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«El testimonio como Historia». El reto de «Adiós muchachos» de Sergio Ramírez a la historiografía nicaragüense

Verónica Rueda Estrada






Introducción

Después de la década de los noventa del siglo XX, la historiografía nicaragüense se caracterizó por un sorprendente abandono de los temas del pasado reciente. Por el contrario, la obra de Sergio Ramírez, Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista (1999, México, Aguilar) narra y explica, desde la perspectiva de un testigo privilegiado 25 años de sandinismo. Se trata de una obra opositora al silencio historiográfico de ese periodo, escrito al cobijo de la mejor tradición del continente, la de las memorias de un protagonista de los hechos narrados, donde hacer la historia y escribirla parecen ser parte de un mismo proceso.

La fuerte carga emotiva de la obra incita al lector a reflexionar sobre el significado de la última revolución latinoamericana victoriosa del siglo XX y su trágico desenlace, así mismo es un llamado a otros protagonistas y estudiosos a elaborar nuevas visiones y versiones de los hechos a través de nuevos trabajos sobre el periodo que obliguen a significar desde la historia y/o desde la experiencia personal el proceso revolucionario en Nicaragua. Así, esa obra es un reto a la historiografía nicaragüense para recuperar su tradición memorialista.

El trabajo se encuentra dividido en cinco partes, en la primera se establece el corpus historiográfico nicaragüense relativo a las memorias políticas de los protagonistas, en la segunda se analiza el quiebre en la producción de testimonios posterior a la derrota electoral sandinista, en la tercera parte se hace un breve análisis de las obras memorialistas de otros escritores nicaragüenses -Cardenal y Belli-, posteriormente en la cuarta sección se hace un análisis de la Adiós muchachos en su contexto de producción, una valoración de la obra y su aporte a la historiografía nicaragüense, así como el reto que hace a los protagonistas para incitarlos a la elaboración de otras memorias sobre la época. Finalmente se dan las conclusiones.


Las memorias y su tradición

La historiografía latinoamericana tiene sus antecedentes en las crónicas de conquista, diarios de campañas y las memorias escritas por los grandes hombres que deseaban dejar testimonio de su accionar y de sus luchas. A diferencia del soldado español Bernal Díaz del Castillo que escribió La verdadera historia de la conquista de la Nueva España por «amor propio» y para dar su versión del proceso, para el escritor nicaragüense Sergio Ramírez la razón de escribir Adiós muchachos es salvar la revolución sandinista del olvido injusto al que está sometida. También afirma que la tradición de las memorias en Nicaragua es tan antigua como la primera intervención norteamericana y se remonta a la realizada por el filibustero William Walker (1999: 137). Esta opinión -extensiva a todo el continente- es compartida por el académico chileno Marcos Roitmann para quien:

La historia de América Latina se ha escrito a través de batallas contra conquistadores, oligarcas, tiranos y hoy neo-liberales. Y a cada paso en la lucha contra el imperio español, el imperialismo británico o el estadounidense le siguen una lista de mártires y héroes. Epopeyas y gestas se narran como parte de un destino forjado entre avances y retrocesos, triunfos y derrotas. Toda una marea de nombres y circunstancias disímiles se agrupan en la guerra contra la explotación [...] Todas las riquezas que posee el Continente son codiciadas por extranjeros y vende-patrias. Multinacionales, piratas, especuladores, empresarios configuran una larga lista de personajes cuya existencia está signada por su falta de escrúpulos, sus sueños de riquezas, sus ansias de poder y sus ínfulas de grandeza [...].


(2004)                


Efectivamente, para Sergio Ramírez que fuera vicepresidente sandinista, el origen del género se establece a partir de eventos sociales de gran magnitud (extra-literarios) relacionados con las luchas nacionalistas nicaragüense, específicamente a raíz de las intervenciones norteamericanas. Acotado al siglo XX, la génesis del género serían las obras de Anastasio Somoza García El verdadero Sandino o el calvario de Las Segovias (1939); de Manolo Cuadra Contra Sandino en las montañas (1942); de Juan Bautista Sacasa Cómo y por qué caí del poder (1946); de Pedro Joaquín Chamorro Cuadra Estirpe sangrienta. Los Somoza (1957) y Diario de un preso (1963); de Luis Gonzaga Cardenal Mi rebelión. La dictadura de los Somoza (1963), y finalmente de Jerónimo Aguilar Cortés Memorias: de los yanquis a Sandino (1972).

Previo a 1979, parte de la historia de Nicaragua en el siglo XX estaba relacionada con Somoza como el gran líder nacional, así como sus herederos, quienes con su accionar daban la pauta a los historiadores para sus elaboraciones históricas. A partir del 19 de julio de ese año, con la victoria militar del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), el discurso político, social, económico y cultural cambió, por lo tanto, el historiográfico se ve influenciado hacia una tendencia que tiene como finalidad escribir «la nueva historia de Nicaragua».

Esta nueva historia tenía como paradigma central la lucha de Augusto C. Sandino y la importancia del pueblo nicaragüense en el largo y duro proceso de liberación Nacional. El pueblo es visto entonces como el verdadero creador de los cambios sociales y, en consecuencia, como protagonista de la historia y por ello como un sujeto histórico determinante. Así, durante el periodo revolucionario se dio una efervescencia de memorias de protagonistas, ya no se trató de los grandes líderes políticos y/o guerrilleros, sino del ciudadano común que participaba en acciones trascendentales y que así conseguía un lugar en la historia.

Así, bajo el paradigma de las luchas de liberación nacional de todo el continente se dio una efervescencia de textos, esta «nueva» forma de registro quedo consignado bajo el nombre de testimonios, entre los ejemplos nicaragüenses sobresalen: La montaña es algo más que una inmensa estepa verde (1982) -premio Casa de las Américas- y Canción de amor para los hombres (1988) de Omar Cabezas, y La paciente impaciencia (1989) de Tomás Borge. También están los testimonios de protagonistas que salen a la luz gracias al oficio de un mediador como: Somos millones: la vida de Doris María, combatiente nicaragüense (1977) y Todas estamos despiertas - testimonios de la mujer nicaragüense hoy (1980) ambos de Margaret Randall; y Revolucionarios por el evangelio de Teófilo Cabrestero (1985)1.

Si bien estas obras no eran propiamente trabajos de investigación histórica si tenían una connotación histórica, pues son escritas bajo el paradigma que afirmaba que la suma de las memorias de los protagonistas daría lugar a la construcción de la historia del pueblo nicaragüense en sus luchas de liberación. Así se organizaron las campañas de «Rescate histórico de la participación popular en la lucha antisomocista», a través de la cual los miembros de la «Brigada de rescate histórico Germán Pomares Ordóñez» recabaron los testimonios orales de más de 7000 dirigentes populares. Hubo una gran variedad de testimonios recabados durante el proceso revolucionario, varios de ellos publicados por la editorial estatal Nueva Nicaragua y otros que nunca fueron publicados masiva ni extensivamente.

Existió desde 1980 la serie «Biografías Populares» de la Secretaría Nacional de Propaganda y Educación Política del FSLN que bajo el título de Datos Biográficos se daba el esbozo en una treintena de cuartillas de guerrilleros y combatientes como: Ricardo Morales Avilés, Francisco Rivera, etc. La Editorial Nueva Nicaragua fue cobijada por Sergio Ramírez y llegó a tener un legado de más de 300 títulos, entre las que se incluyen reediciones de obras de importancia en el contexto revolucionario y novedades editoriales, así como algunas de los textos de Omar Cabezas, Ernesto Cardenal, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y el mismo Ramírez, entre muchos otros.

La producción historiográfica y testimonial escrita entre 1979 y 1990 sobre el experimento revolucionario, sus antecedentes y la historia de Nicaragua en general es sumamente extensa; se pueden dividir las obras en tres grandes corpus: las de abierto apoyo al proyecto sandinista, los trabajos de investigación -la mayoría de las cuales fueron elaboradas inicialmente como tesis de grado y después publicadas en forma de libro- y las obras salidas de los talleres de edición de gobierno revolucionario, muchos de ellos testimonios. Hay un cuarto grupo que durante esta década es mínimo, pero que posteriormente será sumamente vasto y son las obras contrarias al rumbo tomado por la revolución, ejemplo de ello La Contra de Connie Palacios.

La revolución triunfante brindó a los intelectuales, académicos e historiadores nicaragüenses y extranjeros un territorio fértil para la investigación y las publicaciones se incrementaron. Sin embargo, los cruentos años de guerra con la Contra impidieron la cabal realización de esta Nueva Historia pues los testimonios básicamente no pudieron sistematizarse.




El decaimiento de la tradición

Después de 1990, con la derrota electoral del FSLN el discurso político del sandinismo y de sus antagonistas se ve forzado a transformarse, y con él la tendencia historiográfica: la derrota electoral obligo a re-significar el pasado reciente. La Unión Nacional Opositora (UNO) se vuelve gobierno y desde el poder -en manos de Violeta Barrios, viuda de Chamorro- se podía controlar también la educación y la elaboración de la historia de Nicaragua. Sin embargo, eso sucede de manera muy débil, balbuceante, prácticamente inexistente.

Durante ese gobierno y los que le siguieron, todos de cuño neoliberales no se proponen siquiera una historia contraria a la que intentó construir el sandinismo, la década revolucionaria sólo aparece como la «noche oscura de Nicaragua» o «la década perdida» un periodo turbio del acontecer de la nación que debe quedar en el olvido pues «el tiempo pasado fue peor» (La Prensa, 2004). En una sintonía similar están los trabajos históricos elaborados desde la academia que se centran en temas económicos del pasado, como por ejemplo, el impacto del boom algodonero o bien sobre los procesos para el establecimiento de las fronteras geográficas nicaragüenses, también los relativos a la construcción del Estado-Nación, trabajos de análisis sobre el periodismo del siglo XIX, el mito del Guegüense y su importancia en la identidad popular del nicaragüense, así como amplios estudios sobre historia regional2. Sobre el pasado reciente los trabajos se centran básicamente en estudios teórico-prácticos de la «transición democrática» de los 90.

Los protagonistas de la contrarrevolución tampoco se mostraron muy interesados en escribir sus memorias o en la reconstrucción histórica de la Resistencia Nicaragüense, salvo contadas excepciones como la de Jaime Morales Carazo con su libro La Contra. Anatomía de una traición múltiple (1989); Gringos, contras y sandinistas. Testimonio de la guerra civil en Nicaragua (1993) de Donald Castillo Rivas; Comandos de Sam Dillon (1991) que incluye los testimonios de Luis Fley, un importante exjefe de la Contra; y The real contra war. Highlander peasant Resistance in Nicaragua del diplomático norteamericano Timothy Brown (2001). Tal vez la obra más importante sobre la Resistencia provenga de un simpatizante sandinista, el investigador Alejandro Bendaña que en Una tragedia campesina. Testimonios de la Resistencia (1991) proporciona una serie de elementos que confirman la fuerte presencia de campesinos en las filas de la Contra y las razones de su lucha, más allá del discurso norteamericano de «Paladines de la libertad» o del sandinista que los calificó como mercenarios.

Sobre la etapa de la postrevolución sandinista sobresale la obra de Erick Aguirre, La espuma sucia del río. Sandinismo y transición política en Nicaragua (2001), una mezcla de ensayo y memoria. Otro caso interesante son las obras publicadas en la década del 90 sobre el asesinato de los Somoza: la de Alejandro Mella Latorre, Somoza y yo. Crónica de un calvario en Paraguay (1990); la de Claribel Alegría y D. J. Flakoll, Somoza: expediente cerrado -La historia de un ajusticiamiento- (1993); así como la de Agustín Torres Lazo La saga de los Somoza. Historia de un magnicidio (2002).

Otros testimonios sobre la época son los del Cardenal Miguel Obando y Bravo Agonía en el Bunker (1990) que narra los últimos días de Somoza Debayle en Nicaragua, la del sacerdote Xavier Gorostiaga Dando razón de nuestra esperanza (1991), la recopilación de Testimonios de niños, niñas y adolescentes trabajadores de Nicaragua (1996) del investigador Manfred Liebel que trata sobre los cambios en las condiciones laborales desde el régimen sandinista hasta el fin del gobierno de chamorro, y por último, el testimonio de Violeta Barrios viuda de Chamorro, que sintomáticamente aparece publicado originalmente en Inglés Dreams of the Heart (1996)3.




Las memorias de la revolución

En los años posteriores a la segunda derrota electoral sandinista (1996), tres importantes integrantes de aquella dirigencia, actualmente reconocidos poetas y novelistas, escribieron sus memorias: por un lado, el sujeto de esta ponencia Sergio Ramírez Mercado y por el otro Gioconda Belli y Ernesto Cardenal. Ellos iniciaron un proceso de recuperación de la memoria individual, evocando en sus libros la tradición memorialista de la región. Dos -Belli y Ramírez- son miembros de esas generaciones de jóvenes y adultos que vivieron y padecieron la dictadura en los años 60 y 70, que alcanzaron su madurez en los años 80 y 90, y ahora que son adultos, recuerdan, un pasado doloroso, un pasado que para otros, fue mejor no recordar.

El sacerdote trapense y ex Ministro de Cultura del gobierno revolucionario Ernesto Cardenal, publica los tres tomos de sus memorias: Vida perdida (1999); Las ínsulas extrañas (2001) y La revolución perdida (2003). Por su parte, la poetisa Gioconda Belli da a conocer El país bajo mi piel: Memorias de amor y guerra (2001). Todas estas obras son una revelación individual en contra del olvido institucional y colectivo.

El XX aniversario de la revolución sandinista les sirve de marco y de pretexto a los tres para presentarnos sus reflexiones -principalmente críticas- del período: una retrospectiva situada entre los años de 1999 y 2001, sobre eventos que forman parte de la historia reciente nicaragüense y que son narrados desde la problemática perspectiva del yo-escritor-memorialista y la conflictiva relación con su pasado.

La decisión de los autores de usar el concepto de memoria, y no el de autobiografía y/o testimonio, se desprende de la perspectiva literarias-culturales e incluso políticas de los autores. En general la autobiografía es vista como una expresión de liberalismo en el que un sujeto narra su propia vida y hace un recuento de ella y de su obra. Aquí el hombre protagonista es percibido como un sujeto político capaz de hacer historia, por lo tanto, tiene su anclaje en el sujeto de expresión liberal, con el que no se sentiría cómodo ninguno de estos participantes de la revolución sandinista. Probablemente tampoco lo consideran testimonio porque el término está estrechamente relacionado con los movimientos de izquierda de los años sesenta, setenta y ochenta. En la crítica literaria sigue siendo objeto de debates y los autores pretenden romper con ese capital literario que seguramente ven como estrecho. En tal sentido, el concepto de memoria e incluso el de confesión, son vistos desde una perspectiva que incluye la tradición, pero al mismo tiempo abre nuevos horizontes de creación y libertad.

Cardenal requirió de tres tomos para contar su vida, y Belli nos narra de manera romántica su paso por la revolución. En este contexto, la memoria de Sergio Ramírez nos da una mayor riqueza pues no se trata de la narración pormenorizada de la vida del autor, ni de una época de su vida, sino de toda la revolución, así Ramírez intenta hacer hablar a la revolución a través de él, de su memoria, e inscribirse -y escribirse- a sí mismo en la historia de la revolución. Esa es la riqueza de Adiós muchachos, una obra cuyo tema central es la revolución sandinista, como explicación del pasado reciente y su importancia en la Nicaragua democrática4.




Sobre Adiós muchachos

La obra está escrita en 1999, cuando se cumplieron 20 años de la victoria revolucionaria, pero también después de dos debacles electorales para el sandinismo. El autor se había separado del FSLN y en 1996 había participado como candidato a la presidencia por el Movimiento Renovador Sandinista (MRS), sufriendo una gran derrota. El libro tal como lo indica el título es una despedida a sus antiguos compañeros del Frente y es, además, un cierre personal con el pasado del autor, tal como afirmó en una entrevista que le realice en 2003:

[...] yo diría que es un ajuste de cuentas conmigo mismo, yo quise entrarle como catarsis personal, de una pasión que me hizo violencia en mí mismo, dentro de mi propia vida, yo creo que al fin y al cabo no lo logre, es decir, porque ese fantasma de la revolución siempre está rondándome ¿por qué? porque fueron los años más intensos de mi vida, no es posible saldar cuentas con lo que fue, fueron para mí los años más intensos, más notables, más apasionantes y apasionados de mi vida.



Adiós muchachos es entonces una forma de resistencia ante el olvido a que se quiere someter a la revolución y a su ideal político, pues el autor considera que a ambos hay que rescatarlos. Para Ramírez, y así lo demuestra a lo largo del texto, el escribir, pensar y analizar parecen ser las mejores maneras de mantener vivo algo, en ese sentido, el espíritu de la revolución se vuelve algo inamovible, se trata de experiencias y valores que permanecen y deberán prevalecer. Es, entonces, la enorme preocupación por el olvido lo que distingue a esta obra de otras memorias de la época.

El tiempo de Adiós queda marcado por la separación política del autor con el sandinismo: un hecho consumado y sin reconsideraciones. En ese momento el FSLN estaba en la oposición, luchando por encontrar un lugar en la escena política electoral, después de haber traicionado muchos de sus principios, básicamente los valores éticos en que se sustentaba la revolución. El libro es la despedida del autor al sandinismo-partido, encerrado en el caudillismo de Daniel Ortega, aquél que en dos ocasiones fuera su compañero de fórmula. Queda de manifiesto que se trata del final de una época de sueños, esperanzas y valores, por ello, el rescate de la revolución significa salvarla del olvido, pero no por ello significa regresar al poder al FSLN.

Para Sergio Ramírez, el exvicepresidente de Nicaragua durante el gobierno revolucionario, el intelectual orgánico del proceso, el escritor de renombre internacional y un protagonista de ese periodo, la historia de la revolución no puede ser escrita únicamente por él, sino que a tal empresa se deben sumar también quienes puedan dar otras versiones. Es por ello que en el título se habla de una memoria, es entonces una de las muchas que pueden darse. Desde esta perspectiva cada individuo y cada protagonista debe de tener su visión y versión de los hechos lo que implica «verdades» individuales. En este sentido para Ramírez no es posible contar una verdad, ni muchos menos la verdadera historia de la revolución, lo que hace es darnos su memoria de la revolución, tal como el la recuerda, la escribe y sobre todo, como espera que sea recordado por la historia.

El subtítulo Una memoria de la revolución sandinista parece un juego de palabras, pues ambos términos parecen antitéticos: una revolución no tiene memoria. Lo que pretende Ramírez es darle individualidad a la reconstrucción del proceso insurreccional. El autor es consciente, de que se trata de una memoria, sólo una de las muchas que pudieran existir como se mencionó líneas arriba; por tal razón habla desde una memoria propia, personal y específica, la del que escribe. Ahora bien, se trata, a la vez, de una memoria que puede ser compartida por varias de las personas-personajes que el autor menciona o por los lectores que se sientan identificados. De este modo, se evidencia que la memoria no es exclusivamente la del texto, por el contrario, éstas son múltiples; no existe -o por lo menos esta obra no pretende ser- la memoria única, ni mucho menos la oficial.

El conjunto del título hace referencia directa a dos obras básicas de la historiografía centroamericana, Memoria (1830) de Manuel José Arce, conocida como la memoria de Xalapa por estar escrita en el exilio del autor en la capital veracruzana; y Memoria para la historia de la revolución de Centroamérica (1934) del costarricense don Manuel Montúfar y Coronado. A través de sus experiencias ambos autores dejaron sendos documentos que son obligatorios para entender la historia de la región en sus respectivas épocas.

Ramírez apela a esa tradición centroamericana y continúa una vía de composición sobre las memorias y recuerdos de los protagonistas, que son inevitables en la historia del istmo y en la propia historia nicaragüense. Caminos previamente andados por el mismo autor en anteriores obras como: Abelardo Cuadra. Hombre del Caribe (1977), La marca del Zorro. Vida y hazañas del comandante Francisco Rivera contadas a Sergio Ramírez (1989), la biografía de su mentor, Mariano Fiallos Gil (1972) y Mis días con el rector (1965) (Rueda, 2005).

Adiós muchachos también forma parte de una tradición de pensamiento del mismo autor, una línea que recorre la colección de ensayos históricos El alba de oro (1983) y Confesión de amor (1990) obras en las que también está plasmada la visión de Ramírez sobre la historia reciente nicaragüense y está como la larga lucha para defender la identidad de la patria acorralada siempre por el poder del imperio y de los intereses de una ciega clase política poderosa. También es un recuento y una interpretación histórica ya abordada por el autor en obras como Estás en Nicaragua (1987a y Seguimos de frente (1985). Así mismo encontramos en su producción sus trabajos de rescate del pensamiento del héroe nicaragüense, origen ideológico del FSLN en El pensamiento vivo de Sandino (1975), así como los ensayos sobre la revolución sandinista Las armas del futuro (1987) y Balcanes y volcanes (1986). En estas construcciones sobre el pasado, Ramírez también destaca la importancia de la ruptura y el cambio revolucionario en la realidad social, así como la labor de hombres -muchas veces anónimos- que han luchado por defender la soberanía nacional para construir una patria digna y justa.

Ramírez escribe sobre una revolución que es pasado, pero que también es su propio pasado. De ahí que la memoria, el rescate, la revolución y la despedida sean símbolos de la nostalgia por los tiempos pretéritos. El libro es un gran entramado de zonas de confesión afectiva, porque acordarse es recibir una imagen del pasado y hay una práctica para encontrarla en el gran archivo de la memoria, en los lugares de la memoria, «exhumando recuerdos» diría Ramírez (20) y se convierte en un hombre que rememora, que realiza una selección y composición de lo ocurrido, y que trata de conferirle a la experiencia pasada cierto significado, pues «relatar el pasado es, en realidad un acto de encuentro con el presente» (Ramos, 2001: 58).

Los temas centrales de la obra son las crisis económicas como una constante del gobierno revolucionario, la inexperiencia política del FSLN, las complicadas circunstancias de las elecciones presidenciales en 1984 y 1990, el terrorismo internacional en su territorio, la brutal guerra interna, las causas y consecuencias del bloqueo económico y la muerte y desolación en que quedó una generación sacrificada.

Adiós muchachos se puede situar en dos niveles: por un lado, el personal, en el que se incluye su vida, familia, su papel en el proceso, sus valores y sentimientos y, por otro, el histórico-argumentativo, donde se presentan los hechos, la ética, el credo de la revolución y el balance de ésta. Además, puede dividirse en tres niveles diferentes de elaboración narrativa: por un lado, una gran historia de la revolución sandinista, por otro lado la historia de Sergio Ramírez en la revolución y por último, una serie de historias periféricas que rememoran a otros protagonistas de la revolución.

Ramírez representa a una generación que dedicó lo mejores años de su vida a la causa revolucionaria y que, a diferencia de ellos, escribe sobre esos hechos. Sus contemporáneos tienen cierta predisposición al texto, pues se le puede considerar un disidente, un traidor o un crítico del sandinismo. Así, el discurso del protagonista implica y expresa un posicionamiento acerca de las cosas que dice, no sólo dentro del marco de referencia de la situación presente a la escritura (elaborados en época de profundas crisis en Nicaragua), sino también de hablar y escribir como una estrategia de hacerse escuchar, y por lo tanto de ser considerado.

La narración de Ramírez son discursos construidos desde el Yo, con la autoridad de un testigo presencial y protagonista de los hechos. Es un texto con claras pretensiones de verdad en dos niveles, en el histórico y en el literario. A nivel histórico, la pretensión de veracidad de la narración yace en que los hechos narrados sucedieron en la vida «real» y pueden ser comprobados mediante investigaciones o a través de las personas que vivieron esos años. En lo literario, Ramírez es la fuente directa, es el sujeto enunciante y, al mismo tiempo, protagonista de los hechos y del proceso que narra, y por ello podría ubicarse en la vieja tradición de la doble acción de la que habla Gliemmo (1996): la de hacer la historia y de escribirla.

En los textos donde se relaciona el Yo con el pasado, lo más importante no es comprobar con evidencias irrefutables la forma en que el recuerdo encaja perfectamente con un trozo de realidad pasada, sino cómo los actores históricos van construyendo sus recuerdos, ya sea porque los consideran importantes para la sociedad, ya sea porque lo que se narra es precisamente «Aquello de lo que el sujeto es el único o principal testigo» (Ramos, 2001: 98).

De modo que, a pesar de que esta narración hable a partir de un Yo y de que sea una memoria personal, en ella se implica también un «nosotros» como sujeto colectivo de accionar y rememorar en colectivo; en ella se reconoce la participación de otros en la construcción del proceso revolucionario, tanto así, que en realidad corren casi paralelos dos discursos: el de la representación de un yo-autor, yo-narrador y yo-personaje protagonista, y el de la representación de un nosotros como «grupo de cambio» por su capacidad de «acción»; se trata de discurso que puede ser retomado y compartido por una serie de voces frecuentemente «anónimas» o bien a través de un discurso de voz individual, que finalmente también es colectivo.

Como escritor, Ramírez no hace ningún tipo de negación sobre la autoridad de otros en los posibles discursos sobre el pasado, por el contrario, promueve la generación de ese tipo de reflexiones. Lo expresado puede ser retomado por otros, Ramírez cuenta desde una experiencia personal -lo que le da valor testimonial (y documental)-, para que el pasado sea recuperado por los que vivieron esos hechos y para que las nuevas generaciones recuperen las experiencias, narra una larga lucha que busca ahora retomar, mantener y/o recuperar la posibilidad del cambio social, así su obra es un reto pues rememora en contra de los que quieren enterrar el pasado, y menciona los nombre de algunos de los que vivieron ese periodo y le son cercanos, pero también reta a los antagonistas a contar su versión. Ramírez apela a otras memorias, mismas que están por emerger, y que son elementos fundamentales, pues sus voces son fuentes para la construcción de un pasado que está aún por significarse.

Para la reconstrucción de todo el periodo revolucionario, Sergio Ramírez se propone adoptar el lugar del escritor y no el de disidente, ya que el ser leído como tal tiene la desventaja de que su obra pueda ser vista como una bandera política, una falsificación de recuerdos, o bien, como el resultado de los sentimientos de culpa de su participación en el fracaso del proyecto y en la posterior ruptura con algunos excompañeros. El discurso histórico ha sido usado por el poder político para legitimarse (en el somocismo y en el sandinismo ya que en ambas hay una historia no de hechos sino de los significados que se le dan a éstos). Por eso Ramírez, en definitiva, no quiere que sus memorias sean tomadas como una forma de legitimarse. Por eso no quiere apelar a la posición del disidente.

Hay que tener presente que a pesar de que Ramírez recuerda con otros y comparta experiencias con un sector, no pretende ser el portavoz de una colectividad; aunque apela a ellos para que recuerden junto con él, su intención más bien es edificar la diferencia entre lo grupal y lo individual de la experiencia. En este sentido, el exvicepresidente, además de rescatar lo personal en la revolución, también pretende propiciar la reflexión histórica «En los recuentos de los acontecimientos del siglo XX falta la revolución sandinista» (95), porque «rescatar» el trágico y traumático pasado es el único remedio contra la desmemoria y el olvido.

A través de la experiencia de la propia vida de Ramírez la obra se va construyendo con el fin de explicar la revolución sandinista y al mismo tiempo de explicarse a sí mismo, por lo que el tiempo del autor y el tiempo del proceso revolucionario se funden y se confunden. Así, Ramírez al escribir sobre su pasado, se escribe y describe a sí mismo, son las memorias de un sandinista cuya historia es tan grande que motiva a confundirla con la memoria de toda la revolución.


El reto de Adiós muchachos

Para el autor, es necesaria la explicación histórica, la que permite tomar conciencia de la realidad social, para asumirla y transformarla: «una generación aprenderá de los errores del pasado» (17). Así, la historia sirve para que tarde o temprano sea un medio de explicación, para que el pasado deje de ser como una carga que se arrastra a través del tiempo y se convierta en una cercanía, porque como dice el psicólogo social Ricardo Ramos: «los hechos, la historia [con mayúsculas y con minúsculas] no están en ninguna parte para que los encontremos y los escribamos. Hay que sumergirse en una época [o en una vida] para seleccionar, ordenar, comprender, explicar [...] encontrando los hilos que unen ciertas cosas entre el caos de todas» (Ramos, 2001: 53).

En Adiós muchachos encontramos una relación problemática entre ficción e historia, entre los acontecimientos reales, vividos y documentados por personajes contemporáneos a los hechos, y los sucesos y acontecimientos recordados. Los lazos entre lo vivido y lo documentado se encuentran en diferentes niveles, por ejemplo, el autor afirma: «sólo yo conservo en mi biblioteca más de quinientos libros sobre la revolución» (14) y desde la experiencia personal de «exhumar también de mis cajones del pasado» (28).

El autor es consciente que está elaborando una memoria y aunque habla de sucesos históricos de gran importancia no sólo en la región, sino en el nivel internacional, no pretende llevar a cabo una investigación histórica. En la entrevista realizada en 2003 Ramírez afirmó:

[...] hacerlo como una confesión personal, de lo contrario me parece que tal vez hubiera tenido que escribir dos o tres tomos que realmente quedan como un depósito documental de algo que va a consultar alguien alguna vez, pero no es lo que yo pretendía, lo que yo pretendía es entregarle a las generaciones más jóvenes un documento de reflexión, escrito por un novelista, sin inventar nada, pero con la técnica del novelista para exponer esta vivencia personal, que como te repito, pues es siempre para mí una confesión.


Si bien Adiós muchachos no es un depósito documental -como el autor lo nombra-, es una valiosa fuente de información socio-histórica de la revolución, que posee además una pretensión histórica, aunque el relato no es histórico en el sentido estricto de la palabra, sí mantiene una fuerte relación con la historia.

La problemática relación entre el pasado experimentado y el pasado recordado es zanjada por el autor con la expresión «como yo la viví», enunciado que contiene a sus homólogos: «como yo la recuerdo» y «como yo la narro»; los que advierte de una experimentación absolutamente personal del pasado, convirtiéndose así en especie de vacuna contra las «falsificaciones del pasado» pues ¿cómo podrían ser debatidos o rebatidos sus recuerdos individuales? En la misma dirección, la técnica empleada por el novelista le permite a nuestro autor salir una vez más bien librado de tales cuestionamientos.

En la medida en que sus memorias tienen como finalidad luchar en contra del olvido, Ramírez se convierte en el escritor de una historia de la revolución (a pesar de la propuesta discursiva que despliega en la entrevista realizada en 2003).

Me dediqué a escribir este libro acudiendo a ciertos documentos que yo conservo todavía, no a todos, porque cuando yo me enfrente con la enorme cantidad de documentos de mi archivo personal, de la vida política me di cuenta que yo me iba a entretener demasiado, entonces preferí escribir con los recuerdos, escribir con los recuerdos y después ir a corregir las cosas que pudieran parecer un error demasiado grueso como fechas, meses, año y por último lo que agregue fue una cronología bastante exhaustiva de todo el tiempo a que el libro se refiere.


En el discurso de Ramírez, la historia no sólo es la que se realiza por medio de documentos, sino que incluye también la que construye la memoria. Adiós muchachos cubre una dimensión de la realidad latinoamericana que no está cubierta ni por la historia ni por la sociología, por eso lanza el reto de hacerlo a los «verdaderos» historiadores, a los de oficio:

[...] otros frutos que siguen allí, inadvertidos, bajo el alud de la debacle que enterró también los sueños éticos, sueños que no tengo duda, volverán tarde o temprano a encarnar en otra generación que habrá aprendido de los errores, las debilidades y las falsificaciones de pasado.


(Ramírez, 1999: 17)                


En ese sentido, cabe preguntarse, ¿el autor pretende escribir la contra-historia? Aunque Ramírez nos da su versión de participante, no considero que pretenda la construcción de esa «contra-historia», ya que para que ella aparezca, debe de haber previamente una historia que contraponer, la que no existe propiamente -excepción hecha por los textos de educación básica surgidos a partir de los noventa en los que más bien la propuesta es de olvido del periodo pues se trata de unas pocas cuartillas, sin profundidad ni análisis bastando la sola mención de la guerra-. Más que una contra-historia, Adiós es una propuesta de recordación del periodo ante el olvido institucional y social.

Efectivamente, en el contexto actual de Nicaragua no hay una historia que desafiar, no hay propuestas serias para contar la historia oficial de la revolución, y la versión de Ramírez tampoco puede considerarse como tal, pues el escritor ya no es parte del FSLN. Desde esa perspectiva, su obra constituye, repito, un reto para los que les tocó vivir ese periodo doloroso, lo que implica enfrentarlos con su pasado, y un reto también a la historiografía, que aún no ha recuperado todos los documentos del periodo para escribir la o las historias de la revolución. Por otro lado, esta obra se aleja de dos de las funciones adjudicadas al testimonio «contar la historia de desde abajo y de servir de contra historia» (Randall, 1983: 4).

Adiós muchachos es un texto que ha merecido poca atención de la crítica, pero que es un ejemplo significativo pues se trata de «la publicación de balances críticos sobre el experimento revolucionario en Nicaragua -que aún falta por escribir para Guatemala-» (Carrillo, 2001). Es un libro imprescindible pues «aunque no se tenga conocimiento previo de lo que ha sido la historia de Nicaragua, el libro se lee extremadamente rápido, es un texto que agarra» (Güemes, 1999).

El texto sobresale por su complejidad narrativa y su estructura, opinión que comparte el periodista Geovani Galeas, quien no vacila «en recomendarlo como una lectura imprescindible, ni en considerarlo desde ya un clásico centroamericano» (2000). Desde nuestro enfoque, es un clásico por su carácter único, se trata de una singular hazaña, pues se aboca a uno de los periodos más conflictivos de la historia nicaragüense y centroamericana a través de la compleja incorporación tanto de la memoria como del análisis.

Adiós muchachos es la memoria de Ramírez procurando convertirse en la memoria de toda la revolución sandinista. Para tal efecto, el autor busca que el lector tome un papel activo por medio de una especie de psicología de choque: «escribo para que ustedes también recuerden», parece apelar Ramírez. Su obra deviene, así, en una apología a la memoria; memoria que en el actual contexto nicaragüense es imprescindible enaltecer, ya que algunos buscan olvidar pues el pasado es muchas veces visto como la praxis del error.

Si la revolución se quedó sin cronistas, Sergio Ramírez decide tomar ese papel, por sus dotes literarios, por su disposición de archivos para obtener la información e, incluso, porque su memoria funciona como el archivo principal donde guarda recuerdos importantes. Su memoria es su fuente primaria y su capacidad de escritor, la mejor forma de transmisión de la información almacenada. Los tiempos narrativos fluyen, confluyen e influyen en la estructura interna tanto para relacionar los hechos familiares y personales con los personajes y los acontecimientos históricos, así como con las anécdotas políticas para intentar descubrir los procesos. Ramírez además de «memorizador» es un cronista de su época, registra los hechos y hace una reconstrucción histórica de suma importancia, así escribe su entrada triunfal a la historia por medio de la tinta, sin derramar una gota de sangre y tal propuesta de escritura lo hace reposicionarse con bastante éxito ante el lector como el protagonista del pasado revolucionario. Él decide crearse un lugar en ese pasado ya que sabe que se le podría intentar excluir al haberse separado del FSLN.

Pasado el gobierno revolucionario no hay otras versiones de la revolución, ni siquiera otras interpretaciones que giren en torno a los discursos y discusiones que generó ese período. Ahora bien, dicha carencia no explica de manera justa lo imprescindible de la obra de Ramírez. Esta es indispensable porque funciona, explica, justifica, ejemplifica y narra ciertos aspectos del pasado, como la actualización de un punto de vista que ha retenido del pasado aquello que considera significativo y que permanece con cierta viveza, aquello que es capaz de vivir en la conciencia del autor esperando que la sociedad lo cultive y no olvide, en fin, una época que «creó la ilusión del futuro, la idea de que todo, sin excepciones, pasaba a ser posible, realizable, con desprecio absoluto del pasado» (Ramírez, 1999: 16). Esta última actitud es la que Ramírez quiere revertir para las nuevas generaciones. Así, este testimonio personal no polemiza, insistimos, con otras interpretaciones de la historia, más bien espera provocar la elaboración de posteriores versiones.

Para el escritor nicaragüense, el entendimiento del pasado significa también una especie de libertad, en el sentido de que el pasado no es un lugar al que se pueda llegar, sino que es un conjunto de construcciones que se elaboran. Por eso es que su obra representa una aguda reflexión, pionera del trabajo que pudieran hacer los historiadores, un relato por la historia, por una historia de Nicaragua, tal vez con minúsculas, pero construida con restos inusuales: imágenes, memorias, relatos históricos, experiencias, visiones del imaginario social, fotografías, recuerdos y experiencias personales.

Ramírez nos plantea una alternativa revolucionaria y no en el sentido que el marxismo popularizó; propone una forma novedosa y diferente de hacer historia en Nicaragua, una que toma en cuenta la realidad, que obliga a pensar y repensar el pasado. Una propuesta casi radical, pues ataca el problema desde la raíz al asumir que la situación de olvido debe ser cambiada. En consecuencia, crea esta obra como un acto de compromiso y a la vez como un acto de liberación.

Así, y a pesar de que Lyotard (1987) declaró el fin de los grandes relatos y la imposibilidad de la historia universal, Ramírez -contradiciendo tales planteamientos en los hechos mismos- nos ofrece una historia acerca de los recientes sucesos ocurridos en la Nicaragua de la segunda mitad del siglo XX. Sucesos que, a fin de cuentas, se inscriben naturalmente en la siguiente reflexión de Rita De Grandis: «el acontecer histórico dentro de la era revolucionaria no ha hecho sino demostrar que la historia como la ficción ha sobrepasado la realidad» (De Grandis, 1993: 90).




La pretensión de verdad y la reconstrucción del pasado revolucionario

La pretensión de verdad en esta obra está dada por el estatuto de protagonista de los hechos, que el autor posee y además despliega como forma de legitimación. Efectivamente, el escritor formó parte del sandinismo al que critica, por lo que tiene la autoridad para escribir sobre ese periodo. La conformación de su memoria nos permite establecer una doble relación entre la representación escrita del pasado (el texto) y la actividad práctica de hacer memoria, instancias que en el texto parecen indisolubles.

La obra de Sergio Ramírez procura recuperar una memoria perdida y no pretenden ofrecernos una historia tradicional de genealogía de la patria, sino la historia del proceso en el que él participó y que se pueden considerar como tradicional sólo en relación con el contexto histórico latinoamericano de los cronistas; en el que hacer, participar y protagonizar la historia también significa escribirla, porque el ser actor de los sucesos e intentar lograr la trascendencia de los mismos se da a través del vínculo que la escritura permite entre el pasado, el presente y el futuro, entre los sucesos experimentados y las circunstancias y consecuencias actuales.

El pasado es, por lo tanto, el elemento central que organiza la obra, pasado que es revivido por el autor como actualización de la historia con el fin de preservarlo del olvido pues la memoria no conserva el pasado de un modo preciso, lo recobra y lo reconstruye sin cesar a partir del presente; he ahí su inmenso valor. Adiós muchachos nos induce a reconsiderar la validez y utilidad de la historiografía como único lenguaje válido de la explicación histórica, pues a través de las memorias literarias, el autor nos hace entender su pasado y también el de la historia nicaragüense: al explicarnos la revolución y se explica a sí mismo y viceversa.

Actualmente, el ser revolucionario tiene un nuevo significado, tal vez ya no contiene la idea de cambiar el mundo, de trabajar por un futuro socialista o, como diría Ernesto Cardenal, de «construir el paraíso en la tierra» (Cardenal, 1973). Hoy parece más tener que ver con rebelarse frente al conformismo social, frente al olvido de los ideales y de los propósitos de una generación que creía en el cambio.

La cultura popular dice que «la historia empieza ahí donde comienza a desvanecerse la memoria». Si esta afirmación es cierta, entonces la revolución sandinista no es historia, pues parece vivir todavía en la memoria. Ante lo cual cabría preguntarse si existe verdaderamente como una memoria colectiva o es tan sólo un sueño del pasado. Desde mi perspectiva, los acontecimientos de ese proceso pueden ya constituirse en historia, no porque no vivan en la memoria, todo lo contrario, sino porque hay las suficientes fuentes para sustentarla: precisamente en una sólida e incuestionable memoria histórica.

El pasado reciente nicaragüense «está vivo», los protagonistas de esa revolución y contrarrevolución aún caminan por las calles, la historia, además de estar en los archivos, en los documentos, en los periódicos y libros de la época, está en los protagonistas y antagonistas que conviven en una controvertida memoria del pasado reciente.

Si vivir, como dijo alguien, es construir futuros recuerdos, para todos los protagonistas debería ser tiempo de revivirlos. Pero eso no ha sucedido y es aquí donde cobran nueva importancia la obra analizada de Sergio Ramírez, como un ejemplo sintomático de la historiografía contemporánea de esa nación, tradición que además es retomada por un literato y no por un historiador, lo que otorga una doble relevancia al mérito del autor. Y aunque él insista en que no es una obra histórica, considero que, de todas maneras, tiene una pretensión histórica.

Paul Vayne dice que «lo vivido tal como sale de las manos del historiador [o del escritor] no es lo que han vivido los actores [incluido él mismo], es una narración [...] Lo mismo que la novela, la historia selecciona, simplifica, organiza, hace que un siglo quepa en una página» (1971: 12) y toda la revolución en un libro.

Si, como dice Mario Vázquez, «la forma peculiar en que los pueblos y Estados recrean su pasado, dice tanto de sí mismos como las propias narraciones que configuran su Historia» los nicaragüenses tienen actualmente una extraña vocación de «desmemoria» pues al parecer se encuentra en «una urgencia del hoy, y no las especulaciones en torno del ayer» (Vázquez, 2003).

Cada sociedad recrea su pasado mediato e inmediato de diferente manera. La producción historiográfica de Nicaragua es en general de y sobre las elites, de hechos militares y políticos y de las instituciones que han ido construyendo y dominando. No hay una historia de sus actividades empresariales o sociales. Los indios, campesinos, artesanos, obreros, mujeres y trabajadores en general han estado ausentes de las narraciones históricas o bien entre los intersticios de narraciones de luchas de clases, pero desde una perspectiva de masas detrás de una vanguardia revolucionaria.

Los nicaragüenses saben que su pasado está a medio contar y sus referencias sobre el pasado son siempre inestables. Por ejemplo, la ciudad de Managua ha sido destruida en dos ocasiones (1931 y 1972), se han seguido terremotos, huracanes, incendios y además desastres políticos que derrumbaron las referencias de la ciudad y muchas direcciones son paradójicamente en referencia a sitios que no existen ya «de donde fue la Hormiga de oro dos cuadras al lago». Pero los managuas saben dónde fue esa heladería, están acostumbrados a recordar esos fantasmales espacios, y así ante la imposibilidad de mantener físicamente el lugar, no les queda otra que recordar, ese es el fundamento de su manera diaria y ordinaria de relación con su pasado y no sólo de los capitalinos sino de todos los nicaragüenses, que recuerdan pero no hay evidencias de ese pasado. Para los nicaragüenses su presente es tan inestable como su pasado y por lo tanto su historia está hecha de recuerdos y pocas certezas, el pasado está vivo pero en forma fantasmal, el pasado y la historia son contribuciones de conversaciones y testimonios de lo que se recuerda y de los que recuerdan.






Conclusiones

A veinticinco años del inicio de la revolución sandinista, apenas se empieza a intentar un rescate de su historia, incluso los posteriores gobiernos cayeron en una especie de negación, donde lo preponderante no era el pasado, si no la construcción de un futuro de paz; como si el pasado y su significación no importaran en la visión del mundo.

La revolución sandinista sigue esperando ser significada, pues ese pasado reciente tiene una gran carga simbólica actual por su vínculo con importantes necesidades y demandas sociales, explícitas o soterradas. La significación histórica de la revolución permite explicar las condiciones económicas, políticas y sociales e incluso de la lucha democrática-electoral que hoy se vive en Nicaragua, en la medida en que los acontecimientos pasados constituyen antecedentes de este presente.

Lo importante, en el caso de la revolución sandinista es que ya no es suficiente intentar analizar lo que pasó, los hechos, el proceso, sino también lo que significó en su momento y lo que puede significar actualmente, en coherencia con el tiempo en que se está. De ahí la importancia de la obra de Sergio Ramírez: la elaboración de una significación necesaria del pasado. Tarea que adquiere fundamental valor en una Nicaragua donde los acontecimientos vividos recientemente todavía se mantienen resguardados en el ámbito de la memoria, específicamente, de la memoria colectiva, y están esperando, ansiosos, convertirse en historia.








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