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Gregori LURI, Aforismos que nunca contaré a mis hijos

La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015, 112 págs.

Toda juventud aspira a la libertad entregándose generosamente a una idea dominante y uniformadora.


Lo contrario de la incontinencia emocional es el respeto.


Nadie es escéptico acariciando al ser humano.


En política, todo absoluto revela una patología.


¿Para qué sirve dialogar? Para descubrir lo apegados que estamos a nuestros prejuicios.


Más estimamos un prejuicio propio reconfortante que un argumento ajeno e inquietante.


Los libros, las películas, los sistemas filosóficos y las personas que se comprenden completamente... decepcionan un poco.


Solo hay una manera de comprender al otro: ser el otro. Pero a veces el otro no se comprende a sí mismo.


Gracias a que la vida nos arrastra no tenemos que estar pensando constantemente a dónde vamos.


El mundo es un relato de supervivientes.


La realidad tiende a encaramarse por nuestros deseos, parasitándolos.


Con frecuencia la izquierda solo parece capaz de defender aquello que compadece.


Más me sé a mí mismo con el «se» del sabor que con el «sé» del saber.


Era tan ateo que ningún dios creía en él.


La realidad: lo que no hay manera de desprenderse de la suela del zapato.


Cada vez que tiramos la realidad por la borda, nos hemos olvidado que la llevamos atada al cuello.


La verdad es a veces la voz del cansancio. Buscamos a tientas y allá donde ya no vemos nada, creemos haber encontrado algo.


Nadie se emociona con más sincera intensidad que un cursi ante la firma de un cuadro.


El arte de una época mide la distancia exacta entre la ciudad y el bosque. Por eso tiene, inevitablemente, la estatura de sus leñadores.


La hipocresía en las relaciones sociales tiene algo de higiénico. La sinceridad tiende a infectarse.


Es sabio aquel que elige sus prejuicios.


Emborracharse de virtud, eso sí que es onanismo.


Si no temiera malinterpretarme, algunas veces me atrevería a creer en lo que pienso.


Una felicidad no merecida es un atentado a la ética.


La prudencia es el arte de administrar la verdad soportable por el otro. La felicidad, el arte de administrar la verdad soportable por uno mismo.


A veces la norma tiene que disfrazarse de excepción para hacerse respetar.


El hombre es racional solo cuando no tiene otro remedio.


Nuestros ojos y lo que vemos se encuentran ligados por el yugo de lo que somos.


Lo peor de la infelicidad es que deja manchas difíciles de limpiar. En cambio las de la felicidad se van con cualquier cosa.


Todo lo relevante acontece en un instante, desde el primero al último suspiro. Solo lo intrascendente parece capaz de flotar sobre el fluir del tiempo.


La gente educada solo se mata por la espalda.


La política es el arte de elegir a los perjudicados de tus buenas intenciones.


La vida es el frágil intento de entretener esperas.


La melancolía es una pasión conspiradora contra la terapia del olvido.


Nuestra pereza con frecuencia salva a las cosas, al permitirles demorarse en su fragilidad sin tener que justificarse ante nuestros deseos.


La esperanza tira de los inseguros como de un tirano lisiado un esclavo frustrado y vengativo.


Si no pudiéramos descansar de nosotros mismos, ¡qué carga seríamos para los demás!


De tradición están hechas nuestras imprescindibles prótesis. Por eso toda revolución se vuelve muy pronto conservadora.


Nunca sabremos los muertos que ocasionan las batallas que no damos.


Pensar es siempre ir contra uno mismo.


La pregunta por el por qué es el primer consuelo.


Quien se miente a sí mismo siempre encuentra motivos para creerse.


El mundo en que vivimos es la respuesta a la manera como lo vivimos. Lo vivimos como lo iluminamos.


No se puede ser feliz sin achicar un tanto la realidad.


La cultura es la ironía de la naturaleza.


En el principio de toda filosofía no está el logos, sino un acto de fe en el logos.


La ciudad es el lugar en el que cualquier cosa puede ser creída... por un tiempo.


Siempre obedecemos, pero pocas veces sabemos a qué.


Para sentirse del lado de los buenos hay muchos que necesitan sentirse culpables de cualquier mal ajeno.


Algunos descubren sus derechos en todo lo que los demás les niegan.


Visto un inconformista, vistos todos.


Todo individuo sano e inteligente tiene un poco de miedo de sí mismo.


Las pasiones que mejor controlamos son las que se dejan.


El misterio de la vida está en nuestra incapacidad para aceptar su transparencia.