Al Ciudadano Lázaro Cárdenas, Presidente
de la República Mexicana, y fundador y presidente
honorario de La Casa de España en México.
Homenaje de gratitud.
Libro I
Doctrina de un poeta español en 1939
Yo no tengo diplomas
Hace ahora -por estos días- un año justo
que regresé a México. Y poco más de
un año que abandoné definitivamente España.
Vine aquí casi como el primer heraldo de este éxodo.
Sin embargo, yo no soy un refugiado que llama hoy a las puertas
de México para pedir hospitalidad. Me la dio hace
diez y seis años, cuando llegué aquí
por primera vez, solo y pobre y sin más documentos
en el bolsillo que una carta que Alfonso Reyes me diera en
Madrid, y con la cual se me abrieron todas las puertas de
este pueblo y el corazón de los mejores hombres que
entonces vivían en la ciudad. Con aquel sésamo
gané la
—14→
amistad de Pedro Henríquez Ureña,
de Vasconcelos, de Don Antonio Caso, de Eduardo Villaseñor,
de Daniel Cosío Villegas, de Manuel Rodríguez
Lozano... Entre todos se pudo hacer que yo defendiese mi
vida con decoro...
Después, México me dio
más: amor y hogar. Una mujer y una casa. Una casa
que tengo todavía y que no me han derribado las bombas.
Ahora que tanto español refugiado no tiene una silla
donde sentarse, tengo que decir esto con vergüenza.
Pero tengo que decirlo. Y no para mostrar mi fortuna, sino
mi gratitud. Y para levantar la esperanza de aquellos españoles
que lo han perdido todo...
Españoles del éxodo
y del llanto, México os dará algún día
una cama como a mí. Y más todavía. A
mí me ha dado más. Al llegar aquí el
año pasado, después de leer en este mismo sitio
mi poema «El Payaso de las Bofetadas y el Pescador de Caña»,
La Casa de España en México me abrió
generosamente sus puertas. Tal ha sido mi fortuna
—15→
en esta
tierra, que ahora, viendo que los dados salen siempre en
mi favor, me pregunto como Zaratustra: «¿Seré yo un
tramposo?»
Y creo que esta noche, para definir mi conducta
y aliviar mi conciencia, ha llegado la hora de rendir cuentas
a México y a La Casa de España. Esta noche,
después de un año de residencia en esta tierra
y un año de labor en esta Institución, quiero
preguntar a todos: ¿Qué vale lo que hace un poeta?
Porque yo no tengo una cátedra ni una clínica
ni un laboratorio; ni recojo ni investigo. Y quiero preguntar
en seguida: el dolor y la angustia de un poeta, ¿no valen
nada?
Estos versos que ahora voy a leer, mi elegía
«El Hacha» y mi poema «El Payaso de las Bofetadas»... que
han nacido en esta tierra y en estos doce meses últimos,
¿no sirven para pagar en cierta medida algunas de las mercedes
que me ha otorgado México?
Amigos míos, esta
noche habéis venido aquí
—16→
a contestar a estas
preguntas. Todos. Todos los que me escucháis. Los
mexicanos y los españoles; y supongo que también
ese hombre encendido de cólera, que grita todos los
días en la prensa: ¿quién es ése? ¿por
qué ha entrado ése? ¿quién le ha abierto
las fronteras y la puerta de plata? Que muestre sus diplomas.
¿Dónde están sus diplomas?
Yo no tengo diplomas.
Mis diplomas y mi equipaje se los ha llevado la guerra y
no me quedan más que estas palabras que ahora vais
a escuchar:
Polvo y lágrimas
Vivimos en un mundo que se deshace y donde todo empeño
por construir es vano. En otros tiempos, en épocas
de ascensión o plenitud, el polvo tiende a aglutinarse
y a cooperar, obediente, en la estructura y en la forma.
Ahora la forma y la estructura se desmoronan y el polvo reclama
su libertad y autonomía. Nadie puede organizar nada.
Ni el filósofo ni el poeta. Cuando
—17→
sopla el huracán
y derriba la gran fortaleza del Rey, el hombre busca su defensa
en los escombros. No con éstos los días de
calcular cómo se ha de empotrar la viga maestra, sino
de ver cómo libramos de que nos aplaste la vieja bóveda
que se derrumba. Nadie tiene hoy en sus manos más
que polvo. Polvo y lágrimas. Nuestro gran tesoro.
Y tesoro serían si el hombre pudiese mandarlos. Pero
nada podemos. Somos pobres porque nada nos obedece. Nuestra
riqueza no se midió nunca por lo que tenemos, sino
por la manera de organizar lo que tenemos. ¡Ah, si yo pudiese
organizar mi llanto y el polvo disperso de mis sueños!
Los poetas de todos los tiempos no han trabajado con otros
ingredientes. Y tal vez la gracia del poeta no sea otra que
la de hacer dócil el polvo y fecundas las lágrimas.
Y esta es mi angustia ahora: ¿Dónde coloco yo mis
sueños y mi llanto para que aparezcan con sentido,
sean los signos de un lenguaje y formen un poema inteligible
y armonioso?
—18→
Un poema es un testamento
Un poema es un testamento sin compromisos con nadie y donde
no hay disputas ni con el canónigo ni con el regidor.
Donde no hay política. A la hora de la muerte, no
hay política. Ni polémica tampoco. Polémica,
¿contra quién? Como no sea contra Dios... Porque delante
del poeta no están más que el misterio, la
Tragedia y Dios. Detrás quedan los obispos y los comisarios.
Y para tener polémica con ellos tendrían que
dar un paso hacia adelante y tirar la mitra y los galones.
El poeta va descubierto y sin adjetivos. Es el hombre desnudo
que habla y pregunta en la montaña, sin que le espere
ya nadie en la ciudad. Habla siempre dentro del círculo
de la muerte y lo que dice, lo dice como si fuese la última
palabra que tuviera que pronunciar. La muerte está
tumbada a sus pies cuando escribe, esperando a que concluya.
Y cuando ya no tenga nada que decir, nada que confesar, la
muerte se pondrá de pie y le dirá, cogiéndole
del brazo: ¡Vámonos!
—19→
Sus últimas palabras
serán éstas:
Me voy.
Os dejo mi silla
y me voy.
No hay bastantes zapatos
para todos
y me voy a los surcos.
Me encontraréis
mañana
en la avena
y en la rumia del buey
dando
vuelta a la ronda.
Seguidme la pista, detectives,
dadme
la pista como Hamlet al César.
Anotad:
El poeta
murió.
El poeta fue enterrado,
el poeta se transformó
en estiércol,
el estiércol abonó la
avena,
la avena se la comió el buey,
el buey fue
sacrificado,
—[20]→
con su piel labraron el cuero,
del cuero
salieron los zapatos...
Y con estos zapatos en que se ha
convertido el poeta
¿hasta cuándo -yo pregunto, detectives-
hasta cuándo seguirá negociando
el traficante
de calzado?
¿Por qué no hay ya zapatos para todos?
Este poema es una vieja canción de amor que han matado
los hombres y que el poeta quiere recrearla con su vida.
Nunca se recrea nada con menos. Es un grito cristiano que
los obispos han clavado en la moda inacabable de la liturgia
eclesiástica para que la asesine la rutina. Y el líder
político que la lleva en su programa también,
la ha lanzado al viento como una amenaza para que la estrangule
el rencor. Ahora está muerta y no tiene eficacia ni
en el norte ni en el sur. Las tribunas proletarias y los
púlpitos no son más que guillotinas
—21→
del amor.
Del amor que el poeta salva día tras día de
la rueda mecánica de las oratorias y de la bocina
de las propagandas. El poeta va recreando con su angustia
viva, las esencias vírgenes que matan sin cesar el
político y el eclesiástico esos hombres que
piensan que ganan todas las batallas y dejan siempre seco
y muerto el problema primario de la justicia del hombre.
Cuando todas las demagogias han manchado de baba las grandes
verdades del mundo y nadie se atreve ya a tocarlas, el poeta
tiene que limpiarlas con su sangre para seguir diciendo:
aquí todavía la verdad.
¿Por qué no
hay ya zapatos para todos?
Las biblias las hacen y las renuevan
los poetas; los obispos las deshacen y las secan; y los políticos
las desprecian porque piensan que la parábola no es
una herramienta dialéctica.
—22→
¿Quién es el obispo?
Los políticos hacen los programas, lo obispos las
pastorales y los poetas los poemas. Pero el poeta habla el
primero y grita antes que ninguno la congoja del hombre.
El político, después, ha de buscar la manera
de remediar esta congoja, cuando esta congoja no está
en la mano de los dioses. Si está en la mano de los
dioses, interviene el obispo con su procesión de mascarones
y da al problema una solución falsa y medrosa.
El
poeta es el que habla primero y dice: esto está torcido.
Y lo denuncia. O esto es un misterio, y pregunta: ¿por qué?
Pero cualquiera puede denunciar y preguntar. Sí. Pero
la denuncia y la pregunta hay que hacerlas con un extraño
tono de voz, y con un temblor en la garganta, que salgan
de la vida para buscar la vida. Y esto es lo que diferencia
al poeta del arzobispo.
El poeta conoce la Ley y quiere
sostenerla viva
—23→
. El obispo conoce la retórica y el
rito anacrónico de la Ley: la Ley muerta. Los políticos
no conocen más que las leyes. Y las leyes están
hechas sólo para que no muera la Ley.
Cuando no hay
poetas en un pueblo, el juez y los magistrados se reúnen
en las tabernas, y firman sus sentencias en los lechos de
las prostitutas.
Cuando no hay poetas en un pueblo (es decir,
Ley viva), los obispos (es decir, la Ley muerta) celebran
los concilios en los sótanos de sus palacios para
bendecir la trilita de los aviones.
El obispo o el arzobispo,
en este poema, es el jerarca simbólico de todas las
podridas dignidades eclesiásticas de España:
el que hace las encíclicas, las pastorales, los sermones,
las pláticas, lleva al templo la política y
los negocios de la plaza y afianza bien las ametralladoras
en los huecos de los campamentos para dispararlas contra
el hombre religioso, contra el poeta que dice:
—24→
¿Dónde
está Dios? Rescatémosle de las tinieblas.
Porque...
Dios que lo sabe todo
es un ingenuo
y ahora está
secuestrado
por unos arzobispos bandoleros
que le hacen
decir desde la radio
«Hallo! Hallo! Estoy aquí con
ellos».
Mas no quiere decir que está a su lado
sino
que está allí prisionero.
Dice dónde
está, nada más,
para que nosotros lo sepamos
y para que nosotros lo salvemos.
Reparto
La España de las harcas no tuvo nunca poetas. De
Franco han sido y siguen siendo los arzobispos, pero no los
poetas. En este reparto injusto
—25→
, desigual y forzoso, del
lado de las harcas cayeron los arzobispos y del lado del
éxodo, los poetas. Lo cual no es poca cosa. La vida
de los pueblos, aún en los menesteres más humildes,
funciona porque hay unos hombres allá en la Colina,
que observan los signos estelares, sostienen el fuego prometeico
y cantan unas canciones que hacen crecer las espigas.
Sin
el hombre de la Colina, no se puede organizar una patria.
Porque este hombre es tan necesario como el hombre del Capitolio
y no vale menos que el hombre de la Bolsa. Sin esta vieja
casta prometeica que arrastra una larga cauda herética
y sagrada y lleva sobre la frente una cresta luminosa y maldita,
no podrá existir ningún pueblo.
Sin el poeta
no podrá existir España. Que lo oigan las harcas
victoriosas, que lo oiga Franco:
Tuya es la hacienda,
la casa,
—[26]→
el caballo
y la pistola.
Mía es la voz antigua de la tierra.
Tú te
quedas con todo
y me dejas desnudo y errante por el mundo...
mas yo te dejo mudo... ¡Mudo!
¿Y cómo vas a recoger
el trigo
y a alimentar el fuego
si yo me llevo la canción?
Nos salvaremos por el llanto
En un poema no hay bandos. No hay posiciones rojas ni blancas.
No hay más que una causa: la del hombre. Y por ahora,
la de la miseria del hombre.
El poeta no viene a construir
ninguna fortaleza ni con el hombre rojo ni con el hombre
blanco ni con las amatistas de los obispos, porque con
—27→
el
hombre de cualquier enseña no se puede construir hoy
nada perdurable, ni aquí ni en ninguna latitud.
Yo
me miro las manos y no me las veo ni rojas ni blancas ni
moradas, sino llenas del barro y del limo de la primera charca
del mundo. Creo que me las iré limpiando con lágrimas;
pero casi no hemos comenzado a llorar. Mi programa, es decir,
mi tema poemático predilecto es éste: «Nos
salvaremos por el llanto». Esta es mi política y mi
dialéctica también.
Creo en la dialéctica del llanto.
El hombre llora
al medio día y en la noche...
y entre dos luces,
cuando canta el gallo.
El llanto no está en los programas
de los políticos ni en las pragmáticas de los
jerarcas. Está en los versículos de los profetas
y en el corazón engañado y afligido del hombre.
Pero el llanto juega más que las leyes en la evolución
de los
—28→
pueblos. El llanto rompe las fronteras políticas
del mundo y hará que un día los hombres se
entiendan mejor. Ya, hoy mismo que hablamos tantos idiomas
distintos, lloramos todos igual. Antes no era así.
El llanto tenía sus ritos indígenas y su ceremonia
vernácula, pero ahora yo he visto que una madre china
llora igual que una madre española. Las lágrimas
son internacionales y para ganar la igualdad de los hombres,
pueden más que los conceptos marxistas. Y estos mismos
conceptos nacieron del llanto. Lástima que no se haya
aclarado esto bien y muchos crean todavía que han
nacido del odio.
Este libro no es más que llanto
-¿qué otra cosa puede producir hoy un español?
¿Qué otra cosa puede producir hoy el hombre?- Pero
para que no me tildéis de jeremíaco y digáis
que mi dolor es demasiado cínico, lo he vestido casi
siempre de humor. Mejor sería decir que he metido
mis lágrimas en una vejiga de bufón, con la
que doy golpes inesperados. y parece que voy
—29→
espantando las
moscas. Es una vejiga de trampa. Pero la trampa aquí
no es contrabando; es pudor nada más, del que no quiere
mostrar en su equipaje lo que a algunos no les gusta ver
todavía. Los españoles hemos llorado mucho
y hemos aprendido a llorar bien, pero no venimos aquí
a tomar el papel de plañideras en ninguna funeraria.
En México, estaría fuera de tono y no sería
negocio, además. Los mexicanos saben mejor que nadie
dar una manchincuepa en un ataúd. Hay una agencia
de pompas fúnebres en Cuernavaca que se llama «¿Quo
vadis?». En México -¡tan triste!- se ríen los
esqueletos. Yo también me voy a reír.
Llanto y risa
Pero mi risa ahora no es la risa de aquellos poema deshumanizados
de nuestros últimos días de paz, que decían:
«la poesía no es más que juego de manos y chanzas
de juglar; el dolor y la
—30→
tragedia no existen». No. Estos
poetas eran merolicos y charlatanes de barraca, que ya han
enmudecido; pero para que se callasen, ha tenido que verterse
mucha sangre española.
A veces he pensado que esta guerra,
que esta guerra nuestra
se hizo contra los estetas
y contra los poetas,
contra
los poetas que decían:
todo es juego y pirueta...
¡Y habían olvidado la Tragedia!
Ahora la poesía
en España, no es más que llanto y risa. Y la
risa aquí, es sólo llanto transformado, llanto
invertido. Cuando se eleva el quejido y se va a perder o
a quebrar como en nuestra copla clásica o en el salmo
judaico, se le vuelve a la tierra con un cambio brusco de
tono o con otro artificio. En la poesía, frecuentemente,
con un retroceso grotesco, sarcástico, extravagante.
Es un juego de sombras y de luces, un contraste
—31→
de
climas que en España, Cervantes ha movido mejor que
ningún poeta del mundo. Shakespeare es maestro en
este mecanismo también. Pero lo que en Cervantes es
contraste vivo, de carne y hueso, en Shakespeare es sólo
contraste verbal. Shakespeare juega siempre con conceptos
y frases y con personajes forasteros; con invenciones, con
símbolos universales. Su arte es siempre artificio,
virtud genial de comediante maravilloso que sabe llorar por
cualquiera, por gentes extrañas y lejanas, por fantasmas,
por mitos... por Hécuba.
«¿Y qué le importa
a él Hécuba y a Hécuba que le importa
él para que así la llore?»
En Cervantes (en
El Quijote) no hay invención y apenas artificio; el
necesario nada más para darlo forma poemática
a la realidad española.
Hécuba, para Cervantes,
es su patria, su casa... él mismo. Cervantes no juega,
no ríe y llora con un sueño, con una sombra
remota, sino
—32→
con su misma carne y con la carne dolorida y
condenada de su pueblo.
Cuando el bachiller y unas fuerzas
confabuladas derrotan a Don Quijote en la playa de Barcelona,
el poeta sabe que más tarde, tal vez tres siglos más
tarde, en el mismo sitio, el mismo Bachiller y las mismas
fuerzas confabuladas han de derrotar a España para
siempre. La verdad poética se adelanta a la verdad
histórica. El poeta habla primero. Y cuando Cervantes
mata a Don Quijote, es cuando España se acaba en realidad.
España está muerta. Muerta. Detrás
de Franco vendrán los enterradores y los arqueólogos.
Y los buitres y las zorras que acechan en las cumbres. ¿Qué
otra cosa esperáis? ¿Volver vosotros de nuevo, cuando
se derrumbe la harca de los generales? ¡Los éxodos
no vuelven! ¿y a qué ibais a volver? ¿A darle otra
vuelta al aristón? ¡Ya no hay más vueltas!
Pero un pueblo, una patria, no es más que la
—33→
cuna
de un hombre. Se deja la tierra que nos parió como
se dejan los pañales. Y un día ge es hombre
antes que español.
Repartamos el llanto
Y tal vez esto, que nos parece ahora tan terrible a algunos
españoles del éxodo, no sea en fin de cuentas
más que el destino del hombre. Porque lo que el hombre
ha buscado siempre por la política, por el dogma,
por las internacionales obreras ¿no nos lo traerá
el llanto? El hombre construye a priori fórmulas para
organizar el mundo. Pero estas fórmulas se aman y
mueren todos los días al contacto con la vida. La
vida, la historia... Dios, tienen otros recursos. ¿No será
uno de estos recursos el llanto? ¡El llanto, viejo como el
mundo!
Ahora el llanto cuenta en su favor con la máquina
también. La máquina lo aligera, lo expande,
lo distribuye todo: la alegría, la ambición,
el
—34→
esfuerzo, la riqueza... ¿por qué no el llanto
también? No hay que decir solamente: la tierra es
de todos, la riqueza de la tierra es de todos, sino el llanto
del mundo es de todos también. Así, ha de comenzar
la nueva revolución de mañana: distribuyendo
el llanto. Demagogos, proletarios ¿por qué no me robáis
ahora mi tesoro? ¿Por qué no me despojáis de
mi fortuna? ¿Por qué no gritáis en seguida:
¡Igualdad, igualdad! ¡Abajo los magnates del llanto! Que
no es justo que un pueblo y un poeta tengan casi todas las
lágrimas de la tierra. ¡Gritad, gritad: Repartamos
el llanto como los ejidos!
El llanto es nuestro
Español del éxodo y del llanto, escúchame
sereno:
En nuestro éxodo no hay orgullo como en el
hebreo. Aquí no viene el hombre elegido, sino el hombre.
El hombre solo, sin tribu, sin obispo y
—35→
sin espada. En nuestro
éxodo no hay saudade tampoco, como en el celta. No
dejamos a la espalda ni la casa ni el archivo ni el campanario.
Ni el mito de un rey que ha de volver. Detrás y delante
de nosotros se abre el mundo. Hostil, pero se abre. Y en
medio de este mundo, como en el centro de un círculo,
el español solo, perfilado en el viento. Solo. Con
su Arca; con el Arca sagrada. Cada uno con su Arca. Y dentro
de esta Arca, en llanto y la Justicia derribado. ¡La Justicia!
La única Justicia que aún queda en el mundo
(las últimas palabras de Don Quijote, el testamento
de Don Quijote, la esencia de España). Si estas palabras
se pierden, si esta última semilla de la dignidad
del hombre no germina más, el mundo se tornará
en un páramo. Pero para que no se pierdan estas palabras
ni se pudra en la tierra la semilla de la justicia humana,
hemos aprendido a llorar con lágrimas que no habían
conocido los hombres.
—[36]→
Españoles:
el llanto es nuestro
y la tragedia también,
como el agua y el trueno de las nubes.
Se ha muerto un
pueblo
pero no se ha muerto el hombre.
Porque aún
existe el llanto,
el hombre está aquí de pie,
de pie y con su congoja al hombro,
con su congoja antigua,
original y eterna,
con su tesoro infinito
para comprar
el misterio del mundo,
el silencio de los dioses
y el reino
de la luz.
Toda la luz de la Tierra
la verá un día
el hombre
por la ventana de una lágrima...
—[37]→
Españoles,
españoles del éxodo y del
llanto:
levantad la cabeza
y no me miréis con ceño,
porque yo no soy el que canta la destrucción
sino
la esperanza.
—38→
Está muerta ¡miradla!
Última escena de un poema histórico y dramático
—41→
Pero algo se dispara de esta danza.
Hay algo más
que vueltas aquí abajo
entre el mirlo y el topo.
De estos cielos que mueren se desprenden
tangentes encendidas...
la conciencia del hombre, acongojada
se escapa de estos
ciclos.
Gira también la honda
pero lanza el guijarro.
La vida es un hondero
no una devanadera.
—43→
-Está muerta. ¡Miradla!
Los que habéis vivido
siempre arañando su piel,
removiendo sus llagas,
vistiendo sus harapos,
llevando a los mercados negros terciopelos
—44→
y lentejuelas,
escapularios y cascabeles...
y luego no
habéis sabido conservar este viejo negocio que os
daba pan y gloria,
quisierais que viviese eternamente.
Pero está muerta. ¡Miradla!
Miradla todos:
los que
habéis robado su túnica
y los que habéis
vendido su cadáver.
¡Miradla!... Miradla
los eruditos
y los sabios:
los traficantes de la cota del Cid
y del
sayal de Santa Teresa.
Miradla,
los chamarileros de la
ciencia, que vendíais por oro macizo, botones, huecos
de latón...
Miradla
los anticuarios,
—45→
los especialistas
del toro y del barroco,
los catadores de cuadros y vinagre...
Miradla
los castradores de colmenas que dabais cera a los
cirios y miel a los púlpitos...
Miradla,
los que
levantabais en las plaza puestos de avellanas y nueces vanas,
y vivíais del rito hueco y anacrónico.
Miradla
los vendedores de bellotas para las gruesas cuentas de los
rosarios,
y los fabricantes de metales para las medallas
y los esquilones.
Miradla
los poetas del rastro, de la
cripta y la carcoma,
los viajantes de rapé y de greguerías,
—46→
los trasplantadores de la torre de marfil
(un fantasma
atraviesa el Atlántico).
Miradla
los pintores de
esputos y gangrenas,
de prostíbulos y patíbulos,
de sótanos y sacristías,
de cristos disfrazados
y de máscaras...
que preguntabais aturdidos:
Y si
España se quita la careta,
se limpia la cara
y abre
la ventana
¿qué pintamos nosotros?
Miradla
los
que estáis negociando todavía
con el polvo
con la carroña
y con la sombra.
Miradla los dialécticos,
—47→
los sanguinarios,
los moderados,
los falsificadores de
velones
y los mercaderes de tinieblas
que en cuanto escuchasteis
esta oferta:
«Toda la sangre de España por una gota
de luz»
gritasteis enfurecidos:
«No, no; eso es un mal
negocio».
Miradla
los que vivíais de la caza y de
la pesca del turista,
y los vendedores de panderetas.
Miradla
los mastines del 98, que en cuanto ganasteis la antesala,
dejasteis de ladrar, pactasteis con el mayordomo, y ahora
en el destierro no podéis vivir sin el collar pulido
de las academias.
—48→
Miradla
los grandes payasos ibéricos
que hicisteis siempre pista y escenario de la patria y decíais
en el exilio: ¡Mi España, la tierra de mi España!
en lugar de decir: ¡La arena de mi circo!
Miradla
los constructores
de ratoneras
y el gran inventor de la contradicción
y
de la paradoja, que se cogió las narices con su
invento.
Miradla
los escritores de novelas y comedias que
buscabais la truculencia y el melodrama y ahora, después
de tres años de guerra y destrucción, habéis
dicho: ¡Basta, ya tenemos argumento!
Miradla
los capitanes
y los comisarios de la retaguardia
—49→
, que os bajabais las
bragas en las tabernas y en los ministerios de Valencia para
mostrar vuestras hazañas, y pedíais en seguida
una silla de plata para el héroe.
Miradla
los copleros
de plazas y mercados que tenéis ya el cartelón
ya el cartel pintado de almagre, las copias hechas, la musiquilla
y el guitarrón. Miradla los gitanos que adobabais
el burro viejo y llenabais de flequillos y revuelos la capa
y la canción para engañar al toro y al payo...
¡Ya no hay feria en Medina, buhoneros!
Miradla,
miradla
los sastres,
los zapateros,
—50→
los sombrereros,
los modistos
que vestíais a los coroneles, a los
arzobispos y a los diplomáticos, y hacíais
vuestro gran negocio en carnaval.
Miradla
los sodomitas,
los adúlteros,
y los leprosos
que cambiasteis las
leyes para defender vuestras llagas.
Miradla
los generales
iscariotes que comprasteis siempre vuestras cruces y vuestras
medallas con los treinta dineros y el clown (condecorado
por el micrófono y el viento)
que conquistó
su fama regando la pista de todos los circos del mundo con
el llanto de las madres españolas.
—51→
¡Miradla!
Miradla,
miradla
los fariseos que decíais: sólo la
Iglesia tiene la verdad,
sólo bajo su bóveda
vive el hombre seguro
y metisteis de nuevo vuestros mercadillos
en el templo;
y ése, ése,
el sacristán
espía que llevaba
cosido en las telas del escapulario
el plano de la muerte...
y juraba que era una plegaria
milagrosa.
Miradla
los chalanes de caballos ciegos para
las plazas y para las norias...
Miradla
los comediantes
y los políticos que sosteníais 330 veces la
misma comedia en el cartel...
—52→
y el chulo democrático
del manubrio,
que piensa todavía que España
tiene cuerda para siempre.
¡Ya no hay más vueltas!
¡Dejad quieto el molinillo!
¿De qué otra tela nueva
y extranjera vais a cortarle ahora un sayal?
¡Silencio!
No digáis otra vez:
«la Historia se repite,
la
vida es vuelta y vuelta,
la primavera torna
y España
es siempre eterna, virginal».
La Historia se deshace.
Un
día
el palo desgastado y carcomido
de la noria se
quiebra,
las ruedas ya no giran,
el agua ya no surte,
—53→
la mula vieja y ciega se derrumba,
la negra pantomima
fratricida se acaba
y el polvo es el que ordena...
¡El
polvo eterno y virginal!
Está muerta. ¡Miradla!
Miradla
los viejos gachupines de América,
los españoles
del éxodo de ayer
que hace cincuenta años
huisteis de aquella patria vieja por no servir al Rey
y
por no arar el feudo de un señor...
y ahora
queréis
hacer la patria nueva
con lo mismo,
con lo mismo que ayer
os expatrió:
con un Rey
y un señor.
—54→
No
se juega a la patria
como se juega al escondite:
ahora
sí
y ahora no.
Ya no hay patria. La hemos matado
todos:
los de aquí y los de allá,
los de
ayer y los de hoy.
España está muerta. La
hemos asesinado
entre tú y yo.
¡Yo también!
Yo no fui más que una mueca
una máscara
hecha de retórica y de miedo.
Aquí está
mi frente. ¡Miradla!
Porque yo fui el que dijo:
«Preparad
los cuchillos,
aguzad las navajas,
calentad al rojo vivo
los hierros,
id a las fraguas,
—55→
que os pongan en la frente
el sello de la Justicia»...
Y aquí está mi
frente
sin una gota de sangre. ¡Miradla!
¡España,
España!
Todos pensaban
-el hombre, la Historia y
la fábula-
todos pensaban
que ibas a terminar en
una llama...
y has terminado en una charca.
Mirad: allí
no queda nada.
Al borde de las aguas
cenagosas... una espada
y lejos... el éxodo,
un pueblo hambriento y perseguido
que escapa.
Español del éxodo de ayer
y
español del éxodo de hoy...
—56→
allí no
queda nada.
Haz un hoyo en la puerta de tu exilio,
planta
un árbol,
riégalo con tus lágrimas
y aguarda.
Allí no hay nadie ya...
quédate
aquí y aguarda.
-Y esos hombres que danzan por las
tumbas, arrastrando espadones y rosarios
¿qué quieren?
-No hay nadie ya;
quédate aquí y aguarda.
-¿Has oído?
Dicen «Arriba España».
-No hay
nadie...
son fantasmas.
Los muertos no salen del sepulcro...
quédate aquí y aguarda.
¿Adónde quieres
ir?
—57→
Sopla en toda la Tierra
el mismo viento que se llevó
tu casa.
¿Adónde quieres ir?
¿A buscar tu venganza?
Si el crimen fue de todos,
si la tragedia viene de lejos...
de muy lejos,
como en la Orestiada.
Ha entrado el viento
y todo lo ha derribado.
¿Quién abrió la ventana?
Nadie... ¡el viento!
Quédate aquí y aguarda.
¿Adónde quieres ir?
¿Otra vez a conquistar tu patria?
Cuando amaine este viento
¿Quién va a encontrar
entre las ruinas
los antiguos mojones y las patrias?
Mozo:
en cualquier parte
—58→
puedes hoy darle ocupación
a
tu vigilia y a tu espada.
¿Quién ha implorado
ya el perdón y espera sólo a que se descorran
los cerrojos? ¿Tú?
¡Quédate aquí y
aguarda!
Español del éxodo y del llanto
¿de
qué te tienen que perdonar?
¿y quién te tiene
que perdonar?
¿Qué regazo,
qué tiara...
qué virtud hay en el mundo
ante la cual deban arrodillarse
tus lágrimas?
Vinagre escupen los hisopos,
y la
boca de los párrocos, venganza.
No hay en toda la
Tierra
una mano limpia que pueda bendecir.
—59→
Habla
con Dios directamente si le hallas
o maldice tu día
como Job
y arroja al cielo tus palabras.
Allí no
hay nadie...
Unas harcas...
arena del desierto...
polvo
estéril del Sahara...
polvo, polvo
sobre una inmensa
charca.
-Muera, muera ese falso augur
que ve mejor la grupa
de la noche
que la frente de la mañana.
¿Qué
signos hay
para anunciar más lágrimas?
Mostradnos
vuestra ciencia
o vuestra gracia.
-¿Signos? Para saber
el tiempo
que tendremos mañana
no consultéis
a la veleta.
—60→
Mejor que al viento
consultadle al agua.
Mirad a la laguna
(lo que ayer fue agua limpia
es ahora
charca),
o al ángulo
del ojo de las vacas
(la mirada
inocente
está cerrada).
También podéis
hacer lo que Isaías:
tomarle el pulso al pueblo
y al jerarca.
(Hoy es escoria
lo que ayer fue plata).
-Pedimos dialéctica,
no pedimos parábolas
-Pues oíd:
Sobre una blasfemia roja
no se levanta
España.
—61→
Y sobre el odio verde
de esta plegaria
blanca:
«Señor, dame el llanto y la sangre
de la
mitad de España...»
tampoco,
se levanta.
Sobre
una blasfemia roja
y una oración de hiel
no se levanta
un pueblo
ni un destino ni una patria.
-Existe todavía
una tercer brigada.
-¡Ah! Sí, perdonad, perdonad,
se me olvidaba.
Para salvar al hombre
hay tres jugadas:
la roja blasfemia,
la verde plegaria
y la haba amarilla
y senil
—62→
de la democracia.
-¡Fuera! Este es aquel poeta
funerario
de La Insignia y de El Hacha.
-Es aquel jeremíaco
que decía:
Solamente nos salvarán las lágrimas.
-Es un loco... un enfermo.
-¿Alguno de vosotros
conoce
otro remedio?
¿Sabéis vosotros más?
¿Veis
vosotros más lejos
y más claro?
Vosotros,
los doctores modernos,
los exploradores de la psiquis,
los loqueros,
los que pulsáis las cuerdas
heridas
de los nervios
y bajáis y subís como alpinistas
por la abrupta geografía del cerebro,
¿sabéis
vosotros más?
—63→
¿Podéis vosotros organizar
mi llanto
o explicarme de otro modo mis sueños?
Porque no hasta con decir:
es un loco... un enfermo.
Además,
ya no hay locos,
ya no hay locos, amigos, ya no hay locos.
Todo el mundo está cuerdo,
terrible,
monstruosamente
cuerdo.
Escuchadme,
loqueros:
El sapo iscariote
y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos
y premios
—64→
¡en nombre de Cristo,
con la efigie de Cristo
prendida del pecho!
Y el hombre aquí de pie,
firme,
erguido, sereno,
con el pulso normal,
con la lengua en
silencio,
los ojos en sus cuencas
y en su lugar los huesos.
El sapo iscariote y ladrón
en la silla del juez,
repartiendo castigos y premios...
y el hombre aquí
de pie,
callado, impasible, cuerdo... ¡cuerdo!
sin que
se le quiebre
el mecanismo del cerebro.
¿Cuándo
se pierde el juicio?
(Yo pregunto, loqueros)
¿Cuándo
enloquece el hombre?
—65→
¿Cuándo,
cuándo es
cuando se enuncian los conceptos
absurdos
y blasfemos
y se hacen unos gestos sin sentido,
monstruosos y obscenos?
¿Cuándo es cuando se dice,
por ejemplo:
no es verdad,
Dios no ha puesto
al hombre aquí en la Tierra
bajo
la luz y la ley del universo;
el hombre
es un insecto
que vive en las partes pestilentes y rojas
del mono y del
camello?
¿Cuándo, si no es ahora
(yo pregunto, loqueros)
—66→
cuándo,
cuándo es cuando se paran los ojos
y se quedan abiertos,
inmensamente abiertos?
¿Cuándo
es cuando se cambian
las funciones del alma y los resortes
del cuerpo,
y en vez de llanto
no hay más que risa
y baba en nuestro gesto?
Si no es ahora,
ahora que la Justicia
vale menos
mucho menos,
que el orín
de los perros;
si no es ahora, ahora que la Justicia
tiene menos
infinitamente
menos
categoría que el estiércol;
—67→
si no
es ahora ¿cuándo,
cuándo se pierde el juicio?
Respondedme, loqueros,
¿cuándo se quiebra y salta
roto en mil pedazos
el mecanismo del cerebro?
Ya no hay
locos, amigos, ya no hay locos.
Se murió aquel manchego,
aquel estrafalario
fantasma del desierto
y... ¡ni en España
hay locos!
Todo el mundo está cuerdo,
terrible,
monstruosamente cuerdo.
(¡Qué bien marcha el reloj,
es un reloj perfecto, relojero!)
No preguntéis,
no preguntéis a los loqueros.
—68→
No preguntéis
tampoco
al hombre de los mapas y de los argumentos;
no
preguntéis al estratega
ni preguntéis al dialéctico.
Mirad,
mirad al cielo.
Vienen solas y negras dos nubes
contrarias
preñadas de agua y de fuego.
Preguntad
al comadrón: ¿qué parirán?
¿qué
parirán?
¿Habrá diluvio o habrá incendio?
-Llanto.
-Construyamos un Arca
como en el Viejo Testamento.
-¡Ya es tarde, ya es tarde!
(pasa iracundo resoplando el
viento).
Escuchad otra voz:
—69→
-Hay que tomar la espada
y elegir un ejército.
Uno de los ejércitos
del mundo.
No hay más que dos ejércitos.
-Español del éxodo y del llanto,
que llegas
a México,
no te sientes tan pronto
que aquí
sopla aún el viento,
el mismo viento
que derribó
la torre
de tu pueblo...
No digas en seguida:
allá
yo era un esclavo
y aquí soy un liberto,
porque
la tierra entera está imantada
y caminamos todos
con zapatos de hierro.
Se ha muerto un pueblo pero el hombre
no se ha muerto. De nuevo
—70→
tomad todos la espada
y elegid
un ejército.
Que se quite sus libreas
el
discreto
y su levita funeraria
el miedo.
No es hora de
argüir:
yo soy un sabio, o yo no entiendo
más
que de mi oficio
y mi comercio.
Porque el hombre
-el erudito
historiador y el zapatero-
ha de estar preparado antes que
nada
para el día fatal
de las inundaciones y del
trueno.
Ya no hay nadie en el valle,
no hay nadie
en el taller ni en la oficina,
—71→
los hombres de la fábrica
se fueron:
los que entraron a trabajar ayer
y los viejos
obreros;
el hombre de la regla,
el aprendiz,
el ayudante
y el maestro;
el que engrasa los ejes
y el que templa
el acero;
los hombres del molino,
el manco de la presa
y el viejo molinero.
Alguien ha dicho:
no oigáis
a los profetas dialécticos;
mirad,
mirad al cielo...
Y todos han huido hacia las cumbres:
los de la máquina,
los de la gleba,
—72→
los artesanos y los jornaleros.
Se han
escapado todos...
y el capataz con ellos.
El capataz, el
hombre de la lista,
el que llama en el alba a los obreros.
Hoy la lista se tomará allá arriba,
en el
pico del cerro...
Y el hombre oirá su nombre
más
alto que su oficio y que su gremio.
«Zapatero, a
tus zapatos...»
No es verdad, zapatero.
Salva sólo
esta ficha, historiador:
«Volaba la corneja sobre el lado
siniestro.»
Ahora tirad las leznas y los tarjeteros
con
los otros cachivaches domésticos.
El hombre hace
su historia y sus zapatos
cuando sopla otro viento.
—73→
Hoy va a caer mucha agua,
¡mucho llanto! y tendremos
que
ir todos sin papeles en los bolsillos
y con los pies ligeros
para nadar, para nadar sin trabas
y llegar a algún
puerto.
Ya habrá espacio otro día
para cortar
el cuero;
ya habrá espacio mañana
para ordenar
papeles
y juntar documentos;
ya habrá espacio,
ya habrá espacio de sobra
para contar,
para contar
todo lo que ha sucedido en este tiempo,
Ahora... tomad
todos la espada
y elegid un ejército.
Hoy no es
día de contar, historiadores,
—74→
es día de gestar...
de hacer el cuento,
de empezar otra historia y otra patria
y... de comprarse un traje nuevo.
Ese indumento
que ahora llevas
ya no sirve, español.
Oídlo,
los antiguos alfayates del Rey,
los viejos quitamanchas
del landó,
los fabricantes de lejía
y los
vendedores de sidol.
Hay una mancha roja
aquí en
la manga izquierda
del viejo levitón
y en la derecha
hay otra
(¿Ha visto usted señora?)
otra... un poquito
mayor.
Y ninguna se quita con nada
(¡Lavanderas, tintoreros!)
—75→
ninguna de las dos.
Preguntad más arriba:
¡Eh!
¿Cómo se cura el cáncer
y la lepra, doctor?
Más arriba, más arriba.
En la buhardilla
viven
el prestamista y el enterrador.
Y allá en
las cumbres fronterizas,
el buitre y la zorra...
Español,
español del éxodo de ayer
y español
del éxodo de hoy:
te salvarás como hombre
pero no como español.
No tienes patria ni tribu.
Si puedes,
hunde tus raíces y tus sueños
en la lluvia ecuménica del sol.
Y yérguete,
que tal vez el hombre del momento
—76→
es el hombre movible
de la luz,
del éxodo y del viento.
julio-1939.
El hacha
Elegía española
Dedicatoria
A los Caballeros del Hacha,
A los Cruzados del Rencor y
del Polvo...
A todos los españoles del mundo.
—81→
... Los muertos vuelven,
vuelven siempre por sus lágrimas
(el muchacho que se fue tras los antílopes regresará
también).
nuestras lágrimas son monedas cotizables;
guardadlas todas ¡todas!
para las grandes transacciones.
Hay estrellas lejanas
¡y yo sé lo que cuestan!
—83→
El hacha
I
¡Oh, este dolor,
este dolor de no tener ya lágrimas;
este dolor
de no tener ya llanto
para regar el polvo!
¡Oh, este llanto de España,
que ya no es más
que arruga y sequedad...
mueca,
enjuta congoja de la tierra,
—84→
bajo un cielo sin lluvias,
hipo de cigüeñal
sobre un pozo vacío,
mecanismo, sin lágrimas,
del llanto!
¡Oh, esta mueca española,
esta mueca
dramática y grotesca!
Llanto seco del polvo
y por
el polvo;
por el polvo de todas las cosas acabadas de España;