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Exégesis y filología en fray Luis de León

Javier San José Lera


Universidad de Salamanca



La Filología se encuentra en la base de la gran revolución científica que tiene lugar desde mediados del siglo XV en Italia y a lo largo del siglo XVI en el resto de Europa. Ya Jacob Burckhardt apuntaba la existencia de un nuevo espíritu filológico, como clave del desarrollo del humanismo. Más recientemente, Eugenio Garin ha insistido en la idea de que desde la reacción filológica contra la barbarie del latín escolástico, se replanteaba toda la metodología científica1.

No es casualidad que gran parte de la revolución científica de la filología renacentista se practique en torno al texto bíblico. La Biblia constituye para los humanistas uno de los legados más preciados de la antigüedad y un objeto de trabajo inapreciable. La turbulenta tradición textual de la Escritura ofrecía al humanista material apropiado para ejercitar las armas de la gramática y dar los primeros pasos en la recién estrenada ciencia de la crítica textual. En este sentido, el creciente interés por el hebreo responde a un deseo de dotarse de mejores herramientas para penetrar en los secretos del Antiguo Testamento.

No obstante, la labor de estudio filológico del texto bíblico va a comenzar no por aquellos libros bíblicos escritos en hebreo, sino por los griegos del Nuevo Testamento. Es Lorenzo Valla el nombre que surge vinculado a estos primeros estudios bíblicos renacentistas. De auténtico discurso del método califica Ciriaco Morón2 el sometimiento a análisis filológico del texto del Nuevo Testamento que lleva a cabo lorenzo Valla en sus Adnotationes in Novum Testamentum3. Se trata en definitiva de someter la Biblia a un pensamiento racional, al margen de categorías lógicas o metafísicas. El Nuevo Testamento es sometido a un análisis filológico, como se hacía ya con otros textos clásicos, que trata de depurar el texto griego, cotejándolo con distintos códices, para evitar los errores de la Vulgata. Al mismo tiempo se comienza a apreciar el valor estrictamente literario del texto bíblico.

El resultado de esta auténtica revolución intelectual es, claro, el derrumbamiento del edificio teológico especulativo construido durante la Edad Media. Es lógico, por tanto, que los teólogos conservadores se opusieran abiertamente al nuevo método, establecido además por un gramático, no por un teólogo. El enfrentamiento entre Deza y Nebrija, es sólo una muestra del espíritu general de confrontación entre teólogos y gramáticos que recorre todo el panorama del humanismo español, y que contribuyó no poco a la escasa valoración social de estos últimos4. El descrédito oficial de Cantalapiedra, Grajal o fray Luis frente a sus adversarios salmantinos son manifestación del choque frontal de dos métodos diferentes de aproximación a la Escritura, uno moderno que toma como punto de partida el conocimiento de las letras humanas, y otro anclado en la teología medieval.

La crítica textual aplicada a la exégesis bíblica, que es en Valla una consecuencia lógica del planteamiento radical que convierte la filología en la primera de las ciencias, se extiende a lo largo del siglo XVI. En España, Antonio de Nebrija representa en este camino, al primer humanista cristiano, «el heredero de las audacias de Lorenzo Valla en materia de filología sagrada», en expresión de Marcel Bataillon5. Sin embargo, es necesario señalar cómo Nebrija actúa siempre desde el punto de vista del gramático, no del teólogo. Francisco Rico ha señalado con acierto el peligro de «abultar la posible cargazón espiritual del biblismo de Nebrija»6.

Será Erasmo el encargado de insertar el método filológico en una auténtica reforma espiritual, con lo que conecta con la revolución intelectual de Valla, pero al mismo tiempo la supera al conferirle una dimensión trascendente, que es la característica esencial del biblismo del XVI. Tendríamos así engarzada la cadena de transmisión, cuyo primer eslabón es la creación del método, el segundo la aplicación a un campo concreto, el de la Escritura, y por último, el establecimiento de unos fines de amplio desarrollo, dentro del programa erasmiano de reforma espiritual.

En esta línea que procede del humanismo italiano de mediados del siglo XV se inserta el biblismo de fray Luis de León. Sin embargo, a fray Luis le tocó vivir los «tiempos recios» de la Contrarreforma, con el endurecimiento doctrinal impuesto tras el Concilio de Trento, que va a convertir la exégesis bíblica en campo de peligro espiritual7. La agonía espiritual del siglo XVI de que habla Américo Castro, o más ajustadamente, el encogimiento intelectual de los humanistas, en expresión de Luis Gil Fernández8, ante la autoridad inquisitorial y la ortodoxia teológica impuesta, llevó a los humanistas no tanto a retraerse de los estudios escriturarios9, sino más bien a moverse en ellos dentro de los estrictos límites de la ortodoxia, que en el campo de la exégesis suponía no alejarse del método tradicional de interpretación bíblica ni tentar las nuevas vías de análisis filológico. Esto, unido al hecho de que se trata de un género de indudable práctica académica, vinculado a las cátedras de Escritura, hacen que la exégesis bíblica se caracterice por un arraigado inmovilismo formal.

En este sentido, debe valorarse aún más la apuesta de fray Luis de León por una exégesis bíblica inmersa en las corrientes humanistas, una exégesis que parte, como base primordial, del conocimiento del sentido gramatical del texto:

«Breviter dico, quod litteralis sensus, quem alii historicum appellant, est is qui accipitur ex primaria vocum significatione iuxta sensum grammaticum, ita ut id dici et significari intelligatur, quod communi dicendi modo verba sibi volunt; notus vero evadit hic sensus ex praeceptis grammaticis et rhetoricis et dialecticis, necnon ex cognitione phrasum et consuetudinis loquendi sacrarum Scripturarum. Et haec interpretandi ratio semper primo loco inquirenda est»10.



Y es esta apuesta la que en definitiva lleva a fray Luis a las celdas de la Inquisición. El núcleo esencial de las acusaciones del fiscal contra fray Luis hace referencia, por un lado, a los sentidos de la Escritura, acusándole de preferir las interpretaciones de los judíos11, y en torno a su discusión versa gran parte del largo proceso contra el agustino12; y por otro, a la autoridad de la Vulgata, cuyo texto es mejorable desde el mejor conocimiento filológico del texto13.

Lejos de amedrentarse, fray Luis lleva a la práctica las opiniones que había mantenido en el tratado citado anteriormente, construyendo su edificio exegético desde los cimientos del análisis filológico. Fray Luis, formado como escriturario en la Universidad de Alcalá, en un ambiente de tolerancia intelectual, similar al que había vivido su amigo Grajal en París, no puede ni quiere renunciar a las enseñanzas de su maestro Cipriano de la Huerga14, las mismas que recibió su compañero de convento Diego de Zúñiga, también defensor de la aplicación de los studia humanitatis en la exégesis15. Sin embargo, fray Luis de León irá aún más allá, avanzando en el camino de humanismo emprendido, introduciendo un género académico, y como tal escrito en latín, la exégesis bíblica, en los cauces de la creación romance.

Se ha señalado cómo el uso progresivo de la lengua vulgar es característica inequívoca de una nueva mentalidad, la renacentista16. Sin embargo, no podemos considerar en el mismo nivel todas las manifestaciones romances que se producen a lo largo del siglo. Hay un concepto nacionalista e incluso imperialista del idioma, como el que se pone de manifiesto en el Prólogo de la Gramática de Nebrija17. Hay un uso del romance estrechamente vinculado a la idea reformista de Erasmo a través de Juan de Valdés18. Y hay un uso del romance que deriva del espíritu contrarreformista, aunque parezca paradójico, preocupado, por un lado, por terminar con la influencia nefasta de la literatura profana19, y por otro, con la necesidad de desarrollar una literatura espiritual en romance, que prepare las almas a Dios:

«Muchos varones doctíssimos, zeladores del bien de las almas, desseando desterrar de las manos de la donzella, de la biuda, y a vezes de la monja, y de muchos otros las Dianas, Amadises y demás libros profanos (de los quales los menos dañosos están llenos de vanidad y mentiras), han escrito tratados santos en nuestra lengua vulgar; pero por la mayor parte son libros que no curan tanto de dar parto y exercicio al entendimiento, quanto de mover e inflamar la voluntad para las cosas de Dios»20.



Sin embargo, el empleo del romance en sermones y tratados de espiritualidad, tolerado y fomentado por Trento para la eficacia de la labor apostólica21, contrasta con el freno que, como consecuencia de la estricta aplicación de las disposiciones conciliares, se impone a la traducción y declaración de la Biblia en vulgar22. La reforma de Erasmo había puesto especial énfasis en la importancia de que la Escritura llegase directamente a los fieles, para lo cual eran imprescindibles las traducciones y las declaraciones en romance23. El espíritu postridentino identifica esta tendencia a hacer llegar la Escritura al pueblo con las corrientes heterodoxas que trata de combatir24. Buena prueba de ello es la investigación llevada a cabo en la Universidad de Salamanca sobre Petrus Ramus25. La influencia del humanista francés en el claustro salmantino se resume en su defensa de las declaraciones de la Escritura en vulgar:

«...y con ser gran latino enseñava en Roma el francés; y ansí dezía que el evangelio y libros y misterios de nuestra fee avían de ser escriptos y declarados en lengua vulgar que fue seña [a] todos notoria»26.



La influencia de Pierre de la Ramée en España se concreta, en este aspecto, en el tratado de F. Furió Ceriol, Bononia sive de libris sacris in vernaculam linguam convertendis (Basilea, 1556), en el que defiende la traducción de la Biblia al romance.

No obstante, a fray Luis de León estaba reservado ese paso decisivo en la progresiva incorporación del romance a la espiritualidad: el de la exégesis bíblica27. Se había conseguido emplear el romance en los libros espirituales destinados a mover la voluntad, como señalaba fray Pedro de Vega; al emplearse en la exégesis bíblica, el romance se extiende a los libros destinados a dar ocupación al entendimiento.

Es cierto que a lo largo de la Edad Media y durante la primera mitad del siglo XVI se habían escrito algunas obras exegéticas en romance; sin embargo, es un hecho esporádico que se produce de la mano de conversos, como Juan el Viejo de Toledo, que escribe una Declaración del Salmo 72 del Salterio, o bien responde a una intención de reflexión espiritual, más que a un trabajo académico, como las Consideraciones sobre el psalmo 41 de Juan Gallo o su Exposición de aquellas palabras del psalmo 106 ... A propósito de la quietud y silencio spiritual de que goza un alma después de pasadas las olas y turbaciones de los trabajos28. Cuando se produce un intento sistemático de exégesis en romance, dentro de un amplio programa de reforma espiritual, como es el caso de Juan de Valdés29, el autor es perseguido.

En fray Luis interviene también una tendencia clara al enriquecimiento de la espiritualidad, que es la que le inclina a la traducción y declaración de la Escritura en vulgar, trasgrediendo las prohibiciones inquisitoriales. Así, su aplicación parte de un claro principio de utilidad de la Escritura, directamente emparentado con San Agustín, que escribe a propósito de la Sagrada Escritura:

«Quidquid homo extra didicerit, si noxium est, ibi damnatur; si utile ibi invenitur. Et cum ibi quisque invenerit omnia quae utiliter alibi didicit multo abundantius ibi inveniet ea quae nusquam omnino alibi, sed in illarum tantummodo Scripturarum mirabili altitudine et mirabili humilitate discuntur»30.



El sentido agustiniano de la utilidad de la Escritura es el que inspira a fray Luis la Dedicatoria a La perfecta casada:

«En las cuales [Sagradas Letras], como en una tienda común y como en un mercado público y general, para el uso y provecho general de todos los hombres, pone la piedad y sabiduría divina copiosamente todo aquello que es necesario y conviene a cada un estado»31,



y la teorización que lleva a cabo en la Dedicatoria al Libro I de De los nombres de Cristo:

«Notoria cosa es que las Escripturas que llamamos Sagradas las inspiró Dios a los prophetas que las escrivieron para que nos fuessen en los trabajos desta vida consuelo, y en las tinieblas y errores della, clara y fiel luz; y para que las llagas que hacen en nuestras almas la passión y el peccado, allí, como en officina general, tuviéssemos para cada una proprio y saludable remedio. Y porque las escrivió para este fin, que es universal, también es manifiesto que pretendió que el uso dellas fuesse común a todos, y assí, quanto es de su parte, lo hizo, porque las compuso con palabras llaníssimas y en lengua que era vulgar a aquellos a quien las dio primero»32



Se rompe así definitivamente la «servidumbre del latín», en expresión de Pedro Sainz Rodríguez33, y el vulgar, y con él algo más importante como es la mentalidad renacentista, penetra hasta los últimos reductos de la ciencia universitaria.

Sin embargo, no queda aquí la labor humanista de fray Luis respecto a la exégesis bíblica. La completa incorporación del género a la literatura renacentista se produce a través de la creación de una prosa artística. Fray Luis de León pone al servicio de su pensamiento teológico y de su exégesis todos los recursos retóricos que ha aprendido en su formación humanística.

En la incardinación retórica de la prosa de fray Luis se manifiesta con fuerza esa síntesis humanista que la crítica ha señalado tradicionalmente en el agustino. La eloquentia christiana y la tradición clásica entroncan en la prosa castellana de fray Luis resolviéndose en armonía renacentista, en la que Cicerón y San Agustín se dan la mano. Y lo hacen desde la esencia misma de la prosa luisiana, constituida por el concepto clásico de numerus34. El propio fray Luis lo señala como la novedad radical de su prosa:

«...de las palabras que todos hablan, elige las que convienen, y mira el sonido dellas, y aun cuenta a vezes las letras, y las pesa, y las mide [...]

Y si acaso dixeren que es novedad, yo confieso que es nuevo y camino no usado por los que escriven en esta lengua poner en ella número, levantándola del descaymiento ordinario»35.



Además del concepto clásico de ritmo, establecido por Cicerón en su Ad Marcum Brutum Orator como artificio esencial del ornato de la prosa, conseguido a través de la combinación de estructuras, de la colocación de las palabras, de la dimensión de los miembros y de la estructura acentual de los mismos, interviene en fray Luis un concepto trascendente de numerus, de raigambre bíblica36 y nuevamente agustiniana. El número queda consagrado en San Agustín37 como factor configurador de la Creación, lo que explica todo el trasfondo simbólico de la composición numérica literaria38, y como factor que posibilita el acercamiento del alma a Dios:

«Cum autem se composuerit et ordinaverit ac concinnam pulchramque reddiderit, audebit iam Deum videre, atque ipsum fontem unde manat omne verum ipsumque Patrem Veritatis»39.



De esta forma, fray Luis entra también en contacto con toda la idea pitagórica del cosmos, el splendor ordinis, donde los movimientos armónicos de los astros son reducibles a notación aritmética40, y con la teoría de la música de su amigo Francisco de Salinas41.

Por otra parte, fray Luis cuenta con el ejemplo de los que por delante de él han pretendido seguir el camino de la concinnitas ciceroniana, como fray Antonio de Guevara42. Y como ellos, fray Luis de León tuvo que recurrir a los recursos ya consagrados, a las estructuras rítmicas y los procedimientos para conseguirlas fijadas por Tulio (disposición acentual, colocación de palabras, dimensión de los miembros), y a los principios rectores de la prosa clásica: orden en la composición, claridad en la expresión y belleza fónica y rítmica de la frase:

«...porque no hablo desatadamente y sin orden, y porque pongo en las palabras concierto, y las escojo y les doy su lugar»43.



El discurso luisiano, en conclusión, se organiza a partir de una poética bipolar que se va urdiendo con las personalidades del teólogo y del poeta, en pugna similar a la que Víctor García de la Concha ha señalado en el discurso sanjuanista entre el teólogo y el místico44. En el agustino esta pugna se resuelve en síntesis perfecta de ambas facetas.

Todo en fray Luis se ordena al entendimiento de la Escritura45 y sin este principio nada puede entenderse de la obra en prosa del agustino. La novedad que asume un auténtico humanista cristiano es que en este «todo» va a incluirse la filología, en el sentido amplio que el término tiene en el humanismo, como punto de partida de la exégesis. Ya hemos visto cómo esta novedad no es tal, puesto que está en el fundamento mismo del renacimiento a partir de Lorenzo Valla. La diferencia está en que, frente al primer humanismo (léase Lorenzo Valla o en España Antonio de Nebrija), el humanista postridentino no lo va a contemplar todo sub specie litteraturae, sino sub specie Theologiae, o mejor, en el caso de fray Luis de León, sub specie Scripturae. Y la segunda novedad que se desprende de una actitud radicalmente humanista es la utilización del romance en un género de marcado carácter académico.

Pero al mismo tiempo la conciencia artística del poeta que hay en fray Luis le lleva a la creación de una prosa artística, que se convierte en expresión de la armonía universal, ya que:

«si crió a todas las demás cosas con orden y si las compuso entre sí con admirable harmonía, no dexó al hombre sin concierto, ni quiso que viviesse sin ley, ni que hiciesse disonancia en su música»46.



La realización de este principio pasa por dotar a la prosa de una base retórica fundada en los principios clásicos y puesta al servicio de una comunicación eficaz; ornato y eficacia comunicativa, además de principios constitutivos de la poética del agustino, son los elementos que fray Luis aprecia al analizar el discurso bíblico del último capítulo de los Proverbios:

«Pues compara a esta su casada Salomón a un navío de mercader bastecido y rico. En lo cual hermosea y eficazmente da a entender la obra y el provecho desto que tratamos...»47.



Junto a estos elementos, no podemos olvidar el hecho de que la prosa, elaborada concienzudamente, se pone al servicio de un programa de mejora espiritual del individuo:

«...al que razona conçertada y provechosamente, los oyentes, como inferiores y sujetos le oyen, y con la copia de sus palabras escogidas y bien puestas, cae en sus oydos dellos; y de los oydos passa al alma, y cría en ella juiçios y voluntades y movimientos buenos y santos, y óyenle con sed y con gusto, y apeteçen oyrle si calla, y quando calla le piden y demandan que hable»48.



Teólogo y poeta se funden, pues, en fray Luis de León, configurando la raíz de una campo del saber, la exégesis bíblica, fundamental en el desarrollo del humanismo español, y que con fray Luis se incorpora al caudal de la creación literaria renacentista.





 
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