El hundimiento del Potemkin. Cinema de vanguardia y debate moral en la prensa tinerfeña de los meses anteriores a la Guerra Civil
Domingo Sola Antequera
El propósito originario de esta comunicación consistía en analizar la aceptación, en prensa y público, que había tenido durante los meses que precedieron a nuestra Guerra Civil en la provincia de Santa Cruz de Tenerife el cine de vanguardia -básicamente las obras-mito de Eisenstein y Buñuel, El acorazado Potemkin y La edad de oro, puesto que fueron las únicas exhibidas durante esos días-; ya que Fernando G. Martín lo había hecho para el seno de la vanguardia isleña, sobre todo atendiendo al colectivo de Gaceta de Arte. El acercamiento sería insuficiente, entre otras cosas por la escasa información que al respecto ofrecen los periódicos locales, si no incluyéramos como parte del mismo el análisis de uno de los temas de debate más frecuentes durante ese año y los que le precedieron, el de la moralidad en el cine.
El cine ruso fue, junto a las obras de los surrealistas europeos, el preferido por los miembros de la vanguardia canaria, con anterioridad incluso al nacimiento en 1932 de Gaceta de Arte. En él veían no sólo las extraordinarias posibilidades del nuevo arte, que en definitiva parecía ser lo de menos, sino la capacidad de estos films para ser símbolo y expresión del cambio social que tanto deseaban.
Así, en febrero de 1931 Ernesto Pestana Nóbrega valoraba la obra desde un punto de vista histórico-social, desestimando todos los valores formales que tan importantes son en el cine de Eisenstein. Hace también hincapié en la peculiar censura republicana, que mientras permitía la edición del libro documental de F. Slang prohibía su versión cinematográfica. «El Estado español conoce muy bien la situación cultural de la nación -ha podido ir viviendo de la incultura nacional-, y no ha encontrado peligro en que el marinero de la portada asome su rostro y dé su grito sin voz a la mayoría transeúnte que no será lectora de este libro»1.
Postura similar mantiene desde las páginas de Gaceta de Arte uno de sus cofundadores, Domingo López Torres, en un artículo defendiendo el teatro proletario de Erwin Piscator frente al burgués de Max Reinhardt. Lo importante era concebir el arte al servicio del pueblo, por ello era prioritario el dramatismo épico de Piscator que el espectáculo total, integrador -y burgués- de Reinhardt, a pesar de que las influencias del segundo en la vanguardia alemana, en directores como Murnau, Wegener, Leni o Lubitsch fuera fundamental para el desarrollo del cinematógrafo. Este acercamiento ideológico a través del arte lo expresa López Torres de la siguiente manera: «Los artistas se dieron cuenta de que el arte es superficie -forma-; la política profundidad -contenido-. Y que la política -intención- envuelta en una forma artística había de llegar de una manera más rápida y eficaz a las masas que si se le administrase, en la propaganda, de una forma violenta»2. Posturas, en definitiva, muy cercanas a las que tres años después traerán a la isla Bretón y Perét.
La película, a pesar de los ya citados comentarios en prensa, había quedado inédita en la isla, como en casi todo el país. Tendríamos que esperar a las elecciones de 1936, y a la victoria del Frente Popular, con Azaña a la cabeza, para que ésta y otras cintas prohibidas por la monarquía y por la propia República pasaran con normalidad; y en muchos casos sin pena ni gloria, por las pantallas españolas.
El 10 de marzo del 36 se anuncia, por fin, para el día siguiente el pase del film en el Cine Numancia. «El Crucero Potemkin sobrepasa el límite de tensión nerviosa, los momentos desgarradores de los fusilamientos en la gran escalera de Odessa, abrazan nuestro ser con una indignación que es capaz de purificar todo lo que de terror pudo haber luego. (...) Tragedia múltiple, veraz y brutal. (...) Testimonio histórico de las brutalidades de un régimen funesto»3.
La cinta se proyecta en dos sesiones, a las 6:30 y 10:15 de la noche, mientras que a las 8:30 pasa Una de fieras, la famosa parodia de Eduardo García Maroto. Junto con el anuncio de la proyección aparecía una nota que rezaba: «Para estas secciones queda prohibida la entrada a niños, así como a las señoras y señoritas débiles de espíritu»4.
El éxito es tal, por inesperado, que el Numancia continúa con el mismo programa, y por petición popular, para el día siguiente, comunicando en una breve nota de prensa que únicamente en esa sala podrá ser vista la obra, ya que inexcusablemente volverá el día siguiente a la Península. Quizá se obre así por temor a que se produzcan incidentes similares a los ocurridos un año antes cuando se intenta exhibir La edad de oro. Pero también es cierto que diez años de espera para ver la cinta de Eisenstein fueron muchos, máxime cuando el sonoro había sepultado definitivamente al silente. La comparación en este sentido es elocuente, a pesar de que a priori fueran destinadas a públicos diferentes, El acorazado Potemkin dos días en cartel, La verbena de la Paloma, de Benito Perojo y CIFESA, catorce.
Durante esos dos días no se publica ningún artículo de opinión en los periódicos valorando el pase de la misma, sino únicamente pequeños comentarios de carácter publicitario dentro de la cartelera, con la excepción hecha de Gaceta de Tenerife, el diario católico-fascista-reaccionario de la provincia, quien hace campaña obviando durante esas fechas la publicitación de la sala. Un año antes ya habían tenido, periódico y cine, un enfrentamiento bastante fuerte a causa del pase, que nunca fue posible, de La edad de oro.
La película rusa tendría a la larga consecuencias negativas para Benigno Ramos, el propietario del cine, ya que como sabemos por Manuel de Paz5, fue purgado por «masón izquierdista». Denunciado anónimamente por alguien bajo el seudónimo de Antonio Alezo, para quien Ramos «se venía dedicando a la propaganda y manejos extremistas entre los obreros de la CNT, a cuya Federación prestaba y seguramente sigue prestando sus servicios profesionales gratuitamente. (...) Había coayudado a la proyección de la película rusa de propaganda soviética El acorazado Potemkin, que representaba con toda su crueldad y repugnancia la sublevación de la marinería de guerra rusa contra su oficialidad», comparando escenas con algunas similares que padecieron en la armada española6.
Dentro de una órbita similar -cine social- se anuncia el comienzo del rodaje de un nuevo film de Pudovkin, El más afortunado, sobre una expedición a las regiones antárticas; ya bajo la rígida tutela del stalinismo7. Mientras que se recoge un breve comentario de Paul Rotha halagando las nuevas técnicas del documental, especialmente a Pabst y su «Carbón Kameradschaft, ejemplo de cintas semidocumentales»; donde lo importante era conseguir un híbrido de gran dramatismo cercano al docudrama8. Lo paradójico es que ambos comentarios aparecen en la reaccionaria Gaceta de Tenerife; diario que unos meses después en un artículo de César Alcolea llamado «Comunismo y variete», descarga y ridiculiza el hecho de que Pasionaria presentara a Azaña un grupo de artistas circenses y de variedades que exigían mejoras laborales, aduciendo que «el circo y las variedades son el espectáculo más burgués que existe, ya que el cine o el teatro sí pueden ser revolucionarios»9.
A pesar de ello hay cierta sensibilización popular ante la grave crisis económica que atravesaba el país, y así CIFESA ofrece sus películas gratuitamente para que sean proyectadas en diferentes días por las distintas salas de la isla -Gran Canaria- para de esta manera contribuir con la recaudación al sostenimiento del paro obrero. Desde Tenerife se pide que estas funciones tengan continuidad. «Loable es esta iniciativa y mucho más nos había de congratular si fuese aplicada en nuestra capital, donde el problema de la desocupación no cede su triste preferencia a ninguna otra población»10. Aunque este tipo de programas, sin tanta cobertura ni apoyo de grandes empresas, solía ser frecuente para otras causas, como por ejemplo «pro extensión universitaria»; o bien matinees con entrada gratis para niños pobres. Era un forma evidente de «limosna burguesa»11.
Únicamente, durante estos meses, vamos a encontrarnos una clara denuncia contra este orden de cosas; ésta vendrá de boca de H. G. Wells en una entrevista firmada por W. Jennings, en la que vaticina la 2.ª Gran guerra como la que «destruirá la civilización (...) portando destrucción y estableciendo totalitarismos». Estaba en lo cierto12.
Si la expectación fue más o menos importante para ver la cinta rusa, lo fue mucho menor para la surrealista. La película había protagonizado el año anterior -1935- uno de los mayores escándalos de toda la censura republicana. Como de todos es sabido, se quiso proyectar como colofón a la Exposición Surrealista 13celebrada por el Ateneo de Santa Cruz de Tenerife, con la colaboración de los miembros de Gaceta de Arte, del 14 al 21 de mayo. Fue imposible por la violenta campaña en contra llevada a cabo por las fuerzas vivas de la ciudad -damas católicas, Gaceta de Tenerife, ...- que presionaron al gobernador civil, Sr. Malboysson, para que prohibiera su exhibición.
La campaña de Gaceta de Tenerife fue furibunda, llegando a decir cosas como: «La Edad de Oro está plagada de profanaciones estilo soviético. Aparecen figuras de la Pasión en escenas mundanales, antros de prostíbulo, ridiculizando a Jesucristo de una manera no conocida hasta la fecha. Es un verdadero alarde de herejía, un refinamiento brutal y salvaje, inconcebible e inadmisible para toda persona medianamente culta que no haya caído en la sima de la degeneración espiritual, (...) ¿Puede darse en Santa Cruz de Tenerife un caso más bárbaro de ofensa al pueblo? ¿Es esa la misión del Ateneo y de Gaceta de Arte? ¡Aportación que hacemos -dicen- a la cultura de la isla!14.
Del otro lado, Agustín Espinosa y Eduardo Westerdahl escribían unos días antes defendiendo los valores de la película. El texto del segundo es preclaro, relacionando la crisis de valores con la crisis mundial y entresacando el sentido de la película: «El mundo está en ruinas. Nuestro tiempo ha puesto en circulación esta palabra: Crisis. Un mundo en crisis es un mundo perdido. Para salvarlo es necesario destruir todos sus prejuicios, todas sus mentiras. Tras la destrucción el hombre será libre y obedecerá solamente a su propia personalidad. Será entonces el más hermoso amanecer de la vida»15. De todas formas, el hecho cinematográfico para los miembros de Gaceta de Arte sólo funcionaba como transmisor ideológico, teórico y pedagógico, de su visión reduccionista, como vanguardia, del mundo, el arte y la política -el caso del texto de López Torres sobre Erwin Piscator lo pone en evidencia-.
Entre los objetivos del católico diario estuvo Benigno Ramos, quien no tuvo más remedio que defenderse de los ataques a su persona y a su cine, afirmando que por su local solo pasaban películas que habían sido previamente autorizadas por la censura, sin tener en cuenta la moral determinada de cada espectador16.
El escándalo terminó con la prohibición definitiva por el Sr. Malboysson, y con un «Manifiesto de Gaceta de Arte» contra Gaceta de Tenerife, firmado por todos ellos a excepción de Emeterio Gutiérrez Albelo, del que entresacamos el siguiente párrafo que deja bien clara la posición de la revista: «Que la no proyección de La Edad de Oro significa el triunfo del más bajo clericalismo reaccionario sobre la libertad de expresión artística, una agresión que hemos de entender no es sólo a un hecho cultural determinado, sino a cuanto evidencie independencia de criterio, agresión que se viene repitiendo sistemáticamente contra cuantos no se doblegan a las exigencias de los que nunca han representado nada en la vida insular»17.
Evidentemente, después de todo esto, como señala Fernando G. Martín, Gaceta de Tenerife obvió la programación del Cine Numancia durante casi un año.
Once meses después la película se podrá ver por fin en la isla, los días 20 y 21 de mayo en Cinelandia, y el 23 del mismo mes en el Cine Toscal18. En ambos cines se presenta en una sola sesión, esperando que creara la suficiente expectación: «Por el carácter de esta cinta, que señala hondos problemas psicológicos, y por asumir un lugar de excepción entre la producción cinematográfica acostumbrada, se espera una concurrencia numerosa a la función de mañana en Cinelandia. La cinta se presenta como una aportación documental a la moderna psicología, dentro de un ambiente de formas poéticas, y en donde se valoran la teoría de los actos reprimidos de Freud, los complejos colectivos de Jung y la moral sexual natural de Ehrenfels»19.
La publicidad que aparece durante su proyección en el Cine Toscal parece inspirada por Westerdahl: «Estreno del magnífico documental surrealista. Película que pone de relieve el estado de corrupción actual, por lo que se previene de ello a las personas de espíritu conformista. ¡No deje de asistir a esta grandiosa película!». La dirección del local incluye una nota aconsejando a «todas aquellas personas de sentimientos religiosos y espíritu conformista -de nuevo-, precaución ante esta película»20.
La película, igual que ocurrió con la proyección de El acorazado Potemkin, no tuvo ninguna repercusión, en forma de artículo de opinión, en la prensa tinerfeña. Y de nuevo, Gaceta de Tenerife volvió a obviar su pase y publicitación, aunque no deja de ser sorprendente que en un momento de concienciación y filiación política tan fuerte, y este era uno de los periódicos más militantes, no hubiera ninguna descarga en las diferentes secciones del matutino. Parecía que el Frente Popular había tapado la boca a todos los que el año anterior tanto tenían que decir, y que el cine ya no era un claro agente de transformación social21. Sobre todo para un periódico que proclama: «¡NO OS LAMENTÉIS! Si la masonería triunfa y domina. Si los espectáculos son cada día más inmorales. Si las costumbres se depravan. Si el patriotismo se sustituye por el egoísmo. Si España corre a su ruina. Nada os lamentéis si nada hacéis por ayudar a la Prensa que ni claudica, ni transige, ni anuncia, ni coopera con nada que sea menos lícito»22.
Los diarios también se hacen eco del otro gran escándalo republicano, siguiendo a Román Gubern, en cuestión cinematográfica. Gaceta de Tenerife y La Prensa destacan las protestas de los estudiantes de Madrid, Sevilla y Lieja contra la proyección de Tu nombre es tentación (The Devil is a woman, Von Sternberg, 1935), exigiendo a la Paramount la inmediata retirada de copias en todo el mundo, ya que la consideran «denigrante para España»23.
Ese mismo año -1930-, Tenerife podrá ver otras obras de interés por distintas razones, y que a excepción de una de ellas, pasaron prácticamente sin hacer ningún ruido. Es el caso de El testamento del Dr. Mabuse, de Fritz Lang, película prohibida por el nazismo, por subversiva; El sueño de una noche de verano, de Reinhardt y Dieterle, maestro y alumno del Deutsche Theater, en su personal visión para Hollywood de la obra shakespeariana, que ya en 1921 habían llevado a los escenarios alemanes; Audoskopis, la primera película sonora en relieve y color; cine documental como la expedición de Byrd al Polo Sur, o como el primer film de la UFA rodado con cámara submarina; y el mismo día del golpe de estado La Kermesse heroica, que pronto quedaría prohibida por el Régimen.
También se destaca el estreno en Las Palmas de Elyssia. En el país de los desnudistas, un curioso film «altamente moral (...) Una película moderna, casi un documental de absoluta moralidad, un canto a la Naturaleza sugestivo y bello», ya que un día después se pasaría en el Cine Parque Recreativo de Santa Cruz24. Por último cabe señalar la premiere londinense de Tiempos modernos, de Chaplin, donde el autor del artículo, un tal Primo Pagano, valora la cinta como un posible film bolchevique: «Un poquito revolucionario sí que lo es, porque, después de todo, ésta fue siempre la tendencia de Charlot en sus obras precedentes»; aunque de mayor interés es el comentario que hace al alquiler que Madrid debe pagar por la cinta, 40.000 duros, por exhibirla un par de semanas, cuando «... con 40.000 duros se sostiene un Teatro diez meses dando de comer a un centenar de familias...! ¡Ah! ¡Tiempos modernos!»25.
Sin duda uno de los debates más interesantes que se mantuvieron durante esos meses fue el de la moralidad en el cine. Debate que ni mucho menos era nuevo, ya que la potencialidad propagandística del medio, su capacidad pedagógica y educativa, y lo influenciable de las edades más jóvenes, hizo que prontamente fuera puesto en tela de juicio. Gregorio Cabrera explica esta cuestión de la siguiente manera: «Un medio como el cine, cuya influencia se extendía a un número cada vez más amplio de espectadores, no podía pasar inadvertido a quienes se preocupaban por mantener muy alta la moralidad de las gentes. (...) La moral se identifica entonces con una forma de vida caracterizada por rasgos de continuidad, que dan a cada persona unas pautas obligadas de comportamiento, a la vez que aseguran el mantenimiento de la estructura social.(...) Incluso quienes defendían el cine como arte llegaron a considerar peligrosa su inmoralidad»26.
Como era lógico, y consecuente con su linea de actuación, Gaceta de Tenerife sería la abanderada de esta nueva cruzada. Así, en diciembre del 35 publica un artículo con el título de «Graves deberes de la hora. Hay que moralizar el cine», en el que se hace hincapié en la necesidad de «sanear y depurar» el espectáculo que tanta influencia tiene entre los adolescentes, echando gran parte de la culpa a los padres, como educadores de sus vástagos, quienes... «por ventura, en el pecado llevan la penitencia: Desobediencia, frialdad de cariño, abandono, destrucción del hogar, anarquía». Sigue con su ataque ahora a los productores rusos de temas «lascivos y escurridizos», para acabar con una arenga reaccionaria y patriotera, digna del posterior régimen: «Es necesaria una reacción efectiva contra el cine inmoral, contra toda esa bazofia con apariencias artísticas que nos viene del Extranjero, contra la inmoralidad de las desnudeces y de las escenas lúbricas, contra la destrucción persistente de los sentimientos católicos y de los sentimientos patrióticos que responden a siniestras directivas de poderes interesados en envilecernos y anularnos como nación judíos y masones, como veremos más adelante-. Colaboremos todos, por los medios que tengamos a nuestro alcance, a la extirpación de esa enfermedad que nos corroe, haciendo imposible que se negocie con inmoralidades y vergüenzas, con el antimilitarismo y el antipatriotismo, con todo lo que, como escoria amontonada, obstruye el solar donde se alzó poderosa la vieja España»27.
Un mes más tarde y en el mismo diario se recoge un texto de Gerardo Requejo, «El Cinema Educativo», quejándose sobre la falta de legislación específica dedicada a preservar la moral de la infancia: «Un medio de formación de los espíritus tan formidable y eficaz como el cinematógrafo campea por sus respetos, sin que el Estado intervenga como censor. El Poder Público abandona una función sagrada que le compete como es la de tutelar a los menores. ¿Hasta dónde puede llegar su responsabilidad?»28. Esta es una queja constante durante los años precedentes, si bien intervinieron en la protección del menor disposiciones salidas de los gobiernos civiles, caso del de Sanz Matamores en 1921, y de las Juntas de Protección de la Infancia.
En ese mismo número, el «corresponsal imaginario» envía el siguiente panfleto:
«¡Niños! ¿no me conocéis?
»Yo soy una de vuestras peores enemigas...
»Yo soy la que exalta el vicio y ridiculiza las virtudes...
»La sirena que os encanta para devoraros...
»La que despierta los más ruines sentimientos...
»La que fabrica la apología del delito...
»La inspiradora de crímenes infantiles...
»La maestra graduada de la deshonestidad...
»La enseñadora de fatales amoríos por el más completo método intuitivo...
»La que empleo vuestros céntimos para envenenar vuestras almas...
»La que barro en media hora las enseñanzas de vuestros padres en una semana...
»La que tengo discípulos en las cárceles...
»Soy la que mato, la que robo, la que pervierto, la que calumnio, la que difamo, la que escandalizo...
»¿No me conocéis? YO SOY LA CINTA CINEMATOGRÁFICA MALA ¡Huid de mí!»29.
La campaña sobre moralidad se extiende a todos los puntos de la isla, de mano de las Juventudes católicas o bien de las damas del mismo nombre. Así es como desde Garachico, Félix Roque envía un pequeño texto pidiendo una mayor contundencia en la «necesaria» campaña moral en el cine; en dicha localidad ya han comenzado sacando -las Juventudes católicas- un panfleto advirtiendo lo perniciosa que puede resultar la visión de Sola con su amor, tachando al gerente del cine, por permitir su proyección, de masón, algo común con las personas liberales de esos años, y uno de los chivos expiatorios de los males de la II.ª República con la llegada de la Guerra Civil y la dictadura30.
Rataplán
Por consiguiente, este diario incluirá entre la publicitación de las películas, breves comentarios sobre su carácter moral. Así, por ejemplo, de Rataplán se dice «... sólo se puede tachar moralmente ciertas leves efusiones de amor y alguna ligereza de ropa; defectos fácilmente subsanables»; de Las quiero a todas... «sólo merecen tacha moral algunos besos y la comicidad un poco ligera de una de las enamoradas»; o de Ojos cariñosos... «la obra es moral y, por consiguiente, puede ser vista por todas las personas de formación moral media»31. Por ello se aconsejaba con frecuencia la compra de la revista Filmor, ya que entre sus páginas se insertaba la crítica, cuando no calificación, moral de las películas que se estrenaban en España.
En otros diarios este debate era mucho más ligero. Por ejemplo, en La Prensa se recoge una noticia procedente de EE.UU., y titulada «Las mujeres católicas y el cine», en la que un tal Padre Donelly tacha a las Hijas católicas de América de demasiado severas en el seguimiento del estricto código moral que un año antes se había establecido con la industria, ya que, dice el religioso, «... debe tenerse en cuenta que la moralidad de una película no depende de la vida privada de sus intérpretes y sí de la conformidad de éstos a un código determinado. Si después de un año de una labor cuya limpieza no tiene precedentes, los productores se han de ver boicoteados y hasta vejados por las organizaciones católicas a través de sus conferenciantes, acabarán por preguntarse si deben continuar en una vana búsqueda de la virtud»32. Evidentemente, del posicionamiento de estas asociaciones a la caza de brujas sólo hay un paso. De todas formas, la publicación de este texto no supone una identificación con el carácter reaccionario de dichas asociaciones, sino lo contrario, con la postura liberal del Sr. Donelly.
En el mismo matutino aparece otro texto que nos recuerda a los surgidos a principios de siglo, en los que se enfrentaban en su escala de valores, en su papel pedagógico, en su carácter comunicador y como arte, el teatro y el cine. El de La Prensa, lo firma Francisco Cossío, titulándose «Los peligros de la inmoralidad», en él hace hincapié en que... «la superioridad del teatro en el orden moral, y no digamos en el artístico, estriba en las palabras. El autor no sólo ofrece costumbres, pasiones, conflictos humanos, sino que los comenta. Y, en el peor de los casos, les presta poesía, que es un modo de dignificarlos. El cine carece de estos recursos. Su finalidad se halla en dar la imagen por la imagen, la de prestar, en suma, imaginación a infinidad de gentes que carecen de ella. (...) Las gentes se habitúan de tal modo al espectáculo que no pueden vivir sin él. En cierto modo produce el efecto del alcohol o la morfina. Es seguro que alguna enfermedad aún no diagnosticada será producida por el cine, que se ofrece como un verdadero tóxico»33.
Y sin llegar a esos extremos, es bien cierto que la influencia del cinema sobre la sociedad fue notable, tanto en el cambio de hábitos, como en la adopción de modas, y en la evolución de las costumbres. Así, sabemos que el boxeador Max Schmeling utiliza, como nueva táctica, los films tomados en los combates de Joe Louis para preparar su pelea contra él; o como tras el estreno de El pequeño lord, se pone de moda el color «azul Fauntleroy» -nombre del protagonista-; e incluso nos encontramos un artículo de Miguel Aguado Navarro, «Cinema y público han evolucionado al mismo tiempo», donde repara en cómo se ha producido este proceso de ósmosis, sobre todo en la relajación de las costumbres, llamémoslas, sexuales: «Hace años, al comienzo del cinema, regocijaba en grado sumo, y hasta escandalizaba el ver que una pareja se abrazaba; comenzó a recorrer el camino para unir sus labios pero sin hacerlo, porque la palabra fin daba por terminada la cinta, dejándoles con la miel no en la boca precisamente, sino cerca de ella; y el espectador se marchaba convencido de que aún cuando no había salido en la cinta, la pareja se había dado el beso. Su imaginación suplió a la realidad. (...) Y ahora... Ahora ya no es preciso pasar tanta peripecia, ni siquiera montar en bicicleta. Se ven, se gustan, se besan, se casan, y al día siguiente se divorcian. ¡Cabe más evolución! Y todo esto no produce la menor impresión en el espectador, lo que es prueba patente de que éste ha evolucionado al mismo tiempo que el cinema y encuentran comprensibles todos estos progresos que hace algunos años hubieran escandalizado y se hubieran hecho acreedores de las más furiosos anatemas (...)»34.
Pero este tono entre jocoso y perspicaz de Aguado en nada se parecerá a la descarga de Gaceta de Tenerife una vez comenzada la guerra. En un artículo llamado «La conspiración mundial de los judíos», arremeten, anónimamente como solían, contra esta raza ya que son los destructores de «la patria, la familia y la sociedad»... «La misma mano aleve y sectaria ha puesto por obra un plan complementario para corromper, en gran escala, al pueblo, y especialmente a la juventud; y es abriendo en cada aldea una escuela de franca corrupción: el cine. (...) No todos ellos son manejados por la misma mano, pues hay también empresarios corruptores cristianos; pero es siempre la misma, la mano judía, la que prepara la materia prima». Los judíos han corrompido también el teatro... «suprimiendo en él todo idealismo y sentimientos elevados. (...) Pulgada a pulgada ha ido subiendo la oleada hedionda. Y no digamos en cafeconcerts, vaudevilles...» Incluso son los culpables de la moda y el lujo, que «tanto daño hacen en el mundo» porque... «para destruir la industria no judía induciremos a los no judíos a una gran suntuosidad. ¡Católicos defended la educación católica de vuestros hijos!»35. A la vista está que la persecución al «demonio» judeomasónico no había hecho sino empezar; aun así, entre líneas, podemos ver clara la petición de una censura mucho más estricta que la que pudo haber durante la II.ª República.
También de interés, aunque por otros motivos, encontramos un texto del Dr. Cantala, «¿Será la Ciencia Moderna un Frankenstein que termine con la humanidad que la ha creado?», en la que se plantea el eterno conflicto entre la máquina y el hombre, entre el avance científico que ayuda a la humanidad y el que sirve para destruirla. Propone, además, los descubrimientos que en genética había hecho el Prof. Morgan, valorándolos -peligrosamente- como el primer paso hacia la consecución del superhombre. Este paralelismo entre progreso y destrucción será otra de las claves de los debates de principio de siglo, lógica continuación del conflicto moral que surge a partir de la Revolución Industrial... «Existe un paralelo entre la marcha presente de la humanidad, entre las conquistas de las fuerzas de la Naturaleza (electricidad, gasolina, ondas hertzianas, rayos cósmicos, energía atómica, etc...), y los sufrimientos de los hombres (crisis económica, incertidumbre política, nacionalismo patológico, etc...) ¿Hay una conexión incógnita entre ambos problemas?»36.
En definitiva, la gran mayoría de estos textos lo que plantea no es sino la necesidad imperiosa de poseer un control ideológico, fuerte y reaccionario -en la mayoría de los casos-, sobre las masas, especialmente las más jóvenes, que vería su culminación con la llegada de la dictadura franquista.