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Elena Garro, personaje teatral

Guillermo Schmidhuber de la Mora






Prólogo: En busca del personaje teatral

Conocer a una persona, amarla y, luego, perderla, quedarnos únicamente con su memoria. Reconstruirla. Poder cerrar los ojos y verla. Concentrarnos para imaginar que oímos su voz. Todo se va esfumando. Perdemos la figura y cuando evocamos la persona, sólo percibimos la certeza de que existió; está allí, en la memoria, pero no la habita. Es como el aroma del perfume en un frasco vacío. A veces soñamos con los muertos y nos sorprendemos de que los sueños han dado vida a un ser más vital que aquél que hemos guardado en los recuerdos.

El dramaturgo crea personajes en sentido inverso al proceso de olvidar personas. Crea un aroma de persona y lo guarda en un compartimiento vacío, intuyendo que ahí va a suceder un milagro. A veces guarda varias intuiciones que, como vasos comunicantes, llegan a construir un mayor receptáculo. En ese vacío inicial se crea un nuevo cosmos, poquito a poco, no con un big bang, sino con un pequeño ¡bang! No aparece el universo -un verso único-, sino el esperma de un microcosmo. Unas palabras flotantes como óvulos fecundados. Es el nacimiento de un nuevo tiempo. Aún no hay espacio. Las palabras flotantes crean una boca para su discurso, si hay más de un discurso, se crean más bocas, y tras esas bocas descubrimos más presencias, y con ellas, la voluntad de ser. Exigencias de existir. Aunque aún no florezcan del todo, ya preludian un conflicto. Si el nacimiento de esos seres no tiene buen augurio, será una tragedia. Si sus predicciones son buenas, será una comedia. Si esas esencias no llegarán a conformar un humano completo, será una farsa; y si esos seres son creados con doble corazón y mitad mente, su existencia será melodramática. El mismo suceso, sea boda o muerte, será transformado por las diversas aptitudes de los nuevos homúnculos o mujerúnculas. Cuando su humanidad va tejiendo con más hilos hasta construir un texto, los nuevos seres podrán inferir el destino que les espera. En tanto sospechen que van a ser perdedores, aunque luchen, perderán trágicamente su mundo; si creen que van a ser ganadores, habrá que reírnos de ellos. En cuanto ironicen al comprenderse adefesios, serán fantoches en una farsa, y si a cada emoción, lloriquean, serán personajes melodramáticos.

Si el cosmos creado es similar al nuestro, abrimos una puerta al realismo; pero si alteramos ese cosmos, rarificándolo y haciéndolo monstruoso, hemos pisado el umbral del expresionismo. En el primero, el nuevo mundo nos impresiona con su realidad; en el segundo expresamos nuestra locura con sus deformaciones. Ya está creado el nuevo cosmos, con personajes, con una óptica que nos hacer ver el género dramático y hasta con un estilo.

Nosotros, los creadores, tenemos instrumentos ópticos para mejor apreciar ese mundo nuevo. Al utilizar unos binoculares de larga vista colocados al revés, vemos el cosmos conjuntado y convertido en microcosmos; entonces, debemos comprender que la relación de ese mundo con el nuestro es sinecdótica, en cuanto cada uno de los signos de ese microcosmos tiene aquí el mismo significado; sin embargo, pronto descubrimos que no todos nuestros signos acá guardan correspondencia, solamente unos pocos son intercambiables. Mas si nuestro instrumento óptico hace que miremos de tal forma que todos los elementos son intercambiables allá y aquí, y que todas las relaciones de sus partes son estrictamente similares, la analogía de ese mundo con el nuestro es metonímica. Sin embargo, si sus signos internos y los nuestros pertenecen a códigos intraducibles, pero sí intercambiables el todo por el todo, debemos concluir que tenemos el más perfecto de los instrumentos ópticos porque es metafórico. La sinécdoque reduce pero no explica, la metonimia iguala pero no sorprende y la metáfora metamorfosea y asombra.

Habíamos planeado crear un cosmos habitado y hemos sido exitosos. Lo hemos organizado por género y por estilo, con una óptica dictada por nuestros instrumentos lectores de signos, pero aún no hemos compartido la autoridad que poseemos con esos personajes creados, es decir, no hemos delegado la libertad dramática a esos seres nacientes. Nuestra creación se reduce a imágenes proyectadas en un espejo si no pueden vernos ni intuirnos. Mas sin embargo, si ellos pueden vemos y tiene conciencia de haber sido creados por nuestra imaginación y nuestra fantasía, es decir, descubrirán que no son seres sino entelequias que nuestra mente crea. Únicamente Dios crea seres. Los personajes son creaciones de nuestro espíritu en un cosmos teatral y con un tiempo que no es el nuestro porque es repetible. Son meta personajes en cuanto tienen conciencia de su existencia teatral, saben que fueron creados por la mente de un/a dramaturgo/a y que pueden vivir mientras haya mentes que los piensen; su virtud principal es la paciencia que les permite estar en la banca hasta que un lector los piense o un director teatral los vuelva a la vida. No son títeres, ni muñecos, sino entes teatrales.

Ellos nacen cuando los creamos, pero no nacen bebés sino entes con biografía anterior a su nacimiento. No existían antes que los pensáramos, pero nacen con pasaporte a un pasado, un presente y un futuro. Mientras más libres los dejemos, sin cadenas de títeres-esclavos, mejor dramaturgos seremos; pero si los sujetamos a nuestros caprichos, malos tejedores hemos sido. Let it be, dejémoslos ser, aunque tus hijos teatrales se coman a su mamá tarántula, o tus críos te saquen los ojos, papá cuervo. Como dramaturgo/demiurgo has creado la luz de las candilejas y apartado las tinieblas escénicas, separado las aguas de la tierra, en la que han aparecido entes anfibios que respiran sin aire, nadan sin agua y viven sin comer. Exigen más que tú y que yo a quien consideran su dios, pero están más limitados en sus habilidades que nosotros; pueden vernos, pero no pueden salir de su pecera teatral. Así como algunos humanos dicen tener un tercer ojo, el de los profetas y los videntes, para ver más allá de nuestra pecera, algunos de estos personajes tienen un tercer ojo para ver más allá del espejo, poseen meta mirada, ojos de larga vista. Nos ven, nos vigilan, nos alteran y nos critican. No nos dejan en paz. Son meta personajes. ¡Oh, maravilla!, un milagro inoportuno: traviesos y desobedientes. Espíritus chocarreros y fantasmas teatrales. Hijos de mala madre y peor padre. Malandrines y malahembras. Meta personajes.

La pregunta que puede a uno de ustedes interesarle es: Si así son creados los personajes, ¿cómo fue la humanidad creada? Según los mitos, en Egipto la humanidad nació de las lágrimas de un dios; en Babilonia, de la sangre y los huesos de una deidad; de la arcilla, en la Biblia y también en la tradición de algunos pueblos aborígenes norteamericanos; los mitos chinos nos hacen descender de unos gusanos; según los antiguos mexicanos fuimos formados a partir del maíz; del sudor de un dios, en Irán y en las sagas escandinavas; y de la unión de un dios con un animal, en algunas tradiciones norteamericanas. Estos mitos recuerdan la materia de que fuimos hechos; sin embargo, para que un dios pueda crear a un humano requiere de pensarlo antes, es decir, de crearlo como personaje, para después llevar a cabo la realización de su creación al encamarlo. Por su parte, los dramaturgos llevan a cabo la primera mitad de ese acto creativo únicamente, porque no está entre las potencialidades humanas la materialización del pensamiento... a menos que juguemos al Teatro. Así que podemos concluir que el dramaturgo es un pequeño dios.

Calderón de la Barca no está de acuerdo con esta última proposición; él no cree que el dramaturgo sea un pequeño dios, sino que es Dios el que es un gran dramaturgo, como afirma en su obra El gran teatro del mundo (El Autor-Dios dirige su parlamente al Mundo: «Seremos, yo el Autor, en un instante / tú el teatro, y el hombre el recitante»). Shakespeare afirmó algo similar en el parlamento de Jaques, de su comedia Como gustéis: «El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes» («All de world's a stage, / And all the men and women, merely players». II, 7).

Si aceptamos que todos los humanos son personajes teatrales, pudiera ahora surgir un cuestionamiento, ¿cómo lograr que una persona humana, uno de nosotros, llegue hasta el límite de este teatro del mundo y rompa el espejo que nos separa del mundo del teatro? Es decir, que deje de ser persona para convertirse en personaje. ¿Cómo convertir en personaje a una persona a la que hemos dado la mano y de quien nos hemos despedido con un beso? Dejar de percibirla como persona, con su cuerpo y su sentir, en una palabra, para recordarla sólo como personaje. El proceso de fijar el recuerdo de una persona consiste en guardar las percepciones mediante el registro de códigos en diferentes partes de la memoria: en un lugar van las percepciones sensoriales, su figura, sus colores, el tono de su voz, su aroma y el palpo de su cuerpo; en otro receptáculo se conservan los sentimientos compartidos; y las lágrimas que tienen a su vez una gaveta no lejana de donde los secretos son guardados, y en el más recóndito de los espacios, al final del laberinto de los recuerdos, se conservan bajo siete llaves los misterios. Cuando recordamos a esa persona, intentamos integrar los recuerdos pero los códigos del recuerdo no son los mismos códigos de la percepción, así que recordamos parcialmente. Intensificamos algunos recuerdos para llenas esas lagunas de información y desdibujamos otros, porque no los queremos recordar en esa forma sino en otra menos dolorosa. Pasamos de la cara, a la caricatura; de la vida, al remedo de la vida, y de la persona, al personaje. La dramaturgia es el arte de olvidar, tanto y más que la Historia.

Con un rompecabezas integramos el recuerdo, que más que rompecabezas debiera llamarse rompe personas, y caprichosamente unimos las piezas a pesar de haber perdido algunos en el proceso de evocar. Conformamos un todo diferente, que sigue otras leyes de otro cosmos, menos grávido y con mayor tiempo. Las virtudes y los defectos que en los humanos son contradictorias y compensatorias, al ser seleccionadas e intensificadas, crean personajes con una pasión que controla enteramente su vida teatral. Los humanos tenemos una amplia paleta de necesidades, comer y dormir, sentirnos seguros y amados, valorados y creativos; mientras que los personajes, no. Ellos sufren el estímulo de una sola necesidad. Otelo sufre el mal del amor celoso, pero no de hambre, ni de otra necesidad más apremiante. Julieta no tiene miedo a salir embarazada. A Segismundo los duermen artificialmente aunque no sufre de insomnio.

El reloj teatral de los personajes es diferente al reloj vital de los humanos. Nuestro tiempo transcurre irremediablemente. Nuestra muerte es el agotamiento del tiempo. Mientras que los personajes son eternos, a pesar de ser mortales. Tanto su trayectoria vital sobre la escena como su muerte son repetibles. Hamlet revive en cada inicio del primer acto a pesar de que muerto incontables veces. Los personajes son moribles como también inmortales. Los personajes son la única razón por la que el teatro es eterno. La muerte se lleva al dramaturgo, a los actores, al difunto director, y hasta los públicos, pero nunca su guadaña triunfa sobre la vida de los personajes.

Cuando un humano es recordado por sus hazañas, lo calificamos erróneamente de personaje. Los historiadores convierten a los humanos en personaje. Napoleón y Julio César son para nosotros como la Historia los recuerda. Su historia no sigue después de su muerte. A veces no se conserva ni su tumba con su nombre, como sor Juana Inés de la Cruz, Alejando el Magno o Lope de Vega. Unos textos nos informan de sus hazañas y sus derrotas. Estos personajes son reales, no porque los hallamos vistos en nuestra realidad, sino porque otros dicen que existieron, ¿Y qué pasa si no existieron y son la entelequia de algún historiador? ¿Quién ha visto a la primera mujer, la Eva africana? ¿Y acaso alguien vio a la Eva bíblica? La información que tenemos de estos personajes que llamamos históricos es en mucho de los casos parca. Mayor información tenemos de Hamlet que de muchos personajes conservados por la historiografía oficial. Tenemos al mismo Hamlet y no las crónicas de Hamlet. Si aceptamos el juego escénico, los personajes teatrales tienen más realidad que muchos de los personajes de la Historia. Más libros le han dedicado los humanos a Hamlet que a la mayoría de los humanos. Hamlet es paradigma del arte de existir aunque nunca haya sido príncipe de Dinamarca.

Elena Garro fue una escritora mexicana, sabemos que existió porque la conocimos personalmente pero no tenemos certeza de su fecha de nacimiento. La biografía oficial dice que nació en 1920, pero en su acta de defunción se lee la fecha de 1916. ¿Quién conoció realmente a la Elena? En el afamado libro Protagonistas de la literatura mexicana, Emmanuel Carballo entrevista a algunos los más renombrados escritores de la literatura nacional, pero al llegar a Elena, este crítico en vez de entrevista incluye unas cartas de la Garro. El testimonio vital de una entrevista es cambiado por unas epístolas, pero bien sabemos que son literatura y que las cartas no son aceptadas como prueba ante ningún jurado. Son sólo literatura. Yo conocí a Elena porque hablé con ella por horas, pero no tengo la certeza de que no estuviera actuando, de que no protagonizara el papel de esposa rechazada, de la escritora más enamorada de su hombre que de su arte. Elena era tan cautivadora como embaucadora, como lo es la mejor de las actrices. Cuando me solicitaron escribir un memorial de mis encuentros con Elena, me di cuenta que toda esa información no conformaba la biografía de una persona, sino la génesis de un personaje. Las razones son muchas, porque los recuerdos suyos eran alterados cuando me los contaba; porque mis ojos y mis oídos la obligaban convertirse en actriz; porque vivió tantos años queriendo conservar el papel que la vida le había negado, el de la esposa de poeta; y porque especialmente porque había sido actriz y bailarina. Así que ustedes verán un breve monólogo sobre Elena Garro. Por varios años guardé anotaciones de nuestras conversaciones, y esas palabras ahora han sido por mí convertidas en parlamentos. ¿Quién es el personaje y quien la persona? ¿Quién es la heroína, la Elena recordada o la Elena creada con mis recuerdos? Los eventos que compartí con ella están conservados en mi mala memoria, no los puedo compartir con ustedes porque he olvidado muchas cosas y porque ustedes no tendrían tanta paciencia para escuchar mi crónica; sin embargo, mi personaje Elena Garro quedará, espero, en su memoria como si la hubieran conocido personalmente. El título de mi monólogo es En busca de un hogar sólido porque Elena siempre buscó un hogar sólido compartido con Octavio Paz, pero su hogar fue gaseoso. Hay una obra de teatro de Elena Garro que lleva por título Un hogar sólido y se refiere al encuentro de un grupo de parientes que comparten la fosa familiar porque fueron enterrados juntos. La misma autora me contó que esos personajes personifican a varios de sus parientes de sangre. Más sólida resulta la pervivencia de los personajes en esa pieza de teatro que en el recuerdo de los que convivieron con ellos. Como también creo que para Elena, más que su hogar, resultó sólida su tumba. Sirva esta pieza breve de elegía a la muerte de Elena Garro, antes que mis recuerdos pasen al olvido de un desmemoriado o, peor aún, al silencio de la muerte.





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