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Tomás Borras, «Eslava. El corregidor y la molinera», La Tribuna (8-IV-1917), citado por Rubio Jiménez, art. cit., pp. 213-214.
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María Martínez Sierra, Gregorio y yo, ob. cit., p. 115.
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Ibídem, p. 145.
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No es ésta la única ocasión que en su producción teatral aparece la figura del gitano, como recuerda Serge Salaün, «llamado "húngaro" en Por el sendero florido, "cíngaro" o "bohemio" en otras partes, etiquetas que les exime de toda referencia social o etnológica (el rechazo al realismo siempre). No cabe duda de que el gitano (el flamenco, lo andaluz agitanado) es la representación hispánica de un universo mítico y exótico, la materia nacional más inmediata para evocar el sueño, la evasión, la distancia con la realidad vulgar» (Serge Salaün, «Introducción» a su edición de Gregorio Martínez Sierra, Teatro de ensueño. La intrusa (de Maurice Maeterlinck, en versión de G. Martínez Sierra), Madrid, Biblioteca Nueva, 1999, pp. 84-85). Recordemos, asimismo, que en su obra Don Juan de España (1921) se incluye en el acto VI una «zambra gitana» destinada a ser musicada por Manuel de Falla, pues «nadie puede hacer mejor que V. la música inmoral, endemoniada y trágica que le haría falta» (véase el artículo de Laura Dolfi, «Falla y el Don Juan de España (1921) de Martínez Sierra», en Ana Sofía Pérez -Bustamante (ed.), Don Juan Tenorio en la España del siglo XX. Literatura y cine, Madrid, Cátedra, 1998, pp. 95-127).
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El Juez queda prácticamente descartado como rival amoroso de los otros dos, en su condición de personaje digno y positivo, a pesar de su flaqueza ante la gitana: él será quien aconseje prudencia al Alcalde ante las consecuencias que la negación del «milagro» puede acarrear y quien saque de su cartera los treinta duros con que se soluciona el conflicto. Con todo, no deja de abrigar la inconfesable esperanza de librarse de su rival y conseguir el amor de la gitana tras dejar a Manuel en libertad, actitud que en cierto modo le vuelve a emparejar con Pepe el Feo:
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Manuel responde, casi siempre, al tópico de su raza: pobre, sin trabajo, «perezoso como buen gitano», analfabeto, aunque en alguna ocasión se rebele, como cuando le dice a la guardesa de la ermita: «¡No soy gitano de la buena ventura! ¡Soy persona desente y cristiano viejo!». La reacción de la multitud ante la noticia del robo también responde a los prejuicios contra la etnia gitana: «¡Gitano maldito!», grita la guardesa al percatarse del robo; «... un ladrón... un maldito gitano» explica a la gente, haciendo hincapié varias veces en su condición de gitano, acusación que repetirá la gente con matiz peyorativo antes de creer en el milagro: «¡Criminal! ¡Embustero! ¡Ladrón!».
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Así en el original, aunque en la carta que envía a su familia María se refiere a una «colaboradora» que se oculta bajo el pseudónimo de «Pedro de Massó», cuya identidad no hemos logrado descifrar.
Transcribimos la obra siguiendo fielmente el original conservado en el archivo familiar en Madrid, del que sólo cambiamos alguna errata ortográfica evidente. Añadimos también el doble signo de exclamación y de interrogación, que en el original suele aparecer sólo al final. En cuanto a las peculiaridades con que la autora intenta transcribir el lenguaje gitano y popular, las respetamos siempre, sin indicaciones especiales ni cursivas.
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El número de registro no aparece en la copia mecanografiada que hemos consultado, probablemente porque aún estaba pendiente de aprobación a la hora de realizarla.
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Evidente galicismo: debe leerse «quinta».
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LEJEUNE, P., Le pacte autobiographique. París, Klinesieck, 1980, pág. 72.