—89→
Universidad de Alicante
Es un hecho constatado empíricamente que en toda cultura se encierra -y a veces incluso se ignora- una modalidad de orden sobre la cual se elaboran las distintas clasificaciones e interpretaciones de la experiencia humana en los diferentes ámbitos del saber, y que este orden -puesto que ningún saber en su forma concreta es universalmente atemporal (CRESPILLO, 1994, 96)-, la mayoría de las veces, funciona como un a priori histórico. Sin embargo, no es un hecho tan reconocido ni, obviamente, tan manifestado, el carácter semiológico -y, consecuentemente, semántico- de este orden, inherente a cada episteme (WAHL, 1973, 11).
Ello no quiere decir que el carácter inmutable de la función sígnica deba determinar igualmente un sistema semiótico cerrado y, por consiguiente, un orden anacrónico e imperecedero. Es un hecho reconocido por todos que el saber oscila produciéndose distintas evoluciones y, lo que es más importante, transformaciones epistémicas, que no son otra cosa que reflejo del cambio de la relación del signo con aquello que significa.
Por ello, cualquier reflexión que se acerque desde un punto de vista diacrónico a aspectos puntuales de la historia semántica de una lengua debe, además de describir las etapas correspondientes, profundizar en la noción de lenguaje, puesto que, como afirma E. LLEDÓ (1970, 73 y ss.), el lenguaje es «el modo como en el presente de la conciencia actúa el pasado».
Esta actuación es la responsable, obviamente, de todo el proceso que podríamos denominar como Saber lingüístico, categoría determinante de la introducción sobre la Realidad lingüística de una serie de variantes de conciencia.
De ahí que, aunque pueda pensarse que la importancia del lenguaje en la historia del saber en general y de la lengua en particular ha presentado un desarrollo armónico el propio carácter del Saber lingüístico autorice las diferentes trayectorias que, desde un punto de vista antropológico, ha presentado nuestro ámbito disciplinario. Es el principio —90→ del predominio lingüístico (CRESPILLO, 1981, 25-31) presenta diferentes trayectorias desde un punto de vista antropológico que, aunque sea de forma somera, conviene recordar, para situar de forma certera las reflexiones que son objeto de este trabajo.
Como comentamos en otra ocasión, cuando intentamos establecer los fundamentos epistémicos para una consideración sociolingüística de la historia de la lengua (JIMÉNEZ RUIZ, 1994, b), resultado de la síntesis superadora de la dialéctica que enfrenta el cientificismo imperante en el dominio lingüístico con el carácter humano de la lingüística desde un punto de vista social, el modelo sociolingüístico supone una propuesta a la inadecuación de la lingüística histórica, que debe prestar atención a los modos de comportamiento lingüisticosociales a través de la historia, teniendo en cuenta sus variedades y su relación con factores extralingüísticos (lo que conlleva la consideración de aspectos antropológicos, psicológicos y sociológicos, entre otros) y, posiblemente, un viraje a una lingüística más sujetual que objetual (ROMAINE, 1982).
Esta conversión (que no ruptura epistemológica, en sentido bachelardiano) del lenguaje objeto en lenguaje sujeto -implícita ya en la obra saussuriana- que responde al enfrentamiento dicotómico entre los dos grandes paradigmas teoricometodológicos que organizan la historia del saber: el realista y el idealista, trae como consecuencia una nueva manera de concebir el lenguaje que, como sujeto trascendente, necesita, dado su carácter espiritual, la inmanencia de objetos lingüísticos a través de los cuales hacerse patente y existir; dicho en términos saussurianos, el lenguaje sujeto necesita para existir la materialización en la lengua y el habla objetos (CRESPILLO, 1986, 15-25).
Ello exige que, frente a planteamientos naturalistas, que miran sólo hacia el pasado (recuérdese la Antropología Estructural de Levi-Strauss232, o la metapsicología y psicosociología neofreudianas233, por poner unos casos) o a planteamientos más antropológicos, con su proyección de futuro (el caso del neomarxismo234 o del existencialismo235), el carácter semántico de todo orden autorice a una lingüística (social) como técnica interpretativa que, partiendo del antropologismo culturalista-historicista y de la ontología heideggeriana, se acerque al lenguaje del pasado para entender el lenguaje del futuro.
Y la comprensión de este lenguaje pasa por la sublimación de las apariencias hasta llegar a la esencia del sistema, lo que requiere un aparato nocional adecuado, fruto de la reflexión glotológica, en virtud del cual se trascienda el corpus visible y se aprehenda —91→ las estructuras profundas configuradoras del sentido de los diferentes sistemas (FOUCAULT, 1981, 10).
Por ello, debe valorarse en toda su complejidad el sistema que rige la episteme de la segunda mitad del siglo XIX, por cuanto la reflexión en términos teóricos sobre el nuevo objeto lingüístico ha determinado un importante aparato nocional que, aunque revestido conscientemente del conceptualismo positivista, ha determinado una «nueva actitud» ante su objeto de estudio e investigación.
En este sentido, la profundidad de las organizaciones va a reemplazar la continuidad del mundo clásico, estableciendo un signo empírico que apuntará hacia una profundidad trascendental (FOUCAULT, 1971, 242), a la que se llegará no a partir de una pequeña semejanza -como ocurría en el Renacimiento-, sino a partir de la organización interna de esa semejanza (WAHL, 1975, 90-91).
—92→Por ello, el lenguaje dejará de referirse a algo externo a sí mismo (referente) -ya sea para representarlo (episteme clásica) o para calcar su aspecto interno (episteme del siglo XIX)- y, tal y como propone Foucault, se instaurará él mismo como ser. Esto quiere decir que la representación deja de contener lo representado y que el objeto lingüístico (la lengua y el habla) remite a algo que no es mostrado (el lenguaje), transformándose de esta manera en un objeto trascendente, en un objeto que al mismo tiempo es sujeto (ORTIZ-OSÉS, 1986, 227).
Este carácter dual del lenguaje es el que, precisamente permite establecer un corte entre la epistemología que realiza sobre la Realidad lingüística un proceso de simbolización y la ciencia resultante que realiza sobre el objeto lingüístico un aparato conceptual y, consecuentemente, el desarrollo paralelo de lo que podemos considerar una Filología de la Letra y una Filología del Espíritu (CRESPILLO, 1994-1995).
IIIa
En el primer caso, la conversión del lenguaje en objeto se transforma en el principal fundamento de la filología ad usum, propiciando un análisis interior de la lengua enfrentado a la primacía que el pensamiento clásico otorgó al verbo ser en cuanto paso ontológico entre el hablar y el pensar (FOUCAULT, 1971, 289). Consecuentemente, el lenguaje adquiere su propia historia y objetividad, convirtiéndose en un auténtico objeto de estudio e investigación.
—93→IIIb
Sin embargo, y aunque esta concepción objetual sea el fundamento epistémico para que todo conocimiento científico pueda discurrir en el ámbito discursivo (FOUCAULT, 1971, 290), la vertiente sujetual del lenguaje exige una Filología del Espíritu que impugne la impura empiricidad de la filología stricto sensu y transforme la reflexión ideológica sobre el lenguaje en una cuestión puramente teórica (SALLENAVE, 1981).
Lo importante de esta conversión viene dado en su propia configuración interna, una configuración que, en los dominios de la Filología del Espíritu, aparece atravesada por un eje de dos polos; a saber, el que surge como expresión bella -el literario-, que enfrenta el lenguaje de la Gramática al poder de la Palabra, separándose de los valores a los que se le unió en la época clásica (gusto, placer, lo natural), para manifestar un lenguaje que sólo quiere decir su propia esencia (FOUCAULT, 1971, 293); y un segundo polo, que surge como reflexión glotológica -el representado por la Lingüística del Sujeto-, que enfrenta el formalismo inmanentista de la Filología de la Letra a una actitud más globalizante y trascendental, y une el signo con la realidad, propiciando la apertura del sistema (JIMÉNEZ Ruiz, 1994, a).
—94→Ambos polos -el lingüístico y el lingüisticoliterario-, representan otra legalidad, la que instaura la Filología del Espíritu al otorgar al Sujeto la libertad, en el caso lingüístico, frente a las obligaciones de la lengua objeto, y, en el caso lingüisticoliterario, frente a las determinaciones del exterior material.
Sin embargo, y aunque la intervención de la historia pueda parecer lo más determinante puesto que a través de ella se regulan las distintas modalidades de intervención sujetual236, lo verdaderamente importante consiste en considerar el lugar del lenguaje en el todo social como un problema de relación -diferente del Todo hegeliano- estructurada de los diferentes estratos. Así pues, la transformación de la reflexión ideológica sobre el lenguaje en una cuestión teórica se produce precisamente gracias a la consideración que presentamos.
IVa
Por un lado, en el ámbito objetual, la Gramática General se convierte en Filología de la Letra, cediendo su lugar el discurso como modo de saber a un lenguaje que no sólo define los objetos hasta entonces no aparentes (familias de lenguas en las que los sistemas gramaticales son análogos), sino que también prescribe métodos que hasta entonces no se habían empleado237.
IVb
Por otro lado, ahora en el ámbito sujetual de la Filología del Espíritu, la Gramática General se transforma en Lingüística del Sujeto, traducción inconsciente al ámbito lingüístico del problema del sujeto kantiano, mediante la cual se pretende dar respuesta a la dialéctica entre lo empírico y lo trascendental, elaborando un discurso que desempeñará el papel, como dice FOUCAULT (1971, 330), de una analítica de la finitud, puesto que se trata de ver cómo lo Otro (la lengua y el habla) es también lo Mismo (el lenguaje). De igual manera, en el discurso literario la filosofía de las Luces deja paso al Romanticismo238, con su consecuente ampliación objetual (AULLÓN DE HARO, 1994, 21).
—95→La exigencia epistemológica de todo este proceso es obvia, y conviene reseñarla por cuanto la ansiada y no menos pretendida ruptura epistemológica del ámbito lingüístico ha sabido ignorar y en la mayoría de las veces incluso ocultar bajo la apariencia de una exigida autonomía metodológica, la apertura nocional de un sistema, que para nada tenía que ver con el espejismo de la mutación conceptual, incorrectamente importada de otros ámbitos de saber positivista.
La profundidad de la ampliación objetual no viene dada, pues, por un proceso de cerrazón epistémica que lleva a sus últimas cotas el principio de exhaustividad cientificista, sino por un proyecto de apertura sistemática que une el signo con la realidad (social), y orienta la Lingüística hacia destinos «más interpretativos» (CRESPILLO, 1986, 30).
Por tanto, el objeto lingüístico no es completo por sí mismo, aisladamente, sino dentro de un conjunto de relaciones -no sólo internas- que trascienden su entidad para integrarlo en el mundo que lo rodea. Y la interpretación, obviamente, ha de venir a partir de una lingüística del sujeto que se interrogue sobre el mundo y sobre el propio lenguaje, en el primero de los casos, abarcando en su seno la multiplicidad de saberes —96→ que la configuran como mathesis y que le confieren su carácter interdisciplinario, y, en el segundo, concretando estos saberes como un orden sígnico -semántico- (FOUCAULT, 1971, 77 y ss.).
De esta forma, el ámbito lingüisticoliterario se libera de la excesiva tiranía positivista, abandonado el espejismo cientificista en favor de una auténtica teoría sígnica.
Y esta es, quizás, la grandeza de la Lingüística del Sujeto: la de saber enfrentar al carácter cerrado y excluyente de la lingüística ad usum, herencia positivista de la Filología de la Letra, la concepción sígnica abierta y globalizante recibida de la Filología del Espíritu.
Va
Así, frente a la Lingüística del Objeto, nacida de una incorrectamente importada ruptura epistémica, que subyacentemente favorece la continuidad en el estudio de las lenguas, la lingüística del Sujeto presenta una historia lineal que le permite aglutinar, gracias al carácter dual del lenguaje, la empiricidad de la lengua y el habla, objetos de la lingüística, stricto censo, con la trascendentalidad del lenguaje, sujeto de la Lingüística del Espíritu.
Vb
Desde este punto de vista no habría razones, pues, para la excesiva decotomización, ni para el establecimiento de dos grandes períodos opuestos en la historia de los estudios lingüísticos; a saber, uno filológico, que estudiaría las lenguas y llegaría hasta Saussure; y otro lingüístico, que se iniciará con el estudio del lenguaje a partir de la reivindicada ruptura saussuriana. El estudio del lenguaje (sujeto) concretado en las lenguas (objetos) nos permite, a su vez, establecer una serie de etapas en las que se pasa linealmente de una lingüística más centrada en la lengua (y que el cientificismo denomina precientífica) a otra más centrada en el lenguaje (que la lingüística objetivista califica como científica).
Se trata, por tanto, de la evolución de la Lingüística del Objeto (de la Lengua) a la del Sujeto (del Lenguaje), en la que el lenguaje aparece como Sujeto, como prisma organizador de la realidad empírica lingüística (la lengua y el habla). Es la aportación lingüística a la Filosofía de la Modernidad, en la que el hombre adquiere el rango de Sujeto, ya sea de su propia realización (Marx), de su propia realidad (Nietzsche) su propia idealidad (Freud) o, como es el caso presente, de su propio lenguaje.
Sin embargo, ambas etapas no son opuestas ni contradictorias, y la Lingüística del Sujeto, gracias al carácter dual del Lenguaje, permite su globalización y, lo que es más importante, la plasmación de la interrogación sobre el mundo y sobre el lenguaje, en un auténtico orden semántico.
Y este es el orden que hay que encontrar y, consecuentemente, interpretar. Un orden nacido gracias a la intervención sujetival regulada a través de la historia, ya sea a partir de su propia autoconfiguración o, como en el caso que mueve la redacción de estos trabajos, a partir del contacto entre las diferentes culturas.
—97→
- AULLÓN DE HARO, P. (1994): «Reflexiones sobre el concepto histórico de la Literatura y el Arte», Teoría/Crítica 1, pp. 13-33.
- CASSIRER, E. (1972): La filosofía de la Ilustración, F. C. E., México.
- CRESPILLO, M. (1984): La mirada griega. (Exégesis sobre la idea de estravío trágico), Ágora, Málaga.
- CRESPILLO, M. (1981): «Predominio lingüístico e interdisciplinariedad», Ciencias y Letras, 3, pp. 25-31.
- CRESPILLO, M. (1994-1995): «Fundamentos de exégesis lingüística», Estudios de Lingüística, nº 10, pp. 67-89.
- FOUCAULT, M. (1971): Las palabras y las cosas, Siglo XXI, Madrid, 1966.
- FOUCAULT, M. (1981): Nietzsche, Freud, Marx, Anagrama, Barcelona, 1965.
- JIMÉNEZ RUIZ, J. L. (1994, a): «La trascendencia del sujeto lingüístico en la síntesis de una hermenéutica comprensiva del sentido», Actas del I Congreso de Lingüística General, Universidad de Valencia, Valencia -en prensa-.
- JIMÉNEZ RUIZ, J. L. (1994, b): «Fundamentos epistémicos para una concepción sociolingüística de la historia de la Lengua», Lexis, Vol. XVIII, 2, pp. 211-225.
- LLEDÓ, E. (1970): Filosofía y lenguaje, Ariel, Barcelona.
- ORTIZ-OSÉS, A. (1972): Antropología hermenéutica, Ricardo Aguilera, Madrid.
- ORTIZ OSÉS, A. (1986): La nueva filosofía hermenéutica, Ánthropos, Barcelona.
- SALLENAVE, D. et alii (1981): Psicoanálisis y crítica literaria, Akal, Madrid.
- SANTERRE, R. (1969): Introducción al estructuralismo, Nueva Visión, Buenos Aires.
- WAHL, F. (1975): ¿Qué es el estructuralismo? Filosofía, Losada, Buenos Aires, 1973.