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Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reinado de Carlos III

Tomo Primero

Juan Sempere y Guarinos

[I]

[III]

AL EXCELENTÍSIMO SEÑOR

     Don Felipe López Pacheco, Manrique, Aguilar, Silva, de la Cueva, Cabrera y Bobadilla, Acuña, Benavides, Portocarrero y Girón: Marqués de Villena, Duque de Escalona, Conde de San Esteban de Gormaz, Señor de los Estados de Alarcón, Castillo de Garcimuñoz, Jorquera, Serón, Tíxola, Tolox y Monda, de las Villas de Jumilla, Alcalá del Río Júcar, con su puerto seco: [IV] Conde de Castañeda, Marqués de Aguilar de Campoo y la Eliseda, Señor de la Villa de Garganta la Olla, del Estado de Belmonte, de los Valles de Toranzo, Buelna, Iguña, Val de San Vicente, Rionansa y Tudanca, del Valle y Honor de Sedano, de los Alfoces de Bricia y Santa Gadea, de las Villas de Piña, Avía de las Torres, Santillana y Villalumbroso, de las de Isar, Villanueva de Argaño, Cartes y Pujayo: Marqués de Bedmar, de Asentar, de Moya, de Villanueva del Fresno, y Señor de la Ciudad de Moguer: Grande de España de primera clase, Gentilhombre [V] de Cámara de S. M. con ejercicio, su Caballerizo y Ballestero mayor, Gran-Cruz de la Real Distinguida Orden Española de Carlos Tercero, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos, Comendador de las Encomiendas de los Santos de Maymona, Corral de Almaguer, y Villanueva de la Fuente en la Orden de Santiago, Canciller y Pregonero mayor de estos Reinos, Escribano mayor de los Privilegios y Confirmaciones de los Reinos de Castilla, Alcalde mayor perpetuo de la Ciudad de Sevilla, Patrono único de las Insignes Colegiatas de Escalona, Aguilar [VI] de Campoo y Belmonte, &c.

EXCELENTÍSIMO SEÑOR.

     A nadie puede dedicarse esta obra con más justo motivo que a V. E. Además de haberse escrito en la Casa [VII] de V. E. y por un Criado suyo, se trata en ella de la restauración, progresos, y estado actual de la Literatura Española, la cual a nadie debe más que a los ilustres Ascendientes de V. E. Porque restituido a España a principios de este siglo el Excelentísimo Señor Don Juan Fernández Pacheco, después de haberla servido en cinco Virreinatos, y en varias comisiones de la mayor importancia, tuvo el feliz pensamiento de comunicar a su Nación las Ciencias y las Artes, en las que su gran talento se había instruido [VIII] muy a fondo, así por su continuo estudio, como con el trato de los mayores Sabios de Europa. Para esto atrajo con su liberalidad y protección a los pocos Literatos más acreditados que había en nuestra Corte; formó una Junta Académica, en la que al principio se trataba de varios asuntos de Literatura; y persuadido de que la basa de la ilustración es el estudio de las Buenas y Bellas Letras, pensó en la erección de una Academia, cuyo instituto fuera el perfeccionar la Lengua Española; propuso al Rey su [IX] pensamiento suplicándole que lo protegiese; y consiguieron sus oficios, no solamente el que la Real magnificencia de Felipe V. aprobara y pusiera bajo su inmediata protección aquel ilustre Cuerpo, sino también porque lo dotara con el perpetuo fondo de mil doblones anuales, y que concediera a sus individuos los honores y preeminencias de los Criados de la Casa Real, que están en actual servicio. Todos saben el grande influjo que ha tenido la Real Academia Española en la fundación y restablecimiento de otros [X] Cuerpos literarios, y en el fomento de las Ciencias y las Artes, particularmente de las Buenas y Bellas Letras; por lo cual la Casa de Villena, habiendo sido como la cuna de ellas, no puede dejar de tener el lugar más distinguido en los fastos de nuestra Literatura.

     Pudiera aquí hacer mención de otros grandes servicios hechos al Estado por los dignos Progenitores de V. E. mismo. Pero quedan irrefragables monumentos de ellos en la Historia: y el mérito de la V. E. no necesita de la [XI] corta recomendación de la pluma de un Criado agradecido, siendo tan notorio, particularmente el que contrajo en las campañas de Italia, y en la expedición de Argel, vertiendo gloriosamente su sangre por la Patria; y que el Rey ha confiado a V. E. en atención a su celo, y acreditada fidelidad los empleos de Caballerizo y Ballestero Mayor, que son dos de los más distinguidos de todo el Reino.

     Dígnese V. E. permitirme que ponga al frente de esta obra su ilustre nombre; el cual la honrará mucho [XII] más que el corto mérito de mi trabajo.

     Dios prospere a V. E. muchos años.

EXCELENTÍSIMO SEÑOR

A. L. P. de V. E.

Su más humilde Criado

Juan Sempere. [1]



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Discurso preliminar sobre los progresos de la literatura de los españoles en este siglo

     La larga serie de sucesos prósperos, preparada por la sabia política de los Reyes Católicos Don Fernando y Doña Isabel, y continuada por los útiles establecimientos de sus sucesores, por las victorias, por los nuevos descubrimientos y conquistas, y por las inmensas riquezas que con ellas vinieron a España; al paso que le dio a esta Monarquía la superioridad de poder y de grandeza sobre todas las Naciones sus vecinas, atrajo al mismo tiempo a su seno las Ciencias y las Artes, que siempre buscan la sombra y la protección de los poderosos. Asegurada de los pasados insultos la autoridad Real, establecida la paz entre las Provincias, y entre [2] las familias del Reino, introducida la abundancia por la industria y el comercio, mejorada la educación, y corregidas las falsas ideas, que con la ignorancia se habían apoderado del entendimiento, se vieron nacer y cultivar en el siglo diez y seis talentos grandes, salir de las Universidades sabios eminentes, y llenarse el Estado de tantas luces, que disiparon prontamente las tinieblas en que había estado obscurecida, así su gloria, como la reputación de eruditos, que en otro tiempo habían gozado los Españoles.

     Pero o sea que las cosas humanas nunca pueden permanecer en una misma situación, o por otras causas, cuyo conocimiento pide un examen muy prolijo; luego que esta Nación fuerte y gloriosa fue declinando de aquel alto punto de grandeza, a que la había elevado la prudencia de sus Reyes, se vio también ir eclipsando el brillo de su instrucción y literatura: de suerte que a principios de este siglo apenas le quedaba más que una confusa [3] memoria de lo que había sido.

     Yo estoy muy lejos de querer entrar en el número de aquellos, que tienen por un rasgo de ingenio el criticar a su Nación, y a sus Paisanos. Mas para dar alguna idea de nuestra literatura actual, se hace preciso el saber el estado en que estaba a principios de este siglo.

     El Abad de Vayrac, que es el extranjero que habla con menos precipitación, y con más fundamento de nuestras cosas, hace la relación siguiente: «Los Españoles, dice, tienen espíritu sublime, penetrante, y muy propio para las ciencias abstractas. Pero por desgracia este talento no lo cultivan con una buena educación; lo que es causa de que no se vean entre ellos tantos sabios como en Francia, y en otros países donde hay célebres Escuelas, y famosas Academias para la instrucción de la juventud. Esto no obstante, no deja de haber entre ellos hombres de una profunda erudición, según el gusto de su tierra. Este gusto consiste en aplicarse particularmente [4] al estudio de la Filosofía, de la Teología Escolástica, de la Medicina, la Jurisprudencia y la Poesía. Mas lo hacen de muy diferente manera que nosotros. Porque en lo que toca a la Filosofía, son de tal suerte esclavos de las opiniones de los antiguos, que nada es capaz de hacerles abrazar las de los modernos; y lo mismo sucede en la Medicina. Aristóteles, Escoto y Santo Tomás son para ellos oráculos tan infalibles, que si alguno pensara en no seguir ciegamente a uno de los tres, nunca podría aspirar a ser tenido por buen Filósofo. Y si un Médico no jurara por Hipócrates, Galeno, o Avicena, los enfermos que enviara al otro mundo, no se creería que habían muerto con formalidad.

     »Sería de desear que siguieran con la misma firmeza las reglas de los antiguos Poetas, que las de los antiguos Filósofos, especialmente por lo que toca a los Poemas Épico y Dramático, en los cuales hacen muy cortos [5] progresos; porque despreciando los preceptos de Aristóteles y de Horacio, dejan correr libremente su espíritu lleno de fuego y de entusiasmo. Y así de la nimia adhesión a los antiguos en materias de Filosofía y Medicina, y de la sobrada libertad y desprecio de ellos en asuntos de Poesía, proviene casi siempre, que ni son buenos Filósofos, ni buenos Médicos, ni tampoco buenos Poetas: porque siguiendo a los unos escrupulosamente, adoptan todos sus errores; y, abandonando a los otros, introducen en su Poesía una especie de irregularidad, que disipa todo el fuego de aquella imaginación viva, que brilla en sus versos, y que los hace degenerar en una pomposa algarabía.

     »Y si no observan las reglas de la Poesía, tampoco cuidan de las de la Prosa. Por eso se ven entre ellos pocos buenos Oradores, a excepción de algunos Predicadores, que dotados de una elocuencia natural, parece que no necesitan de la ayuda del arte. [6]

     »Cuando desplegan todas sus velas, es cuando se engolfan en alguna cuestión de Lógica, de Metafísica, o de Teología Escolástica. Se puede decir con verdad que no la dejan hasta que han apurado enteramente la materia. Si tuvieran la misma afición a la Positiva, no hay duda que hicieran los mismos progresos: mas apenas se encuentra quien se aplique a ella.

     »Por lo que mira a Teólogos Morales, se puede decir que la España sola ha producido más que todo el resto de la Cristiandad. Pero es su número mayor que su autoridad; y muchos de ellos han enseñado opiniones, que han sido censuradas o por la Iglesia, o por las más famosas Universidades. Aunque también es preciso confesar, que muchos de sus Autores han sobresalido en obras de piedad, y que han enriquecido a la Iglesia con infinitos libros de Mística, que todas las demás Naciones han procurado traducirlos en sus lenguas. [7]

     »El número de los Jurisconsultos es infinito; y no se puede negar que la Jurisprudencia se enseña allí muy bien, igualmente que la Política más refinada. (1)»

     Aunque esta pintura no agradará a muchos, que llevados de una preocupación ciega e indiscreta, no saben ver ningún defecto en su Nación, midiendo con una misma regla los tiempos desgraciados y calamitosos, que los prósperos y felices, no puede dudarse de su exactitud, cuando convienen con ella las relaciones de los mismos Españoles de aquel tiempo; y lo que es más, habiéndose visto en nuestros días casi entero el original.

     No obstante, a pesar de la ignorancia que [8] reinaba generalmente en España por entonces, no dejaba de haber algunos literatos que desimpresionados de las preocupaciones vulgares, e instruidos de los progresos de las ciencias en otras partes de Europa, hacían los mayores esfuerzos por introducirlos y estenderlos dentro de su país. M. Desnoües, Catedrático de Anatomía y Cirugía de la Academia de Bolonia escribía así en 1706 a Mr. Guglielmini: «Por más que digan que la Medicina está muy despreciada en España, yo creo que en aquel país es como en todos los demás, y que en todas partes se encuentran sabios, y otros que no lo son tanto (2).» Melero y Flores, a quienes nombra el mencionado Autor, y de su misma facultad Boix y Martínez, el famoso Botánico [9] Salvador, Ferreras, Nasarre, Martí, Tosca, Miñana, Interián de Ayala, Palomino, Uztariz, Montiano, Feijoo, Luzán, Mayans, y otros jóvenes estudiosos, que empezaban a formarse, fueron los primeros que sembraron en España la semilla del buen gusto, y los que prepararon la feliz revolución de la Literatura.

     Apenas subió Felipe V. al trono, se vio luego solicitada su soberana protección para la fundación de varias Academias y establecimientos literarios. Aquel Rey, que se preciaba de literato, y que acreditó en varias ocasiones que lo era, manifestó siempre una gran disposición y facilidad para favorecer todo cuanto pudiera contribuir al fomento de las Ciencias y las Artes. «Este designio, decía, ha sido uno de los principales que concebí en mi Real ánimo luego que Dios, la razón y la justicia me llamaron a la Corona de esta Monarquía, no habiendo sido posible ponerle en ejecución entre las continuas inquietudes de la guerra: he conservado [10] siempre un ardiente deseo de que el tiempo diese lugar de aplicar todos los medios que puedan conducir al público sosiego y utilidad de mis súbditos, y al mayor lustre de la Nación Española. La experiencia universal ha demostrado ser ciertas señales de la entera felicidad de una Monarquía, cuando en ella florecen las Ciencias y las Artes, ocupando el trono de su mayor estimación.»

     Por fortuna había también en la Corte un Grande de España, cuyas luces y modo de pensar se conformaban mucho con el del Soberano. Este era el Excelentísimo Señor Don Juan Fernández Pacheco, Marqués de Villena, muy conocido fuera de la Península por su relación con la Academia de las Ciencias de París, de la que era individuo, y por su comunicación con muchos sabios de Europa. Su instrucción no se reducía a los conocimientos de que debiera estar adornado todo noble. La Lengua Griega, y demás ramos de las buenas y bellas letras [11] las Matemáticas y hasta la Medicina, la Botánica, la Química y la Anatomía merecieron el cuidado de su aplicación. En Escalona, Pueblo de sus Estados, hay una torre que llaman de la Química, acaso porque la tenía destinada para las experiencias y observaciones de aquella Ciencia, y se conservan en ella todavía muchas hornillas, y varios instrumentos. También se guardan otros muchos de Matemáticas en su escogida Biblioteca. De su pericia en la Anatomía, da un testimonio nada sospechoso el citado Mr. Desnoües; diciendo: «Lo que prueba mucho más que Mr. Borghesi ha trabajado sobre relaciones falsas, diciendo que en materia de Medicina no se saben en España las opiniones modernas, es lo que me sucedió en Génova, cuando el Señor Duque de Escalona, Virrey de Nápoles, me hizo el honor de venir a visitarme, para ver entre otras cosas mis curiosidades anatómicas. Porque aseguro a V. M. ingenuamente, que mi admiración no [12] fue poca, cuando vi que este digno Ministro de uno de los más grandes Reyes del mundo, me hablaba de Anatomía como si la hubiera estado estudiando toda su vida, y que me proponía sobre ella unas dificultades tan fuertes, como pudieran hacerlo los Profesores más hábiles de esta Arte (3)».

     A los buenos oficios de este sabio se debió la fundación de la Academia Española de la Lengua, y le hubiera debido España la entera restauración de la Literatura, si hubiera [13] llegado a efectuarse el gran proyecto que tenía formado de una Academia general de Ciencias y Artes. He tenido el gusto de ver algunos apuntamientos escritos de su mano sobre este utilísimo pensamiento, en el que parece se había propuesto seguir por la mayor parte la división de las Ciencias del Barón de Verulamio.

     La favorable disposición del Soberano dio motivo para que se fomentaran en aquel tiempo un gran número de Cuerpos Académicos, y de establecimientos literarios. La Sociedad Médica de Sevilla, la Biblioteca Real, la Universidad de Cervera, el Seminario de Nobles, la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, la Escuela de Matemáticas de Barcelona, y las Academias de la Historia, y Médica-Matritense, además de la Española, se debieron por la mayor parte a su protección y liberalidad.

     Pero este medio de las Academias era muy lento para que la Literatura hiciera [14] muchos progresos. Tales escuelas eran para ciertos hombres ya formados. Y aun en estos no se podía lograr enteramente su fruto, por no haber estado bien dirigidos sus primeros estudios.

     El mal método introducido en las Universidades, la preocupación por los sistemas antiguos, el espíritu de partido, la falta de los conocimientos preliminares, que deben preceder a las facultades mayores, el ningún uso de los buenos Autores, y sobre todo la demasiada presunción de sabios, que producía el desembarazado uso del ergo, y de las sutilezas eran una barrera impenetrable al buen gusto y a la libertad, e indiferencia de que debe estar dotado todo literato.

     Cuanto más arraigados estaban estos vicios en los hombres de mayor graduación, y de cuya mano, por decirlo así, dependía enteramente la fortuna, tanto era más arriesgado a cualquiera particular el oponerse a la corriente, y abrir un nuevo camino a [15] las Ciencias y a las Artes. El ejemplo fatal de muchos que se habían perdido en una empresa semejante, era capaz de desanimar al más alentado.

     No obstante, el P. Feijoo concibió este glorioso designio. Su gran talento, su facilidad en explicarse, y en persuadir lo que quería, su estilo, su erudición, sus méritos adquiridos en la esclarecida orden de San Benito, y su celo por la gloria de la Religión y de la patria, le facilitaron en algún modo la empresa de romper por todos los reparos que podían proponérsele, y darle algunas esperanzas de que no se malograrían sus deseos y sus tareas.

     En 1726 pareció el primer tomo del Teatro Crítico. La variedad de sus asuntos, todos exquisitos, y la novedad y el gusto con que se proponían, atrajo luego la curiosidad de los sabios y de los ignorantes; de unos para celebrar su mérito, y ponerse de parte del Autor; de otros para impugnarlo [16] y desacreditarlo por todos los medios que suele dictar la negra envidia, el falso celo y la preocupación. El P. Feijoo tuvo mucho que sufrir, y no poco que trabajar para responder a sus contrarios: no porque los argumentos de estos tuvieran mucha fuerza por lo general, sino porque siendo su principal fin el desengañar al vulgo, era de temer que este atribuyese la victoria, como suele, al último que hablaba, sin tener presentes los fundamentos de una y otra parte.

     Esta guerra literaria fue útil: porque como para proseguirla se debían manejar tantos buenos libros, por unos para comprobar de falsas las citas de nuestro Sabio, y para otros siniestros fines: por otros para apoyar con más fundamentos sus doctrinas: esta varia lectura debía producir nuevas ideas, y con ellas nuevo modo de pensar y de explicarse. Así se vio, que no habiendo antes apenas quien supiera los sistemas de Descartes y de los Gasendistas, se encontraron luego muchos que [17] los defendieron; y otros que conociendo los inconvenientes a que está expuesto todo sistema, se tomaron la libertad de no seguir ninguno.

     Esto mismo dio motivo para que se fuera extendiendo el estudio de la Lengua Francesa, y con ella el conocimiento de los buenos libros, con que aquella sabia Nación ha adelantado la Literatura. Aunque al principio, muchos la despreciaban, o por desafecto a los Franceses, o por la falsa persuasión en que estaban nuestros Nacionales, de que no había más que descubrir en las ciencias que lo que se sabía en nuestro país, después fue gustando poco a poco, hasta que llegó a hacerse moda, y a componer una parte de la educación de la nobleza. El P. Feijoo tenía formado un concepto tan elevado de su utilidad, que no dudó anteponer su estudio al de la Griega, y demás Orientales (4). Este honor han merecido [18] siempre las lenguas sabias, y en las que se publican obras dignas de la inmortalidad. Todos las estudian, se hace moda el saberlas, y llega a veces a tenerse por grosería el ignorarlas. En tiempo de Carlos V. en Italia, así entre damas, como entre caballeros, se tenía por gentileza y galantería saber hablar Castellano (5). En Roma había antes Estudios de lengua Española, como de Latina, Griega y Hebrea; y los nobles procuraban dar a sus hijos ayos Españoles, a fin de que les enseñaran la lengua (6). En Francia se estudiaba por arte en Estudios públicos por los años de 1555 (7). La superioridad de los Españoles por aquel tiempo en el poder, en la política y en la literatura, hizo tan apreciable su lengua, como temible su grandeza. Estos motivos han dado en este siglo a la Francesa iguales ventajas, sin que haya sido bastante la antigua antipatía entre [19] las dos Naciones para que hayamos dejado de adoptar muchas de sus máximas, y hacernos familiares gran parte de sus estilos y costumbres.

     En 1723 se entregó al Rey un papel en que se le representaba como muy conveniente, que los Oficiales de la Biblioteca Real trabajaran dos resúmenes de los libros que salían a luz para remitirlos a los Diaristas de París, y de Trevoux, con el fin de que por aquel medio se tuviera en Europa alguna noticia de los progresos de la Literatura de España. Pero remitido este papel a Don Juan Ferreras, Bibliotecario mayor, para que dijera su parecer, respondió que era inútil esta diligencia, porque en nuestros libros Españoles, los que constaban haber salido en este siglo por el Índice de la Real Biblioteca, no se hallaba cosa singular, ni invención ni descubrimiento nuevo, que era lo que los PP. de Trevoux habían ofrecido publicar. Con esto carecía España de la utilidad de los Diarios, por medio [20] de los cuales en otras Provincias de Europa eran notorios al público los adelantamientos de las Ciencias y las Artes, se daba a conocer el mérito de las obras que se imprimían, y se contenía en algún modo la demasiada libertad de imprimir libros inútiles, y nada dignos de que se gaste en ellos la paciencia y el dinero.

     Don Juan Martínez Salafranca, D. Francisco Manuel de Huerta y D. Leopoldo Jerónimo Puig, reuniendo sus estudios dieron en 1737 el primer tomo de una obra que no podía dejar de tener muchos enemigos. Hasta entonces no se había visto en España emplearse la crítica tan abiertamente en poner a la vista los defectos de los libros que salían a luz. Por el contrario, una larga lista de elogios y de aprobaciones sorprendía por lo regular la atención del lector, que no estaba suficientemente instruido para distinguir por sí mismo el mérito de la obra. Y así causó mucha novedad este proyecto del Diario, y encontró desde [21] sus principios una oposición tan obstinada, que al fin acabó con él, no obstante que había ya llegado a merecer la protección de S. M. y a que se costeara la impresión a sus reales expensas. Con todo, no dejó de tener de su parte algunos sabios que lo celebraban, y que alentaban a sus Autores para continuar su trabajo. Pero los grandes proyectos, y las reformas de los abusos, como su buen efecto no puede advertirse hasta después de pasado mucho tiempo, se desestiman en los principios, y sus Autores pasan, o por fanáticos, o por ridículos, con lo que se malogra regularmente todo el fruto que de ellos pudiera esperarse (8).

     Estas fueron las principales empresas y establecimientos literarios del reinado de Felipe V. Por otra parte algunos hombres particulares, que o guiados de su genio y de su [22] talento, o movidos por alguna feliz casualidad, llegaron a manejar otros Autores distintos de los que se cursaban en nuestras escuelas, y que les pusieron a la vista con los colores más naturales el abuso que se hacía del entendimiento, empezaron a dirigir de otra suerte sus estudios, a hacer algún uso de la crítica, y a declamar contra las preocupaciones que la ignorancia había autorizado, haciendo los mayores esfuerzos para introducir un gusto mejor, y más conforme la razón en la literatura.

     No intento escribir la Historia Literaria de este siglo. Mi ánimo sólo es insinuar las causas que más han contribuido a formar el gusto que reina ahora entre los Españoles. Pasemos al reinado de Don Fernando VI. El sistema pacífico que se propuso aquel Rey, y que le permitieron guardar las circunstancias del tiempo, le granjeó con justo motivo la confianza pública, y le puso en disposición de llevar a efecto las empresas más útiles al Estado. [23]

     Las letras merecieron una protección particular. Cuando volvieron de su viaje de América Don Jorge Juan, y Don Antonio de Ulloa, a quienes Felipe V. había nombrado por compañeros de los Académicos Franceses, que fueron al Perú por comisión de la Academia de las Ciencias de París, a examinar la figura de la tierra; dio orden para que se imprimieran a sus expensas, así las Observaciones astronómicas que escribió Don Jorge Juan, como la Relación histórica del Viaje, escrita por Don Antonio de Ulloa.

     Los Viajes del P. Burriel, Don Francisco Pérez Bayer, y el Marqués de Valdeflores, para visitar los Archivos del Reino, y para buscar los monumentos que más pudieran contribuir a perfeccionar la Historia general de España, se hicieron de su orden, y de su cuenta.

     El Gabinete de Historia Natural, las Academias de Buenas Letras de Barcelona, Sevilla y Valladolid, y la de las Nobles Artes de [24] San Fernando, todas se debieron, o a su liberalidad y magnificencia, o a su favor y protección.

     La razón fue por todos estos medios adquiriendo nuevos adelantamientos, y no fue pequeño el haberse reducido la preocupación nacional a conocer, y a poner en práctica un medio que siempre ha salido bien; pero que por lo mismo ha solido encontrar una tenaz resistencia en los ignorantes. Todos los Príncipes que han pensado seriamente en introducir las Ciencias y las Artes en sus Reinos, han enviado a sus vasallos a estudiar en las más famosas escuelas, o han convidado a los sabios extranjeros a que vinieran a establecerse en sus Cortes, haciéndoles para ello las más ventajosas propuestas, sin pararse en el ridículo pretexto de que es cosa vergonzosa que nos vengan a enseñar de fuera de casa. Luis XIV. no obstante que tenía ya en sus Estados vasallos consumados en todo género de literatura, procuró atraer con sus liberalidades [25] a Vossio, y a Huygens, hábiles profesores, el uno de Matemáticas, y el otro de Buenas Letras. La Reina Cristina de Suecia hizo lo mismo con el Anticuario Samuel Bochart. Y la Reina Católica Doña Isabel hizo el mayor aprecio de Pedro Mártir de Anglería, a quien confió la enseñanza de toda la Grandeza de España. También nuestros Españoles fueron llamados en algún tiempo por los Príncipes para ser maestros de las más famosas escuelas. Juan Luis Vives fue Profesor público de Buenas Letras en las Universidades de Lovaina, y de Oxford. Entre los primeros Catedráticos del Colegio Real de París lo fueron Agathias Guidacerio de lengua Hebrea, y Martín Población de Matemáticas. Juan Ginés de Sepúlveda fue veinte y dos años Catedrático de Filosofía Moral en Roma; por no hablar del P. Perpiñán, y de otros muchos.

     Fernando VI. siguiendo esta sabia política de otros buenos Monarcas, pensionó a muchos jóvenes Españoles de buen talento, para [26] que fueran a instruirse en las Nobles Artes en Roma y en París, y para que adquirieran allí otros conocimientos útiles, que no podían aprenderse sin gran dificultad dentro de España. Al mismo tiempo recibió con suma benignidad a muchos Profesores que vinieron a ella, o movidos del deseo de hacer fortuna, o llamados expresamente por el Ministerio. Mr. Godin, uno de los Académicos Franceses que habían ido a la América, fue nombrado Director de la Academia de Reales Guardias Marinas de Cádiz, donde murió después. Don Guillermo Bowls fue destinado para el cuidado de las Minas, y del Gabinete de Historia Natural. Don José Quer fue hecho primer Profesor del Jardín Botánico. Y a Don Miguel Casiri se le dio la comisión de publicar la Biblioteca Arábigo-Hispana-Escurialense.

     A las acertadas providencias del Monarca se fueron viniendo los desvelos de algunos sabios Españoles, que no estaban comprendidos en la clase del vulgo de sus paisanos. Los PP. [27] MM. Flórez y Sarmiento, Don Juan de Triarte, Don Andrés Piquer y algunos otros, además de los nombrados, continuaron en promover por muy distintos medios la más sólida instrucción. Para ésta contribuyeron también mucho las traducciones de algunas obras Francesas, así de Historia, como de Física y Humanidades.

     Por todos estos medios llegó a ver la España dentro de su seno un gran número de hombres grandes y de sabios, que daban a su Corte el esplendor de que había carecido por largo tiempo.

     Pero el gusto de una Nación no se debe medir por los sabios particulares, que o ayudados de su singular talento, o excitados por alguna dichosa circunstancia, dirigen sus estudios con otro método que el que regularmente se acostumbra. Hasta que la educación disponga generalmente a los jóvenes a pensar bien, y a formar exactas ideas de las cosas; no se debe esperar que el buen gusto se arraigue, [28] y sea común en ningún pueblo.

     La delicadeza suma con que los Españoles han mirado siempre los establecimientos de sus mayores, y la nimia escrupulosidad con que han seguido sus pisadas, y los usos establecidos, era un obstáculo que les hacía mirar toda innovación como peligrosa a la religión, y al Estado. Aunque algunos particulares, como hemos dicho, por la lectura de buenos libros habían rectificado sus ideas, el común de la nación estaba todavía imbuido, con corta diferencia, del mismo gusto que al principio de este siglo. Como ni en las Escuelas menores, ni en las Universidades se había variado el método antiguo, siendo la enseñanza la misma, debía serlo también la instrucción, y el aprovechamiento.

     La pintura que hace de los ejercicios de la Universidad de Salamanca el Autor del Viaje de España, hecho en el año de 1755, pone muy a la vista los defectos de que aún entonces adolecía. Algunos la tendrán por una [29] sátira hecha contra España; pero no piensa de esta suerte otro Autor muy juicioso de nuestra nación (9), quien no obstante que le nota varias equivocaciones en materia de artes, confiesa la verdad con que habla en punto de estudios.

     El año de 1759 fue muy feliz para la Literatura Española por la exaltación gloriosa al trono de nuestro Augusto Monarca (que Dios guarde).

     Apenas vino S. M. a España, cuando ya dio a conocer su alta penetración y exquisito juicio, así en la elección de los sujetos que le habían de servir en el Ministerio, como en la protección y favor dispensado a los útiles proyectos concebidos en tiempo de su difunto hermano, y a los muchos que empezaron a brotar desde su entrada. No hablaré de la gracia concedida a tantos pueblos de los atrasos y alcances en las contribuciones reales; de la [30] extinción de la tasa de granos; del correo marítimo; de la franquicia concedida a muchos puertos; de los caminos reales; de los canales de riego y navegación; de la población de Sierra Morena; de la mejor disciplina de las tropas, nueva fundición de cañones, y construcción de navíos, aumento de prest a los Soldados, y de salario a los Ministros; de las viudedades; de la limpieza de Madrid, adorno de sus paseos, y magnificencia de los nuevos edificios de dentro y fuera de la Corte; de la fundación de la Academia de San Carlos; de muchísimas pensiones concedidas a toda clase de Profesores de los viajes hechos a sus expensas a Roma, París, Londres y Alemania, para la mayor perfección de las Artes; de la libertad y ventajas concedidas a los Extranjeros de mérito para venir a establecerse hasta en lo más interior de nuestra península; y de otros infinitos establecimientos y providencias que eternizarán la memoria de tan benéfico Rey. Mi discurso sólo se limitará a [31] los notorios adelantamientos que ha tenido en este reinado el buen gusto en la Literatura.

     Aunque a fuerza de las declamaciones del P. Feijoo, y de otros sabios de la Nación, protegidos por los Ministros que tuvieron a su lado Felipe V. y Fernando VI. los Españoles se habían desimpresionado algo de muchas preocupaciones; con todo el método, de estudios y de ejercicios literarios era casi el mismo en todas las Universidades. El espíritu de partido que reinaba en las Escuelas, tenía adoptados desde la Filosofía ciertos Autores, cuyo sistema era la basa para en adelante, y caracterizaba en los estudiantes la elección de sentencia que habían hecho. Esta elección se debía seguir con tanto empeño, que si alguno daba el menor indicio de querer dejar la escuela en que había profesado, quedaba expuesto infaliblemente a los fatales tiros que suele disparar la indignación de ciertos hombres tanto más temibles, cuanto más respetables y autorizados. [32]

     El gran golpe para perfeccionar los estudios debía ser, o quitar enteramente el espíritu de partido, o debilitarlo por lo menos: porque sin esta diligencia eran infructuosos todos los demás medios que pudieran discurrirse: pues estudiando sin libertad, y por sólo el empeño contraído con alguna de aquellas escuelas, nunca tenía el entendimiento bastante libertad y desembarazo para pensar, y para explicarse.

     Otro obstáculo no menos fuerte tenían las letras en España, que era como consecuencia del primero. El premio es, y ha sido siempre el estímulo que más ha avivado la aplicación, la industria y el trabajo. Ciertos cuerpos literarios lo tenían como tiranizado, y estaban los honores y dignidades vinculados a sólo el acto de entrar en alguno de estos cuerpos, o declararse partidario suyo.

     Carlos III. con una resolución heroica, que será el asunto de los mayores elogios que le formarán los que hablen de su reinado en [33] adelante, libertó a la Nación de este yugo, retomando algunos de aquellos cuerpos, restituyendo a los grandes talentos la justa y prudente libertad, y dando ejemplo él mismo, en la discreta imparcialidad con que ha premiado el mérito, sin distinción de clases, de profesiones, de estados, ni de nacimiento.

     A esta grande obra han acompañado los nuevos planes de estudios que se han puesto ya en muchas Escuelas del Reino, y los que se están trabajando actualmente de orden del Consejo, los que se llevarán a efecto sin mucha dificultad, por haberse quitado ya los mayores obstáculos que pudieran oponerse a su establecimiento.

     El Cielo ha prosperado las intenciones de tan benéfico Monarca, concediéndole acierto en la elección de los Ministros de que más necesitaba para la ejecución de sus sabias resoluciones.

     En consecuencia de estas, todas las Ciencias y Artes, han tomado en España un nuevo [34] semblante, y cierto gusto que acaso no han tenido hasta ahora.

     Pero aunque han sido tan grandes y tan notorios los adelantamientos de la Literatura Española en el actual reinado de Carlos III, todavía parece que no se ha podido borrar la idea del estado miserable en que se ha visto por más de siglo y medio. No es de admirar que en los libros extranjeros se lean con frecuencia noticias atrasadas, y torpes equivocaciones al tratar de nuestro gobierno, costumbres, genio, Artes y Literatura. La indiferencia con que en un país se miran regularmente las glorias de sus vecinos, y el orgullo que engendra la idea de superioridad con que se contemplan las naciones más cultas, respecto de las que no han hecho tantos progresos en la civilización, las hace tener en menos todo lo que no es de su suelo, dar sin examen la preferencia a sus producciones, y desdeñarse de entrar en paralelo con otra en ningún ramo. Del mismo principio proviene [35] que, embelesados con su falsa idea, no ponen el menor cuidado en informarse ni instruirse a fondo del estado de las demás. Algunas relaciones sueltas, inconexas, y las más veces atrasadas sirven de basa para formar un juicio tan mal fundado como sus principios.

     Sirva de ejemplo lo que se lee en una obra bastante celebrada en Francia. En el primer tomo del Teatro Francés se quiere dar una idea del estado actual de todos los Teatros del mundo, y hablando del de España, se empieza así el capítulo: «De España y de sus Autos Sacramentales. El Teatro de los Griegos estuvo deshonrado en sus principios por las paradas de Tespis: el nuestro por los Misterios, y el de los Españoles por sus Autos Sacramentales. Pero gracias al genio criador de Esquilo, y de Corneille, la infancia de los Atenienses y la nuestra duraron poco: mas la de los Españoles dura todavía.» Esto se escribía en 1780, a saber, diez y seis años después que por orden del Gobierno se prohibieron [36] absolutamente aquellas farsas espirituales, y cuando no se representaban ya en ninguna parte de España.

     De estas equivocaciones pudieran señalarse muchísimos ejemplares, particularmente entre los Escritores Franceses. Parece que muchos de éstos están empeñados en sostener vivamente el carácter que se atribuye a su Nación, esto es, la precipitación y la ligereza. El P. Porée empleó toda la hojarasca de su elocuencia en vindicar a sus paisanos de esta nota (10): pero sus mismos Escritores la reconocen y confiesan. «Por no sé qué fatalidad, decía el Abate Mably (11), se puede decir que no es permitido profundizar nada en París: no hay tiempo para pensar en esta grande [37] Ciudad; donde hay tanto espíritu, tanta ociosidad, tantas diversiones, y por consiguiente tan poca razón.»

     No obstante, yo creo que una Nación en que ha hecho tantos progresos el espíritu humano, y que por la sabiduría de su gobierno ha extendido su poder y su dominación a los países más remotos, no puede dejar de tener hombres de un juicio muy sólido, y que miran las cosas en su verdadero y natural aspecto.

     Lo mismo debe decirse de todas las demás Naciones. Estas son unos cuerpos respetables, compuestos de una infinidad de hombres de humores, genios y talentos diferentes, entre los cuales, aunque la mayor parte no tienen otro norte en sus juicios y modo de pensar, más que la preocupación, con todo nunca deja de haber buenos talentos que examinan las cosas por sí y las saben apreciar por su valor intrínseco y verdadero.

     Acaso nosotros mismos estamos dando lugar [38] a que se mantenga aquel concepto poco ventajoso de que nos quejamos. Si dentro de nuestra Corte hay muchísimos sujetos preciados de literatos, que no conocen bien el estado actual de nuestra Literatura, ¿será extraño que lo ignoren los extranjeros? ¿Y por qué estos nos han de tratar con miramiento en sus escritos, cuando se ve que muchos Españoles exclaman furiosamente contra su Nación, que no encuentran nada bueno en ella, y que dan la preferencia en todo a lo que viene de fuera?

     El segundo vicio nace del primero, esto es, de la ignorancia. Esta proviene en gran parte de la falta de buenos diarios, y otros papeles periódicos, por medio de los cuales en otros países se extienden las noticias de los adelantamientos de las Ciencias y Artes, publicando extractos de los mejores escritos que se imprimen, y formando juicio de su mérito. Las obras grandes las leen muy pocos; el vulgo sólo gusta de papeles ligeros que lo entretengan [39] con la novedad, y no lo fastidien con largos razonamientos. Las obras periódicas, como haya discreción para hacerlas agradables, tienen despacho por la cortedad del precio, las leen todos los curiosos, se habla de las noticias que en ellas se contienen; y al paso que se acreditan mucho más por ellas las obras de mérito, las que carecen de él tienen el castigo en la misma publicidad de su desprecio. Su pequeñez las hace volar con facilidad por las naciones extranjeras, y por medio de ellas se ponen en estado de poder juzgar con más exactitud de los progresos o decadencia de la Literatura de los pueblos.

     En España han tenido mal suceso las que se han empezado a publicar en varios tiempos. Ni su utilidad, ni, lo que es más, la protección manifiesta del gobierno, han podido sostenerlas, o sea porque las han sufocado los terribles golpes de la envidia, o porque sus Autores llegaron a conocer que podían emplear su aplicación y su talento [40] en otros estudios que les proporcionarán mayores ventajas.

     Conociendo la falta de noticias que hay generalmente acerca de nuestra Literatura, cuando me resolví a imprimir la traducción de las Reflexiones sobre el buen gusto en las Ciencias y en las Artes de Muratori, que tenía hecha algunos años ha, escribí un Discurso sobre el gusto actual de los Españoles en la Literatura, en el que se insinúan los progresos que ha tenido desde principios de este siglo; y animado de la buena acogida que ha debido al público, no había cesado desde su publicación de ir recogiendo muchas noticias, haciendo varias apuntaciones para reimprimirlo.

     La publicación de la Enciclopedia Metódica, y varias conversaciones que he oído, así sobre aquella obra como sobre las Observaciones que ha publicado en París Don Antonio Cavanilles, me han hecho conocer mucho más la necesidad que tiene el público de [41] ser instruido con más individualidad sobre el estado actual de nuestra Literatura. Una apología no es suficiente para esto. Las discusiones precisas en este género de escritos, los argumentos, la erudición con que se procura amenizarlos, ocupan mucha parte, y por muy bien trabajados que estén, nunca son tenidos más que por unas buenas defensas, en las que siempre se cree que tiene mucho influjo el patriotismo, espíritu de partido, &c. Por lo cual lo más que se consigue con ellos es el hacer problemáticos y probables los asuntos que los ocasionan.

     A mí me ha ocurrido otro pensamiento, del cual se podrán sacar mayores ventajas. Una Biblioteca Española de los mejores Escritores del reinado de Carlos III. pondrá a la vista mucho mejor que cuantas apologías puedan escribirse, el estado actual de nuestra Literatura. Al mismo tiempo el público podrá formar por ella una idea más exacta de los procesos de las Ciencias y las Artes entre los Españoles [42] en estos últimos tiempos. Los que no puedan leer las obras originales, a lo menos podrán tener por medio de ella un conocimiento de su mérito, y de las materias que han sido tratadas mejor en ellos, lo que les podrá conducir muchísimo para la elección de libros, y para no emplear mal el tiempo ni el dinero. Los Españoles tendrán proporción para conocer más bien el mérito literario de su Nación, y para apreciarla.

     Todas estas utilidades, y otras muchas puede producir una Biblioteca Española bien trabajada. Pero en su ejecución es indispensable que se presenten muchas dificultades. Dejando aparte el embarazo que ofrece por sí misma la palabra de mejores, y el resentimiento que puede causar a muchos el no verse comprendidos en aquella clase; aun los mismos que indubitablemente tienen mérito para ser reputados por tales, es muy de temer que no queden enteramente satisfechos. Como las cualidades del espíritu no están unidas siempre [43] con las del corazón, o por decirlo con más claridad, como los sabios no carecen de amor propio, nunca piensan que se ha hablado bastantemente de ellos. Y por el contrario en los demás apenas llegan a descubrir la menor cosa digna de alabanza. Por eso creo yo que hay más dificultad en elogiar a los vivos, que en criticarlos. Los elogios propios siempre parecen cortos y muy fríos, particularmente cuando no tienen algo de hiperbólicos: y los ajenos se tienen por muy exagerados y prolijos y aun cuando están hechos con la mayor moderación.

     Esta es la gran dificultad que se ofrece en esta obra, por cualquiera mano que haya de trabajarse. No son menores las que deben ocurrir en su ejecución, así por la multitud, como por la variedad de las materias que en ellas se deben comprender. Pero de estas no me toca hablar a mí, porque no parezca que quiero ponderar sobradamente el corto mérito de mi trabajo. [44]

     A pesar de todos los embarazos que deben ofrecerse, persuadido de las muchas ventajas y utilidades que podrá producir a la Nación, me he resuelto a presentar al público este Ensayo. En él procuraré dar alguna idea de las mejores obras que se han publicado en España en el actual reinado, poniendo los extractos, prospectos, o noticias que contemplé oportunas para conocer su mérito: para lo cual añadiré también los elogios y juicios que se han formado de algunas de ellas por Autores extranjeros o nacionales de la mejor nota. Como mi objeto principal es la instrucción acerca del estado actual de nuestra Literatura, en algunos artículos insertaré las noticias necesarias para este fin, particularmente en aquellos ramos en que haya notado alguna equivocación en Autores nacionales o extranjeros.

     También se informará al público de algunos M. SS. de Autores que se hallan ya acreditados por otras obras impresas. Las traducciones [45] de lenguas vulgares tienen corto mérito para colocar a nadie en la clase de Autores. Y así sólo se hablará de las de Artes y Oficios, que tienen alguna mayor dificultad, o de las que los traductores han ilustrado con observaciones propias.

     Si se hubiera de atender con todo rigor al título de la obra, acaso podría acabarse con bien pocos pliegos. Los hombres grandes, y los sabios del primer orden, en todas partes son muy pocos: y la notoriedad de su mérito hace en algún modo inútil la recomendación de sus escritos.

     Por otra parte en incluir en una Biblioteca a todos los que se han presentado en el público con el título de Escritores, sería confundir la gloria que se debe a los verdaderos literatos con el desprecio que deben causar los que únicamente han trabajado para desacreditar las Ciencias, y para retardar sus progresos.

     Mi ánimo es incluir en esta a todos aquellos [46] que en sus escritos han manifestado algún gusto en su modo de pensar, en el estilo, método, y otras cualidades, que aunque no lleguen a constituir a sus Autores en la clase de originales, manifiestan a lo menos que han tenido algún discernimiento en la elección de libros, y en el uso de su doctrina. Y así no deberá extrañarse el que haciéndose a veces mención de algunos Escritores de pocos pliegos, se vean omitidos otros que han publicado muchos tomos de todos tamaños. Los libros sólo se estiman por el peso en las boticas y en las tiendas, donde se necesita el papel para envoltorios.

     Los Ex-jesuitas Españoles que se han acreditado en Italia y otras partes por sus escritos, deben ser comprendidos en esta Biblioteca, no solamente por su nacimiento, sino porque su literatura por la mayor parte es adquirida en nuestro país: de suerte, que lejos de haber debido a Italia nada más que las ocasiones de darse a conocer, la misma Italia [47] es muy deudora a sus luces, de gran parte de las que ha adquirido durante su destierro, como lo dijo Don Antonio Monti en la oración de apertura de Estudios de la Universidad de Bolonia en 1781 (12).

     «¿Querrá alguno, dice, que se le dé alguna idea de la Literatura actual de Italia? Apenas podré mostrar más que algunas piezas ligeras de Francia, corrompidas mucho más con la traducción al Italiano, y aquellos versos diarios de todo cuanto hay en el mundo, [48] los cuales nadie lee, y todos los desprecian; tan rudos, tan absurdos, tan inútiles, que los que los hacen manifiestan muy bien que es muy otro el furor que los agita que el poético. De suerte, que si por aquel acaecimiento que admirarán todas las edades, no hubiera venido desterrada a Italia desde la última región del orbe tanta copia de ingenios y de literatura; apenas quedaría hoy entre nosotros vestigio alguno de las buenas letras, apenas obra digna de la inmortalidad, y por la que pudieran conocer los venideros las luces de este siglo.»

     El Abate Aymerich tiene ofrecida una Biblioteca de los Escritores Españoles de aquella extinguida religión: pero entre tanto no estarán por demás las noticias que yo he podido recoger.

     Aunque he puesto el mayor cuidado para que esta obra salga con la mayor perfección de que es capaz, no por eso me lisonjeo de haberlo conseguido. Semejante género de escritos siempre tiene que añadir; porque las noticias literarias muchas veces son [49] efecto más de la casualidad, que de la diligencia. Por esto no se publica enteramente de una vez. El intervalo que mediará desde la publicación de un tomo hasta la de los cuatro en que pienso dividirla, me proporcionará las ocasiones de recoger algunas otras, y de reformar las que haya publicado en los antecedentes, si padezco algunas equivocaciones, las que no se deberán extrañar en una obra que comprende tanto número de asuntos inconexos entre sí.

     Aun cuando a pesar de toda mi diligencia incurra en algunos yerros, estoy muy cierto que esta Biblioteca producirá el efecto que me he propuesto, que es el demostrar lo que ya dije en otra ocasión (13), esto es, que nuestra Nación piensa ahora bien por lo general, y que le va llegando ya el tiempo que un sabio Español, llevado de su entusiasmo poético, pronosticó diciendo:

                               Verum et tempus erit cum sint in honore Camoenae [50]
Atque hominum ex oculis coecae caliginis umbra
Pulsa procul: tum parva animis expellere longe
Curandum, et magnas ad res intendere mentem (14).
 
    Mas llegará el día
En que las ciencias valgan,
Y en que los hombres salgan
De la ignorancia que antes los cubría.
Ya se verán los hombres
Ir deponiendo sus preocupaciones,
Y buscando ocasiones
De eternizar sus nombres,
Empleando el talento
En otras cosas de mayor momento.

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