El retiro honroso
Drama en un acto
M. Berquin
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PERSONAJES |
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EL PRÍNCIPE LUIS DE SAJONIA. | |
Un OFICIAL, que le acompaña. | |
MONSIEUR DE GERVILLE. | |
MADAME1 DE GERVILLE. | |
ENRIQUE, de edad de 14 años, su hijo. | |
EUGENIA, de edad de 11 años, su hija. | |
CECILIA, de edad de 8 años, su hija. | |
MARIANA, de edad de 5 años, su hija. | |
FEDERICO, niño de pecho, su hijo. |
La escena es en un bosque contiguo a la casa de MONSIEUR DE GERVILLE.
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Escena
III
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El PRÍNCIPE LUIS, un OFICIAL, EUGENIA. |
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PRÍNCIPE.- (Al OFICIAL.) ¡Qué niña tan graciosa! No me descubras que quiero hablarla. (A EUGENIA dándola una -168- palmadita en el hombro.) ¡A Dios, hija: qué aplicada estás! |
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EUGENIA.- (Sorprendida.) ¡Señor! ¡Jesús, qué susto! |
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PRÍNCIPE.- Perdona, que no era mi intención asustarte. ¿Para quién preparas esas fresas? Por cierto que deben de ser muy buenas, y más estando limpias por tan blanca y linda mano. |
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EUGENIA.- ¿Gusta V. probarlas, Señor? (Le presenta el sombrero.) Tómelas V. sin recelo, que están recién cogidas, pero disimule que no tenga mejor plato en que ofrecérselas. |
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(El PRÍNCIPE toma tres, y presenta el sombrero al OFICIAL, el cual toma dos.) |
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PRÍNCIPE.- No creo haberlas comido mejores. ¿Las vendes? |
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EUGENIA.- No por cierto, aun cuando me diesen mucho más de lo que valen. |
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PRÍNCIPE.- Dices muy bien, pues cogidas y preparadas -169- por esa manecita tan donosa no hay dinero con que pagarlas. |
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EUGENIA.- No, señor, no es por eso. De buena gana estarían a disposición de V. con cuantas mi hermano y mi hermana pudieran coger de aquí a la tarde. Pero están destinadas a papá, (Limpiándose los ojos.) por ser las primeras que cogemos2 para él, y acaso serán las últimas que coma con nosotros. |
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PRÍNCIPE.- ¿Eso es decir que está enfermo de peligro? |
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OFICIAL.- Es de esperar que no se halla en tanto apuro una vez que piensa en comer fresas. |
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EUGENIA.- No hay nada de eso, a Dios gracias. Es cierto que ha estado bien mato de dolores reumáticos todo el invierno, pero ya está mejor, aunque no totalmente restablecido. Sin embargo, pueda o no pueda, tendrá que marchar mañana. |
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PRÍNCIPE.- ¿Tanta precisión tiene de hacer ese viaje? |
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EUGENIA.- Sí, señor, porque su regimiento pasará por el lugar, y debe incorporarse con él sin remedio. |
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PRÍNCIPE.- ¿Su regimiento? |
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EUGENIA.- El del príncipe Carlos. |
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PRÍNCIPE.- (Despacio al OFICIAL.) ¿Qué apostamos a que es alguna de las hijas del capitán Gerville? |
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EUGENIA.- (Que lo ha oído.) Sí, señores: ése es mi papá: ¿le conocen Vds.? |
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PRÍNCIPE.- ¿No le hemos de conocer si somos compañeros? |
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EUGENIA.- ¡Válgame Dios! ¿Pues que tan cerca está ya el regimiento? |
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PRÍNCIPE.- No, hija, no te asustes, que no llegará hasta mañana. Nosotros nos hemos adelantado de orden del Príncipe; se nos ha roto una rueda del coche aquí cerca, y mientras la componen, que ya debe faltar poco, nos entramos -171- en este bosque por gozar de su sombra. ¿Dime, no sale esta senda al camino real? |
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EUGENIA.- No, señor, que sale al pueblo. |
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PRÍNCIPE.- ¿Al pueblo en que tu papá tiene sus haciendas? |
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EUGENIA.- No tiene más que una casa con su huertecita, este bosque y el prado inmediato. A esto sólo se reducen sus haciendas, y aquí reside con mamá y todos nosotros, siempre que no está de guarnición o en campaña. |
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PRÍNCIPE.- ¿Parece que este invierno ha estado bastante malo? |
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EUGENIA.- Muy malo, sí señor, y nosotros tan afligidos como V. puede imaginar. Los dolores le han tenido enteramente baldado, y además se le volvió a abrir una herida que recibió en la cabeza la campaña pasada. Lo peor de todo es que ahora que se iba restableciendo, tiene que exponerse a nuevas penalidades. |
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PRÍNCIPE.- ¿Por qué no pide una ampliación de su licencia apoyándola en los informes del facultativo? |
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EUGENIA.- Ese paso ya le ha dado mamá, sin que haya tenido ningunas resultas. No sabemos si consiste en que el Rey no la ha creído, o en que no haya apoyado su solicitud el príncipe, que manda su regimiento. Tal vez será algún hombre despiadado. |
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PRÍNCIPE.- No extrañaré que ni el Rey ni el Príncipe consientan de buena gana en desprenderse de un oficial tan recomendable como tu papá, de quien los oficiales jóvenes, como yo, tenemos tanto que aprender. |
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EUGENIA.- Cierto, que V. parece bien joven. ¿También tendrá V. padres, no es verdad? |
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PRÍNCIPE.- (Algo cortado.) Así es. |
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EUGENIA.- ¡Cuánto habrán llorado al separarse V. de ellos! No se me olvidarán las lágrimas que derramamos -173- mamá y nosotras cuando mi hermano mayor marchó a su colegio. Ya ve V. que eso no es nada comparado con una campaña. |
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PRÍNCIPE.- También mi padre sirve en el Ejército. |
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EUGENIA.- Siendo así ya nada extraño, porque los padres que son militares no suelen tener muy tierno el corazón. Sin embargo no lo digo por el nuestro que es tan bueno, tan caritativo... menos en lo que llama puntos de honor, que en esta materia es inexorable. Así yo tengo mis recelos de que si no ha conseguido la prórroga de su licencia, es por culpa suya. |
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PRÍNCIPE.- ¿Por qué razón? |
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EUGENIA.- Porque no la ha solicitado con formalidad: siempre diciendo que las licencias y los retiros en tiempo de campaña son cosa de cobardes, y siempre deseando tener bastantes fuerzas para montar a caballo e ir a derramar por su patria la sangre que le queda. Ya estará contento, pues se le va a cumplir su gusto, pero sus pobres hijos nos quedaremos sin padre, si Dios no lo remedia. |
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PRÍNCIPE.- No te aflijas sin motivo, criatura. Tú papá ha salido bien de muchas batallas, y es de creer que ahora le suceda lo mismo. ¿Piensas que cada bala que se tira mata un hombre? ¿No sabes que quien las reparte es Dios? |
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EUGENIA.- Sí, señor, pero las reparte entre los que se hallan allí, y alguna de ellas puede tocar a mi papá. |
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PRÍNCIPE.- Eso es verdad. ¿Mas quién es aquella niña que viene hacia este sitio? |
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EUGENIA.- Mi hermana Cecilia. |
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Escena
VI
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El PRÍNCIPE, el OFICIAL, CECILIA, ENRIQUE, EUGENIA. |
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ENRIQUE.- (Con aire altivo.) ¿No has dado un grito, Cecilia? Aquí tienes quien te defienda. |
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PRÍNCIPE.- ¿Contra nosotros, amiguito? |
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ENRIQUE.- Contra todos los que ofendan a mi hermana. |
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CECILIA.- Muchas gracias, Enrique. Aunque involuntariamente di un grito, no necesito del favor de tu brazo. Y si no, mira; aquí tienes ya desarmado al enemigo. (Vuelve la espada al PRÍNCIPE.) Tenga V. su espada que por esta vez le perdono la vida, pero cuidado con otra; ¿entiende V.? |
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PRÍNCIPE.- No he visto en mi vida una criatura más singular que tú. |
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EUGENIA.- Me alegro de que lo3 oiga de boca de V. Pero, señores, ya tenemos fresas en más abundancia, y podemos ofrecerlas sin reparo. Tomen Vds. las que gusten. |
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PRÍNCIPE.- No creáis que hagamos tal cosa, sabiendo el respetable destino que queréis darlas. |
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EUGENIA.- Las que Vds. gusten tomar se descontarán de la parte que nos corresponde a nosotros, y nada perderemos por comer hoy menor cantidad. Vds. son del regimiento de papá, y es nuestra obligación complacerles en cuanto podamos. |
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CECILIA.- (Sacando un ramillete del seno y presentándosele al PRÍNCIPE.) Siendo así, voy a dar a V. este ramillete que cogí para mí, y a fe que no le daría si papá y mamá no tuviesen cada uno el suyo. Pero como es mío, se lo regalo a V. |
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PRÍNCIPE.- Y yo lo acepto de mil amores dándote un millón de gracias, amable Cecilia. |
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CECILIA.- Ahora reparo que está algo marchito. Si V. tiene a bien esperar un poco, verá V. cómo le hago uno de flores más frescas. Tendrá jazmines, violetas, madreselva... como que el jardín está todo lleno. |
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EUGENIA.- Si quieres que haya rosas no tienes más que acudir al rosal que está debajo de mi ventana, y tomar las que hubieren amanecido abiertas. |
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CECILIA.- ¡Vaya! ¿Quiere V.? |
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PRÍNCIPE.- Ésa es demasiada bondad, hermosas niñas, y la agradezco en el alma, pero me gusta más hablar con Vds. que cuantas flores hay en el mundo. |
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CECILIA.- Ahora me ocurre una cosa. ¿No me dirá V., señor oficialito, qué es lo que se debe hacer para dejar el servicio honradamente? ¿Si V. quisiera darnos un buen consejo para que no se llevasen a papá?... |
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EUGENIA.- Si V. nos sacara de este apuro, le daríamos todo cuanto tenemos. |
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ENRIQUE.- (Que se ha estado divirtiendo con las borlas de la espada del PRÍNCIPE, y mirando con la mayor atención su sombrero y su uniforme.) Mis timbales, mi cartuchera y mi fusil, todo está a la disposición de V. como papá se quede con nosotros. |
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CECILIA.- (Con aire misterioso.) Y yo le permitiré a V. de bien a bien que haga lo que poco ha intentaba hacer por fuerza. |
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PRÍNCIPE.- Son tantas las cosas que me ofrecéis, que me alegrará de tener algún arbitrio... |
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EUGENIA.- (Afligida.) ¿No tiene V. ninguno de veras? De ese modo no hacemos más que estar afligiendo a V., sin que pueda sacarnos del ahogo. |
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CECILIA.- No; pues yo no me contento con eso. El Príncipe Carlos que es el coronel tiene que pasar por aquí, y ya tengo pensado lo que he de hacer. Nosotros tres, y los otros dos hermanitos más pequeños iremos todos juntos, nos echaremos a sus pies, y agarrándonos bien a los faldones de la casaca, a las botas y a cuanto -185- podamos, no nos levantaremos hasta que nos otorgue nuestra petición. |
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EUGENIA.- Sí, sí: muy bien pensado. Con eso verá nuestras lágrimas, escuchará nuestros clamores, le contaremos la enfermedad de papá y la debilidad que le queda todavía de sus resultas, y sobre todo le pintaremos lo que nos dará que sentir esta separación. ¿Cree V. que ha de ser tan inhumano que nos eche de sí despiadadamente? |
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PRÍNCIPE.- No es creíble; pero el caso es que hasta dar principio a la campaña no vendrá a reunirse con nosotros. La fortuna que hay es que el Príncipe Luis su hijo viene en el regimiento en calidad de voluntario. |
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ENRIQUE.- (Que siempre lo ha estado mirando de hito en hito.) ¿De voluntario? |
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PRÍNCIPE.- Sí, para aprender el arte de la guerra al lado de su padre. Estoy cierto de que se interesará mucho en vuestro favor. |
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EUGENIA.- ¿Tiene V. algún influjo con él? |
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PRÍNCIPE.- (Sonriéndose.) Sí, cuando cumplo con mi obligación. |
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EUGENIA.- Pues háblele V. por mi papá en caridad, a fin de que se sirva conservarle para bien nuestro. Procure V. por Dios aligerar lo posible las cargas del servicio que le impongan, y si por desgracia cayere enfermo o herido... (Los sollozos no la dejan proseguir.) |
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CECILIA.- ¿Cómo herido? No, señor; no dé V. lugar a tanto. Si ve V. algún sable alzado amenazando su cabeza, atraviésese V. corriendo a quitarle el golpe. |
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PRÍNCIPE.- (Aparte.) ¡Qué trabajo me cuesta reprimirme! (Alto.) No, hijas mías, ningún recelo tengáis por su vida, yo os lo aseguro. (Habla con el OFICIAL, el cual se va.) |
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EUGENIA.- (Limpiándose las lágrimas.) ¿Conque podemos contar con V.? ¡Qué gusto tan grande! Mas no por eso se olvide V. -187- de nosotros cuando vea al Príncipe. ¡Por Dios que nos restituya pronto a papá! |
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CECILIA.- Dígale V. que somos una porción de niños que como una manada de pollos han menester para robustecerse el abrigo de las alas de su padre. Dígale V. también que una muchacha de ocho años le desea mil felicidades, si le devuelve un padre a quien ama, y cuyo amparo necesita. |
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EUGENIA.- Sí, señor; dejamos a V. con esta lisonjera esperanza, y aunque nos quedan bastantes cosas que decirle, su buen corazón de V. las adivinará. Perdone V. el que nos vayamos, porque papá estará ya esperándonos con impaciencia, pues no nos queda más tiempo de gozar de su lado que hasta mañana. |
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PRÍNCIPE.- Id con Dios, preciosas niñas, mas permitid que os deje alguna expresión en memoria del placer que he tenido en este corto rato. Toma esta sortija, amable Eugenia. (Se quita una del dedo.) Ahora será demasiado holgada para ti, pero ya te la estrechará un platero. |
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EUGENIA.- (Rehusando la sortija.) No, señor; eso no: mi papá no lo llevaría a bien, y no quisiera darle motivo de disgusto por cuanto el mundo vale. |
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PRÍNCIPE.- No hay remedio; es preciso que la tomes. Por lo demás, a mi cargo queda desenojarle cuando venga al regimiento. |
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EUGENIA.- Muy bien está. De ese modo papá se la entregará a V. si no le parece conveniente que la haya tomado. En caso que no lo lleve a mal, tendré a mucho honor la memoria de V. y la conservaré mientras viva. |
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CECILIA.- (Tomando de la mano a su hermana.) Vámonos, Eugenia, que nos hemos detenido demasiado. |
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PRÍNCIPE.- Y tú, Cecilia, ¿repugnarás por ventura recibir un recuerdo mío? Aquí tienes este estuche de metal dorado con una piedra falsa. |
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CECILIA.- (Mirando el estuche.) ¿Falsa? No, señor: aquí no hay nada falso sino las palabras de V. Esto es oro y muy oro, -189- y no le quiero tomar. Apuesto a que le ha pillado V. en algún saqueo. Mi papá aunque también es capitán, no tiene alhajas de éstas que poder regalar. Bien que él nunca ha traído a casa despojos de nadie. |
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PRÍNCIPE.- No tengas escrúpulos, que tampoco esto lo es. Son alhajillas mías que de nada me pueden servir en campaña. Si no quieres quedarte con el estuche, guárdamele hasta la vuelta. |
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CECILIA.- Eso es diferente. |
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PRÍNCIPE.- ¿Y no me darás un beso por vía de recibo para mi seguridad? |
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CECILIA.- Ya sabe V. que se le tengo ofrecido con ciertas condiciones. Si V. las cumple... |
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PRÍNCIPE.- Puesto que no hay otro arbitrio, haré cuanto pueda por cumplirlas. |
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CECILIA.- Pues para ese caso me hallará V. pronta. Ven con nosotras, Enrique. |
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ENRIQUE.- Idos delante, que yo tengo una cosa reservada que decir a este señor. |
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PRÍNCIPE.- Soy contigo al instante, amiguito. |
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(Entra el OFICIAL, se acerca al PRÍNCIPE, le da una carta, y hablan un poco los dos en secreto.) |
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CECILIA.- (A ENRIQUE por lo bajo.) ¿Es para que te dé también un regalito? |
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ENRIQUE.- Yo no quiero regalos de nadie. Es cosa de más importancia. |
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CECILIA.- Si tuviera humor de divertirme, me reiría mucho de ese aire de gravedad, de que te has revestido para tratar el asunto de importancia. |
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ENRIQUE.- Y si tú no fueras mi hermana, me habías de pagar a buen precio el haberme creído capaz de sonsacar regalos a las gentes. |
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CECILIA.- A Dios; que salgas airoso de tu asunto importante. |
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Escena
X
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El PRÍNCIPE, el OFICIAL, MONSIEUR DE GERVILLE, MADAME DE GERVILLE, EUGENIA, CECILIA, ENRIQUE, MARIANA y FEDERICO. |
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PRÍNCIPE.- (Agarrando a CECILIA.) Pues, amiga, te tomo la palabra. (La da tres besos.) |
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EUGENIA y ENRIQUE.- El príncipe; el príncipe. |
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CECILIA.- (Un poco avergonzada.) ¡Qué susto me ha dado V. con sus besos! |
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MONSIEUR DE GERVILLE.- ¡Oh Príncipe mío! ¡Cómo podré expresar a V. A. mi reconocimiento por tantos favores! |
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MADAME DE GERVILLE.- Tampoco yo encuentro palabras con que pintar a V. A. mi gratitud, como quisiera, no sólo en mi nombre sino en el de mis hijos, pues por su mediación he recobrado a mi esposo, y ellos a su buen padre. |
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PRÍNCIPE.- Esos beneficios no es a mí a quien se deben sino a nuestro justo Monarca, ni tengo más parte en ellos que la de ser el conducto por donde se han comunicado a Vds. Perdida la esperanza de tener por compañero en esta campaña a Monsieur de Gerville, cuyas lecciones y ejemplo me hubieran sido utilísimos, quise tener el consuelo de dar una buena noticia a su respetable esposa y a sus amables niños, disfrutando en ello una satisfacción y un regocijo que no olvidaré jamás. (Alarga la mano a MONSIEUR DE GERVILLE, que la aprieta entre las suyas y la besa.) |
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MONSIEUR DE GERVILLE.- Nada prueba tanto la bondad de V. A. como -208- la parte que se digna tomar en la felicidad de una familia, a quien ve por la vez primera. |
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MADAME DE GERVILLE.- Después de regalar tan generosamente a mis hijos, y de haber sufrido con tanta afabilidad sus impertinencias, ¿cómo no he de estar llena de confusión y agradecimiento? |
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EUGENIA.- Estoy avergonzada por haber aceptado la sortija, pues no creí que fuese de tanto valor. |
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PRÍNCIPE.- El valor le tiene ahora por estar en tu mano: yo la desconozco enteramente. |
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CECILIA.- También quisiera yo devolveros el estuche, pero veo que será perder el tiempo. |
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ENRIQUE.- No; pues yo reclamo la canción que V. A., me tiene ofrecida, y le devuelvo este papel que es cosa muy diversa. |
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PRÍNCIPE.- Cierto que me equivoqué; pero ya no tiene remedio. Por otra parte mi padre ha cuidado de proveerme de equipaje con tanta abundancia, -209- que ninguna falta puede hacerme esa cantidad bien que se puede emplear en el del alférez Enrique de Gerville. |
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ENRIQUE.- ¿Alférez yo? ¿Y del regimiento de V. A.? |
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PRÍNCIPE.- Sí, amiguito, pronto tendrás tu despacho corriente. |
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ENRIQUE.- ¡Estoy loco de contento! De esa manera se conservará en el regimiento nuestro apellido, y yo procuraré que no sea con menos honor que hasta aquí. |
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MADAME DE GERVILLE.- V. A. nos acaba de dispensar tal cúmulo de gracias, que no sé si me atreva a pedirle otra que sería de suma satisfacción para mí. |
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PRÍNCIPE.- Quien tiene que pedir a Vds. un favor soy yo, y es que a mi compañero y a mí nos reciban en su casa por esta noche, porque veo que es tarde para llegar a la ciudad. (MONSIEUR y MADAME DE GERVILLE contestan con una gran reverencia.) Esto se entiende4, si no lo tiene a mal Cecilia. |
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CECILIA.- Una vez que V. no se ha de llevar a papá, estése V. el tiempo que quiera. |
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EUGENIA.- Ahora por fin tengo esperanzas de que coma V. mis fresas. |
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CECILIA.- Por cierto que cuando las cogimos estábamos muy lejos de creer que las hubiésemos de comer con tanto gusto. |
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EUGENIA.- Y en tan buena compañía. |
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(Cae el telón.) |
FIN