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El espíritu de Maquiavelo de Antonio Eximeno130
Universidad de Alicante
En su interesante y a veces impulsivo Diario, el jesuita Padre Luengo131, refiriéndose a los escritos que algunos padres de la Compañía habían publicado a lo largo del año 1796 escribía literalmente...
Lo que no podía sospechar el Padre Luengo es que esta obra de Eximeno, pocos años más tarde, iba a ser motivo de un proceso por parte de los Tribunales de la Inquisición de Madrid y de Valencia, proceso que como veremos, acabaría con la prohibición y recogida de todos los ejemplares de la obra que circulaban por nuestro país.
El padre Antonio Eximeno y Pujades había nacido en Valencia el 26 de septiembre de 1729 y cursado sus primeros estudios en el Seminario de Nobles como alumno —40→ muy aventajado, principalmente en retórica, para la que demostraría una gran facilidad improvisando sobre poemas de los clásicos latinos. En octubre de 1745 había entrado en la Compañía de Jesús y proseguido sus estudios de física, matemáticas y filosofía, materias éstas dos últimas en las que iba a demostrar una sólida competencia.
Al terminar sus estudios como sacerdote había pasado a ser profesor del mismo Seminario de Nobles en la asignatura de matemáticas, y como matemático riguroso había empezado a labrarse cierta reputación en los círculos científicos del momento. Prueba de ello serían las Observaciones que hizo en Madrid con su colega el padre Rieger sobre el paso del planeta Venus sobre el disco solar y que se publicarían en Viena en las Efemérides del jesuita P. Hell en 1762.
Como recoge María Dolores Herreros en su estudio132, en el Archivo General Militar figura el Expediente Personal de su nombramiento como jefe de estudios del nuevo Colegio de Artillería de Segovia, comunicado por el Marqués de Esquilache a Gazola, Director del Colegio en octubre de 1763, (el cual posteriormente no se portaría muy bien con Eximeno)133, y al abrirse el Colegio, el 16 de mayo de 1764, en la ceremonia inaugural en el Alcázar, Eximeno había pronunciado, como prestigioso matemático, la primera lección. De su labor docente quedaron en un manuscrito de un Cadete fechado en 1768, precisamente de aritmética, los contenidos de sus explicaciones en clase.
En 1767, al producirse la expulsión de los jesuitas se truncaría su carrera como matemático, trasladándose a Italia, en donde además de salirse de la Compañía, su actividad científica iba a experimentar un nuevo y sorprendente giro hacia el estudio de la música.
El mismo Eximeno, cuando contaba 72 años y estaba enfermo, en una carta a S. M., fechada en Valencia el 18 de marzo de 1801134, en la que rogaba al Rey que le permitiera quedarse en esta ciudad, a la que había vuelto en 1798, rememora su trayectoria desde que a los 32 años había pasado a su servicio por la Real Orden en la que se le mandaba ir a Segovia como profesor en el Alcázar.
Volviendo al porqué del sorprendente giro hacia el estudio de la música, materia de la que no tenemos noticias de que se ocupase especialmente antes de su exilio italiano, poco sabemos al respecto. El compositor Francisco Otero135 en la edición más reciente de la famosa obra de Eximeno Del origen y reglas de la música, que se publicaría primero en Italia en 1774, dice que «tal interés es otro de los misterios que están por aclarar en la vida de Eximeno y que por fuerza tenemos que relacionar con la grave crisis de estos años hasta que se va asentando en suelo italiano y va estableciendo contactos». Pero el célebre Francisco Asenjo Barbieri, fundador del Teatro de la Zarzuela, compositor —41→ de célebres zarzuelas, entre ellas El barberillo de Lavapiés (1876), y autor del prólogo biográfico en la obra de Eximeno Don Lazarillo Vizcardi136, piensa que se separó de la Compañía en 1767 movido por circunstancias especiales y que en el prólogo de su primera obra escrita en Italia explica el porqué de su dedicación a la música. Además sabemos por una carta del P. Sabatini al P. Martini que había asistido a la escuela del P. Masi, Maestro de capilla de la iglesia de los SS. Apóstoles en Roma.
Lo cierto es que, Eximeno, hombre culto y erudito, conseguiría adquirir cierto renombre en los círculos artísticos e intelectuales romanos y se atrevió a cuestionar a consagrados teóricos de la música de aquellos momentos, presentando una obra novedosa en un país que no dejaba de ser la patria musical por excelencia. En dicha obra expondría su juicio y espíritu crítico frente a tres teorías generales de la música que entonces gozaban de crédito y eran seguidas por numerosos partidarios: la del matemático Euler, la del violinista Tartini y la de Rameau. Contra estas, Eximeno formularía su sistema puramente sensualista defendiendo que la música, verdadera lengua, procedía del instinto al igual que el lenguaje, siguiendo en parte las doctrinas mantenidas por Condillac en el tratado Del origen y de los progresos del Lenguaje y de la Música.
La obra alcanzaría un gran éxito y provocó un auténtico revuelo. Sus admiradores le compararon con Newton y en dos revistas italianas, las Novelle Letterarie de Florencia y la Gazeta Letteraria de Milán, fue muy elogiado. Por el contrario, los defensores de las doctrinas del contrapunto, que Eximeno cuestionaba, formularon cuatro agrias críticas en las Efeméridi Letterarie de Roma, publicación dirigida por el abad Pezzutti. A esas cuatro censuras contestaría Eximeno con cuatro folletos que serían editados en Roma, sin nombre del impresor, en 1774. Tampoco obtendría la aprobación del docto P. Martini, considerado el oráculo musical de la época y a cuyas críticas respondería con un nuevo trabajo en 1775, un opúsculo titulado Il dubbio, cuya traducción al castellano, revisada y corregida por él, con su aprobación al igual que la de su primera y famosísima obra, sería realizada por Don Francisco Antonio Gutiérrez, Maestro de Capilla del Convento Real de la Encarnación de Madrid, en 1796-1797.
Respecto a los motivos que le llevaron a abandonar la Compañía, no hemos podido constatar ninguna explicación directa del propio Eximeno sino dos comentarios sobre este hecho. El P. Luengo137, en 1779, dolido, escribe que al producirse la expulsión, salió con los jesuitas de la Provincia de Castilla y nada más llegar a Córcega había huido a Roma, y engañándose vanamente como otros muchos con la esperanza de volver a su empleo de Segovia «dexó la Compañía y salió al Siglo». El otro comentario es una carta de D. Tomás Azpuru al Marqués de Grimaldi, en Roma, de 26 de noviembre de 1767138, es decir, en los primeros momentos en los que están llegando los expulsos, y dice que el domingo por la mañana se le había presentado uno de los expulsos de la Provincia de Aragón llamado Antonio Eximeno y le había dicho que había llegado a Roma a mitad —42→ del mes de octubre con la intención de secularizarse, cosa que no había hecho por no tener persona que le hubiese asistido en su solicitud. Pero Azpuru sospecha que había tratado de permanecer jesuita y de ser admitido en alguno de los Colegios. Por eso opina que inadvertidamente confesó que le había dicho a su Provincial, cuando se había despedido de él para ir a Roma, que si podía conseguir permanecer en la Compañía, no la abandonaría porque no tenía motivos para ello. Así que piensa que había querido la secularización desengañado al no quererle recibir los suyos.
Cuáles fueron, pues, las definitivas razones que llevaron a Eximeno a tomar esta decisión es algo que queda desconocido, al margen de las consideraciones que pueden extraerse de un análisis objetivo de sus circunstancias personales.
El hecho es que en Roma consiguió rehacer su vida, continuar con su trabajo científico-literario y adquirir una cierta estabilidad económica, sobre todo cuando en 1778 logró que el rey le duplicase la pensión, que ascendía a 750 reales, al haberle reconocido sus servicios en el Real Colegio militar de Segovia, según un acuerdo del Consejo Extraordinario celebrado el 4 de septiembre de aquel año139.
Por lo que sabemos, Eximeno participaba activamente en los círculos literarios romanos, e incluso mantuvo alguna polémica con personajes que hacían oír su voz y sus críticas sobre determinadas obras que se publicaban y que adquirían resonancia en los ambientes culturales de algunas ciudades italianas. Por ejemplo, el P. Luengo se hace eco de su polémica con el dominico Mamachi, Maestro del Sacro Palacio, a raíz del elogio que Eximeno hizo de la famosa obra del que había sido discípulo suyo, el P. Juan Andrés, entonces catedrático en Ferrara. Mamachi se había permitido corregir y cambiar el texto de Eximeno que había de publicarse en las Efemérides de los Diaristas de Roma, ordenándoles que lo imprimiesen con los cambios que le había parecido oportuno realizar, lo cual suscitó el lógico enfado de Eximeno. Este, en carta a Juan Andrés, reprocharía el irregular proceder del dominico que siempre aprovechaba cualquier oportunidad para atacar a los jesuitas140. Dicho asunto demuestra también las buenas relaciones del ex-jesuita con sus antiguos hermanos de la Compañía, relaciones que, a lo largo de su vida, le iban a mantener, moralmente unido, a aquélla.
Por esto no resulta extraño que cuando en 1794, Juan Bautista Baldelli pronunció un Elogio de Maquiavelo en la Academia Florentina, en el que acusaba a los jesuitas de haber sido los responsables del descrédito del insigne político, Eximeno, al año siguiente, en Cesena, publicase su respuesta en la obra que hemos mencionado al principio y que es el tema que nos proponemos tratar en este trabajo.
Como hemos dicho, en 1794, el Sr. Baldelli pronunciaba en la Academia Florentina su Elogio de Nicolás Maquiavelo, y que según la opinión de Eximeno se conformaba «con el parecer del autor del prólogo de la edición Florentina de todas las obras de —43→ Maquiavelo realizada en 1782, que veía en el político un espejo de virtudes morales, integridad, sincero amor a la patria y constancia en procurar la libertad»141.
Resulta que el autor del prólogo de la edición de las obras de Maquiavelo había sido Giuseppe Galanti, asimismo autor de un Elogio sobre el famoso Genovesi y que en este Elogio había atacado duramente el poder y el influjo intelectual de los jesuitas, saludando a Genovesi como el filósofo que había abierto una época nueva, preparando más que ningún otro una feliz revolución de las leyes y de las costumbres, al haber sabido unir la reforma intelectual y la de la moral, es decir, los ideales del iluminismo italiano142.
En el transfondo latía la admiración de Galanti acerca de la actividad anticurial de los últimos años de Genovesi y su consideración de la escisión que dividía la iglesia y el estado, la religión y la política, la sociedad civil y la sociedad eclesiástica. Temas que suscitarían también una polémica con el ya citado Mamachi, y que según Galanti demostraba cómo dos hombres, el abate Genovesi y el dominico Mamachi, perteneciendo a la misma religión y a la misma época, no tenían nada en común. Una nueva visión política nacía del ejercicio del poder que llevaba a los estados contra la ingerencia de la iglesia, y se producía una vuelta a Maquiavelo y una más abierta comprensión de Rousseau. Con razón el abate Magli llamaba a Galanti el «Rousseau italiano»143.
Volviendo a Eximeno, éste, inmerso en la tradicional interpretación moralista del antimaquiavelismo y unido moralmente a sus antiguos hermanos de la Compañía, se sintió obligado a responder al Elogio de Baldelli con su escrito de 1795, y además llevado por la vorágine del avance conquistador italiano de un discípulo aventajado de Maquiavelo, Napoleón Bonaparte, se acogió a la piadosa resolución que permitía el regreso de los ex-jesuitas. Pese a su edad y delicado estado de salud, emprendería el viaje, primero por tierra a Génova, viaje en el que tuvo algunas contrariedades al perder su biblioteca a manos de los corsarios, pudiendo llegar al final a España y a Valencia el 28 de julio de 1798144. No podía él imaginarse que en su tierra, otros discípulos de Maquiavelo, pero esta vez bastante más mediocres, iban a someter su obra a una condena inquisitorial.
Ya en Valencia, en 1799 Eximeno tradujo al castellano esta obra, y en dicha traducción dice que le había añadido un prólogo y que no estaba de acuerdo con la versión italiana de Cesena ya que el impresor la había llenado de notables errores. La obra la dedicaba a su amigo y discípulo D. Juan Bautista Muñoz, de cuya muerte se había enterado estando la traducción ya hecha.
Al año siguiente, en la Gaceta de Madrid, nº 33 del viernes 25 de abril de 1800 aparecía la noticia de que en la librería de Giménez, sita en los Caños del Peral y en Valencia en la de Monfort, se encontraba la obra El espíritu de Maquiavelo o reflexión del Abate D. Antonio Eximeno sobre el Elogio de Nicolás Maquiavelo dicho en la Academia Florentina por el Sr. Juan Bautista Baldelli, año 1794.
—44→El mismo día, y según consta en el Expediente145 formado para recoger la obra, impresa en Valencia y de la que habían sido remitidos 169 ejemplares para su venta a D. Félix Giménez, Librero de esta Corte, D. Silvestre Manuel Martínez, Presbítero Secretario de la Cámara del Secreto del Sto. Oficio de la Inquisición de Corte, certifica que el 25 de abril próximo pasado se había recibido en ese Tribunal una Orden de los Señores del Consejo de la Sta. General Inquisición. Esta iba acompañada de una Real Orden en la que se decía que, enterado el Rey de la publicación de una obra de Antonio Eximeno para criticar El Príncipe de Maquiavelo, quiere que se proceda a prohibirla pues, aunque en ella se impugnaba la doctrina de Maquiavelo, había ocasión de hablar de ella al tiempo de rebatirla, y dice Su Majestad que aún así puede ser perjudicial su lectura. La Real Orden, firmada por D. Mariano Luis de Urquijo y dirigida al Sr. Inquisidor General, estaba fechada en Aranjuez el 22 de abril de 1800. Es decir, que tres días antes de que apareciese la noticia en la Gaceta de Madrid, ya se había puesto en marcha su prohibición.
El proceso, rápido pero similar a tantos otros, iba a llevar en jaque al librero y también al mismo Eximeno y a un cuñado de su hermano Francisco, en cuya casa residía desde su vuelta a Valencia, que se llamaba José Clemente y era agente de negocios en Madrid. Pero dicho proceso no deja de ser interesante porque en las declaraciones se translucen las sibilinas respuestas que los testigos tenían que dar para no caer en los, entonces ya no tan crueles castigos pero sí siempre vergonzantes interrogatorios, de tan injusto y nefasto Tribunal.
De la rapidez es buena muestra que el mismo día 25 de abril los Inquisidores Apostólicos mandasen a su secretario más antiguo, D. Roque Antonio Calderón, acompañado de su ministro titular D. Marco Gómez de Rozas, a la librería para que se les entregase en el acto los ejemplares existentes y se les dijese los que habían sido vendidos y a qué personas, expresando que si no obedecía la orden se le impusiera una multa de 200 ducados.
Se requisaron 146 ejemplares y de los 23 restantes, el librero, que dijo haberlos recibido aproximadamente hacía un mes, por Comisión de parte del impresor de Valencia, afirmó haber entregado, entre otros, 19 que se había llevado un tal D. José Climent pero que ignoraba quién era y en dónde vivía.
En la documentación del proceso puede verse que los inquisidores prosiguen tomando declaración, una por una, a las personas que han sido citadas por el librero. Entre ellas a un Maestro Arquitecto de la Corte, llamado Pedro Arenal, al Regente de la Fundición de Letras de la Imprenta Real D. Antonio de León, y a D. Antonio José Cavanilles, Presbítero, Doctor en Teología y autor de las famosas Observaciones sobre la Historia natural del Reino de Valencia (1795), que era amigo de Eximeno y que entonces residía en casa del Duque del Infantado. Sobre aquél se tienen dudas de si posee dos libros pero reitera que sólo tiene en su poder uno.
Lo que sí que tiene cierta gracia, y no la tendría para los que entonces testificaban, es la declaración del, en un principio llamado D. José Climent, agente de negocios en la Corte, soltero, natural de Valencia, de 41 años, y que se realiza el 8 de mayo. Cita a los que ha hecho entrega del libro y entre estos dice haber entregado un ejemplar en pasta a —45→ Godoy. Este, cuando Eximeno estaba en Italia le había ayudado, al caer Floridablanca, su valedor, para que se publicasen en España sus Instituciones filosófico-matemáticas, en 1796, obra que el valenciano había escrito años antes, dedicada a su muy querido discípulo y amigo Juan Andrés146. Aquélla había sido bien acogida en el momento de su publicación pero luego no tendría mucho eco en las generaciones posteriores. También cita a Tomás Morla, Teniente general de los Reales Ejércitos, que había sido discípulo suyo en el Colegio de Segovia, al Inquisidor General, a Mariano Luis de Urquijo, al Ministro de Gracia y Justicia D. José Caballero y al Ministro de la Guerra. Así mismo atestigüa haber entregado —46→ ocho ejemplares en rústica a D. Serafín Petit, un italiano a quien no conoce, y finalmente afirma que pasó personalmente al Real Sitio de Aranjuez a entregar cuatro a los Exmos. Sres. Ministros de Estado, entre otros. Por último vuelve a hacer hincapié en que a D. José Cavanilles le dejó dos ejemplares.
De tal declaración puede deducirse el porqué de la prohibición del libro antes de que saliera la noticia en la Gaceta de Madrid. Lo tenían casi todas las altas autoridades del gobierno, y alguna de ellas, sería interesante saber quién, habría comentado a Carlos IV la conveniencia de prohibir una obra que en aquellos momentos no resultaba muy oportuna aunque atacara el pensamiento del siempre calificado como impío, Maquiavelo.
A continuación intervendrán en el proceso los inquisidores de la ciudad de Valencia el 17 de mayo para aclarar que el nombre no era José Climent sino Clemente, agente de negocios en la Corte. Esto lo averiguaron porque cuando tomaron declaración, el 14 de mayo, en esa ciudad, a D. Manuel Monfort, Tesorero jubilado de la Real Biblioteca, a cuyo cargo está la imprenta de D. Benito Monfort, su padre, alegó que había remitido los ejemplares al librero D. Félix Giménez y que, en paquete aparte, le había enviado 19 libros para el referido Clemente, a quien dijo no conocer ni saber dónde vive, y que lo había hecho por encargo expreso del mismo Eximeno, autor de la obra.
Por lo tanto, Eximeno, dos días después, el 16 de mayo, fue llamado ante el Tribunal de Valencia. Por sus palabras puede verse que ya sabía que la obra había sido recogida en Madrid y dice que los 19 libros los envió para D. José Clemente, cuñado de su hermano, para que los repartiese entre ciertos sujetos que él encargó, pero que ignora dónde vive, cosa esta última que no deja de resultar extraña y que nos muestra el intento de Eximeno por tratar de no dar facilidades a los inquisidores y de salvaguardar al cuñado de su hermano y, al mismo tiempo, a su obra.
Pero la labor de la Inquisición sigue y como aquél ya había sido interrogado anteriormente, de nuevo es llamado a comparecer, volviendo a ratificarse en su primera declaración. Esto conduce a que el ex-jesuita vuelva a ser requerido, y esta vez se le pregunta acerca del italiano Petit, ya que creen que se encuentra en Italia. Eximeno dice no conocerle si bien José Clemente le había escrito para comunicarle que le había entregado ocho ejemplares pues, al comentarle que pensaba marchar a Italia, aprovechó la ocasión, aunque ignora si los ha repartido y a qué personas.
El 5 de julio se produjo un nuevo interrogatorio de Clemente ratificándose en que había entregado los libros sin expresa orden de Eximeno, pero que sabía que éste quería mandar algunos a Italia y había pensado que era una ocasión excelente para hacerlo. Sobre todo para que los entregara a D. Juan Andrés pero que ignora el paradero de D. Serafín Petit.
Días después, el 11 de julio, en el Expediente figura una relación del Fiscal del Tribunal, D. Pedro Iriarte, acerca de todas las declaraciones producidas hasta el momento y en ella considera que existen algunas contradicciones entre lo afirmado por Clemente y por Eximeno. Que en una parecen convenir en que la entrega de los libros al italiano había sido hecha por comisión o encargo de Eximeno y luego afirman lo contrario. Nos parece cierto que, sabiendo de la estrecha relación de Eximeno con Andrés, quisiera aprovechar el viaje de Petit para hacerle llegar su libro. Pero el fiscal concluye diciendo que piensa que no aclarará nada volver a interrogar a Clemente, y que si además no quedan en territorio español más ejemplares de la obra, lo mejor es suspender por el momento las diligencias y que se devuelvan al Consejo para que se deternime lo que sea de su superior agrado.
En el Consejo, el 21 de julio, se dictamina pasar y unir al Expediente, lo que hubiese resultado y resulte del Tribunal de Valencia y que se pase luego a la Junta de Calificadores un ejemplar de la obra, con copia de la Real Orden del 22 de abril, para que vean si contiene alguna censura teológica.
Hecho esto, el día 30 de julio se dictó una declaración de la Junta firmada por D. Jacobo Blanco, en la que se dice no haber hallado proposición ni pasaje que se oponga a los dogmas de fe ni que parezca digno de censura teológica, pero que si se atiene a la delicadeza del tiempo en que vivimos y al estado miserable que tienen actualmente las cosas humanas, si se razona y considera que los tronos están amenazados o conmovidos por todas partes, que los gobiernos están convulsos y que Europa arde en disensiones políticas y en el fuego de una guerra sangrienta y obstinada, la prudencia dicta que no conviene publicarse un libro donde se renueva la memoria de Maquiavelo y se hacen extractos de su abominable y cruel doctrina. Que aunque el autor lo condena, la doctrina aparece expuesta y da ocasión a que la aprendan los lectores, a que hablen con libertad acerca del gobierno y que dispute cada cual según piensa. Todo esto lleva a la insubordinación y al descontento de sus legítimos Reyes y Señores. Por lo tanto, se reputa la obra de intempestiva, peligrosa y perjudicial en las presentes circunstancias.
Pensamos que no hace falta comentario aclaratorio alguno de la literal transcripción que hemos hecho de la anterior resolución. La lectura desde el punto de vista teológico de la obra ratificaba, en este caso, la íntima relación que el orden teológico y el poder político mantenían, o la estrecha alianza entre trono y altar que se esgrimiría frente a la temida marea revolucionaria.
El proceso concluye con la resolución del Consejo dictada el 7 de agosto de 1800, prohibiendo la obra y diciendo se remitirá a S.M. el primer Edicto informándole de que están ya recogidos casi todos los ejemplares. Así podrá omitirse publicarla en otro Edicto por no excitar el deseo de algunos mal intencionados y libres que, con la noticia de la obra que se da en el Edicto, se muevan a reproducirla o traerla furtivamente de otros reinos.
—47→Sin tanto revuelo, a lo mejor la publicación de la obra hubiese pasado desapercibida, hecho éste que a veces sucedía, pero justamente las condenas de la Inquisición conducían a sobrevalorar obras, que en otras circunstancias, habrían pasado más calladamente por el ámbito literario.
Esta condena no parece haber incidido negativamente en Eximeno porque había quedado claro que él atacaba las ideas de Maquiavelo. Prueba de ello es que el 8 de junio de 1800, en pleno proceso, Urquijo le comunica que el rey le ha concedido la pensión vitalicia de 800 reales mensuales147. A continuación, estando en Valencia, empezaría a redactar una novela titulada Don Lazarillo Vizcardi, para ironizar sobre las críticas recibidas por su famosa obra sobre la máusica y caricaturizar a los maestros de capilla que había conocido tanto en Italia como en Valencia, pero la nueva Ley de Expulsión de1801 le iba a obligar a regresar a Italia.
Hemos podido leer una carta de los catedráticos de Matemáticas y Filosofía de la Universidad Literaria de Valencia a D. Pedro Ceballos, del 31 de marzo de 1801148, en la que hacen presente que la Real Orden para que salgan los ex-jesuitas comprende a Antonio Eximeno y alaban mucho sus méritos. Recuerdan su trayectoria como profesor al servicio del Rey en la cátedra de Segovia hasta 1767 y su expulsión a Roma en donde se había secularizado sin esperar la extinción de la Compañía, habiéndose dedicado a tareas literarias y habiendo publicado útiles obras. Que había sido también por encargo de S.M. la producción de sus Instituciones filosófico-matemáticas, de la que se habían impreso dos tomos de Filosofía y que se encuentra ultimando los cuatro tratados de la matemática. Piensan que si se verifica su partida no podrá seguir en ello por faltarle los libros necesarios y también por su avanzada edad y por estar bastante ciego y delicado de salud. Consideran que siempre se ha mantenido al margen de opiniones de Escuela y partido, y ruegan la piedad del Monarca para que permanezca en la ciudad.
Tal piedad no tuvo lugar y volvió a Roma desde donde, una vez concluida su novela, según su biógrafo Asenjo Barbieri, envió un Memorial al Rey diciendo que se remita su obra a D. Antonio Roca y Malferit para su impresión. En el margen de este Memorial, de letra de D. Pedro Ceballos, con fecha de 30 de septiembre de 1802, puede leerse que se le conteste que S.M. le concede la gracia que solicita. Posteriormente remitiría a Madrid a principios de 1805, su Apología de Cervantes, dedicada a Godoy, manuscrito que pasa a D. Martín Fernández de Navarrete para que dé su dictamen, lo que así hizo pero diciendo que se corrijan las expresiones indecorosas o burlas contra Mayans y Ríos149, censura que no se imprimió y que se publicaría en 1806.
A partir de ese momento no tenemos ningún otro dato sobre Eximeno, únicamente que falleció en Roma el 9 de junio de 1808.
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El análisis que de la vida y obra de Maquiavelo realiza Eximeno fue considerado, en un artículo publicado hace ya bastantes años, como un último estudio que venía a cerrar el ciclo de nuestros autores antimaquiavelistas.150
Desde luego parece evidente que engarza con una de las líneas de exposición tradicional de los publicistas políticos de los siglos XVI y XVII, línea a la que el profesor José Antonio Maravall dedicó algunas investigaciones ya clásicas si bien no recogió explícitamente el trabajo de Eximeno.151
La obra, dividida en tres capítulos, se propone impugnar tanto las alabanzas de Baldelli a la figura de Maquiavelo como los tres puntos esenciales que en su Elogio desarrollaba.
En el prólogo, añadido a la versión castellana, Eximeno hace una historia política de acontecimientos significativos de la época de Maquiavelo, refiriéndose a sus escritos como los de un «autor de talento muy profundo para escrudiñar y desenvolver los pliegues del corazón humano» aunque excluye ese talento respecto a El Príncipe, obra en la que va a centrar sus ataques.
Baldelli, en primer lugar, quería persuadir de que el descrédito que acompañaba al nombre de Maquiavelo había sido obra de la «maligna y artificiosa política de los jesuitas». Opinaba que el P. Possevino, inflamado de envidia, había triunfado contra el político florentino cuando sus familiares trataban con la Congregación del Índice para expurgar y reimprimir sus obras. Pero luego la historia lo había vindicado y había tratado a la Sociedad jesuita igual, pues ésta, había actuado con idénticos principios de artificiosidad y fingida política y con traidora arte de gobernar.
Eximeno que, como sabemos, había dejado la Compañía hacía ya tiempo, aunque no hace ningún elogio de ella ni tampoco se refiere a los desgraciados avatares que la Compañía había sufrido, argumentará su defensa desde un punto de vista histórico-cronológico. Opina que aún no considerando a Maquiavelo tan malvado como el dominico Ambrosio Catarino que, alrededor de 1552 lo había tratado de ateísta, impío y necio cuando escribió sobre materias teológicas contra los herejes, ni como lo había hecho, veinte años antes, Gerónimo Osorio, escritor docto, en su Nobilitate Christiana, lo cierto era que había sido tenido por hombre de poca o ninguna religión y, que sus escritos, después de muerto, habían hecho cundir poco aprecio a la religión cristiana.
Recuerda que había sido Paulo IV, en 1557152, el que lo había puesto en el catálogo de libros prohibidos, prohibición que había sido renovada en 1564 en el Índice, habiendo solicitado sus familiares en 1573 publicar sus obras expurgándolas de los errores.
Además, en 1576, había salido en Francia el Anti-Maquiavelo, una obra anónima del calvinista Inocencio Gentilet, la primera en refutar a Maquiavelo en tres libros, de la —49→ que Baldelli decía ser una reacción al aprecio que Catalina de Médicis había tenido por la obra de Maquiavelo puesto que, a aquélla, se la había atribuido la responsabilidad de la matanza de San Bartolomé.
En cambio, el jesuita Possevino no había hablado de Maquiavelo hasta 1592, y en su obra153 se había referido a las críticas anteriores, escribiendo, según dice Eximeno, únicamente «cinco paginillas». Tampoco piensa que se le deba el que las obras quedasen en el Índice.
Finalmente, en su defensa, incluso justifica la quema del cuerpo de los herejes, lo cual, dice, había librado a España de las guerras de la Religión. Este monstruoso hecho había sido esgrimido por Baldelli en contra del antimaquiavélico por excelencia, P. Rivadeneyra, cuyo Tratado réplica a El Príncipe de Maquivelo, había aparecido tres años después de la publicación de la obra de Possevino. En esto, tanto Rivadeneyra (en los capítulos XVI y XVII de su obra) como el mismo Eximeno, no parecen darse cuenta de que están coincidiendo con la máxima maquiavélica que sostiene que los escarmientos a tiempo previenen desórdenes mayores. Así ambos están ofreciendo una clara muestra de cual había sido la importancia de los jesuitas en el antimaquiavelismo: haber sido, frecuentemente, los que más ejemplos habían proporcionado de lo que se adjetivaría como maquiavelismo de los antimaquiavelistas154. Parece indudable que a los jesuitas se había debido, en gran parte, el éxito de la Contrarreforma católica con su papel de soldados heroicos contra los ataques de la herejía. Pero en su defensa Eximeno no cree que su intervención haya sido central en la crítica de Maquiavelo, al margen de esta cuestión y de sus implicaciones políticas.
El abate valenciano continúa su refutación de las afirmaciones de Baldelli y ahora lo hace respecto a cuál es el verdadero espíritu de la obra. Si bien el antimaquiavelismo católico solía enfocar las cuestiones sobre el estado más desde el ámbito jurídico y moral que desde el campo estrictamente político, generalmente, todos los enfoques aparecen entrelazados. Eximeno critica sus máximas y consejos como execrables por ensalzar el mal aunque alaba su talento literario diciendo que es un digno heredero de Tácito y de Tito Livio. Ensalza también su Tratado del Arte de la Guerra y los Discursos sobre Tito Livio, a los que si se les quita todas las máximas de tiranía y rasgos de impiedad, son, nos dice, una auténtica mina de la Ciencia Política. Piensa que del aprecio que Maquiavelo había hecho de la Constitución Romana y de las propias vicisitudes de su vida, podría extraerse la opinión de que había sido un amante del gobierno republicano y, por lo tanto, un amante de la libertad. Por eso se pregunta cómo había podido escribir seriamente esas lecciones de tiranía en El Príncipe. Eximeno no cree, como dice Baldelli, que lo que le importaba era acabar con la tiranía y, aunque en él hay máximas buenas para el gobierno de los pueblos, afirma que «quien intenta envenenar al enemigo no le presenta junto con el veneno el antídoto de éste»155.
—50→Nuestro autor en su contrarréplica dice que la verdadera intención de Maquiavelo en la obra, lejos de querer extirpar la tiranía, había sido educar no sólo a los tiranos sino también a todos los príncipes para adquirir estados y conservar imperios con los medios que fuesen, loables o detestables.
Aún le parece más erróneo que Baldelli, siguiendo al prologuista de la edición florentina del año 1782, en su defensa pretendiese hacer de Santo Tomás un maestro de Maquiavelo porque aquél, en el comentario del libro V de la Política de Aristóteles, explicase los modos con los que el filósofo había dicho que se sostenía la tiranía. Esto mismo cree haberlo leído también en una cita de la obra de Helvecio Del Espíritu, afirmación que, por cierto, no hemos encontrado en dicha obra. Según Eximeno, Aristóteles distingue claramente entre reyes y tiranos, entre virtudes y vicios, y entre el bien y el mal.
Es verdad que Aristóteles hace esas distinciones y no abandona nunca la concepción ética de la política pero también hay en él cierta concepción de la política como técnica de conservación del poder. A este punto de vista técnico-político había llegado Aristóteles a través de las observaciones empíricas, de una experiencia de la que podían deducirse reglas que permitían, partiendo de determinados factores y principios, mantener y consolidar el poder. Y este punto de vista técnico-político es el que pasaría a Maquiavelo y a los teóricos de la «razón de Estado» dándole plena autonomía sobre cualquier referente ético.
Eximeno opina que puede hablarse de temas tales como razones o golpes de Estado que, a veces, parecen tiranías, pero como lo hace Aristóteles, sin perder el sentido ético, y no como lo hace Maquiavelo que obvia dicho sentido. No obstante, es consciente de la separación existente entre la Filosofía y la Política como puede verse en las siguientes palabras:
...Una cosa es tratar de lo que puede resultar eficaz o útil en la conservación del poder, y otra ejercerlo a través del camino recto. Los Políticos tras la irrupción de los Godos, raras veces han estado de acuerdo con los Filósofos, y de los ejemplos de la historia antigua y moderna han deducido que la obra de Maquiavelo es un código de leyes, en muchas cosas contrarias a las comunes nociones de humanidad y justicia, pero necesarias para el mantenimiento y gobierno de los Estados156. |
El silencio de Maquiavelo respecto a conceptos como la justicia y la moral han hecho ver su obra como un tratado de práctica política marcado esencialmente por un deseo de realismo y eficacia. Pero su indiferencia respecto a los problemas morales nos parece que se basa en su ignorancia de cualquier exigencia de un orden moral, principalmente porque para él no hay ninguna instancia en la que pueda fundamentarse la preocupación moral. No reconoce, pues, ninguna naluraleza humana o ninguna noción común de humanidad y justicia que pueda violarse. Su obra rompe, así, con toda una —51→ ideología naturalista, abandonando la herencia aristotélica e iniciando una etapa nueva de la filosofía. Etapa en la que la idea de artificio iba a cobrar fuerza en el pensamiento moderno.
Mantener y gobernar un Estado, desde esa perspectiva, no podía consistir más que en aprovechar el tiempo, instancia mudable y frágil, un transcurrir de diversas circunstancias con las que había que construir algo duradero.
Por esto Eximeno, apreciando el ingenio de Maquiavelo pero deudor del esquema clásico de una naturaleza humana esencial, aunque ve el lado meramente político de la eficacia y utilidad, no puede dejar de emitir un juicio adverso contra las máximas de conducta que ofrece. Seguía, pues, siendo tributario de una lectura moralista del político florentino y al mismo tiempo no podía estar de acuerdo con que su verdadera intención había sido la de quitar la máscara a los tiranos y hacerlos odiosos a los pueblos.
Por otra parte, respecto al tercer punto del que Baldelli, en su Elogio quería persuadir diciendo que el haber dedicado su libro a los Médicis había sido para atraerlos a esa trampa, alega no poder compartir la opinión de esos apologistas. Según éstos, en realidad despreciaba a los Médicis. Según Eximeno, pese a sus cambios de actitud, lo que le extraña es cómo pudo utilizar tantas máscaras sin que sus conciudadanos no se diesen cuenta de que en realidad, lo único que le importaba, era él mismo y no la república ni los propios Médicis. Con esto repudia la idea de un Maquiavelo amante de su patria y defensor de la libertad, ideas estas últimas que tenían entonces fuerza entre algunos círculos de patriotas italianos. En el fondo parece tener una concepción menos mitificada de su figura y, tal vez, más cotidianamente humana.
Eximeno concluye su obra con dos Disertaciones. La primera, sigue teniendo que ver con las ideas de Maquiavelo, concretamente sobre su consideración de que la religión cristiana había apocado los ánimos y amortiguado el valor militar en los pueblos que la profesaban. En contra de semejante opinión aunque reconoce que el cristianismo es una religión opuesta a la violencia, que ensalza el perdón y fomenta la caridad, interpreta que los preceptos de la Ley Evangélica generalmente son relativos a la vida privada. Por ejemplo, nos dice, prohibe claramente el homicidio pero no que el magistrado pueda condenar legítimamente al reo ya que su conducta no se basa en el odio o la venganza sino en un orden legalmente establecido.
También distingue entre preceptos y consejos, incluso creyendo ver posturas contradictorias en el mismo Maquiavelo, puesto que unas veces tacha los consejos evangélicos como falsas interpretaciones hechas con espíritu de ocio y otras ensalza el espíritu de algunos hombres que los han seguido. Alude a los ejemplos de aquél sobre San Francisco y Santo Domingo que profesaron pobreza, humildad y desprecio de las cosas del mundo. Le parece que su postura es fruto de su espíritu gibelino cuando afirma que las malas costumbres de los prelados de Roma hubieran acabado ya con la religión cristiana si individuos como los que cita no hubieran renovado su verdadero espíritu. Pero para Eximeno una cosa es el Papa como cabeza de la Iglesia y otra como Príncipe temporal. Por lo que escribe cabría interpretar la postura del abate valenciano en lo que atañe a la religión como proclive a una religiosidad cristiana íntima y renovada en el antiguo espíritu evangélico, asumiendo al mismo tiempo la crítica por los malos ejemplos, errores y corrupciones que a la Iglesia, en tanto institución gobernada por la debilidad humana, se le podía hacer.
—52→A la otra acusación del cristianismo como debilitador del valor militar, Eximeno difiere de los antimaquiavelistas como Rivadeneyra o Saavedra Fajardo entre otros, que habían respondido a esta acusación exaltando el apoyo militar del cristianismo de manera completamente pragmática y obviando así el pacifismo de la ética de condena de Vives y de Erasmo.
Afirma Eximeno que el resultado de un ejército depende de su jefe y de los subordinados, y no del entusiasmo o de la religión157. No podía responder de otra manera quien había sido profesor de la Academia de Cadetes de Segovia y que había participado activamente en los planes de reforma y profesionalización del ejército. Ya aludimos, al principio, a su lección inaugural en aquella Academia que, justamente, había versado «sobre la necesidad de la teoría para desempeñar la práctica al servicio de Su Majestad».
De los conocimientos, es decir, de la formación competente en las artes militares, es de lo que dependería el resultado de las acciones del ejército y no de cualquier valeroso entusiasmo o creencia religiosa.
La segunda Disertación, que cierra la obra, se centra en la versión de Aristóteles de la que se había valido Santo Tomás para comentar los libros de la política, asunto al que, como anteriormente vimos, se había referido. En realidad se trata de una breve disertación en la que Eximeno demuestra su erudición literaria.
Disiente de la versión de Brucker, el profesor y pastor de Augsburgo, que había muerto en 1770 y cuya famosa Historia Crítica constituyó el monumento de referencia para todos los filósofos y sabios del XVIII. Dice Eximeno que Santo Tomás había utilizado una versión que no procedía de los comentarios de los árabes sino la realizada sobre el texto griego por Guillermo de Morbecke, un dominico flamenco coetáneo del mismo Santo Tomás. Que luego, en el siglo XV, Leonardo Aretino, había estudiado griego y traducido al latín los libros de Aristóteles. Según asegura Eximeno, había dos copias manuscritas en la bilioteca del Monasterio de San Miguel de los Reyes en Valencia y termina dando ejemplos de las dos versiones, constatando que no hay diferencias sustanciales entre ellas.
Concluyendo, podría afirmarse, que la condena de la obra de Eximeno se debió a las confusas circunstancias de aquellos momentos. Ideológicamente y pese a no mantener una postura totalmente negativa sobre Maquiavelo, resultaba poco peligrosa políticamente. Pero la, ya en franca descomposición, monarquía de Carlos IV, demostraba, una vez más, a aquella minoría de sabios eruditos que necesitaban publicar sus escritos bajo el favor real, que el saber tenía un último y supremo juez: la censura real.