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ArribaAbajoSegunda serie


ArribaAbajoI. Fantasía nocturna



ArribaAbajo«Para mí da la tierra tantos frutos,
nada el pez, pace el bruto, el ave anida,
dos mundos ciñe el mar, luce la luna,
alumbra el sol, y las estrellas brillan».
Así en la humilde grama reclinado,  5
vuelta al cielo la frente envanecida
soñaba el hombre, y de natura toda
señor, árbitro y dueño se imagina.
   En la copa de un álamo cercano
una águila caudal posaba altiva,  10
tal como ardiendo el rayo entre sus garras
al pie de Jove se ostentara un día:
«¿Quién como yo? (con su ademán clamaba).
Las aves por su reina me apellidan:
Si me place abatirme hasta la tierra,  15
cruzo de un vuelo la región vacía,
y el rumor de mis alas al ganado
y al mísero pastor atemoriza;
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si me place, remóntome hasta el cielo
clavo en el sol la penetrante vista,  20
y la nube que aterra al débil hombre
miro bajo mi planta suspendida».
   Al pie del árbol mismo entre la hierba,
la luciérnaga apenas relucía;
mas no menos sus títulos de gloria  25
recordaba a la par desvanecida:
«Los prados me dio el cielo por recreo,
las flores por morada y por delicia;
para mí sola el céfiro las abre,
las tiñe el sol, y el alba las rocía;  30
me apaciento en la tierra como el bruto;
las alas bato como el ave altiva:
Doy luz al hombre, que camina a ciegas,
y alguna estrella mi esplendor envidia».
Entre tanto los astros lentamente  35
por el cielo su curso proseguían;
la tierra reposaba silenciosa,
el mar en la ribera se dormía...
Mas con un soplo el viento meció el árbol,
y el águila ahuyentó despavorida;  40
desgajose una rama, y turbó el sueño
del que señor del orbe se creía;
y al miserable insecto hundió en el polvo
una hojilla del árbol desprendida.

MARTÍNEZ DE LA ROSA.



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ArribaAbajoII. Blasito

Fábula




ArribaAbajo   Estaba el niño Gil postrado en cama
de una fiebre tenaz y peligrosa,
y el médico mandó que el tierno brazo
tendiese a la lanceta salvadora.
No era Gil de los tímidos chicuelos,  5
que si de sangre pierden una gota,
se ponen a temblar; brioso y dócil,
se conformó con la sentencia docta;
a presenciar la interesante escena
solícitos acuden a la alcoba  10
los padres, la criada, y el primero
Blas, hermano de Gil, que en él adora.
Átale a Gil el sangrador la venda,
báñale el brazo en agua, se lo frota,
y la vena infantil, hinchada al cabo,  15
el hombre el pincho con los dedos toma.
Callado Blas y atónito observaba
la rara operación preparatoria,
sin saber qué pensar; mas en el punto
que la lanceta vio... ¡Virgen de Atocha!,  20
¡qué lágrimas!, ¡qué gritos!... -Yo no quiero
(clamaba sin cesar aquella boca).
Yo no quiero que pinchen a mi hermano.
Váyase usted de aquí, ¡mata-personas!
-¡Cuánto me quiere Blas!, dijo el paciente.  25
-Es muy buen corazón, dijo llorosa
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de placer la mamá: lo mismo el padre
sintió, y el cirujano y la fregona.
Retiraron a Blas, pues de otro modo
su fraternal dolor allí le ahoga.  30
Corrió la sangre del querido enfermo,
y se alivió y curose por la posta.
El júbilo de Blas ya se supone.
Como su afecto a Gil era una cosa
fuera de lo común, su madre en pago  35
diole unos mazapanes de Vitoria.
-A la parte me llamo, Gil le dijo.
-Guardarlos quiero, contestó con sorna
el cariñoso Blas. Para guardarlos,
se los comió en seguida el zampa-tortas.  40
-¡Bravo! (exclamaba Gil) señor goloso,
¡usted que tanto por su hermano llora,
un miserable mazapán le niega,
y sin reparo los engulle a solas!
Pues el tener buen alma no consiste  45
sólo en gimotear; consiste en obras.-
Blasito, relamiéndose, repuso:
-Una cosa es llorar, y dar es otra.

HARTZENBUSCH.




ArribaAbajoIII. Dios



ArribaAbajo   No hay Dios, dice el ateo. ¿En dónde existe?
¿Por qué no se descubre a los mortales?
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¿Por qué de su grandeza no se viste,
y cura de una vez todos los males?
   ¿Por qué no advierte que en el mundo todo  5
sólo se halla maldad y desventura?
¿Por qué no torna al hombre de otro modo,
si el hombre debe ser su criatura?
   ¿Y cómo existo yo? ¿Quién nos ha dado
a mí y al primer hombre la existencia?  10
¿Quién en mi corazón dejó clavado
este mortal dudar, esta conciencia?
   ¿Quién puso al hombre en su destino un velo
que inútilmente por rasgar se afana?
¿De dónde vine cuando vine al suelo?  15
¿A dónde iremos al morir mañana?
   Si el hombre guarda tras la muerte horrible
su forma material, ¿por qué, perdida
el aura que le alienta, no es posible
inspirarle otra vez, darle la vida?  20
   ¿Qué es la vida del hombre, qué es la muerte?
¿Quién le ha dado ese espíritu divino
que nadie es a oprimir bastante fuerte,
ni se conoce el fin de su camino?
   Un ser debe existir que lo hizo todo  25
creando el mundo de la fría nada.
Formando al hombre del inmundo lodo
con inmensa potencia ilimitada.
   Un ser que a todos la existencia ha dado
sin haberla jamás él recibido,  30
que no tiene futuro ni pasado,
ni un momento existió que él no ha existido.
   Que si pudo el Eterno solamente
un momento no ser, absurdo fuera
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de la nada poder formarse un ente  35
sin que otro superior el ser le diera.
   ¿Conque no existe Dios? Mas ¿quién lo dice?,
el hombre ciego que se arrastra acaso,
que entre espesas tinieblas, ¡infelice!,
no da seguro en su existencia un paso.  40
   El hombre que no sabe dónde mora
y que no se conoce aún a sí mismo,
que tiembla de una aurora hasta otra aurora,
que marcha de un abismo en otro abismo.
   Que nada sabe, que lo duda todo  45
su corto y limitado entendimiento.
¡Frágil hechura de mezquino lodo!,
tras una duda te persiguen ciento.
   ¿Y tú niegas a Dios? ¡Delirio insano!
¡Febril audacia de ignorancia loca!  50
¿Cómo osas disputar lo sobrehumano,
si a conocerte a ti la vida es poca?

*  *  *


   Un ser existe de potencia tanta
que da aliento vital a cuanto existe;
sienta en la tierra su divina planta,  55
de flores luego y de verdor se viste.
   Él quiso que naciera, y nació el mundo
con altos montes y tortuosos ríos,
con un inmenso piélago profundo
rodeado de escollos y bajíos.  60
   Él dio curso a los líquidos cristales
que sin descanso por la tierra giran,
convertidos en perlas orientales
cuando las sombras en el mundo expiran.
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   Dio a los prados fresquísima verdura  65
y aromas deliciosos a las flores,
y cántigas de amor y de ternura
les enseñó a las aves de colores.
   Y a la preciosa tórtola divina
a llorar su viudez en la pradera,  70
cuando va por el valle peregrina
buscando su perdida compañera.
   Y enseñó a los reptiles ingeniosos,
que el frío del invierno los enerva,
a que arrastren sus cuerpos escamosos  75
sobre la verde apetecida hierba;
   Y con extraños lánguidos suspiros,
los lucientes insectos zumbadores
buscar con vagos caprichosos giros
el cáliz peregrino de las flores;  80
   Él enseñó a los peces argentados,
que el agua oculta del tranquilo río,
a sorprender insectos descuidados
que lo atraviesan con menguado brío.
   Y cada cual en su elemento gira  85
sin traspasar la divisora valla,
y cada cual hacia su fin conspira
y al impulso obedece que en sí halla.
   Que Él dio a las aves habitar el viento;
llegando hasta nosotros a las veces,  90
en la tierra nos dio para sustento,
y el líquido cristal para los peces.
   Porque Él ha consagrado el orden santo
que en todo el mundo por doquier se admira,
cuando la noche cubre con su manto,  95
cuando a la luz del sol todo respira.
—93→
   De día y noche en el invierno frío,
y en la florida primavera amena,
y en los ardientes soles del estío,
y en el otoño que esperanzas llena,  100
   en caprichosas formas divididos
que ni la ardiente fantasía sueña,
los seres todos, por su voz movidos,
obran sin vacilar, que Él les enseña.
   Y un solo pensamiento los absorbe,  105
cumplir las leyes a su fin prescritas,
cual si la inmensa máquina del orbe
la compusieran ruedas infinitas.
   Y derrama a torrentes la harmonía
ese inmenso acordado movimiento,  110
que no osa a comprender la fantasía,
y lo produce sólo un pensamiento.
.................................................
   ¡Y niega el hombre a Dios! ¡Delirio insano!
¡Febril audacia de ignorancia loca!  115
¿Quién osa disputar lo sobrehumano,
si a conocerse así la vida es poca?

RAFAEL BOIRA.




ArribaAbajoIV. Al Salvador

En la Semana Santa




ArribaAbajo   ¡Bendita tu pasión, Jesús divino,
bendita tu pasión, bendita sea!
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Fuente de amor, que al derramar la idea,
señala al mundo el celestial camino.
   ¡Misterio de misterios!, ¿quién dijera  5
que en un leño que el Líbano daría
la Cristiandad, la humanidad entera
de esclavitud y error se salvaría?
   ¡Cuánto el hombre te debe, Jesús mío!
¡Cuánta paz y consuelo en su amargura!  10
Tu sangre hermosa que vertió el impío
conviértese en torrentes de ternura.
   A contenerlos sin cesar no alcanza
el perverso y cruel, que el indigente
ve acercarse las aguas del torrente  15
y halla en tanto consuelo en su esperanza.
   ¿Y cómo no? Jesús... ¿Por qué este día
calla mustio el Cedrón y el Jordán llora?
¿Por qué las flores que el Carmelo cría
ocultan su belleza encantadora?  20
   ¿Por qué negro crespón de hito y pena
la madre Iglesia sollozando viste?
¿Por qué el orbe cristiano el templo llena,
y eleva su oración con alma triste?
   ¿Por qué hoy la espada de la ley no hiere?  25
¿Por qué el puñal el asesino arroja?
¿Por qué el avaro al indigente hoy quiere,
y alivia generoso en su congoja?
   Tanto sentir, misericordia tanta,
nacen del pensamiento fervoroso  30
de tu pasión y tu doctrina santa,
que hará del mundo un pueblo venturoso.
   ¡Bendita tu pasión, Jesús amado!
Tu ley de amor el mundo todo encierra;
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un libro y una Cruz nos ha dejado,  35
un libro y una Cruz salvan la tierra.
   ¡Un libro y una Cruz!.. bien y consuelo
del hombre honrado, y pobre, y perseguido,
con ellos sana el pecho dolorido,
con ellos mira en recompensa un cielo.  40

GABRIEL FERNÁNDEZ.




ArribaAbajoV. Meditación



ArribaAbajo   Yo te veo, Señor, en las montañas
que soberbias se miran en su altura,
do reciben la luz con que las bañas,
antes que este hondo valle de tristura;
   Y en el ultimo y lánguido reflejo,  5
que recogen del día moribundo,
cuando su altiva cumbre es el espejo
de las sombras que caen en el mundo;
   Y en su color azul y nieve fría
que oculta la preñez de los volcanes,  10
como encubre falaz hipocresía
de infame corazón pérfidos planes.
   Que tú les das la niebla matutina
que se pierde por leve y vaporosa;
tú les enciendes llama que ilumina,  15
tú su cráter entibias y reposa.
   Desataste en sus simas y pendientes,
para calmar la sed de los mortales,
las cristalinas venas de las fuentes,
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y escondiste en su seno los metales.  20
   Mas ellos ambicionan el tesoro
que previsión de un padre les encierra,
no pueden apagar la sed del oro
y rompen las entrañas de la tierra.
   ¡Metal de execración!, metal maldito  25
cuya pálida luz cegó los ojos,
doró deformidades del delito
y alumbró los desórdenes y enojos!
   Yo te veo, Señor en los breñares
poblados de malezas muy bravías,  30
en los altos, difíciles lugares,
do el águila renueva largos días.
   El águila que es hija de los vientos,
con su nido que es campo de batalla,
lleno de los despojos más sangrientos  35
del vulgo de las aves que avasalla.
   Sombría como el sitio donde habita,
de furibundos ojos y de garras
duras como las peñas que visita,
corvas como moriscas cimitarras.  40
   Que tú para acortar los Aquilones
la fuerza muscular le diste en prenda;
te busca por las célicas regiones,
por eso mira al Sol como a su tienda.
   Tú contaste sus plumas más ligeras,  45
como cuentas los árboles y frutos,
los átomos que cruzan las esferas,
y hasta la eternidad por sus minutos.
Yo te veo en el mar: en la ola verde
azul o sonrosada que camina,  50
que con orla de aljófares se pierde,
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mientras otra más alta se avecina.
   También cuando lo tienes en bonanza
para el pequeño alción que a sus cristales
fía su hermosa prole y su esperanza,  55
mientras atas furiosos vendavales,
   y en el cetáceo enorme, que entre hielos,
que muros de cristal pueden decirse,
alza dos ríos de agua hasta los cielos,
y agita el mar del Norte al rebullirse;  60
   que herido del arpón, iras alienta,
con su sangre las aguas enrojece,
y las pone agitadas en tormenta...
¡Tanto puede su mole que padece!
   Tú le diste los mares por presea  65
donde tenga por lecho las bahías:
El boreal y antártico pasea;
por abismos de espuma tú le guías.
   Yo te veo, Señor, en el insecto
que busca en la camelia nido y casa,  70
con las galas de adorno tan perfecto
que unas púrpuras son, y otras son gasa;
   y en el que enamorado de su pompa
se contempla en la fuente bulliciosa,
y en el que chupa almíbar con su trompa,  75
y en el que se adormece en una rosa;
   Y en el que queda suspenso ante las ovas
mecido en equilibrio con las alas,
y al parecer les canta dulces trovas
que sólo entiendes tú que a ti te igualas.  80
   Y en el reptil que turba linfas puras,
que por su cauce nítido se alegra,
y el que por las musgosas hendiduras
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asoma su cabeza verdinegra.
   Tú has vestido de flores las colinas  85
cual nunca Salomón se engalanara,
cuando a ruego de hermosas concubinas
ídolos en los bosques adorara.
   Tú has dado los aromas y canelas,
papagayos hermosos y parleros,  90
búfalos, elefantes y gacelas,
cedros, palmas, acacias, bananeros.
   Que tú eres el principio de ti mismo,
sin contar el origen de tus días,
grande en la inmensidad y en el abismo,  95
Dios de eternas venturas y alegrías.

AROLAS.




ArribaAbajoVI. La Piedad Divina



ArribaAbajo   Yo nací pecador: nací llorando,
y la piedad de Dios me abrió su fuente,
el agua de su gracia derramando
sobre mi tierna y delicada frente.
   Mi infancia y juventud, ¡ay de mí triste!,  5
fueron larga cadena de dolores,
que tú, corazón mío, mereciste
causando a Dios acerbos sinsabores.
   Y el soberano autor de mi existencia
me ha sostenido al borde de la tumba,  10
dándome por escudo su clemencia
para que a tantos males no sucumba.
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   Con ella me defiende de la ira
de su excelsa justicia vengadora,
cuya espada de fuego en torno gira  15
de mi pobre cabeza pecadora.
   Con ella me circunda noche y día.
Ni satisfecho de un amor tan grande
a un ángel de su corte me confía,
mandando que conmigo siempre ande.  20
   Le encarga que me quiera como hermano,
que sea para mí luz y consuelo;
y, como a débil niño de la mano,
me lleve por la senda que va al cielo.
   ¡Cuán bien merece Dios llamarse padre!  25
Paternales entrañas de dulzura
tiene, pues hace mío el de su madre
delicioso regazo de ternura.
   En sus brazos dulcísimos me arroja,
y antes le ha dado corazón materno  30
para que blando dentro de él me acoja,
con un amor divinamente tierno.
   Antes que yo mi Dios al mundo vino
a prepararme el seno regalado
de otra madre nacida del divino  35
corazón, que rasgué con mi pecado.
   ¡Ay!, desde el leño de salud fecundo,
en que mis culpas su inocencia expía,
me da dos madres, una en este mundo,
y otra en el cielo que su muerte abría.  40
   En el cielo la Reina del querube,
y en el mundo su Iglesia sacrosanta,
cuyos fulgores no consienten nube,
cuya belleza maternal me encanta.
—100→
   No contará mi lengua agradecida  45
el mar de beneficios que le debo;
sólo diré que para eterna vida
la sangre de mi Dios en ella bebo.
   Con el divino Pan el alma mía
ella nutre. ¡Delicia prodigiosa!,  50
A ella sola dejó su Eucaristía
Dios, que ella sólo es su querida esposa.
   Para embriagarme con tan dulce vino
la divina Piedad me tiene al seno
de mi madre la Iglesia, a quien previno  55
que lo tuviera de ternura lleno.
   ¡Oh divina piedad hechizadora!
¡Al insensato que infeliz dudara
que es infinito el Dios que mi alma adora,
tus hazañas de amor yo le mostrara!  60

EL MARQUÉS DE CASAJARA.




ArribaAbajoVII. Un joven como hay muchos

Fábula


Quaerite primum regnum Dei.


Matth., VI, 33.                




ArribaAbajo   A un mancebo un anciano preguntaba
al anciano el mancebo respondía
lo que voy a contar, pues que pasaba
el caso un viernes a la vera mía.
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   «¿Y qué piensas tú ser?» «Seré abogado,  5
que es carrera de lustre y de provecho».
«¿Y después?» «Periodista y diputado,
pues tengo buena labia y mucho pecho».
   «¿Y después?» «Tocaremos el registro
que en las altas regiones tanto ayuda,  10
y en hallando ocasión seré ministro».
«¿Y después?» «Millonario; ¡quién lo duda!,
   hacerme rico sin tardanza espero,
que es muy triste vivir en apreturas».
«¿Y después?» «Daré suelta a mi dinero  15
en palacios y coches y aventuras».
   «¿Y después?» «Seré conde, según pienso,
o marqués y gran cruz, lo que es muy grato».
«¿Y después?» «Disfrutando del incienso
brillaré entre la pompa y el boato».  20
   «¿Y después?» «Sonriéndome la suerte,
luengos años veré gozando en calma».
   «¿Y después?» «Ya después, ¡oh Dios!, la muerte».
«¿Y después?» «¿Qué hay después?» «¡PERDER EL ALMA!»
   Es la pena que aguarda al majadero,  25
que en esa Babilonia a que tú aspiras,
se olvida de buscar a Dios primero,
ajustando a su ley todas sus miras.
   «¿De qué sirve lucrar el mundo entero,
si el alma pierdes, si en pecado expiras?»  30
«¡Ay!, basta, el joven replicó al anciano,
entiendo la lección, no será en vano».

FERNÁNDEZ. -Fábulas ascéticas.



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ArribaAbajoVIII. Máximas morales



ArribaAbajo   Nada busques con ansia y con anhelo
sino el camino que conduce al cielo

   La oración tierna purifica el alma
y al triste corazón vuelve la calma.

   Pondrás en el Señor tu confianza,  5
que quien espera en él todo lo alcanza.

   Ama a tus padres tierno y cariñoso,
respétalos, y vivirás dichoso.

   Quien tiene caridad y un alma pura
de las faltas ajenas no murmura.  10

   En el templo no estés un solo instante
sin una devoción edificante.

   No ponderes las dotes que poseas,
ni envidies nunca las que en otros veas.

   Es la reputación rico diamante  15
que se puede empañar en un instante.

   Pues es tu madre tu mejor amiga,
graba en tu corazón cuanto te diga.
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   La bondad en el trato y la dulzura
valen más que el donaire y la hermosura.  20

   No desprecies al mísero mendigo,
porque es tu hermano y de Jesús amigo.

   La avaricia las almas endurece;
la prodigalidad nos empobrece.

   Una sabia y prudente economía  25
proporciona una grata medianía.

   Manda con atención y sin dureza,
y te verás servido con presteza.

   Da limosnas, socorre al desvalido,
y consuela también al afligido.  30

   Perdona generoso toda ofensa,
y espera del Señor la recompensa.

Parte tu pan con tu enemigo hambriento,
y dale de beber, si está sediento.




ArribaAbajoIX. Traducción del Salmo

Quam dilecta




ArribaAbajo   El santo pastorcillo perseguido
va por desiertos áridos huyendo
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al ingrato Saúl endurecido.
   Parose, y el aliento recogiendo,
procura de advertir, si se oye acaso  5
de las contrarias armas el estruendo
   cual cervatillo fatigado y laso,
que escapó del león, y en la congoja
del curso al fin sosiega el veloz paso.
   Aunque no sin temor, que cualquier hoja,  10
que suena al respirar del manso viento,
presente su enemigo se le antoja.
   Considerando el duro apartamiento
del templo el nuevo estorbo y el rodeo,
por donde Dios le lleva al real asiento;  15
   su cítara, su espíritu y deseo,
en consonancia angélica acordados,
a cantar comenzó el divino Orfeo.
   ¡Oh cuán amables son y deseados
de aquellos escuadrones celestiales,  20
Señor, tus tabernáculos sagrados!
   Yo considero tus palacios reales,
y desfallece mi alma, deseando
verse siquiera junto a sus umbrales.
   No el espíritu solo contemplando  25
goza de tanto bien, que dentro el pecho
el corazón se está regocijando.
   El simple pajarillo halla en el techo,
a donde elige albergue conocido,
donde habita contento y satisfecho.  30
   Halla la viuda tórtola su nido
do amparar sus hijuelos, y del frío
y riguroso tiempo defendido;
   Pero la habitación que yo confío
—105→
son sus altares, cuya santa brasa  35
arde ante ti, Rey mío y Señor mío.
   Dichosos los que habitan en tu casa;
que éstos te alabarán continuamente,
venciendo el tiempo, que volando pasa
   y dichoso el varón que firmemente  40
las esperanzas de su auxilio puso
en tus manos, Señor omnipotente.
   Dios en su corazón obró y dispuso
perseverancia con que irá subiendo
en el valle de lágrimas confuso.  45
   La bendición eterna concediendo
el gran Legislador, todos los buenos
de virtud en virtud irán creciendo:
   Y en el santo Sión de gracias llenos
verán su Dios subido y exaltado  50
sobre todos los ídolos ajenos.
   ¡Oh Señor!, en tu alcázar estrellado
recibe ya los votos y oraciones
del siervo de su patria desterrado.
   Resuenen mis humildes peticiones,  55
Dios mío, en tus oídos; tú me guías,
Señor de las seráficas legiones.
   Protector del Jacob, por el Mesías,
y por su faz hermosa te lo ruego:
Vuelve los ojos a la pena mía.  60
   Pues muy bien fundo yo, Señor, mi ruego,
que a tus puertas un día es más amado,
que otros mil de contento y de sosiego.
   En casa de mi Dios ser desechado
quise más que habitar con pecadores  65
en el palacio real, rico, envidiado.
—106→
   Y Dios en sus mercedes y favores
ama misericordia y verdad pura:
Y así jamás olvida a los menores.
   Antes eterna paz les asegura,  70
y les da gracia y gloria en su presencia,
la cual por infinitos siglos dura.
   Y a los que pasan la prolija ausencia,
no priva de los bienes temporales,
pues por la senda van de la inocencia.  75
   Y pues en tus pasiones tú les vales,
vuelve los ojos píos a la mía,
¡Oh Señor de los campos celestiales!,
¡qué dichoso es aquel que en ti confía!

B. L. ARGENSOLA.




ArribaAbajoX. Epístola moral



ArribaAbajo   Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más astuto nacen canas.
   Y el que no las limare o las rompiere,
ni el nombre de varón ha merecido,  5
ni subir al honor que pretendiere.
   El ánimo plebeyo y abatido
elija de sus intentos temeroso
primero estar suspenso que caído;
   que corazón entero y generoso  10
al caso adverso inclinará la frente,
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antes que la rodilla al poderoso.
   Más triunfos, más coronas dio al prudente,
que supo retirarse, la fortuna,
que al que esperó obstinada y locamente.  15
   Esta invasión terrible e importuna
de contrarios sucesos nos espera,
desde el primer sollozo de la cuna.
   Dejémosla pasar, como a la fiera
corriente del gran Betis cuando airado  20
dilata hasta los montes su ribera.
   Aquel entre los héroes es contado,
que el premio mereció, no quien le alcanza
por varias consecuencias del estado.
   Peculio propio es ya de la privanza  25
cuanto de Austria fue, cuanto regía,
con su temida espada y fuerte lanza.
   El oro, la maldad, la tiranía
del inicuo procede y pasa al bueno;
¿qué espera la virtud, o en qué confía?  30
   Ven y reposa en el materno seno
de la antigua Romúlea, cuyo clima
te será más humano y más sereno;
   A donde por lo menos, cuando oprima
nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno:  35
Blanda le sea, al derramarla encima:
   Donde no dejarás la mesa ayuno,
cuando te falte en ella el pece raro,
o cuando su pavón nos niegue Juno;
   busca, pues, el sosiego dulce y caro,  40
como en la oscura noche del Egeo
busca el piloto el eminente faro.
   Que si acortas y ciñes tu deseo,
—108→
dirás: lo que desprecio he conseguido,
que la opinión vulgar es devaneo.  45
   Más precia el ruiseñor su pobre nido
de pluma y leves pajas, más sus quejas
en el bosque repuesto y escondido,
   que agradar lisonjero las orejas
de algún príncipe insigne, aprisionado,  50
en el metal de las doradas rejas.
   ¡Triste de aquel que vive destinado
a esa antigua colonia de los vicios,
augur de los semblantes del privado!
   Cese el hambre y la sed de los oficios:  55
que acepta el don, y burla del intento
el ídolo a quien hace sacrificios.
   Iguala con la vida el pensamiento,
y no te pasarás de hoy a mañana,
ni quizá de un momento a otro momento.  60
   Casi no tienes ni una sombra vana
de nuestra antigua Itálica: ¿y esperas?
¡Oh error perpetuo de la suerte humana!
   Las enseñas grecianas, las banderas
del senado y romana monarquía  65
murieron y pasaron sus carreras.
   ¿Qué es nuestra vida más que un breve día,
do apenas sale el sol cuando se pierde
en las tinieblas de la noche fría?
   ¿Qué es más que el heno, a la mañana verde,  70
seco a la tarde?, ¡oh ciego desvarío!,
¿será que de este sueño me recuerde?,
   ¿será que puedo ver que me desvío
de la vida viviendo, y que está unida
la cauta muerte al simple vivir mío?  75
—109→
   Como los ríos en veloz corrida
se llevan a la mar, tal soy llevado
al último suspiro de mi vida.
   De la pasada edad ¿qué me ha quedado?,
¿o qué tengo yo a dicha en la que espero  80
sin ninguna noticia de mi hado?
¡Oh si acabase, viendo como muero,
de aprender a morir, antes que llegue
aquel forzoso término postrero!
   Antes que aquesta mies inútil siegue  85
de la severa muerte dura mano,
y a la común materia se la entregue
   pasáronse las flores del verano,
el otoño pasó con sus racimos,
pasó el invierno con sus nieves cano.  90
   Las hojas que en las altas selvas vimos
cayeron, y nosotros a porfía
en nuestro engaño inmóviles vivimos.
   Temamos al Señor que nos envía
las espigas del año y la hartura,  95
y la temprana lluvia y la tardía.
   No imitemos la tierra siempre dura
a las aguas del cielo y el arado,
ni a la vid cuyo fruto no madura.
   ¿Piensas acaso tú, que fue criado  100
el varón para el rayo de la guerra,
para surcar el piélago salado,
   para medir el orbe de la tierra
y el cerco donde el sol siempre camina?
¡Oh, quien así lo entiende cuánto yerra  105
   esta nuestra porción alta y divina
a mayores acciones es llamada,
—110→
y en más nobles objetos se termina.
   Así aquella, que sólo al hombre es dada,
sacra razón y pura me despierta,  110
de esplendor y de rayos coronada,
   y en la fría región dura y desierta
de aqueste pecho enciende nueva llama,
y la luz vuelve a arder que estaba muerta.
   Quiero, Fabio, seguir a quien me llama,  115
y callado pasar entre la gente;
que no afecto los nombres ni la fama.
   El soberbio tirano del Oriente
que maciza las torres de cien codos
del cándido metal, puro y luciente,  120
   apenas puede ya comprar los modos
del pecar; la virtud es más barata,
ella consigo mesma ruega a todos.
   ¡Pobre de aquel que corre y se dilata,
por cuantos son los climas y los mares,  125
perseguido del oro y de la plata!
   Un ángulo me basta entre mis lares,
un libro y un amigo, un sueño breve
que no perturben deudas ni pesares.
   Esto tan solamente es cuanto debe  130
Naturaleza al parco y al discreto,
y algún manjar común honesto y leve.
   No porque así te escribo hagas conceto
que pongo la virtud en ejercicio,
que aun esto fue difícil a Epiteto.  135
   Basta al que empieza a aborrecer el vicio,
y el ánimo enseñar a ser modesto,
después le será el cielo más propicio.
   Despreciar el deleite no es supuesto
—111→
de sólida virtud, que aun el vicioso  140
en sí propio le nota de molesto.
   Mas no podrás negarme cuán forzoso
este camino sea al alto asiento,
morada de la paz y del reposo.
   No sazona la fruta en un momento  145
aquella inteligencia que mensura
la duración de todo a su talento;
   flor la vimos primero, hermosa y pura,
luego materia acerba y desabrida,
y perfecta después, dulce y madura.  150
   Tal la humana prudencia es bien que mida,
y dispense y comparta las acciones,
que han de ser compañeras de la vida.
   No quiera Dios que imite a estos varones,
que moran nuestras plazas macilentos,  155
de la virtud infames histrïones:
   Esos inmundos trágicos, atentos
al aplauso común, cuyas entrañas
son infaustos y oscuros monumentos.
   ¡Cuán callada que pasa en las montañas  160
el aura respirando mansamente!
¡Qué gárrula y sonante por las cañas!
   ¡Qué muda la virtud por el prudente!
¡Qué redundante y llena de ruïdo
por el vano ambicioso y aparente!  165
   Quiero imitar al pueblo en el vestido,
en las costumbres sólo a los mejores,
sin presumir de roto y mal ceñido:
   No resplandezca el oro y los colores
en nuestro traje, ni tampoco sea  170
igual al de los dóricos cantores.
—112→
   Una mediana vida yo posea,
un estilo común y moderado,
que no lo note nadie que lo vea.
   En el plebeyo barro mal tostado  175
hubo ya quien bebió tan ambicioso,
como en el vaso múrino preciado:
   Y alguno tan ilustre y generoso
que usó, como si fuera plata neta,
de cristal trasparente y luminoso.  180
   Sin la templanza ¿viste tú perfecta
alguna cosa?, ¡oh muerte!, ven callada
como sueles venir en la saeta;
   no en la tonante máquina preñada
de fuego y de rumor, que no es mi puerta  185
de doblados metales fabricada.
   Así, Fabio, me muestra descubierta
su esencia la verdad, y el albedrío
con ella se compone y se concierta.
   No te burles de ver cuanto confío  190
ni al arte de decir vana y pomposa
el ardor atribuyas de este brío.
   ¿Es por ventura menos poderosa
que el vicio la virtud?, ¿es menos fuerte?
No la arguyas de flaca y temerosa.  195
   La codicia en las manos de la suerte
se arroja al mar; la ira a las espadas,
y la ambición se ríe de la muerte:
   ¿Y no serán siquiera tan osadas
las opuestas acciones si las miro  200
de más ilustres genios ayudadas?
   Ya, dulce amigo, huyo y me retiro
de cuanto simple amé, rompí los lazos:
—113→
Ven y verás el alto fin que aspiro,
antes que el tiempo muera en nuestros brazos.  205

RIOJA.




ArribaAbajoXI. A mis libros



ArribaAbajo   Fausto consuelo de mi triste vida,
donde contino a sus afanes hallo
blandos alivios que la calma tornan
       Plácida al alma.
   Rico tesoro, deliciosa vena,  5
do puros manan cual el almo rayo
que Febo lanza esclareciendo el orbe,
       santos avisos:
   Donde Minerva providente cela
sus maravillas, monumento ilustre  10
del genio excelso que feliz me anima,
       libros amados.
   Do de los siglos la fugaz imagen,
donde, Natura, tu opulenta suma
del seno humano el laberinto ciego  15
       quieto medito.
   Nunca dejéis de iluminarme, nunca
en mi cansada soledad de serme
útil empeño, pasatiempo dulce,
       séquito grato.  20
   Vuestro comercio el ánimo regala,
vuestra doctrina el corazón eleva,
Vuestra dulzura célica el oído
       mágica aduerme:
—114→
   Cual reverdece la sonante lluvia  25
al seco prado, y regocija alegre
la árida tierra, que su seno le abre
       madre fecunda.
   Por vos escucho en el aonio cisne
la voz ardiente y cólera de Ayace;  30
los trinos dulces que el amor te dicta,
       cándido Teyo.
   Por vos admiro de Platón divino
la clara lumbre, y si tu mente alada,
sublime Newton, al Olimpo vuela,  35
       raudo te sigo.
   En la tribuna el elocuente labio
del claro Tulio atónito celebro;
con Dido infausta dolorido lloro
       sobre la hoguera:  40
   Sigo la abeja que libando flores
ronda las valles del ameno Tíber:
Y oigo los ecos repetir tus ansias,
       dulce Salicio.
   Viéndome así del Universo mundo  45
noble habitante, en delicioso lazo
con las edades que en el hondo abismo
       son de la nada.
   Nunca preciados, do la suerte, oh libros,
lleve mi vida, cesaréis de serme,  50
ora me encumbre favorable, y ora
       fiera me abata.
   Bien me revuelva en tráfagos civiles,
bien de los campos a la paz me torne;
siempre maestros de mi vida, siempre  55
       fieles amigos.

MELÉNDEZ VALDÉS.



  —115→  

ArribaAbajoXII. La voz de la soledad



ArribaAbajo   ¡Oh tumbas, oh ruinas!
¡Reliquias de existencia disipada!
¡Oh cuál entre las nieblas matutinas
contemplaros me agrada!
   ¡Qué placer tengo en veros,  5
arcos triunfales, páginas de piedra
en que corona el yelmo a los guerreros
un penacho de hiedra!
   ¡Oh templos derribados
por la mano del tiempo asoladora,  10
do aun pienso oír los cánticos sagrados
y el órgano que llora!
   De una rota coluna
en el marmóreo zócalo apoyado,
siempre se me figura oír alguna  15
voz que habla a mi lado.
   Su rústica dulzura
baña mi triste corazón en calma.
Mira, dice, ¡oh poeta!, nada dura,
sólo es eterna el alma.  20
   Los hombres que poblaban
esta estéril campiña ¿dó se fueron?,
¿dónde están los proyectos que formaron
y las cosas que hicieron?
   Todo pasó cual humo  25
—116→
lo que real y cierto parecía,
y sólo queda en el espacio sumo
lo que no se veía.
   El oculto instrumento
con que el mortal espera, y ama, y siente,  30
de toda acción, de todo pensamiento
el invisible agente;
   ¡El alma!, flor preciosa
de los cielos cual ellos duradera;
¡El alma!, el alma, sí, la sola cosa  35
como Dios verdadera!
   ¡Oh insensatos mortales
de pecho audaz, de entendimiento ciego,
que así olvidáis las cosas eternales
por las que pasan luego!  40
   De las vidas terrenas
resplandecientes cual fosfórea llama,
leves e innumerables como arenas,
¿qué queda? Polvo y fama.
   ¡Fama!, ¡polvo más vano  45
que el que cubre el tiempo estos despojos,
y que al menos palpar puede la mano
y pueden ver los ojos!
   Esta voz del desierto,
este vago rumor que oye la mente,  50
¡oh tú que aspiras a saber lo cierto!,
medita atentamente.
   Este rumor pausado
que resuena en las yermas soledades,
es el eco que en ellas han dejado  55
las pasadas edades.
   Es la cifra que encierra
—117→
tu sola y gran verdad, filosofía,
clave de todo aquello que la tierra
de seguro sabía;  60
   cuando esos que delante
de tu vida se extienden hoy desiertos,
do sólo escombros huella el caminante
y cenizas de muertos,
   ciudades opulentas  65
eran, templos, palacios y jardines,
teatro de batallas sangrientas
y de ricos festines.
   ¡Oh cuál mi pecho llenan
de respeto y temor esas divinas  70
y austeras voces que en vosotras suenan,
oh sombras, oh ruinas!

EUGENIO DE OCHOA.




ArribaAbajoXIII. Plegaria al Ángel de la Guarda



ArribaAbajo   Ángel hermoso que a mi lado velas,
astro divino que mis pasos guías,
custodio fiel
que tomas sobre ti las penas mías,
y a mi labio sediento ofreces tierno  5
copas de miel.
   Tú que en mi cuna mientras yo sollaba
tendías sobre mí tus alas de oro,
cual pabellón;
tú que enjugabas en mi faz el lloro  10
—118→
y bañabas en célicas delicias
mi corazón;
   por el amor con que mis faltas lloras,
por el celeste afán con que mi vida
guardas de mal;  15
la mentira, de Dios aborrecida,
haz que no marche mi alma con su aliento
criminal.
   Sella mis labios con tu mano pura
para que en ellos nunca la mentira  20
pueda entrar;
sólo verdades a mi mente inspira,
y ata mi torpe lengua, si he por ella
de pecar.
   Dios aborrece el labio mentiroso;  25
¡oh no permitas, no, que en su desprecio
caiga yo;
si del alma verdad es tal el precio,
por no mentir alcance yo la estima
de mi ángel, de los hombres y de Dios!  30

RUBIÓ.




ArribaAbajoXIV. A la verdad

Oda




ArribaAbajo   ¡Y estamos condenados
a vivir para siempre en noche oscura,
en pavorosas sombras sepultados?
—119→
¿A amarte, oh verdad pura,
descubrirte a lo lejos,  5
a gozar solamente tus reflejos?
   ¡Oh desciende, circunda
mi frente con tu luz, al alma mía
penetra, baña, inunda,
mi corazón sacia;  10
tú eres mi sustento;
sin ti yo desfallezco, muero hambriento.
Ardiente a ti me encumbro,
por ti me agito inquieto de contino;
te busco, te vislumbro;  15
¿Por qué fatal destino,
cuando el labio te nombra,
te disipas mil veces como sombra?
   A su rey la natura
le niega sus secretos recelosa,  20
la ley de su hermosura
le oculta misteriosa;
¿Qué terrible anatema
arrancó de mis sienes la diadema?
   Yo con mi cetro hiero  25
los montes, y desciendo a lo profundo
del mar, vuelo ligero
hasta el celeste mundo;
pero ¡ay, esfuerzo vano!,
no rompe la verdad su último arcano.  30
   A los pueblos convoco,
llamo a las tumbas, y la sombra helada
de los siglos evoco;
mas la verdad callada
a mis ojos se esconde,  35
—120→
y apenas desdeñosa me responde.
   Tu ira, oh Dios, acrece,
tu rayo ardiente, abrasador fulmina,
sin piedad encrudece
tu venganza divina,  40
y déjame el consuelo
de mirar la verdad clara, sin velo.
   ¡Ah!, no prestas oído
a mis fervientes ruegos ¡ay cuitado
en mal hora nacido,  45
por penar engendrado!
¡Oh verdad, para verte
he de encumbrarme en alas de la muerte!!!
   Entonces en mi carrera,
de región en región, de mundo en mundo,  50
desde lo más profundo
a la más alta esfera
veré en sublime vuelo
cuanto esconden la tierra, el aire, el cielo.
   Inmensos horizontes  55
abarcarán mis ojos: mis miradas
penetrarán los montes;
veré sus abrasadas
entrañas; los océanos
me abrirán sus recónditos arcanos.  60
De la divina esencia
contemplaré extasiado la hermosura;
alumbrará la ciencia
su tenebrosa hondura;
mi corazón su abismo,  65
y al fin comprenderé qué soy yo mismo.
   Entonces la mentira
—121→
no brillará con falsos resplandores,
y cuanto el mundo admira
veré con sus colores;  70
con verdaderos nombres
llamaré a los sucesos y a los hombres.
   El alma desprendida
del lazo que la tiene aprisionada
vivirá dulce vida,  75
en paz y sosegada;
con plácido contento
se cernerá feliz en su elemento.
   Luzca, oh verdad, tu día;
¡ay!, ¿cuándo sonará la ansiada hora?  80
En soledad sombría
el alma triste implora
tu nombre excelso y santo
con grito de dolor, con voz de llanto.

ANTONIO CAMPS Y FABRÉS.