Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.

[51]

ArribaAbajo

- A -

     ABREU BERTODANO (Don José Antonio de) Marqués de la Regalía, Ministro honorario del Consejo de Hacienda, y Académico del Número de la Real Academia de la Historia.

     El estudio del Derecho Público había elevado la familia de este Caballero a los honores más distinguidos. Su padre había sido uno de los primeros Jurisconsultos Españoles, que conociendo su importancia, se había dedicado a él a principios de este siglo. Bien presto encontró el premio de su aplicación. El Rey y sus Ministros le confiaron las más importantes comisiones, lo distinguieron con empleos; y últimamente S. M. en atención al mérito particular contraído con su obra intitulada Víctima Real, en la que vindicó el derecho de la Corona a las vacantes de las Iglesias de Indias, le concedió el título de Marqués de la Regalía, y una pensión de mil ducados.

     El ejemplo del padre fomentó la aplicación de sus dos hijos Don José y Don Félix al mismo estudio. El primero de quien hablamos, que fue después segundo Marqués de la Regalía, tradujo del Francés el Arte de negociar con los Soberanos, de Mr. de [52] Pecquet: y en 1746 la obra del Abate Mabley intitulada Derecho público de la Europa, fundado en los tratados concluidos hasta el año de 1740.

     De orden superior, comunicada por el Marqués de Villarias en 1739, se le dio comisión para que formara una colección de los tratados de España con las demás Potencias. Con este motivo emprendió una obra vastísima, en la que pensaba incluir desde el tiempo de los Godos hasta el actual. Pero considerando que la grande extensión y dificultad de aquel proyecto podría dañar tal vez a su ejecución, se le mandó que primeramente ordenara los de los tres reinados anteriores; y habiéndolo ejecutado, se publicó su obra con este título: Colección de tratados de paz, alianza, neutralidad, garantía, protección, tregua, mediación, accesión, reglamento, comercio, navegación, &c., hechos por los Pueblos, Reyes y Príncipes de España con los Pueblos, Reyes, Príncipes, Repúblicas, y demás Potencias de Europa, y otras Partes del mundo, &c., desde antes del establecimiento de la Monarquía Gótica hasta el feliz reinado del Rey nuestro Señor Don Fernando VI., en la cual se comprehenden otros muchos actos Públicos y Reales concernientes al mismo asunto, como declaraciones de guerra, &c., y asimismo ventas, compras, donaciones, permutas, empeños, renuncias, [53] transacciones, compromisos, sentencias arbitrarias, investiduras, homenajes, concordatos, &c.: y las Bulas y Breves Pontificios, que conceden algún derecho, privilegio, o preeminencia a la Corona de España, &c.: fielmente sacados de los originales, o copias auténticas de la Secretaría de Estado, Archivo de Simancas, y demás Archivos y Librerías Reales y particulares, como también de libros y papeles impresos. En Madrid por Antonio Marín, Juan de Zúñiga, y la Viuda de Peralta, año de 1740 hasta el de 1751, doce tomos en folio. Murió este Autor en 1775.

     ABREU (Don Félix de) Caballero de la Orden de Santiago, individuo de la Real Academia Española. Estando en Cádiz en tiempo de la guerra con Inglaterra por el año de 1746, cuando apenas tenía veinte y cinco años, publicó en aquella Ciudad un Tratado jurídico y político de presas de mar, y calidades que deben concurrir para hacerse legítimamente el corso, que le dio mucho crédito, y le abrió el camino para los empleos en que se vio colocado hasta el año de 1766, en que murió siendo Consejero de Guerra.

     ACADEMIAS. Apenas subió Felipe V. al trono, cuando el espíritu humano empezó en España a hacer sus esfuerzos para salir de la esclavitud y abatimiento a que lo tenía reducido el imperio de la opinión. Aquel gran Rey dio muy presto a conocer el alto [54] concepto que le merecían las Ciencias y las Artes; y que convencido de su importancia, estaba muy dispuesto para favorecerlas. A la sombra de su protección se vieron luego nacer varios Cuerpos Académicos. La Sociedad Médica de Sevilla, la Española de la Lengua, la de la Historia, y Médica Matritense, la de Buenas Letras de Barcelona, y otras que acaso se sufocaron en sus principios, son de aquel reinado.

     En los siguientes no han cesado de promoverse y fundarse otras, como la de Buenas Letras de Sevilla, las Médico-Práctica, y de Física de Barcelona, la de Derecho Español y Público de Madrid. A los estudios de éstas se ha debido en mucha parte el restablecimiento de nuestra Literatura. Es verdad que no todas han prosperado igualmente. La falta de medios, la situación local, y ciertos vicios naturales a todos los cuerpos literarios, han sido causa de que muchas hayan suspendido enteramente sus ejercicios, y de que otras no hayan producido todo el buen efecto que de ellas pudiera esperar el Público.

     Acaso ha provenido esto también de que no se ha llegado a establecer una Academia general de Ciencias y Artes. El Marqués de Villena parece que tuvo este pensamiento, según he insinuado en la introducción. Pero a la falta de los auxilios necesarios para aquella [55] empresa literaria, se añadía otra mayor, que era la de hombres. En tiempo de Don Fernando VI. se pensó ya en ello; y para este fin se comisionó a Don José Ortega, para que viajando por los países extranjeros, recogiera todas las noticias conducentes para el mejor logro de aquel establecimiento. Y aun se llegaron a tener algunas juntas en Cádiz, concurriendo a ellas por la clase de Matemáticas Don Jorge Juan, Don Antonio Ulloa, y Mr. Godin; por la de Medicina el Doctor Porcell; por la de Cirugía Don Pedro Virgilio; para las Lenguas Orientales y Buenas Letras Don José Carbonel; y Don Luis José de Velázquez para la Historia y las Antigüedades. Tal vez ha reservado el Cielo esta grande obra, como otras muchas, a la magnificencia de nuestro Augusto Monarca (que Dios guarde). He oído con mucha complacencia, que se está tratando seriamente de este asunto.

     ACADEMIA ESPAÑOLA. El hablar bien una lengua, y especialmente la nativa, no es, como muchos piensan, asunto de mera curiosidad. Las costumbres de los Pueblos dependen en gran parte del estilo bueno, o malo con que se explican los pensamientos, como observó juiciosamente Arias Montano (15). [56]

     También es el estilo el que prepara a una Nación la época de los grandes hombres que la ilustran y la inmortalizan (16). Con poca reflexión que se haga, se notará que todos los Escritores que más han sobresalido en cualquiera género, han tenido un estilo puro, agradable y proporcionado a las materias que trataron.

     Nuestra lengua, cuyo carácter había sido en otro tiempo la gravedad, la vehemencia, la majestad y el nervio, había degenerado en una pompa e hinchazón de palabras impropias, y de expresiones metafóricas, que la hacían sumamente ridícula en la mayor parte de los escritos; y lo que era todavía más sensible, en el púlpito, y en las obras destinadas para la instrucción moral.

     Algunos sabios habían llegado a conocer estos vicios del idioma, y la necesidad de reformarlos. El Señor Marqués de Villena [57] ya citado, en medio de las graves ocupaciones que tuvo en cinco Virreinatos dentro y fuera de España, no había dejado de estudiar sobre las causas de la decadencia de nuestra lengua, y sobre los medios de restaurarla. Desde luego conoció que el más proporcionado era el establecimiento de una Academia. Comunicó al Rey su pensamiento, que mereció luego la aprobación, y el elogio de S. M. Estimulado mucho más con esta satisfacción el Señor Marqués, buscó por sí mismo los sujetos más acreditados en la Corte por su instrucción; y habiéndoles dado parte de su designio, todos lo celebraron, y se ofrecieron a contribuir en cuanto pudieran al logro de sus buenas intenciones. Con este motivo se tuvieron algunas juntas en su casa; y estando ya el asunto preparado, se dio al Rey el memorial siguiente.

     «SEÑOR. El Marqués de Villena, Duque de Escalona, a los pies de V. M. dice: Que habiéndole manifestado diferentes personas de calidad, letras, y ardiente celo de la gloria de V. M. y de nuestra Nación, el deseo que tenían de trabajar en común a cultivar y fijar en el modo posible la pureza y elegancia de la lengua Castellana, dominante en la Monarquía Española, y tan digna por sus ventajosas calidades de la sucesión de su madre la Latina, le pareció ofrecer su casa y persona para contribuir a tan loable intento. [58] Pero como esta sea materia en que se interesa el bien público, gloria del reinado de V. M. y honra de la Nación, no es justo nos venga este bien por otra mano que por aquella en que Dios ha querido poner la defensa de nuestra libertad, y de quien esperamos nuestra entera restauración: por lo cual acudimos a los pies de V. M. pidiéndole se sirva de favorecer con su Real protección nuestro deseo de formar bajo la Real autoridad una Academia Española, que se ejercite en cultivar la pureza y elegancia de la lengua Castellana: la cual se componga de veinte y cuatro Académicos, con la facultad de nombrar los oficios necesarios, abrir sellos, y hacer estatutos convenientes al fin que se propone, dispensando V. M. a los sujetos que la compusieren los honores y privilegios de su Real Casa, a cuya gloria se dirigirán siempre sus trabajos, como sus votos a la mayor felicidad de V. M. y de su augusta Familia.»

     En 3 de noviembre de aquel mismo año de 1713 quedó aprobada por el Rey la Academia; y se le encargó, que formados los estatutos, se pusieran en sus Reales manos: lo que habiéndose hecho conforme a la mente de S. M. se expidió en 3 de octubre de 1714 Cédula Real de erección y protección, concediendo al mismo tiempo a sus individuos todos los privilegios, gracias, prerrogativas, [59] inmunidades y exenciones que gozan los Criados de la Casa Real, que están en actual servicio.

     En los estatutos de la Academia se declara el intento y motivo de su fundación. «Siendo, dice, el fin principal de esta Academia cultivar y fijar la pureza y elegancia de la lengua Castellana, desterrando todos los errores que en sus vocablos, en sus modos de hablar, o en su construcción ha introducido la ignorancia, la vana afectación, el descuido, y la demasiada libertad de innovar; será su empleo distinguir los vocablos, frases, o construcciones extranjeras de las propias, las anticuadas de las usadas, las bajas y rústicas de las cortesanas y levantadas, las burlescas de las serias, y finalmente las propias de las figuradas. En cuya consecuencia tiene por conveniente dar principio desde luego por la formación de un Diccionario de la Lengua, el más copioso que pudiere hacerse, en el cual se anotarán aquellas voces y frases que están recibidas debidamente por el uso cortesano, y las que están anticuadas, como también las que fueren bajas, o bárbaras, observando en todo las reglas y preceptos que están puestos en la planta acordada por la Academia, impresa en el año de 1713.

     »Fenecido el Diccionario (que como va expresado en el capítulo primero debe ser [60] el primer objeto de la Academia), se trabajará en una Gramática y una Poética Españolas, e Historia de la Lengua, por la falta que hacen en España. Y en cuanto a la Retórica, podrá escusarse de trabajar de nuevo, porque hay bastante escrito.

     »Y como las obras de puro ingenio son regularmente de la jurisdicción de la elocuencia; pues esta mira, no sólo a las palabras, sino a los conceptos, se encargará la Academia de examinar algunas obras de prosa y verso, para proponer en el juicio que haga de ellas las reglas que parezcan más seguras para el buen gusto, así en el pensar, como en el escribir.»

     La obra del Diccionario se tomó con tanto empeño, y se trabajó en ella con tanta actividad por la Academia, que en el año de 1726 se publicó ya el primer tomo, y estaban preparados los materiales para toda la obra, que se acabó de imprimir en 1739 en seis tomos con este título: Diccionario de la Lengua Castellana, en que se expresa el verdadero sentido de las voces su naturaleza y calidad, con las frases, o modos de hablar, los proverbios, o refranes, y otras cosas convenientes al uso de la Lengua. El Rey concedió mil doblones anuales para su impresión, y para que acabada ésta, sirvieran de dotación a la Academia.

     En el tomo primero precede el Prólogo, [61] en que se da razón de toda la obra, la historia de su fundación, de las diligencias hechas para su aprobación, de las primeras juntas, y de lo que en ellas se trataba, con el plan que se adoptó desde los principios, y los estatutos que se formaron para su gobierno. Siguen luego tres discursos proemiales, uno sobre el origen de la lengua Castellana: otro sobre las Etimologías; y el tercero de la Ortografía de la lengua Castellana; a los que se da fin con una lista de los Autores elegidos por la Academia para el uso de las voces y modos de hablar, que han de explicarse en el Diccionario.

     Antes de acabarse la impresión, emprendió la Academia en 1738 la revisión y corrección del Diccionario para formar un suplemento. Pero interrumpió sus tareas para trabajar con más esmero un tratado de Ortografía, que se acabó e imprimió por la primera vez en 1742, y después otras veces en 1754, 1762 y 1770, con alguna variación en las dos últimas.

     No había perdido de vista la Academia la Gramática; y así en el año de 1740 encargó a tres de sus individuos que compusiesen el plan, o método que en ella podría seguirse. Para su mayor perfección se acordó, que los Académicos trabajaran varias disertaciones sobre muchos puntos difíciles, que necesitaban controvertirse para su mayor ilustración. [62] Este acuerdo fue causa de que se presentara un copioso número de discursos excelentes; cuya confrontación hizo ver, que para la Gramática se necesitaba más tiempo que el que se había propuesto la Academia; y así se cesó por entonces en su formación para volver a adelantar la obra del Diccionario. Aunque se había acordado imprimir separadamente un suplemento de éste, se tuvo por más conveniente el reimprimirlo todo, corrigiendo todos los defectos de la primera impresión. Para esto volvieron a examinarse de nuevo todos sus artículos, y se estuvo trabajando desde el año de 1752 hasta el 1770, en que se imprimió el primer tomo.

     Como el pensamiento que se había adoptado de la corrección de todo el Diccionario pedía un trabajo muy prolijo, para que el Público no careciera enteramente de una obra tan necesaria, se acordó que se imprimiera un compendio de él, reducido a un tomo, el cual se publicó en 1780, y segunda vez en este de 1784.

     En 1767 volvió a promover el Excelentísimo Señor Duque de Alba, Director de la Academia, la continuación de la Gramática; y para que por ella no se detuviera la corrección y aumento del Diccionario, se encargó a dos individuos su formación con presencia de todo lo que se había trabajado [63] ya anteriormente, y se publicó por la primera vez en 1771, y después otras dos en 1776 y 1781.

     Desde el año de 1755 tenía proyectado el promover y adelantar en España la verdadera elocuencia, proponiendo premios a las obras que más sobresalieran, así en prosa, como en verso, sobre asuntos que había de dar con alguna anticipación. Esto se empezó a cumplir en 1777, y se ha repetido algunos años; con cuyo motivo la Academia y el Público han tenido la satisfacción de ver algunas piezas excelentes, de las que se dará razón en los artículos de sus Autores.

     ACADEMIA DE LA HISTORIA. Esta Academia tuvo el mismo principio que otras muchas de Europa. Algunos Literatos aplicados, que se habían propuesto por objeto de sus estudios el expurgar la Historia de nuestra Nación de las fábulas con que la habían manchado, por una parte la credulidad, y por otra la malicia de ciertos impostores, obtuvieron en 1756 la facultad de poder tener sus juntas en una de las piezas de la Real Biblioteca.

     Informado el Rey de la utilidad de este instituto, y de los loables ejercicios de aquella junta, estimuló su aplicación en 1738, elevándola al honor de Academia Real, y concediéndola la gracia particular de que sus individuos gozaran en adelante todos los honores, [64] privilegios, y prerrogativas y esenciones que tenían los Criados de la Casa Real que están en actual servicio. Son muy dignas de notar las palabras con que está formado aquel Privilegio, que muestran muy bien la atención que merecieron a aquel Rey las Ciencias y la Literatura.

     «Aranjuez 18 de abril de 1738. Al Cardenal Gobernador.

     »El amor con que he procurado siempre promover para realce y esplendor de mis Reinos las Ciencias y buenas Letras, y adelantar y distinguir a sus Profesores, unido a la súplica que se me ha hecho por la junta que se congrega en mi Real Biblioteca para el estudio de la Historia, y formación de un Diccionario Histórico-crítico-universal de España; y la consideración no menos de las grandes utilidades que producirá esta vasta obra en beneficio común, aclarando la importante verdad de los sucesos, desterrando las fábulas introducidas por la ignorancia, o por la malicia, y conduciendo al conocimiento de muchas cosas que obscureció la antigüedad, o tiene sepultadas el descuido; han llevado mi Real ánimo a elevarla al título de Academia de la Historia, bajo mi soberana protección y amparo; e igualmente a aprobar los estatutos inclusos, y facultades en ellos insertas: concediendo asimismo a los individuos que la componen, [65] y compusieren en adelante, para que les sirva de más estimulo, el honor de Criados de mi Real Casa, con todos los privilegios, gracias, prerrogativas y exenciones que gozan los que se hallan en actual servicio: y para mayor lustre de este Cuerpo, he resuelto también se le despache Cédula en la forma más amplia, concebida en los términos, y a los fines que enuncia este mi Decreto. Tendrase entendido en el Consejo para su cumplimiento.»

     El mismo aviso, y con la propia fecha se dio al Excelentísimo Señor Marqués de Villena, como Mayordomo mayor de S. M. y a su Confesor el P. Guillermo Clarke, como Jefe de la Real Biblioteca.

     En la Junta de 21 de abril de aquel mismo año se le dio a este Cuerpo toda la formalidad correspondiente, quedando nombrado por su primer Director Don Agustín de Montiano y Luyando, Secretario de S. M. y con ejercicio de Decretos en la segunda Mesa de la Secretaría del Despacho universal de Estado.

     El principal objeto de la Academia se propone en el primero de sus estatutos. «Dirigiéndose, dice, la creación de esta Academia principalmente al cultivo de la Historia, para purificar y limpiar la de nuestra España de las fábulas que la deslucen, e ilustrarla de las noticias que parezcan más [66] provechosas; será su primera empresa la formación de unos completos Anales, de cuyo ajustado y copioso índice se forme un Diccionario Histórico-crítico-universal de España; y sucesivamente cuantas Historias se crean útiles para el mayor adelantamiento, tanto de las Ciencias, como de Artes y Literatos, que historiadas se hacen más radicalmente comprehensibles.»

     Para facilitar más bien la ejecución de este vastísimo proyecto, se determinó que le precediera un Aparato, en que se incluyese un discurso sobre la Historia en general, y otros sobre la Geografía antigua y moderna, sobre la Historia Natural y la Cronología, el primer Poblador, la Lengua primitiva, las reglas críticas en común, las Medallas, Inscripciones, Privilegios, y demás monumentos fijos de la Historia, los Cronicones falsos y supuestos, y Autores que se valieron de ellos, los que merecen entera fe, y el método que se había de observar en los Anales y Diccionario; para lo cual se repartieron varias disertaciones entre los individuos.

     En los Fastos que se publicaron de los tres primeros años, se imprimieron tres disertaciones leídas en varias juntas. La primera fue sobre el carácter de los Españoles, su Autor Don Francisco Fernández Navarrete. La segunda sobre si la Mitología [67] es parte de la Historia, y cómo deba entrar en ella, de Don Francisco Manuel de la Huerta. Y la tercera sobre el origen de los duelos y desafíos, y leyes de su observancia, con sus progresos hasta su total extinción, de Don Martín de Ulloa.

     Aunque desde los principios se comprehendió la dificultad de las obras de los Anales y Diccionario; con todo, la experiencia demostró que pedía mucho más tiempo que el que habían pensado los primeros Académicos. Para ellas era necesario registrar todos los Autores antiguos, así Griegos, como Latinos, hacer nuevas traducciones, examinar la fe que se merecen, y disponerlos con método, para poder formar una serie cronológica de aquellos tiempos primitivos, obscuros por su larga antigüedad, y mucho más por las fábulas que se han mezclado en ellos.

     Pero no era esta la parte más difícil. La Historia moderna, que es la que más nos interesa, para tratarse originalmente, y como corresponde a un Cuerpo tan respetable, necesitaba tener presentes todos los instrumentos originales que pudieran descubrirse. Para esta diligencia era preciso recorrer los Principales Archivos del Reino, desenterrar del polvo los instrumentos que más pudieran contribuir al logro de aquel objeto, copiarlos, y ponerlos en buen orden. [68]

     Esta empresa era superior a las fuerzas y dificultades de la Academia. Pero habiéndolo hecho presente al Rey su Director, se dignó S. M. encargar este trabajo a algunos sabios, franqueándoles al mismo tiempo su protección y sus auxilios para el más exacto desempeño. El P. Burriel, Don Francisco Pérez Bayer, y Don Luis José de Velázquez, fueron los principales, a quienes se les añadieron otros subalternos para el registro algunos Archivos particulares. El fruto de estos viajes fue la preciosa colección de 13664 documentos originales de la Historia de España, en que se comprehenden 439 Historiadores originales y contemporáneos: 7008 Diplomas: 4134 Inscripciones: 2021 Medallas; y 62 Monumentos de Pintura, Escultura y Arquitectura, sin contar varios extractos de muchos Escritores antiguos (17).

     En 1752 publicó la Academia el Ensayo sobre los Alfabetos de las letras desconocidas, que se encuentran en las más antiguas Medallas y Monumentos de España, que por encargo suyo había escrito su individuo Don Luis José Velázquez.

     Habiendo propuesto en 1755 el Señor Conde de Campomanes las grandes utilidades que se seguirían al Público e Instituto [69] Académico de la formación de un Índice Diplomático, aprobó la Academia su pensamiento, y se le encargó que extendiera las reglas que deberían observarse para trabajar en él con uniformidad. Este Índice comprenderá las donaciones Reales, tratados de paz, alianza, tregua, neutralidad, declaración de guerra, desafío, casamiento, capitulaciones, testamentos; y todo instrumento notable antiguo, Cortes, Concilios, fueros de Ciudades, estatutos de Órdenes Militares, y otros semejantes; y deberá imprimirse con una Prefación sobre su uso y ciencia diplomática de España. Hasta ahora van recogidas ya más de sesenta mil Cédulas.

     En 1772 se repartió entre los Académicos una Instrucción para la formación de un Diccionario Geográfico de España. Se imprimió el Interrogatorio, que de orden de Felipe II. se remitió a las Provincias en 1575 para formar un plan general del Reino; y se han pasado a la Academia los estados que se formaron con motivo de la única contribución.

     En este mismo tiempo la Academia ha ido formando una exquisita Biblioteca, y un precioso Monetario; ha trabajado varias disertaciones, que están ya en estado de publicarse, y otra obra sobre las Monedas Árabes y Cúficas.

     Fuera del objeto principal de su instituto, [70] la Academia se ocupa en censurar un gran número de libros por comisión del Supremo Consejo de Castilla. Si se hubiera de dar crédito algunos Autores extranjeros poco instruidos de la constitución de nuestro gobierno, las censuras de los libros están confiadas únicamente a la corta literatura de algunos Frailes ignorantes, que destituidos de las luces de una sólida instrucción, condenan regularmente las mejores obras, y dan el pase a las que debieran estar sepultadas en el olvido. Acaso esta noticia tiene algún fundamento en la Cédula de 1757, por la cual se nombraron cuarenta Censores, la mayor parte Religiosos. Pero la práctica ha variado enteramente. Los libros en que de algún modo se trata de la Religión se suelen enviar al Cabildo de Curas, o al de San Isidro, o a alguna de las Congregaciones más respetables, o de los Regulares más instruidos. Los de Jurisprudencia van al Colegio de Abogados: los de Medicina a la Academia Médica-Matritense; los de Elocuencia a la Academia Española: los de Historia y Erudición a la de la Historia; y los de Política, Económica, Comercio, Artes, Proyectos, &c., a la Sociedad Económica. Si alguna vez se quebranta este orden, sólo suele ser para remitir el libro a algunos sujetos particulares, que se han acreditado en el asunto de que se trata. No ignoro que la negociación [71] y la cabala pueden alguna vez invertir este método. ¿Pero en qué parte deja de haber semejantes maniobras?

     ACADEMIA DE BUENAS LETRAS DE BARCELONA. A fines del siglo pasado había en Barcelona una Junta de Estudios con el título de Academia de los Desconfiados. La guerra de sucesión interrumpió sus ejercicios hasta el año de 1729, en que se volvió a promover aquel establecimiento con permiso del Capitán General de aquel Principado el Marqués de Risboucq, quien quedó elegido por su Presidente en 1731.

     En 1751 pasó a la Corte el Marqués de Llió Don José Mora, a cuya solicitud, y con el favor del Señor Carvajal, la admitió Fernando VI. bajo su Real protección, y aprobó sus estatutos. En el primero de estos se declara el objeto de su Instituto. «Habiéndose propuesto, dice, la Academia por fin principal de su instituto formar la Historia de Cataluña, aclarando aquellos puntos que han querido controvertir o suponer ya el error, ya la malicia; deberá ser su primer objeto dirigir el trabajo de sus individuos a la perfección de esta obra; y proponiéndose igualmente como fin secundario de su celo la instrucción de la noble juventud, en la Historia Sagrada y Profana, Filosofía Natural, Moral y Política, Retórica y Poesía; se tendrá también muy presente esta [72] importancia en la disposición de los asuntos.»

     En el XXIV. se dice, que la principal obra de la Academia ha de ser la Historia de Cataluña; y para que se dé al publico con el apuro de la verdad, madura crítica, pureza de estilo, y demás circunstancias que deben acompañarla, se tomará el método de ir relacionando los hechos sencillamente, con poca detención en la variedad de opiniones; y para no defraudar la esperanza del estudioso, se resumirán a la margen los Papeles Académicos que las traten o resuelvan; y en los puntos más substanciales se pondrán al fin de cada libro las disertaciones enteras, y los instrumentos que las justifiquen, que se indicarán por números en sus respectivos lugares.

     En 1756 publicó el primer tomo de sus Memorias con el título de Real Academia de Buenas Letras de la Ciudad de Barcelona: origen, progresos, y su Primera Junta general bajo la Protección de S. M. con los Papeles que en ella se acordaron: tomo primero: Barcelona.

     Se contienen en él la Historia del establecimiento de la Academia, con varias cartas gratulatorias, entre las cuales sobresalen las de Don Agustín Montiano, Don Ignacio Luzán, y Don Alonso Clemente de Aróstegui. Luego siguen las Observaciones [73] sobre los principios elementales de la Historia, compuestas de acuerdo de la misma Academia por el Marqués de Llió. Esta obra debía constar de tres partes. La primera había de tratar de los Autores impresos, y de los manuscritos: la segunda de la tradición, y de los instrumentos, con una disertación sobre los sellos que han usado los Soberanos de aquel principado desde Don Pedro II. los cuales habían de presentarse delineados en diez y nueve láminas; y la tercera de las Monedas e Inscripciones; todo lo cual formaría un buen tratado de crítica, y un aparato muy apreciable para la Historia de Cataluña. Hasta ahora no se ha publicado más que la primera, a la que van añadidos tres Apéndices, el uno sobre la variación de los caracteres, el otro sobre la formación del lenguaje romano vulgar; y el tercero de la ortografía.

     ACADEMIA SEVILLANA DE BUENAS LETRAS. Don Luis Germán y Ribón, individuo supernumerario de la Real Academia de la Historia, infundió en algunos amigos suyos el buen pensamiento de juntarse, y tener conferencias sobre varios puntos de literatura, para lo cual les franqueó su casa, y todos los auxilios que podía subministrar un celoso promotor de las buenas letras. Los primeros ensayos llenaron de satisfacción a la Junta, y luego se concibió [74] la honrosa empresa de erigirla en Academia. Para esto se trató primero entre otras cosas de los objetos a que debería extenderse su instituto; y habiéndose considerado que el cultivo de una sola ciencia o profesión no era el que podía proporcionar mayores adelantamientos, por varios motivos que se tuvieron presentes, quedó acordado que el objeto de la Academia había de ser la Enciclopedia, o erudición universal de toda especie de buenas letras, cuya extensión y amena variedad pudiera servir de estímulo y atractivo a todos los estudiosos de cualquiera facultad.

     Nombrado el Director, que lo fue su fundador Don Luis Germán, y los principales Oficiales, y arreglados los estatutos, aun no bien cumplido un año después de su erección, acudió la Junta al Consejo solicitando su aprobación: y aunque entre los informes que se tomaron por aquel Supremo Tribunal, no faltaron algunos en que la envidia procuró sufocar en su cuna aquel establecimiento; con todo se concedió en 6 de mayo de 1752 la aprobación de los estatutos.

     El primero de estos dice así: «Siendo el fin que se propone la Academia facilitar los medios de una instrucción general, habilitando a sus individuos para que adquieran las correspondientes luces, y puedan aprovecharse de ellas en los asuntos que tomen [75] a su cargo, comunicándolas también a otros a su tiempo, y aspirando a una Enciclopedia universal, como que se proporcionen a tratarlos con propiedad, conocimiento y buena crisis, habrá de cuidar que los asuntos o materias que en ella se traten, sean instructivos, y de varia erudición, como también que el modo de escribirlos sus Académicos, sea investigando fundamentalmente las reglas o principios, haciendo el más cabal juicio de ellos, y procurando en todo la solidez y verdad.»

     Alentada la Academia con la aprobación del Consejo, aspiró a mayor honra, cual fue la de solicitar la protección inmediata del Rey; y habiéndolo hecho por medio de su nuevo individuo Don Agustín de Montiano, logró de S. M. el Decreto siguiente.

     «Aranjuez 18 de junio de 1752. Al Obispo de Calahorra.

     Siendo tan consecuente a mis deseos de fomentar y proteger cuanto pueda dar aumento al estudio y aplicación a las Letras entre mis súbditos, la buena acogida y aprobación que han logrado en este Consejo los recursos de diferentes sujetos estudiosos de la Ciudad de Sevilla, unidos con el loable fin de establecer en aquella Ciudad una Junta o Academia para el ejercicio y adelantamiento de las Buenas Letras, despachándoles el permiso y aprobación de Estatutos, que para [76] proceder al legítimo establecimiento de la Academia, y continuar sus Juntas se requeriría; no puedo menos de manifestar en esta ocasión al Consejo mi gratitud y lo mucho que en todos tiempos lisonjearán mi ánimo los cuidados y providencias que aplicale su celo a promover semejantes establecimientos, y el del más seguro método para que en mis dominios florezcan cada vez más las Ciencias; en cuya conformidad tomando ahora bajo mi real protección la referida y aprobada Academia de Buenas Letras de Sevilla, encargo al Consejo cuide de que sea atendido, y mirado este cuerpo con la estimación que le proporciona mi sombra y patrocinio.»

     A esta gracia siguió luego la de conceder S. M. a la Academia una de las salas de su real Alcázar de Sevilla, para celebrar en ella sus Juntas.

     Formada ya la Academia, sus Individuos se vieron en disposición de trabajar con mucho más visto y aprovechamiento. En 1773 se publicó el primer tomo de sus Memorias literarias. Las que en él se incluyen son las siguientes:

     Discurso sobre la utilidad del Estudio de las Buenas Letras. Por el Doctor Don Sebastián Antonio de Cortes.

     Extracto de la Disertación escrita con motivo de una inscripción antigua descubierta en Sevilla a Flavio Valerio Constancio. Por [77] Don Francisco Laso de la Vega.

     Traducción y explicación del Epitafio Hebreo del sepulcro del Santo Rey Don Fernando III. Por Don Tomás Antonio Sánchez.

     Disertación sobre el Monacato del Rey Wamba. Por Don Miguel Sánchez López.

     Disertación sobre la celebración de un Concilio nacional en Sevilla, año de 1478. Por Don Diego Alejandro de Galbes.

     Noticia de dos inscripciones anécdotas, en que se hace memoria de un antiguo municipio llamado Muniguense. Por el Doctor Don Sebastián Antonio de Cortes.

     Apéndice I. a la Memoria antecedente de otras dos inscripciones pertenecientes al mismo Municipio.

     Apéndice II. con una Carta de Don Cándido María Trigueros, sobre otras inscripciones alusivas al mismo municipio.

     Noticias pertenecientes a la Historia antigua y moderna de la Villa de Lora del Río en Andalucía. Por Don Tomás Andrés de Gusseme.

     Explicación de una inscripción Romana existente en Carmona, atribuida por el célebre Muratori a Sevilla. Por Don Cándido María Trigueros.

     Noticia y explicación de un monumento antiguo Romano, descubierto en la Villa de las Cabezas de San Juan del Arzobispo de Sevilla. Por Don Francisco de Bruna y Ahumada.

     Explicación de una inscripción Hebrea, existente [78] a la puerta de la Campanilla de la Iglesia Catedral de Sevilla. Por Don Cándido María Trigueros.

     Memoria de varias inscripciones, sellos, y monedas inéditas pertenecientes a la Bética.

     Fuera de éstas se pone un índice general de los discursos, disertaciones y piezas literarias que se han leído en la misma Academia desde su establecimiento con expresión de sus Autores, entre los cuales hay algunos de mucho mérito de los que se hablará en esta Biblioteca en sus artículos respectivos.

     ACEVEDO (Don Alonso María de) Abogado, Anticuario de la Academia de la Historia, y Bibliotecario de los Estudios Reales de San Isidro. De reorum absolutione objecta crimina negatium apud equuleum, ac de hujus usu eliminando, praesertim ab ecclesiasticis tribunalibus, Exercitatio. Matriti 1770. Ap. Joachinum Ibarram, un tomo en octavo.

     Lo que movió a D. Alonso a escribir su disertación, lo dice él mismo: «Cum miserorum et innocentiae caussam silentio prostratam oppresamque viderem; dolebam iterum iterumque maximo animi moerore pene tabescebam. Tunc ergo reipublicae me natum memini, humanique esse miseris auxilium praestare mihi persuadens, calamum intrepide sumpsi, neque honoris neque famae desiderio impulsus: quaedam enim silentio tenebrisque obvolvimus, quae gloriolae conciliandae plus fortase conferrent: si tamen [79] et in his quae despicimus nominari nos praedicarique velle quidam existiment, non diffitebimur.»

     Está dividida en cuatro partes. En la primera prueba, que los reos que en el tormento no han confesado el delito que se les imputa, deben ser absueltos enteramente de toda pena. En la segunda, que los reos atormentados que no han confesado el delito, deben quedar con todos sus honores y estimación. En la tercera defiende, que cualquiera especie de tortura es contraria a los principales derechos de la naturaleza, y a los más solemnes pactos de la sociedad. Y en la cuarta sostiene, que no se deben aprobar los tormentos en los Tribunales Eclesiásticos, aun para la averiguación de los delitos de herejía.

     El Autor, al mismo tiempo que impugna con calor la prueba de la tortura, toca en su Disertación cuestiones muy importantes del Derecho natural y de Gentes, advirtiendo la necesidad de unir este estudio con el de la Moral, todo lo cual juntamente con el buen método con que está distribuida, y el estilo puro de que usa, hacen su obra muy apreciable, y digna de ponerse al lado de las mejores que sobre la Jurisprudencia criminal se han publicado fuera de España en estos últimos años.

   En el índice general de las obras leídas en la Academia de Buenas Letras de Sevilla, [80] se encuentran también las siguientes de este Autor.

     Discurso sobre la Importante necesidad de abreviar los Pleitos.

     Disertación sobre la inteligencia del Canon VII. del Concilio Rhotomagense.

     Disertación sobre el modo de escribir por notas de los antiguos.

     Discurso sobre el lenguaje de los brutos.

     En la Biblioteca del Señor Don José Miguel de Flores he visto la obra siguiente: Idea de un nuevo cuerpo legal por Don Antonio María de Acevedo: que aunque parece que no está del todo acabada, tiene mucho mérito, por lo cual me he determinado a dar el extracto, que es el siguiente.

     Si los hombres, dice, se dejaran dominar de la razón más que de las pasiones, no hubiera necesidad de Leyes: pero estas son precisas, atendida la disposición general de la naturaleza humana.

     Siendo las Leyes las que dirigen al hombre en sociedad, las que contienen pasiones, y la basa de las obligaciones civiles, es muy clara y evidente la necesidad de saberlas todos los que están sujetos a su imperio.

     No obstante se ve que en el estado actual es sumamente difícil su noticia, no sólo al cuerpo de la Nación, sino a los mismos que tienen únicamente por objeto el estudio de ellas. [81]

     Esta dificultad consiste lo primero, en las muchas colecciones; pero mucho más en la confusión de la nueva Recopilación.

     Nota en ella lo primero la falta de método, no solamente por la mala colocación de los títulos, sino también de las mismas Leyes comprendidas en cada uno de ellos, por estar muchas veces la derogatoria antes de la anticuada, y no pocas mezcladas las de diferentes asuntos bajo un epígrafe.

     Lo segundo que advierte, son las muchas Leyes que hay superfluas, sin uso, y fuera de toda práctica de los Tribunales, pudiéndose cercenar muy bien títulos enteros sin que hicieran ninguna falta. «Sin ponderación ninguna, dice, se puede asegurar, que la mayor parte de los testimonios de la Recopilación y Autos acordados, está poblada de Leyes inútiles, o por su antigüedad, o por costumbre, o disposición contraria.»

     Luego habla del mal estilo de las Leyes. «No sólo esta variedad y multiplicidad de Leyes hace difícil su estudio, sino es que su desaliñado estilo y sus periodos, hacen desagradable e insípida su lección. Abundan las Leyes de estos últimos siglos de ambages de pomposas expresiones, de fárrago de dilatados periodos. La Ley, decía Séneca, debe ser breve, para que aun los idiotas la perciban y veneren como decreto de los Dioses; mande, y no dispute: ¿qué cosa más fría, más [82] indiscreta que una Ley con Prólogo? (18) Casi lo mismo decía San Isidoro.»

     Después de haber hablado de estos vicios de nuestro código nacional, trata de lo que se echa de menos en él, y debía añadírsele. Lo primero son todas las Leyes que tratan de las regalías de la Corona; cuya omisión ha ocasionado en el Reino disturbios muy considerables, porque estando dispersas, muchas se han perdido, y otras se han ocultado, acaso maliciosamente.

     Lo segundo que falta en sentir del Autor, son las Leyes principales del Derecho de Gentes, que son las que sirven como de basa a todas las demás.

     Para comprobar más bien estos defectos, hace un ligero paralelo entre la Recopilación y las Partidas, y encuentra que estas son un cuerpo más completo y más exacto que la primera, bien que tampoco pueden servir de código nacional, por estar variadas actualmente casi en un todo las costumbres y gobierno de la Nación, respecto del tiempo en que se escribieron.

     El plan que propone es, que guardando la misma división de las Partidas, se agreguen a cada libro las Leyes que le pertenezcan, [83] pues no se encontrará ninguna que no pueda tener lugar en alguna de aquellas siete.

     Para su mayor perfección deberían incluirse en la primera todos los Breves Pontificios relativos al gobierno de España, todos los Privilegios que la ennoblecen, todos los Cánones que la dirigen, todos los Derechos que deciden las dudas y las competencias. Si todo esto, dice, hubiese constado en el cuerpo legal, no se hubieran disputado por la Corte Romana tantas regalías de la Corona, y así sabrá el Jurista toda la extensión del poder de su Soberano, y los límites que no debe pasar para no quebrantar los derechos de la Iglesia.

     Las competencias de jurisdicción, o se debiera cortar enteramente, o señalar con la más posible exactitud sus límites.

     En los lugares respectivos habían de colocarse los principales tratados de paz que estén en fuerza, las ordenanzas últimas de Comercio, y notar al fin las diferencias y variaciones de nuestra legislación en las Provincias, o escribir para cada una de estas un código separado.

     El general de la Nación, aunque parece que abultaría demasiado añadiéndole lo que aquí se expresa, no lo sería en efecto, si se pusieran en él solamente las decisiones y cláusulas de estilo.

     La obra confiesa el Autor que sería muy [84] difícil pues era necesario para ella tener presente la Historia de la Nación, y una colección completa de todas sus Cortes, cuerpos legales, tratados, Leyes, &c.

     En esta obra cita el Autor otra que tenía trabajada con el título de Reflexiones históricas sobre algunas Leyes.

     El Doctor Acevedo murió muy mozo pero en el poco tiempo que vivió manifestó muy bien las grandes luces de que estaba dotado; una instrucción vasta, una crítica muy fina, y sobre todo un espíritu filosófico que le hacía declamar abiertamente con la mayor entereza contra los defectos que notaba en su Nación, y que le parecían dignos de reforma.

     La memoria y el ejemplo de este sabio Abogado Español, me hace acordar la injusticia de la calumnia que un Autor extranjero impone a España, diciendo que la filosofía de la Jurisprudencia entre nosotros está en cero. En muchos artículos de esta Biblioteca se encontrarán repetidas pruebas con que convencer la falsedad de esta noticia; pero no será este lugar inoportuno para comenzar a combatirla.

     «La apología de Don Pedro de Castro, dice Mr. Brissot de Warville (19), es muy estraordinaria [85] para que no se examinen sus razones. Se dirá que sobre el mismo asunto escribió otra el bello Espíritu Tourreil en el siglo pasado, y que aquel Académico Francés es del mismo sentir que el Español. Lo que prueba esto es, que en luces filosóficas España está en el día en el mismo grado que nosotros estábamos cien años hace. Ahora, pues, la filosofía de la Jurisprudencia estaba entonces en cero. No obstante se podrán entresacar algunos pasajes importantes de Macanaz, Acevedo, y sobre todo del universal Feijoo, que aunque Monje y Español, puede interesar e instruir a las Naciones extranjeras.»

     Mr. Warville muestra en este lugar a un mismo tiempo falta de conocimiento de nuestra legislación, y lo que es más reparable, poca solidez en el modo de discurrir, y de filosofar. Un Autor particular no es toda la Nación; y el que al Señor Don Pedro de Castro le haya dado la gana de escribir a favor de la tortura, no es prueba de que toda España piensa de la misma suerte. Si aquel Autor hubiera procurado recoger noticias más exactas y seguras, y hacer buen uso de las que ya tiene, podría saber que en España desde tiempos muy antiguos se ha clamado contra aquel género de prueba.

     En Aragón refiere Zurita, que en el año de 1325 se ordenó «que en ningún caso hubiese cuestión de tormento, sino en crimen [86] de moneda falsa, y en este delito tan solamente contra personas extrañas del Reino de Aragón, y vagamundas, que no tenían bienes ningunos, o contra hombres de vil condición, de vida o de fama, y no contra otros, y fue declarado, que si algún hijo de Rico-hombre, mercader o caballero, infanzón, ciudadano, o hombre de Villa principal, anduviese vagando por el Reino, que este tal no pudiese ser puesto a cuestión de tormento (20)

     Juan Luis Vives, cuyos esfuerzos para la reforma de todas las ciencias dieron a la Europa una luz efímera, de la que se aprovecharon muchos sabios que pasan por originales, combatió también la prueba de la tortura.

     Y viniendo a nuestro tiempo, apenas hay en Madrid Abogado de alguna instrucción, que no conozca la necesidad de quitar de los Tribunales una práctica tan contraria a la humanidad, y tan poco útil para la averiguación de los delitos. El Doctor Acevedo, y el Señor Lardizábal han escrito contra ella. La Sala de Alcaldes, que es el primer Tribunal criminal de la Nación, ya va para ocho años que no ha decretado el tormento para nadie, no obstante que el Fiscal, por razón de su oficio, lo ha pedido algunas veces. Se cree con [87] mucho fundamento, que se abolirá por Ley expresa (21). Pero mientras no llega este caso, ¿deberá prevalecer la opinión de un Autor privado para juzgar por ella de toda la Nación? Al contrario, es una prueba más cierta de la humanidad de los Magistrados Españoles, y del buen modo de pensar de los Abogados de nuestra Nación, el que sin derogación formal de una práctica tan autorizada, se declame contra ella abiertamente, y el que los jueces más respetables, convencidos de las sólidas razones con que se demuestra su inutilidad para la averiguación de los delitos, la vayan anticuando.

     Mas para que se conozca más bien la poca instrucción de aquel Autor acerca del estado actual de nuestra Jurisprudencia, pondremos aquí un corto rasgo de los procesos que ha tenido en este siglo hasta el tiempo presente.

     El mismo Autor confiesa, que Don Melchor de Macanaz tiene algunos pasajes interesantes. Y efectivamente en los Auxilios para bien gobernar una Monarquía Católica, que presentó a Felipe V. en 1722, se encuentran muchas advertencias para la reforma de nuestra Jurisprudencia. Se trata del enorme abuso del Derecho Romano, de la confusión de [88] las Leyes Patrias, de la necesidad de estudiarlas, de la prolijidad en la expedición de los pleitos, de la proporción que debe haber entre las penas y delitos, de lo perjudicial que es al Estado la pena de muerte en varias clases de reos, y de la que se debería substituir para que sin ella fueran menos los delitos, con otros puntos importantes de la legislación civil y criminal.

     Estas mismas máximas se ven esparcidas en las dos obras de Don José del Campillo: Lo que hay de más y de menos en España, y España despierta, escritas en 1741.

     El P. Feijoo dio muchas luces al mismo asunto en todas sus obras, y se puede tener por original el importante proyecto de reducir a cálculo los motivos de asenso, y de disenso en las pruebas, propuesto en el excelente discurso de la regla matemática de la fe humana.

     En 1748 publicó el Señor Mora Jarava su obra de los errores del Derecho Civil.

     No solamente los políticos y sabios particulares estaban llenos de semejantes ideas en aquel reinado. El Consejo de Castilla desde el año 1713 había acordado varias providencias para la reforma del estudio de la Jurisprudencia, como se expresa en el auto 3 tit. I. lib. 2 de los Acordados.

     Véase como hablaba el Marqués de la Ensenada en su representación hecha a Fernando [89] VI. en 1752. «Incesantemente, dice, se lamentan los vasallos de V. M. del mal método que se sigue en las Universidades para estudiar la Jurisprudencia, y lo que yo aquí pondré, no es mío sino una relación de lo que el consejo de Castilla conoce, y ha ordenado a las Universidades se observe, aunque sin fruto, porque los males de España dimanan de envejecida desidia en sostener y hacer ejecutar lo que se manda.

     »La Jurisprudencia que se estudia en las Universidades, es poco o nada conducente a su práctica porque fundándose en las Leyes del Reino, no tienen Cátedra alguna en que se enseñen de que resulta, que Jueces y Abogados, después de muchos años de Universidad, entran casi a ciegas en el ejercicio de su ministerio, obligados a estudiar por partes y sin orden los puntos que diariamente ocurren.

     »En las Cátedras de las Universidades no se leen por otro texto que el Código, Digesto y Volumen, que sólo tratan del Derecho Romano, siendo útiles únicamente para la Justicia del Reino las de Instituta, porque es un compendio del Derecho, con elementos adaptables a nuestras leyes, habiendo el célebre Antonio Pérez formado una, con el fin de cortar el tiempo de su estudio.

     »En lugar de las del Código, Digesto y Volumen, se pueden subrogar las del Derecho [90] Real, con su Instituta práctica, reduciéndose a un tomo los tres de la Recopilación, respecto de que hay muchas leyes revocadas, otras que no están en uso, ni son del caso en nuestros días, otras complicadas, y otras que por dudosas es menester que se aclaren.

     »Para esta obra podría formarse una junta de Ministros doctos y prudentes, que con prolijo examen fuesen reglando y coordinando los puntos de esta nueva Recopilación, que podría llamarse el Código Ferdinando, o Ferdinandino, siendo V. M. el que logre lo que no pudo conseguir su Augustísimo Padre, por más que lo deseó, para imitar también al gran Luis XIV. cuyo Código dio a Francia la justicia que la faltaba.

     »Del modo propuesto en dos años de Instituta teórica, y cuatro de Instituta práctica, se hallaría cualquiera cursante de medianos talentos con suficientes principios y luces para seguir la carrera de Tribunales con más seguridad, que ahora con treinta años de Universidad.

     »En España no se sabe el Derecho Público, que es el fundamento de todas las leyes, y para su enseñanza se podría formar otra Instituta, si no bastase el compendio de Antonio Pérez, y para el Derecho Canónico se había de establecer nuevo método sobre los fundamentos de la Disciplina Eclesiástica antigua, [91] y Concilios generales y nacionales; pues la ignorancia que hay en esto ha hecho y hace mucho perjuicio al Estado y a la Real Hacienda»

     Por entonces se tradujo por un Abogado el Verdadero método de estudiar del Barbadiño, en el que hay mucha doctrina acerca de la reforma de toda la Literatura.

     A principios del actual reinado escribió Don José Clavijo su pensamiento XVI. sobre la necesidad de formar un cuerpo de Leyes completo en idioma patrio y corriente.

     En 1765 empezó a publicar Don Juan Francisco de Castro sus Discursos críticos sobre las Leyes y sus intérpretes, en que se demuestra la incertidumbre de éstos, y necesidad de un nuevo y metódico cuerpo de Derecho para la recta administración de justicia.

     En el Ministerio Español hay un gran número de Abogados, cuya sólida instrucción y filosofía los ha hecho subir a los empleos más importantes y distinguidos del Estado, con conocida utilidad y ventajas de toda la Nación.

     A la sombra de estos Ministros ilustrados, la Jurisprudencia, como todas las demás ciencias y establecimiento útiles al Estado, han tomado un nuevo aspecto. Se ha introducido en las Universidades el estudio del Derecho Español: se ha fundado en la Corte una Cátedra de Derecho Natural: se ha mandado que no pueda recibirse de Abogado [92] quien no haya asistido a ella: se ha consignado un premio de trescientos ducados vitalicios al discípulo que más sobresalga en esta ciencia: se ha dado comisión para la reforma de nuestras Leyes criminales: se ha publicado un Discurso para facilitarla: se han erigido varias Academias Reales de Derecho Español y Público, en las que se controvierten las cuestiones más importantes de ambos: la de Santa Bárbara tiene ofrecido el premio de una medalla de oro al que trabaje una mejor disertación sobre la necesidad de un nuevo Código legal, y las reglas que podrán adoptarse para su formación. Apenas hay Abogado algo instruido que no confiese esta necesidad, y que no conozca los vicios que el tiempo ha introducido en nuestra legislación, como en todas las demás de Europa.

     ¿Es esto estar en cero en España la filosofía de la Jurisprudencia? Que se hable sin conocimiento en un Diccionario Enciclopédico, no es extraño. Una obra, en que trabajan tantas manos, es imposible que no tenga muchísimos yerros, y noticias equivocadas. Mas de admirar es, que quien hace profesión del grave empleo de filósofo, y quien se constituye por intérprete de la humanidad y de la razón, promueva una calumnia fundada únicamente en su falta de instrucción, y lo que es peor, de buena lógica.

     AGUIRRE (Don Manuel de) Teniente [93] Coronel, Sargento mayor del Regimiento de Caballería de Borbón, e Individuo B. L. de la Real Sociedad Vascongada de los amigos del País. Indagación y reflexiones sobre la Geografía, con algunas noticias previas e indispensables. Madrid 1782. Por Don Joaquín Ibarra, un tomo en cuarto.

     En los extractos de las Juntas Generales de la Sociedad Vascongada del año de 1780, se publicó el de esta obra, que es como se sigue: «El Socio Don Manuel María de Aguirre, Capitán graduado, Ayudante mayor del Regimiento de Caballería de Borbón, y Director de una de las Compañías del Real Colegio Militar de Caballería de Ocaña, presentó una obra original suya de trescientas cincuenta y una páginas en folio, adornada de primorosas láminas, intitulada: Indagación y reflexiones sobre la Geografía, que mereció particulares elogios; y como esta obra es una producción completa y precisa, no puede reducirse a extracto; pero se dará no obstante una razón individual de la división de sus capítulos, y método que se propone.»

     Da el Autor en esta obra los elementos de la Geografía teórica, esto es, de aquella parte científica, fundada en la Astronomía, Perspectiva, y Historia Natural, dejando la descriptiva y política a los libros llamados comúnmente de Geografía, y a los de viajes. Divide su obra en dos partes, destinando [94] la primera a todos los conocimientos astronómicos que deben preceder al uso y construcción de los globos y mapas, y la segunda a la aplicación de estos conocimientos al estado, movimientos y variedades de la tierra, a su división, y a la consideración de los fenómenos que resultan de la diferente combinación de las partes o materias que la constituyen. Intenta por consiguiente corregir la falsa idea que se tiene de la Geografía, cuando la creen ceñida a la pueril descripción de Ciudades, paseos, jardines, caminos, &c., olvidando que a ella se deben los utilísimos medios de navegar, y hacer transitables los crecidos mares que separan a los continentes, y a los hombres, además de los indispensables no bastantemente estimados recursos de los Mapas, y de las nociones de la variedad de aspectos y figuras que adquiere la superficie de nuestro globo.

     Consta la parte primera de cuatro capítulos y una introducción, en que dice el motivo que ha obligado a los hombres en todos tiempos a dedicarse con esmero a la observación de los astros, y pone inmediatamente la definición de las voces más usuales que intervienen en el tratado. En el capítulo primero muestra los progresos que se han debido a la indagación cuidadosa de los hombres, y hace la historia de estos progresos hasta nuestros días, refutando al paso los sistemas [95] de Tolomeo y Descartes, y da una idea de las Leyes astronómicas de Keplero. En el segundo se figura el modo con que parece haberse formado la convexidad de las órbitas elípticas de los cuerpos celestes, y manifestando las suposiciones y razonamientos que conducirán al hombre a la explicación de nuestro sistema, lo describe, desviándose de las voluntarias interpretaciones que se dieron a la naturaleza: no olvida los cometas, sus órbitas, ni las estrellas fijas, enumerando los signos o asterismos que de éstas se han formado. En el tercero conduce al observador por todos los trámites y reflexiones que deben producir el conocimiento de los círculos, zonas, climas, &c. el de las longitudes y latitudes astronómicas: el de los eclipses y faces de la luna, y demás astros: el de la rotación de nuestro globo; el de las esferas recta, paralela, y oblicua, &c. En el cuarto, muestra la utilidad y uso que se hizo de las longitudes, latitudes, ascensiones, &c., en la construcción de las cartas y esferas celestes: da noticia de la aberración de las estrellas: de la precesión de los equinoccios: del tiempo y de sus variedades en las medidas: de los días en que el sol entra en los doce signos de la eclíptica, de la paralaje, y de sus utilidades, que hace patentes resolviendo varios problemas sobre la distancia, &c., de los astros, y finalmente pone el uso de la esfera [96] celeste artificial en algunos problemas que bastan para tomar conocimiento de su utilidad; a este uso anteceden todas aquellas noticias y suposiciones que son indispensables.

     La parte segunda contiene siete capítulos dirigidos a dar un exacto conocimiento de este globo que habitamos. En el primero toma por objeto la figura, magnitud, y movimientos de la tierra: indica con este motivo el modo con que pudieron los hombres trazar el primer meridiano, y los círculos de latitud, los pasos que dieron para medir un grado de círculo máximo, y los felices descubrimientos de los modernos en este asunto: expresa los razonamientos a que dio origen el retardo de las oscilaciones del péndulo en la Cayena: hace demostración de la verdad inferida, por medio de esta máquina, y pone una tabla del diferente peso que tiene en distintas latitudes la misma porción de materia: determina la figura de la tierra, y la extensión de los grados del meridiano en diferentes latitudes, siguiendo la doctrina y hallazgos de los labios enviados a la Laponia y al Perú en nuestros tiempos, de cuyas operaciones se da conocimiento pone en toesas de París, varas y leguas Españolas, la magnitud, extensión y masa de la tierra, y habla de la diferencia de medidas o leguas: explica por último, moviendo en su órbita y sobre su eje a nuestro globo, los días y noches, [97] su variedad, la de las extensiones, y cuantos efectos se atribuían antes al movimiento del sol. En el segundo mostrando el uso que los hombres hicieron de los conocimientos que iban adquiriendo, pone la construcción de los globos terrestres artificiales, desistiendo del general método que se sigue en sus armazones o círculos con que los suelen envolver; y describe su particular armazón, indica el método de trazar sobre cartas destinadas a cubrir un globo elegido, los círculos, y superficie terrestre: habla de la elección de primeros meridianos y del modo de contar la longitud, manifestando los principios y propiedades en que se funda la construcción de los mapas para trazarlos, empezando por el mapa mundi hasta el de España, no olvidándose de las variedades que ha habido en las cartas generales. Como es indispensable el conocimiento de la longitud y latitud para la exactitud de los mapas, enseña el modo con que se logran, y se indican las distancias que median, a lo que sigue una tabla de la relación que tiene el pie de Castilla con las medidas más conocidas de Europa. Acaba finalmente el capítulo con una explicación y plano, o dibujo en que se expresan las señales, y marcas con que se anuncian en los mapas todas las particularidades que interesan. En el tercero, por huir del abuso que se hace de las falsas suposiciones en la explicación de los problemas [98] geográficos, pone un uso del globo artificial terrestre adaptado al sistema Copernicano; cuya verdad confirma con la fácil explicación de la desigualdad de los días, de las estaciones, &c., da métodos para conocer los nombres y situación de los diversos habitantes de la tierra; y explica finalmente el método de servirse de los mapas. En el cuarto, raciocina sobre el modo con que pudo obedecer la materia, después de criada a las ideas y fines del Hacedor Supremo en el desenvolvimiento de todas las cosas y considerando los elementos de que se compone esta nuestra tierra, pasa a explicar los más notables fenómenos que observamos, producidos por su encuentro y naturaleza. Considera 1.º el flujo y reflujo del mar, y después de tratarlo con extensión, calcula las fuerzas atractivas de los astros que lo ocasionan, y explica sus circunstancias: 2.º los crepúsculos, o los efectos de la refracción que padecen en nuestra atmósfera los rayos de la luz, demostrando para esto la causa y teórica de esta refracción: indica consiguientemente la diversidad de crepúsculos que tienen los distintos pueblos: 3.º los vientos, cuyo origen, indica explicando las direcciones continuas por temporadas y variables, que se observan en distintos climas. Y 4.º finalmente, las corrientes de la mar, cuya causa registra, como también su diferente permanencia en distintas [99] regiones. En el 5.º apuntando el uso que los hombres han hecho de los cuatro elementos, manifiesta la parte considerable que tiene en la navegación la Geografía, de la que ha recibido las cartas Plana y Reducida, cuyo uso pone en muchos problemas, después de haber demostrado la teórica de su construcción, las propiedades de la línea loxodrómica, y la utilidad de las partes meridionales, y latitudes crecientes, &c. En el 6.º recorre toda la superficie del globo, empezando su observación por los montes, y siguiendo por los ríos, mares, lagunas o lagos, e islas: en todos estos artículos considera las direcciones, formación, corrientes, avenidas, cantidad de agua que se consume en la evaporación, y la que vomitan los ríos, mudanza de aspecto, recodos, ángulos correspondientes, &c., explicando al mismo tiempo todas las voces geográficas pertenecientes a estas materias. En el 7.º contempla, o amplía más la consideración de las mudanzas que sufre la superficie de nuestro globo; pasa a inferir la disposición primera en que pudo estar la tierra, la variación que ha sufrido, y se resuelve a buscar el modo con que pudo descubrirse sobre las aguas, las fajas en que se dividió, y los ángulos que éstas forman sobre el ecuador.

     En la conclusión con que finaliza su obra, manifiesta la diferencia que debe hacerse entre la Geografía teórica y práctica, y la estrechez [100] de límites a que la ciñen regularmente: prescribe el método con que debiera escribirse con utilidad de la Nación la parte práctica, e indica el plan de una Geografía completa, cuya ejecución parece dificultosa al Autor, al no concurrir el Ministerio, y las personas destinadas a las Cortes y países extranjeros, prestando todos los auxilios que se pedirían.

     ANDRÉS (el Abate Don Juan) Socio de la Real Academia de Ciencias, y Bellas Letras de Mantua, y de la Real Academia Florentina. Unas Conclusiones de Filosofía, trabajadas y presididas por este sabio en Ferrara en 1773, empezaron a acreditar su mérito y su talento.

     En 1774 escribió una disertación sobre el problema físico propuesto por la Academia de Mantua, que mereció muchos elogios, y el que se imprimiera a expensas de la misma Academia.

     Viendo que Galileo era poco conocido y celebrado en su misma Nación, habiendo sido el restaurador de la Filosofía en Italia, y aun en toda Europa, por haber precedido a Descartes y al Barón de Verulamio, escribió en 1776 un compendio de su Filosofía con el título: Saggio della Filosofia del Galileo: y luego después una carta sobre una demostración de Galileo, también en Italiano, que se insertó en el primer tomo de los Opúsculos [101] científicos de Ferrara, y después se imprimió separadamente en dicha Ciudad en 1779. El Ensayo de la Filosofía de Galileo, le granjeó el honor de ser nombrado Individuo de la Academia de las Ciencias, y Bellas Letras de Mantua.

     Fue el primero que se opuso a los famosos Bettinelli y Tiraboschi, los cuales habían querido atribuir al dominio de los Españoles en Italia la corrupción de su Literatura. Sobre esto publicó en Cremona en 1776 una carta al Comendador Fray Cayetano Valenti Gonzaga, muy juiciosa, y que mereció grandes elogios aun de su mismo contrario el Abate Tiraboschi.

     En 1778 manifestó su erudición en las antigüedades con una carta al Señor Conde Alejandro Murarribra sobre el reverso de un medallón del Museo Bianchini, que no entendió el Marqués Maffei, y que habían obscurecido con vanas conjeturas los célebres anticuarios Venuti y Gori. De esta obra se dice en le Novelle Letterarie de Florencia del año de 1778. Poche sono le disertacioni simili che abbiano tanto buon senso, é veritá.

     En el mismo año leyó en la Academia de Mantua una disertación sobre las causas de los pocos progresos que hacen las ciencias en estos tiempos.

     Pero la obra principal del Señor Abate Andrés es la que ha empezado a publicar [102] en Parma en 1782, intitulada; Dell' origines progresso e stato actuale d'ogni Letteratura. La idea de esta obra la explica su mismo Autor en la prefación. «He pensado, dice, dividir la obra en cuatro tomos (en cuarto mayor) y antes de entrar a examinar distintamente las clases particulares, y progresos de las Letras, he querido hacer ver en el primero sus diversas épocas, los adelantamientos, atrasos y variaciones a que han estado sujetas y tejer brevemente una Historia filosófica general de toda la Literatura. Daremos en esta una ligera ojeada sobre todos los pueblos que tuvieron alguna cultura antes de los Griegos, sin omitir el Bailliano, al cual el ingenio y la erudición de Bailly ha sabido dar tanta fama, que merece la consideración de los literatos. ¡Qué campo tan vasto y delicioso se nos presenta más adelante en la Literatura Griega y Romana, y últimamente en la Eclesiástica! ¿Cuánto más fácil hubiera sido el formar gruesos volúmenes, que el de reducir a breves capítulos materia tan copiosa, sin caer en una superficialidad seca y despreciable? Me he dilatado mucho más cuando he tratado de la Arábiga. Pero la ignorancia y el error en que estamos comúnmente de su mérito, la novedad e importancia de derivar de ella el origen de la Literatura moderna, me conceden algún derecho para dejar correr la pluma con algo más de libertad. [103] En los siglos posteriores tenemos noticias más distintas y seguras de la Literatura; pero como cualquiera atiende comúnmente más a la erudición nacional, que a la extranjera, espero que no será desagradable una obra que la demuestre toda en un golpe de vista.

     »En el segundo tomo me he propuesto tratar particularmente de los progresos hechos en la bella Literatura, bajo la cual se comprenden la Poesía, la Elocuencia, la Historia y la Filosofía.

     »No nos contentaremos con examinar los progresos de estas clases en general, sino que trataremos con distinción de las partes de cada una. No basta, por ejemplo, dar una idea general de los progresos de la Poesía, sino que se ha de hablar con separación de la épica, la didascálica, la dramática, la lírica, los poemas cortos, de todos los demás géneros de composiciones, y hasta de los romances, y siguiendo el mismo plan en las otras clases, se forma una idea completa de todos los progresos de la amena Literatura. Para esto es precisa una censura exacta y juiciosa de los Escritores, y de las obras que más han contribuido a ellos: por lo cual he querido leerlas más de una vez, y formar el juicio por mí mismo, sin atenerme al de otros, como se hace muy comúnmente. He conocido en el de algunos tan poca sinceridad, en otros tanta ignorancia, y tan discordes los dictámenes, [104] aun de los jueces más ilustrados, que me ha parecido el mejor medio formar mi parecer sobre las obras mismas, y exponerlo al público con libertad.

     »El tercero tomo trata únicamente de las ciencias naturales, de cada una de las cuales describirá filosóficamente los progresos. Las Matemáticas puras y mixtas, la Física experimental, la Química, Historia Natural, Botánica, Medicina, Anatomía, Cirugía, Filosofía, Jurisprudencia, y todas las clases que miran a las ciencias naturales, se verán crecer sucesivamente, aunque con algunos intervalos, hasta el estado en que se encuentran en el día. Para esto me han servido de mucha ayuda las eruditas historias que sobre cada uno de estos ramos hemos visto publicadas, y confieso que no me hubiera atrevido a semejante empresa, a no habérseme presentado por conductores un Montucla, un Bailly, un Le Clerc, Freind, Portal, y otros tantos Autores esclarecidos que se propusieron el ilustrar la historia de cada ciencia. Pero aunque estas historias pueden conducir mucho para indagar los progresos de las ciencias, no pueden presentarlos como realmente son en sí mismos; es menester para esto examinarlos en su origen, y estudiar los Autores que los han hecho. ¿Y por más diligencias que yo haya hecho, podré gloriarme en algún modo de haberlos presentado en su verdadero aspecto? ¿Qué estudio [105] ni qué aplicación será bastante para libertarme de todo descuido en la lectura de tantos Autores, y en el examen de tantos objetos? Vuelvo a encomendarme a la indulgencia de los lectores y protesto de nuevo que el mayor fruto que puedo esperar de este mi trabajo, es el excitar a otros ingenios mejores que el mio a entrar con mayor felicidad en esta misma carrera.

     »La poca consideración en que ahora se tienen los estudios Eclesiásticos, podrá mover a algunos a pensar que saldrá muy seco y árido el cuarto tomo en que se trata de ellos. Pero yo creo que el reducir a un aspecto histórico y filosófico las ciencias Eclesiásticas, es todavía un asunto bastante nuevo, y que su novedad e importancia me permiten mayor libertad para tratarlo con más extensión para explicar muchos puntos que hasta ahora nadie ha controvertido. El estudio de la Escritura y de la Historia Eclesiástica se han dividido en tantos ramos, la Teología ha recibido sucesivamente tanta amplitud, el Derecho Canónico ha sufrido tantas variaciones, y todas las ciencias Eclesiásticas presentan tantos argumentos, que declaran que deben hacer no menos interesante aquel volumen, que todos los precedentes. Y este es en suma todo el plan de esta obra: Del origen, progresos y estado actual de toda la Literatura.

     »Pero pasando más particularmente al primer [106] tomo que ahora publico, he creído necesario dar en él una idea general del estado de toda la Literatura en varias épocas, desde su origen, hasta el siglo presente. El examen solo de ella antes de los Griegos, da materia muy abundante para muchas y eruditas disertaciones; pero ¿qué podremos sacar después de un prolijo y penoso estudio, sino conjeturas insubsistentes y poco fundidas? No sin mucha lectura y atenta reflexión he procurado presentar con claridad aquello poco que se puede establecer con fundamento en materias tan obscuras y remotas. La Literatura de los Griegos merece más nuestra atención, y nos debe ocupar más largo tiempo, pudiéndose llamar en la realidad la fuente de toda la Literatura; por lo mismo he querido buscar alguna época de su verdadero origen, la que hasta ahora no se ha fijado, y examinar las causas de sus progresos, que todavía no he encontrado bastante declaradas. Para dar una idea más completa de la Literatura Griega y Romana, después de describir la una y la otra con separación, me ha parecido oportuno el confrontarlas, y el hacer entre ellas un exacto paralelo.

     »Algunos acaso no llevarán a bien que se forme época de la Literatura Eclesiástica, mas quien tenga noticia de los estudios que florecieron después de la Griega y de la Romana, y de las personas a quienes estaba circunscrita [107] su cultura, no extrañará este método. Fue un acaecimiento muy notable el ver que habiéndose movido en tiempo de Carlomagno las personas más condecoradas, y del carácter más distinguido, al vivo empeño de restablecer las letras, cayeron luego éstas por el contrario en el mayor abatimiento. Procuraremos señalar la causa verdadera de aquel poco feliz suceso.

     »La Literatura Arábiga por nadie ha sido hasta ahora puesta en buena luz. Pocok, Erbelot, Hottinger, y algunos otros, recogieron muchas noticias, que pueden servir para darle alguna ilustración; mas ninguno se ha propuesto el objeto de formar un tratado particular. La novedad de la materia me ha empeñado en averiguaciones arduas, de las cuales ni yo mismo esperaba salir con felicidad. Oportunamente en este tiempo la benignidad del Monarca Católico Carlos III. glorioso promotor de todas las empresas literarias, me honró con el regalo de la Biblioteca Arábico Hispana del Escorial, eruditamente compilada por el célebre Casiri; don a la verdad inestimable, así por la augusta mano que lo dispensa, como por el inmenso tesoro que contiene de erudición Arábiga. Cuanto deba yo a aquel inmortal trabajo de Casiri, cuanto uso haya hecho de sus infinitas noticias, lo demuestra cualquiera página, y aun casi cada linea de la parte en que se trata de aquel ramo de la [108] Arábiga Literatura. Pero aquella docta obra no proponiéndose otro objeto que el de indicar solamente los códices Arábigos que se conservan en la Biblioteca del Escorial, no basta para subministrar todas las noticias que se necesitan para formar el cuadro de toda la Literatura Arábiga; y para bosquejarlo de algún modo, me he visto en la precisión de entresacar de toda clase de libros cuanto me venía a las manos que podía aplicarse a semejante asunto, y aun así no me preciaré de haberlo desempeñado completamente.

     »Estas averiguaciones me han hecho ver la grande influencia de la Literatura Arábiga en la restauración de la de Europa. Mas para explicar con alguna claridad este punto tan interesante ¿cuántas cuestiones intrincadas no he debido resolver, y en qué averiguaciones tan nuevas no me he debido empeñar? El estudio de la Literatura Española, casi tan desconocida por muchos como la Arábiga, el examen de los Escritores de los siglos bajos, de los que ya nadie se acuerda; de los orígenes, de la formación y cultura de las lenguas modernas, y de su Poesía; de los antiguos Poetas Españoles y Provenzales, y muchas otras no menos penosas que necesarias investigaciones, me han dado alguna luz para descubrir una verdad, que a muchos parecerá una ridícula paradoja: esto es, que la Literatura moderna reconoce por [109] su madre a la Arábiga, no solamente en las Ciencias, sino también en las bellas Letras. Para demostrar más bien la influencia de los Árabes en la cultura Europea, he querido traer algunas invenciones, de las cuales se jactan vanamente muchas Naciones, habiéndonos venido de la benéfica mano de los árabes. El Papel, los Números, la Pólvora, la Brújula, las tenemos por medio de ellos; y acaso el Reloj oscilatorio, la Atracción ahora tan famosa, y muchos ruidosos descubrimientos de los modernos, fueron conocidos por ellos mucho antes de que llegaran a noticia de nuestros Filósofos. Los Colegios, los Observatorios Astronómicos, las Academias, y otras instituciones literarias, en nada piensan menos que en que tienen su origen de los árabes: y acaso no me estarán muy agradecidas por haberles encontrado una antigüedad tan remota.

     »Vencida la preocupación tan dominante contra la Literatura Arábiga, es menester combatir otra, que reina a favor de la Griega comúnmente. Se quiere que la época de la renovación de los buenos estudios en esta parte de Europa, deba empezar a contarse desde la toma de Constantinopla; y que los Griegos vencidos trajeron a Italia en el siglo XV. el gusto de las letras, como en los pasados lo habían introducido en el agreste Lacio. Hacemos ver por el contrario, que [110] resultó poquísimo fruto a la Literatura Latina con la caída del imperio Griego; y, que la Italia antes de aquel tiempo estaba ya más culta y adornada de los buenos estudios que la Grecia misma. Por lo que toca a la Literatura de los siglos posteriores, he sentido la dificultad observada por Horacio: Difficile est proprie communia dicere. ¿Qué podrá decirse sobre este asunto, que no sea ya notorio? No obstante, la idea que presentamos de la Literatura, así del siglo XVI. como del XVII. y aun acaso más la del presente, será nueva para muchos que no miran los estudios de cada una de estas edades en todos los verdaderos aspectos que manifiestan. Para acabar más bien el cuadro del estado actual de la Literatura, convendría señalar los progresos que faltan que hacer, así como se representan los que hay ya hechos. ¿Pero cómo es posible tener una vista tan perspicaz, que llegue a descubrir tan adelante? Con todo, en el discurso de la obra iremos proponiendo algunos adelantamientos, que podrían, hacerse en cada clase; e indicando algunos solamente en este tomo, cesaremos de molestar más a los lectores, que ya estarán bastante cansados con la lectura de tantas materias.»

     La obra parece que ha correspondido hasta ahora completamente al prospecto presentado por el Autor, según el aplauso que ha tenido. En Venecia se ha hecho ya la reimpresión [111] del tomo que va publicado. En el extracto que se publicó en las Efemérides literarias de Roma, se alaba mucho la erudición del Autor, su juicio, y sus pensamientos originales acerca de los progresos y decadencia de la Literatura. Hablando de su nuevo sistema, en que deduce, el origen de la Literatura moderna de los Árabes, y particularmente de los Españoles, se dice allí: «Ne si creda che il nostro Autore imprenda à rilevare il merito della letteratura degli Arabi, ò di quelli in particolare della Spagna invasato da quel nazionale entusiasmo, figlio legitimo della presuncione, è dell' ignoranza, è che alle materie ed agli Autori, anziche lode, suole apportare discredito. Egli delle cose nazionali parla con somma modestia (22), [112] è per questo appunto, si concilia più credito nel punto sostanziale del suo argomento, che e d' additare i fonti del risorgimento delle scienze in Europa dopo la venuta de barbari setentrionali; i quali fonti non lascia egli luogo a dubitare che fossero le scuole degli Arabi della Spagna.»

     Don Carlos Andrés, hermano del Autor, ha traducido el tomo que se ha publicado, y se ha impreso en dos en octavo mayor en la Imprenta de Don Antonio Sancha.

     ANZANO (Don Tomás) Director que fue por S. M. del Real Hospicio de San Fernando. Elementos preliminares para poder formar [113] un sistema de gobierno de Hospicio general. Madrid 1778, en la Oficina de Don Manuel Martín, un tomo en cuarto, dedicado al Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca.

     Todo cuanto debe tenerse presente para la fundación de un Hospicio, se trata en esta obra, que aunque no gusta enteramente a algunos por falta de estilo y de método, en lo que toca al asunto principal, no puede negarse que tiene buenas observaciones, arregladas a la práctica, y a la experiencia propia que tuvo el Autor en el gobierno del Hospicio de San Fernando. Sienta dos principios muy sólidos. El primero, que el sistema de los Hospicios no debe ser arbitrario, sino establecido por el Gobierno, como parte de la legislación. Y el segundo, que para la fundación de los Hospicios se debe atender sobre todo a granjear la confianza del Público. «Si las gentes, dice, fueran sabedoras de que a los pobres se les trata con humanidad; que no se les confunde con los haraganes: si se les hiciese ver que sus contribuciones no padecen siniestra inversión de la que la caridad recomienda; y en fin, si estuvieran bien penetrados del orden y gobierno, no pongo duda en que los más serían agentes de sus aumentos, y sus ofrendas compondrían un fondo muy pingüe.»

     Con este motivo persuade en el exordio con bastantes fundamentos la conveniencia [114] de los Hospicios: trata de la discreción de la caridad en aplicar la limosna a mayor beneficio de los mismos pobres, y de la necesidad de extirpar la clase de los mendigos culpables.

     Luego habla en los preliminares de las clases de gentes que deben recogerse en un Hospicio; qué especie o número de Hospicios se necesitan; de las constituciones; del orden del edificio; del método de la recolección de pobres; del tiempo que deben permanecer en él; si convienen fábricas en los Hospicios; y cuales deban ser; de la ocupación que debe darse a sus individuos; de la Religión; del alimento; del vestido; de la aplicación; de la corrección; de la economía; de la policía personal y doméstica; del celo de los fondos; y de los medios de proporcionarlos.

     Al fin se añaden algunas notas, con las que se extienden e ilustran más muchos puntos de la obra.

     Esta obra del Señor Anzano dio motivo a los dos informes, que de orden del Consejo hicieron las Sociedades Económicas de Murcia y de Madrid, los que se mandaron imprimir en 1781, para que sirvan de norma para el arreglo de todas las Casas de Misericordia que se erigieren en lo sucesivo en el Reino, imprimiéndose y comunicándose a todas las Juntas ejemplares, con los [115] cuales puedan dirigir y arreglar sus operaciones, rectificando las que lo necesitasen, para que de esta suerte se logre mayor brevedad y uniformidad en estos establecimientos, y aun hacerlos amables a los mismos pobres.

     En 1769 se había impreso ya también una respuesta de los Señores Fiscales del Consejo, en que proponen la formación de una Hermandad para el fomento de los Reales Hospicios de Madrid y San Fernando, expresando los medios con que podrán fomentarse tan útiles establecimientos.

     En 1768 había publicado el mismo Autor en Zaragoza otras dos obras intituladas: Reflexiones económico-políticas sobre las causas de las alteraciones de precios que ha padecido Aragón, y Discursos sobre los medios que pueden facilitar la restauración de Aragón.

      ARRIQUIBAR (Don Nicolás de) natural y del Comercio de la Villa de Bilbao, e individuo de mérito de la Real Sociedad Vascongada: Recreación política. Reflexiones sobre el Amigo de los hombres en su tratado de Población, considerado con respecto a nuestros intereses: obra póstuma, presentada por su Autor a la misma Sociedad en 1770, y publicada de orden de aquel Real Cuerpo, precedida de un tratado de Aritmética política, traducido del Inglés para uso de sus Alumnos. En Victoria 1779, dos tomos en cuarto. [116]

     En el primer tomo se pone al principio el tratado del uso de la Aritmética política en el Comercio y Rentas, del Señor Davenant, traducido del original Inglés. Aunque esta obra se escribió en 1698, después de cuyo tiempo ha tenido grandes adelantamientos el cálculo político, con todo es muy útil, por incluirse en ella los principales principios de esta ciencia. El Traductor pone al principio un prólogo muy juicioso sobre su aplicación a nuestra España.

     Debieran hacer en los Españoles toda la impresión que deseaba su Autor estas palabras: «Bien lejos de imitar a los Ingleses en su amor a la patria, y en los medios con que cooperan a su prosperidad; nosotros hacemos mérito de la indiferencia sobre nuestros intereses: tenemos por una especie de entusiasmo el pensar en ellos; y aun en esto creemos que faltaríamos a la veneración de los que los tienen a su cargo. ¡Qué error!... El motivo de haber hasta ahora adelantado tan poco en esta ciencia, es, a mi corto entender, el no haber tenido otras fuentes que las que ofrecen varias sentencias y máximas generales; las cuales no nos dejan sino ideas indeterminadas, cuya aplicación es difícil, porque no imprimen conocimiento: sólo la Aritmética política puede dar este conocimiento.»

     La importancia del cálculo político está [117] tan demostrada, que se ha llegado a formar de él la nueva ciencia de la Política económica. ¿Cómo puede el gobierno de una Nación tratar ventajosamente con el de otra, sin un prolijo examen de sus aumentos o decadencia? Para esto es necesario el cálculo político de los intereses, productos, consumos, ocupaciones, y extensión del vecindario de la propia. A fines del siglo XVI. y en todo el XVII. sucedía en España una cosa extraña. Nuestro Gabinete tenía noticias muy circunstanciadas de todas las Naciones con quienes estaba en relación, pagándolas a toda costa; y de la propia se sabía tan poco, que Felipe II. no pudo conseguir un plan del estado de la Península, no obstante que lo solicitó con mucho esfuerzo; y en tiempo de Felipe IV. tenía que adivinarse el total del vecindario por el consumo de las Bulas de la Santa Cruzada.

     En el actual reinado hay ya las noticias más exactas sobre todos estos ramos. No sólo el Gobierno ha recogido todas las que pueden desearse, sino los Cuerpos literarios, y aun los particulares, han sido protegidos por el Rey, y por el Consejo para trabajar con exactitud sobre estos asuntos tan importantes. La Real Sociedad Económica de Madrid, teniendo presente que las noticias pedidas por el Gobierno, no suelen ser siempre las más exactas, por las siniestras interpretaciones [118] que suelen dar los Pueblos a sus providencias, ha nombrado una Comisión para que le proponga los medios de formar un estado general del Reino más exacto, que pueda servir de basa sólida para las especulaciones económico-políticas.

     La obra del Señor Arriquibar está dividida en diez y nueve cartas, de las cuales se comprehenden once en el primer tomo, y las demás en el segundo. En la primera propone dos establecimientos. El uno se reduce a la formación de una junta de tres sujetos (o más, si fueren necesario) bien instruídos en cultura, Artes, Comercio, &c., que S. M. destine a fomentar estos ejercicios, recibiendo con benignidad, examinando, y proponiendo a condigno premio los escritos, planes, inventos, o perfecciones, que en cualquiera de ellos hubiere adelantado, y quisiere dirigirla alguno de sus profesores. Y el segundo es la erección en Madrid de un Seminario político, donde se enseñase el Derecho Público y de Gentes, las leyes fundamentales, las económicas y políticas del Reino, sus intereses de cultura, industria y comercio, las lenguas, intereses y gobiernos de los Reinos extranjeros, los tratados de comercio y paces, con todo lo demás que concierne a la ciencia de Estado. El Autor explaya su imaginación en pintar las ventajas de estos dos establecimientos, que acaso serían [119] útiles, si pudieran realizarse conforme a sus ideas.

     En la segunda carta prueba contra el Amigo de los hombres, que no es la decadencia de la agricultura la causa de la despoblación, sino el principio que llama exterminador, o la falta de ocupaciones útiles en las gentes para ganar la vida; para las cuales, entre otras cosas, recomienda la utilidad de los Hospicios en las Capitales de las Provincias.

     La tercera es continuación de la antecedente, y se prueba en ella, que la agricultura no puede subsistir, ni hacer progresos sin la industria.

     En la cuarta habla de la capacidad de nuestra agricultura: impugna el sistema del Amigo de los hombres, que sostiene ser más útil al Estado la cultura por mayor, que la de los pequeños colonos: hace varias especulaciones sobre la extensión del terreno de España, así del que está cultivado, como del que no lo está. En los datos padece mucha equivocación por falta de instrumentos. El vecindario total de España le reduce a siete millones y medio de vecinos, según las observaciones de Uztariz. Pero se sabe que según el estado general, que se formó en 1768, asciende a nueve millones, trescientos siete mil ochocientos y cuatro, y mucho más, pues está averiguado que en muchos Pueblos se hizo una baja muy grande, temiéndose [120] que se quería imponer alguna contribución por cabezas (23). En Madrid se falta también a la verdad, pues consta por la Visita general que se hizo en 1766, que tiene 70398 casas con 320745 vecinos, a los que deben añadirse los sirvientes de la Casa Real y Señores, del Estado Eclesiástico y Regular, los Hospitales y Cárceles, y los Pretendientes y Comisionados que no están avecindados, todos los cuales se calcula que llegan hasta 4509 almas. Mucho mayor equivocación hay todavía en los supuestos de los consumos de carne de esta Corte. En las Providencias del Consejo sobre Abastos hay datos más seguros sobre esta materia. Allí consta que en el año de 1751 se consumieron en Madrid 100567 reses vacunas, y 3150581 carneros, con peso de 11490388 libras: que en 1757 no fueron más de 70582 reses mayores, y 2370 menores; y que en 1766 se computaba el consumo anual en 3250 carneros, y 90 vacas, en 1804 terneras, y en 140 cerdos, fuera de los corderos, cabritos, conejos, gallinas, y todo género de caza y de volatería.

     Desde la carta quinta empieza a tratar de los medios de aumentar nuestra agricultura. [121] En esta prueba la preferencia que se debe dar al cultivo y a la labor del ganado vacuno, declamando contra la introducción de mulas en la labranza, contra la matanza de terneras, y contra las corridas de toros. «Las corridas, dice, de toros, que no hacen más que mantener la ferocidad y dureza de ánimo, distraer la gente Oficiala de su trabajo, y del cuidado de su casa, y llenar los Hospitales de estos miserables, vencidos de la incomodidad, soles y desorden con que asisten a estos espectáculos; ¿qué razón política habrá (dejando a los Teólogos las morales) que les abone? ¿Qué motivo podrá honestar el que las vacadas estén únicamente cebadas a la cría de toros bravos para el circo, y para mantenernos esta bárbara costumbre, que nos singulariza entre las demás Naciones? Costumbres hay que nacen de las inclinaciones; pero esta inclinación nuestra ha nacido (o a lo menos se ha hecho insuperable) de la misma costumbre, capaz sólo de vencerse por el brazo poderoso del Rey. Si se hiciera un cómputo de las reses que sacrificamos a estos crueles espectáculos, y las que de terneras y terneros devora la gula anualmente, asombraría el número. La Nación ha empezado a abrir los ojos, y debemos esperar vernos corregidos en estos dos puntos.»

     La sexta es sobre el aumento que recibiría [122] la agricultura con la construcción de caminos artificiales, y canales de agua. Entre otras reflexiones muy juiciosas, propone la de emplear la Tropa en estas obras en tiempo de paz, con varias condiciones ventajosas a los mismos Soldados, como se ha hecho en Francia, y persuade muy bien el Amigo de los hombres.

     En la séptima manifiesta el aumento que se seguiría concediendo franquicia a los comestibles de primera necesidad, y recargando las contribuciones en los objetos de comodidad y de lujo.

     En la octava defiende el establecimiento de los Pósitos con el Autor del Amigo de los hombres.

     En la nona y décima declara las ventajas del libre comercio de granos, y las utilidades de la abolición de la tasa.

     Y en la undécima propone con Don Miguel de Zavala el aumento que recibirá la agricultura con el beneficio de las tierras incultas.

     En la primera del segundo tomo copia y reforma la pintura simbólica que hace de España el Amigo de los hombres.

     En la segunda trata del atraso de nuestra industria, y de lo que nos saca por ella el extranjero. Nota que en el Arancel del año de 1709, de mil ciento cuarenta y siete artículos que nombra, son todos manufacturas [123] extranjeras, a excepción de cueros al pelo, lino, cáñamo, palo brasil y cera. Que en cambio de aquellos artículos no les dábamos más que lanas finas, seda en rama, hierro, acero, grana, añil, campeche, rubia, sosa, y algunos otros frutos; los cuales, si hubiera industria, debían quedar dentro del país. Calcula el valor de las manufacturas que entran de fuera en cuarenta millones de pesos, y el valor de lo que nos sacan en veinte y seis: de donde infiere que los catorce que faltan hasta los cuarenta, los damos en dinero, manteniéndoles el crecido número de jornaleros y artesanos, que se pueden pagar con esta grande cantidad. El cálculo arreglado sobre el Arancel del referido año, acaso no está nada exagerado. Mas si se atiende al que se hizo en 1778, se verá que no era tanto el exceso de la introducción a la extracción; y lo será mucho menor sin duda alguna después de la Pragmática del mismo año sobre el comercio libre de América, y de la rebaja de la mitad de los derechos a las manufacturas Nacionales respecto de las extranjeras.

     En la tercera prosigue el mismo asunto, y reforma algunos de los cálculos que había hecho en las antecedentes, en la suposición de no ser más la población de España que siete millones y medio, según el cómputo de Uztariz. [124]

     La cuarta es importantísima. En ella se desvanecen siete proposiciones con que algunos han intentado deslumbrar a la política de España en perjuicio de la industria. I. No hay gente bastante en el Reino para los empleos de industria, respecto de que aún falta para los del campo, según está despoblado. II. El genio Español es opuesto al trabajo industrial: así se ve que algunos Oficiales que hay sobresalientes en su arte, se contentan con trabajar tres o cuatro horas al día, empleando el resto en la diversión. III. Siempre que las manufacturas extranjeras salgan más baratas que las del Reino, se deben preferir; porque lo contrario sería un gravamen para el público; y aun cuando salgan a igual coste, nada pierde el público en tomarlas con preferencia. IV. Los efectos de la industria extranjera son un grande ramo de las Rentas Reales en el adeudo de los derechos que devengan; y la falta de su ingreso, minoritaria el fondo de la Real Hacienda. V. La plata y el oro son efectos vendibles; y como frutos de España, es interés de este Reino el que tengan salida: si se estancan en él, perderían de su valor, o las demás Naciones se valdrían de otro metal suyo en su lugar. VI. Es providencia divina que las Naciones que carecen de minas, y ricos frutos, gocen del trabajo industrial. VII. Aun cuando la industria fuese conveniente, [125] no podíamos establecerla sin prohibir las manufacturas extrañas, o alterar considerablemente nuestros aranceles; y uno y otro es impracticable sin contravención de los tratados.

     En la quinta pondera las utilidades de la máxima juiciosa de Saavedra, a saber, que no se han de imponer los tributos en aquellas cosas precisamente necesarias para la vida, sino en las que sirven a las delicias, a la curiosidad, al ornato y a la pompa; con lo cual quedando castigado el exceso, cae el mayor peso sobre los ricos y poderosos, y quedan aliviados los Labradores y Oficiales, que son la parte que más conviene mantener en la República. Máxima, dice, digna de letras de oro, y que ha hecho florecer a los Ingleses, y a todos los que la han observado puntualmente. Prueba que los derechos sobre los comestibles de primera necesidad, son la causa principal de la decadencia de la industria.

     En la sexta pone a la vista otros varios obstáculos de nuestras manufacturas, cuales son las imposiciones sobre las primeras materias, el sistema viciado de las Aduanas, la construcción de Hospicios, las leyes suntuarias; y últimamente la falta de positura local de las fábricas en donde es muy costosa la subsistencia, y se han de llevar desde lejos las primeras materias.

     En la séptima habla de los comestibles que recibimos de mano de los extranjeros, y [126] que pudiéramos adquirirnos entre nosotros mismos, particularmente de los pescados salados.

     En la octava propone varias consideraciones sobre la única contribución, probando los daños que de ella se podrían seguir, si se llevara a efecto en los términos que estaba proyectada; por lo cual vuelve a insistir sobre el sistema que habían propuesto de arreglar las contribuciones, libertando de ellas a los comestibles de primera necesidad, y primeras materias de las Artes, y recargándolas en los objetos de comodidad y lujo.

     ARTEAGA (Don Esteban) Le ribuluzioni del Teatro Musicale Italiano dalla sua origine fino al presente: tomo primero. Bolonia 1783: octavo.

     En el discurso preliminar que precede a la obra, después de haber considerado el Teatro según las relaciones con que lo miran el hombre de mundo, el político, el erudito, el hombre de gusto, y el Filósofo, propone el escribir la historia de las revoluciones del Teatro Musical Italiano: indica las fuentes de donde ha bebido: se escusa de la libertad con que se ha propuesto hablar, protestando no ser efecto de emulación, ni de algún otro bajo sentimiento contra una Nación, cuyo mérito reconoce; hace una breve crítica de los Autores que han escrito antes [127] de este asunto, y declara el método que se ha propuesto seguir.

     En la obra se hace una análisis del Drama músico, de las diferencias que lo distinguen de las otras composiciones dramáticas, y de las leyes que se derivan de la unión de la Poesía con la Música y la Perspectiva. Se discurre sobre la grande aptitud de la lengua Italiana para la Música, deducida de su formación y mecanismo, y de las causas políticas que han contribuido a ella; de la pérdida de la Música antigua; del origen de la Sagrada en Italia; de los descubrimientos que se atribuyen a Guido Aretino y a Juan Murs; de las representaciones de los siglos bárbaros; de los progresos y mutación del contrapunto; del origen de la Música profana de los extranjeros que la ilustraron en Italia; de su primera unión con la Poesía vulgar, y primeros ensayos del Melodrama; de los defectos de la Música Italiana a fines del siglo XV. y de los medios que se tomaron para mejorarla; de la primera Ópera seria y bufa; y juicio de sus caracteres; reflexiones sobre lo maravilloso, sobre su propagación en Europa, y sobre su unión con la Música y la Poesía en el Melodrama; de la propagación rápida de este dentro y fuera de Italia, y particularmente en Francia, Inglaterra, Alemania, España y Rusia; del estado de la Perspectiva y de la Música a mitad del siglo [128] pasado; de la introducción de los Capones y mujeres en el Teatro, y del origen del baile pantomímico; del siglo de oro de la Música Italiana, y de las diversas escuelas, así de cantado, como de instrumentos, con los caracteres de cada una; de la mejora de la Poesía lírico-dramática; de Quinault, y de los más célebres Poetas hasta Metastasio; de los progresos de la Perspectiva; de la época del Metastasio, examen de su mérito, reflexiones sobre el modo de tratar el amor, de sus defectos, y si ha llevado el Melodrama al mayor grado de perfección posible.

     Para formar alguna idea del juicioso modo de pensar de este Matritense, basta leer en el capítulo tercero lo que dice sobre el origen del Teatro moderno, y de las causas de la diferencia entre éste y el de los antiguos.

     Memorie per servire alla storia della Musica Spagnuola, ovvero sia saggio sulla influenza degli Spagnoli nella Musica Italiana del secolo decimo sesto. Ofrece el Autor que publicará luego esta obra en una nota del capítulo cuarto.

     ARTETA DE MONTESEGURO (Don Antonio) Racionero Penitenciario de la Iglesia Metropolitana de Zaragoza, Socio de número, y Secretario en la clase de Artes de la Sociedad de aquella Ciudad: Discurso instructivo sobre las ventajas que puede conseguir [129] la industria de Aragón con la nueva ampliación de puertos, concedida por S. M. para el comercio de América, en que se proponen los géneros y frutos de este Reino más útiles a este fin, y los medios de extraerlos y negociarlos con mayor economía y beneficio, premiado por la misma Sociedad en el año de 1780. De orden superior: en Madrid en la Imprenta Real año de 1783.

     Ya había mucho tiempo que nuestros mejores políticos estaban clamando por el comercio libre de América. S. M. se dignó en fin quitar las trabas que tenía con la única Aduana de Cádiz, y extenderlo a varios puertos del Reino por su Cédula de 1778.

     No hay mejor prueba de las ventajas de aquella resolución, que las quejas que los extranjeros han presentado en nuestra Corte, y en sus escritos públicos. Veamos como habla cierto Comerciante, que viajó por España en aquel mismo año (24).

     «Sobre el comercio de las Indias, dice, ha parecido una gran multitud de obras. La del Abate Raynal nada deja que desear, por la claridad, método, estilo, las miras políticas, y el interés de varias Potencias que han formado establecimientos en el nuevo mundo. Casi todo lo que dice de España es [130] tan cierto como juicioso. Si el Gobierno ha proscrito su libro en lo que parece ataca los objetos más respetados en España, no por eso ha dejado de adoptar algunos grandes principios del Autor. La libertad del comercio, en la que el Abate Raynal insiste sobre todo, como absolutamente necesaria para fomentar la industria en España, ha sido en fin decidida por un nuevo reglamento sobre el comercio de las Indias, publicado en el mes de febrero del año de 1778. La prohibición de la extracción de sedas, las gracias concedidas a todo género de manufacturas, su multiplicación en todos los diversos ramos que se consumen en la Metrópoli y en las Indias, habían precedido a este reglamento, que ha sido igualmente seguido de la prohibición de una gran multitud de géneros de lana, hilo y seda, que se tomaban del extranjero.

     »Se trata ahora de examinar si el Abate Raynal tuvo razón de aconsejar a España el libre comercio de las Indias. Si la ha tenido el Ministerio Español en adoptar este sistema, y en qué puede dañar al comercio de las Naciones extranjeras, o favorecerlo. Para entrar más bien en las menudencias que exige el examen de estas diversas cuestiones, tomaré el asunto de más lejos.

     »La España comerciaba con sus Colonias por medio de la Flota y de los Galeones, [131] que partían de Cádiz de tres en tres años, la primera para México, y los Galeones para Cartagena, desde donde pasaban a Portobelo, centro de las dos Américas.

     »Durante la guerra de 1740, los Galeones, temiendo ser sorprendidos por los Ingleses, se quedaron en Cartagena; y después de esta época cesó su uso, substituyéndose en su lugar los navíos que llamaban de Registro, los cuales no partían como los Galeones a tiempos señalados, sino que para hacerse a la vela necesitaban de un permiso expreso del Gobierno, y estaban sujetos a otras muchas trabas. No obstante, el uso de estos navíos produjo en poco tiempo un bien muy notable. Los Indios que no veían antes buques Españoles sino a tiempos determinados y muy largos, olvidaban fácilmente la Metrópoli, y no se acomodaban, sino con mucha lentitud, a sus gustos, usos y costumbres. La frecuencia de las expediciones, que produjo el nuevo sistema, abrió una correspondencia seguida entre España y sus Colonias. Con esto les hizo desear y conocer todas las necesidades que la Europa puede contentar y satisfacer, y el efecto había superado las esperanzas de los Comerciantes Españoles, cuando pareció el nuevo reglamento. Éste a dado poco gusto a los habitantes de Cádiz; mas parece que lo estaba esperando con impaciencia el resto de la Nación. Por [132] él se hace libre el comercio de Indias comprendiendo además de las Islas de Barlovento a Campeche, Santa Marta, y el Río de la Hacha, y sin exceptuarse de esta libertad más que una parte de la costa de Tierrafirme y México. Málaga, Cartagena, Alicante, Barcelona, Bilbao, el Ferrol y la Coruña pueden enviar libremente sus frutos a las Indias. Falta saber si estas diversas Ciudades podrán hacer uso de aquella libertad; si tienen casas bastante poderosas para emprender cargamentos tan considerables. La experiencia ha manifestado ya lo contrario. Después de seis meses que se ha propuesto en Alicante la carga de un navío para Indias, no ha podido todavía completarse. Pero supongamos que sea tiempo de paz, y establezcamos en aquellos varios Puertos de España Comerciantes ricos, que conozcan bien el comercio de Indias, ¿cuáles serán las resultas de aquel nuevo reglamento?

     »Cádiz por la posición de su terreno no puede recibir más extensión: el pequeño espacio que ocupa dentro del mar, está sumamente poblado, y no puede serlo más; de suerte que el deseo de la ganancia podrá mover a un particular que vive en tierra a enviar sus frutos a aquella Ciudad; pero no podrá pasar a establecerse en ella con su familia, porque el terreno está limitado. Con esto sus frutos son doblemente útiles; porque al [133] mismo tiempo que dan un fondo más al comercio, su producto vuelve a enriquecer el país en donde habita. Ésta era una de las principales ventajas de la posición de Cádiz, y del privilegio que tenía de hacer exclusivamente el comercio con las Indias. La España poblada medianamente en razón de su terreno, ¿debía presentar un nuevo estímulo a la codicia? ¿Debía aumentar las salidas de los Puertos de mar, ya bastante grandes, y que se multiplican siempre a expensas de la agricultura, porque el comercio parece que ofrece ganancias más diarias, más seguras, y mayores que las que produce el trabajo del campo? La facilidad de transportarse a los diversos Puertos que gozan ahora de la libertad del comercio de las Indias, ¿no puede ser dañosa a la población del centro del Reino? Primera objeción contra el nuevo reglamento.

     »Las diversas especulaciones que se hacían en Cádiz sobre el comercio de Indias, eran muy conocidas. Los interesados sabían variar, multiplicar, o limitar sus remesas, según el consumo, y otras razones que tenían presentes; y no obstante ser conocimientos debidos a una larga práctica, sucedía muchas veces que tal, o tal ramo, sobre el cual se había discurrido con mucha prolijidad, abundaba y perdía en América, mientras otro hacía falta absolutamente. ¿Este inconveniente [134] no es mucho más de temer ahora que las especulaciones no serán tan conocidas, ni profundas por hacerse en Puertos tan distantes entre sí? ¿La suerte de los Comerciantes no será más precaria que lo era antes? Segunda objeción contra el nuevo reglamento.

     »Los Comerciantes extranjeros atraídos de todas las partes de Europa, se encontraban en Cádiz a competencia; la necesidad de dar salida a sus géneros, formaba una concurrencia, de la que resultaba una baja muy provechosa para España: ahora estos mismos Comerciantes estarán repartidos en las dos costas, y las manufacturas extranjeras volverán a tener la especie de favor, que la concurrencia les hacía perder. Tercera objeción contra el nuevo reglamento.

     »Cádiz era el centro, hacia el cual se dirigían todas las fortunas del Reino: el comercio encontraba allí recursos inagotables: el gran número de buques que iban a Indias, y la facilidad de disminuir los riesgos, repartiendo la carga en diversos navíos, alentaban al negociante. ¿Habrá la misma esperanza en las Ciudades pequeñas, que apenas podrán fletar dos navíos cada año? ¿Y habrá quien se atreva a arriesgar a un solo golpe toda su fortuna? Cuarta objeción contra el nuevo reglamento.

     »Pero examinemos este reglamento más por menor. Lo que tiene de más importante [135] es el haber abolido todas las formalidades opresivas y dispendiosas, a las cuales estaba sujeto el comercio de las Indias.

     »Los navíos para el Sur de 225 pesos que pagaban por tonelada, se han reducido a 125; y los que van a Buenos Aires 80 pesos solamente. Además de este derecho exorbitante, las mercaderías pagaban también cinco reales y medio de plata por palmo cúbico: este impuesto llamado de palmeo, se ha abolido por el nuevo reglamento. Con él subía cada tonelada a cerca de 115 pesos más. Estos dos impuestos reunidos a otros, aunque menores, bastante onerosos por su multitud, precisaban al negociante a cargar en la venta los gastos del flete. Los del Perú llegaban a 500 pesos por tonelada, y a 300 los de Buenos Aires. El nuevo reglamento no impone a los comerciantes en Indias más que el simple derecho de tres por ciento a la salida, y otros tres por ciento del retomo por las mercaderías y frutos españoles y siete por ciento de todas las que sean tomadas del extranjero en este Reino con destino a Indias.

     »Su fin principal es destruir el contrabando enorme que se hace en las Colonias por el buen despacho que facilita disminuyendo el flete y los derechos. ¿Pero el Gobierno Español conseguirá su objeto? Se puede dudar mucho, a lo menos por lo que toca a [136] las mercaderías extranjeras. El aliciente que ofrece la esperanza de defraudar un derecho de catorce por ciento, ¿no será siempre un poderoso estímulo para aventurarse a los riesgos lucrativos del contrabando? ¿Por otra parte la dependencia de las Colonias no estaba mucho más asegurada por el privilegio exclusivo que tenía la Ciudad de Cádiz de proveerlas? ¿Aquellos derechos exorbitantes que estaban impuestos sobre las superfluidades de Europa, no eran un medio de contener el progreso desmedido de fortunas, de dividir el oro de España, y de consolarla de la repartición que se veía obligada a hacer con el resto de Europa? Yo sé que celosa del suceso de algunos comerciantes extranjeros, que atraían a su seno los diversos objetos de su lujo y de sus manufacturas, ha multiplicado las prohibiciones en todo género. ¿Pero España estaba en disposición de hacerlas? ¿Cuándo ha prohibido la exportación a Indias de las bayetas, de las medias y encajes de hilo y de seda, de todos los artículos de lujo o de moda, &c., que vinieran del extranjero, o ha creído que tenía ya bastantes fábricas para subministrar por sí misma aquellos géneros de consumo, o cerrando la puerta a la salida de las manufacturas extranjeras, ha querido por este medio atraer a su país los artífices que ya no se podrían mantener sin ella? Este [137] es el único objeto razonable que se puede suponer, siendo cierto que está todavía muy lejos de poder surtir por sí sola a las Colonias. A los otros Gabinetes toca el velar, para que la industria, que es propia de su Nación, no lleve a España sus brazos y su actividad. Hablo particularmente con la Francia. Hasta ahora ha hecho muy poco por su comercio, no habiéndolo tenido nunca presente sino para ponerle estorbos, y para conocer más bien los medios de exprimirle el jugo, y de debilitarlo. Casi todos los edictos publicados sobre este asunto, han sido dictados por la Real Hacienda, y nunca con las miras de orden público, ni de fomentar y proteger la industria. Parece que ya empieza a abrir los ojos sobre sus verdaderos intereses. La guerra actual ha tenido su origen del comercio. No por otra cosa sino por dar mayor extensión al suyo, ha emprendido el arruinar el de su rival. Pero debe no perder de vista a su vecina, no obstante el interés que ésta parece toma en su causa.

     »Otra reflexión sobre el nuevo reglamento. Este es en general ventajoso al extranjero; pero el de Francia está más perjudicado que favorecido. El derecho de palmeo se percibía sobre cada palmo cúbico de mercaderías, fueran las que fuesen; de suerte que cien palmos cúbicos de mercaderías finas y [138] preciosas, no pagaban más que el mismo volumen de mercaderías muy groseras. La Inglaterra está en posesión de subministrar éstas. Sus paños pesados, y varias telas de lana, sus instrumentos de hierro, o de acero, siendo de corto valor, ocupan mucho sitio, cuando las telas de seda, los encajes, y las modas que da la Francia, le producían las mayores ventajas de este derecho de palmeo que montaba mucho menos en sus mercaderías que en las de Inglaterra.

     »Creo haber probado suficientemente por las varias reflexiones que preceden, que el nuevo reglamento es contrario a los intereses de España y de su comercio. Esto no es querer impugnar yo la libertad: la creo no solamente útil, sino absolutamente necesaria para los progresos de la industria. No es, pues, contra ella contra la que yo hablo. No he querido más que examinar simplemente si había algún país en donde según el tiempo, la situación, y las circunstancias debía tener algunos límites; y creo que España es uno de ellos. ¿No podía esta haberse aprovechado de todas las ventajas que pueden resultar de la libertad del comercio, sin exponerse a los abusos que puede acarrear? Nada me parece más fácil. Libertando al de las Indias de todos los embarazos, a los cuales una mala administración lo había sujetado, lo que en parte se hace con el nuevo reglamento, [139] ¿por qué no daba un paso más? Éste era hacer este comercio libre a todos los Españoles, sin necesidad de licencias, y sin trabas, con simples y moderados derechos; pero fijar estos en Cádiz. ¿Qué debía hacer en los demás puertos? Animar el espíritu de navegación, fomentar el pilotaje, no sufrir que la Inglaterra y la Holanda, la Suecia, y las demás Naciones le lleven lo que necesita, sino ir por sí misma a buscarlo en sus diferentes puertos. Hasta ahora ha trabajado en formar una Marina militar temible. ¿Mas para qué? Ésta será siempre un bello cuerpo sin alma, mientras no tenga el apoyo de una buena Marina comerciante. La primera podrá hacer respetar el Estado; pero siendo más costosa que útil, se debilita en tiempo de paz, si los recursos que procura la última, las ocasiones que presenta de vengarla y sostenerla, no tienen sobre sí a la Marina Real. Por otra parte la sorda y pequeña guerra que España nunca cesa de tener con el África, es un medio seguro para ejercitar sus Oficiales, de los que se aprovecha poco: y será permitido a todo observador el preguntar a España, a qué viene una Marina tan poderosa, cuando ve temblar a un Español al oír solamente el nombre de Moro, y cuando no tendrá comercio directo, sino con sus Colonias, ni sepa extraer por sí misma sus producciones al extranjero, [140] y tomar de este las materias primeras de que necesita.»

     Antes de hablar de una excelente obra, en la que se trata de las ventajas de la Real Cédula del libre comercio a Indias, me ha parecido que no sería fuera de propósito poner lo que sobre ella había escrito un Comerciante, que se manifiesta bastante instruido en este ramo. Se puede creer con mucho fundamento que tenía parte de su negociación en Cádiz; y así no es de extrañar que pondere tanto la utilidad de aquella única Aduana. El espíritu que le animaba no pudo disimularlo, cuando dijo: «Yo he gemido más de una vez al ver el comercio extranjero sujeto al despotismo más arbitrario; y he debido levantar mi voz, por débil que sea, para hacer a lo menos que se descubra.»

     Con todo, si sus observaciones fueran sólidas y ciertas, parece que deberían adoptarse. Pero no lo son, por lo menos la mayor parte de ellas.

     El comercio de España estaba tiranizado por los vicios que en él se habían introducido, y los más celosos patriotas hablan clamado por la libertad mucho antes que el Abate Raynal publicase su Historia de América.

     No hubiera sido extraño que al tiempo de restituírsela, se hubiera verificado la máxima [141] de Maquiavelo, esto es, que los que han estado acostumbrados a la esclavitud, cuando salen de ella no saben usar de su libertad. Pero no ha sucedido en España de esta suerte. A la publicación de aquel importante reglamento han acompañado y seguido otras muchas Cédulas, en que se fomenta la industria popular; y él mismo fue el estímulo más poderoso para avivar el espíritu de la Nación.

     La multiplicación de puertos, dejando a parte otras muchas utilidades, aumenta la facilidad de comprar del cosechero y del fabricante de primera mano. Y así lejos de verificarse el inconveniente que se propone en la primera objeción, la población será tanto mayor cuanto las fortunas estarán más repartidas y los labradores y artesanos tendrán más libertad para vender a quien les pague mejor.

     Las especulaciones que se hacían en Cádiz, se harán en los demás puertos; pues el interés, que es el que anima a los comerciantes, obra en todas partes de un mismo modo.

     Las mercaderías extranjeras tenían la preferencia en Cádiz, porque las del país no podían competir con ellas, ni en la bondad del género, ni en la comodidad del precio. La rebaja de la mitad de derechos, las franquicias concedidas a las fábricas, y otras sabias [142] providencias dadas por nuestro Gobierno, es muy regular que las pongan en mejor estado. No hay mayor estímulo para la industria, que la salida y buen despacho de las manufacturas.

     ¿Es necesario que vivan los comerciantes en los puertos desde donde salen los géneros? Y aunque esto fuera así, ¿la multiplicación de puertos no multiplicara los buques, o a lo menos variara su dirección? Conque de todos modos encontrarán los comerciantes la misma proporción de repartir la carga.

     En fin, el Autor alaba el reglamento del año de 1778 en cuanto al comercio libre, y a la estimación de los derechos y formalidades a que antiguamente estaba sujeto; pero impugna la habilitación de los otros puertos, cree que sería mejor que quedara en Cádiz. Acaso no lo cree; y lo que hace únicamente es perorar la causa de su Nación, y tal vez de sus intereses. Sabe muy bien que la mayor parte de los comerciantes Españoles de Cádiz no eran más que unas testaférreas, en cuyo nombre embarcaban los extranjeros sus géneros, disfrutando por este medio todas las gracias que se concedían a los naturales. Este abuso, mucho mayor sin comparación que todas cuantas objeciones puedan oponerse, si de algún modo se puede desarraigar, es dividiendo la negociación e [143] instruyendo a las Provincias de las ventajas que les resultan del comercio directo con América.

     A este fin envió el Excelentísimo Señor Conde de Floridablanca algunos ejemplares del citado reglamento a las Sociedades Económicas del Reino, para que éstas cuiden de instruir al público en sus respectivos territorios sobre las utilidades que por él pueden resultarle.

     Con este motivo la Sociedad Aragonesa propuso un premio en 2 de marzo de 1779 al que formase el Discurso más instructivo sobre las ventajas que puede conseguir la industria de Aragón con este nuevo reglamento, proponiendo los géneros y frutos de este Reino más útiles a este fin y los medios de extraerlos y negociarlos con mayor economía y beneficio.

     Mereció el premio el del Señor Arteta, como también el que se haya impreso de orden del Gobierno. Contiene cuatro capítulos. En el primero se trata de las ventajas que puede producir a Aragón el comercio libre de América, atendida la fertilidad de su suelo, y sus ricas producciones en general. En el segundo de los frutos y efectos de Aragón en particular, y medios de utilizarlos en el comercio, subdividido en diez parágrafos, en los que habla del trigo, vino, aceite, azafrán, lanas, seda, lino, cáñamo, [144] minerales, y de otras materias de comercio, que pueden aumentar la industria de Aragón en virtud del comercio de América. El tercero es sobre los puertos de América en donde tienen buen despacho los frutos y efectos mencionados, y de las producciones de aquellos países más útiles para los retornos. Pone un estado de la Isla de Santo Domingo, que le comunico su Gobernador el Teniente General Don Antonio Azlor. Sigue otro de la de Puerto Rico, con expresión de su vecindario, haciendas, siembras, ganados, producto anual, y distancias de unos partidos a otros, con varias reflexiones sobre las mejoras que podrían dársele. El mismo método observa tratando de la Isla de Cuba, la Martinica, la Trinidad, Yucatán, Guatemala, Santa Fe y Tierrafirme, Río de la Plata, Chile, el Perú y la Luisiana. En el cuarto habla de las ventajas que siguen de la franqueza y alivio de derechos y demás circunstancias del Real Decreto de la ampliación de puertos para el comercio de América. Al fin del discurso añade nueve planes, uno del número de poblaciones y despoblados del Reino de Aragón y su vecindario en 1776; de la cosecha, consumo y extracción de cáñamos de varios partidos; de la cera extraída de la Habana desde 1770 a 1776; de las partes de América en donde tendrán despacho varios frutos que se expresan, [145] y de los retornos que se podrán traer; de los géneros y frutos de Cataluña, que acostumbran embarcar los Catalanes para las Islas de Barlovento, con el precio a que se suelen vender en ellas; de los precios corrientes de los frutos y metales de India en la Plaza de Cádiz en 1 de agosto de 1779; de los que suelen tener en Barcelona; noticia de lo que lleva un buque regular de registro para las Islas de Barlovento; y finalmente un estado del coste de una embarcación del porte de cinco mil quintales, con veinte y dos hombres de tripulación en la misma Ciudad de Barcelona. (25)

     En 1781 se había premiado ya por la misma Sociedad otra Disertación del Señor Arteta sobre el aprecio que se debe hacer de las artes prácticas, y de los que las ejercen con honradez, inteligencia y aplicación. En ella [146] se trata del aprecio que han merecido los artesanos en todas las Naciones ilustradas, de la mala inteligencia que se ha dado a la palabra mecánica, y se esparcen algunas reflexiones sobre la verdadera nobleza.

     Todo parece que conspira en España a hacer a la Nación activa e industriosa. Uno de los principales obstáculos que tenía entre nosotros la industria, era la fea nota de vileza con que estaban tachadas muchas artes y oficios útiles al Estado. Los sabios claman y persuaden que el espíritu de la nobleza verdadera no es incompatible con el ejercicio de las artes que llaman mecánicas. La legislación abre la puerta a los artesanos honrados para los empleos honoríficos de la República; y hasta el Teatro se ocupa felizmente en ridiculizar por una parte la necia vanidad de algunos nobles, que piensan no les es decente la ocupación de algún oficio honrado, y por otra los esfuerzos de muchos artesanos, que preocupados de las mismas [147] ideas, se afanan por borrar la memoria de los medios a que han debido su fortuna. Véanse los artículos Sociedades Económicas y Trigueros.

     ASSO (Don Ignacio) Abogado de los Reales Consejos, Cónsul de España en Amsterdam. Pocos Abogados, y pocos Cónsules de cualquiera Nación que sean, reúnen en sí los varios conocimientos de que ha dado muestras al público el Señor Asso. La instrucción en el derecho patrio, no bebida en los fastidiosos y miserables Comentadores, sino en las mismas fuentes de la Historia, Fueros, Cortes, y Pragmáticas antiguas y modernas de su Nación; la inteligencia de la lengua Arábiga y Griega, además de casi todas las vulgares; la Botánica, la Política económica, han ejercitado su talento, y lo han acreditado en varias obras públicas dentro y fuera de España.

     En 1771 publicó en compañía de Don Miguel de Manuel las Instituciones del Derecho Civil de Castilla, que han sido recibidas con el mayor aplauso, y de las que se han hecho ya tres ediciones. Los Autores de esta obra, teniendo presente la necesidad de estudiar la Jurisprudencia, más por principios adaptables a la constitución de España, que por los del Derecho Romano, prohibido varias veces por nuestras Leyes, e inaplicable a nuestros Tribunales, sino a fuerza de violentas, y muy dañosas interpretaciones, trabajaron las Instituciones [148] con arreglo a nuestra legislación actual, sin embarazarse con las concordancias y citas del Derecho Civil, que ha sido la manía de nuestros Abogados, y se puede decir que la de todos los de Europa. Las definiciones están tomadas literalmente de nuestras mismas Leyes, y con arreglo a ellas se ponen varios axiomas o principios, de los cuales se deducen luego las proposiciones más conformes a su espíritu. Precede a las Instituciones una introducción, en la cual se da una idea del origen y progresos de nuestra legislación, la que se divide en cuatro estados. El primero, cuando las Leyes se establecían en los Concilios: el segundo cuando los pueblos se gobernaban por sus fueros particulares: el tercero fue el tiempo en que estuvieron en su mayor fuerza las Cortes: y el cuarto el actual en que las Leyes se publican solamente a nombre del Soberano. Las exquisitas noticias que se dan en esta introdución, sacadas de los instrumentos antiguos M. S. y de libros impresos los más raros y preciosos, la hacen por sí misma una obra muy apreciable, que manifiesta al mismo tiempo lo que hay que adelantar todavía en el estudio de nuestra legislación y Jurisprudencia.

     El Fuero viejo de Castilla, sacado y comprobado con el ejemplar de la misma obra que existe en la Real Biblioteca de esta Corte, y con otros M. SS. Publícanlo con notas históricas [149] y legales los Doctores Don Ignacio Jordán de Asso y del Río, y Don Miguel de Manuel, Examinadores nombrados por el Supremo Consejo para el concurso a la Cátedra de Derecho Natural y Política, que se establece en el Real San Isidro. Madrid 1771. Por D. Joaquín Ibarra. Precede un discurso preliminar sobre el Autor, y origen de las primeras Leyes de este Fuero: el tiempo en que se formaron y principiaron a tener uso; el número y estilo de ellas; los muchos pueblos que las obedecieron; la extensión que recibieron con los progresos de la conquista por los primeros Reyes de Castilla; los aumentos notables que después han tenido por sus sucesores, hasta el estado en que las puso el Rey Don Pedro; la constante observancia y valimiento de sus Leyes desde su origen hasta el día de hoy; las utilidades que se pueden esperar de la publicación de este precioso M. S. y últimamente del modo con que se ha dispuesto su edición, para hacerla más útil y recomendable. En las notas se explican muchas voces, y aclaran varios puntos de la legislación e historia de la edad media de España, a la que pertenecen las Leyes de este Fuero.

     El Ordenamiento de Leyes que Don Alonso XI. hizo en las Cortes de Alcalá de Henares el año 1348. Publícanlo con notas, y un Discurso sobre el estado y condición de los Judíos en España, los Doctores Don Ignacio Jordán [150] de Asso y del Río, Don Miguel de Manuel y Rodríguez. Madrid 1774. Por Don Joaquín Ibarra. Precede un discurso preliminar, en que se describe el estado en que estaba la legislación de España en el reinado de Don Alonso XI. y de los esfuerzos que hizo este Rey para darle el vigor de que había carecido en los reinados antecedentes; de la formación del Ordenamiento de Alcalá, su autoridad y ventajas que produjo; del error de los que tuvieron por legítimo el Ordenamiento Real publicado por el Doctor Montalbo, y de los M. SS. que se han tenido presentes, y trabajo que se ha puesto para que aquel código saliera más conforme a su original.

     En el Discurso sobre el estado de los Judíos en España, se trata del gran crédito que tuvieron en ella; de los grandes privilegios que gozaron, y de los empleos que obtuvieron en las casas de los Reyes y de los Grandes, hasta que los Reyes Católicos los expelieron de sus dominios en 1492.

     Cortes celebradas en los reinados de Don Sancho IV. y Don Fernando IV. Por los mismos y en la misma Imprenta 1775. Los Señores Asso y Manuel se habían propuesto publicar la copiosa colección de Cortes M. SS. que recogió su diligencia pertenecientes a la historia de nuestra legislación, y a la administración y economía política del Reino, y dieron [151] principio a ella con este cuaderno, en que se comprenden las de los dos reinados de Don Sancho el Bravo, y Don Fernando el Emplazado, a saber, las de Valladolid de 1293, 1299, y 1307: y las de Medina del Campo de 1305. En el prólogo se ofrece un discurso sobre el origen y modo de celebrar Cortes en Castilla, obra que ciertamente contribuiría muchísimo para conocer el estado y constitución de nuestro gobierno en la edad media.

     Cartas eruditas de algunos literatos Españoles: publícalas Don Melchor de Azagra. El verdadero Autor de esta edición es el Señor Asso. Todas ellas son veinte y ocho, de Juan de Arce, Pedro Juan Núñez, Don Rodrigo Zapata, el Arcediano Gómez Miedes, Fr. Gil Luis de Tridillatermo, Pedro Jaime, Jerónimo Zurita, Jerónimo de Blancas, Don Juan Bautista Cardona, Don Fr. Ambrosio de Moncada, Sebastián de León, Bartolomé Sansón y Pedro Serra, a Don Antonio Agustín; de Felipe II. al Virrey de Nápoles; de Gonzalo Pérez a Fr. Onofre Panvinio; y de Martín Velasco Pérez de la Torre al Conde de Guimerá. Tratan de asuntos de Literatura, y particularmente de antigüedades Romanas, y de historia Eclesiástica.

     Synopsis stirpium indigenarum Aragoniae Autore C. A. V. Caesaraugustano. Massiliae, 1779.

     Don Ignacio Asso viendo las muchas [152] Floras o tratados de Botánica que se han publicado de varias Provincias y Naciones, se dolía de que no hubiera alguna de Aragón, siendo aquel Reino uno de los más fecundos en plantas y yerbas. En el año de 1778 anduvo herborizando por varios montes y sierras de aquella Provincia, y recogió muchas plantas, cuya colección regaló a la Real Sociedad de Zaragoza después de haberle servido para la composición de esta obra: se contienen en ella más de mil plantas, observadas por el Autor en el espacio de solos tres meses, con algunas otras que le habían comunicado sus amigos. Entre ellas se encuentran algunas nuevas, y otras rarísimas, para cuya descripción, confiesa el Autor que consultó a su maestro Don Antonio Palau, Catedrático de Botánica en el Real Jardín Botánico de Madrid. En la prefación se da noticia de algunas obras Botánicas escritas por Autores Aragoneses, que desde principios del siglo XVI. cultivaron este estudio.

     Biblioteca Arabico-Aragonensis. Accedunt nonnulla scriptorum specimina, opera et studio Ignatii de Asso del Rio, maritima Hispanorum negotia apud Batavos procurantis. Amsteledami 1782. 8. Conociendo el Autor que para ilustrar la Historia literaria de España es muy conducente el de la Arábiga en tiempo de la dominación de los Sarracenos, quiso publicar algunos fragmentos de Autores Arábigo-Aragoneses, [153] entre los cuales hay dos oraciones de Abu-Taher-Mahomad Ben Joseph Tamimita, que con otras le envió desde Roma el Señor Don Nicolás de Azara, copiadas de un códice de la Biblioteca del Vaticano. El Autor no está lleno de aquella vana satisfacción que suelen afectar los que poseen algún género de literatura desconocido a los demás, particularmente los anticuarios. Su modo de pensar, lejos de disminuir el mérito de su trabajo, le hace mucho honor. «Hoc igitur consilio, dice, opuscula quae in hoc syntagmate continentur, edidi, non quod ex Arabicorum exemplarium editione uberrimos fructus percipi posse censerem: rideoque eximias Arabicae linguae utilitates hastenus exclamatas, quod vulgo faciunt illi, qui Arabum literaturam magnificis suspendunt elogiis, ut propriam laudem sibi vindicent, aut inexhaustum thesaurum caeteris inaccessum soli occupasse glorientur. Nam in severioribus disciplinis, in Philosophia nempe, in Mathematicis, et in Historia naturali, tam exigua et jejuna praestiterunt Arabes, ut hoc, quo vivimus, seculo, nihil sit cur eorum vigilias desiderare debeamus. Quod siquis talia scripta otiosi cerebri commentis refertissima in lucem proferre vellet, nae illi Augiae stabulum Herculeo labore perpurgandum esset. Jam vero de Arabicis versionibus non tam magnifice sentio, ut Graecorum scripta corrupta et deperdita [154] iis restitui posse confidam, quod quidem Bartholinus et alii temere affirmarunt.»

     En el año siguiente de 1783 publicó en la misma imprenta un Apéndice a su Biblioteca Arábigo-Aragonesa, en la que se añaden otras traducciones de varios fragmentos de Escritores Árabes, pertenecientes a la Historia de Aragón, ilustrados con muchas notas y noticias, como los antecedentes.

     AYALA (Don Ignacio López de) Catedrático de Poética en los Estudios Reales de San Isidro, y de la Real Academia de la Historia.

     El empleo de este Autor, y algunas composiciones poéticas de mucho mérito que ha publicado, lo han hecho más conocido por este ramo, que por el de erudito, Historiador y Filósofo, en los que se ha acreditado igualmente su instrucción, como lo manifestará la serie de sus obras.

     En 1765 imprimió varios epitalamios en Castellano, Latín, Griego, Hebreo, y Arábigo, celebrando el casamiento de los Serenísimos Señores Príncipes de Asturias.

     En 1766 publicó una Canción en Castellano, y al fin un epitafio en Latín, Griego y Hebreo, con motivo de la muerte de la Reina Madre Doña Isabel Farnesio.

     En 1767 dio a luz el primer tomo de la Historia de Federico el Grande, actual Rey [155] de Prusia, con planes de batallas, y el retrato del Monarca Prusiano.

     Disertación física sobre la Aurora Boreal, observada en Madrid la noche del día 24 de octubre de 1768: en la que después de describirla y asignar su extensión, variaciones y sitio, trata de sus causas, e impugna las opiniones de los más célebres Filósofos, particularmente la de Mr. Mairan, indicando algunas otras que le parecen más verisímiles. Añade las observaciones que hizo en su viaje de la Laponia y Groenlandia Mr. de Maupertuis, y nota la frecuencia de estos fenómenos en algunas partes de España, y especialmente en las montañas de Aragón.

     En 1779 publicó otra disertación sobre el cometa observado en aquel año, en la que comprueba la opinión de Mr. Casini, y de los mejores Astrónomos modernos, que los cometas son cuerpos permanentes, y que corren su órbita particular como los demás astros.

     Con motivo de la apertura de los Estudios Reales en 1771, recitó y publicó este Autor un poema latino que empieza así:

                               Est vetus aeterno nutu firmata deorum,
Et Phoebi et Themedis concors sententia, Musas
Sedibus Aoniis, bifidaque ab rupe profectas,
Heroum in patriam Hesperiem; labentibus annis
Venturas: hoc velle Deos, hoc volvere fatum...

     Supone que en tiempo de Carlos III. que tanto protegió a las Musas en Nápoles, habían [156] de tomar estas mansión fija en España. Lo persuade así Apolo a las Musas, exponiendo la magnificencia con que siempre las ha tratado el Monarca Español. No obstante rehúsan venir a España, quejosas de la poca veneración que algunos les tributan. Mas insistiendo Apolo, les hace presente el aprecio que siempre han merecido en este país los ricos establecimientos que hay destinados para la cultura de las Ciencias y Artes, el magnifico templo que les dedica Carlos III. y en fin la fecundidad y grandeza de los ingenios Españoles, con cuyo motivo recorre nuestros antiguos Poetas, describiendo con brevedad y energía el carácter de cada uno.

     En 1772 publicó la Filosofía Moral de Aristóteles, o libros a Nicómaco, Greco-Latinos, con las notas de Acciajoli; y un prólogo, en que da una noticia bastante exacta de la aplicación de los Españoles a este estudio.

     Elegía al próximo parto de la Serenísima Princesa de Asturias. 1775. Está en Castellano y en Latín.

     Numancia destruida. Tragedia: en el mismo año. Publio Cipión Emiliano tenía sitiada mucho tiempo a Numancia, resuelto a no exponer sus tropas al combate, sino a que se le rindiera por hambre. Megara, General de los Numantinos, creído de un oráculo equívoco de Hércules Gaditano que interpretaba a su favor, y confiando en el socorro que [157] esperaba de los Lucianos; en el refuerzo que Yugurta, General de las tropas Africanas, aliadas entonces de los Romanos, había ofrecido, como Olvia le diera la mano; y más que todo, movido del ardiente amor por la libertad de su pueblo; fomentaba el valor de los Numantinos, sin rendirse a las extremas calamidades a que los tenía ya reducidos el sitio. Olvia había ofrecido su mano a Aluro; pero viéndose en la dura alternativa de negársela, o de ver perecer a su patria, resuelve corresponder a los ruegos de Yugurta. Al tiempo de descubrir a éste su determinación, sabe que era el agresor de su hermano Olon, cuya muerte había jurado vengar, juntamente con Aluro. Este incidente la vuelve a poner en nuevo conflicto, haciéndola detestar la mano del matador. No obstante, el amor de la patria, y las persuasiones del Sacerdote Dulcidio, la reducen a que envíe a llamar a Yugurta para aquella noche. Terma, hermana de Olvia, viéndola cuidadosa, le sigue los pasos. Aluro viene al mismo sitio y hiere de muerte a Olvia, pensando que es Yugurta. Las tropas de este habían sorprendido a los Lucianos: una espada y una cadena que envía el Cónsul, les hace conocer el verdadero sentido del oráculo. Con lo cual reconociendo los Numantinos que no les quedaba más arbitrio que la esclavitud o la muerte, eligen ésta; y pegando fuego a la Ciudad por todas [158] partes, se arrojan a las llamas.

     El plan no puede ser más juicioso y verisímil. Toda la pieza está moviendo los afectos propios de la Tragedia. El estilo es correspondiente, el contraste de algunas escenas muy patético. Las dos en que Olvia delibera y resuelve el sacrificio de su amor; la escena en que concurren Cipión y Megara, y la otra en que Dulcidio y Aluro, padre e hijo, compiten por morir el uno antes que el otro, son muy aplaudidas. Ni faltan sentencias oportunas de una moral sublime. En la escena primera del acto primero dice Megara:

                              Nada amedrenta la virtud: su premio
Es ella misma: el ser desventurado
O ser feliz, de la elección no pende.
¿Cuántas veces verás a los tiranos
Triunfantes, y a los héroes perseguidos?

     En la segunda del acto segundo se describe muy bien el artificio de la política Romana con estos versos:

                               La política Roma, si en la guerra
No triunfa de los Pueblos, da partidos
Aparentes; suscita en ellos bandos
Civiles; deja alguno ennoblecido,
Para echar la cadena a los restantes;
Satisfacciones da a los ofendidos
Pomposas, pero inútiles; recibe
Por asociado un pueblo o por amigo,
Y es declararlos por esclavos nobles. [159]
Todo en utilidad de su partido
Cede................

     El Doctor Don Pedro Napoli Signorelli en su Historia de los Teatros (26), publicada en Nápoles en 1777, habla de esta Tragedia del Señor Ayala, a quien equivocadamente llama Don Tomás, y le nota dos defectos. El primero es el de la acción, que asegura ser más propia para un poema épico, que para un drama. Y el segundo las repetidas declamaciones contra los Romanos, y la demasiada ponderación del amor de la patria. Pero semejante censura supone muy poca reflexión, así sobre la naturaleza del poema épico, como de la Tragedia. El primero debe tener un éxito feliz, para inflamar de este nodo los ánimos heroicos a empresas grandes. La destrucción de Numancia, aunque gloriosa, es funestísima, y por consiguiente no es asunto de poema heroico. Por otra parte, reducida toda la acción al corto espacio de un día, y precisamente a la alternativa de morir, o quedar esclavos, es asunto propio para una Tragedia, porque la unidad de acción no se mide por la de personas. Casi todas las Tragedias antiguas y modernas tienen por objeto un asunto público; pero reunidos en un punto los intereses de las varias [160] personas de que se componen. Pudiera este Crítico tener presente, que Esquilo entre otras muchas Tragedias escribió, y se conserva la de los siete Capitanes, o Sitio de Tebas; que Sófocles escribió la Destrucción de Troya, y otros asuntos generales, que se han perdido; y Eurípides las Suplicantes, los Heráclidas, &c. El Sitio de Calais ha tenido mucha fama entre los Franceses.

     Aun concediendo que la acción de la Numancia pueda servir de asunto para un poema épico, ¿quien duda que una misma materia puede tratarse de diferentes modos? La oda, el epigrama, la elegía y la sátira pueden tratar de un mismo punto, acomodándolo al modo que caracteriza a cada una de aquellas especies de poesía. Virgilio canta la muerte de Turno con toda la grandeza épica: ¿y quien quita que esta misma muerte pueda dar la acción para una Tragedia, como efectivamente la hay en Italia?

     Toda esta doctrina es tan obvia, que no necesita de comprobación. Pero si se desea, pudieran citarse muchísimos ejemplos, además de los que quedan referidos, y la autoridad de los maestros más célebres de la Poética. En Italia solamente Anello Paolillo escribió una Tragedia intitulada el Incendio de Troya; Carlos Fiamma la Jerusalén destruida; Andrés Cecchin la Troya destruida; el Caballero Bertanni la Jerusalén asegurada; [161] Antonii la Conjuración de Bruto. «Principalmente, dice Aristóteles, debemos guardarnos de fingir en la Tragedia el contexto que es propio de la epopeya; el cual digo que es el que contiene muchas fábulas: como si uno quisiese exponer todo lo que contiene la Iliada en una Tragedia; porque la Iliada, por la largueza del poema, tienen sus partes grandeza conveniente; pero en las fábulas sería causa que saliesen más largas de lo que tal empresa requiere. Argumento de esto es que todos aquellos que han fingido en una fábula toda la ruina de Troya, y no alguna parte sola de ella, lo cual observó Eurípides en la Níobe y en la Medea, y no Esquilo, o causan irrisión con sus poemas, o compiten infelizmente.» (27)

     En cuanto a las declamaciones vehementes contra los Romanos, y amor a la patria, que dice el Señor Signorelli que está muy ponderado, acaso no se ha hecho bien cargo de la situación en que estaban los Numantinos; de la perfidia de los Romanos en quebrantar con pretextos aparentes los tratados [162] más sagrados, y la constitución libre de su República, en la que son siempre más vehementes los sentimientos de valor y de patriotismo.

     Thermae Archenicae, sive de Balneis ad Archenam in agro Murcitano. Carmen. Murci 1778. Está traducido por el mismo Autor en sextas rimas.

     Empieza así:

                               Archenides umbrae, sacri et penetralia fontis:
Tuque, pater Secura, caput redimitus opacis
Et citro el moris, necnon et arundine, et almo
Baccare Palladii foetus; vos et quibus olim
Tellurem hanc cessere Dii sub jure tuendam,
Numina; dum vestros juvat intravisse recessus
Antrorum, et puros latices expromere aquarum;
Este mihi faciles, sanctoque edicite vati,
Quis Deus has thermas habitet? Quae tanta potestas
Praestet opem miseris aegris? Qua lege solutos
Unda salutaris nervos, moribundaque membra,
Depastosque artus, multo el contorta dolore
Ossa, vel informi carie, vel putrida tabo,
Restituat; tacito reddat vetus ordine robur,
Poeneque Taenariis morientes evocet umbris?

     Después de la invocación y proposición, describe el monte de donde salen las aguas: con este motivo trata la curiosa questión del origen de las fuentes; y de aquí pasa a averiguar de donde toman su virtud las termas, o aguas minerales: refuta varias opiniones, y últimamente resuelve, que provienen de algunos fuegos subterráneos, que no sólo dan [163] calor a las aguas, sino que derritiendo algunas pequeñas porciones de metales, de azufres y betunes, les dan mayor disposición para mezclarse en el agua, a lo que contribuye la naturaleza corrosiva de ésta, por la que aun sin la cooperación del fuego, siempre toma algo de los conductos por donde pasa. Alaba a España por la multitud de termas de que abunda, de las que nombra particularmente las de Ledesma, Hardales, Trillo, Alhama, Villavieja, Busot, Sacedón, Graena, Fortuna, Azaraque y Mula: describe las de Archena y sus baños. Declama contra el descuido que hay en disponer cómodas habitaciones, y la mejor asistencia para los enfermos, haciéndose tantos gastos en paseos, alamedas, edificios, y toda especie de recreos públicos.

                               Recógese la pobre muchedumbre
  En dos casillas sin ningún esmero,
Sin camas, vasos, ajuar, ni lumbre,
Mansión aun insufrible al pordiosero:
Por cierto error el Hospital se llama,
Y quien lo habita páramo lo aclama.
Siglo feliz, feliz edad la nuestra,
Que en alamedas, fuentes y paseos
Da la magnificencia heroica nuestra,
Disipa el tedio, y busca los recreos.
¡Cómo deleita al alma y al oído
Del zéfiro y las hojas el ruido!
Mil juegos mueva y danzas concertadas [164]
La Madre del amor; rija sus coros
Talía deliciosa; al cielo osadas
Pirámides levanten los tesoros;
la sutil reja, y el labrado asiento
Dé a la tierna amistad dulce alimento,
Ese adorno, ese aseo, esa grandeza,
Esa opulencia y majestad urbana
Es justa diversión a la flaqueza
De la cansada condición humana:
Con el ocio y recreo el vigor crece,
Y sin descanso el alma desfallece.
Pero ¿qué furor es, qué ciego olvido
Domina terco en el humano pecho?
El triste enfermo, el pobre desvalido
Del camino, escasez, y mal deshecho,
Cuando busca su asilo en este baño,
Sufre del abandono mayor daño.
Ni lecho de vil paja, o de dura
Su cuerpo aguarda; yacen en la tierra;
nadie del alimento, nadie cura
Remedio al daño que la muerte encierra;
Y así, ¡oh dolor! descarga su guadaña
La parca acerba con temprana saña.
Advertid, oh mortales, la fiereza
De vuestro orgullo; aun el gentil Trajano
Curando reprehende tal dureza;
Aun la detesta el bárbaro Africano,
bien si en su huésped se infundió veneno,
Le chupa ansioso por dejarlo bueno...

     Continúa haciendo la descripción de aquellos baños, trata del tiempo de tomarlos, y [165] de las enfermedades que curan, refiriendo algunos ejemplares de enfermos, que estando casi moribundos, recobraron en ellos la salud completamente: luego propone el método que se debe observar para bañarse, y explica los buenos efectos que se van advirtiendo progresivamente.

     Este poema físico lo escribía el Autor en Murcia, cuando el Señor Obispo difunto acababa de dar al Seminario de San Fulgencio nuevo plan, poniendo Cátedras dentro de él, y señalando para la enseñanza distintos Autores de los que antes estudiaban los Seminaristas: esto es, las Instituciones filosóficas del P. Jacquier, y el Compendio teológico del P. Berti. Algunas personas de aquella Ciudad procuraban desacreditar este nuevo método, ponderando los atrasos que con él habla de tener la enseñanza, y exagerando la injuria que creían haberse hecho a Santo Tomás por haber quitado de las aulas el estudio de su Suma teológica. El Señor Ayala con este motivo dedicó su poema físico a aquel Seminario, y en la dedicatoria declama contra los autores de aquellas quejas, haciéndoles ver que el método que se proponía, ni era nuevo ni contrario en modo alguno a la Religión, ni al fin de los Seminarios, y notando el falso celo, y los torcidos fines que animaban a los que lo censuraban. El efecto ha demostrado que eran justas las advertencias [166] de este Autor, y vanas las exclamaciones que se hicieron en contra por entonces. La piedad, la buena moral, la sana filosofía, y la sólida erudición florecen actualmente en aquel Seminario, de suerte que puede servir de modelo para los demás de España.

     Historia de Gibraltar. 1782 cuarto: un tomo. En las Efemérides literarias de Roma se da el extracto de esta obra con un elogio muy particular. «La gravedad, dicen sus Autores, el juicio, la claridad y la elegancia caracterizan esta apreciable historia, y el Autor benemérito de las letras por varias producciones aplaudidas, y especialmente por la Carta sobre la Historia literaria de España de los Padres Mohedanos, y por el elegante, bellísimo y docto poema latino intitulado Thermae Archenicae, traducido por él mismo en verso castellano, con la Historia de Gibraltar, ha correspondido plenamente al crédito que ya se había adquirido».

     La Carta de que hacen aquí mención los Autores de las Efemérides de Roma, es la que se publicó en 1781 con el título de Carta crítica del Bachiller Gil Porras Machuca. Después han parecido otras dos sobre el mismo asunto, que se atribuyen al mismo Señor Ayala, la una intitulada Reflexiones críticas del Licenciado Cosme Berruguete y Maza, en 1783; y la otra la Carta misiva del Doctor [167] Fulgencio de Rajas y Peñalosa, en 1784. Aunque este género de escritos no suele ser por lo común el más oportuno para el adelantamiento de las ciencias, particularmente cuando en ellos se propasan a personalidades, o se valen los Autores de la autoridad, la recomendación, y de otros medios bajos para confundir a sus contrarios: son muy útiles cuando están hechos por una buena pluma; porque el temor de la censura y de la crítica obliga a los Autores a que pongan más cuidado en las producciones que dan al público.

     Las del Señor Ayala se dice que son de esta naturaleza; que son juiciosas sus observaciones; que hay gracia en el estilo, y fina crítica en los pensamientos. Prueba que se ha hecho injuria a muchos de nuestros Historiadores, afirmando que no entendieron bien en algunos lugares a los antiguos: y siendo Mr. Goguette uno de los Autores de quienes más se han valido los Padres Mohedanos, nota con mucho juicio, que para asegurar cosas antiguas no debe valer nada la autoridad de este Francés; en cuya comprobación cita varias equivocaciones muy notables en que incurrió. Por ejemplo: dice citando a Plutarco y a Heródoto, que los Egipcios no usaban sal, no comían pescado y evitaban toda alianza con los marineros lo cual es falso; porque Heródoto y Plutarco [168] hablaron precisamente de los Sacerdotes, y no de los Egipcios en general. También el mismo Mr. Goguette dice citando a Plinio, que los Egipcios no tenían madera para construcción de navíos, cuando lo que Plinio dice es, que no tenían abeto, pero sí cedro, del que se valían para las embarcaciones. Continua notando otras equivocaciones de aquel sabio, cuyo ejemplo debe tenerse muy presente, para que ningún Escritor moderno se fíe de otro enteramente cuando se habla de cosas antiguas; en cuyo caso aconseja la razón, que se deben consultar los Autores originales contemporáneos, o que más se acercan a los tiempos de que se trata.

     En las citadas Efemérides literarias de Roma de 17 de mayo de 1783, hablando de la Historia de Gibraltar de Don Ignacio López de Ayala, se concluye el artículo con las palabras siguientes: «Aunque suelen ser infructuosas para las Naciones las apologías contenciosas, y casi siempre problemáticas, no sucede así con los libros doctos y útiles, como este del Señor Ayala; los cuales al instante encuentran protectores, así entre los extranjeros, como entre los compatriotas. Vengan, pues, de fuera semejantes frutos inmortales y las Naciones sin necesidad de escritos apologéticos, se conciliarán la admiración de los contemporáneos, aun de los extraños, y el aplauso [169] de la posteridad en todos climas.» (28)

     Estas son las principales obras que se han impreso del Señor Ayala, en las que no van incluidas muchas poesías sueltas publicadas con varios motivos.

     Tiene también acabado un poema latino intitulado Cetarion, sive de Thynnorum ad fretum Herculeum piscatura. Lib. III. Expone en él todo lo perteneciente a la historia natural de los atunes, su mansión, pasaje, motivos de éste, la antigüedad de su pesca, en las costas de Andalucía, los instrumentos y maniobras que en ella se emplean, el saladero, y el comercio que se hace de ellos, con todas las demás circunstancias que pueden contribuir a dar una completa idea de pesca tan famosa en tiempos antiguos y modernos. Trata al mismo tiempo de muchos puntos curiosos, así de Física, como de Historia: por qué los atunes pasan siempre próximos a la orilla; por qué en un tiempo, y no en otro; por qué son tan medrosos; por qué de algunos años a esta parte escasea esta pesca; por qué pertenece a la Casa de Medina [170] Sidonia; cómo siendo el atún tan corpulento, tiene tan corto vientre, ni se le halla comida sólida; y en fin, cómo se conservan; con otras particularidades.

     Para dar alguna idea del estilo y mérito de este poema pondré el siguiente pasaje, en que se trata del gran comercio que hacía antiguamente los Españoles con este ramo de comestibles, y de las causas de su decadencia. Después de hablar de su saladura y preparación, continúa diciendo:

                               Hinc iterum vestras olim venistis in oras,
Salsa cohors Thynnûm. Sequitur post fata meandi
Sors eadem miseros. Primum manus anxia captat,
Largior hinc praedam populos partitur in omnes.
Certatim, quondam Proceres obsonia mensis
Quaesivere suis. Longe petiistis, Athenae,
Maxima convivis habiturae obsonia gentis
Principibus: Gades, piscosum et ab Hercule littus
Pars sermonis erat, postquam Artaxerxis inanes
Calcavistis opes, et Persidis arma ruentis.
Noverat has epulas, mensaeque arcessit, amico
Cum primum Antonio, vel cum tibi, fortis Jule,
Post tua quam vidit victricia Pharsalos arma,
Accubuit cupido regina incesto Canopi.
Quid Sybarim mollem, quid Bruttia moenia, et arces [171]
Campanûm, atque urbem, Teucro a ductore, Tarentum?
Herculeas longa positas regione columnas,
Thynnorumqute dapes, et salsamenta petebant;
Perque undas, superante salo, erroresque viarum
Ad fines Italos, et Achaica ad moenia passim
Sollicitus venum vectabat navita merces.
Cesserat his scombrus, tenuisque solebia, mullus
Discerptus, coliasque tener, cum Roma nepotes
Romulidum ad coenas, et blanda alimenta vocabat:
Pars epulis potior Thynnus: convivia Divûm
Thynnus erat, teneroque dapes quaesita palato.
Praecipue abdomen, longumque amplexa catinum
Pars extrema; cavo traheret sive amphora ventre.
Dissectum, et conditum animal; seu dolia corpus
Servarent solidum muriae exhalantia fumos.
Jam modo quae veteris restant vestigia mercis?
Vix scapha, vix fragiles, et sine nomine lintres
Hesperiae ad tractus cognataque nomina Iberûm,
Corpora salsa vehunt. Caussa, aut sit inertia gentis
Piscantis; vel turba minor, quae vitat acerba
Littora, Thynnorum, vel salsamenta vetusti
Temporis oblita; aut tandem quas mittit ab undis
Siccatas Nova-Terra dapes, queis vilius emptis,
Udique et expositis, Thynni cessere secundi.

     AYMERICH (el Abate Don Mateo) Prolusiones Philosophicae, seu verae et germanae [172] Philosophicae effigies criticis aliquot orationibus et declamationibus adumbrata. Barcinone apud Paulum Nadal. 1756.

     El P. Aymerich fue uno de los primeros que empezaron a declamar en Cataluña contra los Peripatéticos, y a introducir la reforma de la Filosofía. Estas prolusiones las solía recitar con motivo de defender conclusiones algunos jóvenes, a cuyos ejercicios presidía, y de ellas formó después esta colección, añadiendo algunas otras, que en todas componen diez y siete. Aunque en ellas no se encuentra la pintura de la Filosofía tan perfecta como se podría desear, a lo menos en este tiempo, con todo son recomendables por la pureza de su estilo en las materias de que tratan. Habiéndolas leído el Papa Benedicto XIV. dijo al P. Galindo, General de los Menores, que tenían poca razón los que notaban en los Españoles la falta de aplicación a las Humanidades, y de elegancia en la lengua Latina, asegurándole al mismo tiempo que este libro tenía ánimo de colocarlo en su Biblioteca reservada.

     Nomina et acta Episcoporum Barcinonensium binis libris comprehensa, atque ad Historiae et Chronologiae rationem revocata. Barcinone: anno 1760 apud Jo. Nadal: cuarto. Esta obra la compuso a instancias del Señor Sales Obispo de Barcelona para purgar la [173] historia de los Obispos de aquella Iglesia de las fábulas con que estaba mezclada, particularmente en el Episcopologio de Corbelló. Contiene dos libros. El primero de ellos está dividido en cinco partes. En la primera se habla de los Obispos de Barcelona en los cuatro primeros siglos de la Iglesia hasta San Paciano. En la segunda y tercera trata particularmente de San Severo, quien prueba contra Mayans, que fue Obispo de Barcelona. En la cuarta se disputa sobre varios Obispos y Mártires, que introduce Corbelló, fundado en la autoridad de Flavio Dextro, cuyo Cronicón reconoce por falso; pero escusa en algún modo al P. Higuera. Y en la quinta de los obispos de Barcelona en tiempo de los Godos y los Árabes hasta el siglo once. El segundo libro contiene el catálogo de los Obispos indubitables de Barcelona, dividido en otras cuatro partes. La primera manifiesta los Obispos que consta ciertamente hubo en aquella Ciudad hasta la irrupción de los Moros. La segunda incluye los que lo fueron desde 713 hasta el 1117. La tercera llega hasta el de 1600. Y la cuarta hasta el de 1759.

     Con motivo de haberse escrito por un anónimo, que para entender en España algún texto Griego o Hebreo de los Libros Sagrados, era menester enviar un correo a Italia, se ponen al principio una inscripción [174] Griega, y un elogio en Hebreo del Señor Sales, que había hecho el P. Larraz; una gratulatoria del P. Company al mismo, también en Hebreo, y un epigrama en Griego y en Latín del P. Luciano Gallisá, Catedrático de Humanidades en la Universidad de Cervera. Este es ahora Bibliotecario de la Universidad de Ferrara, y he visto una carta escrita desde Italia por un sabio muy acreditado, en que se dice que es sujeto de los más versados de Europa en erudición bibliográfica; que une a su vastísima erudición un gusto muy fino, y perfecta inteligencia del Griego, y otras lenguas Orientales, además de las lenguas comunes; y que de cuantos hombres doctos ha tratado, difícilmente antepondría alguno a este.

     Q. Moderati Censorini, de vita et morte Latinae Linguae Paradoxa Philologica, criticis nonnullis dissertationibus exposita, asserta et probata. Praemittuntur el interseruntur colloquia inter erudium civem Ferrariensem et Hispanos aliquot de rebus ad humaniores praesertim litteras spectantibus cum adjunctis unicuique dissertationi adnotationibus. Ferrariae: 1780 octavo.

     Esta obra está dividida en cuatro disertaciones. En la primera prueba que la lengua Latina, o bien se tenga por lengua muerta, o por viva, puede enriquecerse con nuevas voces. En la segunda defiende contra [175] la opinión común, que la lengua Latina no debe tenerse por lengua muerta; para lo cual prueba con muchas razones, que ésta nunca fue la vulgar de los Romanos, sino particular de los eruditos, de un modo muy semejante a lo que ahora sucede; y que aunque su uso padeció muchísimo con las irrupciones de los Bárbaros, mas nunca se interrumpió del todo en las Provincias que estuvieron sujetas al Imperio Romano. En la tercera sostiene, que lejos de deberse tener los Cristianos de los primeros siglos por corruptores de la primera lengua Latina, les debió ésta muchos aumentos por las nuevas voces que le añadieron. Lo mismo dice de los Teólogos Escolásticos, que para tratar de cosas nuevas, y explicarlas sin rodeos, han inventado los términos que llaman de escuela, y nuevas locuciones. En la tercera se hace mención de los buenos Escritores Latinos de estos últimos tiempos, algunos de los cuales afirma que han escrito con más pureza y elegancia que muchos Romanos del siglo de Augusto y de los inmediatos. La quinta es una censura de la Historia crítica de la lengua Latina de Valchio, en la que prueba que no fue tanta la ignorancia de la lengua Latina aun en los siglos bárbaros, como intenta persuadir aquel Autor. Finalmente se añade en un apéndice a la tercera, otra en que se demuestra, que son vanos los esfuerzos [176] de los Filósofos para llegar a la verdadera sabiduría sin las luces divinas, y sin el auxilio de las Sagradas Escrituras. En la introducción a esta se da noticia de algunas otras obras que tiene trabajadas el Autor, quien según manifiesta en otra parte, piensa también en publicar otra obra intitulada: Biblioteca Exulum Hispanorum, Lusitanorum, Americanorum.

     Specimen veteris Romanae litteraturae deperditae, seu latentis... adjectis plurimis adnotationibus, &c. Ferrariae 1784: en cuarto. No he visto esta obra todavía; pero quien me ha dado noticia de ella, me asegura que puede servir de suplemento a la Biblioteca de Fabricio, aun después de las adiciones de Ernesto.

     Tampoco he visto la Relazione autentica dell' accadutto in Parnaso, en que se finge el juicio que hizo Apolo contra la sátira de Logarinio, impresa en Ferrara en 1782.

     AZARA (Don José Nicolás de) Caballero de la Orden de Carlos Tercero, del Consejo de S. M. en el de Hacienda, su Agente y Procurador General en la Corte de Roma.

     Obras de Garcilaso de la Vega ilustradas con notas. Madrid 1765. El Señor Don Nicolás de Azara viendo lo afeada que estaba la lengua Castellana por varias causas, y particularmente por las malas traducciones del Francés, se había propuesto el reimprimir las [177] obras de sus mejores Escritores, para que teniendo a la vista buenos modelos, contuvieran la libertad y facilidad con que algunos la corrompían, introduciendo voces y frases desconocidas en nuestro idioma. Para esto empezó por Garcilaso, mejorando la edición con la corrección del texto, y con algunas notas oportunas, que señalan los lugares de varios Autores Latinos y modernos, que imitó aquel Autor, y explican algunos versos obscuros y voces anticuadas. Precede un prólogo escrito con mucho gusto, en que da noticia de los varios estados en que se ha visto nuestra lengua, y de las causas de sus progresos y decadencia.

     Obras de Don Antonio Rafael Mengs, primer Pintor de Cámara del Rey. En Madrid. En la Imprenta Real de la Gaceta: 178O: un tomo en cuarto mayor.

     El Jurisconsulto Italiano Juan Vicente Gravina, dijo que no había cosa más apreciable que la amistad de un Español. Puede citarse por una de las pruebas de aquella opinión el ejemplo del Señor Don José Nicolás de Azara. No contento con los buenos oficios que hizo con Don Antonio Mengs cuando se le preguntó reservadamente la causa de su larga detención en Roma, y en otras muchas ocasiones; después de muerto mandó labrar en bronce su retrato, el que colocó en su sepulcro, con una inscripción que honrará eternamente al [178] Pintor que la mereció, y al amigo que la puso (29). Escribió su vida, y publicó sus obras, las que acompañó con un comentario suyo al tratado sobre la Belleza del mismo Mengs.

     Este Autor en todos sus escritos tenía cierta obscuridad, nacida así de su estilo propio, como del sistema Platónico y Leibniciano, que seguía generalmente, aunque ilustrado con sus propias observaciones. El Señor Azara, después de haber censurado estos dos sistemas, como también los de Hutcheson, el P. Andrés, y el de Mr. Diderot, propone el medio que debe adoptarse en esta cuestión tan metafísica. Prueba que la belleza está realmente en las cosas; advierte qué es lo que las hace bellas; distingue la belleza del agrado; habla del gusto en la Pintura; del deleite que produce en las artes la belleza; y últimamente trata de varias partes de la Pintura, cuales son el claro obscuro, la composición, la expresión, y de lo grande, mediano y pequeño.

     La Vida que precede a las obras de Mengs, al mismo tiempo que convence haber sido este Alemán el Pintor Filósofo, y [179] el Apeles de nuestro siglo, manifiesta el buen juicio, y exquisito gusto del Editor, cuyas notas son también muy apreciables.

     Las obras de Mengs que se contienen en este tomo, son: Reflexiones sobre la Belleza y Gusto en la Pintura: Pensamientos sobre los grandes Pintores Rafael, Correggio, Ticiano, y los antiguos: Carta a Monseñor Fabroni sobre el grupo de Niobe: Carta a Mr. Esteban Falconet, Escultor Francés en Petersburgo: Fragmento de un discurso sobre los medios para hacer florecer las Bellas Artes en España: Carta de Don Antonio Rafael Mengs a Don Antonio Ponz: Carta a un Amigo sobre el principio, progresos y decadencia de las Artes del Diseño: Noticias de la vida y obras de Antonio Alegri, llamado el Correggio: Reflexiones sobre las excelencias de Corregio: Lecciones prácticas de Pintura: Carta a un Amigo sobre la constitución de una Academia de las Bellas Artes.

     El Señor Don Nicolás de Azara es el sujeto de quien dice Don Guillermo Bowles, que se valió para que le arreglara los borradores de su Introducción a la Historia Natural de España, allanando muchas dificultades que se oponían al progreso de aquella obra, y añadiéndola algunas notas muy curiosas y útiles.

Arriba