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[Esta edición presenta la páginación original de los dos tomos (N. del E.)]

 

2

Ensayos, lib. II, cap. III. (N. del T.)

 

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El buen padre que Dios me dio enviome desde la cuna, para que me criara, a un pobre lugar de los suyos, y allí me dejó mientras estuve al cuidado de la nodriza, y aun después, acostumbrándome a la más baja y común manera de vivir: Magna pars libertatis est bene moratus venter... Su designio iba además a otro fin encaminado: quiso juntarme con el pueblo y la condición humana que ha menester de nuestra ayuda, pues consideraba que yo debía mirar mejor hacia quien me tiende los brazos que a quien me vuelve la espalda; por razón también en la pila bautismal me colocó en manos de gentes cuya fortuna era de las más abyectas, para a ellas unirme y obligarme. -Ensayos, lib. III, cap. XIII. (N. del T.)

 

4

Libro I, cap. XXV. (N. del T.)

 

5

De todos modos Montaigne se guardará bien de competir con los doctores consumados de París, Cambridge, Heidelberg o Rotterdam. Dejándolos gozar en calma del placer que procura el disputar metódicamente, ningún deseo abriga de usurpar los privilegios de que gozan, ni tampoco de suscitar su envidia. -Cénac Moncaut, Histoire du caractère et de l'esprit français depuis les temps les plus reculés jusqu'a la Renaissance, tomo III, pág. 427. París, 1868. (N. del T.)

 

6

Este erudito refiere en sus Cartas (libro XVIII, § 1), «que habiendo encontrado a Montaigne en los Estados de Blois, en el año 1588, no le ocultó que había tropezado en muchos pasajes de su obra con un no sé qué del hablar gascón, y como no quisiera creerme, añado, le llevé a mi cuarto, donde tenía su libro, y allí lo mostré muchas maneras de expresarse familiares, no a los franceses sino solamente a los gascones». (N. del T.)

 

7

Bayle-Saint-John, Montaigne the essayist, a biography, tomo I. -Londres, 1852. (N. del T.)

 

8

Pablo Bonnefon, tomo III, cap.VIII de la Histoire de la Langue et de la Littérature française, dirigida por M. Petit de Julleville, págs. 457 y 458. (N. del T.)

 

9

Este cargo tenía por entonces cierto lustre e importancia política, que perdió luego, desde el siglo XVII, por haber dejado de ser electivo.

«En el ángulo septentrional que formaban las calles de los Mínimos y de las Minimitas estaba situada en Burdeos la residencia de Montaigne. Distinguíase de las otras casas del barrio por sus tejados, cubiertos de pizarra. Frente a este palacio, que era muy modesto, se veía aun no ha mucho un patio pequeño cuya entrada decoraban las armas de Montaigne.» En 1843 escribía estas líneas el arqueólogo bordalés Bernadau. Se ignora la fecha precisa en que desapareciron las huellas de esta vivienda; sólo se sabe, según testifica otro anticuario de la misma ciudad, M. Millin, que existían todavía hacia el año 1811. (N. del T.)

 

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Nouveaur Lundis, tomo VI. (N. del T.)