Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice
Abajo

El humor en la literatura y en la vida [Fragmento]

Adolfo Bioy Casares





La inteligencia, con la ayuda del tiempo, suele transformar la ira, el rencor o la congoja, en humorismo. Aunque hoy nadie se declare desprovisto del sentido del humor, los que miran con desagrado el humorismo no son pocos. En su fuero interno, buena parte de la sociedad tiene la convicción de que sobre ciertas cosas no se toleran bromas. A muchos, el humorista, sobre todo el satírico, les altera el estado de ánimo. «El mundo no es perfecto, pero prefiero que no me lo recuerden», asegura esa gente, y envidia a los necios «porque a ellos les está permitida la felicidad».

Desde luego hay humoristas que fomentan la irritación contra el humorismo. Son los de fuego graneado, de broma sobre broma. Las mujeres tienen poca paciencia con ellos; yo también.

En mi aprendizaje -qué digo, toda la vida es aprendizaje-, en mi juventud, arruiné algunos textos por la superposición de bromas. Una amiga, docta en psicoanálisis, me previno: «El humorismo enfría. Interpone primero una distancia entre el autor y la situación y después entre la situación y el lector». Tal vez alguna verdad haya en esto. Para peor, la intensidad es una de las más raras virtudes en literatura. No muy importante, pero rara.

Italo Svevo, minutos antes de morir, pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó. Svevo murmuró: «Sería el último». No dijo esto patéticamente, sino como la continuación de una vieja broma; una invitación a reír como siempre de sus reiteradas resoluciones de abandonar el tabaco. Al referir al hecho, el poeta Humberto Saba observó que el humorismo es la más alta forma de la cortesía.





Indice