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Mario PÉREZ ANTOLÍN, Oscura lucidez

Baile del Sol, Tenerife, 2015, 167 págs.

No hay sujeto sin sujeción. Somos alguien porque estamos atrapados por algo.


Sentimos admiración por unas creaciones que nos acomplejan. El orgullo, por ejemplo, de haber fabricado la calculadora, y la consiguiente decepción de no ser capaces de calcular como ella.


Envejecer supone dejar de plantearse preguntas para las que no tenemos respuestas.


La mentira se nutre de trozos de verdad debidamente desubicados.


Magnificando los desvaríos de los locos, empequeñecemos la coherencia de los cuerdos.


Un momento antes de tomar presencia, cabe elegir la vía de lo notorio o la vía de lo sublime.


Con la edad, nuestro deseo de agradar a los demás disminuye en la misma proporción que aumenta nuestro deseo de no ser importunados.


La plenitud nos obliga a derrochar para que pronto la decrepitud nos obligue a escatimar.


Nos pasamos media vida, cuando toca ufanarse, desdeñando y otra media, cuando toca resignarse, recuperando lo desdeñado.


Mis logros más destacados se han producido después de divagaciones sin propósito.


El cantero podría haber descuidado la factura de los relieves y ornamentos más altos de la catedral, ya que prácticamente nadie, en su época, iba a contemplarlos de cerca; y sin embargo no lo hizo, porque su propósito era que fueran vistos, no desde la tierra, sino desde el cielo por el único Ojo que escruta todos los detalles.


Ciertas desgracias son tan inconsolables e inexpresables que ni las palabras de aliento confortan, ni las lágrimas más compungidas desahogan. Ante tales mazazos del destino, solo cabe, como Níobe, transformarse en roca y mineralizar el alma.


Yo escribo estas cosas para que no queden dentro dañándome y para que otros, una vez leídas, sufran por haberlas dejado entrar.


¿Quién en un arrebato no ha demostrado alguna vez bravura?, pero no diremos, por ello, que sea un valiente. La virtud se desvirtúa si no se asienta sobre la perseverancia y la cogitación.


Solo se les deja ganar a los niños y a los reyes. Tal vez sea porque hay muy poca distancia entre el máximo poder y la máxima debilidad.


Infrautiliza la libertad aquel que se conforma con no ser oprimido para ser libre. En cambio, expande la libertad el que la sacrifica para defender que, incluso el que no la merece, la tenga.


Uno de los problemas estructurales de la política es que quienes deciden no sufren los efectos adversos de sus decisiones. El que no se priva no debería ordenar privación.


El insistente empuje de las olas hace retroceder la adamantina resistencia de los cantiles. La blandura abarcadora que se mueve gana la partida a la rigidez craneal que emerge. La erosión es un tenso contacto entre la brutalidad y su desmoronamiento.


¿Qué somos? Unos pocos aconteceres que se dejan atrapar por la atención de unos pocos observadores. Tan solo eso, y quizá ni eso.