Los lindes del bien
y el mal | ||||
Si escucháis esos míseros lamentos, | ||||
son del difunto rey los funerales; | ||||
y esos vivas que ruedan por los vientos, | ||||
del rey nuevo los cantos inmortales. | ||||
Mas diréis entre penas y contentos: | 5 | |||
-¿Se cantan bienes, o se lloran males? | ||||
Nadie el linde a marcar se atrevería | ||||
que separa el pesar de la alegría. |
La inocentada | ||||||||||||||||||||
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Liviandad de nuestras
glorias | ||||
Viendo un reloj de arena, | ||||
paseábase Román con faz serena. | ||||
-Pasa luego, -decía, | ||||
-hora cual nunca impía; | ||||
que pronto Inés, con amoroso fuego | 5 | |||
me esperará en la reja; pasa luego.- | ||||
Y dando vueltas, su mirar sombrío | ||||
en el reloj fijaba, asaz tardío, | ||||
hasta que al fin echó de ver que insano | ||||
atascado se hallaba un leve grano; | 10 | |||
—172→ | ||||
y saliendo a la calle diligente, | ||||
llamó a la reja, pero inútilmente: | ||||
volvió a llamar de nuevo, | ||||
más ya no estaba Inés: ¡pobre mancebo! | ||||
¡Quién por buscar se apena | 15 | |||
de este mundo las dichas ilusorias, | ||||
cuando un grano de arena | ||||
remora puede ser de nuestras glorias! |
La dicha
es un acaso | ||||
Si mal no lo recuerdo, | ||||
un bobo entre cien cuerdos, por acaso | ||||
(y aquí diré de paso | ||||
que hay a veces mil bobos por un cuerdo), | ||||
admiraba el espléndido palacio | 5 | |||
do la fortuna desigual moraba, | ||||
tan rico, que a sus ojos se mostraba | ||||
con puertas de oro y muros de topacio. | ||||
La señora fortuna, | ||||
que del mundo entre todas las señoras | 10 | |||
tal vez no habrá ninguna | ||||
que la gane a mudarse a todas horas, | ||||
se le antojó salir en aquel día | ||||
a hacer a uno feliz: ¡quién lo diría! | ||||
Al verla los cien cuerdos | 15 | |||
(en verdad nada lerdos), | ||||
con presteza importuna | ||||
-¡La fortuna! (prorrumpen) ¡la fortuna!- | ||||
y arrancan en pos de ella, | ||||
mientras que, presurosa, | 20 | |||
si bien como ellas bella, | ||||
como mujer al fin, huyó alevosa; | ||||
y si como ellas es verdad que huía, | ||||
como mujer también les sonreía. | ||||
Al verla el bobo huir con tal exceso: | 25 | |||
-Vaya con Dios, -la dijo el muy camueso;- | ||||
y en celestial arrobo, | ||||
dándosele una higa, | ||||
porque alguno la siga o no la siga, | ||||
a dormir se tendió: ¡maldito bobo! | 30 | |||
Siguiéronla los cuerdos locamente; | ||||
pero con tal ahínco, | ||||
que alguno por correr dio un falso brinco, | ||||
y se aplastó la frente. | ||||
Otros perdieron sólo el sufrimiento; | 35 | |||
y otros, menos felices, | ||||
el camino sembraron, y no es cuento, | ||||
de piernas, ojos, brazos o narices. | ||||
De engañar a los cuerdos ya cansada | ||||
la señora fortuna, siempre porra, | 40 | |||
ganándoles las vueltas como zorra | ||||
determinó volverse a su morada. | ||||
Mas ¡oh imprevisto caso! | ||||
pues cuando al ir su paso | ||||
el linde a trasponer de la ancha puerta, | 45 | |||
tropieza con el bobo y le despierta. | ||||
-¡Caíste en el garlito!- | ||||
gritó el simple, cual bollos los mofletes: | ||||
y sin andarse en dimes ni diretes, | ||||
con ella en casa entró: ¡bobo maldito! | 50 | |||
Yo llames, Fabio, tonto | ||||
al que cual tú no corre tras la gloria; | ||||
por correr más, no llegarás mas pronto: | ||||
pregúntaselo al bobo de la historia. |
—173→
La vida y la muerte | ||||||||||||||||||||
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A un gran mal otro mayor | ||||
Clamó un ratón sin consuelo, | ||||
preso en una cárcel fuerte: | ||||
-¡Imposible es que la suerte | ||||
pudiese aumentar mi duelo!- | ||||
Y alzando la vista al cielo | 5 | |||
para acusar su dolor, | ||||
le preguntó un ruiseñor | ||||
de un halcón arrebatado: | ||||
-¿Truecas conmigo tu estado?- | ||||
Y él contestó: -No, señor.- | 10 |
Del tronco sale la
rama | ||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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Lecciones amargas | ||||||||||||||||||||
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La muerte todo lo iguala | ||||
Halló al volver con otros a su tierra | ||||
un nuevo cementerio un campesino, | ||||
y al cruzar por enmedio del camino | ||||
vio escrita en él esta inscripción que aterra: | ||||
-UN PONCE DE LEÓN aquí se encierra: | 5 | |||
dobla al pasar la frente, ¡oh peregrino! | ||||
y acata humilde al que postró el destino, | ||||
recto juez en la paz, y héroe en la guerra.- | ||||
Fija la vista en los eternos bronces, | ||||
gestos de admiración haciendo extraños, | 10 | |||
dijo extasiado el campesino entonces: | ||||
-¡Por Dios que son terribles desengaños! | ||||
¡Quien les dijera a los ilustres PONCES, | ||||
que aquí enterré yo un burro hace dos años!- |
No hay dicha cumplida | ||||||||||||||||||||||||
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El mundo al empezar, si bien me fundo, | ||||
Júpiter trajo al mundo, | ||||
para dar por igual a los mortales, | ||||
en una arca los bienes | ||||
y en otra arca los males. | 5 | |||
Cogió el arca primera | ||||
(que por mi mal la de los males era), | ||||
y el censo atroz de los odiosos males | ||||
distribuyendo con piadoso intento, | ||||
ciento a Luis, ciento a Juan, y a Ramón ciento, | 10 | |||
quedamos, salvo error, todos iguales. | ||||
Abrió el arca segunda | ||||
y tanto criminal (que Dios confunda) | ||||
acudió a ver los bienes, que brillantes | ||||
—175→ | ||||
lucían cual riquísimos diamantes, | 15 | |||
que al fin los más bribones | ||||
entraron de robar en tentaciones. | ||||
Por detrás un avaro sin decoro | ||||
sustrajo bienes mil (mil onzas de oro); | ||||
y un alcalde (un truhán) dando pisadas, | 20 | |||
diez bienes se apropió (diez alcaldadas): | ||||
aquí un lascivo su placer corona | ||||
con una virgen que aspiró a matrona; | ||||
allí un poeta (un cándido, presumo) | ||||
tan sólo robó un bien (la gloria; ¡humo!), | 25 | |||
y un ruin magnate, de nobleza rancia, | ||||
veinte bienes sustrajo sin conciencia, | ||||
reducidos, en última substancia, | ||||
a diez y nueve cruces y un vuecencia. | ||||
Tantas eran, por fin, las sustracciones | 30 | |||
de ambiciosos, avaros y ladrones, | ||||
que Júpiter atándose la capa | ||||
(lo que prueba la fe de los humanos) | ||||
andaba con los pies y con las manos | ||||
por aquí y por allí tapa que tapa. | 35 | |||
Al ver tanta ruindad en los mortales, | ||||
por último el buen dios perdió la calma, | ||||
y, llevándose el arca en cuerpo y alma, | ||||
dijo, al cerrar las puertas celestiales: | ||||
-Yo juro por esta arca que ahora encierra | 40 | |||
los bienes que el mortal anhela tanto, | ||||
de no sacar un bien ni aún para un santo, | ||||
hasta que no haya infames en la tierra.- | ||||
Dijo así el dios; y el diablo que lo oía | ||||
(pues siempre anda del hombre en compañía) | 45 | |||
gritó a la gente, que se vio burlada, | ||||
lanzando una insolente carcajada: | ||||
-Noble mortal, mi digno descendiente | ||||
(lo cual nunca en tus actos se desmiente), | ||||
el dios que escuchas, de inocencia lleno, | 50 | |||
sus bienes te promete, en siendo bueno: | ||||
si hasta entonces no aguardas otros bienes, | ||||
acuéstate a dormir, que tiempo tienes.- |
Principio y fin
de las cosas | |||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
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—177→
Ahora que mi queridísimo compañero, el sabio por antonomasia, señor Menéndez Pelayo, escribe los fundamentos de una estética ideológica, le dedico estas humoradas, porque además de satisfacer con esto un sentimiento de mi corazón, tengo el egoísmo de creer que en esta ocasión me defienda, si lo halla justo, de los censores apasionados que de seguro aparecerán, como aparecen siempre que yo me permito poner título nuevo a alguna de mis obras.
Soy el hombre menos afortunado de la tierra para bautizar géneros literarios. Cuando publiqué las Doloras, el nombre pareció demasiado neológico. Salieron a luz los Pequeños poemas, y el título fue muy censurado por razones que nunca he comprendido. El nombre de Humoradas ¿parecerá también poco propio?
¿Qué es humorada? Un rasgo intencionado. ¿Y dolora? Una humorada convertida en drama. ¿Y Pequeño poema? Una dolora amplificada. De todo esto se deduce que mi modo de pensar será malo, pero como ya dije alguna otra vez, no se me podrá negar que por lo menos es lógico.
Y como yo nunca quiero ocultar mis pretensiones, aunque estén impregnadas de un poco de orgullo, pasión que tanto detesto, debo decir que, en vez de quemarlas, he recogido estas fruslerías poéticas, para completar con ellas un sistema de poesía que abrace desde el pensamiento aislado hasta el poema. Será imposible que ningún autor de segundas intenciones escriba nada que no esté comprendido en el círculo poético que acabo de cerrar con estas ideas volanderas. Es verdad que, además de este círculo poético de carácter puramente psicológico, hay otro, enteramente contrario, que se limita a hacer sobre los asuntos apreciaciones de naturaleza exclusivamente física. Considerados en su esencialidad, no hay más que dos géneros de poesía en el mundo, que son el de más acá y el de más allá de las cosas.
Yo sé bien, que quedan fuera de este círculo poético que yo prefiero, producciones admiradas que encantan a muchas gentes por su misma objetivación e infecundidad. Pero yo que admito, aunque sin entusiasmo, el género que ve en la forma, no el continente, sino el contenido del arte, pido un poco de tolerancia para el que pretende que a la sencillez en la forma, se una un poco de malicia en el fondo.
Respeto la admiración que a algunos les produce en las obras de ingenio la delimitación empírica de esas líneas que pueden ser comprendidas por los sentidos corporales del tacto y de la vista, con tal que me permitan reservar mi gusto especial por las reverberaciones que iluminan las sinuosidades del corazón humano y los horizontes que caen del otro lado de la vida material.
Uno de los economistas contemporáneos más notables ha escrito un artículo muy filosófico titulado: «Lo que se ve y lo que no se ve». Este título, mejor que aplicado al comercio de las habichuelas, se podía relacionar con los sistemas poéticos, el viejo y el nuevo; el viejo, que se puede llamar el de lo que se ve; y el nuevo, que lo llamaremos el de lo que no se ve. El viejo no necesita explicación: el nuevo consiste en ver intuitivamente lo que no se alcanza a primera vista; en hacer notar al lector el punto en que las ideas iluminan los hechos, mostrándole el camino que conduce de lo material a lo ultra-ideal.
No me explico por qué muchos lectores prefieren en el arte lo superficial a lo hondo. Y debo confesar, con mortificación de mi amor propio, que hasta genios que han solido ver la inmensidad en el átomo, son refractarios a dejar transparentar en sus producciones las vistas que dan a la región de lo indefinido.
A un gran poeta extranjero no le pudo hacer comprender mi amigo el Sr. D. Eugenio de Ochoa lo que era una dolora. Extrañándolo yo mucho, decía el Sr. Castelar que, dadas las cualidades del insigne escritor, él se lo explicaba perfectamente. Otros dos grandes poetas españoles, se empeñaron en no querer entender lo que eran doloras, y lo consiguieron. Cuando se publicaron las primeras, sometiéndolas a las reglas de una retórica convenida, y en la cual yo nunca he podido convenir, las fueron dividiendo en epigramas, letrillas, epitafios, etc. Estos inmortales distraídos clasificaron las doloras por su contextura externa, sin fijarse en el lazo interno común que las unía en el fondo, que era la intencionalidad.
En el actual momento histórico, ya verá el lector cómo también a estas naderías casi epigráficas, todos los retóricos retrospectivos las llaman pareados, cuartetos o quintetos, y acaso, acaso, sólo aleluyas; y, sin fijarse en su carácter intrínseco, rechazan el título de Humoradas, que yo les doy. Siempre la exterioridad sobreponiéndose a lo esencial. Una dolora puede ser madrigal, epigrama, etc., sin dejar de ser dolora; mientras que no son doloras ninguno de los epigramas y madrigales que conocemos. Lo mismo digo de este nuevo título. Una humorada, sin dejar de serlo, puede estar escrita en un pareado, o en un cuarteto, pero no son humoradas la mayor parte de los cuartetos y pareados que se han escrito hasta ahora.
Pero yo, que tengo el honor de dedicar este librito al Sr. Menéndez Pelayo, a imitación suya, voy, a propósito de estas humoradas, a escribir también un poco de estética trascendental.
No quisiera que el lector, al hallarse con estas bagatelas escritas para los álbums y los abanicos de mis amigas, o recogidas de los retazos sobrantes de doloras y poemas, creyese que las he coleccionado como cosas dignas de ver la luz pública.
Las he reunido porque, además de cumplir los deseos de un apreciable editor que me pedía un libro cualquiera, me propongo rehabilitar con esta publicación, en lo que sea posible, esa poesía, ligera unas veces, intencional otras, pero siempre precisa, escultural y corta, que nuestro eminente poeta el Sr. D. Gaspar Núñez de Arce ha estigmatizado con la expresión desdeñosa de -«Suspirillos líricos, de corte y sabor germánicos, exóticos y amanerados». Creo que el pensamiento del Sr. Núñez de Arce ha sido mal interpretado, pero el hecho es que desde que el lo ha escrito, ciertos críticos, a quienes se les puede calificar de sacristanes de amén, se complacen en llamar «suspirillos germánicos», a toda composición que no se estira hasta ensuciar con las botas la cara de los oyentes. En consecuencia, rebatiendo a los que han entendido mal la expresión de mi ilustre compañero, les diré que esos «suspirillos germánicos» siempre serán los cantos populares de las clases ilustradas.
Esa poesía que algunos llaman lapidaria, es la más propia para que se graben los pensamientos, no sólo en las piedras, sino en las inteligencias.
—178→Hasta que se halla la forma elíptica que las sintetiza, las epopeyas, las tragedias, los poemas y las crónicas, son creaciones de una utilidad contestada y de una pesadez incontestable.
Una décima de Calderón y unas cuantas frases de Shakespeare suelen ser el resumen de todo su modo de pensar y de sentir. Borrad esta décima y estas frases, y desterraréis del comercio de la vida las grandes epopeyas que más conmueven el corazón y la cabeza de los que sienten y piensan.
Como desgastan los ríos las piedras de su fondo, la marcha del tiempo oxida, descomponiéndolos, los pensamientos de los grandes monumentos literarios, unos por insustanciales, otros por anacrónicos, estos por demasiado solariegos y aquellos por poco característicos; y sólo va dejando, como ruinas imperecederas de las babilonias artísticas, rápidas inscripciones, relámpagos de ideas, que parecen ecos de las palpitaciones del corazón humano.
Pero volviendo al asunto principal, me preguntará alguno: ¿Por qué a esas poesías cortas, tristes, risueñas, galantes o satíricas se las llama humoradas? Porque en la mayor parte de esas expansiones de genio abierto, que el vulgo suele llamar salidas de tono, prepondera la tendencia cómico-sentimental que se entiende por humorismo.
Llamo humoradas a los pensamientos adolorados, que, por carecer de forma dramática, no se deben incluir entre las doloras.
Y ¿qué es humorismo?
Una crítica inconsiderada que cruza a campo-traviesa los dominios de la literatura sin el freno de la correspondiente instrucción, a fuerza de oírlo repetir ha adquirido la costumbre de llamarme escéptico, sin tener en cuenta que el escéptico, ya subjetivo, ya objetivo, ya absoluto, es el que tiene la duda por sistema, y que yo, bien avenido con la vida real, creo en lo único en que se debe creer, que es en las ideas. ¿Qué noción tendrán estos clasificadores de lo que es escepticismo? ¿Me llaman escéptico porque yo me suelo reír de cosas que ellos creen que son de llorar? Esto de reírse del dolor propio y del ajeno, más bien se podría llamar estoicismo. Pero como no quiero enfadarme mucho con estos calificadores, que cogen la ciencia al oído, porque sé que es muy común confundir el escepticismo con el humorismo, y el humorismo con la excentricidad, les diré que es el colmo de la injusticia llamar escéptico a un espiritualista tan exagerado como yo, que cree que lo que hay más natural en el mundo es lo sobrenatural.
Si el escepticismo no cree en lo que dice, el humorismo hasta se ríe de lo que cree, no dejando de creer nada de lo que se dice.
¿Qué es humorismo? La contraposición de situaciones, de ideas, actos o pasiones encontradas. La posición de las cosas en situación antitética suele hacer reír con tristeza.
César, tapando con sus cenizas el hueco de una pared, y Don Quijote volviendo a su casa molido a palos por defender sus ideales, mientras su ama y su sobrina, representantes del sentido común, lo reciben cómodamente comiendo pan candeal y haciendo calceta, son dos rasgos de humorismo que, además de hacer reír, llenan los ojos de lágrimas.
La frase buen humor, genuinamente española, ha creado un género literario, que es sólo peculiar de los ingleses y de los españoles, y en el que mezclando lo alegre con lo trágico, se forma un tejido de luz y sombra, a través del cual se ven en perspectiva flageladas las grandezas, y santificadas las miserias, produciendo esta mezcla del llanto y de la risa una sobreexcitación nerviosa de un encanto indefinible.
El humorismo francés es satírico, el italiano burlesco, y el alemán elegíaco. Sólo Cervantes y Shakespeare son los dos tipos del verdadero humorismo, serio, ingenuo y candoroso.
Se ha dicho que la burla es la retórica del diablo.
Y, efectivamente, debe haber en este género literario algo de intelectual y encantadoramente diabólico, porque los escritores humoristas tienen sobre los exclusivamente serios, y los totalmente alegres, una superioridad de miras incontestable; pues cuando un escritor sólo se propone hacer reír mucho, suele acabar por hacerse risible, así como cuando un hombre por demasiado serio es tonto, es tonto de veras. No hay duda que el humorismo, que es un carnaval reentrante en la cuaresma, parece que domina los asuntos desde más altura, y que se hace superior a nuestras ambiciones y a nuestras finalidades, pintando a la locura con toga de magistrado, y a la muerte con gorra de cascabeles.
El talento que, alegre y tristemente ve en lo pequeño la imagen de lo grande, y en lo grande el trasunto de lo pequeño, es el titiritero que al son de su tamboril hace bailar grotescamente a todas las pequeñas y grandes figuras humanas, como si fuesen muñecos de resorte; es el tipo, que, según una frase vulgar, es capaz «de hacer burla de un entierro»; el inventor, en fin, de la filosófica danza macabra, ese baile de candil dado en los infiernos, y al cual asisten, presididos por la muerte, reyes con gregüescos de payasos, bufones con tiaras, y papas con miriñaques.
Si, como dice Cervantes, el hacer reír es de grandes ingenios, el hacer reír y llorar al mismo tiempo es un don excepcional que sólo ha concedido Dios a él y a Shakespeare, los dos grandes pensadores más humorísticos del mundo.
Y dejo este asunto, sólo indicado por mí, para que el señor Menéndez Pelayo acabe de decirnos con su profundo saber lo que es humorismo, esa alegría unas veces enternecedora y otras siniestra; esa espada de dos filos que lo mismo mata a los hombres que a las instituciones; ese gran ridículo que convierte en polichinelas a los héroes mirándolos desde la altura del supremo desprecio de las cosas.
Pero me he distraído y veo que para unas producciones tan homeopáticas como estas mías, el lector dirá con razón que he escrito una dedicatoria muy pretenciosa y demasiado larga. Por eso, arrepentido de ser tan hablador, concluyo diciendo que, aceptando la definición que da el diccionario de la lengua castellana de la palabra frase, diciendo -«que es una locución enérgica con que se significa más de lo que se expresa»- insisto en creer que las poesías de forma condensada son más apreciables por la dificultad de tener que decir en ellas más de lo que se expresa. El trascendentalismo en el arte consiste en estas vistas a lo infinito que entreabren las frases cortas de algunos autores de arranques proféticos. No me puedo consolar del tiempo que pierden algunos lectores devorando a autores insustanciales que, al ocuparse en lo particular, jamás dejan entre renglones sobreentendido lo general.
Pero mi guerra declarada al género ampuloso y superficial veo que me vuelve a distraer, haciéndome gárrulo, machacón y acaso injusto.
El arte en general, y la poesía en particular, ganan en intensión lo que pierden en extensión.
Suprimid algunas frases inspiradas de la historia, y las guerras de la antigua Grecia quedarán reducidas a unos pequeños altercados, de patanes de lugar, y la revolución francesa a una orgía de caníbales.
El ingenioso escritor don Felipe Picatoste ha escrito un libro, tan ameno como profundo, sobre las frases célebres, y en él ha probado de una manera evidente que es una tendencia del espíritu humano la de ir condensando los pensamientos, desde los poemas hasta los refranes y desde los refranes hasta las frases.
No hay nada sublime que no sea breve. Cuando se acabe el mundo, ¿qué quedará de nuestras agitaciones, deseos, esperanzas, ambiciones y temores? Nada, o casi nada. De todas nuestras habladurías sólo quedarán cuatro frases célebres, hasta que algún Homero sideral, señalando con el dedo el vacío que deje el mundo en el espacio, reduzca las cuatro expresiones que flotarán sobre el lugar del planeta extinto, a una sola frase parecida a ésta: «¡allí fue Troya!».
Campoamor
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