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«El nuevo Robinsón» de Joachim Heinrich Campe, en la traducción de Tomás de Iriarte (1789)

Bernd Marizzi

Tomás de Iriarte (trad.)





Con estas líneas se presenta una de las obras educativas más importantes del siglo XVIII y a su vez uno de los primeros bestsellers europeos: El nuevo Robinsón, traducido al español en 1789, solo 10 años después de la edición original de esta novela pedagógica, Robinson der Jüngere, publicada en Alemania en 1779. Tanto el autor de la obra original, Joachim Heinrich Campe, como el traductor de la obra al español, Tomás de Iriarte, son figuras de primera línea en la vida intelectual de sus respectivas culturas.

Joachim Heinrich Campe, nacido en 1746 en Deensen, en el ducado alemán de Brunswick, y fallecido en el mismo lugar en 1818, es una persona muy importante no tanto para la literatura, sino más bien para la historia de la educación en la Ilustración, ya que casi toda su vida está dedicada a la enseñanza. Estudia teología protestante en la Universidad de Halle, pero pronto se busca un empleo típico para muchos intelectuales de la época, el de tutor. Como tal es responsable de la formación de dos destacadas personalidades de la vida intelectual alemana y europea: los hermanos Alejandro y Guillermo de Humboldt. Más tarde se casa y entra como profesor en el Philantropin (Instituto Filantrópico), fundado por Basedow dos años antes en Dessau (Prusia). El año siguiente llega a ser director del mismo, pero por desavenencias con Basedow abandona de repente el Instituto y se establece en Hamburgo, ciudad-estado que en este tiempo es bastante más liberal que el resto de los estados alemanes. Allí desarrolla una amplia actividad como educador y, sobre todo, como autor de escritos sobre educación, entre ellos el Robinsón. También edita sus propios libros, lo que, debido sobre todo al éxito del Robinsón, le permite vivir sin problemas económicos. En 1786 vuelve a Brunswick, donde durante bastantes años ocupa puestos directivos en el sistema educativo. Campe, una persona muy conocida e influyente en su época, fue un gran defensor de los ideales de la Revolución francesa a los que apoya toda su vida. En 1789 viaja, junto con Guillermo de Humboldt, como turista al París prerrevolucionario: visitan la Bastilla y asisten a una sesión de la Asamblea Nacional en Versailles, lo cual, de vuelta a casa, le acarrea duros ataques personales por parte de la reacción. Es nombrado ciudadano honorífico de la República francesa junto con Washington, Klopstock, Schiller y Pestalozzi y también será diputado por Brunswick en el Königreich Westfalen fundado por Napoleón. La última parte de su vida la dedica al intento de purificar la lengua alemana de influencias extranjeras y sobre todo francesas (esto no es una contradicción con sus ideas políticas, porque hay que tener en cuenta que los que hablaban francés eran sobre todo los nobles).

En el resumen de la vida de Campe se ha mencionado una institución, el Philantropin, donde trabaja durante un tiempo. La palabra hace referencia a una nueva forma de entender la educación que, en el siglo pedagógico, postulan los filántropos y que se pronuncia en contra de una pedagogía que sigue basándose en la tiranía de los maestros y en el principio de hacer memorizar todo a los niños sin que lo comprendan. Aprender es entendido como un juego adaptado a la edad de los niños, la práctica tiene que preceder a la teoría. Desde luego es Rousseau el que ocupa un lugar destacado en esta pedagogía, que se propone formar, de una manera natural, primero a hombres tolerantes y sólo a continuación a ciudadanos.

Robinson der Jüngere se inscribe por su tema en el campo de las robinsonadas, una verdadera «plaga» en la literatura de los siglos XVIII y XIX. Hay incontables y muy disparatadas versiones del original de Defoe y es conocida la anécdota ilustrativa del avezado editor que pone la figura de Robinsón en la portada de un libro de aventuras sin que luego ésta vuelva a aparecer nunca más en el texto. Robinson der Jüngere tuvo gran éxito comercial: la primera edición alemana de 1779 se agotó enseguida, la 8.ª edición se hizo ya en 1802, y en 1830 el libro iba por la 33.ª edición. El mismo año de la publicación aparecieron dos traducciones al francés, distintas entre sí; existen traducciones a todos los idiomas europeos, incluido el latín. Este éxito se debe a dos factores: el interés generalizado del público en la historia de Robinsón y la preocupación de la sociedad por temas pedagógicos. La decisión de adaptar el viejo Robinsón para fines educativos se debe claramente a Rousseau, quien en su Émile recomienda que alguien rehaga la historia de Robinsón para poder emplearla como medio para instruir a los niños sobre sí mismos y la sociedad. Rousseau no ve en el Robinsón una historia de aventuras, sino la posibilidad de mostrar, en la reclusión de la isla, el estado natural del hombre. También postula que los niños no deben limitarse a consumir la historia, sino que deben vivirla activamente. Campe sigue en su adaptación los consejos de Rousseau. Las aventuras se reducen a un mínimo, Robinsón no dispone, por lo menos al principio, de ninguna herramienta, los niños repiten las actividades del héroe (duermen en chozas que hacen ellos mismos, fabrican una serie de objetos, tales como el famoso parasol, e incluso llegan a escribirle cartas a Robinsón). Es curioso que aquello que más molesto podría resultar a los lectores actuales, la forma moralizante, el señalar con el dedo, no lo era para los lectores contemporáneos, como demuestra el éxito que este tipo de literatura tuvo en su tiempo. En este contexto hay que tener en cuenta que la ilustración en general defiende la idea utópica de mejorar el mundo mediante la educación frente a la revolución.

El tema de toda la novela es la formación del individuo burgués, del hombre y no del súbdito. Aquí Campe encuentra palabras muy duras contra la práctica de adiestrar a los niños -siempre hablando de los hijos de la burguesía y la nobleza- como monos, porque seguirán interpretando meros papeles en la vida y no actuarán como individuos. Él insiste una y otra vez en la necesidad de adaptar la forma de aprendizaje al nivel intelectual de los niños y de emplear su fantasía para hacerles ver nuevas formas sociales que la realidad actual no les permite ver. Esta idea es radicalmente contrapuesta a una sociedad que se rige por los modelos de comportamiento aristocráticos y aboga por una sociedad en la cual priman los valores de la burguesía naciente: la ética del trabajo, la virtud, la moderación y la utilidad. Ante cualquier objeto o realidad, Robinsón siempre se pregunta: «¿Para qué me podría servir esto?». En esta sociedad, la de los filántropos, tienen igual importancia los conocimientos técnicos que los valores humanos. La historia de Robinsón sirve tanto de libro de lecciones de cosas como de libro de moral, pero esta moral ya no es una moral meramente religiosa, porque si bien Robinsón siempre habla de Dios y de su bondad, no se fía de nada más que de su inteligencia. Dios no es alguien que realiza un milagro de vez en cuando y, si así lo quiere, interfiere de esta manera en la vida de los hombres, sino que es la Providencia Divina que estableció el mundo de tal manera que el hombre puede y debe configurarlo como lugar de su felicidad. Y para conseguirlo ha de ser un hombre instruido y aplicado. Campe sigue el camino de muchos teólogos protestantes de cambiar la erudición por el trabajo pedagógico práctico.

Hasta principios del siglo XX, la vía de influencia en España del pensamiento expresado en alemán en el campo pedagógico tiene lugar a través de traducciones del francés. También el Robinsón de Campe llega a España por mediación de su traducción francesa, y por las múltiples ediciones de la obra -en total constan 17, incluidas dos ediciones que se hicieron en París y una curiosa adaptación que se publicó en 1944- se puede deducir que gustó al público español. También la crítica de la época le recibió bien: «Esta obra no es menos gustosa por su invención y novedad, que útil por su moral, y documentos sobre varias artes y ciencias; siendo, según juicio de hombres sabios, muy a propósito para rectificar el corazón y el entendimiento de los niños, y aun de los adultos», dice el Memorial literario de septiembre de 1789. Por el prólogo que escribe Juan Rubio, director de las Reales Estudios de San Isidro, a sus Exemplos morales (1806) sabemos que se utilizó el libro en las escuelas. Otra fuente para conocer la recepción del Nuevo Robinsón es el hasta ahora mejor biógrafo de Iriarte, Emilio Cotarelo y Mori, que todavía en 1897 dice del Robinsón que «es digna de toda loa por su excelente lenguaje [...] consiguiendo un libro de lectura verdaderamente agradable y provechoso, tanto que aun hoy se repiten las ediciones de esta preciosa obrita». También ayuda a conocer la recepción de la obra el tratamiento que recibió Campe en traducciones de otras obras suyas: del «señor Campe» pasa a ser «el célebre alemán Campe» ya en una edición de 1807, y más tarde se le llamará sencillamente «el célebre Campe». También en España hubo quien se quiso aprovechar del éxito del Nuevo Robinsón. En los fondos antiguos de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense se encuentran unos curiosos volúmenes III y IV del Nuevo Robinsón que por su portada, copiada de la traducción hecha por Iriarte, hacen suponer que se trata de una continuación del Robinsón, aunque en realidad son obra de un tal don Juan Jacinto Rodríguez Calderón, cadete del Regimiento de Infantería de las Órdenes Militares.

Para extender estos someros intentos de reflejar la recepción del Robinsón de Campe en la España ilustrada a la época contemporánea habría que estudiar más a fondo una muy posterior adaptación anónima del Nuevo Robinsón del año 1944. La intención con la cual ha sido concebida se releva a través de la afirmación del autor anónimo que este libro trata de conducir «a los niños por el camino que va al Cielo». Lo que en la traducción de Iriarte fue entendido como un libro de lecciones de cosas y de moral, y adaptado a las particularidades que presenta la Ilustración en España, en 1944 se convierte en un libro de moral al servicio de la ideología dominante.

La base ideológica de Iriarte hace suponer, como hemos podido ver, que resulta una persona bastante idónea para trasladar al castellano los planteamientos de Campe. Para comparar la traducción con el original alemán se han cotejado en primer lugar directamente la versión alemana y la española, señalando las diferencias que parecían interesantes para poder establecer los cambios significativos que resultasen de la traslación de la obra de una cultura a otra, dentro del mismo contexto ilustrado. Solamente después de esta primera criba se ha recurrido a la versión intermedia, la francesa, para poder delimitar la influencia del francés en estos cambios. Se cita por la reimpresión alemana (A) de la primera edición de 1779-1780, editada por Alwin Binder y Heinrich Ringelnatz (Stuttgart, Reclam, 2005), la 5.ª edición española (E) de 1817 (Madrid, Fuentenebro) y la 7.ª edición francesa (F) de 1818 (París, Le Prieur, 2 vols.).

En líneas generales se puede apreciar una diferencia bastante grande entre la versión francesa y la española, ya que mientras que el anónimo traductor francés se limita a dar una traducción fiel del original -con excepción de varios cantos religiosos-, Iriarte se toma no pocas libertades respecto al texto, que en su gran mayoría no se explican por la traducción francesa que manejó. No se reseñarán las correcciones que efectúa Iriarte respecto a los errores geográficos de Campe en lo que concierne, por ejemplo, a las islas Canarias (de las cuales es originario Iriarte), sino que se comentarán directamente aquellos puntos en los que el traductor -y no la versión francesa- traiciona al original.

El primero sería el tratamiento que dan los niños a los padres (du y toi en alemán y francés, «Usted» en español), lo que junto con otros factores -en una ocasión el padre les llama a sus hijos «caballeritos» (E, p. 237), mientras que en alemán y francés son simplemente Leute y gens (A, p. 144; F, p. 237); las cartas que escriben los niños españoles a Robinsón están llenas de horribles formalismos, cuando en alemán y francés utilizan un lenguaje infantil- demuestra que Iriarte no conoció ni asumió el postulado de Campe (y de Rousseau) de una instrucción natural, adaptada a los niños y contraria a formar kleine Herren, y se dirige a un público ilustrado. Este punto resulta más interesante si recordamos que Iriarte dedica varias obras a la cuestión de la educación. En esta línea va la crítica de Juan Rubio cuando dice en el prólogo de sus ya citados Exemplos morales que la «sublime doctrina que contienen [los libros de texto como el Nuevo Robinsón], se dirige a la instrucción y al recreo de los jóvenes más distinguidos y acomodados, con los cuales no habla directamente la mía». Un segundo indicio que también demuestra esta otra manera de enfocar la educación es el lenguaje. Campe exige en sus escritos teóricos, y practica en sus textos destinados al uso docente, un lenguaje llano y son notorios sus esfuerzos -muy criticados por sus contemporáneos, como Goethe, por ejemplo- por sustituir palabras extranjeras por sus equivalencias alemanas. Pues bien, el lenguaje de Iriarte es, en este aspecto, completamente contrapuesto a los intentos de Campe: abundan los cultismos. Algunos pueden explicarse por el contexto ilustrado: «reflexionar», «discurrir», y hasta «raciocinar», donde en alemán y en francés se utilizan denken o penser, el casi constante uso de «racionales» por Menschen o hommes; llama la atención que «hombres» solamente se utiliza cuando se habla de Dios: «padre de los hombres» (E, p. 132). Otros cultismos son «colegir» (E, p. 203) por wissen o savoir, «principiar» (E, pp. 156, 158 y 160) en lugar del francés commencer. Una posible explicación para este lenguaje culto de Iriarte podría ser la gran influencia que la aristocracia tuvo en la Ilustración española. Es de sobra sabido que la vertiente democratizadora de la educación tardó muchísimo en establecerse en España. Esto no quiere decir, sin embargo, que Campe tuviera estas pretensiones, pero sus principios sirven de base para un posterior desarrollo hacia una democratización, y es ahí donde el pensamiento de los filántropos, basado en la nueva burguesía, adquiere un nuevo significado. En varias ocasiones Iriarte añade algunos párrafos, suprime otros o hace más fluidos los, a veces, pesados diálogos del original. Cuando se habla de los rayos, no son los niños los que -como en el texto alemán- deducen la ridiculez que supone tener miedo de los rayos, sino el padre, y a continuación Iriarte añade en el peor estilo ilustrado, el del tono del maestro de escuela, un párrafo para arremeter contra la irracionalidad.

El ya citado ejemplo de «principiar» versus commencer también indica que Iriarte supo mantener una independencia bastante considerable respecto a posibles galicismos. Si se analizan las traducciones francesas de Wohnung -palabra que Campe emplea casi exclusivamente para designar el sitio donde vive Robinsón- se ve que aparecen habitation, demeure, auberge, logement. Iriarte, por su parte, opta por «habitación», «albergue», «receptáculo», «vivienda» y «morada», pero, y esto es importante, no respeta siempre la versión francesa.

También se puede decir que, en general, Iriarte puso bastante cuidado en adaptar la historia a la cultura española en lo que concierne a los detalles de la vida diaria. Junto a esto no hay que olvidar que en numerosas ocasiones Iriarte mejora la traducción francesa; se trata, sobre todo, de los diálogos, que hace más fluidos. Pero la traducción no sigue, por ejemplo, la pretensión de Campe de reflejar el lenguaje sencillo de los niños sino que los diálogos infantiles del Nuevo Robinsón se caracterizan por complicadas construcciones hipotácticas que sustituyen las cortas oraciones simples.

La imagen que se da en la versión española de la América latina se merecería un estudio aparte: no hay que olvidar que los dos autores, Iriarte y Campe, redactaron libros de texto de historia y geografía. En cualquier caso, la adaptación del original alemán permite entrever las diferencias que existen entre la Ilustración española y alemana.






Bibliografía

  • CAMPE, Joachim Heinrich. 1779. Robinson der Jüngere, zur angenehmen und nützlichen Unterhaltung für Kinder, mit Churfürstlicher Freiheit, beim Verfasser und in Commission bei Carl Ernst Bohn, Hamburgo; reimpresión de Stuttgart, Reclam, 2005, editada por Alwin Binder y Heinrich Ringelnatz.
  • CAMPE, Joachim Heinrich. 1781-1782. Die Entdeckung von Amerika, Hamburgo, 3 partes.
  • CAMPE, Joachim Heinrich. 1789. El nuevo Robinsón, historia moral, reducida a diálogos para instrucción y entretenimiento para niños y jóvenes de ambos sexos, escrita recientemente en alemán por el Señor Campe, traducida al inglés al italiano, al francés y de éste al castellano con varias correcciones por D. Tomás de Iriarte, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 2 vols.
  • CAMPE, Joachim Heinrich. 1818. Le Nouveau Robinson pour servir à l'amusement et à l'instruction des enfans [...] ouvrage traduit de l'allemand (par A.-S. d'Arnex), Paris, Le Prieur, 7.ª ed.
  • CAMPE, Joachim Heinrich. 1944. El nuevo Robinsón, Barcelona, Talleres gráficos Baguñá.
  • COTARELO Y MORI, Emilio. 1897. Iriarte y su época, Madrid; reimpresión 2002.
  • IRIARTE, Tomás de. 1794. Lecciones instructivas sobre la Historia y la Geografía, Madrid, Imprenta Real, 3 vols.
  • MARIZZI, Bernd. 1993. «Robinson der Jüngere: un libro de lecciones de cosas de la Ilustración española y alemana» en Margit Raders & Julia Sevilla (eds.), III encuentros complutenses en torno a la traducción, Madrid, Editorial Complutense, 215-223.
  • RODRÍGUEZ CALDERÓN, Juan Jacinto. 1799. Continuación a la historia moral del nuevo Robinson: reducida a diálogos para instrucción y entretenimiento de niños y jóvenes de ambos sexos, escrita en alemán por el señor Campe; y traducida del francés al castellano por D. Tomás de Iriarte, Madrid, Imprenta de Vega y Compañía, t. IV.
  • RUBIO, Juan. 1806. Ejemplos morales o de las consecuencias de la buena y de la mala educación en los varios estamentos de la sociedad, Madrid.


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