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ArribaAbajo 8. Los dos muertos

Apenas había el bermejo Apolo enviado al trasluz de las plomizas cortinas su blancor pesado y cadavérico -pues era un día nublado-, cuando se despertó el nuevo Gobernador con un horrendo dolor de cabeza, y después de rezar su oración matutina, tomar una aspirina y fumar un toscano, se dirigió calmosamente al Salón de las Primeras Providencias a despachar los asuntos del día. No bien se hubo sentado a tientas, oyose un horrísono rodar de cadenas, y viose ingresar al doctor Pedro Recio vestido de demonio acompañando a dos fantasmas con sudarios blancos, calavera, cola y sus grandes grillos, gatos negros, grimorios y linternas de verdoso luminar, como es de protocolo en tales casos. Despavoriose no poco Sancho I el Único al ver tamaños vestiglos y, apoyándose en su fiel tranca, gritó con voz perentoria:

-¿Quiénes son éstos?

-Son dos muertos, Prominencia -repuso Pedro Recio-, o por lo menos son dos que quisieran estar muertos, si es que por caso están vivos.

-¿Y qué piden de mí los muertos?

-Piden justicia, señor Gobernador, o por lo menos misericordia.

-Pues que arranquen de aquí súbito al trono de Dios -dijo Sancho irritado.

-Éstos no están atados por el juicio de Dios, Prominecia, sino por el macaneo de los hombres... Y aquí quedan ustedes, que yo rajo -dijo académicamente el doctor Tirteafuera, haciéndose humo al instante-. Después de lo cual se entabló entre Sancho y las dos fantasmas el siguiente diálogo:

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SANCHO.-  Adelántese el primero y exponga su querella.

FANTASMA 1.-  Señor Gobernador, pido que se me dé por muerto.

SANCHO.-  Moito agrazado. ¿Quem es vosé?

FANTASMA 1.-  Soy un tripulante de la cañonera Tritonius I.

SANCHO.-  ¿Domicilio?

FANTASMA 1.-  En el fondo del canal de la Mancha, hundido por un torpedo enemigo.

SANCHO.-  ¿Está de veraneo en mi Ínsula?

FANTASMA 1.-  No, señor, ni por pienso, sino que no puedo morir legalmente a causa de los comunicados; y habiendo oído hablar de la recta y fiel justicia de Su Prominencia, hemos venido a requerirla para nuestro caso.

SANCHO.-  No entiendo eso de los comunicados.

FANTASMA 1.-  Señor Gobernador, el día que se hundió valerosamente nuestro heroico y pequeño buque, salieron tres comunicados oficiales anunciando el primero que el buque no había sufrido ningún ataque, el segundo que sólo tenía ligeras averías, y el tercero que toda la tripulación había sido recogida a tiempo por el Macandale-Ship. Y éste es nuestro dilema. Realmente estamos muertos, pero legalmente no gozamos de ninguno de los beneficios de la mortandad.

SANCHO.-  Medrados estamos. ¿Y qué puedo yo para el caso?

FANTASMA 1.-  Simplemente decretar que, así como estoy muerto deveras, muera yo también de mentirijillas y mi mujer quede viuda del todo. Cuentas claras, señor Gobernador. Porque uno es un espíritu incorpóreo, señor Gobernador, pero no crea, lo mismo le duele a uno ver que su mujer ya comienza a ponerse paqueta y hacer buenos ojos a los festejantes, sin esperar, por decencia ninquesea, el desmentido oficial de los tres comunicados, y la confirmación de parte del Gobierno del hundimiento del buque. Eso me parece hasta poco patriotismo. ¡He muerto en el mundo real: quiero morir también en la propaganda!

SANCHO.-  ¿Y cuándo fue ese hundimiento, por si acaso?

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Ilustración

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FANTASMA 1.-  Señor Gobernador, hace siete meses contados.

SANCHO.-  Medrados estamos, buen hombre, o buen ánima bendita, o magüer seáis maldita. Haceos allá, que yo tomaré en consideración vuestro asunto y proveeré como sea debido.

Dicho lo cual, desapareció la fantasma primera con una explosión como una centella, mientras la otra fantasma ejecutaba por el salón una especie de danza macabra o galop infernal, cantando la marcha fúnebre de Saint-Saëns con horrorosos aullidos y lamiendo con la cola las paredes y el suelo del recinto, como una babosa de humo. Después de lo cual se cuadró en seco, hizo su reverencia y continuó el interrogatorio:

SANCHO.-  ¿Estáis bien muerto, buen hombre?

FANTASMA 2.-  Sí, señor; pero sin novedad alguna.

SANCHO.-  ¿Qué pasó?

FANTASMA 2.-  Señor Gobernador, a mí me han envenenado con gases.

SANCHO.-  ¿No está prohibido eso en la guerra?

FANTASMA 2.-  Lo está; pero es que no me envenenó el enemigo, sino el maldito sargento Celedonio.

SANCHO.-  Pues andad a quejaros al Comando.

FANTASMA 2.-  Señor, el Comando es un sinvergüenza. Para más claridad, yo estaba en un profundo sótano de la línea Sigfrido-Maginot-Stalin, porque yo con otros seis compañeros soy el Superintendente encargado, con perdón de Usía, de la limpieza interior o sea cloacal. Estábamos los siete muy garifos, y va el animal del sargento y en vez de dar vuelta la manivela del oxígeno de respirar, ¿no va el animal del sargento y da vuelta la manivela del gas mostaza, que tenemos preparado en el fondo del subterráneo para un caso que el enemigo lo use primero? Siempre dije yo que Celedonio iba a acabar por meter la pata. Lo malo es que me tocó estirar la mía. Hay cada sargento, Prominencia, más bruto que mandado a hacer a medida.

SANCHO.-  ¿Murieron todos?

FANTASMA 2.-  Yo solamente, señor, modestia aparte. Los otros se pusieron la máscara; pero la mía estaba descompuesta. Todas las considencias se juntan en un   —83→   día, cuando uno amanece con mala pata. Pero de eso no me quejo. Nunca fui hombre de suerte. Lo realmente inicuo es que el Comando publicó ese día un parte oficial, y, ¿qué decía el parte oficial, Prominencia? Decía simplemente estas abominables palabras que oirá su Promimanencia: «Sin novedad en el frente».

SANCHO.-  ¿Sin novedad en el frente?

FANTASMA 2.-  ¡Sin novedad! ¡Sin novedad! ¡Horrible y abominable! ¿Y yo no soy ninguna novedad? Eso es lo que me repudre a mí, señor Gobernador. Yo era un pobre musolino que me ganaba el pan limpiamente, sí señor, que me lo ganaba. Un día aparece un decreto diciendo que tenía que salir de mi casa a defender la civilización, a proteger al país de Paflagonia que es un país a seiscientas leguas del nuestro, el cual había sido agredido por el enemigo del género humano, que si yo no marchaba, la vida ya no era digna de ser vivida; y finalmente, que si yo no marchaba rápido, me pegan cuatro tiros por la espalda. Todos esos argumentos me emocionaron. Yo marché. Y viene el animal de Celedonio y me liquida a contramano...

¡Y tienen el tupé de decir que no hay novedad en el frente! ¡Para eso me sacan de casa con tanto estrépito! ¡Como si yo no me tuviese que morir lo mismo un día, y entonces por lo menos era una novedad para el vecindario!



Miró el Gobernador con interés a la pobre fantasma, y después de meditar profundamente un rato, cosa que no pudieron hacer los Cortesanos por hallarse ausentes, volviose al duende y le dijo:

-Ánima bendita, sentaos en esa mesa si sois escribano y ayudadme a redactar mi pragmática.

Sentose la fantasma como pudo. Y Sancho le dictó el siguiente

Decreto

En uso de las atribuciones que nos confiere el pueblo soberano y considerando el estado de guerra en que se encuentra la fantasía de la gente de nuestra Ínsula, vengo en ordenar y ordeno:

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1. Créase una Comisión de Censura para los comunicados oficiales del extranjero.

2. Impónese un impuesto de un centavo oro por línea a los telegramas de guerra, artículo superfluo y de lujo mucho más que los cigarrillos.

3. A todo el que publique noticias falsas se lo multará en 5000 patacones, y en 500000 patacones si la noticia es dañina al prójimo o perturbadora del sentido común.

4. Con el dinero de los dos rubros anteriores se fundarán dos Institutos Superiores de Investigación Científica; el primero, encargado de averiguar lo que es a través de lo que se dice; y el segundo, encargado de distinguir lo que nos importa de lo que no nos importa.

5. Cada Instituto pasará un parte oficial por quincena a esta Alta Administración, la cual lo publicará en el Boletín Oficial.

6. Todo el resto de la información diarera se declarará palabras cruzadas, y se prohibirá su lectura a los menores de edad.

Fírmese, refréndese, archívese, comuníquese y, sobre todo, cúmplase.

Sancho, Gobernador

Apenas la fantasma, que se había apartado respetuosamente al firmar Sancho, tuvo en sus manos el colosal decreto, cuando rompió en una risita de demonche y se precipitó con el papel por la ventana, como una exhalación. Oyose al mismo tiempo un ruido horroroso, como si el mundo se viniera abajo y una densa oscuridad cayó como un crespón sobre la ciudad, que al mismo tiempo se pobló de alaridos de espanto. Corrió Sancho a la ventana y vio su querida capital iluminada por los fatídicos resplandores del incendio.

-¿Qué pasa? ¿Es que han entrado otra vez mis enemigos? -gritó Sancho consternado.

-Se ha hundido el edificio de La prensa y se ha apagado la farola -gritaron de abajo las gentes aterrorizadas.

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-Estamos perdidos -chilló el Gobernador entonces. Y despertó sobresaltado, comprobando que los dos chorizos en pimentón que cenara le habían jugado una broma pesadilla.

Visto lo cual, mandó inmediatamente que se iniciaran los festejos, los cuales consistieron en ese día principalmente en la estatua de Sáenz Peña con su familia desde el punto de vista jurídico, económico, social y mnemotécnico, acompañada de un desfile de toda Buenos Aires a contramano por la calle Florida.