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El estudio del arte negro en Fernando Ortiz

Diana Iznaga Beira



) [...] Si no tan grave como el imperialismo económico, que succiona la sangre del pueblo cubano, es también disolvente el imperialismo ideológico que le sigue. Aquel le rompe su independencia económica; éste le destroza su vida moral. El uno le quita el sostén; el otro el alma. Tratemos, pues, de conocernos a nosotros mismos y de alquitarar nuestras esencias, para mantener puras las de valor sustantivo y perenne y apartar aquellas que [...] traigan a nuestra vida una letal ponzoña.


Fernando Ortiz
De la música afrocubana. Un estímulo para su estudio (1934)
               







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En 1906 se publicaba en Madrid Los Negros Brujos, primer libro del joven abogado Fernando Ortiz, en el cual había trabajado su autor desde 1902 hasta 1905, años durante los cuales radicó en Italia y La Habana.

De este primer trabajo, diría el investigador años más tarde:

Apenas regresé de mis años universitarios en el extranjero, me puse a escudriñar la vida cubana y enseguida me salió al paso el negro. Era natural que así fuera. Sin el negro Cuba no sería Cuba [...] Era preciso estudiar ese factor integrante de Cuba; pero nadie lo había estudiado y hasta parecía como si nadie lo quisiera estudiar. Para unos ello no merecía la pena; para otros era muy propenso a conflictos y disgustos; para otros era evocar culpas inconfesadas y castigar la conciencia; cuando menos, el estudio del negro era tarea harto trabajosa, propicia a las burlas y no daba dinero. [...] del negro como ser humano, de su espíritu, de su historia, de sus antepasados, de sus lenguajes, de sus artes, de sus valores positivos y de sus posibilidades sociales... nada. Hasta hablar en público del negro era cosa peligrosa, que sólo podía hacerse a hurtadillas y con rebozo, como tratar de la sífilis [...] Hasta parecía que el mismo negro, y especialmente el mulato, querían olvidarse de sí mismos y renegar de su raza [...] Pero impulsado por mis aficiones, me reafirmé en mi propósito y me puse a estudiar enseguida lo que entonces [...] me pareció más característico del elemento de color en Cuba, o sea el misterio de las sociedades secretas de oriundez africana que son supervivientes en nuestra tierra.

En 1906 publiqué mi primer libro, un breve ensayo de investigación elemental acerca de las supervivencias religiosas y mágicas de las culturas africanas en Cuba, tales como eran en realidad y no como eran aquí tenidas [...]

En ese libro introduje el uso del vocablo afrocubano, el cual evita los riesgos de emplear voces de acepciones prejuiciadas y expresaba con exactitud la dualidad originaria de los fenómenos sociales que nos proponíamos estudiar [...]



Este «breve ensayo de investigación elemental» proporcionó al autor la experiencia necesaria para elaborar un método de trabajo que, como sus obras demuestran, aplicaría a lo largo de toda su fecunda carrera.

En enero de 1905, publicaba en Cuba y América:

El estudio positivo del factor negro [...] en la demopsicología cubana, debe partir de la observación de las supervivencias africanas, que asimiladas en diverso grado pueden descubrirse todavía, o han desaparecido ya bajo los últimos estratos de nuestra civilización. Y de estas supervivencias iniciar la observación ascendente de sus elementos determinantes, aislar los genuinamente africanos de otros de distinta raza, y remontar el estudio hasta precisar la localización ultramarina de aquellos y sus manifestaciones en el ambiente originario.

Y más adelante esbozaba la orientación que daría al trabajo investigativo de toda su vida, al inventariar la mayor parte de las supervivencias africanas en Cuba:

Africano es el náñigo, tipo el más curioso de nuestra delincuencia; africana la brujería, que acaso debido a su aspecto semi-religioso, es la supervivencia más tenaz; africanos eran los cabildos, manifestación del carácter localista de los asociados: africanas son algunas características de los bailes usuales; de África se importaron instrumentos musicales, adornos y modas de indumentaria [...] buena parte de nuestro folklore, fiestas como las comparsas del histórico día de reyes y otras carnavalescas, los velorios, ciertas aves como la gallina guinea [...] una contribución notable a la jerga popular, etc.



Siguiendo las pautas trazadas en ese artículo, que consideramos la exposición más sencilla y clara de su método de investigación, Don Fernando reunió a lo largo de su carrera una considerable cantidad de valiosos materiales que abarcan fichas de contenido de libros de autores especializados en el tema, fichas contentivas de sus observaciones personales o de sus puntos de vista sobre determinadas cuestiones, recortes de periódicos y revistas, así como folletos o parte de los mismos.

Estas fichas, unificadas según las necesidades del trabajo en grupos numerados consecutivamente, están reunidas en unidades mayores que reciben una denominación común. De acuerdo con estas denominaciones o epígrafes, nos legó el erudito investigador unas 100 carpetas que constituyen el Fondo Fernando Ortiz del Archivo del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba.

Entre estos epígrafes, ocupa nuestra atención uno de cardinal importancia para todos los estudios del sabio cubano, y que contiene 731 fichas, 47 fotos y 35 recortes de periódicos, revistas y folletos; se trata del denominado por el Dr. Ortiz Arte Negro, a través de cuyo análisis podemos corroborar la afirmación hecha anteriormente sobre su método investigativo.




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Sin embargo, antes de adentrarse en el estudio de estos materiales, es necesario recordar un concepto básico en la obra sociológica de Fernando Ortiz, el cual consideramos constituye uno de sus grandes aportes a las Ciencias Sociales. Se trata del concepto de transculturación.

Como se sabe, Don Fernando lanza este concepto en 1940, cuando publica su obra Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. En aquellos momentos, primaba en los medios etnológicos y sociológicos, sobre todo norteamericanos, el término aculturación (del inglés acculturation), por el cual se quería significar el proceso de tránsito de una cultura a otra y sus repercusiones sociales de todo género.

Para sustituirlo, el estudioso cubano acuña el vocablo transculturación, porque

[...] expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una nueva y distinta cultura, que es lo en rigor indicado por la voz inglesa acculturation, sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una desculturación, y, además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse de neoculturación.



Y continúa expresando una interpretación plenamente dialéctica del proceso, cuando dice:

[...] en todo abrazo de culturas sucede lo que en la cópula genética de los individuos: la criatura siempre tiene algo de ambos progenitores, pero también siempre es distinta de cada uno de los dos. En conjunto, el proceso es una transculturación, y este vocablo comprende todas las fases de su parábola.



La importancia del término fue subrayada, desde su propio lanzamiento, por Bronislaw Malinowski, uno de los principales estudiosos de estos procesos en aquella época y prologuista de la obra del investigador cubano. Decía Malinowski en aquella ocasión, para recalcar lo inadecuado del término aculturación:

La voz «acculturation» contiene todo un conjunto de determinadas e inconvenientes implicaciones etimológicas. Es un vocablo etnocéntrico con una significación moral. El inmigrante tiene que «aculturarse» (to acculturate); así han de hacer también los indígenas, paganos e infieles, bárbaros o salvajes, que gozan del «beneficio» de estar sometidos a nuestra Gran Cultura Occidental [...] El «inculto» ha de recibir los beneficios de «nuestra cultura»; es él quien ha de cambiar para convertirse en uno de nosotros [...] lo esencial del proceso que se quiere significar no es una pasiva adaptación a un standard de cultura fijo y definido. Sin duda, una oleada cualquiera de inmigrantes de Europa en América experimenta cambios en su cultura originaria; pero también provoca un cambio en la matriz de la cultura receptiva.



Y terminaba explicando la corrección del nuevo término propuesto:

Todo cambio de cultura, o como diremos de ahora en lo adelante, toda transculturación, es un proceso en el cual siempre se da algo a cambio de lo que se recibe [...] Es un proceso en el cual ambas partes de la ecuación resultan modificadas. Un proceso en el cual emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; una realidad que no es una aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e independiente. Para describir tal proceso, el vocablo de latinas raíces trans-culturación proporciona un término que no contiene la implicación de una cierta cultura hacia la cual tiene que tender la otra, sino una transición entre dos culturas, ambas activas, ambas contribuyentes con sendos aportes, y ambas cooperantes al advenimiento de una nueva realidad de civilización.



Con esta convicción, pudo afirmar Don Fernando en su fundamental Contrapunteo:

[...] El concepto de la transculturación es cardinal y elementalmente indispensable para comprender la historia de Cuba y, por iguales razones, la de toda la América en general [...]






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De esta forma, partiendo del análisis de la realidad transculturada de la sociedad cubana, el investigador rastrea las supervivencias africanas en nuestra cultura, para ir ascendiendo en la búsqueda de sus elementos determinantes. Búsqueda de lo genuinamente africano para separarlo de lo español, y búsqueda también allí de los posibles factores africanos, tratando simultáneamente de hallar en ambas culturas matrices las manifestaciones originales o primigenias de dichos elementos. Para ello, debió nuestro autor utilizar distintos medios: el principal, la observación y estudio directo de los hábitos, creencias, manifestaciones religiosas y artísticas, modos de vida, etc., de los negros de Cuba.

Que no fue ésta una tarea fácil, nos lo relata el propio Ortiz, al referirse a la reacción provocada por Los negros Brujos:

[...] entre la gente de color el libro no obtuvo sino silencio de disgusto, roto por algunos escritos de manifiesta aún cuando refrenada hostilidad. Para los blancos aquel libro sobre las religiones de los negros no era un estudio descriptivo, sino lectura pintoresca, a veces divertida y hasta con puntos de choteo. A los negros les pareció un trabajo ex profeso contra ellos, pues descubría secretos muy tapados, cosas sacras de ellos reverenciadas y costumbres que, tenidas fuera de su ambiente por bochornosas, podían servir para su menosprecio. Sentí yo esa hostilidad muy de cerca, pero no me arredró.



Ejemplo de dicha hostilidad lo brinda una carta, fechada en La Habana el 17 de febrero de 1935, firmada por «Un tabaquero emigrado revolucionario», y que se encuentra entre los papeles del sabio cubano, bajo el epígrafe Transculturación. En ella leemos:

El ciudadano que tiene el honor de dirigirle esta misiva, es un viejo de los que por la Patria dieron su juventud por tener los mismos derechos que disfruta la raza afortunada; empero hemos llegado a la vejez valiendo menos que los extranjeros. La mala fe de los que se apoderaron de nuestros sacrificios, como fuimos los negros los que dimos el mayor porcentaje en el campo de batalla y como el propósito que tenían era el de hacer lo que han hecho; pero como temían que nuestra actitud se lo impidiera aprisionaron a Cuba por medio de un vergonzoso tratado y un apéndice Constitucional que avergüenza la historia de nuestra libertad sojuzgada por manos blancas. Los motivos, el por qué el que le escribe le dirige esta epístola, es para recordarle de un particular que ahora viene de molde, asunto que Ud. hubo de hacer en los primeros días de la República; después que hicieron todos los creyeron pertinente para podernos acorralar, dieron el espectáculo macabro de la Maya, que ascendieron a casi de 6000 muertos de los que le hicieron patria a los muy felices hermanos mayores. Vosotros se cogieron la Administración del Estado y le cedieron a los españoles las industrias y el comercio y los sacrificados negros que se murieran de hambre.

Y sin agregar las injurias de los escritores como Ud. que escribió un libro titulado Etnología Criminal, diciendo que los negros eran raza criminal [...]



Este interesante documento evidencia, de una parte, el malestar y la inconformidad de aquel sector de nuestra sociedad neocolonial que resultaba doblemente explotado, por proletario y por negro; y de la otra, la gran incomprensión con que fue recibida la obra del autor de El engaño de las razas, al ser interpretado su trabajo como un esfuerzo más de la clase dominante por sojuzgar y denigrar a los discriminados negros. No obstante, continúa narrando Don Fernando:

Pasaron los años y seguí trabajando, escribiendo y publicando sobre temas análogos. Como que no había acritud despectiva alguna en mis análisis y comentarios, sino mera observación de las cosas, explicación de su origen étnico y de su sentido sociológico y humano, y además su comparación con idénticos o análogos fenómenos presentados en el seno de las culturas típicas de los blancos según los tiempos y países, a la hostilidad prejuzgadora que me tenía la gente de color sucedieron después el silencio cauteloso y la actitud indecisa y una respetuosa cortesía, mezcla de timidez de disculpa y demanda de favor. No gustaba que yo publicara esos temas, pero no se me combatía en concreto [...]



Un momento culminante en la labor de conocimiento y divulgación de las culturas negras de Cuba, lo constituyó la disertación que el 30 de mayo de 1936 diera el gran humanista en el Teatro Campoamor, acerca de La Música religiosa de los Yorubas entre los negros cubanos, en el marco de las actividades que entonces realizaba la Institución Hispanocubana de Cultura, fundada por él el 12 de noviembre de 1926 y que durante el Machadato fuera clausurada, sufriendo muchas de sus figuras cimeras, entre ellas el mismo Fernando Ortiz, el exilio o la cárcel política.

Tampoco fue este un fácil empeño. Con su prosa característica, relata el apasionado develador de nuestras raíces africanas:

Para ello tuvimos que convencer a los dioses negros mediante «rogaciones» y «sacrificios», renuentes como estaban a las tentativas de la simonía, y aquellos nos favorecieron con la permisión de que, en ambientes profanos y para fines de cultura, pudiesen sonar los sacros tambores y cantarse algunos bellos trozos del inmenso himnario lucumí. ¡Gracias sean dadas a Changó, el dios de la música!






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Otro aspecto que se debe destacar del método de trabajo de Fernando Ortiz es su acertada concepción de la interrelación existente entre cultura y sociedad. No cree Don Fernando, con criterio metafísico, que las diversas manifestaciones culturales tengan una vida propia, independiente de las determinantes socio-económicas del medio en que se producen.

Por el contrario, con acertada visión dialéctica, considera que:

[...] el estudio de la música afrocubana, como el de todo hecho social, exige la detenida consideración de los elementos culturales que en ella se refunden. Olvidarlos ha llevado casi siempre inaceptables simplismos, a disparatados criterios y a concebir la historia de la música popular de Cuba como una relación biográfica de músicos y un catálogo cronológico de sus composiciones, sin referencia a los muy complejos factores humanos que la hicieron germinar, crecer y dar frutos diversos según los tiempos, las sustancias que alimentaron sus raíces y las brisas o ráfagas que movieron su follaje.





Pero, para poder apreciar en toda su plenitud el método de análisis sociológico de Don Fernando, mejor es ilustrarlo con un fragmento en el cual polemiza sobre el significado real del término «mala vida» que, en los inicios de su carrera, aplicara con relación al negro cubano. Veamos:

[...] Con frase que alguien, de inteligencia desviada, calificó de injusta, dijimos hace ya unos treinta años, casi en otra vida, que el negro al ser arrancado del África y precipitado en la sociedad colonial de esclavitud y explotación y, sobretodo, de psicológica y económica diferenciación a la de su originaria procedencia, había entrado en masa en «la mala vida»; es decir en una vida conceptuada como «no buena» y marcada por el apartamiento y la inferioridad social, impuestos por los elementos dominadores; o sea en esa «mala vida» que la ideología imperante en cada época y pueblo define, desde lo alto de su posición ordenadora, como «mala» porque no es la misma de los dominantes, quienes por sí definen la suya como la buena y normativa. El blanco y el negro chocaron; sus lenguajes, sus artes, sus morales, sus religiones, sus familias, sus costumbres, sus ideas, sus trabajos y sus economías eran, dentro de la esencial humanidad común, radicalmente distintas. Uno dominó al otro por el histórico avance evolutivo de sus posiciones y técnicas y clavó al otro en una conceptuación de «mala vida». La religión del dominado se tuvo por ridícula y diabólica; su lenguaje era «un ruido, no una voz»; su arte, risible; su moral, abominable; su familia, desvinculada; su costumbre, sin derecho; su ideación, absurda; su economía, ineficaz [...] Al negro, como al indio que lo antecedió en la subyugación social, hubo teólogo que lo declaró «sin alma humana». Sólo le fueron reconocidos su potente aparato muscular de trabajo y su jocundidad anestesiante. Luego el negro salió de la esclavitud y entró en el proletariado. Su posición jurídica cambió, pero no la supeditación de su «mala vida». Y desde 1886, cuando acabó en Cuba el último vestigio jurídico de esclavitud, sigue el negro luchando por su libertad, con las demás libertades, por todas las libertades.



He aquí, dicha con otras palabras, sin la claridad conceptual marxista del genial forjador del Gran Octubre, y enfocada desde un ángulo de implicaciones raciales -inesquivable, por otra parte, en la sociedad cubana colonial y neocolonial- la teoría leninista de las dos culturas: la de la clase dominante y la de la clase dominada.




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La búsqueda de las raíces, tanto africanas como ibéricas, de la cultura cubana la hizo Don Fernando, fundamentalmente en el primer caso, a través del estudio de una amplísima bibliografía.

El sabio cubano nunca visitó el continente africano; no tuvo oportunidad de investigar sobre el terreno las fuentes primigenias de donde brotaron los manantiales de la cultura de un país que, con toda razón, el Cdte. Fidel Castro llamara Latino-Africano. En cambio, para suplir esta ausencia, el Dr. Ortiz confeccionó miles de fichas de contenido de las obras de exploradores, investigadores, arqueólogos, etnólogos, sociólogos, periodistas y antropólogos. No escapó a su pesquisa casi ningún africanista, antiguo o moderno, de habla inglesa o francesa, portuguesa, italiana o alemana, tanto en sus idiomas maternos como en traducciones. Realizó el estudio minucioso de sus descripciones, dibujos, fotografías; comparó criterios, contrapuso opiniones; estuvo de acuerdo, disintió; y extrajo de ese material múltiple y variado, un conocimiento de las culturas africanas, sobre todo de aquellas en más íntima relación con las naciones de los negros traídos a Cuba por la trata, que difícilmente hubiera podido superar el conocimiento directo de las mismas.

Y decimos esto, porque el amplísimo campo que abarcó el interés del sabio cubano desde el punto de vista meramente geográfico -de hecho toda la llamada «África Negra»- le hubiera exigido, para el estudio de campo del mismo, la especialización en una cultura, en un país, y no la amplia visión de conjunto que él necesitaba. Porque, no debemos olvidarlo, el objetivo del estudio de Don Fernando era Cuba, no África. En la Patria sí realiza el investigador un profundo y detallado estudio de campo; desentierra y devela las supervivencias africanas en ritos, bailes, cantos, instrumentos musicales, música, adornos, lenguaje, platos típicos de nuestra cocina, etc. Y precisamente, para demostrar su oriundez africana, es que necesita un amplísimo conocimiento de las culturas del continente negro; conocimiento que, quizás, toda una vida de exploraciones personales no hubiera bastado para proporcionarle.

La otra fuente de nuestra cultura nacional, España, también fue objeto de estudio por parte del eminente investigador cubano. En este caso, en búsqueda, también, de la posible influencia africana; ya que, como se sabe:

[...] en la Península Ibérica hubo millares de «morenos» y «pardos» mucho antes que en América y allí resonaba ya la música africana cuando Colón no había nacido [...]



De esta bibliografía, hace el Dr. Ortiz una amplia utilización en sus obras, cuajadas de citas. Quizás respondiendo a una crítica, explicaba en sus Preludios étnicos de la música afrocubana:

Ciertos aspectos de este estudio estarán para algunos algo «sobretrabajados» [...] y con páginas demasiado rellenas de datos y opiniones ajenas. De esta manera el lector podrá hallar en nuestra monografía mejores sustancias y sabores que los de nuestra casera elaboración [...] Mas no ha sido éste el principal propósito que nos ha guiado, sino el de proporcionar a nuestros compatriotas, los cubanos, y en general a los lectores hispanoparlantes, la traducción y síntesis de ideas contemporáneas fundamentales para el conocimiento histórico y social de nuestra música, las cuales rara vez son traducidas y puestas al alcance de estos pueblos, -tan necesitados como están de reafirmar la confianza en sí mismos, en sus genuinos valores y en sus positivas capacidades, y de ir perdiendo esos que hoy suelen con razón denominarse «complejos coloniales», que con frecuencia menguan sus energías colectivas. Quizás nuestro claro propósito sea sobradamente ambicioso; pero nos sentimos obligados en todos nuestros trabajos a no prescindir de su posible función didáctica entre nuestra gente.






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Otro aspecto del método de trabajo del Dr. Ortiz, íntimamente relacionado con el anterior, lo constituye la búsqueda de las supervivencias africanas en las culturas de los pueblos de América que, como el nuestro, recibieron en sus venas la inyección de sangre negra proporcionada por la esclavitud.

De esta forma, estudia y analiza con sumo cuidado las obras dedicadas, principalmente, a Haití y a Brasil -casos extremos que le interesan, el uno por la ausencia casi total de otras supervivencias que no sean las relacionadas directamente con los ritos religiosos; el otro, por el contrario, por el extraordinario florecimiento de la escultura de raíz fundamentalmente Yoruba- aunque también acopia materiales relativos a la actividad artístico-artesanal de los negros en Argentina, Venezuela, Panamá, etc.

De extraordinario interés resulta para el investigador cubano el desarrollo de las manifestaciones culturales de los negros en los Estados Unidos, y acopia materiales relacionados con sus costumbres, sus trabajos de herrería y, fundamentalmente, con su música. Nunca pierde de vista Don Fernando la «nación» africana de donde proceden las manifestaciones culturales que estudia en cada país, para luego compararlas con las que encuentra en Cuba y que tienen idéntico origen.

Simultáneamente, describe con gran minuciosidad aquellos aspectos rituales que encuentra en nuestro país y que no ha hallado reseñados en otra parte de América o África, con el fin de que sirvan de punto de comparación a investigadores extranjeros.

Buen ejemplo de lo señalado, es el siguiente:

No existe, que sepamos, una descripción de las danzas religiosas de los Yorubas en África, las cuales se estiman como las de mejor arte en su género. Por esto daremos una relación de las principales que se ejecutan en Cuba con la liturgia danzaria de dicho grupo étnico, y así podrán un día ser comparadas con las de allende.






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Para demostrar la oriundez de un rito, instrumento o costumbre, se valía Don Fernando de un método que puede apreciarse a plenitud, por ejemplo, en su trabajo La clave xilofónica de la música cubana; ensayo etnográfico, publicado en 1935, o también en los Preludios étnicos de la música afrocubana. Consiste éste en partir de la demostración de las influencias que pudo haber habido, pero no hubo -es decir, trabajar por eliminación- para terminar demostrando las que sí se produjeron.

En el caso concreto de la música cubana, comienza por señalar las cuatro corrientes étnicas que tuvieron posibilidades de influir culturalmente sobre la misma:

En la música de Cuba han podido confluir cuatro corrientes étnicas, que grosso modo pueden denominarse india, europea, africana y asiática [...] Las culturas indias son las de los aborígenes, cobrizos o «bermejos», como dijeron los cronistas, quienes habitaban en Cuba antes del arribo de Cristóbal Colón y que se redujeron rápidamente hasta desaparecer en el siglo XVI. Las culturas europeas o blancas son las de los descubridores que llegaron con Colón, de los conquistadores y de sus seguidores que hicieron el poblamiento y le dieron a Cuba su característica troncalidad. Las culturas africanas o negras son las de las gentes «de color» que inmigraron en Cuba, como esclavos, horros o ingenuos, procedentes de África. Todavía pudiera citarse cierta cultura amarilla o sínica.



Después de demostrar la escasa y casi inadvertida influencia musical de la cultura sínica en Cuba, pasa a explicar la ausencia de elementos indios en la música cubana, para -tras eliminar estos dos elementos- concluir:

Para estudiar la música de Cuba, especialmente la afrocubana, habrá, pues, que comenzar apreciando las características de las músicas blancas y negras [...]



Las características que estudiaba el Dr. Ortiz no eran sólo -ni siquiera principalmente- de tipo formal, sino, en gran medida, características de orden social.

Con gran sentido histórico y sociológico, el científico cubano estudia con fundamental interés las condiciones sociales en que se producen las manifestaciones culturales, tanto en Cuba como en África o el resto de América. Y en nuestro continente, tiene siempre presente la esclavitud y su secuela: la discriminación, tanto racial como cultural.

De la primera afirmación, sirvan de ejemplo sus palabras en el Lyceum de la Habana, el 23 de julio de 1934:

En la gran tragedia histórica de todas las razas subyugadas [...] uno de los sufrimientos más crueles ha tenido que ser el de tener con frecuencia que negarse a sí mismos para poder pasar y sobrevivir, el de esconder el alma en lo más recóndito de una caverna de conducta hecha de forzadas hipocresías, de defensivos mimetismos, de dolorosísimas renunciaciones. En Cuba los negros tuvieron que abstenerse, aceptando, a la vez. de grado y de fuerza, la posición distinta que el sojuzgamiento les señaló en la estratificación social que los explotaba. [...] Sin duda, uno de los obstáculos más resistentes, por la enorme presión social que ello ha significado, ha debido de ser la resistencia despreciativa del blanco, debida en parte a los ancestrales prejuicios étnicos, reforzados por privilegios económicos, y a las injustas infatuaciones de castas linajudas, tanto más presuntuosas cuanto más mentidas e improvisadas.

Estoy muy lejos de afirmar que esta situación de discriminaciones sociales haya pasado. Cuánta hondura tiene aún en nuestra constitución popular, está dicho por esas concentraciones sociales que existen en algunas de nuestras ciudades, en cuyos exclusivos salones, con caracterizados separatismos raciales, sólo entran blancos en unos, negros en otros, y mulatos entrecriados en los demás [...]



En cuanto a la segunda, ese mismo día comentaba:

Todo al afrocubano le fue negado. Cuando nos daba ese tesoro inefable de su música que desde el siglo XVI ha enlazado tres continentes desde el vértice de la Habana, la Sevilla de las Indias, la musicografía presuntuosa le negaba africanidad hasta a las típicas e indómitas sincopaciones de sus propias danzas. Y se le atribuían al indígena ciboney cadencias y melodías que jamás tuvo, y se calificaban como areítos indios de libertad, simples cantos africanoides de esclavitud.

Lo mismo en el lenguaje. Cuando en nuestra a la vernácula se encontraban vocablos de fonismos exóticos, eran inconsideradamente atribuidos a los indios, porque parecía poco patriótico admitir que hablábamos a veces con voces de los negros esclavos.



En África, muestra un marcado interés por el condicionamiento social de las manifestaciones superestructurales de los diversos pueblos del continente negro. Busca la explicación social del surgimiento del arte, íntimamente vinculado a la religión, del diverso grado de desarrollo que aquél alcanza en las distintas civilizaciones africanas; de su florecimiento y decadencia, eslabonada ésta con la presencia destructora del conquistador europeo en el continente africano.

Interesa también, al eminente científico, la influencia que el llamado «Arte Negro» ha ejercido sobre las artes plásticas contemporáneas, y busca -también aquí- la explicación histórica en el redescubrimiento del África a partir del último cuarto del siglo XIX, cuando el imperialismo naciente iniciara el reparto del mundo, lanzándose con feroz codicia sobre el riquísimo suelo virgen del gigante africano.

Todo esto encontramos entre los materiales agrupados por Fernando Ortiz bajo el epígrafe Arte Negro. Al terminar su lectura, se ha formado ante nosotros la imagen de las características formales, origen, evolución y decadencia del arte del África Negra, así como el esbozo de la historia de algunos de los pueblos del África Occidental; de la influencia de su arte sobre el vanguardista contemporáneo; de su transculturación en América en general, y en Cuba en particular.

A continuación se ofrece la bibliografía que utilizara el Dr. Ortiz bajo este epígrafe. Todas las obras relacionadas se encuentran en la Biblioteca Nacional «José Martí», identificadas con la sigla BN; en la Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística, (ILL); y en el Archivo de este Instituto, Fondo Fernando Ortiz, (AFO).

Este trabajo constituye el primero de una serie que, al dar a conocer la bibliografía estudiada por el eminente científico cubano en cada uno de los epígrafes de su archivo, contribuirá a divulgar y facilitar el estudio de su extensa y valiosa obra.






ArribaBibliografía utilizada por el Dr. Fernando Ortiz

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