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Sanz Villanueva afirma que El retorno, de Pablo de la Fuente, es «su novela más ambiciosa», aunque «seguramente adolece la novela de propender a lo discursivo en dos frentes principales: el recuento de las inveteradas peculiaridades del carácter sociopolítico del español y el análisis, en exceso reiterativo, del sentimiento de desarraigo producido por el exilio. De construcción es el libro más satisfactorio de entre los de Pablo de la Fuente, aunque el estilo sigue pecando de falta de naturalidad» (ob. cit., p. 163).

 

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El protagonista aduce que el hecho de ser una mujer la destinataria de su carta favorece la sinceridad, porque «el pudor masculino está tejido en la más tupida hipocresía» (ob. cit., p. 104).

 

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He estudiado «El retorno en la narrativa del exilio republicano español de 1939», ponencia que se incluye en AA. VV., Os escritores do exilio republicano. Actas do Congreso Internacional celebrado na Universidade de Santiago de Compostela, 1999, edición de Xosé Luis Axeitos y Charo Portela Yáñez, tomo I de la obra colectiva Sesenta años después (Sada: Ediciós do Castro, 1999, pp. 181-199), en donde analizo «El regreso», de Francisco Ayala; «El retorno», de Segundo Serrano Poncela, y «El remate» y La gallina ciega, de Max Aub.

 

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Maryse BERTRAND DE MUÑOZ, quien ha estudiado el tema de «El ansiado retorno en la novelística española de posguerra», Hispania, 82 (mayo de 1999), pp. 190-200, afirma que el protagonista de El retorno «se integra finalmente en su país, creyendo que lo único que puede hacer por España es estar allí. Las palabras y frases sencillas, los abundantes diálogos, las frecuentes analepsis a la guerra y al exilio, todo ello en un tono sereno y analítico, crea un ambiente muy distinto al de las otras obras estudiadas hasta aquí» (ob. cit., pp. 195-196). Enrique Durán contradice, por tanto, la idea expresada por José Luis Ponce de León en el sentido de que, «en la literatura del exilio, el destierro se ha convertido en un castillo de irás y no volverás» (ápud ob. cit., p. 196).

 

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«Le irritaba el ambiente de los emigrados. La tragedia de la derrota acentuó su dispersión; trajeron pocos haberes y mucho resentimiento. Las culpas del desastre se las peloteaban unos a otros con rencor y violencia (ob. cit., p. 106). Y poco después el narrador apostilla: «Enrique recordó las polémicas políticas de la emigración y la parálisis y agotamiento a que condujeron» (ob. cit., p. 133).

 

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«... Seguramente muchos escritores tendrían sus mejores obras ocultas en los cajones del escritorio. Como Ricardo, se opondrían sin duda a una publicación prematura o en el extranjero. Gerardo le había dicho que confiaba en que pronto se haría oír la España del silencio» (ob. cit., p. 168).

 

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«Mejor sería conservar la fuerte impresión de su silueta, diminuta en la distancia, la mano siempre alzada en saludo, como la vio por última vez desde la ventanilla trasera del auto que le llevaría a Valencia» (ob. cit., p. 189).

 

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Probablemente este personaje sea clave literaria del exiliado Antonio SORIANO, editor y dueño de la Librería Española de París (rue de Seine 72), autor de, por ejemplo, Éxodos. Historia oral del exilio republicano en Francia, 1939-1945, Barcelona, Editorial Crítica, 1989.

 

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«-[...] Es tremendo: por el hecho de vivir fuera de tu patria te conviertes, o te convierten, en un símbolo. Lo que haces o lo que dices no lo hace ni lo dice un tal Enrique Durán, sino un expatriado español que ha de ajustarse a un cierto prototipo. Mis amigos de Madrid, vivan a gusto o a disgusto, con temor o sin él, son más auténticos» (ob. cit., p. 225).

 

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«Salieron los dos del teatro. Hacía una tarde de sol y marcharon despacio, del brazo, muy contento Ignacio de que la belleza de Ely hiciera volver la cara a más de uno» (ob. cit., p. 214).