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ArribaAbajo23 bis. Fray Pacífico Q. Ch.

«Los católicos liberales pueden hacer más daño que los comunistas».


Pío X                


«Los hombres malos no podrían hacer el daño que hacen si no fuese induciendo a hombres buenos a volverse primero instrumentos y luego cómplices más o menos conscientes... "Huic ille legendo sceleris cucullum praebet"».


A. Huxley                


Apenas hubo el rubicundo Apolo derramado su regalado aljófar por las puertas y ventanas del Oriente, riéndose las fuentes y alegrándose los platos de su venida, cuando despertaron a Sancho, que se había quedado dormido en su trono, y le dijeron:

-Señor Gobernador, aquí hay un pícaro fraile que anda haciendo travesuras.

-Esos no pertenecen a este foro -dijo Sancho, volteando al otro lado la cabezota-. Déjenme dormir. Tengo apetito de dormir.

Pedro Recio lo sacudió más fuerte, y abriendo Sancho los ojos soñolientos, vio a una especie de sacerdote gordinfloncito, con un holgado hábito que evidentemente no era suyo, si es que era hábito, con una gran pluma de ganso en la derecha y en la zurda un letrero que decía Argentina Libra; al mismo tiempo que Pedro Recio insistía:

-Son travesuras serias. Anda escribiendo en un semanario socialista sin firmar y sin permiso, al lado de un judío que blasfema de Jesucristo y de una teóloga que habla de lo que no ha estudiado.

-¿Y a mí qué me importa? -gruñó Sancho-. ¡A mí dejemén descansar!

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-Es que escribe chismes de frailes. Y fíjese, Gobernador, los chismes de mujeres son pésimos, pero los chismes de frailes son encima pueriles y degradados.

-Yo tengo apetito de fumar un toscano -barbotó Sancho ominosamente-, y tengo derecho.

-Gobernador, dispiertesé. Son chismes que producen tristeza en los cristianos y asco en los socialistas. Se pone feo.

-Si producen asco hasta en los socialistas -reflexionó Sancho despabilándose los ojos-, tiene que ser cosa fea.

Y despertando del todo, se dirigió al acusado diciendo:

-¿Quién es Vuesa Reverencia?

-Soy la Inglesia.

-A mí no me metan con la Iglesia. Es uno de los consejos que me dejó mi señor don Quijote. ¡Basta! ¡Llévenlo a la Curia! ¡Tengo apetito de no trabajar!

-¡Señor! ¡La Curia está cerrada, el Capellán de la República está durmiendo y aquí hay que poner algún orden en seguida, porque se vuelve una cosa degradante para la buena educación desta Ínsula! -dijeron todos los Cortesanos-. Las polémicas de frailes son atroces.

Suspiró Sancho y resignose a meterse en el espinoso asunto, por orden de la santa obediencia, como un juez que tuviera que juzgar a su propio padre o un verdugo que por el bien común debiera decapitar a su hermano; pero jurando interiormente templar todo lo posible la justicia con la misericordia, porque el que a hierro mata a hierro muere, y el fraile y el judío nunca olvidan. Pero el otro no lo dejó recapacitar mucho, pues sacudiendo el letrero antinazi, gritó:

-¡Soy la Nueva Cristiandad! ¡Soy la Iglesia Nueva Democrática y Progresista!

-¿Y por qué andáis ansina de botas?

-Mi convento es tan négligé, que a las veces el Hermano Lavandero se olvida de ponerme des chaussettes en mi bolsa, y entonces uso estas des bottes para no mostrar las piernas, como dice el padre De Cotillón.

-¿Y qué habéis hecho, vous messié?

-He hecho la Liga Hebreocristiana; y des verses.

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-¿Y eso es algún delitó? -pregunto Sancho.

-Tout au contraire, Esplendencia.

-¿Y qué diabolós andás escribiendo vous por los yurnalés de la Insulé que me dicen acá los Curtesanés son des choses que callar valdría plus, sapristi? -exclamó Sancho en francés.

-¿Y yo qué sé? -dijo la Iglesia Nueva-. Yo escribo lo que me dictan...

-¿Cómo es eso? -dijo Sancho enfurruñado-. Entonces éste no es el culpable de los chismes fraileros, y me hacen levantar para esto a las cinco de la madrugada; ¡que con la hora argentina cambiada, son las cuatro!

-Esplendencia -dijo Pedro Recio-, es cierto que otros le dictan. Pero éste es el responsable, porque él pone el estilo.

-¿Y qué tal es el estilo?

Riose un poco Pedro Recio, y aseñó con la cabeza que respondiesen los Cortesanos.

Pero los Cortesanos se rieron también un poco, y no quiso responder ninguno.

Pero contestó la Iglesia Nueva:

-Yo sirvo para escribir. Ya he escrito tres libros inéditos. Intonsos e inéditos por culpa de los nazis. El que sirve para escribir debe escribir. Con permiso o sin permiso. ¡Yo quiero escribir y publicar como el nazi Militís Militún! Para eso sirvo y para eso he nacido.

-Y ¿quién te dijo eso?

-Mi abuelita cuando era chico. Y Mary.

-Pásenmén inmediatamente los libros deste varón, o lo que sea, y me traen a los interfectos que le dictan los chismes... ¡Al momento!

-¡Esplendencia! Son personas histerogéneas, y que viven lejos...

-¡Ordeno y mando! -gritó Sancho; después de lo cual se enfrascó en la lectura de un libro llamado Cartas de un cura que fue... cocinero antes que fraile; lo cual visto por los Cortesanos, inmediatamente se enfrascaron en la lectura de Ella y él, Catecismo de las novias, Lo que deben saber las niñas, Lo que no deben saber los niños, Camino del matrimonio, El sacramento del amor humano, y toda clase de pornografía   —258→   blanca para taso de la Acción Católica. Mas Sancho se aburrió de las cartas de un cura a las primeras de cambio, y comenzó con el legajo de poesías sin ritmo ni rima y con sentido que lo averigüe Vargas del nombrado fray Pacífico; de las cuales no pudo opinar, pues fue interrumpido por la llegada de los pesquisas que traían encadenadas a nueve personas de ambos sexos y condiciones, que venían muy juntitas, con los brazos cariñosamente enlazados como verdaderos cristianos. Levantó Sancho los ojos, y volvió a bajarlos a leer tres versos más. Después de lo cual bufó, y dijo:

-Este libro me gusta. Puede hacer mucho bien. Pero más me gustaría lo hubiese escrito alguna señora casada, de cierta edad, discreta, y que hubiese sido partera en sus mocedades; y no un sacerdote. Y que en vez de imprimirlo, lo hubiese dicho oralmente a las chicas cuando les llegase el tiempo.

Saltó una señora casada, de cierta edad, discreta, con cara de partera, de entre el grupo encadenado, y discrepó:

-¡Reaccionario! ¿No sabe que eso ya está abolido en la Iglesia Nueva?

-Lo sé -dijo Sancho-. ¿Y usté quién es?

-Soy la Teóloga de la Iglesia Nueva.

-Tanto gusto. Pero en la Iglesia Vieja, señora mía, a la cual yo pertenezco -dijo Sancho con retintín-, cuando los sacerdotes escrebían tratados sobre el Matrimonio, los escrebían en latín. Y nosotros los muchachos los leíamos a escondidas en el Colegio, con lo cual nos apurábamos a aprender el latín. Bien, todo eso ha cambiado, no sé si para bien o para mal. Pero esta señora tióloga que tiene tan linda labia, a falta de otras cosas, me hace el favor de presentarme a todos los demás. ¡Sáquese las botas! ¡Sí, a usté le digo, fray Pacífico! ¡Sáquese las botas y emprésteselás a la señora tióloga! No importa que a usté le veamos las piernas. Y desencardenarlos a todos.

Adelantose la Teóloga vestida de pantalones y de chancletas calzada, y presentó a sus cofrades, a saber:

1. Yo, doña Silvana de Polluela.

2. El Aprendiz de Figurón Apostólico.

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3. El padre Domingo de Cotillón.

4. El Separatista Vasco.

5. Jaimito Caído del Nido.

6. Cristófilo Satanowski.

7. El Arquitecto Vicente.

8. El Gran Teólogo Extranjero.

9. El Editor Católico.

-¡Póngansen todos en fila inmediatamente, mar! -bramó Sancho, al ver que cada uno sacaba del bolsillo unas cuartillas para decirle un discurso-. ¡Firmes! ¡Saquen pecho, canejo! ¡Más pecho! Bien. Ahora, ¡buenos días! No saben decir buenos días. ¡Cuando entran en una sala delante de un Gobierno! ¡Buenos días, canejo!

-Buenos días -dijeron abatatados los teólogos.

-¿Ustedes son los que andan en difusión de chismes de iglesia?

-¡Qué chismes! ¡Si son cosas necesarias para el gobierno de la Iglesia! -apuntó el Figurón Católico.

-¿Y quién los mete a ustés a gobernar la Iglesia? -quiso saber Sancho.

-¡El Papa mismo! Vivimos en democracia, gracias a Dios; y todos debemos gobernarlo todo. En eso consiste la democracia -roncó la Teóloga.

-No creo que el Papa haya dicho eso -dijo Sancho-, hasta que venga aquí el Capellán del Reino, y me declare esa Bula. No lo creo, simplemente. Nianque lo digan ustés. ¿Ustés son ésos que llaman católicos progresistas? Tendieron todos los interfectos a una las manos, y cantaron a dos voces:

-¡Progresistas católicos de la mano tendida!

-¡Criollos lindos! -exclamó Sancho-. A ustés justamente los andaba buscando. A ver, salí vos al centro, Cristófilo Satanowski, que no se puede negar que sos criollo viejo. Doctor Tirteafuera, vaya a traer al Capellán del Reino, que aquí nos vamos a meter en tiología. Si está durmiendo a estas horas, le rompe la puerta, o ninquesea ¡el alma! a patadas. ¡Aquí lo necesito!

Se enjugó Sancho el sudor con la manga y se dirigió al judío católico:

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-Gauchito lindo -le dijo-. No entiendo mucho de política extranjera y vos con tus revistas y tu tele sabes de todo. Me dicen que mi probre Ínsula está en guerra por cuenta del extranjero, y que las dos facciones se llaman Democracia y Nazismo, o sea Tacuara.

-Así es, quiridos. Pero no ista esplendente Ínsula sola, sino todo il mundo tirráquio. Y vos no poides ser neutralista, quiridos.

-Yo no soy nada deso, sino que soy partidario, secuás y faicioso desta Ínsula mía, que es la más linda del mundo tirráquio, y del otro. ¡Ella sola! -dijo Sancho.

-¿Y la Soledá Ridá Cuentinental, quiridos míos?

-¡Más linda que esa mesma! -gritó Sancho, creyendo le nombraban alguna bailarina.

-¡Gobernador! Usté es nazi... Usté tiene que volverse democrático como nosotros ¡como todo el mundo, como el mismo Papa! No. ¡No estamos aislados en el mundo! ¡Como nosotros, como los buenos católicos, como Maritain, como Telar de Cardín, como la gente más ilustrada del mundo, como todo el mundo!...

Quiridos! -añadió el judío.

-¿Y quiénes son esos católicos más ilustrados, vamos a ver? -preguntó Sancho.

-Yo -dijo el Cristófilo-, la Teóloga aquí, De Caulle, Maritain, Bonomi, La Nación, La Revolución, Gerchunof, Eichelbaum y el Papa.

-¿El Papa verdadero? -dijo Sancho santiguándose.

-Entero y verdadero. Es il último qui intró, pero intró, quiridos. ¡Yo ti la juros por la civilición cristiana qui il Papa istar más democrátco qui yo mismos!

Inmutose Sancho I al ver que el judío lo reventó introduciendo al Papa, del cual el ínclito Gobernador respetaba hasta el nombre; y para disimular volviose a Teresa Sancha, que con las taquígrafas se estaban riendo a socapa de la facha de la Teóloga Silvana de Polluela, y le preguntó con disimulo:

-¿Quiénes diablo, serán éstos?

-Vaya a saber, marido -dijo ella-. Lo que ocurre es que son gente buena, que, como vos y yo, quieren mandar; y no sirviendo para mandar en el mundo, quieren mandar en la Iglesia.

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-¡Mandar en la Iglesia ése! -exclamó Sancho, señalando al Editor Católico.

-O por lo menos hacer negocio.

-¿Y cómo la Iglesia permite?

-La Iglesia, como ha renunciado a las pompas o pampas deste siglo, no se preocupa del gobierno ni de los negocios, y así éstos pretenden suplir a la Jerarquería.

-¡Pero la Tiología! ¡La Iglesia no puede renunciar a la Tiología! ¿Y estas tiólogas hembras?

-¡Si no hay teólogos machos! -respondió secamente Teresa Sancha.

-¿Pero no acabo de donar yo dos millones de escudos para fundar una Facultad de Tiología Privada en mi Ínsula? ¿Qué se ha hecho desa plata?

-Ésa es la Facultaz Nueva, que todavía no funciona. Me extraña, marido, lo mal que os informáis. La Facultaz Vieja la van a destinar a las mujeres, y abrirán la nueva que será mejor.

-¿Cambiarán el rector y todos los profesores?

-¡Oh marido, qué torpe estáis! Dejarán los mismos profesores y el mismo rector. Eso sí, echarán dos o tres profesores de los más estudiosos, porque los sabios siempre estorban dondequiera se hallen. Estudian, piensan y molestan.

-¿Y cómo va a ser mejor, entonces?

-¡Oh marido, estáis retorpe! Han conseguido la potestaz de dar títulos de dotor, licenciado y jurisprudente. En nuestra Ínsula lo que importa es el título. Empezarán a pulular dotores en cardúmenes.

-¡Ay mi plata! -dijo Sancho-. ¿Y la ciencia?

-La ciencia, como los perros, en la Iglesia estorba -dijo la Teresa, muy templada.

-Estas mujeres siempre saben más que uno de cosas de iglesia -concedió Sancho. Y volviéndose a Pedro Recio, que acababa de entrar muy mohíno, le gritó estentóreamente:

-¿Dónde está el Capellán del Reino, so inútil, que si no este pleito no se acaba nunca?

-Está muerto, Esplendencia -dijo Recio, enjugándose dos lágrimas que no existían-. O es como si lo estuviera. No contesta. Le están hundiendo la puerta a   —262→   golpes. En ella estaba clavado con un puñal este pergamino con un epitafio. Debe ser cosa de la Masonería. Empezó Sancho a leer el epitafio y a soltar la risa. «¡Que lea fuerte!», dijeron los nueve reos. Pero Sancho se levantó impaciente y dijo:

-No puedo resolver yo solo este pleito, que es del fuero eclesiástico. Por lo cual voy a probar si se resuelve él mesmo de por sí.

Y mandó que encerraran isosfazto a los teólogos nuevos junto con fray Pacífico (a) Iglesia Nueva en un espacioso retrete que había allí al lado; donde hizo introducir al mismo tiempo una caja cilíndrica de sospechoso olorcillo. Después de lo cual empezó a leer fuerte el epitafio del Capellán del Reino, que decía más o menos:



Desde el fondo inmortal de los siglos
una voz sonorosa clamó
con un ruido de rotos vestiglos:
«Como tuerto entre ciegos triunfó».

Pero vino después la execrable
vanagloria con la adulación
y el nacido para hoja de sable
se hizo pronto facón de latón...

Mas no importa aunque el caso sea triste
adelante con ese fanal
editemos sus obras, y existe
aunque sea un cadáver mental.

Adelante y que caiga el que caiga
de Francisco Gustavo el laurel
brillará, Democracia mientr'haiga,
con Andrea Cucheta Miguel...



Pero aquí fue cubierta la voz del buen Sancho por un alboroto monumental que había ido creciendo adentro del florilegio. Sancho se reía ahora de veras, pero no del epitafio. Salía un ruido como el terremoto de San Juan. «Abran, se están matando», decían los Cortesanos. «No abran -decía Sancho-, déjenlos que se arreglen entre   —263→   ellos». Parecía que estaban diezmil demonios tirando a la vez la cadena de diezmil inodoros. De repente se oyó allá adentro el chillido inconfundible de una mujer que ve un ratón o ve al diablo. Entonces Teresa Sancha se adelantó agitada a su marido, y le dijo:

-¿Qué pusiste adentro? ¡Se están peleando entr'ellos! ¿Qué les pusiste?

-Un queso -dijo Sancho-. Se están peleando por el queso.

Corrió la Gobernadora y abrió de par en par las anchurosas puertas. Viose un espectáculo cervantinodantesco. Los diez interfectos estaban aporreándose bárbaramente uno al otro. Como en el famoso paso de la Venta de Maritornes, fray Pacífico le pegaba a Gerchunof, Gerchunof le pegaba a doña Silvana, doña Silvana le pegaba a Eichelbaum, Eichelbaum le pegaba al Figurón Católico, el Figurón Católico a Jaimito, Jaimito a Maritain, Maritain a Levene, Levene a Satanowski, y finalmente Satanowski al Editor Católico, el cual lo cascaba a fray Pacífico; mientras sobre las cabezas y la polvareda del entrevero flotaba majestuoso el impoluto estandarte de la unión sagrada: Antinazi.

Viendo lo cual, levantose sonriendo Sancho, y dando con la tranca en la tarima, dictó, después de hacer silencio, el siguiente

Decreto

Considerando:

1. Que los interfectos presentes en el fondo lo único que quieren es figuración y puestos públicos, como todos los demás súbditos desta industriosa Ínsula, sólo que éstos meten de tercera a la Religión, donde los demás meten solamente -exceptuando los militares- coima y cuñas, ordeno y mando se provea comida gratis y jubilación a todos.

2. Que el nombrado fray Pacífico (a) Iglesia Nueva es de sacerdocio dudoso y frailación notoriamente nula, se lo descardina de su diócesis, se lo descangalla del fuero   —264→   eclesiástico y se lo relaja al brazo secular del Satírico Mayor del Reino, Militís Militún.

3. Que la Teóloga no es mala, no escribe tan mal, no hace daño a nadie, sólo que no sabe teología ni tiene por qué saberla, se la manda a un Asilo de Huérfanos a criar hijos ajenos, ya que ha criado mal que bien a los siete o nueve que tuvo.

4. Que el Aprendiz de Figurón, si fuésemos a castigar a todos los que hay, pobre Ínsula... se lo nombra director del Museo Iconográfico Marítimo.

5. Que el Editor Católico ha hecho mucho «apostolado» -que él llama- con sus libros, aunque estén mal escogidos, abominablemente impresos y robados los derechos a los autores, se lo premia con un gran banquete en el Alvear Palace Hotel, al cual asistirán de real orden varios sacerdotes libres, junto con varios escritores católicos, junto con variados judíos, junto con varios chadistas y frigeristas, con el agregado del Hermano Septimio, el padre Furlong y Constancio Vigil.

6. En cuanto a las mujeres, y a los que se pueden asimilar a ellas, quedan sujetos a la sentencia judicial de mi señora Teresa Sancha, porque este decreto es muy largo y yo estoy muerto de sueño.

Dicho lo cual dio el feliz Gobernador la señal de los festejos, los cuales consistieron ese día principalmente en la Suma de Santo Tomás seguida de la Resta de Santo Tomé y una multiplicación y división de los cefalópodos considerada en sus aspectos culturales económicas estratégicos y epistemológicos.



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ArribaAbajo24. El Fabril de Frases Hechas

Apenas hubo el rubicundo Febo asomado la rútila y aberenjenada faz por entre las randas y encajes de oro de las nubes orientales, cuando dejó el nuevo Gobernador muy descansado y bien dispuesto las bienhechoras chalas y se dirigió a la Sala de las Medidas Momentáneas para resolver los asuntos del día. No bien se hubo sentado cuando se abrieron las anchurosas puertas y entró por ellas el doctor Pedro Recio trayendo del brazo a un señor desvaído, descolorido y sin señas particulares que traía colgado al cuello una especie de organillo titirimundi o máquina de calcular. Mirolo Sancho atentamente, sin poder hallar en él cosa de provecho, y después dijo al hombruco con reposada voz y continente:

-¿A quién tengo el honor de estar medio viendo?

Estremeciose el aludido y dando sin decir palabra una vuelta a la manija del organillo, salió por un lado dél una tira de papel a modo de telégrafo automático, donde decía:

«Las males de la libertad se curan con más libertad».



-Eso lo he oído varias veces -dijo Sancho-, y tanto lo voy oyendo que me persuado que es mentira. Almenos no es respuesta de lo que yo pregunto.

-Señor -dijo el doctor Recio interviniendo-, éste es un pobre ciegosordomudo que se gana la vida con esa maquinita de hacer frases hechas, que le legó su padre, que fue un gran orador llamado Almafuerte Ingenieros. En un tiempo este hombre ha ganado plata a ponchadas, proveyendo de frases al Parlamento, a los Candidatos y a los Diarios; pero ahora resulta que lo están estafando de un modo asqueroso, que pronto lo dejarán en la miseria. Y no hay derecho.

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-¿Y quién lo estafa? -dijo Sancho.

-Señor, primero los Diarios ya no le pagan derechos de autor, y dicen que las frases ya son dellos. Después, los Candidatos han abandonado la frase hecha por el floripondio; finalmente, en el Parlamento, tomando el ejemplo del Concejo Deliberante, no se dicen más que zafadurías. Este buen hombre se ha dirigido por medio mío, que soy su empresario, a los pedagogos insulanos. Pero resulta que los pedagogos de la Ínsula exigen unas mercaderías tan entonadas y tan fusquilocuentes y sesquipedales que se descompone la máquina. Y no hay derecho a hundir de esa manera una industria nacional.

-¿Y qué es lo que se pide ahora?

-Se pide la creación de un cuerpo de inspectores y archivistas israelitas para registrar las frases hechas que publiquen los Diarios y cobrar los derechos; una ley que imponga al profesorado la renovación de sus frases hechas cada cinco años; y un decreto prohibiendo al diario La Prensa aumentar su stock existente y cambiar en él una sola palabra, puesto que ella da el tono al frasihechismo de la Ínsula, y las que usa son de la más limpia tradición y cepa ingenieresca.

-Me parece justo -dijo Sancho-; pero realmente quisiera antes tomarle el pulso a esa maquinita y ver cómo funciona, porque realmente es para mí una cosa nunca vista ni sospechada.

-¿De qué género las quiere? ¿Políticas, culturales, morales o religiosas? ¿Y de qué tono las quiere? ¿Tono A, tono B, o tono C?

-De cualquiera, con tal que sea linda y verdadera.

Pinchó Pedro Recio al Fabril y éste rodó por dos veces la manivela, apareciendo incontinenti una cinta o banda que decía:

«La victoria no da derechos».



-¿Qué victoria? -dijo Sancho vivamente.

-La victoria que usté gana en una guerra contra otra ínsula no lo autoriza a hacer nada después de ganar la guerra.

-¿Y entonces para qué hice la guerra? -dijo Sancho-. ¿Para matar gente por gusto? ¿O es que se trata   —[267]→     —268→   de una guerra injusta, de las que están prohibidas por el Santo Padre?

Ilustración

Pinchó de nuevo Pedro Recio muy perplejo al sordomudo y salió la siguiente respuesta:

«Todo nos une, nada nos separa».



-¿A quiénes? -dijo Sancho.

-A todas las ínsulas de este continente.

-Está lindo -meditó Sancho-. Pero entonces ¿cómo es que hay límites y cuestiones de límites? ¿Y cómo es que hay guerras y hay victorias y no hay derechos?

Chirrió otra vez la máquina maravillosa y salió el siguiente oráculo:

«Yo respeto todas las opiniones».



-Yo también, con tal que sean buenas -dijo Sancho-. Pero ¿qué me dice usté de las opiniones dañinas?

«El dogma progresista de la fraternidad universal por encima de todas las razas y religiones».



-Algo va de Pedro a Pedro -repuso Sancho- y el único que está por encima de todos es San Pedro, que es el portero del cielo y el timonel del mundo. ¿Se refiere a eso?

«La defensa de la civilación cristiana a cargo de las grandes democracias contra todos los sanguinarios totalitarismos agresivos».



-¿Cómo es eso? -dijo Sancho-. ¿Tota-Lita-Ritmo? ¿San bailarinas húngaras o qué cosa?

-Es una palabra nueva, señor. Nadie sabe a punto fijo lo que significa. Pero tiene una caidita macanuda para terminar discursos.

-¿No le parece entonces que sería mejor prohibirla? En mi tiempo era feo decirle a un hombre que hablaba lo que no sabía.

-¿Prohibirla, señor? Imposible. Mire lo que dice la otra frase ritmal y decadente:

«La libertad de prensa es el sostén de la Democracia».



-Con tal que los dueños de las prensas no nos prensen el celebro demasiado -reflexionó Sancho-. Me está pareciendo que en mi Ínsula hay que libertar a la gente de la prensa, y no a la prensa de la gente.

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«Ciegas opiniones reaccionarias que quisieran retrotraer el mundo al Medio Evo».



-Adiós mi plata. Cada vez más peor está hablando en difícil. Lo único que entendí fue Evo. ¿Es el marido de Evita?

«La libertad es el don más grande que Dios ha hecho al hombre».



-Al hombre preso -dijo Sancho-. Al hombre varón el don que le hizo Dios es la mujer, como dice la Escritura, anoser que salga mala, porque entonces el diablo se los lleva a los dos.

«La democracia orgánica, con tal que no se abuse de ella, lleva en sí el índice de una superación indefinida para las naciones».



-No entiendo -dijo Sancho.

-Es que viendo que Su Esplendencia no se convence, estoy dándole al registro de los pedagogos.

-Cambie registro -dijo Sancho- y vuelva a la pata la llana hablando en cristiano como la gente fina.

-Ése es justamente el gran progreso de esta máquina -dijo Pedro Recio-, que tiene tres registros, tono A, tono B y tono C; y el mismo concepto o sea filosofícula lo puede formular para uso del pueblo, para uso de los burgueses y para uso de la gente fina. Fíjese su Esplendencia en estas tres teclitas. Aquí dice La Prensa, aquí dice La Razón y aquí dice Crítica. Apretando cada una Suecencia traslada el concepto a una octava mayor o menor sin variar en lo más mínimo la melodía.

-Es como los pianos automáticos -dijo Sancho-, vamos a ver, hágame ver un poco esos pedales.

-Aquí tiene -dijo Pedro Recio clicando una tecla- las tres frases hechas fundamentales de la prensa, que se las hemos arrendado en monopolio exclusivo por espacio de 99 años.

1. «Las enseñanzas dogmáticas y teológicas no son lo mismo que el espíritu científico del empirismo moderno».

2. «Los colegios privados, que son empresas de lucro, anquilosan y estertoran la marcha de la función educativa».

3. «El espíritu de violencia totalitaria agota el libre juego de las instituciones democráticas».



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-¿Qué le parece, Gobernador?

-Magnífico -dijo Sancho-. No las entiendo muy bien, pero me suena magnífico por el sonido y por el corceuto. A ver si las anota, Secretario, para mi próximo Mensaje.

-Ahora verá Su Esplendencia cómo se trasponen al plano de la razón... Atención al cuque.

Crujió la máquina de arriba abajo, se engulló los tres letreros grises y los devolvió incontinenti en lindas letras rosadas de esta forma:

1. «La enseñanza del Catecismo es opuesta a la soberanía democrática y por lo tanto a la Tradición Liberal de la República».

2. «La actividad docente privada debe coordinarse a la actividad docente oficial de forma que si ésta es mala aquélla tiene que ser peor y pagar encima».

3. «El ideal republicano, que es propio de los pueblos libres, repele los medios de coacción y virulencia, casi tanto o poco menos que los medios de corrupción, mentira y soborno, debiendo todos los hombres marchar derecho por pura buena voluntad y conciencia autónoma, cumpliendo con su deber solamente porque es su deber, como dijo el filósofo de Konisber».



-¿Qué me dice, Esplendencia?

-Éstos ya son más claros -dijo Sancho-, pero por lo mismo más discutibles. Saque los otros, Doctor, los que no se prestan a crítica.

-Al revés, Esplendencia. Se le prestan a la Crítica, que es justamente la que no quiere pagar derechos.

-Sáquelos de todos modos. ¡Hola! Ahora salen letras rojas. ¡Qué fantástico!

1. «El fanatismo inquisitorial de la reacción cavernícola intenta coventrizar con una inundación de dogmas la tiernamente del infante argentino».

2. «La infiltración jesuítica amenaza la libre y democrática docencia que nos legaron nuestros gloriosos patricios, los primates antropomorfos de Mayo».

3. «La neurosis nazifascista ensangrienta con sus manos de hiena las gloriosas conquistas del pensamiento humano».



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-¡Fantástico! -dijo Sancho-. Ésos sí que son bravos, y así, puestos en grandes letras con dibujos y fotografías, van derecho de los ojos al corazón y al alma. Pero a mí me parece ahora, ¿no es verdad, doctor Recio? por lo que yo calo, que esos títulos van contra el decreto Fundamental número 7 de mi glorioso reinado.

-¿Qué decreto, Esplendencia?

Que todos los niños de esta Ínsula, pobres o ricos, sepan su catecismo entero a la edad de 12 años; y que ninguno sea ciudadano si no conoce su religión a fondo. Y esas frases me suenan algo así como que van en contra la Religión Católica.

-Perdón, Esplendencia. Ese decreto debe derogarse porque contra él existe otra frase de las más fundamentales. Hela aquí: «A los niños no se les debe enseñar la religión, para que puedan elegir después la que les guste». Miró Sancho la rotunda y profunda frase, y después de reflexionar un momento, y de mirar al sordomudo que estaba allí, firme como un virote, dijo despacito:

-¿Y cómo van a elegir lo que no conocen?

-Pueden conocerla más tarde, por su cuenta.

-No me parece -dijo Sancho.

«Una religión enseñada atropella la autonomía de la conciencia individual» -dijo la máquina con un imponente traqueteo.

-Toda religión es enseñada -dijo Sancho, animándose rápidamente y chispeándole los ojuelos-, porque si no fuera enseñada sería inventada, y entonces no seria religión.

«La religión es invención de los curas» -retrucó la máquina como un rayo.

-Y ¿quién inventó los curas? -dijo Sancho, que le tomaba gusto al contrapunto.

«El escurantismo medioeval y las tenebrosas supersticiones de las épocas es-curas».



-Eso ya no lo entiendo, o mejor dicho, te estoy entendiendo demasiado, che cara de pastel insípido -musitó Sancho; y bruscamente sobrecogido, bajó los ojos de la   —272→   cara cretina y barrida del sordomudo y empezó a recorrerle con la punta de los ojos toda la pinta, las patas sobre todo. De repente se quedó tieso como un muerto; y se hizo un gran silencio porque vieron los Cortesanos que empezaba a tremar de manos como niño con alferecía.

-Éste no es tan mudo como parece -dijo entonces Sancho, sordamente-; y no estando ahora el Capellán, debo proceder como Dios me inspire -y volviéndose al Alférez le comunicó una orden en voz baja. El Alférez lo miró como a ver si estaba loco. Sancho confirmó enérgicamente con la cabeza (¡tráigame lo que le digo!) y el Alférez salió moviendo la suya. Entonces dijo Sancho a Pedro Recio dulcemente:

-Todo esto va magnífico; pero ¿qué provecho real para el ínsulo, dejando el provecho pecuniario del tipo, representa el aparato éste, que no puedo negar que es ingenioso?

-¿Y no lo ve su Esplendencia? -dijo Pedro Recio-. Este aparato ahorra al pueblo el trabajo de pensar. Pensar, Esplendencia, es la cosa más trabajosa del mundo y también la más peligrosa. En otro tiempo a los pueblos les daba por pensar; y ¿quién podía gobernarlos en paz? Nosotros hemos arreglado el asunto. Con este aparato la plebe ignorante y baja está dispensada de tener luz abajo el pelo, está libre de la tortura de la inteligencia. Mire las bestias, Esplendencia, qué plácida y envidiable vida transcurren, libres de los tres gusanos del Por Qué, el Para Qué y el Hacia Adónde. Con este Fabril de Frases Hechas y la grande inhuible red de la propaganda, nosotros damos a los grandes rebaños humanos su pasto mental diario ya cocinado y hasta mascado. Ellos lo engullen en grandes cantidades, unos con pimienta y otros con patchulí, según los gustos, y plácidamente se adormecen en sus almas las interrogadoras voces que en otro tiempo llamaban del MásAllá o DeloAlto. ¿Se da cuenta Su Esplendor de la ventaja que significa; en un caso que Él quisiera hacer la guerra a la Ínsula Oriental o vender por tres millones la mitad del territorio nuestro a la Gran Ínsula Drakolandia, se da cuenta que en un mes y medio de propaganda por prensa y radio todo el pueblo insuleño   —273→   pensará que está muy bien hecho, y que ellos mismos lo han pensado solos, los cuitados?

-¿Y para qué quiero yo hacer la guerra ni vender mi patria? -dijo Sancho; y en ese mismo instante entró el Alférez con una gran caldera de agua bendita con hisopo. Entrar el Alférez y empezar el Fabril de Frases Hechas a olfatear como perro pachón, fue todo uno; de lo cual se reía Sancho al tomar el calderete, diciendo:

-Olfato no le falta al tipo. Miren cómo huele el baño.

Miraron los Cortesanos y vieron que el sordomudo estaba girando desesperadamente la manija, y que salía como una gran banderola con letras de oro y sangre, diciendo:

«¡Alto todos o los mato! ¡Yo soy el Gran Arquitecto del Universo, el Espíritu luminoso del Liberalismo Moderno!».



Bajose, no obstante, del trono con verdadera temeridad el rechoncho Gobernador hacia el sordomudo; y de un solo golpe le zampó toda el agua bendita por la cabeza, como si quisiera bautizarlo. Dio un gran alarido el Fabril al sentir el agua y partiendo como un chivo y peor que bala perdida fue a topar contra un pilar del cuarto como un colectivo, desgajando al choque un gran reguero de chispas; y a los gritos de los Cortesanos que le indicaban con terror la puerta, pegó tres o cuatro partidas más, tropezando como murciélago contra las paredes que humeaban, se retorció todo adentro la ropa como perro escaldado, y al fin se hizo humo de un salto con máquina y todo por una ventana que estaba a más de dos metros del suelo. «¡Nómbrese a Dios!», gritaba el doctor Pedro Recio, que era el más asustao de todos.

De lo cual reía Sancho a carcajadas, abrazándose con ambos brazos la barriga, cosa en que no podían imitarlo los Cortesanos, no por falta de barriga, sino por sobra de miedo, al ver la disparada del sordomudo y cómo el doctor Recio había quedado de corrido. Mas cuando acabó de reír, Sancho, dando una poderosa voz para reanimar a su gente y volver a su puesto al Escribano, dictó incontinenti el siguiente

  —274→  

Decreto

Considerando.

1. Que las frases hechas actualmente en uso tienden a imbecilizar al pueblo y querer imbecilizar al pueblo es una cosa casi diabólica.

2. Que ser imbécil es pecado, según la doctrina de la Santa Madre Iglesia, puesto que no hay vicio más incorregible que hacer mal por tontería, pecado y vicio de que por cierto muy pocos se confiesan, habiendo él invadido a su vez a una parte de los confesores, empezando por el Capellán de esta Ínsula, que está durmiendo justamente ahora que lo necesito.

3. Que por otra parte, no se puede impedir que haya frases hechas, las cuales hasta un cierto punto son necesarias.

Dispongo, ordeno y determino:

1. Quedan puestas en comisión todas las frases hechas actualmente en uso.

2. Ordénase la fabricación de nuevas frases hechas indiscutibles, a cargo de una comisión de sabios de la Ínsula, presididos por el Obispo de cada diócesis.

3. Se castigará en los diarios el abuso en cantidad de frases hechas, y se les impondrá la renovación del surtido al menos cada cuatro años, proveyéndose en forma exclusiva de la Manufactura Nacional arriba indicada. Séllese, publíquese y cúmplase, etcétera.

Hecho lo cual sentose el orondo Gobernador todo sudoroso y con una festiva palmada dio la señal de la inauguración de los festejos, los cuales consistieron aquel día principalmente en el Pacto Tripartito desde el punto de vista epistemológico, con acompañamiento de bombones especializados y vitaminas G y P en cantidad suficiente a la nutrición biológica.



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ArribaAbajo24 bis. Vigilia de armas

Apenas hubo Febo Asoma, aburrido de iluminar las antípodas, asomado por Punta del Este su rojiza cara y su brumosa cola por Barracas, cuando el excelso Gobernador de la ínsula Agatháurica se presentó motu proprio por primera vez -a causa de no haber podido dormir- en la Sala de los Últimos Ultimátumes a resolver los asuntos del día. No se había acabado de sentar, cuando introdujo el granadero de guardia a un ancianito flaco como palo escoba, muy pálido, con los mechones desgreñados y manos y pies tembleques, como gurí con alferecía. Los grandes ojos claros del Gobernador, que todo lo tenía grande inclusa la panza -y exclusa la paciencia- vio en seguida de qué se trataba, y mandó le dieran al reo un pan francés y un cuarto de vino Colón, o Carlón, como sea; mientras entraban de prisa y haciéndose los desentendidos el doctor Pedro Recio, el Capellán, el Director de Personal y los Cortesanos, que estaban durmiendo cuando Sancho hizo gemir lastimeramente las herrumbradas puertas de la última sala. El viejito que había hecho desaparecer de un saque las vituallas como si fuera un prestidigitador, estaba tartamudeando acciones de gracias con la boca llena; y el Gobernador preguntó al Granadero:

-¿Quién es?

-Un perturbador del Orden Público, Esplendencia. Un jubilado, que la Policía lo largó por haber demasiada gente en la Cárcel de jubilados, y Su Ilustrancia Teresa Panza, su ilustrada mujer de usted aquí lo encontró desmayado en la calle.

-¿Y qué ha hecho?

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-Estuvo tres días y tres noches haciendo cola en la vereda del Palacio de Previsión Social y estorbando tremendamente el tránsito.

-Malo es eso -dijo Sancho; y guiñó a Pedro Recio, el cual se adelantó de mala gana, mientras Teresa Sancha, que había conseguido le diesen un tronetto a la derecha del Gobernador, leía una novela de amoríos.

-No está aún firmado el expediente -dijo el Gran Canciller Recio secamente.

-¿Por qué?

-Pero, Esplendencia, usted mismo no da abasto a firmar los expedientes. Usted bien sabe que jubilándose en nuestra generosa Ínsula todo el mundo, haya sido quien fuere, no hay dinero en las Cajas y ni su misma laboriosa Esplendencia alcanza a firmarlo todo, por lo cual firmamos nosotros, si a mano viene, la mitad más uno.

Dirigiole Sancho los grandes ojos enrojecidos, y preguntole:

-¿Y por qué no vive entretanto con los doscientos escudos de oro que mandé con mi Limosnero Mayor a todos los jubilados hambrientos?

-Eso digo yo. Que viva -dijo el Canciller con tonillo impertinente.

-¿Qué decís vos, buen hombre? -preguntó Sancho al interfecto, que hacía gestos incomprensibles con manos, pies y boca.

Como nada respondiera, mandó Sancho le trajeran otro pan y un cuarto de vino bien aguado.

-¿Qué hacía este carcamal? -preguntó Sancho.

-Cuidaba un pasonivel sin barreras; y una vez a los ochenta años y pico, evitó un choque catastral saliendo con los brazos como molinete al paso a un tren; que no frenando a tiempo, le quebró las dos piernas -dijo Teresa Sancha.

-Me parece bien -dijo Sancho-. Pero ahora, que hable, por San Brandán.

-A mí no me llegaron más que 17 escudos -dijo éste al tener en las garras el elemento- y se los tuve que dar a cuenta al abogado que me tramita la jubilación hace siete años; con pagaré de darle todas las rastraztividades.

  —277→  

-¿Y por qué no se la trasmite?

El otro no contestó nada, porque estaba ocupado con su pan. Sancho miró de nuevo a Pedro Recio.

-A mí no me vengan con recherches. Yo no sé.

-Que traigan inmediatamente al Bachiller Carrasco -ordenó Sancho.

Se presentó al fin el Jefe de Informaciones Confidenciales todo mohíno y malencarado; y Sancho por no perder los estribos no lo quiso reprender de sus continuas ausencias; mas le dijo:

-¿Por qué no le firman el expediente al coso aquí?

El Bachiller vaciló y miró a Pedro Recio:

-Se necesita el informe del jefe del Sindicato de Agujeros; de guardadores de agujas; de agujas de tren.

-¿Por qué no lo da, en siete años, barajo?

El Bachiller mostró con la barbilla a Pedro Recio y dijo: «Atinencia del Canciller»; e hizo un gestual de irse.

-¡Usté se queda aquí! -ordenó el Gobernador-. Granadero, ojo a la puerta. Aquí todo quisque sale y entra como Pedro por su patio. Esto no funciona.

-Funciona concretamente -alcanzaron a oír al Granadero-. Déjemelos no más a mí estos perduelis.

-¡No me toca a mí -dijo enojado Pedro Recio-, pero en fin, es porque falta el guiño del Hombre de las Cuñas... Anotó Sancho mentalmente el apelativo por lo que pudiera tronar y prosiguió:

-¿Y ese hombre Acuña qué hace? ¿Está durmiendo? Miró Recio al Bachiller y el Bachiller al Capellán que estaba repantigado mascando chicle y leyendo un libro traducido de un gran teólogo llamado Chardín; y a un grito de Sancho repitiendo la pregunta, rezongó éste:

-¿Y cómo lo va a hacer si no tiene la venia del jefe del Partido?

-¿Qué partido?

-El Partido Radical Ultraintransigente y Ultradelpueblo

-¡Aaah! -dijo Sancho, y se puso a hojear unos recortes sucios y sobres de carta usados que tenía sobre la mesa, su Archivo Personal, hasta encontrar y leer el buscado.

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-¡Aaah! -dijo-. ¿Es ése que fue acusado públicamente de unos contratos engañosos para el pueblo, y después sacado de su puesto por un General o dos, y después tenido en remojo en leche y miel, y después comenzó a fanfarronear por la Ínsula, no atreviéndose ningún juez a armarle juicio sobre los dineros estraviados, a causa de la política sucia?

-A causa de la democracia, Sir -dijo el Capellán-. No permito...

-Que me lo traigan a ese jefe.

-No se sabe dónde está, Sir: anda girando en una gira política por toda la Ínsula.

-Que lo busquen. Y por lo pronto me traigan todos sus papeles, los discursos, y el libro que escribió en su juventud, Petróleo y delincuencia.

-Poco sacará Su Magnificencia de los elegantes escritos de mi -que fue- distinguido amigo. Al fin él depende de la Logia Secreta.

-Que me traigan la Logia Secreta.

-Imposible. Está en el extranjero...

Sancho gruñó:

-Santo Cristo de Limpias, no sé qué hacer. Estoy perdiendo la ocurrencia y la exuberancia. Me estoy poniendo viejo...

-¡Eso! -dijo Teresa Sancha.

-Y parece existe a mi costado una diferente jefaturía o... ¿cómo es? jerarquería de mandamases que manda más que yo. Usted, jefe de Informaciones Confidenciales, dígame si esa Logia Secreta se ocupa del bien de mi plebe o qué es lo que hace.

Pero el Bachiller había desaparecido sigilosamente.

-¡Contesten! -gritó Sancho-. Y usted, Granadero, ¿qué está haciendo?

El Capellán rió y dijo:

-Si pudiéramos contestar a eso, no sería secreta.

-¿Y de quién depende, si es que depende?

-No sabemos, Sir.

-Que lo averigüe, pues, mi Policía...

Rió otra vez el Capellán y dijo:

-¿Y sabe usted, Sir, si los jefes de su Policía no pertenecen también a la Logia Secreta y lo van a atosigar   —279→   con informes de que la Logia se ocupa de ayudar huérfanos y viudas y otras actividades fila-fila... fila...

-Filantróficas -concluyó Sancho-. Esas actividades condenadas para las cuales mandó la engrupida de mi ánima mil escudos de oro, de los cuales la tercera parte llegó a los pobres.

-Te estás poniendo viejo desde que empezaste a aprender inglés y palabras difíciles.

-Teresa, te debo encomendar una misión conferencial -dijo Sancho, y le habló unas palabras al oído.

-Eso es sabido de todo el mundo -dijo ella con desprecio-. Hay una conspiración para soplarte a vos del trono y agarrarme a mí para renenes, que le dicen. Y yo he tenido ya bastantes nenes, es un abuso.

-Como si yo no lo supiera -dijo Sancho, que no lo sabía-. Pero nadie me va a fletar del trono, porque me puso mi querida plebe con una patriada, seguida de un plebescitio.

El Capellán rió otra vez sardónico; o como se diga.

-¡Pataratas! -exclamó la Teresa-. Se van a aliar con dos o tres ínsulas extranjeras fuertes y te van a sacar pitando; y a mí...

-Y yo no me dejo. Tengo mis militares...

-¡Ay, Sancho amigo! El Jefe Mayor de tus militares se va a pasar al enemigo, porque es mujeriego, avariento y bruto; y los demás militares...

-¿Querés decirme que en mi Ínsula hay traidores? -dijo Sancho-. ¡Ustedes aquí quietitos! -gritó al ver que Pedro Recio y los demás se iban saliendo sigilosamente-. ¡A escuchar a la Gobernora!

-Oy, oy, oy -dijo ésta-. Sancho, Sancho, Sancho, carecés de intruición femenina. Está plagado aquí de traidores. Siempre ha sido así. Esta Ínsula desque empezó ha estado llena de trapisondas y traiciones...

-¡No más que otras ínsulas de allende -dijo Sancho con altivez-, como lo ha de mostrar la Historia!

-La historia sirve para tapar todo eso -vociferó ella-. Todos ésos que te han contado en la escuela fueron héroes, santos y mártires que hicieron grandes bienes al país, todo eso es patarata.

  —280→  

El Capellán medio se alzó y dijo:

-Si encomienzan a hablar contra los próceres, me voy.

-Y yo voy a armar a mi sagrada plebe -dijo Sancho-, y veremos. Mi plebe tiene coraje.

-Lo tuvo -dijo Pedro Recio-. Nous avons changé tout cela.

-No ahora -dijo al mismo tiempo la Teresa-. En otro tiempo en la Ínsula hubo coraje hasta de sobra. Ahora no. Tu plebe anda azarada y los pocos que quedan corajudos andan escondidos de puro coraje...

-Nadie me impedirá pelear corajudamente al frente desos pocos, como mi señor don Quijote -desafió Sancho.

-Y morir de balde -dijo ella.

-De balde no. El primer deber del soldado es morir por la patria...

-El segundo deber del soldado es morir por la patria. El primer deber del soldado es hacer que el enemigo muera por la suya... -interrumpió Pedro Recio.

-Eso dije -interrumpió a su vez Sancho-. Que si tengo que morir, y usted también Canciller, y quizás pronto, me van a mostrar el camino muchos enemigos. De balde no.

-Yo no quiero que mueras de balde ni de ninguna manera -dijo la Teresa llorosa-. Ya t'hi dicho lo que hay que hacer. Renuncias, nos vamos a la Patagonia y comenzamos a vivir como Dios manda con una manga de escudos que podemos sacar de Tesorería; que desde que comenzaste con este echar-los-bofes del Gobierno nunca te veo; y a la noche estás más rendido que el ganso de Cantimplanos. Yo he mandao ya a todos los chicos a la Patagonia. Con esa panza y unas boliadoras, lo mismo vas a pelear vos que el ganso de Cantimplanos, que le salió al encuentro al lobo...

-Ya que de refranes andamos -dijo el Gobernador con entereza-, también el reinar no quiere par, y debajo de mi capa al Rey mato, y al que nada tiene el Rey lo hace exento, y nunca hubo un Rey traidor ni un Papa descomulgado...

-Cuando te volteen, te van a tachar de traidor y descomulgado las historias de todas las ínsulas que te han   —281→   volteado, y de los ínsulos de aquí que te van a suceder en el gobierno.

-Eso no es democracia -dijo Sancho con imperio.

-No será. Pero yo me embromo lo mismo.

-Sí lo es -interrumpió de nuevo Pedro Recio-; porque los vencedores harán otro plebiscito y se arreglarán para sacar la mayoría... Democracia de la mejor.

-«Nos» arreglaremos -rugió Sancho.

-Eso mismo. Hay que arreglarse en esta vida.

-En la otra te van a arreglar a vos. Y en ésta también, si Dios me da vida, por vida de San Brandán de Tajayunque.

Gimió Sancha y se sentó; y bajando el grueso mate, se enjugó unas lágrimas en silencio; por lo cual todos los Cortesanos gimieron, se sentaron y se sonaron las narices; pues las únicas lágrimas verdaderas eran las de Teresa Sancha.

Se alzó Sancho de nuevo todo cariacontecido y agarró el garrote; porque a nadie le gusta cuando su mujer le lloriquea en público.

-He perdido la ocurrencia y la contingencia -dijo-, pero no la beligerancia. No sé qué hacer; pero vender su vida cara o barata cualquiera sabe. Digamén ahora izo fasto quienes son esos corajudos que quedan. ¡Toque a rebato! ¡Movilización General!

Pedro Recio y compañía se quedaron como estatuas, menos el Bachiller, que salió corriendo para la puerta, y fue detenido por el Granadero con el grito de «¡Alto, perduelis de porquería!».

-No quieren hablar, bueno -dijo suavemente el Monárquico Manchego; y se volvió al jubilado que estaba devorando un tercer pan con un litro de agua-. ¿Sabés vos porsiacaso y a causa de tus años quiénes son los corajudos de mi Ínsula?

-Los católicos -dijo el otro atragantándose.

-Todos son católicos en mi Ínsula.

-No -dijo el viejo, y escupió.

-¿Y sabés vos quiénes son los católicos?

-Por supuesto: los veros y los mistongos. He estado pidiendo limosna siete años. Andan separados y no se entienden ni se conocen ninquesea, y cuando uno dellos   —282→   saca demasiao la cabeza, lo baldan. La religión más santa y emasculada, dijo el apóstol San Cayetano, es andar con las manos limpias y ayudar en sus cuitas a las viudas y los jubilados.

-Así es -dijo Sancho-. ¿Y serías vos capaz de recogérmelos?

-Así no -dijo el viejito-. Con hambre, no.

-¡Se proveerá! -gritó Sancho-. Este Real Resorte impone una multa por no hablar a tiempo al Canciller y sus tres apláteres en partes alícuotas proporcionales con cuyo importe podrás sustentarte dos años...

Los cuatro funcionarios y todos los Cortesanos produjeron un zumbido o bramido sordo, que hacen los muchachos en los colegios de curas y se llama pampero, que las paredes se bamboleaban. No se amilanó Sancho I el Bravo.

-Y por espacio de un año serán internados en el Palacio donde mora el Loco de Marelplata, suspendidos de sus oficios hasta que se resuelvan en soltar las lenguas y escrebir una declaración jurada de todo cuanto supieren acerca la Jerarquería logista y secreta que pretende desde afuera gobernar mi Ínsula a socapa mía, o si no, voltearme.

Cesó el pampero y los condenados comenzaron a hacer pucheros con la boca y cachetes, que no se podían valer de risa, sin saberse por qué; o como después se supo, porque sabían seguro que no había de durar en el trono un año.

-Después de lo cual serán pasados a cuchillo -concluyó Sancho- por mí y este buen carcamal que me va a convocar aquí a todos los católicos de mi Ínsula.

-Nones -dijo el jubilado-. No me alcanza con los dos años de la multa, porque según la curandera tengo todavía seguros tres años de vida, sin contar los inseguros.

-¿Y cuántos tenés?

-Tengo 97 cumplidos.

-¿Y para qué querés vivir más?

-Y... para ver en qué acaba todo.

-Mal acabará para mí -dijo Sancho-, pero también en tal caso para todos los traidores. Te daré además siete escudos cabeza por caduno de los católicos que venga.

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-Poco es -dijo el otro, que con el comer se le aumentaba la angurria-. No vaya a crer son muchos.

-Y dentro de cinco años se te firmará la jubilación.

-Entonces sí. ¡Vamos! -dijo, y dándole el brazo Teresa Panza para que se sostuviera, se perdieron los dos en la niebla.

-Ésta no para hasta la Patagonia -musitó tristemente Sancho-. Hasta mi mujer se me ha puesto en contra. ¡Alto, bastonero, no toqués el gongo! Falta el Decreto. Y que ninguno salga de aquí, Granadero.

Entró Sancho en su chiribitil, y después de hacer mucho ruido de cadenas, que se espantaron las dactilógrafas y hasta el Capellán, salió muy repolludo con la armadura del señor don Quijote, que le sobraba de arriba y abajo y le escaseaba del medio; la cual no se sacó, como es sabido, ni para dormir, hasta después de la batalla y derrota de los Caseríos. Y habló así:

-Escribano, pare oreja y pluma y anote mi último

Decreto

Considerando que mi Ínsula está podrida de salvajes ilustrados y logistas, indiferentes a mi buen gobierno y mi plebe querida, corrompida en libertinaje de libertad de prensa, divididos y dispartidos los hombres decentes, amenazantes y prepotentes dos o tres ínsulas y penínsulas extranjeras, envalentonados los negociados, prevaricaciones, coimas, falacias, negociantes, mercaderes, mercachifles, usureros y otros animales deste compás; y sin embargo, un hombre bien nacido no se deja sacar de las orejas.

Ordeno, decreto y destatuyo:

1. Todo el que traicione a este Real Resorte será decapitado y sacado el corazón vivo por el siniestro costado.

2. Todo quien no quiera pelear será destinado al acarreo de municiones, munimentos y forrajes.

3. Todos los militares mujeriegos, avarientos y brutos serán dados de baja y destinados a la Dirección General de Estadísticas y Afines.

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4. Todo el que no quiera morir por la patria será paseado siete días montado al revés en un burro con un cartel en ambos hemisferios que diga lo suyo; y después se hará que muera por alguna otra cosa.

5. Todo el que quiera ser jubilado, tiene que trabajar primero.

6. Se reduce en un 35 por ciento el número de jubilados capigorrones de la Ínsula.

7. Las jubilaciones las firmo YO; y declaro que yo y mi amigo el calcamar no nos jubilaremos hasta de aquí cinco años.

8. En todas las Ciudades y Villas Mayores de mi Ínsula se hará un Tedeum con asistencia de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas para impretar de Dios el éxito de esta guerra.

Después de lo cual quiso el ínclito Gobernador dar la señal de los festejos, sospechando empero que no era ya tiempo de festejos; pero no pudo darla, porque todos los Cortesanos, secretarios y dactilógrafas estaban en la frontera haciendo un tratado secreto con una ínsula vecina para voltear del trono a Sancho y poner al Militar bruto y mujeriego; por lo cual Sancho mandó llamar al General Pacheco, pero resultó que el General Pacheco no tenía ganas de venir ni de pelear.