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Fedro y Samaniego: influjo estilístico y cambios ideológicos

Antonio Cascón Dorado


Universidad Autónoma de Madrid



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Ya hace algunos años hice notar la importante dependencia de Fedro que se aprecia en las fábulas de Samaniego1, a pesar de que este autor confiesa en su prólogo haberse apartado del romano por la superioridad en concisión de la lengua latina: «Si la unión de la elegancia y laconismo sólo está concedida a este poeta en este género, ¿cómo podrá aspirar a ella quien escribe en lengua castellana y palpa los grados que a ésta le faltan para igualar a la latina en concisión y energía? Este conocimiento, en que me aseguró más y más la práctica, me obligó a separarme de Fedro». En dicho artículo se concluía entre otras cosas que al menos en 35 fábulas Samaniego tiene a Fedro como modelo y que en algunos apólogos sigue tan fielmente la versión latina que no resultaría exagerado hablar de traducciones versificadas.

En las líneas que siguen intentaremos demostrar primero que Samaniego no se ha limitado a adaptar al verso castellano las fábulas de Fedro sino que también ha intentado imitar su estilo y, a continuación, apuntaremos algunos de los cambios ideológicos más notables que se detectan al comparar las dos colecciones fabulísticas.

I) En principio, cuando uno lee las referidas palabras del prólogo de Samaniego, piensa que la decisión de separarse de Fedro ha sido tomada antes de escribir sus fábulas y tras varios ensayos de versificación de las latinas (cf. «este conocimiento, en que me aseguró más y más la práctica»). Sin embargo, después de constatar la importante presencia del romano en su obra, parece que deberíamos interpretarlas de manera diferente. Tal vez, Samaniego comenzó imitando las fábulas de Fedro y la práctica a la que más arriba se refiere alude no a ensayos previos sino a algunas de las fábulas que componen su colección. En este sentido hay que recordar que en el epílogo del libro primero, dedicado a D. José María de Munive e Idiáquez, manifiesta   —662→   con claridad tener como modelos a Fedro y La Fontaine: «Era difícil; mas, al fin, tu tino/ encontró un genio en mí versificante./ A Fedro y La Fontaine por modelos/ me pusiste a la vista,/ y hallaron tus desvelos/ que pudiera ensayarme a fabulista». Esta interpretación parece más acertada, sobre todo cuando observamos el influjo estilístico del romano en Samaniego, evidente en algunos apólogos.

Hay unanimidad por parte de la crítica al destacar la breuitas como la característica más sobresaliente del estilo de Fedro. Es el propio autor quien insiste en subrayar este rasgo como una de las aportaciones más positivas de su obra. Lo hace en el prólogo al libro II, cuando considera su brevedad una recompensa para el lector (bonas in partes, lector, accipias velim,/ ita, si rependet illi brevitas gratiam). En el epílogo al libro III, cuando reclama a Eutico el premio que merece su brevedad por encima de otras cualidades de su obra (brevitatis nostrae praemium ut reddas peto). Y en el epílogo al libro IV, cuando dice a Particulón que, si no estima su talento, apruebe al menos su brevedad (si non ingenium, certe brevitatem adproba).

Pero aunque el propio autor no hubiera insistido en ello, es fácilmente constatable desde las primeras lecturas de su obra que la brevedad es una marca muy distintiva de la poesía fedriana. Incluso La Fontaine alude a ella en la fábula primera del libro VI como una característica del género y recuerda que Fedro fue criticado ya en su tiempo por su excesiva brevedad: «Y por esta razón muchos hombres famosos, para solaz de su espíritu, en este género han escrito, huyendo a la vez del ornato y de la extensión excesiva. No encontramos en ellos palabra que sobre. Tan sucinto era Fedro que muchos le censuraron...2 En general, es asunto muy discutido por la crítica: primero si es una característica inherente al género y luego si en el arte de Fedro podemos considerarla positiva o negativamente. Éste y otros puntos se tratan en el artículo de César Chaparro «Aportación a la estética de la fábula greco-latina: análisis y valoración de la brevitas fedriana», al que remitimos para quien quiera conocer más detalles sobre el tema3.

Aunque Samaniego no utilice el término breuitas, es evidente por sus palabras que se había percatado de que, en efecto, éste era el rasgo más   —663→   sobresaliente de su estilo (cf. «Si la unión de la elegancia y laconismo sólo está concedida a este poeta en este género...»), aunque más adelante parece considerar la concisión un rasgo de la lengua latina más que del propio Fedro («¿cómo podrá aspirar a ella quien escribe en lengua castellana y palpa los grados que a ésta le faltan para igualar a la latina en concisión y energía?»). Sea como fuere, está claro que Samaniego había comprobado «con la práctica», como él dice, la dificultad que comportaba adaptar a su poesía en castellano las concisas fábulas del romano. La revisión de algunos de sus apólogos nos permite ver que lo intentó, a veces con indudable éxito.

La fábula El zapatero médico (VIII 6) es una adaptación de Fedro I 14, en la que Samaniego sigue fielmente a su modelo. Algunos versos son traducción de los de Fedro (cf, p. e., 13-15 «Y dice que sin ciencia/ logró hacerse doctor de grande precio/ por la credulidad del vulgo necio» y F. 11-12 non artis ulla medicum se prudentia,/ verum stupore vulgi factum nobilem), pero, sobre todo, hay que destacar cómo en la moraleja imita con fidelidad la brevedad de Fedro en dos graciosos versos: «Esto para los crédulos se cuenta,/ en quienes tiene el charlatán su renta» Hoc pertinere vere ad illos dixerim,/ quorum stultitia quaestus impudentiae est.

Es en las moralejas donde se perciben más los intentos de Samaniego por adaptar no sólo el contenido sino el estilo de Fedro. Así en II 13 «Quien al poder se acoja de un malvado/ será, en vez de feliz, un desdichado», espléndida traducción del promitio fedriano: Qui se committit homini tutandum improbo,/ auxilium dum requirit, exitium invenit. (I 31) Pero también se aprecia un particular empeño en adaptar con exactitud la réplica final de los diálogos que entre sí mantienen los personajes de las fábulas de Fedro, generalmente sentenciosa y muy moralizante. Así la moraleja de VII 6 «Si al ánimo estudioso/ algún recreo dieres,/ volverá a sus tareas/ mucho más útilmente», que traduce la réplica final de Fedro III 14: Sic lusus animo debent aliquando dari,/ ad cogitandum melior ut redeat tibi. Igual en IV 10 «El cazador y el perro», que es adaptación de Fedro V 10; la réplica final del perro viejo en la versión de este último, «quod fuimus lauda, si iam damnas quod summus», la encontramos traducida en el verso 21 del poeta español «Miras a lo que soy, no a lo que he sido». También en IV 6, versión de la conocida fábula de La zorra y las uvas, la réplica de la zorra en Samaniego es un calco de la de Fedro, IV 3 (cf. «No las quiero comer. No están maduras» y «Nondum matura est; nolo acerbam sumere»).

En otras fábulas Samaniego imita a Fedro en los versos iniciales, aunque luego en el desarrollo del relato parece relajarse, superado por los   —664→   esfuerzos que supone la breuitas de Fedro. Así ocurre en I 20, «Una águila anidó sobre una encina,/ al pie criaba cierta jabalina,/ y era un hueco del tronco corpulento,/ de una gata y sus crías aposento», versión de los versos iniciales de Fedro IV 2: Aquila in sublimi quercu nidum fecerat;/ feles, cavernam nacta in media, peperat; sus nemoris cultrix fetum ad imam posuerat. También en II 10 «Un maldito Gorrión así decía/ a una Liebre que un Águila oprimía». (cf. Fedro I 9 Oppressum ab aquila, fletus edentem graves,/ leporem obiurgabat passer...). Y en V 24 «Débil y flaca cierta Comadreja,/ no pudiendo ya más, de puro vieja,/ ni cazaba ni hacía provisiones/ de abundantes Ratones». (Fedro IV 2 Mustela, cum annis et senecta debilis/ mures veloces non valeret adsequi).

Cuando conservamos versiones de otros fabulistas, además de Fedro y Samaniego, se aprecia mejor la dependencia estilística del vasco respecto del latino. La conocida fábula Las ranas que pidieron un rey a Júpiter la encontramos en Samaniego II 16, Fedro I 2; Esopo 44 y La Fontaine III 4. Desde la primera lectura es evidente que Samaniego sigue la versión fédrica. La Fontaine quizá tenga también a Fedro por modelo, pero las muchas innovaciones que encontramos hacen difícil constatarlo. Hay un pasaje de Fedro en el que puede apreciarse su habilidad descriptiva: los adverbios subito, diutius, forte, tacite y certatim permiten al lector recrear la imagen en su imaginación con una idea del lugar, el tiempo y el movimiento sumamente verosímil: tigillum, missum subito... mersum limo cum iaceret diutius, forte una tacite profert e stagno caput... Illae timore posito certatim adnatant, lignumque supra, turba petulans, insilit. (14-20) Está claro que aquí Samaniego, como en tantos otros lugares, fue cautivado por los trazos del pincel de Fedro y siguiendo sus formas escribió: «Una de ellas asoma la cabeza,/ y viendo a la real pieza,/ publica que el monarca es un zoquete/. Congrégase la turba y por juguete/ lo desprecian, lo ensucian con el cieno». Muy distante desde luego de la insípida descripción que encontramos en la prosa esópica (E. 44), aunque es evidente que las intenciones literarias de su anónimo autor distaban grandemente de las de Fedro y Samaniego.

Algo parecido ocurre con la famosa fábula de la nave agitada por los vientos (Samaniego IV 23, Fedro IV 18 y Esopo 78); la puesta en escena y el súbito cambio de la situación las expone Fedro en cinco versos: Vexata saevis navis tempestatibus/ inter vectorum lacrimas et mortis metum,/ faciem ad serenam ut subito mutatur dies,/ ferri secundis tuta coepit flatibus/ nimiaque nautas hilaritate extollere (3-7). La versión esópica es mucho más prolija: «Unos subieron a un barco y se hicieron a la mar. Cuando estaban   —665→   mar adentro se desató una violenta tempestad y poco faltó para que el barco se hundiera. Uno de los pasajeros, rasgándose las vestiduras invocaba a los dioses patrios con llanto y lamentaciones y prometía ofrecer sacrificios de acción de gracias si le salvaban. Pero al pasar la tormenta y llegar de nuevo la calma, dándose a la alegría se pusieron a bailar y saltar, como quienes han escapado de un peligro inesperado»4. Sin embargo, la fábula de Samaniego es un modelo de traducción fiel al texto y al estilo fedriano en lo que se refiere a la breuitas: Lloraban unos tristes pasajeros/ viendo su pobre nave, combatida/ de recias olas y de vientos fieros,/ ya casi sumergida,/ cuando súbitamente/ el viento calma, el cielo se serena,/ y la afligida gente/ convierte en risa la pasada pena. (1-8)

La fábula El lobo y el perro la encontramos en Samaniego V 25, F. III 7; E. 183 y Fo. I 5. La versión esópica es notablemente distinta a la de los demás fabulistas; está protagonizada por un asno salvaje y otro doméstico y, aunque la intención del relato es similar, el desarrollo argumental es muy distinto del que apreciamos en Fedro, en quien sin duda se basan tanto La Fontaine como Samaniego. Un lobo y un perro protagonizan el relato de estos fabulistas, y entre sus versiones no hay grandes diferencias. No obstante, las innovaciones que La Fontaine introduce respecto a Fedro no parecen haber dejado huella en Samaniego, quien a pesar de haber alargado la narración fedriana en algunos puntos, traduce fielmente los diálogos fédricos, si bien en su versión hallamos el humorismo inexistente en el romano: «...Vnde sic, quaeso, nites?/ aut quo cibo fecisti tantum corporis?/ Ego, qui sum longe fortior, pereo fame.»/ canis simpliciter: «Eadem est condicio tibi,/ praestare domino si par officium potes»/. «Quod?» inquit ille. «Custos ut sis liminis,/ a furibus tuearis et noctu domum.» «...Yo extraño/ que estés tan de buen año/ como se deja ver por tu semblante,/ cuando a mí, más pujante,/ más osado y sagaz, mi triste suerte/ me tiene hecho retrato de la muerte»./ El perro respondió: «Sin duda alguna/ lograrás, si tú quieres, mi fortuna./ Deja el bosque y prado,/ retírate a poblado;/ servirás de portero/ a un rico caballero,/ sin otro afán ni más ocupaciones/ que defender la casa de ladrones». Y más adelante: «Vnde hoc, amice» «Nil est» «Dic, sodes, tamen.»/ «Quia videor acer, alligant me interdiu» «Dime: ¿qué es eso? 'Nada'./ 'Dímelo, por tu vida, camarada!'/ 'No es más que la señal de la cadena'».

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Como antes hemos apuntado, Samaniego reconocía en su prólogo las dificultades que comportaba la imitación de la breuitas de Fedro; quizá por eso, en algunas fábulas en las que es posible observar su fidelidad al texto latino, comprobamos al mismo tiempo, cómo se ha alejado del laconismo del romano; en estos casos los versos del vasco ganan en frescura y desenfado, aproximándose más al estilo de La Fontaine. Un buen ejemplo lo tenemos en la fábula El asno sesudo (Samaniego II 3 y Fedro I 15), en la que se cuenta cómo un asno, al ver venir al enemigo, insta al animal a emprender la fuga, at ille lentus: «dime, ¿crees acaso que el vencedor me pondrá dos albardas?» senex negavit. «Entonces, ¿qué me importa a mí a quién sirva, mientras siga llevando una sola albarda?». Samaniego alarga el pasaje con gracia, pero sin la rotundidad de la breuitas de Fedro. «¡Yo correr! -dijo el asno-, ¡Bueno fuera!/ Que llegue enhorabuena Marte fiero:/ me rindo, y él me lleva prisionero./ Servir aquí o allí, ¿no es todo uno?/ ¿Me pondrán dos albardas? No. Ninguno. Pues nada pierdo, nada me acobarda:/ siempre seré un esclavo con albarda.» (16-22)



II) Tal como advertíamos al principio, al comparar las fábulas de Fedro con las adaptaciones que de ellas ha hecho Samaniego, es posible apreciar también algunos cambios importantes en lo que respecta a las ideas defendidas por uno y otro autor. Vamos a fijarnos a continuación en tres principios básicos del pensamiento de Fedro5 que, como vamos a ver, Samaniego no ha asumido, al menos tal y como aparecían en el autor romano.



1) Incitación a la venganza contra el malvado. En las fábulas de Fedro hay una guerra declarada contra el improbus. El fabulista latino insiste en la conveniencia de no asociarse con él (IV 11, I 31 y I 5), de no ayudarlo cuando se halla en situaciones comprometidas (I 8 y IV 20) y de castigarlo siempre que sea necesario, defendiendo incluso la legitimidad de la ley del talión (V 3, I 26, I 28 y III 2).

Parece que Samaniego no tiene inconveniente en asumir en sus versiones de los apólogos fédricos las dos ideas mencionadas en primer lugar. Ya hemos visto cómo en su adaptación de la fábula del milano y las palomas hacía una traducción bastante fiel de la moraleja de Fedro que instaba a no asociarse con el malvado (cf. II 13 «Quien al poder se acoja de un malvado/ será, en vez de feliz, un desdichado»). Por lo que respecta a la segunda idea,   —667→   la conveniencia de no ayudar al improbus, llama la atención que Samaniego haya unido en su colección las versiones de las dos fábulas de Fedro en la que ésta aparecía formulada. En la fábula El lobo y la grulla (IV 8) el promitio fédrico dice así: «Quien espera recibir de los malvados el premio de una buena acción se equivoca doblemente: primero porque ayuda a quienes no lo merecen, después porque ya no puede escapar sin daño»; y la moraleja de El hombre y la culebra (IV 20) es ésta: «Quien presta auxilio a los malvados lo lamenta con el tiempo». En Samaniego estas fábulas se encuentran en II 6 (El lobo y la cigüeña) y II 7 (El hombre y la culebra); la moraleja de la primera confirma las propuestas de Fedro: «'Haz bien', dice el proverbio castellano,/ 'y no sepas a quién'; pero es muy llano/ que no tiene razón ni por asomo/ es menester saber a quién y cómo. El ejemplo siguiente/ nos hará esta verdad más evidente», y a continuación narra el apólogo del hombre que se apiadó de la culebra y fue mordido por ésta.

Sin embargo, Samaniego muestra en sus versiones su desacuerdo con el tercero de los principios fédricos. La incitación a la venganza no es compartida por él y por eso omite o cambia el sentido de las moralejas del romano. En I 26, La zorra y la cigüeña, Fedro asume plenamente en el promitio la justeza de la ley del talión: «A nadie debe lastimarse, pero si alguno hace daño, la fábula advierte que debe ser castigado con la misma ley»; en su versión Samaniego dice únicamente: «También hay para pícaros engaño». La fábula de la mosca que picó al calvo (V 3) sirve a Fedro para exhortar a castigar con cualquier pena a quien hace daño conscientemente (Hoc argumentum venia donari docet/ qui casu peccat. Nam qui consilio est nocens,/ illum esse quavis dignum poena iudico); Samaniego, sin embargo, se limita a declarar «Que el grado de la ofensa tanto asciende/ cuanto sea más vil aquél que ofende». En la fábula La pantera y los pastores (III 2) Fedro aplaude el comportamiento vengativo de la pantera, que ataca a quienes la maltrataron y perdona a los que la ayudaron; la versión de Samaniego está muy próxima a la de Fedro, pero en la moraleja, en lugar de aprobar el comportamiento de la pantera, se exhorta a hacer el bien (cf. IV 7 «Quien hace agravios tema la venganza;/ quien hace bien, al fin el premio alcanza»).

Hay, ademas, en la colección de Samaniego una fábula en la que se reprueba con claridad la utilización de la venganza. Es el apólogo El caballo y el jabalí (II 20); el caballo buscó al hombre para vengarse del jabalí y pendió la libertad. La moraleja de Samaniego dice así: «Tales los frutos son   —668→   que ciertamente/ produce la venganza detestable.» Sin embargo, en la versión de Fedro (II 4) únicamente se amonesta a los iracundos por su irreflexión.

Tal vez esta actitud de Samaniego claramente contraria a la venganza es la que ha motivado que no encontremos en su colección una versión de la fábula de Fedro La zorra y el águila (I 28), donde se exhorta claramente al humilde a la utilización de la vindicta: Quamvis sublimes debent humiles metuere,/ vindicta docili quia patet sollertiae.



2) Desprecio de las riquezas. Éste es uno de los temas preferidos de la diatriba cínico-estoica, que aparece con mucha frecuencia en las colecciones fabulísticas antiguas. En Fedro en concreto encontramos un rechazo motivado de las riquezas: primero, porque su posesión acarrea riesgos y preocupaciones (II 7, A 30 y A 7), segundo, porque generalmente quien se arriesga en la obtención de ganancias se ve abocado al fracaso (I 27, III 5 y V 4) y en tercer lugar, porque resultan un obstáculo para la sabiduría (IV 23).

Samaniego parece aceptar la primera de estas razones, y por eso su versión del relato de los dos mulos recoge en la moraleja con diferentes palabras la idea del relato fedriano: «Si a estos riesgos exponen en el mundo/ las riquezas, no quiero, a fe de Macho,/ dinero, cascabeles ni penacho».

Sin embargo, no parece mostrarse tan de acuerdo con la segunda y la tercera. En su colección no ha incluido versiones de las fábulas fedrianas I 27 y III 5, pero sí de V 4. En ésta Fedro introduce un severo epimitio contra quienes se aventuran en ganancias arriesgadas (cf. Huius respectu fabulae deterritus,/ periculosum semper vitavi lucrum...) Samaniego se limita a incluir como moraleja esta chistosa réplica del asno: «Si en esto para el ocio y los regalos,/ al trabajo me atengo y a los palos» (I 1).

En IV 23 Fedro contrapone sabiduría y riquezas a propósito del naufragio de Simónides, quien se despreocupa de los bienes perdidos y contesta a quien se asombra de tal actitud: «Mecum mea sunt cuncta», parafraseando la máxima cínica, omnia mea mecum porto. Fedro parece convencido de que no hay mayor riqueza para el hombre que su sabiduría, y así lo expresa en el promitio: Homo doctus in se semper divitias habet. En Samaniego (VIII 1) también se destaca la importancia de la sabiduría, pero no hallamos ni en la moraleja ni a lo largo del relato esa insistencia fédrica al expresar la máxima cínica de renuncia a las riquezas.



3) Los humildes padecen las injusticias de los poderosos. Ésta es una de las ideas más originales del pensamiento de Fedro. La denuncia de la injusticia social y la defensa del humilis se repiten en varios pasajes de su   —669→   obra, en los que ataca a los poderosos y parece mostrarse convencido de que esa injusta situación no tiene remedio. La confrontación entre fuertes y débiles tan propia del género fabulístico ha sido sustituida en Fedro por la oposición entre humiles y potentes, aportando ese matiz social que no encontramos en otras colecciones antiguas y que tanto ha llamado la atención de la crítica6.

En Samaniego no hallamos algunas de las fábulas en las que más claramente se perciben estas ideas, como I 28 o I 5; en otras, que sí han sido adaptadas por el fabulista vasco, apreciamos algunos cambios significativos. Por ejemplo, en II 3, El asno sesudo, que es imitación de Fedro I 15, Samaniego no ha recogido el promitio fédrico de marcado matiz político, que menciona el régimen del principado y alude a la situación de los pobres: In princi patu conmutando saepius nihil praeter dominum nomen mutant pauperes, en su lugar se lee esta moraleja «Nada teme perder quien nada tiene». La interpretación política que Fedro da a la fábula de las ranas que pedían un rey (I 2), en cuyo promitio explica que fue contada por Esopo a raíz de la tiranía de Pisístrato, ha desaparecido en la versión de Samaniego (II 16), quien no introduce ninguna moraleja en su versión.

Hay, no obstante, otros relatos que no están en Fedro en los que Samaniego señala la injusta situación del humilde (III 2, IX 19, I 5), pero lo hace en un tono humorístico que atenúa la crítica, en contraste con la seriedad de Fedro. Por ejemplo, en la moraleja de III 2: «Te juzgarán virtuoso,/ si eres, aunque perverso, poderoso;/ y aunque bueno, por malo detestable, cuando te miren pobre y miserable».

Son sólo algunos ejemplos de los cambios ideológicos que pueden apreciarse entre ambas obras. En realidad, la fábula es un género muy conservador, y entre ambos autores son muchas más las coincidencias que las diferencias. La filosofía popular que está en el trasfondo de todas las colecciones sufre sólo raramente cambios significativos, bien sea por el influjo doctrinal de alguna corriente muy poderosa socialmente, como el cinismo en una época o el cristianismo en otra, bien sea por la personalidad de un autor determinado, como por ejemplo Fedro, cuyas intenciones literarias corrían parejas a las ideológicas.







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