lengua que las pueda encareçer.» Entonçes le demandé a mi diosa liçençia para me hallar allí y ella me dixo: «No te hago, señor, pequeño serviçio en te detener, porque yo he alcançado por mi saber el peligro en que tu persona había de venir, y ansí proveyeron tus hados que yo te haya de salvar aquí. No quieras más buenaventura que poseerme a mí.» Yo me le rendí por perpetuo vasallo y juré de nunca me revelar a su imperio. Y ansí luego prosiguió diziendo: «Veis aquí cómo en esta vitoria quedó desembaraçado de françeses todo el reino de Navarra, y los gobernadores se vuelven en Castilla dejando por virrey deste reino al conde de Miranda. El cual va luego sobre el castillo de Maya y le combate con gran ardid, y le entra y mata a cuantos dentro están. Veis aquí cómo siendo Carlos avisado por los de su reino la neçesidad que tienen de su venida y presençia, despedidos muchos y muy arduos negoçios que tenía en Alemania, se embarca para venir en España en diez y ocho de julio del año de mil y quinientos y veinte y tres con gran pujança de armada. Veis aquí cómo se viene por Inglaterra por visitar al rey y reina su tía, de los cuales será reçevido con mucha alegría, y le hazen muchas y muy solenes fiestas; las cuales acabadas y despedido de aquellos cristianíssimos reyes, se viene a España aportando a la villa de Laredo, donde es reçibido con plazer de los grandes del reino que le estarán allí aguardando. Veis aquí cómo viendo el rey Françisco de Francia no haber salido con la empresa de Navarra, y visto que el rey de Castilla Carlos está ya en su reino, determina en el año de mil y quinientos y veinte y cuatro emprender un acometimiento de mayor interés, y fue que acuerda con [todo su poder y] muy pujante exérçito tomar el ducado de Milán; y teniendo gente de su valía dentro en la çiudad de Milán, [su mesma persona estando presente,] puso çerco a la çiudad de Pavía, en que al presente está por teniente el nunca vençido capitán Antonio de Leiva con alguna gente española y italina que tiene para en su defensa. Veis aquí cómo teniendo el rey de Françia cercada esta çiudad acuden a su defensa todos los capitanes y compañías que el rey de Castilla tiene en aquella sazón por la Italia y Lombardía, y todos los prínçipes y señores que están en su serviçio y liga: viene aquí en defensa Carlo de Lanaya, o Charles de Limoy, que entonçes estará por visorrey de Nápoles, y el marqués de Pescara, y el illustríssimo duque de Borbón, y el duque de Traeto, y don Fernando de Alarcón, y Pero Antonio conde de Policastro. Y aunque todos estos señores tienen aquí sus capitanes y compañías en alguna cantidad, no es tanto como la terçia parte de la que el rey de Françia tiene en su campo. Pues como el exérçito del rey de Castilla está aquí seis meses en que alcança todo el invierno, padeçiendo gran trabajo, y como el rey de Françia no acomete ni haze cosa de que le puedan entender su determinaçión, determinan los españoles darle la batalla por acabar de partir esta porfía. Y veis aquí cómo habiendo el marqués de Pescara a los diez y nueve de hebrero del año de mil y quinientos y veinte y çinco dado un asalto en el campo de los françeses por probar su cuidado y resistençia, en el cual con dos mil españoles acomete a diez mil, y sin perder diez hombres de los suyos les mata mil y doçientos, y les gana un bestión con ocho piezas de artillería, pues viendo esta flaqueza acuerda el virrey con todos aquellos señores dar la batalla al rey de Françia en el lugar donde está fortalezido, y ansí el viernes que son veinte y cuatro días del mes de hebrero, un hora antes del día, trayendo todos camisas sobre las armas que se conozcan en la batalla, dando alguna poca de gente con muchos atambores y trompetas al arma por la puerta del hospital de San Lázaro, donde están los fosos y bestiones de los françeses para estorbar que los imperiales entren en Pavía; y mientra éstos hazen este ruido, la otra gente rompe con çiertos injenios y instrumentos por algunas partes el muro del parco, y dan aquí como veis en sus enemigos; de todo esto es avisado el rey de Françia por secreto que se haze, y ansí manda la noche antes que todos los mercaderes, y los que venden mantenimientos y otra gente inútil para la guerra salgan del real por dexar esenta la plaza, los cuales luego se ponen entre el campo y el Tesín sobre Pavía, donde el rey tiene hecho un puente para passar las vituallas que vienen de Piamonte; de manera que cuando los imperiales ponen en effecto su empresa, ya el rey de Françia con todo su exército está armado y puesto en orden de batalla, y no se rompe tan presto el muro que no se puedan muy bien conoçer unos a otros en la batalla sin divisa; el marqués de Pescara toma consigo seteçientos caballos ligeros y otros tantos arcabuzeros españoles, y la agente de armas hecha dos partes lleva el virrey la avanguardia, y el duque de Borbón la batalla, y los otros caballos ligeros lleva el duque de Traeto. El marqués del Gasto lleva la infantería española; la infantería italiana y lançenequeneques se haze tres partes: la una es cabo el conde de Guiarna, y de la otra es cabo Jorge, caballero alemán, y del otro es cabo otro capitán de alemanes. Y ves aquí cómo en el punto que el muro del parco es derribado y los imperiales llegan a la plaza los suizaros se hacen en contra de los alemanes y juntos combaten muy hermosamente de las picas, y juega con tanto espanto el artillería, que todo el campo mete a temor y braveza, y ansí cada cual lleno de ira busca a su enemigo; y revolviéndose todas las escuadras y batallas de gente de armas y caballos ligeros, se ençiende una cruel y sangrienta batalla; y luego del castillo y çiudad de Pavía, por esta puerta que se dize de Milán, salen en favor de España cuatro mil y quinientos infantes con sus piezas de artillería y doçientos hombres de armas, y treçientos caballos ligeros, los cuales todos dan en la gente italiana de los françeses, que está en esta parte aposentada, la cual fáçilmente fue rota y desbaratada. Aquí llega un soberbio soldado, y sin catar reverençia al gran musiur de la Palisa le echa una pica por la boca, que encontrándole [con] la lengua se la echa juntamente con la vida por el colodrilo. Un arcabuzero español asesta a musiur el almirante que da vozes a sus soldados que passen adelante, y hallando la pelota la boca abierta, sin hazer fealdad en dientes ni lengua le passa a la otra parte, y cae muerto luego. Yendo musiur de Alveñi con el braço alçado por herir con el espada a un prínçipe español, llega al mesmo tiempo un [otro] caballero de España y córtale el braço por el hombro y juntamente cae el braço y su poseedor sin la vida. Musiur Buysi, recogiéndose con una herida casi de muerte, le alcançan otra que le acaba. El conde de Traeto arroja una lança a musiur de la Tramuglia, que dándole por çima la vediza le cose con la brida y cae muerto él y su caballo. El duque de Borbón hiere de una hacha de armas sobre la cabeça a musiur el gran Escuir, que juntamente le echó los sesos y la vida fuera. Un caballero italiano, criado de la casa del marqués de Pescara, da una cuchillada sobre la zelada a musiur de Cliete que le saltó de la cabeça, y acudiendo con otro golpe, antes que se guarde le abre hasta la nariz. Un soldado español, esgrimiendo con un montante, se encontró [en la batalla] con musiur de Boys, y derrocando de una estocada el caballo, en cayendo en el suelo, corta al señor la cabeça. Otro soldado de la mesma naçión, jugando con una pica, passa de un bote por un lado al duque de Fusolca que le salió el hierro al otro, y luego da otro golpe al hermano del duque de Loren en los pechos que le derrueca del caballo, y la furia de otros caballos que passan le maten hollándole. También este mesmo hiere a musiur de Sciampaña, que venía en compañía destos dos prínçipes, y le haze igual y compañero en la muerte. Veis aquí cómo el rey de Françia, viendo roto su campo, piensa salvarse por el puente del Tesín; y otra mucha parte de su exérçito que ante él van huyendo con intençión de se salvar por allí, los cuales todos son muertos a manos de los caballos ligeros borgoñones, y muchos ahogados en el río, porque los mercaderes y tenderos que el día antes hazen salir del real, como ven en rota el campo de Françia, se passan el río y quiebran el puente por asegurar que los españoles no los sigan y roben, y ansí suçede, que yendo el rey [de Françia] al puente por se salvar, a çinco millas de donde la batalla se dio, le encuentran en su caballo cuatro arcabuzeros españoles, los cuales sin conoçerle se le ponen delante, y le dizen que se rinda, y no respondiendo el rey, mas queriendo passar adelante, uno de los arcabuzeros le da con el arcabuz un golpe en la cabeça del caballo de que el caballo cae en un foso, como aquí le veis caído; y a esta sazón llega un hombre de armas y dos caballos ligeros del marqués de Pescara, y como ven el caballero ricamente ataviado y el collar de San Miguel al cuello quieren que los arcabuzeros partan con ellos la presa, amenaçándoles que donde no la partieren que les matarán el prisionero. En esto llegó un criado de musiur de Borbón, y como conoçe al rey de Françia va al virrey que viene allí çerca y avísale el estado en que está el rey, y llegado el virrey haze sacar al rey debajo del caballo, y demandándole si es el rey de Françia y a quién se rinde, responde, sabiendo que aquél es el virrey, que él es el rey de Françia y que se rinde al emperador. Y veis aquí cómo luego le desarman quedando en calças y jubón, herido de dos pequeñas heridas, una en el rostro y otra en la mano, y ansí es llevado a Pavía y puesto en buena guarda y recado. Y el virrey luego despacha al comendador Peñalosa que lo haga saber en España al emperador, el cual es reçebido con aquella alegría y plazer que tal nueva y vitoria mereçe. En compañía del rey de Françia son presos el que se dize ser rey de Navarra, y musiur el gran Maestre, y Memoransi, y el bastardo de Savoya, y el señor Galeazo Visconte, y el señor Federico de Bozoli, y musiur San Pole, y musiur de Brion, y el hermano del marqués de Saluzo, y musiur la Valle, y musiur Sciande, y musiur Ambreconte, y musiur Cavalero, y musiur la Mota, y el thesorero del rey, y musiur del Escut, y otros muchos caballeros, prínçipes y grandes de Françia que veis aquí juntos rendidos a prisión, cuyos nombres sería largo contaros.

     Y luego acabado de nos mostrar en aquella pintura esta vitoria y buenaventura del nuestro feliçíssimo Carlos prínçipe y rey de España, nos passó a otro cuartel, donde no con menos primor y perfeçión del arte estaba pintada la imperial coronaçión y trihunfo çesáreo que hizo en Bolonia en el año de mil y quinientos y veinte y nueve [años], siendo pontífice el papa Clemente séptimo, y también el viaje que haze luego allí en Alemaña por resistir al turco que viene con gran poder hasta Viena por destruir la cristiandad: «y veis aquí todo su campo y batallas puestas apunto, y cómo le haze retirar».

     Y como nos hobo mostrado en todo primor de la pintura todas estas grandezas nos passó a otro paño de la pared, y nos mostró la terçera vitoria igual a las passadas que hobo en el reino de Túnez diez años después, que fue en el año de mil y quinientos y treinta y çinco; y ansí nos començó a dezir: «Veis aquí cómo después que este bienaventurado prínçipe hubiere hecho un admirable alarde de su gente y exérçito en la çiudad de Barçelona sin dezir a ninguno dónde va, veis aquí cómo un miércoles nueve de junio, estando todo el campo a punto de guerra y partida como conviene, habiendo los tres días antes avisado, manda levantar las velas, las cuales son treçientas en que va la flor y prez de España, y con gran música y vozería mueven soltando mucha artillería del mar y tierra, que es cosa maravillosa de ver. Veis aquí cómo el sábado siguiente a las seis de la mañana llega toda la armada a la isla de Çerdeña, donde hallan al marqués del Gasto que con su armada y compañía los está aguardando: tiene consigo ocho mil alemanes y dos mil y quinientos españoles de los viejos de Italia; y siendo aquí reçebidos con muy solene salva se rehazen de todo lo neçesario, y luego el lunes adelante, que son catorçe del mes, salen del puerto a las seis de la mañana con próspero viento, guardado el orden neçesario; y el martes a las nueve horas de la mañana llegan a la vista de la Goleta, que es en las riberas y costa de Túnez, puerto y castillo inexpugnable. Pues tomada tierra, aunque con alguna resistencia de los enemigos, porque luego acudieron al agua gran cantidad de moros, turcos y genízeros a defenderles el puerto; pero jugando desde los navíos muy poderosa artillería apartan los enemigos del puerto, tanto que todos aquellos prínçipes y señores [sin peligro] se pueden saltar a tierra; y ansí todos recogidos por aquellos campos con la mejor guarda y miramiento que pueden se aloxan hasta que todo el campo es desembarcado. Después que en dos días enteros han desembarcado armas y caballos y aparejos, manda el emperador que todos se pongan a punto de guerra, porque los moros los desasosiegan mucho, que a la contina están sobre ellos escaramuçando. Veis aquí cómo viene a besar las manos del emperador < > Muley Alhazen, rey de Túnez, con treçientos de caballo, y no se parte de aquí hasta que este nuestro dichoso caudillo le mete y apodera en su ciudad. Veis aquí cómo se hazen trancheas, bestiones y terreplenos para combatir la Goleta, en los cuales tardan veinte y ocho días. Veis aquí muchas y muy cotidianas escaramuças y rebates que tienen los moros con los christianos a vista de su prínçipe, donde cada cual se señala con gloria eterna de buena fama. Pues como es acabado este bestión muy fuerte que aquí veis, en contra deste castillo de la Goleta, manda el emperador que se ponga en orden de batería, y ansí ponen en él treinta y seis piezas de artillería gruesa, los mejores tiros de toda la armada, los cuales asestan a las dos torres prinçipales del castillo; y en los otros bestiones y trancheas ponen hasta cuatroçientos cañones gruesos y menudos, los cuales asestan a la fortaleza y galeras que tienen los moros en el estaño de agua que viene de Túnez hasta la mar. Veis aquí cómo estando todos apunto para dar la batería haze el emperador un admirable razonamiento a todos sus capitanes y soldados, animándolos al aconteçimiento y prometiéndoles grandes premios. Veis aquí cómo miércoles que serán catorçe del mes de julio, cuando es venida la mañana, el emperador manda que se comiençe la batería por el mar y tierra, la cual es la más fuerte y más contina y admirable que nunca se dio en campo de griegos, romanos ni egipçios, porque dentro de cuatro horas están deshechos y hundidos por tierra los muros, çercas y baluartes más fuertes que tuvo la antigüedad. Todo es aquí en breve roto y horadado, que ya no tienen los moros con qué se amparar, cubrir ni defender, y les es neçesario salir al campo a pelear como están los de fuera. Veis aquí cómo a las dos horas después de medio día los soldados españoles envían a suplicar al emperador les dé liçençia para entrar la fuerça, porque ya no es menester gastar más muniçión; ya comiençan los moros a salir al campo viendo poca defensa en su fuerça, y los españoles los reciben con gran ánimo y matándolos y hiriéndolos lançan animosamente en sus muros [que ya están] sin [albergue ni] defensa, y tanta es la matança [que en ellos hazen] que los fuerçan ir por el estaño adelante, donde se ahogan infinitos dellos. Veis aquí cómo con grande alegría y esfuerzo ponen [los españoles] las banderas sobre los muros y fuerça, habiendo muerto más de treinta mil moros que estaban en aquella defensa sin faltar diez cristianos; están tan animosos y esforçados estos soldados españoles con esta vitoria, que si en esta coyuntura los tomasse de aquí el emperador serían bastantes para fáçilmente vençer los exérçitos del turco y gran Can y Sophi si todos estos poderosos prínçipes y sus fuerças se juntasen en uno, porque aquí ganan la más fuerte y inexpunable fuerça que en el mundo está en edifiçio; ganan aquí treçientas piezas de artillería gruesa de bronce muy hermosa, y mucha [muniçión de] pólvora y pelotas, flechas, lanças y otros infinitos géneros de armas < >, tomarse ha en esta vitoria la mejor armada que nunca pagano perdió, porque están seteçientos navíos gruesos y treinta y seis galeras, y la resta de galeotas y fustas más de çiento. De aquí parte luego el emperador otro día adelante a dar combate a la çiudad por dar fin a esta empresa. Y suçede que le sale al camino Barbarroxa con çien mil combatientes por resistirle la entrada, donde con muy poca dificultad fueron todos debaratados, y muerta infinita multitud dellos. Y veis aquí cómo viendo el mal suçeso el capitán Barbarroxa huye por se librar de las manos del emperador, y se acogió a la çiudad de Bona, un puerto de allí algo vezino en [las riberas de] África. Y veis aquí cómo llegado el emperador a la çiudad de Túnez se le abren las puertas sin resistençia, y le envían las llaves con los más antiguos y prinçipales de la çiudad ofreçiéndosele en su obedençia. Veis aquí cómo resulta desta vitoria ser libres veinte mil cristianos que en diversos tiempos habían sido < > captivos por el mesmo Barbarroja, los cuales todos estaban en el alcazaba de veinte años antes presos. Veis aquí cómo hechos sus capítulos de conçiertos, parias y rehenes entre el emperador y rey de Túnez, le pone en su poder la çiudad, dándole las llaves, mando y señorío como de su mano; y después de haberlo todo pacificado se embarca para Siçilia, y de allí para Saboya por libertar lo que de aquel ducado tiene usurpado en aquella sazón el rey de Françia a su hermana la duquesa.» Pasando más adelante dixo: «Veis aquí cómo prosiguiendo este bienaventurado prínçipe en su buen hado, trabaja por juntar conçilio en la çiudad de Trento en Alemania, por dar remedio en los errores lutheranos que en aquella tierra estarán arraigados muy en daño de la iglesia cathólica. Veis aquí cómo no podiendo traer por esta vía los prínçipes electores del imperio al buen propósito, determina llevarlos por fuerça de armas; y ansí el año de mil y quinientos y cuarenta y siete, a veinte y cuatro de abril, les da una batalla de grande [ardid y] esfuerço, trayendo ellos por capitanes de su liga y confederación aquellas dos cabeças de su prinçipado: Lansgrave y Juan duque de Saxonia, a los cuales vençe y prende junto al río Albis en [aquella] batalla que les da, en la cual mueren y son presos muchos señores y prinçipales de su compañía. Y aunque en los tiempos adelante viendo los prínçipes alemanes que las cosas del conçilio se ordenan en su destruiçión, trabajan < > ser vengados por mano del duque Mauriçio y con favor del rey de Françia, con el cual y de su liga hazen un exérçito en el año de mil y quinientos y çincuenta y dos, y vienen con fuerça determinada, siendo capitán el duque Mauriçio por desbaratar el conçilio que está [en effecto] en la çiudad de Trento, y también procuran intentar prender al emperador que está sin aviso alguno de su atrevimiento y desvergüença; y aunque esto verná ansí, pero veis aquí cómo plaze a Dios por ser buena la intençión y zelo deste bienaventurado prínçipe y buen hado, como no tiene algún effecto la dañada voluntad destos errados heresiarcas. Mas antes veis aquí cómo luego vuelve todo a nuestro buen prínçipe en prosperidad, volviendo a trihunfar de sus enemigos, porque sus vasallos y prínçipes de España la proveerán de gente y dinero en tanta abundançia que le sobren fuerças para todo y verná en fin a proseguir su conçilio, donde habida condenaçión de sus perversos errores, se les dará el justo castigo que mereçen cabeças de tanta perversidad. Y después de largos años effectuando en un hijo suyo don Felipe sus grandes y çesáreos deseos irá a gozar con Dios a la gloria. Todas éstas son xornadas en que se muestra admirablemente su buenaventura y hado, profetizado todo y divinado doçientos años antes que cosa alguna destas suçedan, porque veáis el saber desta mi abuela, y el valor y buen hado deste bienaventurado prínçipe y señor nuestro.»

     Y estando en esto vino el maestresala diziendo que estaba la çena aparejada, y ansí todos engrandeçiendo el saber de la maga y el ingenio admirable de la pintura y la buenaventura y hado de nuestro prínçipe nos salimos de la sala admirados todos de la suntuosidad del edifiçio, la cual tornó mi diosa a cerrar; y acompañándola por nuestra guía nos venimos al lugar donde a la çena solíamos convenir, donde hallamos las mesas puestas con el mesmo aparato y magestad que había en las passadas; y ansí començando la música se sirvió con aquella abundançia que se acostumbraba hazer, la cual çena duró hasta que anocheçió, y como fue acabada, sentándose todas aquellas damas y caballeros en sus proprios asientos y alçadas las mesas del medio se representó una comedia de amor con muchos y muy agraçiados entremeses, agudezas, invenciones y donaires de grande ingenio. Fue juzgada de todos aquellos caballeros y damas por la más ingeniosa cosa que nunca los humanos hayan visto en el arte de representaçión, porque después de tener en ella passos y avisos admirables, fue el ornato y aparato todo en gran cumplimiento. Todas aquellas damas reçibieron gran deleite y plazer con ella, porque notablemente fue hecha para su favor, persuadiendo llevar gran ventaja a los hombres el natural de las mugeres. Eran los representantes de tan admirable ingenio que en todo te pareçiera ver el natural, y convençido no pudieras contradezir su persuasión. En fin, en aquella casa no se trataba otra cosa sino donaires y plazer, y todo era deleite nuestro obrar y razonar; y como el mundo de su cogeta no tenga cosa que no cause hastío y enhado, y todo no enoje y harte, aunque más los mundanos y viçiosos a él se den, en fin vuelve su tiempo, y los deleites hazen a su natural, y como el apetito es cosa que se enhada [y fastidia] presto vuelve la razón a se desengañar por el favor y graçia de Dios. Esto quiero que veas cómo en mí passó, lo cual por ser ya venido el día dexemos para el canto que se siguirá.

Fin del sexto canto del gallo. < >



ArribaAbajo

Argumento del séptimo canto del gallo

     En el séptimo canto que se sigue el auctor, concluyendo la parábola del hijo pródigo, finge lo que comúnmente suele aconteçer en los mancebos que aborridos de un viçio dan en meterse frailes. Y en el fin del canto se describe una famosa cortesana ramera.

     GALLO. Despierta, Miçilo, oye y ten atençión, que ya te quiero mostrar el fin, suçeso y remate que suelen tener todas las cosas desta vida: cómo todos los deleites y plazeres van a la contina a parar en el hondo piélago del arrepentimiento. Verás la poca dura que los plazeres desta vida tienen, y cómo cuando el hombre vuelve sobre sí halla haber perdido mucho más sin comparaçión que pudo ganar.

     MIÇILO. Di, gallo, que muy atento me tienes a tu [graçiosa] cançión.

     GALLO. Pues viviendo yo aquí en tanto deleite, tanto plazer, tan amado, tan servido y tan contento que pareçía que en el paraíso no se podía el gozo y alegría más comunicar: de noche toda la passaba abraçado con mi diosa, y de día íbamos a estanques, riberas de ríos y muy agraçiadas y suaves fuentes; a bosques, xardines, huertos y vergeles, y todo género de deleite, a pasear y solazar en el entretanto que se llegaban las horas del çenar y comer. Porque para esto tenía por su arte en sus huertas y tierra grandes estanques y lagunas en las cuales juntaba todos cuantos géneros de pescados hay en el mar: delfines, atunes, rodaballos, salmones, lampreas, sabalos, truchas, mulos marinos, congrios, marraxos, coraçinos, y otros infinitos géneros de pescados, los cuales puestos allí a punto echando los ançuelos o redes, los hazía fáçilmente caer para dar plazer a los amantes. Demás desto tenía muy deleitosos bosques de laureles, palmas, çipreses, plátanos, arrayanes, çedros, naranjos y frescos chopos y muy poderosos y sombríos nogales, y otras espeçies de árboles de gran rama y ocupaçión; y todos éstos estaban entretexidos y rodeados de rosas, jazmines, azuzenas, yedras, lilios y de otras muy graçiosas flores y olorosas que junto a unas perenales y vivas fuentes hazían unas suaves cárçeles y unos deleitosos escondrixos aparejados para encubrir cualquier desmán que entre damas y caballeros hiziesse el amor; por aquí corrían muy mansos conejos, liebres, gamos, çiervos, que con manos, sin corrida, los caçaba cada cual. En estos plazeres y deleites me tuvo çiego y encantado esta maga un mes o dos, no teniendo acuerdo, cuenta, ni memoria de mi honra y fe debida a mi prínçipe y señor, el tiempo perdido, mi viaje y compañía; ni de la ocasión que me truxo allí; y ansí un día entre otros (porque muchos días, ni lo podía ni osaba haçer) me bajé solo a un jardín por me solazar con alguna libertad, y de allí guiado no sé por qué buen destino que me dio, traspuesto fuera de mí, sin tener miramiento ni cuenta con la tierra, ni con el çielo, con el sereno, nublo, ni sol, el alma sola traspuesta en sí mesma iba traçando en manera de elevamiento y contemplaçión la ventaja que los deleites del çielo tenían a los de por acá; y ansí passé de aquel jardín a un espeso y çerrado bosque sin mirar por mí; y por una angosta senda caminé hasta llegar a una apazible y deleitosa fuente que con un graçioso corriente iba haciendo un sonido por entre las piedras y yerbas que sacaba los hombres de sí, y con el descuido que llegué allí me arrimé a un alto y fresco arrayán, el cual, como los miembros descuidados y algo cansados derroqué sobre él, començó a gemir, y como quien soñando que se ahoga, o está en algún peligro despierta, ansí con gran turbaçión volví sobre mí; pero tornéme a sosegar cuando consideré estar en tierra y casa donde todas las cosas causan admiraçión, y el manjar en el plato acontece hablar; y como sobre el arrayán más el cuerpo cargué, tornó con habla humana a ser quexar diziendo: «Tente sobre ti, no seas tan cruel». Y yo como le oí que tan claro habló, levantéme de sobre él y él me dixo: «No temas ni te maravilles, señor, que en tierra estás donde has visto cosas de más espanto que verme hablar a mí.» Y yo le dixe: «Deesa, o ninpha del boscaxe, o quien quiera que tú seas, perdona mi mal cometimiento, que bien creo [que] tienes entendido de mi que no he hecho cosa por te ofender, que la inorançia y poca esperiençia que tengo de ver espíritus humanos cubiertos de cuerpos y corteças de árboles me han hecho injuriar con mis descuidados miembros tu divinidad. Ansí los buenos hados en plazer contino effectúen tu dichoso querer, y las çelestiales estrellas se humillen a tu voluntad, que me hables y comuniques tu humana voz, y me digas si agora o en algún tiempo yo puedo con algún beneffiçio purgar la offensa que han hecho mis miembros a tu divino ser, que yo juro por vida de mi amiga aquella que morir me haze, de no reusar trabajo en que te pueda servir. Declárame quién eres y qué hazes aquí». Respondióme él: «No soy, señor, yo deesa, ni ninpha del bosque. No sé cómo me has tan presto desconoçido, que yo soy tu escudero Palomades. Pero no me maravillo que no me conozcas, pues tanto tiempo ha que no te acuerdas de mí ni te conoçes a ti.» Como yo oí que era mi escudero quedé confuso y sin ser, y ansí con aquella mesma confusión me le fue abraçar deseoso de le tener con quien a solas razonar, como con él solía yo tener otros tiempos en mi más contina conversaçión; pero ansí abraçando ramas y hojas y troncos de arrayán le dixe: «¿Qué es esto mi Palomades?, ¿quién te encarceló ahí?» Respondióme: «Mira, señor, que esta tierra donde estás los árboles que ves todos son como yo. Tal costumbre tiene la señora que te tiene aquí, y todas las dueñas y damas que en su compañía están. Sabe que ésta es una maga encantadora, treslado y trasumpto de Venus y otras rameras famosas de la antigüedad, ni pienses que hobo otra Cyrçes, ni Morganda, ni Medea, porque a todas éstas exçede en laçivia y engaños que en el arte mágica se pueden saber. Ésta es la huéspeda que bajando la sierra nos hospedó, y con la guía nos envió a este castillo y bosque fingiendo nos enviar a su sobrina la donzella Saxe. Pero engañónos, que ella mesma es, que por gozar de tu moçedad y loçana juventud haze con sus artes que te parezca su vejez tan hermosa y moça como agora está. Y ansí como me dexaste en el patio cuando entramos aquí, fue depositado en poder de otra vieja hechizera que con regalos quiso gozar de mí, y ansí la primera noche ençendida en su luxuria me descubrió todo este engaño y su dañada y perversa intinçión, çiega y desventurada, pensando que yo nunca della me había de partir. No pretenden estas malvadas sino hartar su laçivia con los hombres que pueden haber, y luego los dexan y buscan otros de quien de nuevo gozar; y hartas, porque los hombres no publiquen su torpeça por allá, conviértenlos en árboles y en cosas que ves por aquí; y para effectuar su perversa suçiedad tienen demonios ministros que de çien leguas se los traen cuando saben ser convenientes para su mal propósito; y ansí viéndome mi encantadora desgraçiado y descontento de sus corruptas costumbres y que andaba deseoso para te avisar, trabajaron por me apartar de ti, y aun porque no huyesse me convirtieron, desventurado, en esta mata de arrayán que aquí ves, sin esperança de salud; y ansí han hecho a otros valerosos caballeros con los cuales ya con sus artes y engaños satisfazieron su suçiedad, y después los convirtieron en árboles aquí. Ves allí el que mandó la casa de Guevara convertido en aquel çiprés; y aquel nogal alto que está allí es el que mandó la casa de Lemos después del de Portugal; y aquel chopo hermoso es el que gobernó la casa de Çenete antes del de Nasao; y aquel plátano que da allí tan gran sombra es uno de los prinçipales Osorios. Aquí verás Mendoças, Pimenteles, Enriques, Manriques, Velascos, Stúñigas y Guzmanes, que después de largos años han quedado penitençiados por aquí. Vuelve, vuelve, señor, y abre los ojos del entendimiento; acuérdate de tu nobleza y linaxe, trabaja por te libertar; no pierdas tan gran ocasión. No vuelvas allá, huye de aquí.» Estuve por gran pieza aquí confuso y embobado, que no sabía qué hablar a lo que me dezía mi escudero Palomades; y como al fin en mí volví y con los ojos del entendimiento advertí sobre mí, echéme de ver, y hallé que en mi hábito y natural era estrañado de mi ser: halléme todo affeminado sin pareçer en mí ni semejança de varón, lleno de luxuria y de viçio, untado el rostro y las manos con ungüentos, colores y açeites con que las rameras se suelen adornar para atraer a sí a la diversidad de amantes, principalmente si en la mesma < > vezindad hay dos que la una está con la otra en porfía; traía un delicado y polido vestido que a su modo y plazer me había texido la mi maga por más se agradar, con muy gentil aparato y labor; llevaba un collar rico de muy preçiadas piedras de Oriente y esmaltes que de ambos hombros cuelga hasta el pecho; llenos de anillos los dedos, y dos braçaletes en cada braço que pareçían axorcas de muger; traía los cabellos encrespados y nillados, ruçiados y untados con aguas y açeites olorosos y muy preçiados; traía el rostro muy amoroso y bello, afeitado a semejança de los mançebos que en Valençia se usa y quieren festejar; en conclusión, por el rostro, semblante y dispusiçión no hubiera hombre que me conoçiesse si no fuera por el nombre, tan trocado y mudado tenía todo mi ser. Luego como mirándome vital y de capitán fiero estimado me hallé convertido en viçiosa y delicada muger, de vergüença me quise morir; y se me cayeron las hazes en el suelo sin osar levantar los ojos aun a mirar el sol, marchito, confuso y sin saber qué dezir; y en verdad te digo que fue tanta la vergüença que de mí tenía, y el arrepentimiento, y pessar que en mi spíritu entró, que más quisiera estar so tierra metido que ofreçerme a ojos de alguno que ansí me pudiera ver. Pensaba dónde iría, quién me acogería, quién no se reiría y burlaría de mí. Lastimábame mi honra perdida, mis amigos que me aborreçerían, mis parientes que me huirían. Comienço en esto tan miserable y cuitadamente a llorar, que en lágrimas me pensaba convertir. Dezía: «¡O malditos y míseros placeres del mundo, qué pago tan desventurado dais! ¡O plugiera a Dios que fuera yo a la guerra y mil vezes muriera yo allá antes que haber yo quedado en este deleite acá! Porque con la muerte hubiera yo hecho la xornada mucho a mi honra, y ansí quedando acá muero çien mil vezes de muerte vil sin osar pareçer. He faltado a mí, a mi prínçipe y señor.» Por muchas vezes miré por el rededor de aquella fuente por ver si habría alguna arma, o instrumento de fuerça con que me poder matar, porque la mi maga de armas y de ánimo me privó, y ansí con esta cuita me volví al arrayán por preguntar a mi compañero si había dexado sus armas por allí, siquiera por poder con ellas caminar y por me defender si alguna de aquellas malas mugeres saliesse a mí; y como junto a sí me vio començó a darme grandes vozes: «Huye, huye, señor, que ya aparejado el yantar anda la tu maga muy cuidadosa a te buscar, y si te halla aquí sospechosa de tu fe tomará luego vengança cruel de ti, porque esto usan estas malaventuradas de mugeres por más que amen, si alguno les falta y yerra no fían del hombre más, y nunca se acaban de satisfazer, porque siempre quieren muy hartas de todos trihunfar.» Y ansí alçando mis faldas al rededor començé con grande esfuerço a correr cara donde sale el sol, iba huyendo sudando, cansado y caluroso, volviendo a cada passo el rostro atrás. Plugo a los mis bienaventurados hados que habiendo corrido dos horas, aunque con gran fatiga y dolor, por aquel bosque espeso çerrado de aspereça y matorral, en fin salí de la tierra de aquella mala muger; porque a cualquiera hombre que con efficaz voluntad quiere huir de los viçios le ayuda luego Dios. Y como fuera me vi, humillado de rodillas, puestas las manos al çielo, con ánimo verdadero demandé perdón dando infinitas graçias a Dios por tan soberana merçed. Sentéme a una fuente que vi allí, la cual, aunque no tenía al rededor aquella deleitosa sombra de aquellas arboledas y rosas que estaban en el bosque de la encantadora, me dio a mí mayor deleite y plazer, por ofreçérseme a mayor neçesidad; y tomando con las manos agua me començé a lavar el rostro, cabeza y boca por echar de las venas y huesos el calor inmenso que me abrasaba; y ansí desnudándome de todas aquellas delicadas ropas y atavíos me aireé y refresqué, proponiendo de en toda mi vida más me las vestir. Arrojé por aquel suelo collar, oro y joyas que saqué de aquel Babilón, pareçiéndome que ningún día por mí pasó más bienaventurado que aquél en que ansí me vi muerto de hambre y sed; temía aquellos arreos y delicadeças no me tornassen otra vez a encantar, pareçiéndome tener en sí un no sé qué, que aun no me dexaba del todo volver en mí; y ansí lo más pobre y sençillo que pude començé a caminar poniendo mil protestaçiones y juras sobre mí de nunca ir donde hombre me pudiesse conoçer. Yendo por aquellos caminos y soledad me deparó Dios un pastor que de pura piedad con pan de centeno y agua de un barril me mató hambre y sed; y por acabar de echar de mí del todo aquellos embeleñados vestidos hize trueque con algunos andraxos que él me quiso dar. Pues con aquella pobre refeçión llegué ya casi que anocheçía a un monasterio de frailes de San Bernardo que estaba allí en un graçioso y apazible valle, donde apiadándome el portero, lo mejor que pude me albergué, y luego a la mañana trabajé con toda afabilidad y sabor a los comunicar y conversar, pareçiéndome a mí que de buena voluntad me quedaría aquí si me quisiesen reçebir. Pero como las guerras acababan en aquella sazón en aquella tierra, parçiéndoles que yo hubiese sido soldado, y que por no ser bueno venía yo ansí, no se osaban por algunos días del todo fiar, pero por pareçerme que aquel lugar y estado era conveniente para mi propósito y neçesidad, trabajé con mucha humildad y bajeza a los asegurar continuando en ellos mi serviçio cuanto pude; y ansí pasados algunos días, ya que se començaron a fiar me obligué a los servir: barríales las claustras y iglesia, y también servía al comer a la mesa de compaña porque luego no pude más; y después andando el tiempo pedíles el hábito, y como me vieron algo bien inclinado plúgoles de me le dar con intinçión que fuesse para los servir.

     MIÇILO. De manera que te obligabas por sclavo de tu voluntad.

     GALLO. Por çierto de mayor servidumbre me libró Dios cuando de poder de la maga me escapé. Que lo peor es que entrando los hombres allí luego se comiençan a pervertir, que todos cuantos en aquella orden hay todos entran ansí, y luego tienen pensamiento y esperança de venir a mandar.

     MIÇILO. Buena intinçión lleváis de servir a Dios.

     GALLO. ¿Pues qué piensas? Todo es ansí cuanto en el mundo hay. Luego me dieron cargo de la limpieça del refitorio, compañero del refitolero.

     MIÇILO. Entonces holgarte hías mucho en gozar de los relieves de todos los vasos de los frailes.

     GALLO. Pues como yo aprobé algunos años en este offiçio començaron me a ordenar. En fin, me hizieron de misa.

     MIÇILO. Grandes letras llevabas.

     GALLO. Llevaba todas las que aquéllos usan entre sí; y luego començé a desenvolverme y endereçar la cresta y fue subiendo por sus grados, que cuando hubo un año que fue de misa me dieron la portería; y a otro año me dieron el cargo de zillerero.

     MIÇILO. ¿Qué offiçio es ese?

     GALLO. Proveer todo el mantenimiento de casa.

     MIÇILO. Gran offiçio era ese, gallo, para te fartar; a osadas que no estuviesses atado a nuestra pobre raçión.

     GALLO. Entonces cobré yo en la casa muchos amigos, y gané mucho crédito con todos de liberal, porque a ninguno negué nada de todo cuanto pidiesse; porque siempre trabajé que a costa agena ninguno se quexasse de mí; y ansí me hizieron prior.

     MIÇILO. Fuera de todas esas cosas, en lo que tocaba a la orden mucho trabajo se debe de tener.

     GALLO. Antes te digo que no hay en el mundo estado donde más sin cuidado ni trabajo se goze lo bueno que el mundo tiene, si algo tiene que bueno se pueda dezir. Porque tres cosas que en el mundo se estiman las tienen allí los frailes mejores que las gozan todos los hombres: la primera es el comer ordinario, la segunda son los aposentos en que viven, y la terçera es el crédito y buena opinión. Porque a casa de cualquiera prínçipe, o señor que vais, todos los hombres han de quedar a la puerta aguardando para negoçiar, y el fraile ha de entrar hasta la cama, y a ningún hombre dará un señor una silla, ni le sentará a su mesa sino a un fraile, cuanto quiera que sea de todo el monesterio el más vil.

     MIÇILO. Tú tienes mucha razón; y ansí me maravillo cómo hay hombre cuerdo que no se meta fraile.

     GALLO. Al fin mis amigos me eligieron por abbad.

     MIÇILO. ¡O cómo gozarías de aquel su buen beber y comer y de toda su bienaventurança! Pero dime, ¿en qué te ocupabas siendo abbad?

     GALLO. Era muy amigo de edificar, y ansí hize dos arcos de piedra muy fuertes en la bodega, porque estaba cada día para se nos hundir; y porque un refitorio que teníamos bajo era frío, hize otro alto de muy ricos y hermosos artesones y molduras; y una sala muy sumptuosa en que comiessen los huéspedes.

     MIÇILO. ¿Pues no tenías alguna recreación?

     GALLO. Para eso tenía la casa muchas casas en las riberas de plazer, donde había muy poderosos cañales y hazeñas.

     MIÇILO. Dime gallo, ¿con los ayunos tienen los frailes mucho trabajo?

     GALLO. Engañáis os, porque en ninguna orden hay más ayunos que vosotros los seglares tenéis, sino < > el aviento; y este ayuno es tal que siempre le deseamos que venga, porque un mes antes y aun dos tenemos de recreaçión para haberle de ayunar. Vámonos por las granjas, riberas, deesas y huertas que para esto tiene la orden muy granjeado y adereçado; y después, venido el aviento, a ningún fraile nunca mataron, aunque no le ayunasse, que a todo esto dizen: «tal por mí cual por ti».

     MIÇILO. El contino coro de maitines y otras horas, ¿no daba passión?

     GALLO. El contino coro por pasatiempo le teníamos, y a los maitines con un dolor de cabeça que se fingiesse no van a ellos en un mes, que hombres son como vosotros acá.

     MIÇILO. Por çierto, eso es lo peor y lo que más es de llorar, pues si eso es ansí, que ellos son hombres como yo, ¿de qué tienen presunçión?, ¿de sólo el hábito han de presumir?

     GALLO. Calla, Miçilo, que muchos dellos pueden presumir de mucha santidad y religión que en ellos hay, que en el mundo de todo ha de haber, que no puede estar cosa en toda perfeçión.

     MIÇILO. Espantado me tienes, gallo, con lo mucho que has passado, lo mucho que has visto, y la mucha esperiençia que tienes, y prinçipalmente con esta tu historia me has dado mucho plazer y admiraçión. Yo te ruego no me dexes cosa por dezir. Dime agora en qué estado y naturaleza viniste después.

     GALLO. Quiero te dezir del que más me acordare conforme a mi memoria, porque como es la nuestra < > más flaca que hay en [el] animal no te podré guardar orden en el dezir: fue monja, fue ximio, fue avestruz, fue un pobre Timón, fue un perro, fue un triste y miserable siervo sclavo, y fue un rico mercader, fue Ícaro Menipo el que subió al çielo y vio allá a Dios.

     MIÇILO. Dese Ícaro Menipo he oído mucho dezir, y de ti deseo saber más dél, porque mejor que ninguno sabrás la verdad.

     GALLO. Pues mira agora de quién quieres que te diga, que en todo te quiero complazer.

     MIÇILO. Aunque al presente burles de mí, o ingeniosíssimo gallo, con tu admirable y fingido canto, te ruego me digas: luego como te desnudaste del cuerpo de fraile, ¿de cúyo cuerpo te vestiste?

     GALLO. El de una muy honrada y reverenda monja, aunque vana como es el natural de todas las otras.

     MIÇILO. ¡O válame Dios!, ¿qué conveniençia tienen entre sí capitán, fraile y monja? De manera que fue tiempo en el cual tú, generosíssimo gallo, te ataviabas y lavabas y ungías como muger, y tenías aquellas pesadumbres, purgaçiones y miserias que tienen todas las otras. Maravíllome cómo pudiste subjetar aquella braveza y orgullo de ánimo con que regías la fiereza de tus soldados, a la cobardía y flaqueza de la mujer, y no de cualquiera, pero de una tan afeminada y pusilánime como una monja, que demás de su natural, tiene profesada cobardía y paçiençia.

     GALLO. ¿Y deso te maravillas? Antes te hago saber que yo fue aquella famosa ramera Cleopatra egipçia, hermana de aquel bárbaro Tholomeo que hizo cortar la cabeça al gran Pompeo cuando vençido de Julio Çésar [en la Farsalia] se acogió a su ribera; y otro tiempo fue en Roma una cortesana llamada Julia Aspassia, mantuana, en tiempo del papa León déçimo, que en loçanía y aparato exçedía a las cortesanas de mi tiempo, y ansí tuve debajo de mi dominio y subjeçión a todos cuantos cortesanos habla en Roma desde el más grave y ançiano cardenal, hasta el camarero de monseñor. Pues, ¡cómo te maravillaras si vieras el brío y desdeño con que solía yo a todos tratar! Pues qué si te dixesse los engaños, fingimientos y cautelas de que yo usaba para los atraer, y después cuánto ingeniaba para los sacar la moneda que era mi último fin. Solamente querría que el tiempo nos diese lugar a te contar cuando fue una ramera de Toledo en España, que te quisiera contar las costumbres y vida que tuve desde que nací, y prinçipalmente cómo me hube con un gentil mançebo mercader y el pago que le di.

     MIÇILO. ¡O mi elocuentísimo gallo que ya no mi siervo sino mi señor te puedo llamar!, pues en tiempo de tu buena fortuna no solamente çapateros míseros como yo, pero tuviste debajo de tu mando reyes y césares de gran valor. Dime agora, yo te ruego, eso que propones, que con affecto te deseo oír.

     GALLO. Pues tú sabrás que yo fue hija de un pobre peraire en aquella çiudad de Toledo, que ganaba de comer pobremente con el trabajo contino de unas cardas y peines; que ya sabes que se hazen en aquella çiudad muchos paños y bonetes. Y mi madre por el consiguiente vivía hilando lana, y otras vezes lavando paños en casa de hombres ricos mercaderes y otros çiudadanos.

     MIÇILO. Semejantes mujeres salen de tales padres, que pocas vezes se crían bagasas de padres nobles.

     GALLO. Éramos un hermano y yo pequeños, que él había doze años y yo diez, ni mi madre nunca tuvo más. Y yo era mochacha bonica y de buen donaire, y çiertamente cobdiçiosa de pareçer a todos bien; y ansí como fue creçiendo, de cada día más me preçiaba de mí y me iba pegando a los hombres; y ansí aun en aquella poca edad cualquiera que podía me daba un alcançe, o empellón, de cual que pellizco en el braço, o travarme de la oreja o de la barba, de manera que pareçía que todos trabajaban por me madurar, como quien dize a pulgadas, y yo me vine saboreando y tascando en aquellos sainetes que me sabían como miel. Y ansí un moço del cardenal [fray Françisco Ximénez de Cisneros], que vivía junto a nosotros, me dio unos zarçicos de plata y unas calças y servillas con que començé a pulir y a pisar de puntillas; alçaba la cofia sobre las orejas y traía la saya corta por mostrarlo todo; y ansí començé yo a gallear, andar y mirar con donaire, el cuello erguido; y ya no me dexaba hollar de mi madre, que por cualquiera cosa que me dixesse la haçía rostro rezongando a la contina y murmurando entre dientes, y cuando me enojaba luego la amenaçaba con aquel cantar diziendo: «Pues bien, para esta, que agora venirán los soldados de la guerra, madre mía, y llevarme han.» Y ansí suçedió como yo quería, que en aquel tiempo determinó el cardenal < > emprender la conquista de Orán en África, y haziendo gente todos me convidaban si quería yo ir allá; y acosáronme tanto que me hizieron dezir que sí, y ansí aquel moço de casa del cardenal dio notiçia de mí a un gentil hombre de casa que era su amo, que se llamaba Françisco de Baena que iba por capitán; el cual sobre çiertas conveniençias y capítulos que comigo firmó, y en mi [ombligo] selló, se encargó de me llevar, y porque era mochacha pareçióle que iría yo en el hábito de paje con menos pesadumbre; y ansí me vistió muy graçiosamente sayo y jubón de raso de colores y calças con sus tafetanes, y me puso en una muy graçiosa acanea. Y como la partida estuvo a punto, dando cantonada a mis padres, me fue con él. Aquí te quisiera dezir cosas maravillosas que passaban entre sí los soldados, pero, porque aún habrá tiempo y propósito, quiero proseguir en lo que començé. Aquí supe yo mil avisos y donaires y gentilezas, las cuales aprendí porque otras muchas mugeres que iban en la compañía las trataban y hablaban con el alférez, sargento y caporal, y con otros offiçiales y gentiles hombres delante de mí, pensando que era yo varón. En fin, yo amaestrada deseaba volver ya acá para vivir por mí y tratar a mi plazer con más libertad, porque no podía hablar todo lo que quería en aquel hábito que me vistió, que por ser zeloso el capitán no me dexaba momento de junto a sí, y mandóme que so pena de muerte a ninguno descubriesse ser muger. Pues suçedió que en una escaramuça que se dio a los moros fue mal herido el capitán, y mandándome cuanto tenía murió; y por dudar el suçeso de la guerra, y pensando que aunque los nuestros hubiessen vitoria y diessen la çiudad a saco más tenía yo saqueado que podía saquear, me determiné volver a España antes que fuesse de algún soldado entendida; y ansí me conçerté con un mercader que en una carabela llevaba de España al real provisión, que me hubiesse de pasar; y ansí cogido mi fato, lo más secretamente que pude me passé, y con la mayor priessa que pude me volví a mi Toledo, donde en llegando supe que mi padre era muerto. Y como mi madre me vio me reçibió con plazer, porque vio que yo venía razonablemente proveída, que de más de las ropas de seda muchas y muy buenas que hube del capitán, traía yo doçientos ducados que me dixo que tenía en una bolsa secreta al tiempo de su muerte; de lo cual todo me vestí bien de todo género de ropas de dama al uso y tiempo, muy gallardas y costosas, y por tener ojo a ganar con aquello más: rizé basquiñas, saboyanas, verdugados, saltaenbarca, nazarena, reboçiños, faldrillas, [briales], manteos, y otras ropas [de paseo], de por casa, de raso, de tafetán y de chamelote; y cuando lo tuve a punto nos fuemos todos tres a Salamanca, que era mi hermano buen moço y de buena dispusiçión; y en aquella çiudad tomamos una buena casa en la calle del Prior, donde llamándome doña Hieronima de Sandoval, en dos meses que allí estuve gané horros çien ducados entre estudiantes generosos y caballeros naturales del pueblo. Y como supe que la corte era venida a Valladolid envié a mi hermano que en una calle de conversaçión me tomasse una buena posada, y él me la alquiló de buen reçebimiento y cumplimiento en el barrio de San Miguel; donde como llegamos fuemos reçebidos de una huéspeda honrada con buena voluntad. Aquí mi madre me recató mucho de todos cuantos había en casa, diçiendo que ella era una vibda de Salamanca, muger de un caballero defunto, y que venía en un gran pleito por sacar diez mil ducados que había de haber para mí de dote, de la ligítima de mi padre, que tenía usurpado un tío mío que suçedió en el mayorazgo. Y yo ansí me recogí y me escondí con gran recatamiento que ninguno me pudiesse ver sino en açecho y asalto; y ansí la huéspeda començó a publicar que estaba allí una linda donzella, hija de una viuda de Salamanca, muy rica y hermosa a maravilla, proçediendo con cuantos hablaba en el cuento de mi venida y estado; y también ayudó a lo publicar una moça que para nuestro serviçio tomamos; y yo en una ventana baja de una sala que salía a la calle hize una muy graçiosa y vistosa zelosía, por donde a la contina azechaba mostrándome y escondiéndome, dando a entender que a todos quería huir y que ninguno me viesse, con lo cual a todos cuantos cortesanos passaban daba ocasión que de mi estado y persona procurassen saber; y algunas vezes parándome muy ataviada a la ventana grande, con mi mirar y aparato, a las vezes haziendo que quería huir, y a otras vezes queriéndome mostrar [fingiendo algunos descuidos], ponía a todos gran deseo de me ver. Andaba ya gran multitud de servidores, caballeros y señores de salva enviando presentes y serviçios y ofreçimientos, y a todos mi madre despedía diziendo que su hija era donzella y que no éramos mugeres de palaçio y passatiempo, que se fuessen con Dios. Entre todos cuantos en mí picaron se adelantó más un mançebo mercader estrangero rico, gentil hombre y de gran aparato, era en fin como le deseaba yo. Éste más que ninguno otro se arriscó a se me ofrecer trabajando todo lo posible porque yo le diesse audiençia, y como la moça me importunaba sobre muchos mensajes, músicas y serviçios y contino pasearme la puerta, alcançó de mí que yo le hubiesse de oír, y sobre tiempos aplazados le falté más de veinte vezes diziendo que mi madre no lo había de saber; y en el entretanto ningún mensaje le reçebía que no me lo pagaba con el doblo: qué çamarro, saboyana, pieza de terciopelo, joyel, sortixa; de manera que ya que una noche a la hora de maitines le vine a hablar por entre las puertas de la calle sin le abrir, me había dado joyas de más de doçientos ducados. En aquella vez que allí le hablé yo le dixe que en la verdad yo era desposada con un caballero de Salamanca, y que agora esperaba haber la sentencia de los diez mil ducados de mi dote, y que aguardaba a mi esposo que había de venir a me ver, por lo cual le rogaba yo mucho que no me infamasse, que daría ocasión de gran mal; y el pobre mançebo desesperado de salud lloraba y maldezíase con gran cuita, suplicándome puesto de rodillas en el suelo ante las puertas çerradas que le diesse liçençia como un día se viesse delante de mí, que le pareçía no desear otra beatitud, y yo mostrándome algo piadosa, y como por su gran importunidad, le dixe: «Señor, no penséis ni esperéis de mí, que por todos los tesoros del mundo haría cosa que menoscabasse mi [honra y] honestidad, pero eso que me pedís, alcançadlo vos de mi señora, que podría ser que lo haga yo.» Con esta palabra se consoló en tanta manera que pareçió [entonces] de muerto resucitar, porque entendió della dezirla yo con alguna parte de affiçión, sino que ser yo donzella y niña me causaba tener siempre aquel desdén, y no me atrever a más liberalidad; y ansí me despedí dexándole a la puerta sollozcando y sospirando, y sin alguna pena ni cuidado me fue a dormir, y porque estuviesse mi madre avisada de lo que se debía hazer le conté lo que la noche passó. Luego por el día proveyó mi servidor para mi casa todo lo que fue menester, enviando a suplicar a mi madre le diesse liçençia para la venir a visitar, y ella le envió a dezir que viniesse, pero que fuesse con tanto aviso y miramiento que no peligrasse nuestra honra, y que antes ella le deseaba hablar por advertirle de lo que nos convenía, y que ansí le encomendaba viniesse anocheçido, y que la huéspeda no lo sintiesse; y ansí él vino anocheçiendo y entró con tanto recatamiento como si escalara la casa del rey.

     MIÇILO. Dime, gallo, ¿por qué te detenías tanto y hazías tantos encareçimientos?

     GALLO. Poco sabes deste menester. Todo esto que yo hazía era para ençenderle más el apetito, para que le supiesse más el bocado de la manzana que le esperaba dar, que aún mucho más se le encarecí como verás. Pues como mi madre le reçibió se sentó en la sala con él diziéndole: «Señor, yo os he deseado hablar por pediros de merçed que, pues publicáis que tenéis affiçión a mi hija doña María, no la hagáis obras que sean su destruiçión, porque ya creo que, señor, sabréis, y si no quiero os lo dezir, que yo fue muger de un valeroso caballero de Salamanca de los mejores Maldonados, del cual me quedó un hijo y esta hija que es la lumbre de mis ojos; y sabed que mi marido poseyó un cuento de renta mientra vivió, porque su padre dispuso en su testamento que le poseyesse él por su vida por ser mayor, y que si al tiempo de su muerte fuesse vivo un otro hermano que era menor, que suçediesse en él, con tal condiçión que diesse a cada uno de los hijos que quedassen al mayor çinco mil ducados, [y sino se los quisiesse dar que suçediesse en ello el hijo mayor adelante en su línea]; y ansí el hermano [de mi marido] se ha metido en el mayorazgo y no quiere dar los diez mil ducados que debe a mis dos hijos; y ansí ha dos años que pleiteo con él, donde espero la segunda sentençia que es final en esta causa, que se dará antes de diez días, en cuya confiança yo desposé a mi hija con un caballero muy prinçipal de aquella çiudad, mandándole los diez mil ducados en dote porque mi hijo la haze donación de los suyos si yo le diese agora cuatroçientos ducados, porque va a Rodas a tomar el hábito de San Juan, y está todo el despacho hecho del rey y de su informaçión. Agora, señor hijo, yo os he querido hablar por dos cosas: lo primero suplicaros que os templéis en vuestro ruar, porque cada día esperamos al esposo de doña María, y si él, venido, tomasse sospecha de vos, sería un siniestro que la echássedes a perder; y lo segundo que os quiero suplicar es que hagáis esta buena obra a doña María mi hija, pues todo es para su remedio y bien, que nos prestéis estos cuatroçientos ducados para con que enviemos mi hijo de aquí, que yo os haré una cédula de os los pagar habida agora la sentençia y execuçión; y en lo demás mi hija y yo estamos aquí para os lo servir, que no será ella tan ingrata que visto el bien que la hazéis no huelgue de os hazer el plazer que querréis.» Y diciendo esto le tomó mi madre por la mano y me le metió a una cámara donde yo estaba con una vela rezando en unas Horas, y la verdad que te diga estaba rogando al demonio açertase mi madre en su petiçión. Y como la vi entrar fingí algún súbito espanto, y mirando bien le reçebí con mi mesura; y él mostró querer bessarme el pie; y habiendo algo hablado en cosas universales de la corte, del rey, de las damas y caballeros, traxes y galanes, saliéndose mi madre me dexó sola con él, el cual se fue luego para mí trabajando por me bessar; pero yo me defendí por gran pieza hasta que mi madre entró y le sacó afuera diziendo que le quería hablar, y él se le quexó mucho de mi desabrimiento y desamor jurando que me daría toda su hazienda si le quisiesse complazer. Mira, Miçilo, si el detenerme como tú antes me reprehendías, si me aprovechó.

     MIÇILO. Por çierto, artifiçial maestra estabas ya.

     GALLO. Pues mira mi madre como acudió, que luego le dixo: «Señor es niña y teme a su esposo, y nunca en tal se vio. Ella me obedeçerá si le mando que se meta en una cama con vos.» Pues echándose a los pies de mi madre le dixo: «Hazedlo vos, señora, por las plagas de Dios, que yo os daré cuanto queráis.» Y ansí fueron luego entre sí conçertados que él le daría los quinientos ducados, y que mi madre le hiziesse la çédula de se los pagar dentro de un mes; y que ella hiziesse que yo dormiesse una noche con él, y ansí quedó que para la noche siguiente se truxiessen los dineros, y hecha la çédula me diessen en rehenes a mí; y ansí en ese otro día entendimos en aparejar lo que se debía hazer: que pagamos la huéspeda y despedimos la casa diziendo que en anocheçiendo nos habíamos de ir, y comprando mi hermano un par de mulas le avisamos de todo lo que había de hazer. Pues luego venida la noche vino el mercader a lo conçertado [que aún no se le cocía el pan], y dio [luego] los cuatroçientos ducados a mi madre, [la cual] le hizo la çédula de se los pagar dentro de un mes, y luego se aparejó la çena [cual el novio la proveyó]; la cual acabada, con mucho contento suyo nos metió mi madre en mi cámara y cerró por defuera, y él se desnudó suplicándome que me acostasse con él, y yo dezía llorando con lágrimas que no haría a mi esposo tan gran traiçión, y él se levantó y asiendo de mí se mostró enojado porfiando [conmigo], y yo por ninguna fuerça le quise obedeçer, pero lloraba muy vivas lágrimas, y él tornando a requerirme por bien, y yo ni por bien ni por mal; y ansí habiendo pasado alguna parte de la noche en esta porfía oímos llamar a la puerta de la calle con furia, sintiendo gran huella de cabalgaduras, y, era mi hermano que traía las mulas en que habíamos de partir, y entonçes mostrando alteraçión díxele que estuviesse atento. Estando ansí hirió mi madre a la puerta de la cámara con furia y entrando dixo: «¡Ay hija!, que tu esposo es venido y preguntando por ti sube a te ver»; y diziendo esto tomamos ambas a mi servidor, y ansí en camisa, con una espada en la mano, le hezimos salir por una recámara a un corredor que para este caso habíamos quitado unas tablas del suelo, y como él entró por allí [con intinçión de se recoger hasta ver el suçeso], al primer passo cayó en un corral, de donde no podía salir por estar çerrado al rededor; y luego yo vestiéndome de todos los vestidos de mi galán, que me conoçían ya porque en ellos me crié, y despedidos de la huéspeda los unos a los otros no nos vimos más hasta hoy. De aquí nos fuemos a Sevilla y a Valençia, donde hize lançes de grande admiraçión.

     MIÇILO. Espantado me tienes, o gallo, con tu osadía y atrevimiento con que acometías semejantes hazañas, que la flaqueza de ser muger no te encogía el ánimo a tener temor al gran peligro en que ponías tu persona.

     GALLO. ¿Qué dices, Miçilo, flaqueza y encogimiento de ánimo? Pues más de veras te espantarás de mí cuando yo fue Cleopatra, si me vieras con cuánto estado y magestad me presenté ante Julio Çésar cuando vino en Egipto en seguimiento de Pompeo, si vieras un banquete que le hize allí para le ganar la voluntad; y que si me vieras en una batalla que di a Octaviano Çésar junto al promontorio de Leucadia, donde estuvo la fortuna en punto de poner en mi poder a Roma. En la cual mostré bien con mi ardid y desenvoltura varonil la voluntad y ánimo que tuve de vençer las banderas romanas y llevar delante de mi trihunfo al çésar vençido. Todo esto quiero dexar para otro tiempo en que tengamos más lugar, y agora quiero te dezir de cuando fue monja, lo cual por ser ya venido el día en el canto que se sigue proseguiré.

Fin del séptimo canto del gallo.



ArribaAbajo

Argumento del octavo canto del gallo

     En el octavo canto que se sigue el auctor se finge haber sido monja, por notarles algunos intereses que en daño de sus conçiençias tienen. Concluye con una batalla de ranas en imitaçión de Homero.

     GALLO. Si despertasse Miçilo holgaría entretenerle en el trabajo gustando él de mi cantar, porque la pobreza çiertamente nos fatiga tanto que con dificultad nos podemos mantener, y no sé si le soy ya algo odioso, porque algunas mañanas le he despertado algo más temprano que él acostumbraba, por lo cual padeçíamos mucha más hambre, y agora porque esta maçilenta loba no nos acabe de tragar, tómome por ocasión para atraerle al trabajo contarle mi vida miserable, donde pareçe que ha tomado hasta agora algún sabor, y plega a Dios que no le enhade mi dezir, porque aunque sea a costa de mi cabeza quiera él trabajar y ambos tengamos que comer.

     MIÇILO. ¿Qué dizes, gallo?, ¿qué hablas entre ti? ¿No me has prometido despertar cada mañana, y con tu graçioso cantar ayudarme en mi trabajo contándome tu vida?

     GALLO. Y ansí lo quiero yo, Miçilo, hazer, que no quiero yo por ninguna ocassión quebrantar la palabra que te di.

     MIÇILO. Pues di que colgado estoy de tu habla y graçioso cantar.

     GALLO. Yo me proferí ayer de te dezir lo que siendo monja passé, y sólo quiero reservar para mí de qué orden fue, porque no me saques por rastro. Pero quiero que sepas que éste es el género de gente más vano y más perdido y de menos seso que en el mundo hay: no entra en cuento de los otros estados y maneras de vivir, porque se preçia de mostrar en su habla, trato, traje, y conversaçión ser única y particular; lo que sueñan de noche tienen por revelaçión de Dios, y en despertando lo ponen por obra como si fuesse el prinçipal preçepto de su ley; dízense ser orden de religión, yo digo que es más confusión, y si algún orden tienen, es en el comer y dormir, y en lo que toca a religión es todo aire y liviandad, tan lexos de la verdadera religión de Cristo como de Hierusalén; no saben ni entienden sino en mantener parlas a las redes y locutorios; su prinçipal fundamento es hazerse de los godos y negar su proprio y verdadero linaxe. Y ansí luego que yo entré allí fue como las otras la más profana y ambiçiosa que nunca fue muger, y ansí porque mi padre era algo pobre publiqué que mi madre había tenido amistad con un caballero de donde me había habido a mí, y por desmentir la huella me mudé luego el nombre, porque yo me llamaba antes Marina, como mula falsa, y entrando en el monesterio me llamé Bernaldina, que es nombre estraño, y trabajé cuanto pude por llamarme doña Bernaldina, fingiendo la deçendençia y genealogía de mi prosapia y generaçión; y para esto me favoreçió mucho la abbadesa, que de puro miedo de mi mala condiçió [y desasosiego] me procuraba agradar. Acuérdome que un día envió un pariente mío a visitarme con un paje, y preguntándole la portera a quién buscaba respondió [el mochacho] que [buscaba] a Bernardina, y yo acaso estaba allí [junto a la puerta], y como le oí salí a él con aquella ansia que tenía que todos me llamassen doña [Bernardina] y díxele: «O, los diablos te lleven, rapaz, que no te cabe en esa boca un don donde cabe un pedaço de pan mayor que tú.» De lo cual di ocasión a todas cuantas estaban allí que se riesen de mi vanidad.

     MIÇILO. Pues tu padre, ¿tenía antes don?

     GALLO. Sí [tenía], pero teníale al fin del nombre.

     MIÇILO. ¿Cómo es eso?

     GALLO. Llamábase Francisco remendón. Ves allí el don al cabo. Mi mayor ocupaçión era enviar casi cada día a llamar los prinçipales y más honrados del pueblo buscando negoçios que tratar con ellos, y dilatábalos por los entretener; y de allí venía a fingirme pariente suyo por rodeos de conoçimiento o afinidad de alguno de su linaxe. Desta manera con todos los linajes de Castilla mostraba tener parte: con Mendoças, Manriques, Ulloas, Çerda, Vaçanes. El día que yo no tenía con quien librar a la red y locutorio me tenía por menos que muger, y si la abbadesa me negasse la liçençia me la iba a las tocas queriéndola mesar, y la llamaba peor de su nombre. Dos días en la semana enviaba por el confesor para me [confessar y] consolar, y desde que salíamos de comer hasta la noche nos estábamos en el confessonario tratando de vidas ajenas, porque no se meneaba monja que yo no tuviese cuenta con ella. Otra vez me quexaba de la abbadessa que no me quería dar ninguna consolaçión, que estaba para me desesperar, o hazer de mí un hecho malo, y amenazábala con la visita. Aconteçíame a mí un mes no entrar en el coro a las horas fingiendo estar enferma de xaqueca, que es enfermedad de señoras, y para fingir este dolor hazía unos géneros de birretes portogueses afforrados en martas, o grana de Florençia, demandaba a mis servidores, < > devotos [y familiares]. Pues para sustentar mis locuras y intereses levanté un bando en el monesterio de los dos san Juanes, Evangelista y Baptista; y como yo tuve entendido que mis contrarias con quien yo tenía mis differençias y pundonores seguían al Evangelista, tomé yo con mis amigas la devoçión, [el apellido] y parçialidad del Baptista, no más de por contradezir, que de otra manera nunca tuve cuenta ni eché de ver cuál dellos mereçía más, ni cuál era mejor.

     MIÇILO. ¡O gran vanidad!, ¡cuánto mejor fuera que trabajaras por imitar a cualquiera dellos en virtud y costumbres!

     GALLO. Pues cuando venía el día de San Juan de junio, ¡cuánto era mi desasosiego y mi inquietud! Revolvía todo el pueblo buscando la tapizería para la iglesia, claustras y refitorio: el hinojo, claveles, clavellinas, halelíes, azuzenas y albahacas puestas en mil maneras de vasijas de mucha curiosidad; y otras frescas y odoríferas yerbas y flores, yuncos y espadañas. Aparejaba las pastillas, mosquete, estoraque y menxui, que truxiessen toda la casa en grande y suave olor. Traía aplazado el predicador de veinte leguas. y un año antes negoçiado, y la música única y peregrina de muchos instrumentos de suave y acordada melodía. Negoçiaba las vozes de cantores de todos los señores y iglesias cathedrales y colegiales cuantas había en la comarca. Después para todos éstos aparejaba casas, camas y de comer; buscaba aves, pescados y frutas de toda diferençia, preçio y estima. Un mes antes hazía [los] mazapanes, bizcochos, rosquillas, alcorzas y confituras, y aún mucho sebillo de manos y guantes adobados, para dar a unos y a otros conforme a la calidad y liviandad de cada cual que intervenía en mi fiesta.

     MIÇILO. Todo eso no se podía hazer sin gran costa. Dime, ¿de dónde habías todo eso?

     GALLO. Por haberlo grangeaba yo un año antes los amigos y servidores por diversas vías y maneras. Procurando negoçios, dares y tomares con todo género de hombres: de los unos me aprovechaba para que me diessen algo, y de los otros para que me buscassen lo que hazía a mi menester, y a otros quería para que me llevassen mis recados y mensajes, con que buscaba y adquería lo demás. De manera que yo me empleaba tan toda en este caso que nunca me faltaba cosa que hiziesse al cumplimiento de mi voluntad.

     MIÇILO. ¡O cuán molida y quebrantada quedarías passada la fiesta, y más argullosa, presuntuosa y profana en haber cumplido con tu vano interés! ¡O cuán miserable y desventurada era esa tu ocupación, lo que es más de llorar!

     GALLO. Las contrarias hazían otro tanto por Navidad día de San Juan Evangelista, que es el terçero día de la Pascua.

     MIÇILO. Pareçe que tenía el demonio un censo cada año sobre todas vosotras, la meitad pagado por las unas por Navidad, y la otra meitad a pagar por las otras a San Juan de junio. ¿Qué liviandad tan grande era la vuestra, que siendo ellos en el çielo tan iguales y tan conformes, haya entre sus devotas acá tanta desconformidad y disensión? Antes me pareçe que como verdaderas y buenas religiosas debiéredes preçiaros < > ser más devotas del Santo cuanto más trabajábades en su imitaçión. Las baptistas procurar exçeder a las otras en el ayuno contino, en el vestido poco, en la penitençia y sanctidad; y las evangelistas procurar llevar ventaja a las otras en el recogimiento, en la oraçión, en el amor que tuvo a su maestro, en aquella virginidad santa por la cual le encomendó Cristo su Madre Virgen. Pero como toda vuestra religión era palabras y vanidad, ansí vuestras obras eran profanas y de mundo, y ansí ellas tenían tal premio y fin mundano, porque si vosotras os matáis a chapinazos sobre cuál de los dos san Juanes fue mejor, y vosotras no tenéis ni seguís punto de su bondad, seríades como son dos negras esclavas de dos señoras que se matassen a puñadas sobre cuál de sus amas era más hermosa, y ellas dos quedassen negras como un tizón; o como dos romeros que muy hambrientos y miserables con gran enojo se matassen sobre cuál es el más rico desta çiudad, y ellos quedassen muertos de hambre sin que ninguno les dé un pan que comer.

     GALLO. De lo que yo sentí entonçes desta gente tengo por opinión que naturaleza hizo este género de mugeres en el mundo por demás, y por esta causa las echó en los monesterios como quien las arrima a un rincón, y como ellas se ven tan fuera de cuenta trabajan con estas industrias de Sathanás darse a entender; y ansí el primer pensamiento que la monja conçibe entrando en el monesterio es que le tienen usurpado el reino y que se le tienen por fuerça, y que por eso la metieron como en prisión allí; y seríale más conveniente y provechoso hazerse entender que aquella es casa de < > locos, donde fue lançada porque está sin seso desde que naçió, porque acá afuera no haga mal. Pues sabrás, que yo fue enferma de un çaratán de que en los pechos fue herida, de que padeçí mucha passión hasta que la muerte me llevó; y luego mi alma fue lançada en un cuerpo de una rana en el lago de Genesareth que está en Palestina, donde por ir tan acostumbrada a parlar no hazía sino cantar a la contina, prinçipalmente cuando quería llover por dar plazer al labrador que lo tiene por señal. En aquella vida vivía yo en algún contento por la gran libertad de que gozamos todas allí, tratábanos muy bien un benigníssimo rey que teníamos, manteníanos el lago en toda paz y tranquilidad, aunque algo contra la condiçión que yo había tenido acá, pero la nueva naturaleza me mudó. No hazíamos sino salir a la orilla al sol y estendernos con mucho plazer, y a su hora tornarnos a entrar en toda quietud. Y como en ningún estado en esta vida falte miseria, tentaçión y trabajo, y creo que el demonio entiende en desasosegar toda criatura que en el mundo hay, ansí nos dio a nosotras un desasosiego el mayor que se puede encareçer; y sabrás que como es cosa común, teníamos alrededor de nuestro lago mucha copia de ratones que se vienen por allí a vivir de los pueblos comarcanos en sus cuevas y choças, por vivir en más seguridad; y éstos por ser gente de buena converzaçión hizieron con nosotras gran vezindad, y nosotras los tratamos a la contina muy bien. Suçedió que un día quiso (que no debiera) un hijo de su rey, con algunos otros de sus principales y vasallos, passar a la otra parte del lago a visitar çiertos parientes, amigos y aliados que vivían allá, y por ser muy largo el lago tenía gran rodeo y trabajo y aun peligro para passar, y comunicando su voluntad un día con çiertas ranas del lago, ellas, o por enojo que tuviessen dellos, o por mala inclinaçión, pensaron hazerles un gran daño y burla, y fue que ellas se les ofreçieron de los passar sin lissión, si fiándose dellas se subían sobre sus lomos, que cada una dellas tomaría el suyo sobre sí y ansí nadando los passarían a la otra parte, y que por más asegurar[los] atarían las colas dellos a las piernas traseras de las ranas, porque si se deleznassen del cuerpo no peligrassen en el agua. Ansí ellos confiados de su buena oferta vinieron hasta unos veinte de los prinçipales de su vasallaje, quedando sus criados y familiares a la orilla mirando la lastimosa tragedia; y cuando las ranas tuvieron a los señores ratones en el medio del lago ante los ojos de todos los que quedaban a la orilla se van con ellos a lo hondo, y zapuzándose muchas vezes en el agua los ahogaron a todos. Y luego como fue avisado su rey y los padres y parientes de los otros vinieron al agua a ver si acaso podrían remediar aquel cruel aconteçimiento, y como ni por ruegos, ni por lágrimas, ni promesas, ni amenaças no pudieron alcançar de nuestras ranas que no llevasen aquel daño a execuçión, dieron muy grandes vozes, llantos y alaridos, jurando por la grandeza del sol su padre, y por las entrañas de su madre la tierra de vengar tan gran traiçión y alevosía. Protestaban la injuria contra nuestro rey pareçiéndoles que no podía ser tan grande atrevimiento sino con su mandado y espreso favor; y como nuestro rey oyó las vozes y pesquisó la causa y la supo, salió de su palaçio con algunas ranas prinçipales que se hallaron con él, y por aplacar los ratones mandó con gran diligençia se buscassen los malhechores a do quiera que los pudiessen haber y los truxiessen ante su magestad, y aunque todos no se pudieron haber luego, en fin fueron presas alguna cantidad dellas, de las cuales se tomó su confesión por saber si algún señor particular les mandó hazer aquel daño, y como ellas confesaron que ellas de su propio motu y maliçia lo habían hecho fueron condenadas a muerte, y aún se quiso dezir que alguna de aquellas ranas que fueron presas, por ser hijas de personas señaladas fueron secretamente sueltas y ausentadas, porque untaron las manos a los juezes, y aún más los escribanos en cuya mano dizen que está más çierto poderse hazer, y ansí escaparon las vidas del morir.

     MIÇILO. Pues Dios las guardó vivan y hágalas Dios bien. Por çierto, gran descuido es el que passa en el mundo el día de hoy, que siendo un offiçio tan prinçipal y caudaloso el del escribano, y tan neçesario que esté en hombre de fidelidad para que todos vivan en paz y quietud, consienten y permiten los prínçipes criar notarios y escribanos hombres viles y de ruines castas y suelo, los cuales por pequeño interés pervierten el derecho y justiçia del que la ha de haber; y sobre todo los proveen de los offiçios más principales y de más peligro en su reino: como es de escribanías de chançellerías, y consejos y regimientos y gobiernos de su hazienda y república, lo cual no se había de hazer por ninguna manera, pues en ello va tan gran interés y peligro.

     GALLO. Y ansí un día de mañana como salió el sol fueron las condenadas sacadas a la ribera y pregonándolas un pregonero a alta voz por alevosas, traidoras, homiçidas las mandaba su rey morir; y ansí ante gran muchedumbre de ranas que salieron del lago y muchos ratones que lo vinieron a ver fueron públicamente degolladas. Pero el rey Ambrocos [(que ansí se llamaba el rey de los ratones)] y todos aquellos señores estaban retraídos en sus cuevas muy tristes y afligidos por la pérdida de sus hijos; y ansí mandó su rey llamar a cortes, y luego fueron juntos los de su consejo y grandes de su reino, donde con grande encareçimiento < > les propuso la cruel traiçión que habían cometido las ranas, y no en cualesquiera de su reino, pero en su mesmo hijo y de los prinçipales señores y caballeros de su tierra, por lo cual, aunque pudieran disimular cualquiera otra injuria por ser sus vezinas y aliadas, pero que este caso por ser tan atroz en la persona real y suçesor del reino no se sufría quedar sin castigo; y ansí los ratones indignados por las lágrimas y encareçimientos de su rey se ofreçieron con sus personas y estado salir luego al campo, y que no volverían a sus casas hasta satisfazer y vengar su prínçipe, [rey] y señor o perder en el campo sus vidas. Y ansí el rey les mandó que dentro de quinze días todos saliessen al campo a acompañar su persona real, y mandó luego avisar con sus patentes, cartas y provisiones a todos los ratones vezinos del lago, que supiessen la injuria hecha a su rey, y que todos so pena de muerte saliessen a las orillas y hiziessen el posible daño en las ranas que pudiessen haber. Luego todos aquellos señores se fueron a sus tierras aparejar y venir con sus compañías al mandado de su rey, porque esto tienen los ratones que son muy obedientes a sus mayores, porque al que no lo es le despedaçan todos con los dientes, ni es menester para el castigo del tal delito que venga particular pesquisidor ni executor de la corte, [por]que luego es tal delincuente castigado entre ellos con la muerte y ansí no se osa ninguno desmandar. Ya nosotras las ranas de todo esto éramos sabidoras, porque no faltaron algunos de sus ratones que por tener con algunas de nosotras estrecha amistad se lo comunicasen, prinçipalmente todo aquel tiempo que passó antes que se publicasse la guerra, porque hasta entonçes aún estaban en pie muchas de las antiguas amistades que había entre unos y otros en particular; y también lo víamos por esperiençia en nuestro daño, porque ningún día había que no pareçiessen a la costa del lago muchas ranas muertas, porque los ratones se llegaban a ellas con disimulaçión y con los dientes las hazían pedaços; [y prinçipalmente hazían esto una compañía de malos soldados que de estrañas tierras el rey había traído allí de un su amigo y aliado, gente muy belicosa y de grande ánimo, que ninguna perdonaban que tomassen delante de sí]. Ya los daños eran tan grandes que se nos hazían, que no se podían disimular, y dentro de quinze días pareçieron ante nuestras riberas de Genesareth más de çien mil ratones, en tanta manera que el campo cubrían. Vino allí el rey [Ambrocos] con gran magestad con todo el aparato de tristeza y luto, protestando de no ir de allí sin vengar muy a su voluntad la muerte de su hijo, y ansí mandó dar en el campo un muy bravo y sangriento pregón. Traía un fiero ratón por capitán general, al cual llamaban Lampardo el cruel, viejo y de maduro juizio, que toda su vida había vivido en las hazeñas que están en el río Xordán y Éufrates; traía debajo de su bandera en nombre de Ambrocos su rey cuarenta mil ratones de grande esperiençia y valor; venía allí Brachimis rey de los ratones que habitan toda la tierra de Samaria, < > el cual traía treinta mil; venía Aplopetes, rey de los ratones que moran Nazareth, Belén y Hierusalén, el cual traía otros treinta mil y más; vinieron otros señores, prínçipes, vasallos y aliados del rey Ambrocos que traían a çinco mil y a diez mil; de manera que en breve tiempo todo el campo se cubrió. Como nos vimos en tanta neçesidad y aprieto acudimos todos a nuestro rey llorando nuestra libertad perdida, al cual hallamos en la mesma afliçión sin saber cómo se remediar.

     MIÇILO. Entonces, gallo, hallado habías oportunidad para executar tu belicosa condiçión que tenías siendo monja.

     GALLO. Muchas más fuerças y orgullo tenía yo en el monesterio para revolver; no había en todo el lago ninguna rana que no estuviesse acobardada y como abscondida y encogida de temor; y ansí la nuestra reina, mandó que todas las ranas sus súbditas se juntassen, que se quería con ellas aconsejar, las cuales cuando fueron juntas nos propuso el aflito y miseria en que estábamos: a algunas dellas les pareçió que sería bueno dexar aquella ribera a los ratones y passarse a la contraria, donde les pareçía que no habría quien las dañasse, pero como había allí ranas de todos los derredores y partes del lago dieron fe que no había dónde huir ni poder salir con libertad, porque por todas partes estaba puesta gran multitud de ratones a punto de guerra, los cuales procuraban dañar y matar en las ranas como las podían haber, no dexando alguna a vida. De manera que como nosotras vimos el ardid con que nuestros enemigos nos perseguían determinamos que sería bien salir al campo y darles una batalla, porque nos pareçió mejor morir, que no infames encerradas y sin libertad cada día padeçer. Pero lo que más nos afligía era el faltarnos armas con que pelear, porque esta ventaja tienen de su naturaleza todos los animales, que a todos dio armas naturales naçidas consigo para se defender de sus enemigos y de aquellos que los quisiessen dañar: al león dio uñas, esfuerço y destreza, a la sierpe dio concha, a las aves dio uñas y vuelo, y al caballo herraduras y dientes con que se defienda, y ansí al ratón dio uñas y dientes con que hiera, y a cada cual animal en su naturaleza armó, y a la rana, por hazernos el animal más simple y miserable, le dexó sin armas algunas con que se pudiese defender de quien le procurasse dañar.

     MIÇILO. A mí me parece, gallo, que en todo eso proveyó naturaleza con gran prudencia porque quiso criar la rana simple y sin perjuizio y daño, ansí la crio sin enemigo que la dañasse; y porque alguna vez se podía ofreçer que con furia la acometiesse otro algún animal la proveyó de ligereça para nadar, y el salto para huir. ¿Qué culpa tiene naturaleza si vosotras enruináis la simpleza con que ella os crió?

     GALLO. Tú tienes mucha razón, [porque en el mundo no hay animal que no haya corrompido con su maliçia las leyes que su naturaleza le dio]. Y ansí por vernos confusas en este caso sin poder alcançar a sabernos dar remedio, acordóse que nos socorriéssemos del consejo y ayuda de çiertos géneros de pescados que en aquel lago andaban en nuestra compañía, y prinçipalmente de unos grandes barbos que allí se criaban y a éstos nos fuemos contándoles nuestra miseria; y ellos, como es gente muy honrada y bien inclinada, y trabajan vivir sin perjuizio de nadie, que hasta hoy no se quexó dellos alguna naçión, por esta causa pareçióles tan mal la traiçión que nuestras ranas hiçieron a los ratones que casi con disimulaçión se determinaban ver de nosotras vengados los ratones; pero ya por la estrecha antigua amistad que por la contina vivienda entre nosotros había nos estimaban por parientes y naturales, y ansí se dolieron de nuestra neçesidad y se profirieron a nos favoreçer con consejo y fuerças. Y puestos en esta determinaçión se levantó un barbo ançiano y de buen consejo y nobleza y ante todos propuso ansí: «Honrada gente, [vezinas, amigas y parientas], a mí me pessa haber de seguir y favoreçer en esta empresa parte tan sin razón y justiçia, pues vosotras habéis injuriado y ofendido a vuestros amigos vezinos y comarcanos tan sin os lo mereçer; yo nunca pensé que vuestra simpleza tuviera acometimiento de tanto doblez, ni sé quién os dio lengua ni alma para fingir, ni manos para ansí dañar con [tal alevoso] engaño. ¿Quién no se fiara de vuestra flaqueza, pensando que vuestra humildad sería tal como la mostráis? ¡Cuán justo fuera favoreçer antes en vuestro castigo que a vuestra defensa! Pero de hoy más neçesitáis nos a vivir con vosotras con aviso, y por venirnos a demandar socorro, porque es la ley de los nobles no le negar a cuantos afligidos le pidan, es razón que se os dé, y ansí es mi pareçer que ante todas cosas tratemos de os dar armas con que peleéis y os defendáis, porque çiertamente os tienen en esto gran ventaja los ratones en dientes y uñas; por lo cual, habiéndolo mirado bien, es mi consejo que hagáis capaçetes de las cáxcaras de huevos que se pudieren haber, que muchas hay en este lago, que los pescadores las echan por çebo para nos pescar, y estas cáxcaras puestas en la cabeza os será alguna defensa para las heridas, y por lanças llevaréis unos yuncos que hay en esta ribera, que tienen buenas puntas con que podáis herir, que nosotros con nuestros dientes os los cortaremos cuantos tengáis neçesidad, y vosotras trabajad por os hazer diestras con estos yuncos como podáis con destreza herir; aprended con la boca y manos como mejor os aprovechéis dellos. Saldréis al campo con estas armas, y si os viéredes en aprieto recogeros heis al agua; estaremos muchos de vuestros amigos a la costa escondidos, y como ellos vengan con furia siguiendo su vitoria caerán en nuestras manos, y con nuestras colas y dientes el que en el agua entrare perderá la vida.» De todos fue aprobado el consejo del buen pez, y ansí deshecha la consulta cada cual se fue a aprovechar de lo que más pudiesse haber. Las ranas todas nos dimos a buscar cáxcaras de huevos por mandado de nuestra reina, y los barbos a cortar yuncos; y aunque se hallaron alguna cantidad de cáxcaras no fueron tantas que pudiessen armar a todas, por tanto se mandaron primero proveer los señores y prinçipales [ranas], y después fueron repartidas las armas por banderas y compañías; pero ninguna fue sin lança, porque los barbos proveyeron de gran copia de yuncos; y ansí proveídas las banderas y capitanías por aquellos señores, considerando la reina que en toda su comarca no había más sabia rana que yo ni más esperimentada en guerra y disensiones (porque del monesterio iba yo < > diestra por la mucha costumbre en que estábamos a jugar de chapinazo y remesón por dame acá esa paja, prinçipalmente sobre quién sois vos, cuando començábamos a apurar los linajes), ansí que por conoçerme < > más industriada [en las armas] que a todas me rogó quisiesse açeptar el offiçio de capitán general; y ansí ordenadas las escuadras que cada una acometiesse a su tiempo y coyuntura, porque aun siendo mucha gente si va desordenada va perdida, cuanto más siendo nosotras pocas en comparaçión de los ratones, era más neçesario el buen orden y conçierto; y ansí yo me tomé Marfisa marquesa de la costa de Galilea que llevaba veinte mil, y a Marula duquesa de la costa de Tibiriades que llevaba otras veinte mil, y yo que de mi costa tomé otras diez mil. Con estas cinquenta mil ranas las mejor armadas que había en la compañía salimos del agua al campo; salimos una mañana en saliendo el sol con gran canto y grita. Quedaba la nuestro rey con otras veinte mil ranas dentro en el lago para socorrer en la neçesidad, y con otras muchos señores y principales del lago; y esto porque las ranas en sus batallas y guerras no consienten que sus reyes salgan al peligro hasta que no se puede escusar, que sus capitanes y señores hazen primeros acometimientos y rompimientos de la guerra; y demás de la gente dicha estaba una buena compañía de çinco mil barbos todos escogidos y muy pláticos en la guerra, [que se hallaron en las batallas que hubieron los atunes en tiempo de Lázaro de Tormes con los otros pescados;] éstos traían por su capitán a Galafrón, duque de la costa de Genesareth < >, barbo de grande esperiençia y ardid. Ya de nuestra salida tenían notiçia los ratones que no se les pudo esconder, y estaban a punto para nos reçebir, y pensando nosotras ser ventaja acometer, arremetimos con grande esfuerço, grita y ánimo, cubiertas bien de nuestros yelmos, puestas las puntas de nuestras lanças en nuestros enemigos porque se lançassen por ellas, y ansí començamos con mucho compás y orden a caminar para ellos. Venía en la delantera de toda la compaña aquel fuerte Lampardo, su capitán general, dando grandes saltos por el campo, que no pareçía sino que era este su día, y yo con aquella sobra de ánimo que se podía comparar con el de un fuerte varón salí a él, y como él no era avisado de aquella nuestra arma vínose derecho por me dañar, pero como le puse la punta del yunque y le piqué, saltó afuera hasta reconoçer bien el arma con que le herí. Ya se juntaron las hazes de la una parte y de la otra donde las nuestras mostraron tratar [a] los ratones mal, porque como ellos no habían pensado que nosotras tuviéramos armas tomaron algún temor; y ansí se començaron a detener, y en alguna manera se sentía de nuestra parte ventaja, porque si les diéramos ocasión de nos temer no quisiéramos más. Pero de nuevo Lampardo y Brachimis y Aplopetes tornaron a nos acometer, y como sintieron que nuestras lanças y armas eran de ninguna fuerça ni valor lançáronse por nosotras con façilidad: mataban y despedaçaban cuantas querían, en tanta manera que no los podimos resistir su furia, y ansí fue neçesario recoger el exérçito al lago; y los ratones con aquel ánimo que la vitoria les daba vinieron a se lançar por el lago adelante, donde saliendo los barbos dieron en ellos con tanta furia que hiriendo con las colas y dientes en breve tiempo mataron [y ahogaron] más de diez mil; y quiso mi ventura que yo quedase en la tierra por recoger mi gente que venía huyendo desvaratada a lançarse [sin orden] al lago, y sucedió que como Lampardo me vido [en el campo] se vino para mí, y aunque yo le reçebí con algún ánimo no me pudo negar mi naturaleza de flaca rana y no exerçitada, por lo cual no le pudiendo resistir se apoderó en mí, y tropellándome con la furia que traía me hizo saltar el yelmo de la cabeça, y hincó con tanta furia los dientes y uñas en mí que luego espiré; y ansí no supe en aquella batalla lo que más passó, aunque sospecho que por grande que fuesse el favor de los barbos no quedarían los ratones sin satisfazerse bastantemente.

     MIÇILO. Por çierto gran deseo me queda de saber el suçeso de la batalla, porque no puedo yo creer que quedasse sin bastante satisfazión la justiçia de Dios. Cosa maravillosa es que un animal tan sin manos, simple y pusilámine, tenga atrevimiento para ansí con tanto daño engañar; un animal tan callado, tan humilde, tan sin alteración, de tanta religión y recogimiento acometa un tan atroz y nefando insulto, speçie tan calificada de traiçión. ¿Quién no fiara dellas?, ¿a quién no engañarán con su aparente simpleza? No en vano dizen que más daño haze un río manso, que un hondo y furioso, porque a la contina se vio por esperiençia estar la hondura y çiénago en el remanso y quietud [del agua]. Pero sobre todo lo que me has contado, gallo, estoy espantado cuando considero cuán estremado animal es la muger, tan presuntuoso, tan vanaglorioso, tan desasosegado, tan cobdiçioso de estima, mando y veneraçión, [habiendo sido criado por Dios para tanta bajeza y humildad, qué poca differencia y ventaja hay entre la rana y este animal]; y no veréis muger por < > miserable que sea que no presuma de si ser mereçedora y poderosa para mandar y gobernar la monarchía del universo, y que es pequeño el mundo para lo mucho que tiene entendido de sí. Ciertamente tú tienes mucha razón en sustentar haber toda criatura corrompido la carrera y regla de su vivir, que hasta una monja que está en un monasterio ençerrada, habiendo professado la humildad y menospreçio de los mandos y preheminencias y ventajas con que el mundo favoreçe a sus más incumbrados naturales, y habiendo prometido a Dios y a la religión negarse a sí y a su proprio interés, y que solamente hará la voluntad ajena [y de su perlada y mayor], y veis con cuánto estremo se sacude de su professión, y en alma y obras y pensamiento vive al revés; y porque me pareçe que es especie de estremada vileza dezir mal de mugeres quiero callar porque los hombres honrados antes las deben defender [por ser flaco animal]. Una sola cosa no puede dexar de dezir y encarecer, el estremo que tienen en el amar y aborrecer, en el cual ningún inconveniente ni estorbo se le pone delante para dexar de effectuar su voluntad; y si no las obedeçéis y respondéis cuando os llaman con igual amor, vuelven en tanto odio y ira que se arriscan al mayor peligro del mundo por se satisfazer.

     GALLO. ¡Ay Miçilo!, que en mentarme ese propósito me has lançado un espada por las entrañas, porque me has acordado < > que por esa causa estuve en punto de perder un amigo, [el mayor y más fiel que nunca tuvo la antigüedad]. Que si mi coraçón sufriesse a te lo contar maravillarte hias cómo acordándome dello no reviento de passión.

     MIÇILO. Gran deseo me pones, gallo, de te lo oír, y ansí te ruego que te esfuerçes por amor de mí a me lo contar, que según me lo has encareçido debe de ser cosa digna de saber.

     GALLO. Pues aunque sea a costa de mis ojos y coraçón yo te lo quiero contar por te obedeçer. Cantarte he un amigo cual nunca otro como él se vio; en fin, cual deben los buenos amigos ser, y lo demás que a este propósito acompañaré en el canto que se sigue lo oirás.

Fin del octavo canto del gallo < >.

Arriba