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La personalidad y la obra de José García de la Huerta en el contexto de la cultura hispano-italiana del siglo XVIII
Universidad de Macerata
Las relaciones entre Italia y España durante todo el siglo XVIII fueron particularmente intensas en distintos ámbitos: del religioso al artístico, del filosófico al literario, originando el nacimiento de la que se ha dado a llamar «cultura hispano-italiana». Los dos acontecimientos que lo favorecieron fueron por un lado la política filoitaliana de los Borbones que en aquellos años estaban reinando en varios territorios de Italia, por el otro la considerable presencia, en esa península, de los jesuitas españoles expulsados de su país158 y residentes, en particular, en la posesiones del Estado Pontificio.
De estos contactos tan asiduos no sólo nacieron relaciones amistosas y respetuosas, sino también fuertes contrastes, que, a pesar de ser engendrados por el simple deseo de establecer una comparación entre los hombres de cultura de los dos países, crearon las premisas para profundas y ásperas polémicas. Entre las muchas, es suficiente aquí recordar, por ejemplo, la que soliviantaron Girolamo Tiraboschi, Saverio Bettinelli y Francesco Saverio Quadrio, que culparon a los españoles por haber introducido en Italia el mal gusto literario -Quadrio afirma que Lope de Vega había violado y ridiculizado las reglas aristotélicas, contribuyendo a la difusión del horrible gusto de los «conceptos» y de las pointes mucho antes que Marino; el suyo, claro está, no es un escrúpulo de objetividad histórica, es más bien una forma de venganza contra aquellos, quienes, aborreciendo el marinismo, denigraban la literatura italiana de la segunda mitad del siglo XVII y de los primeros años del siglo XVIII- o la que fomentaron el mismo Tiraboschi junto —54→ con Roberti y Vannetti contra los latinistas de lengua española, a quienes se les consideraba incapaces de componer en latín, y contra Lucano, Séneca y Marcial, que ellos definieron como los primeros corruptores de la poesía latina159.
Frente a un nacionalismo tan arraigado, surgió como reacción de defensa un nacionalismo español cuyos principales representantes fueron tres jesuitas expulsados: Juan Francisco Masdeu y Francisco Javier Llampillas, ambos catalanes, y el valenciano Juan Andrés. Mientras la obra de este último, Dell'origine, progressi e stato attuale di ogni letteratura (1782-1799), aunque impregnada de cierto nacionalismo que tendía a defender su país de las acusasiones que se le hicieron, tenía una intención informativa más que polémica, la de Masdeu, Historia crítica de España y de la cultura española -el autor escribió, entre 1781 y 1784, dos de los veinte tomos en italiano- y sobre todo la de Llampillas, Saggio storico apologetico della letteratura spagnola contro le pregiudicate opinioni di alcuni moderni italiani (1778-1781), constituían principalmente una violenta defensa del patrimonio cultural nacional, realizada a través de la exaltación apologética de la literatura española y de su importante contribución en el ámbito europeo. Con el mismo fin se publicó también una breve composición que había de ser una respuesta al artículo «Espagne», insertado en la Encyclopdie Métodique, que escribió el francés Masson.
Las relaciones franco-españolas, desde hacía tiempo muy difíciles, se hicieron más ásperas a consecuencia de esta publicación en la que se culpaba a España de no haber hecho nada por Europa; lo que desencadenó una violenta reacción nacionalista española que halló correspondencia en las Observations sur l'article «Espagne» de la Nouvelle Encyclopedie del abad Cavanilles.
Volviendo a las relaciones hispano-italianas, hay que admitir que la aportación más original de los jesuitas fueron los epistolarios que algunos de ellos nos han dejado. En efecto, en un siglo en el que, siguiendo los ejemplos de los enciclopedistas franceses, la mayoría de las producciones literarias se dirigían casi exclusivamente al campo de la crítica y del ensayo, el género epistolar representó la forma literaria más creativa y vivaz.
El epistolario de Juan Andrés, que guardó sus cartas en una colección titulada Cartas familiares (1786-1793) y las once cartas que se conservan del padre Lorenzo Hervás y Panduro -las más antiguas se remontan a los años 1779-1780- son un ejemplo. Escritas con el objetivo de dar a conocer en España la cultura italiana (sus habitantes, sus costumbres, etc.) representan una interesantísima muestra socio-cultural de la Italia del siglo XVIII, que hoy todavía sigue siendo útil para reconstruir los usos civiles y sociales de aquel siglo.
La obra de José García de la Huerta se coloca en este contexto. Riguroso observador del panorama cultural italiano de la segunda mitad del siglo XVIII, nos ha dejado inéditas unas cartas familiares que, como muchas otras obras menores, merecen un examen crítico, un estudio orgánico y profundo.
José o Pedro-José García de la Huerta160 nació en 1748 en Aranda del Duero, donde su padre ocupaba el cargo de administrador de la Real Alfolí de la Sal. Es probable que —55→ fuera el segundo de cuatro hermanos: de entre ellos, el más conocido es el autor de Raquel, el hermano mayor Vicente. A los demás, Manuel y Enrique, se les cita en unos versos que encontramos en la traducción al italiano de esta tragedia llevada a cabo por José y publicada en Bolonia en 1782, a los cuatro años de la primera edición, realizada en Madrid en 1778. En ella, se dice de Manuel, el tercero de los cuatro hermanos, que era traductor y «Uffiziale stimatissimo nella Milizia Spagnuola per la sua fidelità, prudenza e perizia militare, come ne fanno fede le importanti commissioni addossatelli dalla Superiorità, e dal Ministero»161; de Enrique que era «... valeroso Capitano nel Reggimento Fanteria di Majorica»162.
En 1767, dos años después de empezar en Madrid el noviciado jesuita, José fue desterrado de España. Siguiendo el ejemplo de muchos otros discípulos de San Ignacio, se fue a Italia y aquí, durante su destierro, residió en varias ciudades.
A los cuarenta años, como se puede comprobar en el Catálogo Alfabético..., que él mismo hizo publicar en 1788, era Príncipe de la Academia boloñesa de los Inestricati, fundada en la primera mitad del siglo XVIII. Los Académicos Inestricati, 244 miembros «fra' quali havvi tutto il ceto nobile di Bologna e delle altre città d'Italia, molti illustri uomini della Spagna, Francia, Polonia, Germania e molte dame d'ogni nazione»163, tenían el honorífico privilegio de recitar, cada año, en la Academia Clementina164, en la cual habían adquirido renombre Luigi, Agostino e Annibale Carraci y Carlo Cignani, discípulo de Francesco Albani, una oración en alabanza de la Pintura, de la Escultura y de la Arquitectura. La experiencia académica boloñesa contribuyó de manera determinante a la formación artística de José, que dio prueba de su interés y su pericia en las técnicas pictóricas en dos trabajos críticos: Osservazioni sopra un antichissima tavoletta, d'Avoria165 y Comentarios de la pintura encáustica del pincel166. En el primer trabajo, examina una tablilla de marfil del museo de Monseñor Giuseppe Muti Papazzurri, canónigo de la Biblioteca Vaticana, la cual fue descubierta en la viña que estaba detrás de Porta San Sebastiano. En el segundo, estudia los tres métodos del encausto, de los que ya se había ocupado Plinio utilizando un tratado perdido de Apeles. Sus investigaciones le permitieron afirmar que las pinturas de Mengs son, sin duda alguna, al óleo, aunque este pintor mezclaba con el óleo un barniz particular que protegía las pinturas del polvo y de las —56→ injurias del tiempo y cuya invención Plinio atribuye a Apeles. Como estudioso del encausto, no se le olvidó hablar en la carta V (Roma, 8 de diciembre de 1784) de sus Cartas sobre la Italia, del jesuita ecuatoriano Mariano Andrade, que pintó excelentes cuadros, suscitando la admiración de los miembros de la Academia Clementina y de la Academia de San Luca167, para distintas iglesias de Emilia -dos, de la ciudad de Cento- y de la zona de Bolonia.
García de la Huerta alternó la actividad de académico y crítico pictórico con la de traductor. En la carta IV, fechada en Plasencia el 3 junio de 1784, recuerda los elogios que le dirigió el marqués Albergati, traductor de comedias y tragedias francesas, sobre todo de Voltaire, al publicarse su versión italiana de Raquel, defendiendo el valor poético de esta tragedia:
Tal es también la Raquel referida (perfecta). Pues aunque D. Pedro Napoli no ha de ella en su Historia Crítica ma elogio q(ue) el de nombrarla, ha merecido los mayores de los primeros sabios de España, Francia, Italia y Alemania, Portugal y las Américas; y después de impresa en Madrid en 1778, varios respetables cuerpos de inteligentes en la Poesía la han juzgado modelo perfectísimo de estas composiciones. Este es el parecer de los sabios de Averdón, de los Arcades de Roma, de la Academia de los Fuertes de dicha ciudad, de la de Roboredo y de otras varias de Italia168. |
García de la Huerta perteneció a la Compañía de Jesús hasta su abolición, establecida por Clemente XIV en 1773 con el breve pontificio «Dominus ac Redemptor». El año siguiente, el 20 de abril de 1774, consiguió una pensión del gobierno español al no haber aprovechado el breve pontificio de secularización. Gracias a una carta del embajador Azara enviada al duque Grimaldi en 1777, sabemos que se le otorgó el permiso de residir en Roma al servicio de un purpurado muy estimado. Quizá residió en Roma hasta 1789, año en que probablemente regresó a España debido al permiso transitorio que Carlos IV concedió en beneficio de los desterrados para que pudieran regresar.
Murió en Murcia el 3 de julio de 1799.
Una de las fases más importantes de la estancia en Italia de García de la Huerta se realizó en Roma. En esta ciudad, no sólo elaboró su traducción de Raquel, sino también redactó de 1776 a 1787, sus Cartas sobre la Italia de un viaje real en tres etapas: de Génova a Reggio de Calabria (primera etapa); de Oneglia -en el Genovado- al Piamonte, al Ducado de Milán, al Veneto y a otros estados (segunda etapa); de Bolonia a toda la Toscana (tercera etapa). De las Cartas... existen dos manuscritos: el manuscrito 353 de la Biblioleca de Menéndez y Pelayo de Santander que aparece con el título Cartas —57→ críticas sobre la Italia, y el de la Biblioteca Nacional de Madrid (6482 y 6483) que lleva el título Cartas sobre la Italia. Su autor el abate y ex-jesuita Don Josef García de la Huerta. Este último -según opina J. L. Gotor169- podría ser el ejemplar enviado al hermano mayor Vicente, que murió en 1787, año en el cual lo recibió. Ambos ejemplares coinciden en el número de las cartas, menos en el frontespicio y en la dimensión170.
Los asuntos tratados en las Cartas son variados: su autor recoge desde las descripciones geográficas -siempre puntuales- a los análisis críticos en el campo literario, artístico, musical y lingüístico, evidenciando las costumbres juveniles, los vicios y las virtudes de los italianos, su gusto literario, que considera reprobable, su capacidad de acercamiento a los aspectos prácticos y comerciales en su debida forma, los componentes positivos y negativos de su lengua. Interesante es la repartición que García de la Huerta hace de sus Cartas, divididas en parágrafos para facilitar su lectura -en caso contrario resultarían demasiado largas- y para delimitar asuntos diferentes en el ámbito de un mismo desarrollo temático. No faltan errores en las citas, en particular, en las latinas, porque el autor, que siempre da prueba de gran erudición, de una vivacidad intelectual y cultural no común, prefiere confiarse a su memoria, antes que a los textos escritos.
—58→La ironía constituye la nota dominante de las Cartas, presente en toda la obra, confiriéndole una fisonomía peculiar.
En la carta I (Génova, 14 de mayo de 1776), García de la Huerta describe la península italiana; ilustra los itinerarios recorridos, hablando de los orígenes históricos, de los monumentos y de las características de la gente, de los pueblos y de las ciudades que él ha visitado. Denuncia la escasa autenticidad e imparcialidad de los juicios expresados por los italianos. Ellos, en efecto, no saben juzgar con objetividad lo bueno que hay en los demás países. Han creado una imagen ficticia de Italia, imagen en la que sólo destacan elementos positivos.
En la carta II (Florencia, 3 de octubre de 1779), el autor nos ofrece una visión global del estado de la teología, de la moral, de las ciencias, de la medicina y de la farmacología en la Italia del siglo XVIII. Según su parecer, la formación cultural de los italianos es aproximada y superficial; la educación reservada a los jóvenes es «afeminada» y permisiva. Ellos son incapaces de afrontar cualquier problema que conlleve a esfuerzos intelectuales. Con sus críticas, García de la Huerta quiere aquí demoler la fama de nación culta de que goza Italia en el extranjero, haciendo notar que en realidad muy pocos son los italianos verdaderamente cultos.
La carta III (Milán, 20 de abril de 1784) empieza por una imagen general de la literatura italiana del siglo XVIII: el autor examina los progresos logrados por los escritores italianos en el campo de la crítica, de la historia y de la retórica. Se detiene en el análisis de su conocimiento de las lenguas clásicas y de su manera de acercarse a la arqueología y al estudio de las antiguas civilizaciones. Concluye la carta hablando de la música italiana y de sus reglas.
La ironía del Autor muestra la incapacidad crítica de los italianos que juzgan basándose en perjuicios, sin tener un auténtico conocimiento de lo que están tratando.
En la carta IV (Plasencia, 3 de junio de 1784), García de la Huerta hace unas observaciones sobre la poesía italiana, de la cual traza una trayectoria que parte de los escritores latinos, hasta llegar a los escritores contemporáneos. Siguen unos juicios sobre el melodrama, las obras teatrales, los poemas cómicos, satíricos y didascálicos y el arte de traducir -él mismo traduce cuatro poesías, tres del castellano al italiano y una del latín al castellano. El análisis de estos géneros literarios, le ofrece la ocasión para condenar el pésimo gusto literario de los italianos y así demostrar la falsedad de la acusación con que ellos atacan a los españoles por haber contribuido a corromper su buen gusto literario.
La carta V (Roma, 8 de diciembre de 1784) es, sin duda, la menos crítica e irónica. El autor habla casi exclusivamente de las tres artes figurativas y de su evolución en el curso de los siglos, sin olvidar las artes menores, en particular la incisión y el encausto. Después de citar a muchos artistas italianos y Academias europeas, revaloriza las artes figurativas españolas, pero sin quitar nada al mérito de los italianos.
El carácter de los italianos constituye el argumento principal de la carta VI (Bolonia, 20 de febrero de 1785). El autor analiza con meticulosidad sus rasgos constitutivos: considera a los italianos interesados sólo en el comer y el beber; licenciosos en las costumbres; supersticiosos; envidiosos; hipócritas y maldicientes; perezosos y venales; jactanciosos y faltos de modestia. Describe la figura del chichisbeo, ironizando sobre la manera de ejercer las virtudes cristianas típica de los italianos, ridiculizados y a menudo convertidos en personajes caricaturescos.
En la carta VII (Módena, 26 de junio de 1785), sigue desarrollando los asuntos tratados en la carta anterior. Él ironiza fuertemente sobre el carácter de los italianos, sobre sus costumbres, su «culto delle apparenze», su propensión a las «mance» y a la «buona mano».
La cultura constituye el tema central de la carta VIII (Bolonia, 15 de julio de 1785). El autor nos da su definición personal, acompañándola con citas sacadas de las obras de Juvenal y del Nuevo Testamento. Pasando, luego, a juzgar, con tonos muy polémicos, a los principales iluministas franceses y a algunos filósofos que no considera moralmente formativos.
La importancia de los viajes, como medio de culturalización y la exaltación de España, de su grandeza histórica, vuelve a encender la polémica contra Italia.
En la carta IX (Milán, 3 de septiembre de 1785), reanuda el discurso sobre los viajes, que le empuja a comparar el carácter de los italianos con el de los españoles y a explicar las razones por las que estos últimos deben admirar a los extranjeros y conocer sus obras.
En la carta X (San Remo, 9 de febrero de 1787), García de la Huerta trata de demostrar la superioridad lexicológica y fonética de la lengua española, con respecto a la francesa y a la italiana. Su análisis filológico ocupa gran parte de la carta XI (Génova, 15 de febrero de 1787), donde la sencillez y la gravedad de la lengua española se hallan contrapuestas a la futilidad de ciertos elementos gramaticales de la lengua italiana, como los pleonasmos, las abreviaturas, y los diminutivos.
—59→El problema de los teatros en Italia, que es el argumento de la carta XII (Milán, 8 de marzo de 1787), ofrece la ocasión al autor para denunciar el estado de incuria que caracteriza muchos teatros italianos, más bellos que sólidos; para criticar los proyectos de sus arquitectos y la indiferencia de sus propietarios. Frente a esa situación dramática, propone un método de construcción elaborado por Vitruvio.
En la carta XIII (Cremona, 1 de abril de 1787), ilustra las condiciones del comercio en Italia, reprochando a los italianos su incapacidad de aprovechar la posición estratégica de que goza la península; la falta de iniciativas que supera el atomismo político-estatal y, sobre todo, condenando la ceguera y el egoísmo de los príncipes que hacen difícil, y a veces imposible, la expansión del comercio y de las riquezas del país.
Procurando demostrar «la ligereza y poco gusto -según afirma su autor en la introducción- con que han intentado denigrar a nuestra España algunos italianos, mas loquaces que instruidos»171, las Cartas sobre la Italia ofrecen una imagen llena de ironía y espíritu polémico de la sociedad y la cultura italianas de aquel tiempo. Aunque García de la Huerta se opone al uso de las generalizaciones, no consigue sustraerse a los perjuicios y los lugares comunes y, a pesar de su claro propósito de ser crítico e imparcial, sus Cartas se convierten a menudo en instrumento para ensalzar España y defender de las acusaciones de literatos como Bettinelli, Tiraboschi, Quadrio y Napoli la actividad y la obra de los jesuitas que compartían su misma suerte, como Juan Andrés y Antonio Eximeno172, por citar a algunos. Pero, respecto a estos últimos, hay que decir, por ejemplo, que las Cartas de García de la Huerta son muy distintas de las que Juan Andrés dirigió a su hermano Carlos, relatándole los viajes realizados en Italia entre 1785 y 1791. Ellas no tienen la riqueza de información que nos proporcionan las Cartas familiares de Juan Andrés; ni tampoco su elegancia y curiosidad173. No son el producto de una mentalidad ilustrada y original. En este sentido, es fácil reconocer a nuestro autor en el teólogo ultramontano que combate contra la altivez de unos hombres de cultura tan presumidos como ignorantes.
García de la Huerta aborrece la superficialidad con que muchos literatos italianos juzgan fenómenos que necesitan un análisis cuidadoso. Critica duramente a los nuevos «Aristarchos», es decir «Efemeridistas, Literatos, Jornalistas, Annalistas, Autores de memorias enciclopédicas»174, definiéndolos censores prepotentes que se toman la facultad de pronunciar la sentencia definitiva en cualquier disciplina. Polemiza con los philosophes, desaprobando sus ideas y sus métodos para llegar al conocimiento de las cosas, de los —60→ mecanismos que las rigen y conquistar la felicidad, siempre concreta y humana. Condena el deísmo tolerante, más moral que teológico, de Voltaire, su filosofía humana, que trata de organizar la vida social según valores terrenales, y su metafísica sumaria, que no es nada clara. No sólo a Voltaire, sino también a Rousseau, a Montesquieu, acusados de ser divulgadores de falsas verdades, a Saint Evremond y al marqués d'Argens García de Huerta dirige sus críticas más severas por el contenido irreligioso de sus obras y por el estilo con que las han escrito. A las nuevas ideologías opone las enseñanzas del apóstol Pablo en la Epístola a los Romanos, exhortando a los hombres para que no se conformen con los conceptos que han formulado intelectuales como Voltaire y Rousseau.
Poner en claro la verdad, librándola de todo vínculo material, blasfemo e irracional, contrario a las leyes divinas y humanas, es la meta que García de la Huerta quiere alcanzar a través de sus Cartas. Pero la verdad, empleando una aguda metáfora de Horacio que él cita en la carta II, es un camino muy largo, difícil y laborioso.