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El retorno, novela escrita en Roma, está dedicada por Pablo de la Fuente «A Simonette», su viuda italiana, a quien agradezco su generosa colaboración con nuestro Grupo de Estudios del Exilio Literario (GEXEL) al regalarnos un ejemplar de todos los libros del escritor, que se encuentran en la Biblioteca d'Humanitats de la Universitat Autònoma de Barcelona.

 

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A Enrique Durán, en su primer paseo por Madrid, «le molestó ver el rincón del arco de Cuchilleros dedicado al turismo, con restaurantes típicos en los que encontraba esa flamenquería de folleto de agencia de viajes (FUENTE, Pablo de la, El retorno, México, Joaquín Mortiz, 1969, p. 9). A partir de este momento, y por razones de espacio, citaré las referencias a la novela no a pie de página sino entre corchetes en el propio texto, con indicación de la abreviatura ER, dos puntos y la página o páginas correspondientes. Así, en este caso: [ER: 9].

 

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«La más fascinada por estos relatos era Nieves, para quien los que andaban desterrados eran héroes de leyenda y América un mundo imaginario. [...] Nieves tenía aún la tendencia a idealizar las cosas y convertir en seres extraordinarios a todos los que seguían debatiéndose contra su destino en tierras lejanas» (ob. cit., pp. 59-60).

 

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«Enrique se sorprendió diciendo antes de pensarlo:

-No os vayáis de aquí, ojalá yo no me hubiera ido nunca.

Ricardo abrió desmesuradamente los ojos.

-Pero, hombre, ¿tú sabes lo que dices?, ¿tú sabes lo que ha sido esto? Yo, ahora, ya no estoy para andanzas, por la salud y por la edad, pero si entonces... ¡vamos! Pero hombre, ¡qué disparates se dicen!

Paloma apretaba los labios mientras hablaba Ricardo. Cuando terminó éste, mirando a Enrique con aire despectivo dijo:

-Está bien eso de venir aquí después de haberse pasado toda la posguerra fuera a decirnos que "hemos tenido la suerte" de estar en España en lugar de trotar mundos viviendo sin miserias» (ob. cit., pp. 41-42).

 

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«Enrique pasó a su lado y la sonrió. Ella le puso una mano en la espalda como gesto de amistad y para que comprendiera que no le guardaba rencor por lo dicho antes» (ob. cit., p. 44).

 

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«Lo peor era sentirse andar sin cuerpo, siendo un resucitado a quien nadie ve pasar. Se identificaba así con el personaje de aquellos sueños de emigrado, cuando se veía por Madrid, casi siempre en una Gran Vía convertida en hermosa avenida comercial moderna, con escaparates de tres pisos y multitudes apresuradas. Se sentía como un intruso que mira sin ser visto, y comenzaba a temer que la gente se diera cuenta repentinamente de su presencia y le preguntara qué hacía allí, entre un grupo humano al que ya no pertenecía. Y el sueño se borraba para repetirse otras mil veces. Siempre en el mismo lugar y con igual angustia» (ob. cit., p. 39).

 

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Enrique piensa en abrir una librería como forma de concretar su voluntad de integración: «Podría invertir en ella algún dinero y ocupar sus días con preocupaciones absorbentes, hasta integrarse en el medio. El quehacer cotidiano lleva la vida hacia el mañana, no al ayer» (ob. cit., p. 46).

 

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«-El comunismo es el único medio racional para transformar el mundo, pero está fuera del alcance de una mentalidad de boyardos.

-[...] Una revolución de sinceridad que tire a la basura los conceptos que ya no sirven es tan indispensable como purificar el aire de las ciudades y el agua que bebemos» (ob. cit., p. 75).

 

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«-[...] Lo que a mí me vienen a veces [son] ganas de terminar mis asuntos y volverme de una vez al Perú, no a pedir fortuna, sino a dar mi esfuerzo. Me dirás que es literatura, pero lo que es aquí no me entiendo con muchos y terminaré hablando solo por las calles» (ob. cit., p. 76).

 

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En varios momentos el narrador resalta ese miedo de Ricardo. Por ejemplo, cuando Enrique «se interrumpió al observar que Ricardo le hacía gestos para que desconfiara del chófer y no hablase abiertamente» (ob. cit., p. 33), o cuando en la tertulia un asistente ironiza: «-Aquí hay siempre sitio para sentarse. Vienes donde esté Ricardo, hablas mal del régimen y en seguida paga y te deja el asiento» (ob. cit., p. 52).