Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Siguiente


Abajo

Examen de ingenios para las ciencias


Juan Huarte de San Juan




ArribaAbajoAprobación

He visto este libro, y su doctrina toda es católica, sin cosa que sea contraria a la fe de nuestra madre la santa Iglesia de Roma. Sin esto, es doctrina de grande y nuevo ingenio, fundada y sacada de la mejor filosofía que puede enseñarse. Toca algunos lugares de Escritura muy grave y eruditamente declarados. Su principal argumento es tan necesario de considerar de todos los padres de familia, que si siguiesen lo que este libro advierte, la Iglesia, la república y las familias ternían singulares ministros y sujetos ímportantísimos. Esto me parece, salvo mejor juicio.

Fray Lorenzo de Villavicencio




ArribaAbajoLicencia, para Castilla, de la edición de 1575

EL REY

Por cuanto por parte de vos, el doctor Juan Huarte de San Juan, vecino de la ciudad de Baeza, nos fue fecha relación diciendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Examen de ingenios para las ciencias, donde se muestra la diferencia de habilidades que hay en los hombres y el género de letras que a cada uno responden en particular, suplicándonos lo mandásemos ver y examinar, y daros licencia para lo poder imprimir, y previlegio por veinte años o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los del nuestro Consejo, y como por su mandado se hicieron las diligencias que la premática por nos nuevamente fecha sobre la impresión de los libros dispone, y por haceros bien y merced, fue acordado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula en la dicha razón, y nos tuvímoslo por bien. Y por la presente os damos licencia y facultad para que por tiempo de diez años, que corran y se cuenten desde el día de la fecha de esta nuestra cédula, vos o la persona que vuestro poder hobiere, podáis imprimir y vender el dicho libro que de suso se hace mención. Y por la presente damos licencia y facultad a cualquier impresor de estos nuestros reinos que vos nombráredes, para que por esta vez lo puedan imprimir, con que después de impreso, antes que se venda, lo traigáis al nuestro Consejo juntamente con el original que en él se vio, que va rubricado y firmado al cabo de Pedro de Mármol, nuestro secretario de Cámara, de los que en el nuestro Consejo residen, para que se corrija con él, y se tase al precio que por cada volumen hobiéredes de haber. Y mandamos que, durante el dicho tiempo, persona alguna sin vuestra licencia no lo pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere o vendiere haya perdido y pierda todos y cualesquier libros y moldes que de él tuviere o vendiere en estos nuestros reinos, y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra casa, Corte y cancillería, y a todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros jueces y justicias cualesquier, de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros reinos y señoríos, así a los que agora son como a los que serán de aquí adelante, que vos guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que ansí vos hacemos, contra el tenor y forma della, ni de lo en ella contenido, vos no vayan ni pasen ni consientan ir ni pasar por alguna manera, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Fecha en Madrid. A veinte y cinco días del mes de abril de mil y quinientos y setenta y cuatro años

YO EL REY
Por mandado de su Majestad
Antonio de Eraso




ArribaAbajoAprobación del Consejo de Aragón

Por orden y mandado de los señores del Consejo real de la sacra Corona de Aragón, he visto y examinado el libro intitulado Examen de ingenios para las ciencias, compuesto por el doctor Juan Huarte navarro, natural de San Juan del Pie del Puerto. Paréceme obra católica, en que el autor muestra singular ingenio inventivo, y ejercitado en sutil filosofía natural. Su argumento es exquisito entre todos los que yo he visto y oído en su género. Y, si se probase, sería sin duda de importante utilidad a la república. Tengo por provechoso el haberlo reducido a tales términos, que los ingenios puedan ejercitarse, y descubrir algunos secretos naturales, de los que el autor ofrece. Paréceme que se le debe dar licencia para imprimirlo, etc. Esto me parece, debajo de otro mejor juicio a que me remito. En Madrid, agosto once de 1574 años.

El doctor Heredia




ArribaAbajoLicencia, para Aragón, de la edición de 1575

NOS DON FILIPE, por la gracia de Dios Rey de Castilla, de Aragón, de las dos Sicilias, de Hierusalem, de Hungría, de Dalmacia, de Croacia, de León, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de las Mallorcas, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdoba, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarbes, de Algecira, de Gibraltar, de las Islas de Canaria, de las islas Indias, y tierra firme del Mar Océano. Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Bravante y de Milán, Conde de Barcelona, de Flandes y de Tirol, señor de Vizcaya y Molina, Duque de Atenas y Neopatria, Conde de Rosellón y Cerdania, Marqués de Oristan y Goceano. Por cuanto por parte de vos, el doctor Juan Huarte de San Juan, del lugar de San Juan del Pie del Puerto de dicho nuestro Reino de Navarra, nos ha sido fecha relación diciendo que vos habíades compuesto un libro intitulado Examen de ingenios para las ciencias, el cual es de mucho provecho, y que lo deseáis imprimir y llevar a vender los impresos a los reinos y señoríos de nuestra Corona de Aragón, suplicándonos muy humildemente os mandásemos dar licencia para ello, por tiempo de diez años, con prohibición que ningún otro lo pueda hacer, sino vos o la persona que vuestro poder hobiere. E nos teniendo respecto al fruto y provecho que del dicho libro se puede sacar, y a los gastos y costas que habéis sostenido y se os ofrecen en hacer la dicha impresión, y que ha sido visto y reconocido y aprobado por nuestro mandado, habemos tenido por bien condecender a vuestra suplicación por la manera infraescrita. Por ende con tenor de las presentes, de nuestra cierta ciencia y Real autoridad, damos licencia, premiso y facultad a vos, el dicho doctor Juan Huarte, y a la persona o personas que vuestro poder hobieren, que podáis imprimir, o hacer imprimir, al impresor o impresores que quisiéredes el dicho libro arriba intitulado, en cualesquier ciudades, villas y lugares de los dichos nuestros reinos y señoríos de la Corona de Aragón, y vender en ellos, ansí los impresos fuera como los que haréis en ellos, prohibiendo según que con las presentes prohibimos y vedamos que ninguna otra persona lo pueda imprimir, ni hacer imprimir, ni vender, ni llevar los impresos de otras partes a vender en los dichos reinos y señoríos, sino vos o quien vuestro poder hobiere, por tiempo de los dichos diez años, que empiecen a correr desde el día de la data de las presentes en adelante, so pena de doscientos florines de oro de Aragón y perdimiento de moldes y libros, divididera en tres partes iguales, una a nuestros reales cofres, otra para vos, el dicho doctor Huarte, y otra al acusador. Con esto, empero, que los libros que hiciéredes imprimir, del día presente en adelante, no los podáis vender hasta que hayáis traído a este nuestro sacro, supremo, Real Consejo, que cabe nos reside, el libro que nos habéis presentado, y está rubricado, y a la fin de él firmado de mano de Pedro Franquesa, escribano de mandamiento infrascrito, juntamente con otro de la nueva impresión, para que se vea y compruebe si la dicha nueva impresión estará conforme al dicho libro que se nos ha presentado, y está rubricado por el dicho Pedro Franquesa como arriba se dice. Mandando con el mismo tenor de las presentes, de la dicha nuestra cierta ciencia y real autoridad, a cualesquier lugartenientes, capitanes generales, canceller, vicecanceller, regentes la cancillería, regentes el oficio y portantes veces de general, gobernador, alguaciles, porteros, vergueros y otros cualesquier oficiales y ministros nuestros, mayores y menores, en los dichos nuestros reinos y señoríos de la Corona de Aragón, constituidos y constituideros, y a sus lugartenientes y regentes los dichos oficios, so incorrimiento de nuestra ira e indignación, y pena de mil florines de oro de Aragón, de los bienes del que lo contrario hiciere exigideros, y a nuestros reales cofres aplicaderos, que la presente nuestra licencia y prohibición, todo lo en ella contenido, os tengan, guarden y observen tener, guardar y observar, hagan sin contradicción ni dar lugar ni permitir que sea hecho lo contrario en manera alguna, si nuestra gracia les es cara, y demás de nuestra ira e indignación en la pena susodicha desean no incurrir. En testimonio de lo cual, mandamos despachar las presentes, con nuestro sello real común en el dorso, selladas. Data en la nuestra villa de Madrid a quince días del mes de agosto. Año del nacimiento de Nuestro Señor, mil quinientos setenta y cuatro.

YO EL REY




ArribaAbajoPortada de 1594

EXAMEN / DE INGENIOS / PARA LAS SCIENClAS / EN EL QUAL EL LECTOR HALLA- / rá la manera de su ingenio, para escoger la sciencia en que / mas â de aprouechar. Y la differencia de habi / lidades que ay en los hombres: y el gene / ro de letras y artes que à cada uno / responde en particular.

Compuesto por el Doctor Juan Huarte de / sant Juan. Agora nueuamente enmenda / do por el mismo Autor, y añadidas / muchas cosas curiosas, y / prouechosas.

Dirigido à la C.R.M. del Rey don Phelippe nuestro / señor. Cuyo ingenio se declara, exemplificando / las reglas y preceptos desta / doctrina.

Con nueuo Previlegio del Rey N.S.

Impresso en Baeça. En casa de Juan Baptista / de Montoya. Año de. 1594.




ArribaAbajoPrivilegio para la edición de 1594

EL REY

Por cuanto por parte de vos, Luis Huarte de San Juan, hijo legítimo del doctor Juan Huarte de San Juan, natural de la villa de San Juan del Pie del Puerto (ya difuncto) nos ha sido fecha relación: que el dicho doctor, vuestro padre, había compuesto y ordenado un libro intitulado Examen de ingenios, el cual había sido impreso una vez y visto por el Santo Oficio, y con algunas enmiendas que había hecho había mandado que anduviese, y al presente no se hallaba ninguno y era pedido de mucha gente; y por ser libro de mucho ingenio, útil y provechoso a la república, nos suplicastes os mandásemos dar licencia para le poder imprimir, atento el mucho trabajo que el dicho vuestro padre había pasado en enmendallo y ponello en la perfección que ahora le presentábades; y que las enmiendas que estaban fechas eran conforme al mandato del Catálogo último que los del Consejo de la Inquisición habían publicado; y porque no teníades otra cosa ni bienes que os hobiesen quedado del dicho vuestro padre, os diésemos nuestra cédula y privilegio de prorrogación, de que por nos la primera vez había sido al dicho vuestro padre concedido, o como la nuestra merced fuese. Lo cual visto por los del nuestro Consejo, por cuanto en el dicho libro se hicieron las diligencias que la premática por nos fecha sobre la impresión de los dichos libros dispone, fue acordado que debíamos de mandar dar esta nuestra cédula para vos en la dicha razón, e nos tuvímoslo por bien. Por la cual, por os hacer bien y merced, os damos licencia y facultad para que por tiempo de seis años primeros siguientes, que corren y se cuentan desde el día de la data desta nuestra cédula, vos o la persona que vuestro poder hobiere, y no otra alguna, podáis imprimir y vender el dicho libro intitulado Examen de ingenios, con todas las enmiendas que en él hay fechas que de suso se hace mención en todos nuestros reinos de Castilla, por el original que en el nuestro Consejo se ha visto, que va rubricado y firmado al cabo de Miguel de Ondarza Zavala, nuestro escribano de Cámara de los que residen en nuestro consejo; con que antes que se venda lo traigáis ante ellos juntamente con el original, para que se vea si la dicha impresión está conforme a él, o traigáis fe en pública forma, en cómo por corrector por vos nombrado se vio y corrigió la dicha impresión por el original. Y mandamos al impresor que así imprimiere el dicho libro, no imprima el principio y primer pliego, ni entregue más de solo un libro con el original al autor o persona a cuya costa se imprimiere, ni otra alguna para efecto de la dicha corrección y tasa hasta que primero el dicho libro esté corregido y tasado por los del nuestro Consejo; y estando ansí, y no de otra manera, pueda imprimir el dicho principio y primer pliego, y en él seguidamente ponga esta nuestra licencia y privilegio, y la aprobación y tasa, so pena de caer e incurrir en las penas contenidas en la dicha premática y leyes de nuestros reinos. Y mandamos que durante el dicho tiempo persona alguna sin vuestra licencia no lo pueda imprimir ni vender, so pena que el que lo imprimiere haya perdido y pierda todos y cualesquiera libros, moldes y aparejos que los dichos libros tuviere, y más incurra en pena de cincuenta mil maravedís por cada vez que lo contrario hiciere; la cual dicha pena sea la tercia parte para la nuestra Cámara, y la otra tercia parte para la persona que lo denunciare, y la otra tercia parte para el juez que lo sentenciare. Y mandamos a los del nuestro Consejo, presidente y oidores de las nuestras Audiencias, alcaldes, alguaciles de la nuestra casa y Corte y cancillerías, y a todos los corregidores, asistentes, gobernadores, alcaldes mayores y ordinarios, y otros jueces y justicias cualesquier, de todas las ciudades, villas y lugares destos nuestros reinos y señoríos, así a los que ahora son como a los que serán de aquí adelante, os guarden y cumplan esta nuestra cédula y merced que ansí vos hacemos; y contra el tenor y forma della y de lo en ella contenido, no vais ni paséis ni consintáis ir ni pasar por alguna manera, so pena de la nuestra merced y de diez mil maravedís para la nuestra Cámara. Fecha en Valladolid. A seis días del mes de julio de mil y quinientos y noventa y dos años.

YO EL REY
Por mandato del rey nuestro señor
Don Luis de Salazar




ArribaAbajoTasa

Yo, Miguel de Ondarza Zavala, escribano de Cámara del rey nuestro señor, de los que residen en su Consejo, doy fe que, habiéndose presentado ante los señores del dicho Consejo, por parte de Juan Andrea Guarnero, vecino de la ciudad de Baeza, un libro intitulado Examen de ingenios, que con licencia de los señores del dicho Consejo se ha impreso, le tasaron a tres maravedís cada pliego del dicho libro, y a este precio y no a más mandaron se venda, y que esta tasa se ponga al fin de cada un libro. Y para que dello conste, de pedimento de Juan Orozco Carvajal, en nombre del dicho Juan Andrea Guarnero, di el presente, que es fecho en la villa de Madrid, a diez y ocho días del mes de julio de mil y quinientos y noventa y cuatro años, y en fe dello lo firmé de mi nombre. Miguel de Ondarza Zavala.




ArribaAbajoProemio

A la Majestad del rey don Filipe, nuestro señor


Para que las obras de los artífices tuviesen la perfección que convenía al uso de la república, me pareció, Católica Real Majestad, que se había de establecer una ley: que el carpintero no hiciese obra tocante al oficio del labrador, ni el tejedor del arquitecto, ni el jusrisperito curase, ni el médico abogase; sino que cada uno ejercitase sola aquel arte para la cual tenía talento natural, y dejase las demás. Porque, considerando cuán corto y limitado es el ingenio del hombre para una cosa y no más, tuve siempre entendido que ninguno podía saber dos artes con perfección sin que en la una faltase. Y, porque no errase en elegir la que a su natural estaba mejor, había de haber diputados en la república, hombres de gran prudencia y saber, que en la tierna edad descubriesen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía, y no dejarlo a su elección. De lo cual resultaría en vuestros estados y señoríos haber los mayores artífices del mundo y las obras de mayor perfección, no más de por juntar el arte con naturaleza.

Esto mesmo quisiera yo que hicieran las Academias de vuestros reinos; que, pues no consienten que el estudiante pase a otra facultad no estando en la lengua latina perito, que tuvieran también examinadores para saber si el que quiere estudiar dialéctica, filosofía, medicina, teología o leyes tiene el ingenio que cada una de estas ciencias ha menester. Porque si no, fuera del daño que este tal hará después en la república usando su arte mal sabida, es lástima ver a un hombre trabajar y quebrarse la cabeza en cosa que es imposible salir con ella. Por no hacer hoy día esta diligencia, han destruido la cristiana religión los que no tenían ingenio para teología, y echan a perder la salud de los hombres los que son inhábiles para medicina, y la jurispericia no tiene la perfección que pudiera por no saber a qué potencia racional pertenece el uso y buena interpretación de las leyes.

Todos los filósofos antiguos hallaron por experiencia que donde no hay naturaleza que disponga al hombre a saber, por demás es trabajar en las reglas del arte. Pero ninguno ha dicho con distinción ni claridad qué naturaleza es la que hace al hombre hábil para una ciencia y para otra incapaz, ni cuántas diferencias de ingenio se hallan en la especie humana, ni qué artes y ciencias responden a cada uno en particular, ni con qué señales se había de conocer, que era lo que más importaba. Estas cuatro cosas, aunque parecen imposibles, contienen la materia sobre que se ha de tratar, fuera de otras muchas que se tocan al propósito de esta doctrina, con intento que los padres curiosos tengan arte y manera para descubrir el ingenio a sus hijos, y sepan aplicar a cada uno la ciencia en que más ha de aprovechar. Que es un aviso que Galeno cuenta haberle dado un demonio a su padre, al cual le aconsejó, estando durmiendo, que hiciese estudiar a su hijo medicina, porque para esta ciencia tenía ingenio único y singular.

De lo cual entenderá vuestra Majestad cuánto importa a la república que haya en ella esta elección y examen de ingenios para las ciencias; pues de estudiar Galeno medicina resultó tanta salud a los enfermos de su tiempo, y para los venideros dejó tantos remedios escritos. Y si como Baldo (aquel ilustre varón en derecho) estudió medicina y la usó, pasara adelante con ella, fuera un médico vulgar (como ya realmente lo era por faltarle la diferencia de ingenio que esta ciencia ha menester) y las leyes perdieran una de las mayores habilidades de hombre que para su declaración se podía hallar.

Queriendo, pues, reducir a arte esta nueva manera de filosofar, y probarla en algunos ingenios, luego me ocurrió el de vuestra Majestad por ser más notorio, de quien todo el mundo se admira viendo un príncipe de tanto saber y prudencia. Del cual aquí no se puede tratar sin hacer fealdad en la obra. El penúltimo capítulo es su conveniente lugar, donde vuestra Majestad verá la manera de su ingenio y el arte y letras con que había de aprovechar a la república si, como es rey y señor nuestro por naturaleza, fuera un hombre particular. Vale.




ArribaAbajoSegundo proemio

Al lector


Cuando Platón quería enseñar alguna doctrina grave, sutil y apartada de la vulgar opinión, escogía de sus discípulos los que a él le parecían de más delicado ingenio y a sólo éstos decía su parecer, sabiendo por experiencia que enseñar cosas delicadas a hombres de bajo entendimiento era gastar el tiempo en vano y echar a perder la doctrina.

Lo segundo que hacía, después de la elección, era prevenirlos con algunos presupuestos claros y verdaderos, y que no estuviesen lejos de la conclusión. Porque los dichos y sentencias que de improviso se publican contra lo que el vulgo tiene persuadido no sirven de más, al principio no haciéndose tal prevención, que alborotar el auditorio y enojarle, de manera que viene a perder la pía afección y aborrecer la doctrina.

Esta manera de proceder quisiera yo poder guardar contigo, curioso lector, si hubiera forma para poderte primero tratar y descubrir a mis solas el talento de tu ingenio; porque, si fuera tal cual convenía a esta doctrina, apartándote de los ingenios comunes, en secreto te dijera sentencias tan nuevas y particulares cual jamás pensaste que podían caer en la imaginación de los hombres.

Pero como no se puede hacer, habiendo de salir en público para todos esta obra, no es posible dejar de alborotarte. Porque si tu ingenio es de los comunes y vulgares, bien sé que estás persuadido que el número de las ciencias y su perfección ha muchos días que por los antiguos está ya cumplido, movido con una vana razón: que, pues ellos no hallaron más que decir, argumento es que no hay otra novedad en las cosas. Y si por ventura tienes tal opinión no pases de aquí, ni leas más adelante; porque te dará pena ver probado cuán miserable diferencia de ingenio te cupo. Pero si eres discreto, bien compuesto y sufrido, decirte he tres conclusiones muy verdaderas, aunque por su novedad son dignas de grande admiración.

La primera es que, de muchas diferencias de ingenio que hay en la especie humana, sola una te puede, con eminencia, caber; si no es que Naturaleza, como muy poderosa, al tiempo que te formó echó todo el resto de sus fuerzas en juntar solas dos, o tres; o, por no poder más, te dejó estulto y privado de todas.

La segunda, que a cada diferencia de ingenio le responde, en eminencia, sola una ciencia y no más; de tal condición, que, si no aciertas a elegir la que responde a tu habilidad natural, ternás de las otras gran remisión, aunque trabajes días y noches.

La tercera, que después de haber entendido cuál es la ciencia que a tu ingenio más le responde, te queda otra dificultad mayor por averiguar; y es si tu habilidad es más acomodada a la práctica que a la teórica, porque estas dos partes, en cualquier género de letras que sea, son tan opuestas entre sí y piden tan diferentes ingenios, que la una a la otra se remiten como si fueran verdaderos contrarios.

Duras sentencias son, yo lo confieso. Pero otra cosa tienen de más dificultad y aspereza: que de ellas no hay a quien apelar ni poder decir de agravios. Porque siendo Dios el autor de Naturaleza, y viendo que ésta no da a cada hombre más que una diferencia de ingenio, como atrás dije, por la oposición o dificultad que de juntarlas hay, se acomoda con ella; y, de las ciencias que gratuitamente reparte entre los hombres, por maravilla da más que una en grado eminente. Divisiones vero gratiarum sunt, idem autem Spiritus; et divisiones ministrationum sunt, idem autem Dominus, et divisiones operationum sunt, idem vero Deus qui operatur omnia in omnibus. Unicuique autem datur ministratio Spiritus ad utilitatem: alii quidem datur per Spiritum sermo sapientiae, alii autem sermo scientiae secundum eumdem Spiritum; alteri fides in eodem Spiritu, alii gratia sanitatum in uno Spiritu, alii operatio virtutum, alii prophetia, alii discretio Spirituum, alii genera linguarum, alii in interpretatio sermonum. Haec autem omnia operatur unus atque idem Spiritus dividens singulis prout vult.

Este repartimiento de ciencias yo no dudo sino que le hace Dios teniendo cuenta con el ingenio y natural disposición de cada uno. Porque los talentos que repartió por san Mateo, dice el mismo Evangelista que los dio unicuique secundum propiam virtutem. Y pensar que estas ciencias sobrenaturales no piden ciertas disposiciones en el sujeto antes que se infunda, es error muy grande.

Porque cuando Dios formó a Adán y a Eva es cierto que, primero que los llenase de sabiduría, les organizó el celebro de tal manera que la pudiesen recibir con suavidad y fuese cómodo instrumento para con ella poder discurrir y raciocinar. Y así lo dice la divina Escritura: ...et cor dedit illis excogitandi, et disciplina intellectus replevit illos.

Y que, según la diferencia de ingenio que cada uno tiene, se infunda una ciencia y no otra, o más o menos de cada cual de ellas, es cosa que se deja entender en el mesmo ejemplo de nuestros primeros padres; porque, llenándolos Dios a ambos de sabiduría, es conclusión averiguada que le cupo menos a Eva, por la cual razón dicen los teólogos que se atrevió el demonio a engañarla y no osó tentar al varón temiendo su mucha sabiduría. La razón de esto es, como adelante probaremos, que la compostura natural que la mujer tiene en el celebro no es capaz de mucho ingenio ni de mucha sabiduría.

En las sustancias angélicas hallaremos también la mesma cuenta y razón. Porque, para dar Dios a un ángel más grados de gloria y más subidos dones, le da primero más delicada naturaleza, y preguntado a los teólogos de qué sirva esta naturaleza tan delicada, dicen que el ángel que tiene más subido entendimiento y mejor natural se convierte con más facilidad a Dios y usa del don con más eficacia; y que lo mesmo acontece en los hombres.

De aquí se infiere claramente que, pues hay elección de ingenios para las ciencias sobrenaturales, y que no cualquiera diferencia de habilidad es cómodo instrumento para ellas, que las letras humanas con más razón la pedirán, pues las han de aprender los hombres con las fuerzas de su ingenio.

Saber, pues, distinguir y conocer estas diferencias naturales del ingenio humano, y aplicar con arte a cada una la ciencia en que más ha de aprovechar es el intento desta mi obra. Si saliere con él como lo tengo propuesto, daremos a Dios la gloria de ello, pues de su mano viene lo bueno y acertado. Y si no, bien sabes, discreto lector, que es imposible inventar un arte y poderla perficionar; porque son tan largas y espaciosas las ciencias humanas, que no basta la vida de un hombre a hallarlas y darles la perfección que han de tener. Harto hace el primer inventor en apuntar algunos principios notables, para que los que después sucedieren, con esta simiente, tengan ocasión de ensanchar el arte y ponerla en la cuenta y razón que es necesaria.

Aludiendo a esto Aristóteles, dice que los errores de los que primero comenzaron a filosofar se han de tener en gran veneración; porque, como sea tan dificultoso el inventar cosas nuevas y tan fácil añadir a lo que ya está dicho y tratado, las faltas del primero no merecen, por esta razón, por ser muy reprehendidas, ni al que añade se le debe dar mucha alabanza.

Yo bien confieso que esta mi obra no se puede escapar de algunos errores, por ser la materia tan delicada y donde no había camino abierto para poderla tratar. Pero si fueren en materia donde el entendimiento tiene lugar de opinar, en tal caso te ruego, ingenioso lector, antes que des tu decreto, leas primero toda la obra y averigües cuál es la manera de tu ingenio; y si en ella hallares alguna cosa que a tu parecer no esté bien dicha, mira con cuidado las razones que contra ella más fuerza te hacen, y si no las supieres soltar, torna a leer el undécimo capítulo, que en él hallarás la respuesta que pueden tener. Vale.




ArribaAbajoProsíguese el segundo proemio [1594]

y dase la razón por qué los hombres son de diferentes pareceres en los juicios que hacen


Una duda me ha traído fatigado el ingenio muchos días ha, y pensando, curioso lector, que su respuesta era muy oculta al juicio y sentido de los hombres, lo había siempre disimulado; hasta que ya, molestado de ocurrirme tantas veces a la imaginación, propuse en mí de saber su razón natural aunque me costase cualquiera trabajo. Y es de dónde puede nacer que, siendo todos los hombres de una especie indivisible y las potencias del ánima racional (memoria, entendimiento y voluntad) de igual perfección en todos, y, lo que más aumenta la dificultad, que, siendo el entendimiento potencia espiritual y apartada de los órganos del cuerpo, con todo eso vemos por experiencia que, si mil hombres se juntan para juzgar y dar su parecer sobre una mesma dificultad, cada uno hace juicio diferente y particular, sin concentarse con los demás. Por donde se dijo:


mille hominum species et rerum discolor usus:
velle suum cuique est, nec voto vivitur uno.

Ningún filósofo antiguo ni moderno, que yo haya visto, ha tocado esta dificultad, asombrados, a mi ver, de su gran oscuridad, aunque todos los veo querellosos del vario juicio y apetito de los hombres. Por donde me fue forzado echar el discurso a volar y aprovecharme de la investigación, como en otras dificultades mayores que no han tenido primer movedor.

Y discurriendo, hallé por mi cuenta que en la compostura particular de los hombres hay una causa natural que involuntariamente los inclina a diversos pareceres; y que no es odio, ni pasión, ni ser los hombres detractores y amigos de contradecir, como piensan los que escriben cartas nuncupatorias a sus Mecenates, pidiéndoles contra ellos ayuda y favor. Pero cuál fuese esta causa en particular, y de qué principios puede nacer, aquí estuvo el dolor y trabajo.

Para lo cual es de saber que fue antigua opinión de algunos médicos graves que todos los hombres que vivimos en regiones destempladas estamos actualmente enfermos y con alguna lesión, aunque por habernos engendrado y nacido con ella y no haber gozado de otra mejor templanza, no lo sentimos. Pero advirtiendo en las obras depravadas que hacen nuestras potencias y en los descontentos que cada hora pasan por nosotros sin saber de qué ni por qué, hallaremos claramente que no hay hombre que pueda decir con verdad que está sin achaque ni dolor.

Todos los médicos afirman que la perfecta salud del hombre restriba en una conmoderación de las cuatro calidades primeras, donde el calor no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad, de la cual declinando, es imposible que pueda hacer tan bien sus obras como antes solía. Y está la razón muy clara: porque si con la perfecta temperatura hace el hombre sus obras con perfección, forzosamente con la destemplanza, que es su contrario, las ha de hacer con alguna falta y lesión. Pero, para conservar aquella perfecta sanidad, es necesario que los cielos influyan siempre unas mesmas calidades; y que no haya invierno, estío ni otoño; y que el hombre no discurra por tantas edades; y que los movimientos del cuerpo y del ánima sean siempre uniformes: el velar y dormir, las comidas y bebida, todo templado y correspondiente a la conservación de esta buena temperatura. Todo lo cual es caso imposible, así al arte de medicina como a Naturaleza.

Sólo Dios lo pudo hacer con Adán, poniéndolo en el Paraíso terrenal y dándole a comer del árbol de la vida, cuya propriedad era conservar al hombre en el punto perfecto de sanidad en que fue criado. Pero viviendo los hombres en regiones destempladas, sujetas a tales mudanzas del aire, al invierno, estío y otoño, y pasando por tantas edades, cada una de su temperatura, y comiendo unos manjares fríos y otros calientes, forzosamente se ha de destemplar el hombre y perder cada hora la buena templanza de las primeras calidades. De lo cual es evidente argumento ver que todos cuantos hombres se engendran nacen unos flemáticos y otros sanguinos, unos coléricos y otros melancólicos, y por gran maravilla uno templado, y a éste no le dura la buena temperatura un momento sin alterarse.

A estos médicos reprehende Galeno diciendo que hablan con mucho rigor. Porque la sanidad de los hombres no consiste en un punto indivisible, sino que tiene anchura y latitud; y que las primeras calidades pueden declinar del perfecto temperamento sin caer luego en enfermedad. Los flemáticos se apartan notablemente por frialdad y humidad, y los coléricos por calor y sequedad; y todos viven sanos y sin achaque ni dolor. Y aunque es verdad que éstos no hacen tan perfectas obras como los templados, pero pasan con ellas sin notable lesión y sin llamar al médico que se les corrija; por la cual razón, el arte las guarda y conserva como disposiciones naturales. Aunque, con esto, confiesa Galeno que son destemplanzas viciosas y que se han de tratar como si fueran enfermedades, aplicando a cada una sus calidades contrarias para reducirlas, si fuese posible, a la perfecta sanidad donde no hay dolores ni achaques. De lo cual es evidente argumento ver que nunca Naturaleza, con sus irritaciones y apetitos, trata de conservar al destemplado con causas semejantes, sino siempre procura reducirle con contrarios, como si estuviese enfermo. Y, así, vemos que el colérico aborrece el estío y se huelga con el invierno, el vino le abrasa y con el agua se amansa. Que es lo que dijo Hipócrates: calidae naturae cui est, aquae potus et refrigeratio.

Pero para el fin que yo pretendo, impertinente es que estas destemplanzas sean enfermedades, como dijeron aquellos médicos antiguos, o sanidades imperfectas, como confiesa Galeno, porque de la una y de la otra opinión se infiere claramente lo que yo quiero probar, y es que, por razón de las destemplanzas que los hombres padecen, y por no tener entera su composición natural, están inclinados a gustos y apetitos contrarios, no solamente en la irascible y concupiscible, pero también en la parte racional. Lo cual se ve claramente discurriendo por todas las facultades que gobiernan al hombre destemplado. El que es colérico, según las potencias naturales, desea alimentos fríos y húmidos; y el flemático, calientes y secos. El colérico, según la potencia generativa, se pierde por mujeres; y el flemático las aborrece. El colérico, según la irascible, adora en la honra, en la vanagloria, imperio y mando, y ser a todos superior; y el flemático estima más hartarse de dormir que todos los señoríos del mundo. Y donde se echa también de ver los varios apetitos de los hombres es entre los mesmos coléricos, flemáticos, sanguinos y melancólicos, por razón de las muchas diferencias que hay de cólera, flema y melancolía.

Pero, para que más claro se entienda que las varias destemplanzas y enfermedades que los hombres padecen es la causa total de hacer varios juicios en lo que toca a la parte racional, será bien poner ejemplo en las potencias exteriores; porque lo que fuere de ellas, será también de las interiores.

Todos los filósofos naturales convienen en que las potencias con que se ha de hacer algún conocimiento han de estar sanas y limpias de las calidades del objeto que han de conocer, so pena que harán juicios varios y todos falsos. Finjamos, pues, cuatro hombres enfermos en la compostura de la potencia visiva, y que el uno tenga en el humor cristalino una gota de sangre empapada, y otro de cólera, y otro de flema, y otro de melancolía. Si a éstos, no sabiendo ellos de su enfermedad, les pusiésemos delante un pedazo de paño azul para que juzgasen del color verdadero que tenía, es cierto que el primero diría que era colorado, y el segundo amarillo, y el tercero blanco, y el cuarto negro. Y todos lo jurarían, y se reirían unos de otros como que erraban en cosa tan manifiesta y notoria. Y si estas cuatro gotas de humores las pasásemos a la lengua y les diésemos a beber un jarro de agua, el uno diría que era dulce, el otro amarga, el otro salada y el otro aceda.

Veis aquí cuatro juicios diferentes en dos potencias por razón de tener cada una su enfermedad; y ninguna atinó a la verdad. La mesma razón y proporción tienen las potencias interiores con sus objetos. Y si no, pasemos aquellos cuatro humores en mayor cantidad al celebro, de manera que le inflamen; y veremos mil diferencias de locuras y disparates, por donde se dijo: cada loco con su tema. Los que no llegan a tanta enfermedad parece que están en su juicio y que dicen y hacen cosas convenientes; pero realmente disparan, sino que no se echa de ver por la mansedumbre con que algunos proceden.

Los médicos de ninguna señal se aprovechan tanto para conocer y entender si un hombre está sano o enfermo como mirarle a las obras que hace. Si éstas son buenas y sanas, es cierto que tiene salud; y si lesas y dañadas, infaliblemente está enfermo. En este argumento se fundó aquel gran filósofo Demócrito abderita cuando le probó a Hipócrates que el hombre dende que nace hasta que muere no es otra cosa más que una perpetua enfermedad según las obras racionales; y, así, le dijo: Totus homo ex nativitate morbus est: dum educatur, inutilis est et alienum auxlium implorat: dum crescit, protervus, insipiens, paedagogo opus habens; dum in vigore est, audax est; dum decrescit, miserabilis, ubi labores suos recolit ac jactat... Ex maternis enim uteri inquinamentis talis prodiit. De la cual sentencia se admiró Hipócrates y, pareciéndole que era muy verdadera, se dejó concluir y por tal la contó a su amigo Damageto. Y tornándolo a visitar (gustando de su sabiduría) dice que le preguntó la razón y causa de su continua risa (viéndole reír y burlar de todos los hombres del mundo), a lo cual le respondió la sentencia que sigue: Numquid universum mundum aegrotare non animadvertis? Alii canes emunt, alii equos, aliis volunt multis imperare, nec sibi ipsis imperare possunt; uxores ducunt quas paulo post eiiciunt; amant, deinde odio habent; cum magna cupiditate liberos generant, deinde adulto eiicunt. Quae est illa vana ac absurda diligentia, nihil ab insania differens? Bellum intestinum gerunt quietem non amplectentes; reges deponunt, alios subrogant; occidunt homines; terram fodientes argentum quaerunt. Y, así, procedió muy a larga contando los varios apetitos de los hombres y las locuras que hacen y dicen por razón de estar todos enfermos. Y concluyendo, le dijo que este mundo no era más que una casa de locos, cuya vida era una comedia graciosa representada para hacer reír a los hombres; y que ésta era la causa de que se reía tanto. Lo cual oído por Hipócrates, dijo públicamente a los abderitas: Non insanit Democritus, sed super omnia sapit et nos sapientiores efficit.

Si los hombres fuéramos todos templados y viviéramos en regiones templadas y usáramos de alimentos templados, todos (aunque no siempre, pero por la mayor parte) tuviéramos unos mesmos conceptos, unos mesmos apetitos y antojos; y si alguno tomara la mano a razonar y dar su parecer en alguna dificultad, todos de la mesma manera casi a una mano la firmaran de su nombre. Pero viviendo como vivimos en regiones destempladas y con tantas desórdenes en el comer y beber, con tantas pasiones y cuidados del ánima y tan continuas alteraciones del cielo, no es posible dejar de estar enfermos, o por lo menos destemplados. Y como no enfermamos todos con un mesmo género de enfermedad, no seguimos comúnmente todos una mesma opinión, ni tenemos comúnmente un mesmo apetito y antojo, sino cada uno el suyo conforme a la destemplanza que padece.

Con esta filosofía viene muy bien aquella parábola de san Lucas que dice: Homo quidem descendebat ab Ierusalem in Iericho, et incidit in latrones; qui etiam despoliaverunt eum et, plagis impositis, abierunt semivivo relicto. La cual declaran algunos autores diciendo que aquel hombre así llagado representa la naturaleza humana después del pecado; porque antes lo había Dios criado perfectísimo en la compostura y temperamento que naturalmente se debía a su especie, y le había dado muchas gracias y dones sobrenaturales para mayor perfección suya. Especialmente le dio la justicia original, con la cual alcanzó el hombre toda la salud y concierto que en su compostura se podía desear; y, así, la llama san Agustín sanitas naturae, porque de ella resultaba el armonía y concierto del hombre sujetando la porción inferior a la superior y la superior a Dios. Todo lo cual perdió en el punto que pecó; porque luego le despojaron de lo gratuito, y en lo natural quedó herido y llagado. Y si no, miremos a sus descendientes cómo están y qué obras hacen; y se entenderá claramente que no pueden proceder sino de hombres enfermos y llagados: a lo menos, de su libre albedrío está determinado que después del pecado quedó medio muerto y sin las fuerzas que solía tener. Porque en pecando Adán, luego le echaron del Paraíso terrenal (lugar templadísimo) y lo privaron del árbol de la vida y de los demás amparos que había para conservarle su buena compostura. La vida que comenzó a tener fue de mucho trabajo, durmiendo por los suelos al frío y al sereno y al calor. La región donde habitaba era destemplada, y las comidas y bebidas, contrarias a su salud. Él andaría descalzo y mal vestido, sudando y trabajando para ganar de comer, sin casa ni abrigo, vagando de región en región. Un hombre que se había criado en tanto contento y regalo con tal vida forzosamente había de enfermar y destemplarse; y, así, no le quedó órgano ni instrumento corporal que no estuviese destemplado, sin poder obrar con la suavidad que antes solía. Y con tal destemplanza conoció a su mujer y engendró tan mal hombre como Caín, de tan mal ingenio, malicioso, soberbio, duro, áspero, desvergonzado, envidioso, indevoto y mal acondicionado. Y, así, comenzó a comunicar a sus descendientes esta mala salud y desorden; porque la enfermedad que tienen los padres al tiempo del engendrar, esa misma (dicen los médicos) sacan sus hijos después de nacidos.

Pero una dificultad grande se ofrece en esta doctrina y pide no cualquiera solución. Y es: si todos los hombres estamos enfermos y destemplados como lo hemos probado y de cada destemplanza nace juicio particular ¿qué remedio tenemos para conocer cuál dice la verdad de tantos como opinan? Porque, si aquellos cuatro hombres erraron en el juicio y conocimiento que hicieron del paño azul, por tener cada uno su enfermedad particular en la vista, lo mesmo podría acontecer en otros cuatro si cada uno tuviese su particular destemplanza en el celebro; y, así, quedaría la verdad ocultada, o ninguno la alcanzaría por estar todos enfermos y destemplados.

A esto se responde que la sabiduría humana es incierta y caduca por la razón que hemos dicho. Pero, fuera desto, es de saber que nunca acontece enfermedad en el hombre que, debilitando una potencia, por razón de ella no se fortifique la contraria o la que pide contrario temperamento; como si el celebro templado se destemplase por humidad, es cierto que crecería la memoria y faltaría el entendimiento, como adelante probaremos; y por sequedad, subiría el entendimiento y bajaría la memoria. Y, así, en las obras tocantes al entendimiento, mucho más sabría un hombre de seco celebro, que un muy sano y templado; y en las obras de la memoria, mucho más alcanza un destemplado por humidad, que el hombre más templado del mundo. Porque, según la opinión de los médicos, en muchas obras exceden los destemplados a los templados; por donde dijo Platón que por maravilla se halla hombre de muy subido ingenio que no pique algo en manía (que es una destemplanza caliente y seca del celebro).

De manera que hay destemplanza y enfermedad determinada para cierto género de sabiduría, y repugnante para las demás; y, así, es necesario que el hombre sepa qué enfermedad es la suya y qué destemplanza, y a qué ciencia responde en particular (que es el tema de este libro); porque con ésta alcanzará la verdad y con las demás hará juicios disparados.

Los hombres templados, como adelante probaremos, tienen capacidad para todas las ciencias con cierta mediocridad sin aventajarse mucho en ellas. Pero los destemplados, para una y no más; a la cual si se dan con certidumbre, y la estudian con diligencia y cuidado, harán maravillas en ella; y si la yerran, sabrán muy poquito en las demás. De lo cual es evidente argumento ver por las historias que cada ciencia se inventó en la región destemplada que le cupo acomodada a su invención.

Si Adán y todos sus descendientes vivieran en el Paraíso terrenal, de ninguna arte mecánica ni ciencia de las que ahora se leen en las escuelas tuviera necesidad, ni hasta el día de hoy se hubieran inventado ni puesto en práctica. Porque, andando desnudos y descalzos, no eran necesarios sastres, calceteros, zapateros, cardadores, tejedores, carpinteros ni domificadores; porque en el Paraíso terrenal no había de llover, ni correr aires fríos ni calientes de que se hubieran de guardar. También no hubiera esta teología escolástica y positiva, a lo menos tan extendida como ahora tenemos; porque no pecando Adán, no naciera Jesucristo, de cuya encarnación, muerte y vida, y del pecado original y el reparo que tuvo, está compuesta esta Facultad. Menos hubiera jurispericia; porque para el justo no son necesarias leyes ni derecho: todas las cosas fueran comunes y no hubiera mío ni tuyo, que es la ocasión de los pleitos y del reñir. La medicina fuera ciencia impertinente; porque los hombres fueran inmortales, no sujetos a corrupción ni alteración que les causara enfermedad: comieran todos de aquel árbol de la vida cuya propiedad era repartirles siempre mejor húmido radical que antes tenían.

En pecando Adán, luego tuvieron principio práctico todas las artes y ciencias que hemos dicho, porque todas fueron menester para remediar su miseria y necesidad. La primera que comenzó en el Paraíso terrenal fue la jurispericia, donde se substanció un proceso por el mismo orden judicial que ahora tenemos, citando la parte, y poniéndole su acusación, y respondiendo el reo, con la sentencia y condenación del juez. La segunda fue la teología; porque cuando dijo Dios a la serpiente et ipsa conteret caput tuum, entendió Adán, como hombre que tenía el entendimiento lleno de ciencias infusas, que para su remedio el Verbo divino había de encarnar en el vientre virginal de una mujer, y que ésta con su buen parto había de poner debajo sus pies al demonio con todo su imperio; en la cual fe y creencia se salvó. Tras la teología salió luego el arte militar, porque en el camino por donde Adán iba a comer del árbol de la vida fabricó Dios un presidio, donde puso un querubín armado para que le impidiese el paso. Tras el arte militar salió luego la medicina; porque, en pecando Adán, se hizo mortal y corruptible y sujeto a mil enfermedades y dolores.

Todas estas ciencias y artes tuvieron su principio práctico aquí, y después se perficionaron y aumentaron cada una en la región destemplada que le cupo, naciendo en ella hombres de ingenio y habilidad acomodada a su invención. Y así concluyo, curioso lector, confesando llanamente que yo estoy enfermo y destemplado (y que tú lo podrás estar también), pues nací en tal región; y que nos podría acontescer lo mesmo que a aquellos cuatro hombres, que, siendo el paño azul, el uno juró que era colorado, el otro blanco, el otro amarillo y el otro negro, y ninguno acertó por la lesión particular que cada uno tenía en su vista.






ArribaAbajoCapítulo I [1594]

Donde se declara qué cosa es ingenio y cuántas diferencias se hallan de él en la especie humana


Precepto es de Platón (el cual obliga a todos los que escriben y enseñan) comenzar la doctrina por la difinición del sujeto cuya naturaleza, diferencia y propiedades queremos saber y entender. Dase por esta vía gusto al que la ha de aprender, y el que escribe no se derrama a cuestiones impertinentes, ni deja de tocar aquellas que son necesarias para que la obra salga con toda la perfección que ha de tener. Y es la causa que la difinición es un tema tan fecundo y concertado, que apenas se halla paso ni contemplación en la ciencia ni en el método con que se ha proceder, que no esté en él apuntado. Por donde es cierto que no se puede bien proceder en ningún género de sabiduría no comenzando de aquí.

Y pues el sujeto total de esta obra es el ingenio y habilidad de los hombres, razón será, por lo dicho, que sepamos su difinición y qué es lo que contiene en su esencia; porque, sabida y entendida como conviene, habremos hallado el verdadero medio para hacer demostración de esta nueva doctrina.

Y porque el nombre, como dice Platón, est instrumentum docendi discernendique rerum substantia, es de saber que este nombre, ingenio, desciende de uno de estos tres verbos latinos: gigno, ingigno, ingenero; y de este último parece que tiene más clara su descendencia, atento a las muchas letras y sílabas que de él vemos que toma, y lo que de su significación diremos después.

La razón en que se fundaron los primeros que lo inventaron no debió ser liviana; porque saber imaginar los nombres con la consonancia y buen sonido que piden las cosas nuevamente halladas es obra (dice Platón) de hombres heroicos y de alta consideración. Como pareció en la invención de este nombre, ingenio, que para descubrirla fue menester una contemplación muy delicada y llena de filosofía natural. En la cual discurriendo, hallaron que había en el hombre dos potencias generativas: una común con los brutos animales y plantas, y otra participante con las sustancias espirituales, Dios y los ángeles. De la primera no hay que tratar por ser tan manifiesta y notoria; la segunda es la que tiene alguna dificultad, por no ser sus partos y manera de engendrar al vulgo tan conocidos.

Pero hablando con los filósofos naturales, ellos bien saben que el entendimiento es potencia generativa y que se empreña y pare, y que tiene hijos y nietos, y una partera (dice Platón) que le ayuda a parir. Porque de la manera que en la primera generación el animal o planta da ser real y sustantífico a su hijo, no lo tiniendo antes de la generación, así el entendimiento tiene virtud y fuerzas naturales de producir y parir dentro de sí un hijo, al cual llaman los filósofos naturales noticia o concepto, que es verbum mentis. Y no sólo es lenguaje y doctrina recebida de los filósofos naturales decir que el entendimiento es potencia generativa y llamar hijo a lo que ésta produce; pero aun hablando la Escritura de la generación del Verbo divino, usa de los mesmos términos de padre y de hijo y de engendrar y parir: Nondum erant abyssi, et ego iam concepta eram... Et ante omnes colles, ego parturiebar. Y, así, es cierto que de la fecundidad del entendimiento del Padre tuvo el Verbo divino su eternal generación: eructavit con meum verbum bonum. Y no sólo él, pero aun todo lo visible e invisible contenido en el universo, se halló producido por esta mesma potencia; en tanto que viendo y considerando los filósofos naturales la gran fecundidad que Dios tenía en su entendimiento, lo llamaron Genio, que por antonomasia quiere decir el grande engendrador.

El ánima racional y las demás sustancias espirituales, puesto caso que también se llaman genios por ser fecundas en producir y engendrar conceptos tocantes a ciencia y sabiduría, pero su entendimiento no tiene en los partos que hace tanta virtud y fuerzas que les pueda dar ser real y sustantífico fuera de sí, como en las generaciones que Dios hizo. Sólo llega la fecundidad de éstas a producir dentro de su memoria un accidente que, cuando va muy bien engendrado, no es más que una figura y retrato de aquello que queremos saber y entender; no como la generación del Verbo divino, donde el engendrado salió consubstantialis Patri y las demás cosas que parió respondieron afuera con el ser real y sustantífico que ahora las vemos. Pero las generaciones que el hombre hace con su entendimiento, si son de cosas artificiales, no luego toman el ser que han de tener, antes para sacar perfecta la idea con que se han de fabricar es menester fingir primero mil rayas en el aire y componer muchos modelos y últimamente poner las manos para que tomen el ser que han de tener, y las más veces salen erradas. Lo mesmo acontece en las demás generaciones que el hombre hace para entender las cosas naturales como ellas son en sí; donde la imagen que el entendimiento concibe de ellas, por maravilla sale de la primera contemplación con el vivo que la cosa tiene; y para pintar una figura tal y tan buena como ella está en su original, es menester juntar infinitos ingenios y que pasen muchos años, y con todo eso conciben mil disparates.

Supuesta, pues, esta doctrina, es ahora de saber que las artes y ciencias que aprenden los hombres son unas imágenes y figuras que los ingenios engendraron dentro de su memoria, las cuales representan al vivo la natural compostura que tiene el sujeto cuya es la ciencia que el hombre quiere aprender: como la medicina no fue más en el entendimiento de Hipócrates y Galeno que un dibujo que contrahace al natural la compostura verdadera del hombre, con sus causas y achaques de enfermar y sanar; y la jurispericia es otra figura, donde está representada la verdadera forma de la justicia con que se guarda y conserva la policía humana y viven los hombres en paz. Por donde es cierto que si el que aprende oyendo la doctrina de un buen maestro, no pudiere pintar en su memoria otra figura tal y tan buena como es la que le van diciendo, que sin duda es estéril y que no se puede empreñar ni parir, si no son disparates y monstruos.

Y esto baste en cuanto al nombre ingenio, el cual desciende de este verbo ingenero, que quiere decir engendrar dentro de sí una figura entera y verdadera que represente al vivo la naturaleza del sujeto cuya es la ciencia que se aprende.

Cicerón difinió el ingenio diciendo: docilitas et memoria quae fere uno ingenii nomine appellantur, en las cuales palabras siguió la opinión de la gente popular que se contenta con ver sus hijos disciplinables y con docilidad para ser enseñados de otros, y con memoria que retenga y guarde las figuras que el entendimiento ha concebido. Al cual propósito dijo Aristóteles que el oído y la memoria se habían de juntar para aprovechar en las ciencias.

Pero, realmente, esta definición es muy corta y no comprende todas las diferencias de ingenio que hay; porque esta palabra, docilitas, abraza solos aquellos ingenios que tienen necesidad de maestro, y deja fuera otros muchos cuya fecundidad es tan grande que con sólo el objeto y su entendimiento, sin ayuda de nadie, paren mil conceptos que jamás se vieron ni oyeron: cuales fueron aquellos que inventaron las artes. Fuera de esto, mete Cicerón a la memoria en cuenta de ingenio; de la cual dijo Galeno que carecía totalmente de invención, que es decir que no puede engendrar nada de sí, antes su mucha intensión y grandeza (dice Aristóteles) es causa que el entendimiento sea infecundo y que no se pueda empreñar ni parir. Sólo sirve de guardar y tener en custodia las formas y figuras que las otras potencias han concebido, como parece en los hombres de letras muy memoriosos, que cuanto dicen y escriben todo tiene otro dueño primero.

Verdad es que, bien considerada aquella partícula, docilitas, hallaremos que dijo bien Cicerón. Porque la prudencia y sabiduría y la verdad que contienen las ciencias (dice Aristóteles) está sembrada en las cosas naturales, y en ellas se ha de buscar y hallar como en su verdadero original. El filósofo natural que piensa ser una proposición verdadera porque la dijo Aristóteles, sin buscar otra razón, no tiene ingenio. Porque la verdad no está en la boca del que afirma, sino en la cosa de que se trata, la cual está dando voces, y grita enseñando al hombre el ser que Naturaleza le dio y el fin para que fue ordenada, conforme aquello: numquid sapientia non clamitat et prudentia dat vocem suam? El que tuviere docilidad en el entendimiento y buen oído para percibir lo que Naturaleza dice y enseña con sus obras aprenderá mucho en la contemplación de las cosas naturales, el que no, terná necesidad de preceptor que le avise y le haga considerar lo que los brutos animales y plantas están voceando. Vade ad formicam, o piger, et considera vias eius et disce prudentiam; quae cum non habeat ducem nec praeceptorem, praeparat in aestate, etc.

Platón no cayó en este género de docilidad, ni le pareció que había otros maestros que pudiesen enseñar al hombre fuera de los que vemos subidos en cátedra; y, así, dijo: agri vero et arbores nihil me docere possunt, sed homines qui in urbe versantur. Mejor lo dijo Salomón, que sabiendo que había este segundo género de docilidad, lo pidió a Dios para gobernar su pueblo: dabis ergo servo tuo cor docile, ut populum tuum iudicare possit et discernere inter bonum et malum, por las cuales palabras no pidió más que lumbre y claridad en el entendimiento (aunque le dieron más de lo que pidió) para que, proponiéndole delante las cosas y dudas tocantes a su gobernación, pudiese sacar de la naturaleza de la cosa el verdadero juicio que había de hacer, sin irlo a buscar a los libros; como pareció claramente en aquella sentencia que dio en el primer caso de las meretrices, que cierto la naturaleza de la cosa le enseñó que la verdadera madre del niño no había de consentir que se partiese.

Este mesmo género de docilidad y claridad del entendimiento dio Cristo a sus discípulos para entender la Escritura, quitándoles primero la rudeza e inhabilidad que habían sacado de las manos de Naturaleza conforme aquello: aperuit illis sensum ut intelligerent Scripturas. Y, así, la Iglesia católica, teniendo entendido lo que importa este género de docilidad para entender la Escritura, tiene ordenado y mandado que ningún hombre de poco ingenio, ni viejo, estudie teología: Est enim lex, apud nos sanctissima, quae in eiusmodi disciplinis solum adolescentes, nec omnes sed ingeniosos exercet: grandioribus autem natu, ingenioque tardiori, studia haec interdicit. La mesma sentencia dijo Platón tratando de los ingenios que habían de estudiar las ciencias divinas: que, por estar las sustancias separadas tan lejos de los sentidos, convenían buscar ingenios muy claros para ellas; y, así dijo: Nec solum quaerendi sunt homines generosi atque terribiles, sed qui, insuper, eas habeant naturae dotes quas disciplina divina exigit, acumen scilicet facilitatemque ingenii. Y, de camino, reprehende a Solón porque dijo que allá en la vejez se habían de aprender estas letras.

Los que alcanzan esta diferencia de habilidad viven, en las ciencias que tratan, muy descansados; porque no tiene necesidad su entendimiento de memoria que le guarde las figuras y especies para discurrir con ellas otra vez, antes las mesmas cosas naturales se las dan todas las veces que las quieren contemplar; y siendo sobrenaturales, sin especies ni figuras que hayan pasado por los sentidos, las entienden. Por donde dijo Platón: Rerum autem maximarum pretiosissimarumque nulla est imago quae manifeste ad hominum sensum captumque affecta sit; incorporea namque, cum maxima et pulcherrima sint, ratione sola, alio vero nullo, perspicue declarantur. Y, así, dice que para las ciencias divinas son menester mayores ingenios que para las demás, porque no se aprovechan del sentido. Por donde es muy cierto que aquel dicho tan celebrado de Aristóteles, nihil est in intellectu quin prius fuerit in sensu, no tiene lugar en este segundo género de docilidad, sino en el primero, cuya habilidad no se extiende a más de aprender y retener en la memoria lo que el maestro dice y enseña.

De lo cual se colige claramente cuán mal se hace en nuestros tiempos con la teología; pues sin hacer la elección que la Iglesia católica manda, entran a estudiarla muchos que Naturaleza los ordenó para cavar y arar.

A estos dos géneros de docilidad responden dos diferencias de ingenio. La una es de quien dijo Aristóteles: bonum ingenium est illud quod bene dicenti obedit; como si dijera: «aquél es buen ingenio que obedece al que bien dice». Porque el hombre que no se convence oyendo buenos discursos y razones, ni puede formar en su memoria aquella figura que le van proponiendo, es señal que su entendimiento es infecundo.

Verdad es que en esto hay una cosa que considerar; y es que hay muchos discípulos que aprenden con gran facilidad todo lo que el maestro les dice y enseña, y lo retienen y guardan en la memoria, sin ninguna contradicción; lo cual puede acontecer por una de dos razones:

O porque el maestro es tal y tan bueno como lo pintó Aristóteles diciendo: oportet sapientem non solum ea quae ex principiis sunt cognoscere, sed etiam circa principia ipsa verum dicere. Los discípulos que a este tal maestro obedecieren es cierto que tienen buen ingenio; y mucho más lo descubren cuando oyen la doctrina de maestro que la enseña sin hacer la trabazón y consonancia en las sentencias y conclusiones que piden los principios sobre que está fundada. En no llevando al buen ingenio por este camino derecho, luego se le ofrecen mil dificultades y argumentos, porque lo que oye de tal maestro no le hace la figura y buena correspondencia que piden los verdaderos principios de la doctrina; y, así, trae siempre el entendimiento inquieto y desasosegado por falta del que le enseña. Otros ingenios hay rudos y torpes, que, viendo que los muy ingeniosos son tenidos en mucho por las dificultades y argumentos que ponen al maestro, en saliendo de lección (a imitación suya) procuran molestar con grandes impertinencias al que los enseña, sin dar razón de su dificultad; y por esta vía descubren más presto su inhabilidad que si callasen. Por éstos dijo Platón que eran los que no tienen ingenio para confutar. Pero el que le tiene agudo y delicado no ha de creer nada al maestro, ni recibirle cosa que no venga bien con la doctrina. Y otros callan y obedecen al maestro sin ninguna contradicción, porque su entendimiento no siente la falsedad y disonancia que hace lo que enseña con los principios de atrás.

La segunda diferencia de ingenio difinió Aristóteles diciendo: optimum ingenium est illud quod omnia per se intelligit La cual diferencia tiene la mesma proporción con las cosas que ha de saber y entender que la vista corporal con las figuras y colores. Si ésta es pura y muy delicada, en abriendo el hombre los ojos dice cada cosa lo que es y atina el lugar donde está y la diferencia que una hace a otra sin que nadie se lo avise. Pero si es turbia y muy corta, aun las cosas muy claras y patentes, teniéndolas delante de sí, no las puede percibir sin tercero que se lo diga. El hombre ingenioso, puesto en consideración, que es abrir los ojos del entendimiento, con livianos discursos entiende el ser de las cosas naturales, sus diferencias y propiedades, y el fin para que fueron ordenadas. Pero, si no tiene este género de habilidad, es necesario que intervenga la diligencia del maestro, y en muchos no basta.

Esta diferencia de ingenio no admite la gente popular, ni le parece que es posible. Y no va muy fuera de camino; porque, como dijo Aristóteles, nemo est natura sapiens; como si dijera: «ninguno nació enseñado ni hay en los hombres sabiduría natural». Antes vemos por experiencia que todos cuantos aprenden letras y las han aprendido hasta el día de hoy tuvieron necesidad de maestro y preceptor que los enseñase. Pródico fue maestro de Sócrates, de quien dijo el oráculo de Apolo que era el hombre más sabio del mundo; Sócrates enseñó a Platón, cuyo ingenio fue tal, que mereció por renombre el divino; Platón fue maestro de Aristóteles, de quien dijo Cicerón: Aristóteles longe omnibus praestans ingenio; y si en algunos se había de hallar esta diferencia de ingenio era en estos ilustres varones. Y pues ninguno de ellos la alcanzó, argumento es que Naturaleza no la puede hacer. Sólo Adán (dicen los teólogos) nació enseñado y con todas las ciencias infusas, y él es el que las enseñó a sus descendientes. Por donde tienen por cierto que no hay dicho ni sentencia, en ningún género de sabiduría, que no la haya dicho otro primero, conforme aquello: nihil dictum quod non sit dictum prius.

A esto se responde que Aristóteles difinió el ingenio perfecto, tal cual había de ser, aunque bien sabía que no se podía hallar; como lo hizo Cicerón cuando pintó un perfecto orador, del cual dijo que era imposible hallarse, pero tanto ternía el hombre de perfecto orador, cuanto más se allegare a esta pintura. Lo mesmo pasa en esta diferencia de ingenio, que, aunque no se puede alcanzar tan perfecta como Aristóteles la imaginó, pero muchos hombres han nacido que llegaron muy cerca de ella, inventando y diciendo lo que jamás oyeron a sus maestros ni a otro ninguno; y muchas cosas que les enseñaron falsas las supieron entender y confutar; y otras verdaderas que les mostraron, se las alcanzaran ellos por sí, venidos al vigor de su habilidad. A lo menos, Galeno cuenta de sí que alcanzó esta diferencia de ingenio, diciendo: siquidem ipse ea per me ipsum omnia investigavi, ratione ipsa viam monstrante; quando si praeceptores secutus fuissem, multos errores fecissem. Y si como Naturaleza les dio el ingenio con principio, aumento, estado y declinación, se lo diera todo junto de repente, aconteciera lo que dijo Aristóteles; pero como se lo dio tan poco a poco, tuvo necesidad Platón y Aristóteles, de maestro que los industriase.

Otra tercera diferencia de ingenio se halla, no muy diferente de la pasada, con la cual dicen los que la alcanzan (sin arte ni estudio) cosas tan delicadas, tan verdaderas y prodigiosas, que jamás se vieron, ni oyeron, ni escribieron, ni para siempre vinieron en consideración de los hombres. Llámala Platón ingenium excellens cum mania. Con ésta hablan los poetas dichos y sentencias tan levantados, que, si no es por divina revelación (dice Platón), no es posible alcanzarse; y, así, dijo: res enim levis, volatilis atque sacra poeta est; nec canere prius potest quam Deo plenus et extra se positus et a mente alienatus sit; nam quamdiu mente quis valet, nec fingere carmina nec dare oracula quaquam potest; non arte igitur aliqua haec praeclara canunt quae tu de Homero refers, sed arte divina.

Esta tercera diferencia de ingenio que añade Platón realmente se halla en los hombres, y yo como testigo de vista lo puedo testificar y aun señalar algunos con el dedo si fuere menester. Pero decir que sus dichos y sentencias son revelaciones divinas, y no particular naturaleza, es error claro y manifiesto; y no le está bien a un filósofo tan grave como Platón ocurrir a las causas universales sin buscar primero las particulares con mucha diligencia y cuidado.

Mejor lo hizo Aristóteles; pues, buscando la razón y causa de hablar las Sibilas de su tiempo cosas tan espantables, dijo: id non morbo nec divino spiraculo, sed naturali intemperie accidit. La razón de esto está muy clara en filosofía natural. Porque todas las facultades que gobiernan al hombre (naturales, vitales, animales y racionales) cada una pide particular temperamento para hacer sus obras como conviene sin hacer perjuicio a las demás. La virtud natural que cuece los manjares en el estómago pide calor; la que apetece, frialdad; la que retiene, sequedad; la que expele, humidad. Cualquiera de estas facultades que tomare más grados de aquella calidad con que obra, se hará más robusta y fuerte hasta cierto punto, pero las demás, lo han de pagar; porque parece cosa imposible que estando todas cuatro virtudes juntas en un mesmo lugar, que crezca la que pide calor y que no se enflaquezca la que obra con frialdad; y, así, dijo Galeno que el estómago caliente cuece mucho apetece mal, y el frío cuece mal y apetece mucho.

Lo mesmo pasa en el sentido y movimiento, que son obras de la facultad animal. Las muchas fuerzas corporales arguyen mucha tierra en los nervios y músculos, porque sin dureza y sequedad no pueden obrar con firmeza. Por lo contrario, tener buen sentido y vivo tacto es indicio que los nervios están compuestos de partes aéreas, sutiles y muy delicadas, y que su temperamento es caliente y húmido. Pues ¿cómo es posible que en un mesmo nervio suba el temperamento y compostura natural que piden las fuerzas corporales y que no se altere la perfección del tacto, siendo calidades contrarias? Lo cual se ve claramente por experiencia: que siendo un hombre robusto y de muchas fuerzas corporales, luego es torpe en el tacto; y en tiniendo muy vivo tacto, es muy flojo en las fuerzas corporales.

La mesma cuenta y razón llevan las potencias racionales, memoria, imaginativa y entendimiento. La memoria, para ser buena y firme (como adelante probaremos), pide humidad y que el celebro sea de gruesa sustancia; por lo contrario, el entendimiento, que el celebro sea seco y compuesto de partes sutiles y muy delicadas. Subiendo, pues, de punto la memoria, forzosamente ha de bajar el entendimiento; y si no, discurra el curioso lector y dé una vuelta por los hombres que él ha visto y conocido de memoria muy excesiva y hallará que en las obras que pertenecen al entendimiento son casi furiosos. Lo mesmo pasa en la imaginativa cuando sube de punto: que, en las obras que son de su jurisdicción, engendra conceptos espantosos, cuales fueron aquellos que admiraron a Platón, y cuando el hombre viene a obrar con el entendimiento, lo pueden atar.

De aquí se entiende claramente que la sabiduría humana ha de ser con moderación y templanza, y no con tanta desigualdad. Y, así, Galeno tiene por hombres prudentísimos a los templados, porque sapiunt ad sobrietatem. Demócrito abderita fue uno de los mayores filósofos naturales y morales que hubo en su tiempo, aunque Platón dice que supo más de lo natural que de lo divino; el cual vino a tanta pujanza de entendimiento allá en la vejez, que se le perdió la imaginativa, por la cual razón comenzó a hacer y decir dichos y sentencias tan fuera de términos, que toda la ciudad de Abderas le tuvo por loco. Para cuyo remedio despacharon apriesa un correo a la isla de Coy, donde Hipócrates habitaba, pidiéndole con gran instancia, y ofreciéndole muchos dones, viniese con gran brevedad a curar a Demócrito, que había perdido el juicio. Lo cual hizo Hipócrates de muy buena gana, porque tenía deseo de ver y comunicar un hombre de cuya sabiduría tantas grandezas se contaban. Y, así, se partió luego; y llegando al lugar donde habitaba, que era un yermo debajo de un plátano, comenzó a razonar con él. Y haciéndole las preguntas que convenían para descubrir la falta que tenía en la parte racional, halló que era el hombre más sabio que había en el mundo.

Y, así, dijo a los que lo habían traído que ellos eran los locos y desatinados, pues tal juicio habían hecho de un hombre tan prudente. Y fue la ventura de Demócrito que todo cuanto razonó con Hipócrates en aquel breve tiempo fueron discursos del entendimiento y no de la imaginativa, donde tenía la lesión.




ArribaAbajoCapítulo II [1594]

Donde se declara las diferencias que hay de hombres inhábiles para las ciencias


Una de las mayores injurias que al hombre le pueden hacer de palabra, estando ya en edad de discreción (dice Aristóteles), es llamarle falto de ingenio. Porque toda su honra y nobleza (dice Cicerón) es tener ingenio y ser bien hablado: ut hominis decus est ingenium, sic ingenii lumen est eloquentia. En sólo esto se diferencia de los brutos animales y tiene semejanza con Dios, que es la mayor grandeza que en su naturaleza pudo alcanzar. Por lo contrario, el que partió sin ingenio, ningún género de letras puede aprender; y donde no hay sabiduría (dice Platón) no puede haber felicidad ni honra que sea verdadera; antes dice el Sabio: stultus natus est in ignominiam suam; porque forzosamente se ha de contar en el número de los brutos animales y estimarse por tal, puesto caso que en los demás bienes, así naturales como de fortuna, sea hermoso, gentil hombre, rico, bien nacido, y en dignidad rey o emperador.

Esto se deja entender claramente considerando el estado tan feliz y honroso que el primer hombre tenía antes que perdiese el ingenio con que fue criado, y cuál quedó después sin sabiduría: Homo cum in honore esset, non intellexit: comparatus est iumentis insipientibus, et similis factus est illis. Y es de advertir que no se contentó la Escritura divina con apodarle a los brutos animales de cualquiera manera, sino a los insipientes; acordándose que en otra parte había loado la prudencia y saber de la serpiente y hormiga, con los cuales, aunque brutos, no tiene que ver el hombre sin ingenio.

Atento, pues, a esta injuria tan grande y al sentimiento que el hombre hace cuando oye tal palabra, dijo el texto divino: qui dixerit fratri suo raca, reus erit concilio; qui vero dixerit, fatue, reus erit gehennae ignis; como si dijera: «el que con ira dijere a su prójimo raca (que quiere decir hombre falto de ingenio) será digno de concilio, pero si le dijere tonto merecerá fuego eterno». Esta obra, cierto, ha sido hasta aquí digna de juicio y de concilio, y que haya andado por tantos tribunales examinada y requerida, porque (fuera de otras muchas razones) en alguna manera se ha dicho en ella al prójimo raca, aunque no con ira ni con ánimo de injuriarle. Al que tenía grande entendimiento le quitó la memoria; al de grande memoria, el entendimiento; al de mucha imaginativa, el entendimiento y memoria; al gran predicador, lo escolástico; al grande escolástico, el púlpito; al positivo, dijo que su facultad pertenecía a la memoria (de lo cual se sintió grandemente); al grande abogado, que no podía saber gobernar; todo esto, por la mayor parte. Pero, porque a ninguno ha dicho fatue, no ha sido digna del fuego.

Ahora soy informado que algunos han leído y releído muchas veces esta obra buscando el capítulo propio de su ingenio y el género de letras en que más habían de aprovechar; y no lo hallando, redarguyeron el título de este libro de falso, y que el autor prometía en él vanamente lo que no pudo cumplir. Y no contentos con esto, dijeron otras muchas injurias, como si yo estuviera obligado a dar ingenio y capítulo en esta obra a quien Dios y Naturaleza se lo quitó.

Dos preceptos pone el Sabio muy justos y racionales, y por la mesma causa nos obliga a los guardar. El primero es: Non respondeas stulto iuxta stultitiam suam, ne efficiaris ei similis; como si dijera: «no respondas a las injurias que el necio te hiciere, porque te harás semejante a él». El segundo: Responde stulto iuxta stultitiam suam, ne sibi sapiens esse videatur; como si dijera: «responde al necio conforme a su necedad, porque no se tenga por sabio», y no por injuriarlo, sino que no hay cosa más perjudicial en la república que un necio con opinión de sabio, mayormente si tiene algún mando y gobierno.

Y por lo que toca a este examen de ingenios que vamos tratando es cierto que las letras y sabidurías, tanto cuanto facilitan al hombre ingenioso para discurrir y filosofar, tanto y mucho más entorpecen al nescio: compedes in pedibus stulto doctrina, et quasi vincula manuum super manum dexteram. Mucho mejor pasa el hombre inhábil sin letras que con ellas; porque, no estando obligado a saber, con poco discurso vive entre los hombres. Y que el arte y letras sean grillos y cadenas para atar los nescios, y no para facilitarlos, es cosa muy manifiesta en los que estudian en las Universidades, entre los cuales hallaremos algunos que el primer año saben más que el segundo, y el segundo más que el tercero; de los cuales se suele decir que el primer año son doctores, y el segundo licenciados, y el tercero bachilleres, y el cuarto no saben nada. Y es la causa, como dijo el Sabio, que los preceptos y reglas de las artes son esposas y cadenas para el que no tiene ingenio.

Por tanto, sabiendo que muchos inhábiles han leído y leerán esta obra con intento de buscar el ingenio y habilidad que les cupo, me pareció (para cumplir con el precepto del Sabio) que era bien declarar aquí las diferencias de inhabilidad que hay en los hombres para las letras, y con qué indicios se podrán conocer; para que, venidos a buscar la manera de su ingenio, topen claramente con las señales de su inhabilidad. Que es por lo que dijo el Sabio: responde stulto; porque, despedidos de las letras, por ventura buscarán otra manera de vivir más acomodada a su ingenio, atento que no hay hombre en el mundo, por rudo que sea, a quien no le diese Naturaleza alguna habilidad para algo.

Venidos, pues, al punto, es de saber que a las tres diferencias de ingenio que pusimos en el capítulo pasado, responden otros tres géneros de inhabilidad. Unos hombres hay cuya ánima está tan sepultada en las calidades materiales del cuerpo y tan asida de las causas, que echan a perder la parte racional, que para siempre quedan privados de poder engendrar ni parir conceptos tocantes a letras y sabiduría. La inhabilidad de éstos responde totalmente a los capados; porque, así como hay hombres impotentes para engendrar por faltarles los instrumentos de la generación, así hay entendimientos capados y eunucos, fríos y maleficiados, sin fuerzas ni calor natural para engendrar algún concepto de sabiduría. Estos no pueden atinar a ciertos principios que presuponen todas las artes en el ingenio del que aprende antes que se comience la disciplina, de los cuales no hay otra prueba ni demostración más que recebirlos el ingenio por cosa notoria; y si la figura de éstos no la pueden formar dentro de sí, es la suma estulticia que para las ciencias se puede hallar, porque impide totalmente la entrada por donde se han de enseñar. Con éstos no hay que tratar ni quebrarse la cabeza en enseñarlos, porque no bastan golpes, castigo, voces, arte de enseñar, disciplina, ejemplos, tiempo, experiencia, ni otros cualquiera despertadores, para meterlos en acuerdo y hacerlos engendrar. Estos difieren muy poco de los brutos animales y están siempre durmiendo aunque los vemos velar; y, así, dijo el Sabio: cum dormiente loquitur qui enarrat stulto sapientiam. Y es la comparación muy delicada y a propósito, porque el sueño y la necedad ambos nacen de un mesmo principio, que es la mucha frialdad y humidad del celebro.

Otro segundo género de inhabilidad se halla en los hombres, no de tanta torpeza como el pasado, porque conciben la figura de los primeros principios y de ellos sacan algunas conclusiones, aunque pocas y con mucho trabajo; pero no les dura la figura más tiempo en la memoria de cuanto los maestros se la están pintando y diciendo con muchos ejemplos y maneras de enseñar acomodadas a su rudeza. Son como algunas mujeres que se empreñan y paren; pero, en naciendo la criatura, luego se les muere. Estos tienen el celebro muy aguanoso, por donde las figuras no hallan pringue ni lentor aceitoso en que trabarse. Y, así, enseñar a éstos no es más que coger agua en cesto: cor fatui tanquam vas confractum, et omnem sapientiam non tenebit.

Otra tercera diferencia de inhabilidad se halla muy ordinaria entre los hombres que aprenden letras, que participa algo de ingenio. Porque concibe dentro de sí la figura de los primeros principios y de ellos saca muchas conclusiones, y las retiene y guarda en la memoria; pero, al tiempo de poner cada cosa en su asiento y lugar, hace mil disparates. Es como la mujer que se empreña y pare un hijo a luz la cabeza donde han de estar los pies y los ojos en el colodrillo. Hácese en este tercer género de inhabilidad una maraña y confusión de figuras en la memoria tan grande, que al tiempo que el hombre quiere darse a entender no le bastan infinitas maneras de hablar para recitar lo que ha concebido, porque no fue otra cosa más que infinitos conceptos todos sueltos y sin la trabazón que han de tener. Éstos son los que en las Escuelas llaman confusos, cuyo celebro es desigual, así en la sustancia como en el temperamento: por unas partes es sutil y por otras grueso y destemplado; y por ser heterogéneos, en un momento hablan cosas de ingenio y habilidad, y en otro dicen mil disparates. Por éstos, se dijo: tamquam domus exterminata sic fatuo sapientia, et scientia insensati inenarrabilia verba.

Otra cuarta diferencia de inhabilidad he considerado entre los hombres de letras, que ni estoy bien de llamarla inhabilidad, ni menos ingenio. Porque los veo que conciben la doctrina y la retienen con firmeza en la memoria, y asientan la figura con la correspondencia de partes que ha de tener, y hablan y obran muy bien cuando es menester; y pidiéndoles el propter quid de aquello que saben y entienden, descubren claramente que sus letras no son más que una aprehensión de solos los términos y sentencias que contiene la doctrina, sin entender ni saber el por qué y cómo es así. De éstos, dijo Aristóteles que son sicut quaedam inanimantia: faciunt quidem sed nescientia faciunt ea quae faciunt, ut ignis comburit; sed inanimata natura quadam horum singula faciunt. Como si dijera: «hay unos hombres que hablan por instinto natural como brutos animales, y dicen más de lo que saben y entienden a manera de agentes inanimados, los cuales obran muy bien sin entender los efectos que producen, como el fuego cuando quema; y es la causa que los guía Naturaleza, y así no pueden errar».

Y pudiera Aristóteles compararlos con algunos brutos animales en quien vemos y consideramos muchas obras hechas con discreción y prudencia; y pareciéndole a Aristóteles que en alguna manera tienen conocimiento de lo que hacen, se pasó a los agentes inanimados. Porque para él no son sabios ni tienen ingenio los que obran, aunque sea muy bien, si no saben reducir el efecto hasta la última causa. Esta diferencia de inhabilidad, o de ingenio, quedara muy bien probada si, como yo la he visto y conocido muchas veces, la pudiera señalar con el dedo sin ofender a su dueño.




ArribaAbajoCapítulo I [III de 1594]

Donde se prueba por un ejemplo que si el muchacho no tiene el ingenio y habilidad que pide la ciencia que quiere estudiar, por demás es oírla de buenos maestros, tener muchos libros, ni trabajar en ellos toda la vida


Bien pensaba Cicerón que para que su hijo Marco saliese, en aquel género de letras que había escogido, tal cual él deseaba, que bastaba enviarle a un Estudio tan famoso y celebrado por el mundo como el de Atenas, y que tuviese por maestro a Cratipo, el mayor filósofo de aquellos tiempo, y tenerle en una ciudad tan populosa, donde, por el gran concurso de gentes que allí acudían, necesariamente habría muchos ejemplos y casos extraños que le enseñasen por experiencia cosas tocantes a las letras que aprendía.

Pero con todas estas diligencias y otras muchas más que como buen padre haría (comprándole libros y escribiéndole otros de su propia invención) cuentan los historiadores que salió un gran nescio, con poca elocuencia y menos filosofía. Cosa muy usada entre los hombres, pagar el hijo la mucha sabiduría del padre.

Realmente debió de imaginar Cicerón que, aunque su hijo no hubiera sacado de las manos de la naturaleza el ingenio y habilidad que la elocuencia y filosofía pedían, que con la buena industria de tal maestro y los muchos libros y ejemplos de Atenas, y el continuo trabajar del mozo y esperar en el tiempo, se enmendarían las faltas de su entendimiento. Pero, en fin, vemos que se engañó; de lo cual no me maravillo, porque tuvo muchos ejemplos a este propósito que le animaron a pensar que lo mesmo podría acontecer en su hijo. Y, así, cuenta el mesmo Cicerón que Jenócrates era de ingenio muy rudo para el estudio de la filosofía natural y moral (de quien dijo Platón que tenía un discípulo que había menester espuelas), y con la buena industria de tal maestro y con el continuo trabajo de Jenócrates salió muy gran filósofo. Lo mesmo escribe de Cleante, que era tan estulto y mal razonado, que ningún maestro lo quería recebir en su escuela; de lo cual corrido y afrentado el mozo, trabajó tanto en las letras, que le vinieron a llamar después el segundo Hércules en sabiduría. No menos disparato pareció el ingenio de Demóstenes para la elocuencia, pues de muchacho ya grandecillo dicen que no sabía hablar; y trabajando con cuidado en el arte y oyendo de buenos maestros, salió el mayor orador del mundo. En especial cuenta Cicerón que no podía pronunciar la erre, porque era algo balbuciente, y con maña la vino después tan bien a articular, como si jamás hubiera tenido tal vicio. De donde tuvo origen el refrán que dice ser el ingenio del hombre para las ciencias como quien juega a los dados, que si en la pintas es desdichado, mostrándose con arte a hincarlos en el tablero, viene a enmendar su mala fortuna.

Pero ningún ejemplo de estos que trae Cicerón deja de tener muy conviniente respuesta en mi doctrina. Porque, como adelante probaremos, hay rudeza en los muchachos que arguye mayor ingenio en otra edad, que tener de niños habilidad; antes es indicio de venir a ser hombres necios comenzar luego a raciocinar y ser avisados. Porque si Cicerón alcanzara las verdaderas señales con que se descubren los ingenios en la primera edad, tuviera por buen indicio ser Demóstenes rudo y tardo en el hablar, y tener Jenócrates necesidad de espuelas cuando estudiaba. Yo no quito al buen maestro, al arte y trabajo, su virtud y fuerzas de cultivar los ingenios, así rudos como hábiles. Pero lo que quiero decir es que, si el muchacho no tiene de suyo el entendimiento preñado de los preceptos y reglas determinadamente de aquel arte que quiere aprender, y no de otra ninguna, que son vanas diligencias las que hizo Cicerón con su hijo y las que hiciere cualquiera otro padre con el suyo.

Esta doctrina entenderán fácilmente ser verdadera los que hubieren leído en Platón que Sócrates era hijo de una partera (como él mesmo lo cuenta de sí); y como su madre (aunque era gran maestra de partería) no podía hacer parir a la mujer que antes que viniese a sus manos no estaba preñada, así él, usando el mesmo oficio de su madre, no podía hacer parir ciencia a sus discípulos, no tiniendo ellos de suyo el entendimiento preñado. Tenía entendido que las ciencias eran como naturales a solos los hombres que tenían ingenios acomodados para ellas, y que en éstos acontecía lo que vemos por experiencia en los que se han olvidado de lo que antes sabían, que con sólo apuntarles una palabra, por ella sacan todo lo demás.

No tienen otro oficio los maestros con sus discípulos (a lo que yo tengo entendido) más que apuntarles la doctrina; porque si tienen fecundo ingenio, con solo esto les hacen parir admirables conceptos, y si no, atormentan a sí y a los que los enseñan y jamás salen con lo que pretenden. Yo a lo menos, si fuera maestro, antes que recibiera en mi escuela ningún discípulo, había de hacer con él muchas pruebas y experiencias para descubrirle el ingenio; y si le hallara de buen natural para la ciencia que yo profesaba, recibiérale de buena gana, porque es gran contento para el que enseña instruir a un hombre de buena habilidad; y si no, aconsejárale que estudiase la ciencia que a su ingenio más le convenía. Pero, entendido que para ningún género de letras tenía disposición ni capacidad, dijérale con amor y blandas palabras: «Hermano mío, vos no tenéis remedio de ser hombre por el camino que habéis escogido: por vida vuestra que no perdáis el tiempo ni el trabajo y que busquéis otra manera de vivir que no requiera tanta habilidad como las letras».

Viene la experiencia con esto tan clara, que vemos entrar en un curso de cualquier ciencia gran número de discípulos (siendo el maestro o muy bueno o muy ruin) y en fin de la jornada unos salen de grande erudición, otros de mediana, otros no han hecho más, en todo el curso, de perder el tiempo, gastar su hacienda y quebrarse la cabeza sin provecho ninguno. Yo no sé de dónde pueda nacer este efecto, oyendo todos de un mesmo maestro y con igual diligencia y cuidado, y por ventura los rudos trabajando más que los hábiles. Y crece más la dificultad viendo que los que son rudos en una ciencia tienen en otra mucha habilidad, y los muy ingeniosos en un género de letras, pasados a otras no las pueden comprender.

Yo a lo menos soy buen testigo en esta verdad. Porque entramos tres compañeros a estudiar juntos latín, y el uno lo aprendió con gran facilidad, y los demás jamás pudieron componer una oración elegante. Pero, pasados todos tres a dialéctica, el uno de los que no pudieron aprender gramática salió en las artes una águila caudal, y los otros dos no hablaron palabra en todo el curso. Y venidos todos tres a oír astrología, fue cosa digna de considerar que el que no pudo aprender latín ni dialéctica, en pocos días supo más que el propio maestro que nos enseñaba, y a los demás jamás nos pudo entrar. De donde espantado, comencé luego sobrello a discurrir y filosofar, y hallé por mi cuenta que cada ciencia pedía su ingenio determinado y particular, y que sacado de allí no valía nada para las demás letras. Y si esto es verdad, como lo es, y de ello adelante haremos demostración, ¡oh quién entrara hoy día en las escuelas de nuestros tiempos haciendo cala y cata de los ingenios! ¡A cuántos trocara las ciencias y cuántos echara al campo por estólidos e imposibilitados para saber! ¡Y cuántos restituyera de los que por tener corta fortuna están en viles artes arrinconados, cuyos ingenios crió Naturaleza sólo para letras! Mas, pues no se puede hacer ni remediar, no hay sino pasar con ello.

Esto que tengo dicho, a lo menos, no se puede negar, sino que hay ingenios determinados para una ciencia, los cuales para otra son disparatos. Y, por tanto, conviene, antes que el muchacho se ponga a estudiar, descubrirle la manera de su ingenio y ver cuál de las ciencias viene bien con su habilidad, y hacerle que la aprenda. Pero también se ha de considerar que no basta lo dicho para que salga muy consumado letrado, sino que ha de guardar otras condiciones no menos necesarias que tener habilidad. Y así dice Hipócrates que el ingenio del hombre tiene la mesma proporción con la ciencia que la tierra con la semilla; la cual, aunque sea de suyo fecunda y paniega, pero es menester cultivarla y mirar para qué género de simiente tiene más disposición natural. Porque no cualquiera tierra puede panificar con cualquiera simiente sin distinción: unas llevan mejor trigo que cebada, y otras mejor cebada que trigo, y del trigo tierras hay que multiplican mucho candial y el trujillo no lo pueden sufrir. Y no sólo con hacer esta distinción se contenta el buen labrador; pero, después de haber arado la tierra con buena sazón, aguarda tiempo conviniente para sembrar, porque no en cualquier parte del año se puede hacer; y después de nacido el pan, lo limpia y escarda para que pueda crecer y dar adelante el fruto que de la simiente se espera. Así, conviene que después de sabida la ciencia que al hombre está mejor, que la comience a estudiar en la primera edad, porque ésta (dice Aristóteles) es la más aparejada de todas para aprender. Aliende que la vida del hombre es muy corta, y las artes largas y espaciosas; por donde es menester que haya tiempo bastante para saberlas, y tiempo para poderlas ejercitar y con ellas aprovechar la república.

La memoria de los muchachos dice Aristóteles que está vacía, sin pintura ninguna, porque ha poco que nacieron, y así cualquier cosa reciben con facilidad; no como la memoria de los hombres mayores, que, llena de tantas cosas como han visto en el largo discurso de su vida, no les cabe más. Y por esto dijo Platón que delante de los niños contemos siempre fábulas y enarraciones honestas que inciten a obras de virtud, porque lo que en esta edad aprenden jamás se les olvida. No como dijo Galeno: «Que entonces se han de aprender las artes, cuando nuestra naturaleza tiene todas las fuerzas que puede alcanzar». Pero no tiene razón si no se distingue: el que ha de aprender latín o cualquiera otra lengua halo de hacer en la niñez, porque si aguarda a que el cuerpo se endurezca y tome la perfección que ha de tener, jamás saldrá con ella.

En la segunda edad, que es la adolescencia, se ha de trabajar en el arte de raciocinar, porque ya se comienza a descubrir el entendimiento, el cual tiene con la dialéctica la mesma proporción que las trabas que echamos en los pies y manos de una mula cerril, que, andando algunos días con ellas, toma después cierta gracia en el andar; así nuestro entendimiento, trabado con las reglas y preceptos de la dialéctica, toma después en las ciencias y disputas un modo de discurrir y raciocinar muy gracioso.

Venida la juventud, se pueden aprender todas las demás ciencias que pertenecen al entendimiento, porque ya está bien descubierto. Verdad es que Aristóteles saca la filosofía natural, diciendo que el mozo no está dispuesto para este género de letras, en lo cual parece que tiene razón, por ser ciencia de más alta consideración y prudencia que otra ninguna.

Sabida ya la edad en que se han de aprender las ciencias, conviene luego buscar un lugar aparejado para ellas, donde no se trate otra cosa sino letras, como son las Universidades. Pero ha de salir el muchacho de casa de su padre, porque el regalo de la madre, de los hermanos, parientes y amigos que no son de su profesión es grande estorbo para aprender. Esto se ve claramente en los estudiantes naturales de las villas y lugares donde hay Universidades; ninguno de los cuales, si no es por gran maravilla, jamás sale letrado. Y puédese remediar fácilmente trocando las Universidades: los naturales de la ciudad de Salamanca estudiar en la villa de Alcalá de Henares, y los de Alcalá en Salamanca.

Esto de salir el hombre de su natural para ser valeroso y sabio, es de tanta importancia, que ningún maestro hay en el mundo que tanto le pueda enseñar, especialmente viéndose muchas veces desamparado del favor y regalo de su patria. «Sal de tu tierra (dijo Dios a Abrahán) y de entre tus parientes y de casa de tu padre, y ven al lugar que yo te enseñaré, en el cual engrandeceré tu nombre y te daré mi bendición». Esto mesmo dice Dios a todos los hombres que desean tener valor y sabiduría; porque, aunque los puede bendecir en su natural, pero quiere que los hombres se dispongan con aquel medio que Él ordenó, y que no les venga la prudencia de gracia. Todo esto se entiende supuesto que el hombre tenga buen ingenio y habilidad, porque si no, quien bestia va a Roma, bestia torna: poco aprovecha que el rudo vaya a estudiar a Salamanca, donde no hay cátedra de entendimiento ni de prudencia, ni hombre que la enseñe.

La tercera diligencia es buscar maestro que tenga claridad y método en el enseñar, y que su doctrina sea buena y segura, no sofística ni de vanas consideraciones. Porque todo lo que hace el discípulo, en tanto que aprende, es creer todo lo que le propone el maestro, por no tener discreción ni entero juicio para discernir ni apartar lo falso de lo verdadero. Aunque esto es caso fortuito, y no puesto en elección de los que aprenden, venir en tiempo a estudiar que las Universidades tienen buenos maestros o ruines. Como les aconteció a ciertos médicos de quien cuenta Galeno que, teniéndoles ya convencidos con muchas experiencias y razones que la práctica que usaban era errada y en perjuicio de la salud de los hombres, se les saltaron las lágrimas de los ojos, y en presencia del mismo Galeno comenzaron a maldecir su hado y la mala dicha que tuvieron en topar con ruines maestros al tiempo que aprendieron.

Verdad es que hay ingenios de discípulos tan felices, que entienden luego las condiciones del maestro y la doctrina que trae; y si es mala se la saben confutar, y aprobar lo que dice bien. Estos tales mucho más enseñan al maestro en cabo del año, que el maestro a ellos; porque, dudando y preguntando agudamente, le hacen saber y responder cosas tan delicadas, que jamás las supo ni supiera si el discípulo, con la felicidad de su ingenio, no se las apuntara. Pero los que esto pueden hacer son uno, o dos cuando muchos; y los rudos son infinitos. Y, así, es bien (ya que no se ha de hacer esta elección y examen de ingenios para ciencias) que las Universidades se provean siempre de buenos maestros, que tengan sana doctrina y claro ingenio, para que a los ignorantes no enseñen errores ni falsas proposiciones.

La cuarta diligencia que se ha de hacer es estudiar la ciencia con orden, comenzando por sus principios, subir por los medios hasta el fin, sin oír materia que presuponga otra primero. Por donde siempre tuve por error oír muchas liciones de varias materias, y pasallas todas juntas en casa: hácese por esta vía una maraña de cosas en el entendimiento, que después, en la práctica, no sabe el hombre aprovecharse de los preceptos de su arte ni asentarlos en su conviniente lugar. Muy mejor es trabajar cada materia por sí y con el orden natural que tiene en su composición; porque de la manera que se aprende, de aquella mesma forma se asienta en la memoria. Hacer esto conviene más en particular a los que de su propia naturaleza tienen el ingenio confuso; y puédese remediar fácilmente oyendo sola una materia y, acabada aquélla, entrar en la que se sigue hasta cumplir con toda el arte. Entendiendo Galeno cuánto importaba estudiar con orden y concierto las materias, escribió un libro para enseñar la manera que se había de tener en leer sus obras, con fin que el médico no se hiciese confuso. Otros añaden que el estudiante, en tanto que aprende, no tenga más que un libro que contenga llanamente la doctrina, y en éste estudie y no en muchos, porque no se desbarate ni confunda; y tiene muy gran razón.

Lo último que hace al hombre muy gran letrado es gastar mucho tiempo en las letras y esperar que la ciencia se cueza y eche profundas raíces. Porque de la manera que el cuerpo no se mantiene de lo mucho que en un día comemos y bebemos, sino de lo que el estómago cuece y altera, así nuestro entendimiento no engorda con lo mucho que en poco tiempo leemos, sino de lo que poco a poco va entendiendo y rumiando. Cada día se va disponiendo mejor nuestro ingenio y viene, andando el tiempo, a caer en cosas que atrás no pudo alcanzar ni saber. El entendimiento tiene su principio, aumento, estado y declinación, como el hombre y los demás animales y plantas. Él comienza en el adolescencia, tiene su aumento en la juventud, el estado en la edad de consistencia y comienza a declinar en la vejez. Por tanto, el que quisiere saber cuándo su entendimiento tiene todas las fuerzas que puede alcanzar, sepa que es desde treinta y tres años hasta cincuenta, poco más o menos. En el cual tiempo se han de creer los graves autores si en el discurso de su vida tuvieron contrarias sentencias. Y el que quiere escrebir libros halo de hacer en esta edad, y no antes ni después, si no se quiere retractar ni mudar la sentencia.

Pero las edades de los hombres no en todos tienen la mesma cuenta y razón. Porque a unos se les acaba la puericia a doce años, a otros a catorce, a otros a dieciséis y a otros a dieciocho. Estos tienen las edades muy largas, porque llega su juventud a poco menos de cuarenta años, la consistencia a sesenta, y tienen de vejez otros veinte años, con los cuales se hacen ochenta de vida, que es el término de los muy potentados. Los primeros, a quienes se les acaba la puericia a doce años, son de muy corta vida; comienzan luego a raciocinar, y nacerles la barba y dúrales muy poco el ingenio, y a treinta y cinco años comienzan a caducar, y a cuarenta y ocho se les acaba la vida.

De todas las condiciones que he dicho, ninguna deja de ser muy necesaria, útil y provechosa para que el muchacho venga a saber. Pero tener buena y correspondiente naturaleza a la ciencia que quiere estudiar es lo que más hace al caso, porque, con ella, vemos que muchos hombres comenzaron a estudiar pasada la juventud, y oyeron de ruines maestros, con mal orden y en sus tierras, y en poco tiempo salieron muy grandes letrados; y si falta el ingenio, dice Hipócrates que todo lo demás son diligencias perdidas.

Pero quien mejor lo encareció fue el buen Marco Cicerón, el cual, con dolor de ver a su hijo tan necio y que ninguna cosa aprovecharon los medios que para hacerle sabio buscó, dijo de esta manera: nam quid est alliud gigantum more bellare cum diis, nisi naturae repugnare? Como si dijera: «¿qué cosa hay más parecida a la batalla que los gigantes traían con los dioses que ponerse el hombre a estudiar faltándole el ingenio?». Porque de la manera que los gigantes nunca vencían a los dioses, antes eran siempre de ellos vencidos, así cualquiera estudiante que procurare vencer a su mala naturaleza quedará de ella vencido. Y, por tanto, nos aconseja el mesmo Cicerón que no forcejemos contra naturaleza, ni procuremos ser oradores si ella no lo consiente, porque trabajaremos en vano.



Indice Siguiente