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ArribaAbajoCapítulo II

Pide Fray Gerundio a su amigo Fray Blas una instrucción para disponer el sermón de honras, y éste se la da divina


Mucho hubiera convenido prevenir en el capítulo antecedente que ni en el propio, ni en la carta, ni en su contenido, ni en el carnero y la cántara de vino tuvo el buen fray Gerundio más arte ni parte que hacer lo que su amigo el padre Blas le aconsejó, escribir lo que él mismo le dictó, y enviar el regalito con el piadoso pretexto de limosna que él le sugirió. Es el caso que luego que el licenciado Flechilla le encomendó dicho sermón, fue lleno de alborozo a comunicar su fortuna con su íntimo confidente el incomparable fray Blas. Y puesto caso que a éste no dejó de pellizcarle algún tantico la envidia, acompañada de un si es no es de celillos, porque comenzaba ya a temer que fray Gerundio en materia de fama le había de coger la delantera y le había de quitar muchas ganancias, haciéndole cosquillas que casi a sus mismas barbas encargasen un sermón no menos que de docientos reales a un oradorcillo bisoño que apenas le apuntaba el bozo de predicador; pero al fin considerando que fray Gerundio era su discípulo de púlpito, que la gloria del discípulo se refunde en el maestro, y que hasta en el provecho le podía tocar alguna parte, ahogó los primeros ímpetus de aquella no muy honrada pasión; y mostrando mucho gozo por lo menos en esto que se veía hacia fuera, le aconsejó sanamente lo que debía hacer, y le dictó la carta para el prelado, con todo lo demás que en ella se contenía.

2. Dijimos, y aun lo volvemos a decir, que todo esto convendría mucho hubiese quedado advertido desde el capítulo precedente, porque de esa manera ahorraríamos ahora el prevenirlo. Pero sobre que muchas veces un pobre historiador se descuida, y sucede tal vez que mientras toma un polvo, en un abrir y cerrar de caja se le va la especie que tenía entre la pluma, ¿quién sabe si en esta ocasión lo hicimos adredemente por no interrumpir el hilo de la narración? A lo menos nosotros estamos en la firme determinación de no declarar lo que hubo en esto, para dejar al curioso lector el trabajo de adivinarlo.

3. Tres días naturales tardó el propio en ida y vuelta, en cuyo espacio de tiempo fueron desfilando todos los huéspedes, retirándose cada cual a su respectivo destino: los dos canónigos a su iglesia, el familiar a su casa, el padre vicario a sus monjas, el fraile y el donado a sus conventos, sólo que éste fue primero al mercado de Villalón, porque tenía que comprar unas cebollas. ¡Vayan benditos de Dios y la Virgen los acompañe! Que cierto tenían tan ocupada la casa como la historia, la cual no sabía qué hacerse con tantos personajes. Especialmente el señor magistral nos incomodaba un poco, porque su demasiada seriedad no daba gusto a fray Gerundio, y harto será que no cansase también a muchos de nuestros lectores. Quedaron, pues, solos y a sus anchuras nuestro fray Gerundio y su fray Blas, dueños absolutos del cortijo y teniendo pendientes de sus discreciones al tío Antón Zotes, a la tía Catanla y al licenciado Quijano, que apenas los perdían de vista ni aun de oído.

4. Cuando ves aquí que entra por la puerta del corral el deseado propio, cargado con un alforjón de libros y con la carta del prelado, que venía, como dicen, a pedir de boca. Luego que la leyeron los dos camaradas, se dieron recíprocamente muchos abrazos de puro gozo; y aun fray Blas añadió también con religiosa confianza un pescozón y una coz a fray Gerundio, todo en señal de contentamiento. Pero sobre todo les cayó en gracia la prevención del prelado en enviar los libros, no sólo porque era señal de la complacencia con que daba su bendición, sino porque en realidad sin libros se verían un poco embarazados, no alcanzando su erudición de memoria a tanto empeño, y sería chasco verse precisados a retirarse al convento para componer el sermón.

5. Pasado aquel primero turbión de alegría, dijo fray Gerundio a fray Blas que era preciso retirarse los dos al campo para conferenciar a solas y con libertad sobre el asunto.

-¡Que me place! -respondió el predicador mayor.

Y luego que se vieron fuera del lugar, que sería como a diez o doce pasos, porque la casa de Antón Zotes estaba en el centro del pueblo, comenzó fray Gerundio a hablar en esta substancia:

-Padre predicador, ya sabe usted...

Atajole al punto fray Blas, y le dijo:

-Amigo fray Gerundio,


Non bene conveniunt nec in una sede morantur
majestas et amor.

Amistad y cumplimientos no caben en un saco. Hasta aquí te he tolerado ese tratamiento por la tal cual diferencia de edades, pues a lo sumo te llevaré veinte y dos o veinte y tres años. Ya no te lo sufriré, por lo menos cuando los dos nos hablemos mano a mano. Un hombre a quien encargan un sermón de honras que vale docientos reales bien puede tutearse, no digo con el predicador mayor de una casa matriz, pero con todos los predicadores del rey. Así, pues, ceremonias a un lado; y si quieres que en adelante te conteste, trátame como a otro tú.

Era dócil fray Gerundio, y no le costó trabajo conformarse, fuera de que en aquel mismo punto sintió no sé qué secreta vanidad y complacencia de ver que le permitían hombrear no menos que con todo un predicador mayor de un conventazo como el suyo, y aun llegó a discurrir que no debía de ser muy inferior en el mérito a quien le hacía tan igual en el tratamiento. Rompió pues la valla sin detenerse, y le dijo:

-Pues bien está, amigo predicador, y comienzo a darte gusto.

6. »Ya sabes que yo en toda mi vida he oído sermón de honras. En Campazas no se usan; en Villaornate no murió persona de importancia mientras estuve a la escuela del cojo; el dómine Zancas Largas jamás nos habló ni una palabra sobre esta especie de oraciones; cuando fui novicio y artista, no se ofreció predicar acerca de este asunto. Sermonarios no he leído sino el Florilogio, y en éste no hago memoria de haber encontrado sermón de honras, ni cosa que suene a eso; conque si tú no me alumbras, habré de caminar a tientas.

7. -¡Pecador de mí! -respondió fray Blas-. ¡Y qué poca memoria tienes! Conque, ¿no te acuerdas haber leído en el Florilogio sermón de honras? Pues ven acá, badulaque; ¿no haces memoria del famosísimo sermón predicado por el autor en Ciudad Rodrigo a las honras que el Regimiento de Toledo celebró por sus soldados difuntos? Yo tampoco tengo ahora muy presente todo su contenido; pero así en general me quedó la especie vivísima de que es una de las piezas más divinas que se encuentran en aquella obra verdaderamente celestial. Modelo más acabado para disponer una oración fúnebre con todos los primores de que es capaz el arte, es imposible que hasta ahora haya salido de humano entendimiento.

-Vaya, hombre -le interrumpió fray Gerundio-, que soy un bolo; tú tienes razón, y ahora me acuerdo de haberla leído. Y también me acuerdo que me aturrulló; porque si bien no entendía lo que querían decir muchísimas cosas, pero eso mismo me llenaba de estupor, haciéndome acá dentro del alma un eco que me atolondraba las potencias.

-En volviendo a casa -prosiguió fray Blas-, te haré ver, admirar y penetrar parte por parte sus inimitables primores, puesto que entre los libros que te envió el prelado advertí por el pergamino que venía el Florilogio.

-Pero mientras tanto -replicó fray Gerundio-, ¿no me darás así unas reglecitas generales para bandearme?

8. -Soy contento -respondió fray Blas-; y ante todas cosas no se te olvide la que te dí en otra ocasión, con la de leerte el sermón que prediqué a San Benito del Otero; o, por mejor decir, la que tú mismo sacaste en fuerza de tu ingenio, sin que yo te la diese pro expresso. Ésta es la de acudir siempre a alguno de los fastos, menologios, almanaques o calendarios gentílicos, sive mitológicos, y ver qué fiesta se celebraba, qué ceremonia o qué cosa remarcable se hacía en aquel mismo día en que tú tienes que predicar, y aplicarla intrépidamente a tu asunto, sea el que fuere; que eso lo podrás hacer con una maravillosa facilidad. Observo que te ha cogido algo de repente el terminillo remarcable. No lo extraño, que a mí también me sucedió lo mismo la primera vez que le oí; pero ya están los oídos y los ojos tan hechos a él, que se me hace muy reparable cualquiera cosa notable que no se llame remarcable.

9. »Esta regla es general y conviene a todo género de asuntos: panegíricos, gratulatorios, exhortatorios o deprecatorios, fúnebres y morales. Aunque prediques el mismísimo sermón de la Pasión, te puedes aprovechar de ella con una oportunidad que encante.

10. »Pero viniendo en particular a sermón de honras u oración fúnebre, que todo viene a ser uno, es indispensable que desde luego eches unas bocanadas de erudición a borbotones sobre el tiempo en que comenzó este género de obsequio a los difuntos, con qué ocasión se dio principio a él, quiénes fueron los primeros inventores, si los griegos o los romanos; qué progresos hizo en el discurso del tiempo; y, en fin, todo cuanto hacinares en esta materia será otro tanto oro, porque desde luego captarás la admiración del auditorio con tu portentosa erudición.

-Pero, hombre de los demontres -le replicó fray Gerundio-, ¿dónde tengo de encontrar yo tan antiguas y tan recónditas noticias? ¿Piensas que son todos como tú que parece tienes presente todo cuanto ha pasado en el mundo desde Adán hasta el Anticristo, y aunque se hable de la cosa más despreciable o más ridícula, como si dijéramos de alpargatas o de polainas, al punto señalas el inventor con el año y el día fijo en que comenzaron a usarse?

11. -¡Válgame Dios, fray Gerundio -respondió fray Blas-, y qué monigote que eres! Pues, ¿no tienes ahí a Beyerlinck, que te socorrerá con abundancia de cuanta erudición repentina hayas menester para cualquiera cosa que quieras? Amén de Beyerlinck, ¿no están los Passeracios, los Ambrosios Calepinos y los diccionarios universales, que hoy se estilan ya en todas las lenguas, los cuales te darán tantas noticias históricas y críticas sobre cada palabra, que apenas pueda con ellas tu memoria? Es verdad que los críticos llaman erudición de socorro a este género de erudición, aludiendo al agua de socorro con que se bautizan los párvulos; mas, ¿y qué tenemos con eso? Por ventura los que se bautizan con agua de socorro, ¿substancialmente no quedan tan bautizados como el mismo emperador Constantino cuando le bautizó el papa San Silvestre? Si es que es cierta esta noticia, porque el día de hoy todo se pone en duda. Pues, ¿por qué los eruditos de socorro no serán tan eruditos como los que lo son con todas las ceremonias de la Orden? Que te respondan a esta paridad, y mientras no lo hicieren, que seguramente no lo harán, ríete de sus malignas y envidiosas expresiones.

12. -Estoy en cuenta -dijo fray Gerundio-; pero después de toda esta retahíla de erudición, que sin duda acreditará a cualquiera, ¿cómo la he de aplicar al intento particular de mi sermón de honras, y cómo he de hacer que venga a propósito para celebrar la memoria de mi buen escribano?

-En poca agua te ahogas -respondió fray Blas-; y un hombre que aplicó tan divinamente todo cuanto quiso, así a las circunstancias del sermón del Sacramento como a la plática de disciplinantes, me admira que ahora se embarace en una bagatela. Mira, dos opiniones hay, a lo que me acuerdo, acerca de esto que se llama oraciones fúnebres, o panegíricos de los difuntos. Unos quieren que los primeros inventores de este género de elogios fuesen los griegos, y aun se adelantan a nombrar al que pronunció el primero, que dicen fue Teseo, con ocasión de dar sepultura a los cadáveres de los argivos. Otros atribuyen la gloria de esta agradecida invención a los romanos, afirmando que la primera oración fúnebre que se oyó jamás fue la que pronunció Lucio Junio Bruto con ocasión de la muerte de la casta Lucrecia, con la cual encendió tanto el ánimo de los romanos contra el soberbio Tarquino, que le arrojaron del trono y se fundó la República, quinientos nueve años antes del nacimiento de Cristo. Algunos se esfuerzan a conciliar estas dos opiniones, diciendo que los griegos fueron en rigor los primeros inventores de los elogios fúnebres, pero limitándolos precisamente a los que habían muerto en la guerra en defensa de la patria, y los romanos fueron los primeros que los extendieron a todos los claros varones que habían sido eminentes en otras virtudes, aunque no fuesen militares, o que habían hecho algún considerable servicio a la patria y al Estado.

13. »Tú no te detengas en esta cuestión inútil, aunque convendrá que no dejes de apuntarla, para que entiendan que sabes mucho más de lo que dices, y añadirás luego con despejo y con arrogancia: «Ora se consagren los panegíricos póstumos a las armas, ora se dediquen a las letras, ora se destinen a cualesquiera otras virtudes en que florecieron los clarísimos varones, siempre se deben de justicia estos póstumos, fúnebres y cipresinos elogios a nuestro Domingo Conejo [así se llamaba el escribano, que Dios haya]. ¿Si a las armas? Míresele continuamente con el cuchillo en la mano, tajando plumas, como pudiera moros, turcos o judíos. ¿Si a las letras? ¿Quién formó más, ni con más airosos rasgos, en toda la redonda? Regístrense, si no, esos inmensos protocolos. ¿Si a las demás heroicas virtudes que hacen reventar el clarín de la fama por lo más ancho de la bocina? Señáleseme siquiera una en que no hubiese sido el non plus ultra nuestro plangibilísimo Conejo.

14. -¡Hombre de Satanás! -replicó fray Gerundio-. Lo de las armas y de las letras está aplicado que ni el mismo Florilogista. Pero lo de las virtudes, ¿cómo se puede decir sin que el diablo y el auditorio se rían de la mentira? ¿No ves, pecador de mí, que en los apuntamientos del licenciado Flechilla se dice claritamente que el escribano (¡Dios le haya perdonado!) era un mal hombre, falsario, embustero, enredador, cizañero, ladrón, con sus polvillos de hipócrita?

-¿Y en eso te detienes? -le interrumpió fray Blas con cierto airecito de fisga-. Cada día me pareces más cuitado, y temo que has de dar en escrupuloso. Pues, ¿hay más que bautizar esos vicios con el nombre de virtudes? Y cátalo todo compuesto. Di que ninguno le excedió en la condescendencia, que pocos le igualaron en el ingenio, que a nadie concedió ventajas en lo penetrativo, que fue único en la persuasión; y que en orden a defender sus derechos, no sólo no admitió igual, sino que tocó la raya de nimio. Ves ahí desfigurados sus vicios y vestidos a la moda, en traje de virtudes morales, con lo cual ninguno te podrá hablar una palabra; y aun está a pique que al acabar la oración fúnebre, alguna viejecilla simple se encomiende devotamente al santo escribano Conejo.

15. »Y en fin, cuando todo turbio corra, ¿a ti qué te cuesta fingir en el difunto las virtudes que te vinieren más a pelo, según los materiales que tuvieres a mano? Porque si no las tuvo, a lo menos las debió de tener. ¿Piensas tú que serás el primero que lo hace? Mucho te engañas en eso. Hombres he visto yo de mucho pro que lo practican a cada paso, sin que por eso pierdan casamiento ni nada del respeto que se les debe. Hay en cierta parte del mundo un gremio digno de toda veneración, donde es costumbre hacer honras y predicar su oración fúnebre por cualquiera individuo de él, mas que muera de la otra parte del cabo de Comorín. Ya se ve: pensar que son canonizables todos los miembros de aquel respetable gremio, sería un juicio que se pasaría de puro piadoso. Con todo eso, apenas se oye o se lee oración fúnebre de alguno (porque las más se imprimen), que al oyente o al lector no le dé gana de hacerle una novena con culto privado, siendo así que tal vez caen las oraciones sobre sujetos que, lo que es en vida, no hicieron milagros. ¿Cómo se hace esto? Tan lindamente: poniendo el orador de su casa lo que faltó al difunto, y que éste le agradezca la buena voluntad.

16. »¡Oh señor! Que eso será engañar al público y con engaño muy perjudicial. Escrúpulos de fray Gargajo. ¿No sabe todo el mundo que la primera partida del buen orador debe ser la que se llama invención? Esto, ¿qué quiere decir? Que el buen orador ha de inventar lo que alaba; y es claro que si lo encuentra en el sujeto a quien elogia, no lo inventa el que lo refiere.

17. Un poco le disonó esto a fray Gerundio, oliéndole a grandísimo disparate; y así no se pudo contener sin interrumpirle, diciendo:

-Fray Blas, yo pienso que estás un si es no es equivocado y confundes la invención con la ficción, cosas entre sí muy distintas y muy distantes. Hago alguna memoria de que cuando el dómine Zancas Largas nos explicó esto de la invención, no nos la dio el sentido que tú la das; y nos dijo que la invención era aquella virtud, prenda o gracia intelectual en fuerza de la cual el orador, queriendo engrandecer un hecho cierto, buscaba con arte medios, arbitrios o modos oportunos para amplificarle y para engrandecerla, a los cuales modos, arbitrios o medios llamaba él las fuentes de la invención. Por señas que aun todavía me acuerdo bien de las tales fuentes, porque me costó el aprenderlas un par de vueltas de azotes; y así decía que la primera fuente de la invención era la historia; la segunda, los apólogos y las parábolas; la tercera, los adagios o los refranes; la cuarta, los jeroglíficos; la quinta, los emblemas; la sexta, los testimonios de los antiguos; la séptima, los dichos graves y sentenciosos; la octava, las leyes; la novena, la Sagrada Escritura; la décima, el discurso y el acierto o la discreción de lugares. Así explicaba él esto de la invención, pero nunca nos dijo que la invención del orador consistía en inventar o fingir lo que había de alabar. Antes bien, si no me engaño, mucho nos inculcaba que eso de fingir se reservaba para los poetas.

18. No gustó mucho fray Blas de la tal réplica, ora fuese porque efectivamente conoció de botones adentro el disparate, ora porque se empeñó en llevarle adelante; y así le dijo con sobrado sacudimiento:

-Válgate el diantre por tu dómine Zancas Largas, que ya me tienes zanquilargueados los ijares. Si ese tu dómine Zancarrón te enseñó que el fingir era propio de los poetas, también debe serlo de los oradores; por cuanto no puede haber buen orador que no sea poeta. Así lo dice Cicerón, aunque no me acuerdo dónde; pero basta que yo lo diga, que no ha de ir un hombre con la manga cargada de citas cuando se sale a pasear.

19. Calló fray Gerundio, viendo a su amigo algo amostazado, y éste prosiguió diciendo:

-Lo dicho, dicho: el alabar a los difuntos, ya sea en oraciones fúnebres, ya en epicedios poéticos cantados en su loor, y fingir las virtudes, prendas y gracias que no tuvieron, no es cosa de ayer acá, ni es invención de modernos. Ahí está uno de tantos Sénecas como andan por esas librerías (pienso que ha de ser el Trágico, el cual debió de llamarse así porque quizá su padre se llamaría Tragón), digo que ahí está ese tal Séneca que introduce a los poetas de su tiempo llorando la muerte del emperador Claudio Druso, y diciendo de él una máquina de proezas, que jamás le pasaron por el pensamiento al bueno del emperador. Mas que rabies, te he de encajar, que quieras que no quieras, el himno que supone compusieron en su alabanza; y sólo porque me gustó el sonsonete, parecido al de Iste confessor Domini, colentes, le tomé de memoria. Dice, pues, así:


Fundite fletus, edite planctus,
fingite luctus, resonet tristi
       clamore forum:
cecidit pulchre cordatus homo,
quo non alius fuit in toto
       fortior orbe.
Ille citato vincere cursu
poterat celeres, ille rebelles
       fundere Parthos,
Levibusque sequi Persida telis
certaque manu
       tendere nervum,
qui praecipites vulnere parvo
figeret hostes, pietaque Medi
       terga fugacis.
Ille Britannos ultraque noti
littora Ponti et caeruleos
       scuta Brigantes
dare Romuleis colla catenis
jussit et ipsum nova Romanae
jura securis temere Oceanum, etc.

20. »No quiero cargos de conciencia, y soy hombre sincero. Confiésote que éste era demasiado latín para mi gramática, y que no le entendí sino muy en montón y así, como dicen, a media rienda. Pero me deparó Dios un lector de nuestra Orden que por más de tres años había sido rey en el general de mayores de Villagarcía, el cual me declaró su contenido; y parece ser que en el tal himno se alaba al emperador Claudio de haber sido hombre muy prudente, de grandes fuerzas, de suma celeridad y de tanto valor, que sujetó a los persas, rindió a los medos, subyugó a los britanos, extendió los límites del imperio romano de la otra parte del Ponto, y obligó hasta al mismo océano a que obedeciese sus leyes. Esto dice el himno. Mas, ¿qué hubo de esto? Nada, en conclusión; porque yo leí en un libro viejo, sin principio ni fin, pero de grande autoridad, que el emperador Claudio fue un estúpido, tanto, que su misma madre Antonia, cuando quería ponderar la simpleza de alguno, decía: «Es tan fatuo como mi hijo Claudio». En todo su imperio no hizo cosa de provecho, sino comer, beber y tratar con la gente más vil y más despreciable. Es cierto que su hijo Británico triunfó de los britanos, porque los cogió desprevenidos, y acabáronse todas sus hazañas. Casose cuatro veces, y se hubiera casado cuatrocientas si su sobrina y cuarta mujer Agripina no hubiera tenido vocación de enviudar antes de tiempo, quitándole la vida con veneno. Adoptó a Nerón, hijastro suyo, sin hacer caso de Británico, su hijo, y a esto se redujeron sus proezas. Con todo eso, el poeta hizo bellísimamente en fingir todas aquellas prendas que le parecieron propias de un grande emperador y celebrarle por ellas, mas que nunca las hubiera tenido; que ésa no fue culpa del panegirista, y nadie le quitó que las tuviese. Pues, ¿qué razón habrá divina ni humana para que tú no hagas lo mismo con el escribano Conejo?

21. -Tus argumentos son tales -respondió fray Gerundio-, que no los desatará una universidad toda entera en cuerpo y en alma. No admiten réplica; y así, no sólo me conformaré a ciegas con tu dictamen, sino que en este punto me ocurre un modo muy fácil de predicar mil sermones de honras a mil escribanos muertos que cayesen en mis manos.

-¿Cómo así? -le preguntó fray Blas...




ArribaAbajoCapítulo III

Interrumpe la conversación un huésped inopinado que se aparece de repente; vuelven a atar el hilo, con todo lo demás que irá saliendo


Iba a responderle fray Gerundio, cuando al revolver el cercado de una viña por donde atravesaba una senda que guiaba a Tras de Conejo, famoso sitio del monte de Valderas, se apareció un mocito como de veinte y cinco años, con todo el aparato de cazador crudo: redecilla con borla a medio casquete; tupé asomado, con sus dos caídas de bucles; chambergo y cinta de plata y oro, con su lazo o roseta entre si trepa o no trepa a la copa del chambergo; capotillo de grana hasta la cintura; chupa verde, bien cumplida de faldillas; calzón de ante fino, ajustado a la perfección; asomada por la faltriquera, hasta bien entrado el muslo, una cinta de oro con sello y llavecita del reloj; botines de lienzo listoneado de azul, que ni pintados, y sus zapatillas blancas; escopeta, bolsas, dos podencos y cuatro perdices, que llevaba en una red de hilo harto bien tejida, pendiente de un cordón de seda, que a manera de banda le cruzaba desde el hombro derecho hasta el ijar izquierdo, eso se supone.

2. Era un colegial trilingüe de la Universidad de Salamanca, bien dispuesto, despejado, hábil, de humor festivo y retozón, aunque algo vivo, osado y quisquilloso; más que medianamente instruido en letras humanas, y sobre todo en la retórica, a cuya cátedra era opositor, y aun había leído ya una vez a ella. Llamábase don Casimiro y estaba de recreación en Valderas, donde tenía casada una hermana muy de su cariño, y al cuñado no le había faltado un tris para ser corregidor de Villalobos. Aquella tarde había salido a caza y, fatigado de la sed, iba, por más pronto recurso, a Campazas a echar un trago de agua de bodega, cuando al revolver del cercado se encontró con nuestros dos frailes. Conocía a fray Blas; porque éste, bien o mal, había cursado en Salamanca, aunque don Casimiro era niño gramático y fray Blas ya era padre colegial. Así se llaman aquellos teólogos de reata que van en recua a escuelas mayores y menores.

3. Apenas se vieron los dos, cuando recíprocamente se conocieron; y es que fray Blas nada se había mudado, porque tan calzado era de barbas y tan cerrado de mollera cuando colegial como cuando predicador mayor de su convento, atento a que cuando tomó el santo hábito, era ya bastantemente entrado en mozancón. Por lo que toca a don Casimiro, es cierto que aunque había crecido mucho y era hombre que ya se afeitaba a menudo, pero conservaba todavía el aire, las facciones de la cara y cierta viveza de ojos que le agraciaban mucho cuando niño. Diéronse un estrecho abrazo; y después de aquellos efectos regulares de alegría y de aquel montón de especies antiguas que tocan de tropel dos conocidos en estos encuentros casuales, después de haberse santiguado los dos media docena de veces con aquello de ¡Válgame Dios!¡Qué encuentro!¡Quién me lo dijera! ¡Quién lo pensara!, sin omitir fray Blas lo otro de ¡Jesús y qué crecido, y qué espigado, y qué hombre, y qué galán! Venga otro abrazo, etc., le tomaron en medio los dos frailes. El predicador en breves palabras dio razón a don Casimiro de quién era fray Gerundio, de sus prendas, de sus talentos, del sermón que acababa de predicar, de los aplausos que había merecido, del sermón de honras que le habían encargado y, en fin, de toda la conversación que habían tenido los dos desde la salida del lugar hasta el mismo punto del dichoso encuentro inclusivamente.

4. Hizo don Casimiro un cumplido muy cortesano a fray Gerundio; y habiéndole correspondido éste con las voces que le deparó su bondad, su crianza y su cosecha, prosiguió inmediatamente sin detenerse:

-Pues, señor don Ramiro...

-Casimiro -le interrumpió el colegial-, para servir a vuesandísima.

-Perdone usted -continuó fray Gerundio-; que cuando le nombró mi amigo el padre predicador, estaba yo un tantico embobado, y sólo pude advertir que su gracia de usted era un nombre acabado en iro. Pues, señor don Casimiro, lo que yo iba a decir a fray Blas, cuando nuestra buena suerte nos deparó la honrada vista de usted, era que se me había ofrecido un medio estupendísimo para predicar aunque fuesen mil sermones de honras a todos los escribanos que está comiendo la tierra. Éste es el ir discurriendo en mi sermón por todas y por cada una de las diez fuentes que llaman los retóricos de la invención.

5. -Ésa es mi comidilla -interrumpió el colegial-; y toca usandísima un asunto en que puedo decir algo con menos desacierto, porque al fin ésa es mi facultad. Si las fuentes de la invención son diez precisamente, si son menos o son más, es punto muy cuestionable, y no ignora usandísima cuánto le controvierten los autores. Cicerón, en lo De inventione, señaló algunas más. Nuestro Quintiliano, en sus Instituciones oratorias, las redujo a menos; y Casio Longino, en su Tratado de lo sublime, que leí traducido del griego en francés por monsieur Boileau, dice, a mi ver, con mayor acierto que no se puede señalar número fijo a estas fuentes de la invención, porque serán más o menos según fuere mayor o menor la fecundidad y fuerza imaginativa del orador. Pero no hay que detenernos en lo que no es del día. Importa poco que las fuentes sean diez o sean diez mil. Lo cierto es que con solas diez fuentes, en cualquier asunto se puede juntar un caudal oratorio tan copioso, que forme un río navegable de elocuencia. ¿Y cuáles son esas diez fuentes donde vuesandísima piensa hacer aguada para navegar felizmente por el proceloso mar de su fúnebre parentación?

6. -Con licencia de usted -respondió fray Gerundio-, el escribano a cuyas honras he de predicar no era pariente mío.

-Pues, ¿digo yo por ventura que lo fuese? -replicó el colegial.

-Es que como usted dijo eso de emparentación -prosiguió fray Gerundio-, creí que me emparentaba con él.

Sin más examen conoció don Casimiro la pobreza del fraile con quien trataba; pero disimuló cuanto pudo y, ya con algún mayor conocimiento del terreno, respondió:

-Vuesandísima ha padecido equivocación, nacida sin duda de alguna distracción involuntaria. Yo no dije emparentación, sino parentación.

-Pues, ¿qué más da uno que otro? -replicó fray Gerundio.

-Paréceme -respondió el bellacuelo del colegial- que vuesandísima tiene gana de zumbarse, y que a mi costa quiere divertir la tarde. Un hombre como vuesandísima, que tiene noticia de la invención y de sus fuentes, no puede ignorar que Cicerón llama parentar a los difuntos el hacer honras por ellos, y que de aquí se dice parentación todo lo que se consagra a su memoria, ya sean ofrendas, ya elogios, ya oraciones o sermones.

Como fray Gerundio se vio tratar con tanto respeto, pues en realidad era la primera vez que había recibido ese tratamiento, y no dejaba de admitirle con gusto y con entonación, aunque quedó un poco corridillo de que le hubiesen cogido en aquel punto, resolvió disimular por no perder el concepto, y así dijo como sonriéndose:

-Ya, ya lo sabía yo, pero quise hacer del bobo sólo por el gusto de oír a usted.

-Pues otra vez -replicó el fisgón del colegial- no lo haga vuesandísima con tanta naturalidad, porque casi me lo hizo creer. Pero volviendo a nuestro propósito, ¿cuál es la primera fuente de la invención que señala el autor de vuesandísima?

7. -La historia -respondió fray Gerundio.

-También Quintiliano -prosiguió don Casimiro- señala ésa por la primera fuente. No sé si me acordaré de sus palabras, porque ya ha algunos años que las encomendé a la memoria. Hagamos la experiencia: In primis vero (pienso que ha de decir) abundare debet orator exemplorum copia, cum veterum tum etiam novorum; adeo ut non ea modo, quae conscripta sunt historiis aut sermonibus, veluti per manus tradita, quaeque quotidie aguntur debeat nosse, verum ne ea quidem, quae a clarioribus poetis ficta sunt, negligere. De suerte que Quintiliano desea en todo perfecto orador, no sólo una noticia comprehensiva de la historia, de la tradición y aun de los sucesos particulares que acaecen en su tiempo, sino que no debe despreciar aun las ficciones y las fábulas de los poetas más ilustres y más clásicos, porque todo sirve pare exornar lo que dice con ejemplos antiguos y modernos.

8. -¿Veslo, fray Gerundio, veslo? -interrumpió a esta sazón fray Blas, lleno de gozo y dándole una palmadita en el hombro izquierdo-. Mira cómo Quintiliano aprueba lo de las fábulas en los sermones y en las oraciones, según el texto literal y terminante que con tanta puntualidad acaba de citar y referir el señor don Casimiro. ¿Y qué? ¿Te parece que el señor don Casimiro es rana? Pues sábete que será muy presto tan catedrático de retórica en la Universidad de Salamanca, como tú eres predicador sabatino y como yo soy predicador mayor de la casa. Di ahora a todos los magistrales del mundo y a cuantos maestros fray Prudencios puedan tener las religiones mendicantes, monacales y clericales, que se vengan a contrarrestar a Quintiliano.

9. -Poco a poco, reverendísimo fray Blas -atajó don Casimiro-. Quintiliano instruye a un orador profano, y no a un orador sagrado. Da reglas para los que han de hablar en las academias, arengar a los magistrados, hacer representaciones a los príncipes, perorar en los gabinetes y defender o alegar en los tribunales; no se mete con los que han de enseñar, persuadir y convencer al pueblo desde los púlpitos. Es cierto que unos y otros pueden y deben usar de la historia con moderación, con oportunidad y con templanza; pero de la ficción y de la fábula solamente podrán valerse con mucho tiento y con grande economía los primeros. Así lo da a entender el mismo Quintiliano, y si no, repare vuesandísima el miramiento con que se explicó: ne ea quidem, quae a clarioribus poetis ficta sunt, negligere. No dice que hagan estudio de las ficciones y de las fábulas, sino que no las desprecien, que no las olviden del todo. Si Quintiliano quiere que aun en las oraciones profanas se practique tanta circunspección en el uso de la fábula, ¡cuánto condenaría que se gastase, digámoslo así, a pasto en las oraciones sagradas que él no conoció, porque tuvo la desgracia de morir en el paganismo! Pero, dejando a un lado esto que no es de mi profesión, dígame vuesandísima padre fray Gerundio cómo ha de usar vuesandísima de la historia para el sermón del escribano.

10. -¿Cómo? Tan lindamente -respondió fray Gerundio-. Lo primero voyme derechicamente a las Concordancias a buscar la palabra scriba; y leyendo después todo lo que se dice en la Biblia de los escribas, se lo aplico ajustaditamente a mi escribano. Después voy a consultar a un tesauro lo que hay en latín por escribano, que a fe de hombre de bien que no lo sé; porque no está obligado ninguno, aunque sea el mayor latino de todo el universo, a saber cómo se llaman en latín todas las cosas.

-No se canse vuesandísima en buscarlo -dijo el colegial-, que yo se lo diré. Escribano y notario, en latín se dice tabularius, y también tabellio, como quieren otros.

-¡Lindamente! -continuó fray Gerundio-. Busco, pues, la palabra tabellio o tabularius en el Theatrum vitae humanae de Beyerlinck; y allí encontraré todo cuanto pueda desear sobre el tiempo, origen, progresos, variedad de fortunas, con otras mil curiosidades tocantes al oficio de escribano, desde su fundación hasta el tiempo en que escribió su Teatro el devoto y pío Lorenzo Beyerlinck, arcediano de Amberes. Si allí no encuentro esta palabra, que es muy posible, infaliblemente la he de hallar en el Calepino de Ambrosio aumentado por Passeracio.

11. -Tenga vuesandísima -interrumpió el colegial- y deme su permiso para hacer una pregunta. ¿Qué entiende vuesandísima por el Calepino de Ambrosio? Porque ese modo de citarle se me representa una cosa muy parecida a la carabina de Ambrosio.

-Cierto, señor colegial, que es muy honda la pregunta -respondió fray Gerundio, no sin hacer un gesto desdeñoso-. Cualquiera niño gramático podrá satisfacerla; pues saben hasta los menoristas que calepino es una palabra griega, hebrea o moscovita, que en eso no me meto, la cual significa lo mismo que diccionario o vocabulario, en que, siguiendo el alfabeto, se va discurriendo por todas las palabras latinas, y se dice lo que significan en romance.

-Tras de esa respuesta iba yo, padre reverendísimo -replicó el colegial en tono sacudido-; y no extraño que los niños gramáticos ignoren lo que significa calepino, cuando los reverendísimos padres predicadores sabatinos no lo saben. Calepino no es voz griega, hebrea, arábiga ni húngara, sino puramente italiana; tampoco es título de la obra, sino nombre patronímico de la patria del autor. Éste fue fray Ambrosio Calepino, del Orden de San Agustín, llamado así porque fue natural de Calepio, en Italia, ni más ni menos como San Nicolás de Tolentino y Santo Tomás de Villanueva, religiosos de la misma Orden, se llamaron así; porque el uno, aunque era natural del lugar de Santángel, cerca de Fermo, en la Marca de Ancona, vivió treinta años en Tolentino, ciudad episcopal de la misma Marca, donde murió, y de esta larga residencia en dicha ciudad tomó el nombre. El otro le tomó de Villanueva de los Infantes, donde se crió, aunque había nacido en Fuentillana, pueblo reducido que dista tres cuartos de legua de aquella villa. Pues ahora, si uno citase los sermones de Santo Tomás de Villanueva diciendo: Así se lee en Villanueva de Santo Tomás, ¿no sería cosa ridícula? Pues tan ridículo es, si no lo es más, citar a secas y sin llover el calepino de Ambrosio, como si su autor hubiese puesto al diccionario el título de Calepino. Y ve aquí vuesandísima cómo la pregunta tenía más hondón del que parecía. Ahora pase vuesandísima adelante, que ésta no ha sido más que una breve digresión.

12. Algo descalabradillo quedó fray Gerundio de la refriega calepinal; y curándose lo mejor que pudo, prosiguió diciendo:

-Informado una vez de todo lo que trae el calepino o el diccionario de Passeracio (que no hemos de reparar en quisquillas) acerca de escribanos, tengo ya una buena provisión de noticias antiguas para exornar mi sermón. No dejo de conocer que me hace falta un poco de erudición moderna, pero ¿dónde la encontraré? ¿Ni quién pudo soñar jamás en escribir la historia de los escribanos?

-Sosiéguese vuesandísima -interrumpió el colegial-, que no es eso tan imposible como le parece. Si hay historia completa y no mal escrita, por Juan Bautista Thiers, de las pelucas y de los peluqueros, ¿por qué no la podrá haber de los escribanos? Y si los libreros y encuadernadores, copistas y amanuenses tienen su historia, harto bien trabajada por Cristiano Schoettgen, ¿qué razón habrá divina y humana para que los escribanos no puedan tener la suya? En verdad que no estuvo muy lejos de escribirla Juan Miguel Henecio, en su obra de a folio, que intituló De veteribus germanorum et aliarum nationum signis, de las rúbricas o signos que usaban antiguamente los alemanes y otras naciones para autenticar sus cartas y sus instrumentos públicos. Ni el padre Reinerio Carsughio, que en verso didascálico enseñó el arte de escribir bien, esto es, con hermosura, con igualdad y con limpieza, dejaría de padecer sus tentaciones de escribir la historia de los escribanos. En fin, padre reverendísimo, yo no puedo dar a vuesandísima noticia cierta de alguna historia de éstos, porque no la tengo; pero tanto como de la Historia de los Secretarios de Estado, con sus elogios, armas, blasones y genealogías, ahí está la del señor Fauvele Du Hoc, corre con aceptación.

13. -¡Hombre de los demonios! -exclamó a esta sazón fray Blas-. Ése es un tesoro. ¡Historia de los secretarios de Estado! ¡Ahí es un grano de anís el librecito! Cosa más adecuada al intento era imposible hallarla, porque el escribano Conejo todo lo tenía; puesto que lo primero era secretario, y lo segundo de estado por estar casado, in facie Ecclesiae, con la señora Maribeltrana Pichón, por otro nombre la Roma, que hoy es su viuda, y lo sea su merced por muchos años.

14. -Reverendísimo, reverendísimo -dijo entonces don Casimiro, cogiendo del brazo a fray Blas-; tenga por Dios, no se precipite. Un tropezón ha dado vuesandísima, que no sé cómo no se ha deshecho todas las narices. Secretario de Estado no es eso ni sueña en serlo; y confundir los secretarios de Estado con los escribanos reales numerarios, o de ayuntamiento de las ciudades, villas y lugares, es un despropósito que sólo la inocencia puede excusarle de grandísimo desacato. Secretarios de Estado y del Despacho Universal son aquellos ministros superiores que despachan inmediatamente con los reyes, forman los decretos, autorizan los tratados y expiden las órdenes a su real nombre. Llámanse de Estado porque sólo tratan inmediatamente con el príncipe aquellas materias que pertenecen a él, ya sean políticas, ya militares, ya de marina, ya de gracia y justicia y ya también de la real hacienda. No son escribanos, oficio imponderablemente inferior a su elevado empleo, y darles este nombre sería una insolencia digna del mayor castigo, si no la disculpara la ignorancia. Los otros escribanos públicos autorizados por el Consejo para servir al común, aunque es oficio muy honrado y le ejercitan muchos hombres de bien, están mucho más abajo; y no sé yo de qué pueda servir la Historia de los Secretarios de Estado para las honras de un escribano real.

15. -Señor don Casimiro -repuso muy sereno el padre fray Blas-, como en mi religión no se leen gacetas, no estamos duchos en esas materias tan altas. Mi intención no fue ofender a nadie. Habiendo oído toda mi vida llamar secretarios a los escribanos, y escribanos a los secretarios, creí que era lo mismo uno que otro; y harto será que no lo hubiese errado el otro día que se me ofreció escribir una carta al secretario de cierto señor obispo, y puse en el sobrescrito: A don Fulano de Tal, Escribano del Señor Obispo de Tal Parte. Pero la carta ya está en el correo; y si el secretario se riere, ese buen rato más tendrá. Sobre todo el auditorio a quien ha de predicar el padre fray Gerundio, tanto sabe de secretarios de Estado como yo; conque en hablándole de secretarios, sean lo que fueren, para él todo será a un precio y yo le fío que no ha de ir a examinar si viene o no viene a cuento la noticia.

16. -Ése ya es otro cantar -dijo don Casimiro-; y no me toca a mí, que huyo de meter la hoz en mies ajena. Así, pues, prosiguiendo adelante en nuestro asunto, dígame vuesandísima, padre fray Gerundio, cuál es la segunda fuente de la invención que señala el autor de vuesandísima.

17. -Apologi et parabolae -respondió fray Gerundio-, los apólogos y las parábolas.

-Pero, ¿qué entiende vuesandísima por parábolas y por apólogos? -replicó el colegial.

-Por lo que toca a los apólogos, confieso -respondió fray Gerundio- que todavía no he podido formar concepto claro de lo que son; mas en cuanto a las parábolas, aunque tampoco sé definirlas con precisión, pero ya las concibo con claridad por las parábolas que se leen en el Evangelio, de la viña, de la higuera, de los talentos y otras.

18. -Pues, mire vuesandísima -continuó don Casimiro-; apólogo y parábola, parábola y apólogo, allá se van en su significado; pues uno y otro quieren decir una semejanza o una comparación fundada en una cosa que se finge, verisímil o inverisímil, para sacar de ella una sentencia o una moralidad cierta y verdadera, como cuando Menenio Agripa se valió de la parábola o del apólogo del cuerpo humano para sosegar al pueblo romano, que amotinado contra el Senado, se había retirado al Monte Aventino, y Menenio con su apólogo le redujo otra vez a la obediencia de los padres conscriptos. El uso de las parábolas, aun en los asuntos más serios y más sagrados, basta verle canonizado por el ejemplo del mismo Cristo para que todos le veneremos. Muchos Santos Padres le practicaron con felicidad, y sabemos que San Gregorio Nacianceno desterró la vanidad del presidente Celusio con el gracioso apólogo de las golondrinas y los cisnes. Mas en mi dictamen se ha de tener siempre muy presente la juiciosa regla que da el padre Nicolás Causino en su eruditísima obra De eloquentia sacra et profana, libro IV, capítulo IV, por estas palabras:

19. »Observandum autem erit in his apologis, ne nimis sint crebi, ne dictione nimis faceta, et quae ad scurrilitatem accedant, pertexantur; denique ut personam, ut locum, ut rem deceant: «Deben usarse los apólogos con moderación, con economía y no con demasiada frecuencia. Las voces para explicarlos, aunque pueden ser algo festivas, nunca han de picar en graciosas o en chocarreras, porque entonces se convertiría en bufón o en truhán el orador. Finalmente, los apólogos se han de proporcionar a toda la decencia que pide el asunto, el lugar y la persona». Ni, para disculpar la frecuencia de los apólogos, sirve el ejemplo de Cristo, que en sus sermones solía encadenar parábolas con parábolas; porque el Salvador predicaba a los asiáticos, y ya se sabe que ése es el gusto de los orientales, a cuyo genio se acomodaba el divino Predicador. Todo esto es cierto: pero también lo es que aunque los apólogos practicados con estas reglas pueden ser muy útiles en un asunto moral, doctrinal o de enseñanza, no sé yo cómo podrá vuesandísima acomodarlos al sermón de honras de un escribano.

20. -En este mismo punto -saltó entonces fray Blas- se me está a mí ofreciendo uno que si fray Gerundio sabe bornearle, ha de venir a su sermón que ni aunque le hubieran cortado para él, y no es menos que del mismísimo Demóstenes.

-¿Y cuál es, padre reverendísimo? -preguntó el colegial.

-¿Cuál? -respondió fray Blas-. El de aquel caminante que alquiló un burro en dos reales por día para cierto viaje en el rigor del mes de agosto; y como todas las mañanas hacia las diez le calentase el sol demasiadamente, él se apeaba y se tendía a la sombra del burro. Calló el dueño del jumento, y al tiempo de ajustar la cuenta, el que se le había alquilado le dio doce reales por seis días de viaje.

»-Faltan otros doce -dijo el alquilador.

»-¿Pues cómo? -replicó el caminante-. Seis días de jornada a razón de dos reales cada día son doce cabales.

»-Sí, señor -respondió el alquilador-; pero faltan otros doce por la sombra del burro, puesto que el ajuste fue sólo por el burro y no por la sombra.

21. -El apólogo es gracioso -dijo el colegial-; y con efecto, me acuerdo de haberle leído en Plutarco, atribuyéndosele a Demóstenes, quien con esta chanza despabiló la atención del auditorio, que estaba un poco distraído. Pero no veo cómo el padre fray Gerundio le pueda aplicar a su escribano.

-Eso, ¡de los cielos! -respondió fray Blas-. ¿Tiene más que ponderar el desinterés y la limpieza del escribano Conejo, y decir que siempre perdonaba algo de sus derechos? Porque aunque cargaba, como era razón, el coste del papel, de las plumas y de la tinta, sin olvidarse de prevenir al litigante que echase sobre la mesa dos pesetas más para el escribiente, con todo eso, no obstante de que cortaba muy a menudo las plumas, nunca cargó ni un maravedí por la navaja; y aquí entre el apólogo del burro y de la sombra, que ni aunque le hubieran mandado fabricar de molde.

22. Sonriose don Casimiro; y continuando en sus preguntas, dijo a fray Gerundio:

-Según el autor de vuesandísima, ¿cuál es la tercera fuente de la invención?

-Los adagios -respondió sin detenerse.

-Es fuente muy copiosa -prosiguió el colegial-; pero vuesandísima, ¿qué entiende por adagios?

-¿Qué he de entender? -respondió fray Gerundio-. Lo que cualquiera vieja de mi lugar. Adagios y refranes son una misma cosa.

-Pues, ¿qué? -preguntó don Casimiro-. ¿Los refranes pueden hacerse lugar en algún género de sermones?

23. -¡Ahora salimos con eso! -respondió fray Gerundio-. ¡Y cómo que pueden y deben hacerse lugar y mucho lugar en ellos! No hay cosa que más los adorne, que más los agracie, ni que más embelese. Yo tengo algunos apuntamientos de varios adagios que he oído y leído en algunos sermones, los cuales verdaderamente me han suspendido, y pienso aprovecharme de ellos siempre que me venga a pelo. ¿Dónde hay, verbigracia, introducción más magnífica para un sermón de honras que la de un religioso grave, en el que predicó a las de un maestro de su Orden que se llamaba fray Eustaquio Cuchillada y Grande, cuando dio principio a su oración fúnebre diciendo: «¡Al maestro cuchillada, y grande!»? Refrán y equívoco que desde luego captó, no sólo la admiración, sino el pasmo de todo el auditorio. Hoy es el día en que yo no acabo de aturdirme de tan bella introducción. Pues, ¡qué, aquel divino asunto del sermón de honras que predicó un famosísimo orador en las exequias de don Antonio Campillo, párroco que fue de cierta iglesia, en cuyo campanario había fabricado a su costa una bella aguja! Fue, pues, el asunto: El sastre del Campillo, que puso la aguja y el hilo. Esto es ingenio, y lo demás parla, parla. Y el otro que predicando el sermón del demonio mudo en tiempo de Cuaresma, asistiendo el Santo Tribunal, dio principio con este oportunísimo refrán: Con el rey y con la Inquisición, chitón, añadiendo que por eso era mudo el demonio de que se hablaba en el Evangelio, porque estaba delante de la Inquisición, ¿parécele a usted que no podría predicar aunque fuese delante del mismo Papa? Bastan estos ejemplares, y estoy pronto a dar a usted aunque sea un ciento de ellos, para que vea si los refranes se pueden hacer lugar en los sermones.

24. -Yo, padre reverendísimo -replicó el colegial-, tengo pocas barbas para meterme en asuntos tan hondos; y más, no siendo de mi profesión, que se reduce a la latinidad, retórica y bellas letras, o letras humanas por otro nombre. Sin embargo, como en Salamanca se trata casi por precisión con tantos hombres grandes, aseguro a vuesandísima haber oído más de una vez a varios padres maestros doctísimos de todas las religiones censurar mucho a los predicadores que usaban de esos refranes populares y chabacanos en sus sermones. Los más templados decían que era una insulsísima puerilidad, otros se adelantaban a calificarla de insigne mentecatez, y aun no faltaron algunos que la llamaron frenesí, locura, profanación del púlpito y otras cosas a este tenor. Yo refiero, no califico. Lo que a mí me toca por mi profesión, es asegurar a vuestra reverendísima que jamás entendí, leí ni oí que otros entendiesen por el nombre de adagios, en cuanto fuente de la invención oratoria o retórica, lo que entiende vuestra reverendísima, esto es, los refranes populares.

-Pues, ¿qué se entiende por adagios? -replicó fray Gerundio.

-Voylo a decir -respondió don Casimiro.

25. »Adagio o proverbio, que todo es uno -dice Sinesio, es una sentencia grave, digna, hermosa y comprehendida en pocas palabras, sacada como del sagrado depósito de la filosofía moral»: Proverbium est sermo dignitatem habens, et tamquam e sacrario philosophiae, unde antiquitatem traxit, depromptum; ex quo gravi est, pulchroque aspectu. «Por eso llamó Aristóteles a los proverbios preciosas reliquias de la venerable antigüedad, preservadas en la memoria de los hombres de la lastimosa ruina que padeció la verdadera filosofía, debiendo esta preservación a su misma brevedad, destreza y elegancia»: Cum proverbia dicat Aristoteles esse veteris philosophiae, inter maximas hominum ruinas intercidentis, quasdam reliquias, ob dignitatem dexteritatemque servatas. Si no me engaño mucho, a esto se reducen los proverbios de Salomón, que distan infinitamente de ser refranes, siendo una colección de sentencias inspiradas, verdaderamente divinas, enderezadas todas a gobernar nuestras acciones por las reglas de una perfectísima conducta cristiana, política y racional.

26. »Muchos filósofos graves entre los antiguos se dedicaron a este género de sentenciarios, adagios o proverbios: Crisipo, Cleantes, Teeteto, Arístides, Aristófanes, Esquilo, Milón, Aristarco y otros cuyas obras perecieron. Las más célebres que nos han quedado de esta clase son las de Zenobio, Diogeniano y Suidas, de las cuales sacó Erasmo de Rotterdam todo lo que compuso acerca de los adagios griegos. Esto es, padre reverendísimo, lo que yo entendía hasta aquí por el nombre de adagios; éstos, los que me parecían muy oportunos para exornar una oración, tratados con parsimonia. Pero, pues vuestra reverendísima entiende otra cosa, no nos paremos y vamos adelante.




ArribaAbajoCapítulo IV

Olvídasele la sed a don Casimiro; llegan a Campazas sin saber cómo; quédase allí el colegial aquella noche, y se evacúa el punto que se tocó y no se prometió en el capítulo pasado


A la cuarta pregunta que iba a hacer don Casimiro, hallaron todos, no sin asombro, que estaban a la puerta trasera, esto es, a la puerta del corral de la casa de Antón Zotes. Y es que lo divertido de la conversación los había embelesado de manera que, pian piano y como dicen, sin sentir, habían andado una buena media legua de camino con sus paradas y todo. Lo más gracioso fue que cuando llegaron al lugar, don Casimiro no se acordó de que tenía gana de beber; y como ya se había puesto el sol, sin hacer mención de agua ni de vino, quiso volverse a Valderas. Pero como tenía que andar una legua muy larga, como iba ya a anochecer y como era hombre de una conversación tan divertida, no obstante los tajos y reveses que con tanta urbanidad, bellaquería y disimulo descargaba de cuando en cuando sobre los dos frailes, ambos le hicieron tantas instancias para que se quedase aquella noche, que al cabo le redujeron bajo la precisa condición de que se despachase luego un criado a Valderas, para que estuviesen sin cuidado su hermana y su cuñado el casi corregidor de Villalobos.

2. Consta, no obstante, por un manuscrito auténtico y curioso, que quien finalmente acabó de determinarle fue la tía Catanla, la cual abría la puerta trasera para que entrasen los cerdos puntualmente cuando estaban los tres altercando, uno sobre que se había de volver, y los dos sobre que se había de quedar. Cuando ella vio un mocito tan galán, tan majo y tan bien agestado, que venía con su hijo y que le trataba al parecer con amistad y confianza, como era mujer tan bondadosa, luego le cobró cariño; y acercándose más a los tres, preguntó sanamente a fray Gerundio:

-¿Quién es este señor tan lindo? Bendígale Dios.

-Señora -respondió el colegial sin dar lugar a que otro respondiese-, soy un servidor de usted.

Y en pocas palabras la declaró quién era, el encuentro casual que había tenido, la precisión de volverse, y la dicha que lograba en no hacerlo sin rendir todo su respeto a su obediencia.

No se cortó la bonísima Catanla, porque era mujer serena. Antes bien, haciéndole una reverencia a la usanza del país, esto es, encorvando un poco las piernas y bajando horizontalmente el volumen posterior hacia el suelo, le encajó seguidamente toda la retahíla de Campos:

-Viva usté mil años. Para servir a usté. Lo estimo mucho. Güenos todos, a Dios gracias. Viva usté mil años. Y por allá, ¿están todos güenos? Viva usté mil años.

Y añadió luego:

-Pero eso de golverse usté hoy, ni por pienso. ¡El hijo de mis entrañas! ¿Y quién l'había dejar golver a boca de noche? ¡A pique que le comieran los lobos! ¡Mal ajo para ellos! Cuatro ovejas me comieron la noche que perdicó el m'hijo Gerundio. ¡Mal provecho les haga! No señor; ya que tengo la fortuna de que su mercé venga a mi casa, esta noche ha de hacer pinitencia. Unos huevos frescos, puestos d'hoy, no faltarán. ¿Para qué quiero yo las gallinas, sino para estas ucasiones? Palominos siempre los hay en casa, gracias a Dios, que el mi Antón tiene un palomar muy aventajado. Así no fuera por las garduñas, ¡malditas ellas y qué descomulgadas que son! Un salpicón de vaca, cebolla y huevos duros le sé yo componer, que le puede comer el mismo rey. Una cama con sábanas brancas como un oro, la hay por la misericordia de Dios. Ella no será como su mercé merece; pero, por fin y por postre, sirvió para mi primo el magistral de León, que mañana será obispo.

Y diciendo y haciendo, fue y le quitó la escopeta con una bondad, y con una sanidad de corazón, que al colegial le dejó prendado; y, con efecto, se determinó a dormir aquella noche en Campazas, previniendo lo del recado a Valderas.

3. Antón Zotes le recibió ni más ni menos como su mujer, porque no era menos agasajador que ella. Y después de aquellos cumplidos regulares, hechos por parte de don Casimiro con despejo y con desembarazo de colegio, y correspondidos por parte de los de la casa a la buena de Dios, según el ceremonial campesino, Antón se fue a cuidar de los mozos y a dar las órdenes sobre lo que habían de trabajar el día siguiente, Catanla a disponer la cena, las criadas a hacer las camas, y quedando los tres solos en una sala baja, conviene a saber, fray Blas, fray Gerundio y el colegial.

-Prosigamos -dijo éste- con nuestra conversación; y sírvase vuesandísima decirme cuál es la cuarta fuente de la invención que le enseñó su maestro.

4. -Los jeroglíficos y los emblemas -respondió fray Gerundio.

-Algunos -continuó el colegial- de esa fuente hacen dos por la diferencia que hay entre emblemas y jeroglíficos; pero es tan corta, que me inclino a que lo aciertan los que la reducen a una sola. Vuestra reverendísima sabrá mucho mejor que yo la diferencia que hay entre los jeroglíficos y emblemas.

-Yo nunca la he conocido ni me he parado a examinarla -respondió fray Gerundio-. Para mí las emblemas de Alciato y los jeroglíficos de Picinelo, que son los únicos de que tengo alguna noticia, sólo se distinguen en que un libro es más pequeño, y otro es más grande.

-Ya está conocido -replicó el colegial- que vuesandísima por su modestia quiere encubrir lo que sabe y tomar de ahí ocasión para examinarme acerca de lo poco que yo he estudiado. Complaceré a vuesandísima.

5. »Los jeroglíficos son una explicación misteriosa, figurada y muda de lo que se quiere dar a entender, por medio de alguna o algunas imágenes, ya realmente dibujadas en el papel, en el lienzo o en la tabla, ya abultadas en el mármol, en el bronce o en la madera, o ya únicamente ofrecidas a la imaginación por medio de una descripción verbal viva, enérgica y expresiva, que imprima bien en la idea lo que se quiere representar. No se añade a la pintura o a la descripción mote, lema, inscripción ni palabra alguna que sirva de explicación al pensamiento, dejándose enteramente al discurso o a la penetración del que ve, lee u oye el jeroglífico, el curioso trabajo de adivinar su verdadero significado. El emblema (y no la emblema, como dicen algunos) sólo añade al jeroglífico el mote, el lema o la inscripción en brevísimas palabras que declaran lo que se pretende significar por aquél.

6. »Pondré un verbigracia, no para que vuesandísima me entienda, que eso sería presumir yo de maestro de quien no merezco ser discípulo, sino para que vuesandísima se actúe del modo como yo concibo lo que digo y, en caso de padecer equivocación, se digne corregir mis yerros. Los doce signos del Zodiaco, o las doce casas que dividen en doce partes iguales aquel espacio de cielo que corre el sol en el discurso de un año, son otros tantos jeroglíficos o símbolos que representan lo que comúnmente pasa en la tierra en cada uno de los doce meses correspondientes a las doce casas. El primer signo es Acuario, y se simboliza con un muchacho que está vertiendo un jarro de agua, para significar lo mucho que suele llover en enero. El segundo es Piscis, y le representan dos peces pintados, para denotar que en febrero están en sazón la mayor parte de los peces. El tercero es Aries, representado por un carnero, y quiere decir que en marzo es la aparición de las ovejas, naciendo entonces los corderitos. El cuarto es Tauro, figurado por un toro, para denotar que en abril nacen las terneras. Síguese Géminis, pintado hoy por los dos hermanos gemelos Cástor y Pólux y antiguamente por los dos cabritillos, como lo afirma Heródoto, en significación de que las cabras regularmente paren de una vez dos cabritos, para cuyo fin las proveyó la naturaleza con tanta abundancia de leche.

7. »Bastan estos ejemplares para dar a entender la idea que yo formo de los jeroglíficos, cuyo origen comúnmente se atribuye a los egipcios; pero yo tengo para mí que su principio fue mucho más antiguo, inclinándome a la opinión de los que se le dan no menos que en la Torre de Babel, aunque después fuesen los egipcios los que conservaron, promovieron y adelantaron más el uso de ellos, en lo que no cabe duda racional. Pero esto no es del intento. A los símbolos o jeroglíficos añadieron después los griegos un breve lema, inscripción o mote que explicase su significado, y a este conjunto llamaron emblema. Usaban de él singularmente en los arneses o escudos, como lo dicen Esquilo, Homero y Virgilio, esmerándose mucho en la brevedad y en el alma del epígrafe, que era como el espíritu de la divisa de cada uno. Sobresalían entre todos los atenienses, de quienes hace graciosa burla Licón, fingiendo que en todos los escudos tenían grabada una mosca muy pequeña con este epígrafe: Donec videar: «Hasta que me vean», dando a entender que todo ateniense era tan valeroso, que se acercaba al enemigo hasta que viese la mosca, en cuyo caso era preciso morir o vencer.

8. »No hay duda que en todos los tiempos así los oradores profanos como los sagrados usaron alguna vez de los jeroglíficos, símbolos y emblemas. Horo Nilíaco escribió un librito de este asunto, donde trae ejemplares de toda especie de oraciones. Los profetas usaron mucho de este modo de persuadir enfático y misterioso. El Apocalipsis es una serie continuada de figuras y representaciones simbólicas. San Agustín, en la Epístola 119, dice que, así como el cristal y la gasa añaden no sé qué apacibles visos a las imágenes que se representan o se registran por ellas, así deleita más la verdad cuando brilla por entre símbolos, jeroglíficos y figuras, poniendo el Santo este ejemplo: Si, para ponderar las ventajas de la unión y las desconveniencias de la desunión, dices sencillamente: Concordia res crescunt, discordia dilabuntur: «Con la concordia todo crece, con la discordia todo se deshace», pigrius incitat, no da golpe y persuade con tibieza. Pero si añades: «Esto nos quisieron significar aquellos antiguos sabios, cuando pintaron una hormiga con un caduceo encima, que creció a elefante, y un elefante con una espada desenvainada sobre las espaldas, que se disminuyó hasta el tamaño de hormiga»; nescio quomodo et inventionis subtilitas, et imaginis expressio sensus titillat suavius, et dum placet, persuadet efficacius: «así la sutileza de la invención, como la viva representación de la imagen, hacen no sé qué gustosa impresión en el alma y en los sentidos, que al mismo tiempo que los deleita con mucha dulzura, los persuade también con más suave eficacia».

9. -Deme usted un abrazo, señor don Casimiro -exclamó fray Blas interrumpiéndole-. ¡Que verdaderamente ha estado usted divino! Yo soy furiosamente apasionado por los jeroglíficos y por los emblemas. Un sermón que comience: «Pintaban los antiguos macedonios», otro que dé principio: «Pinta el docto Picinelo», no ha menester más para que yo me coma las uñas tras de él. Pues, ¡qué, si después se añaden diez o doce citas del simbólico, otras tantas de Lilio Giraldo y algunas de Pierio, y se escoge también media docena del Brixiano! En el mundo hay oro para pagar un sermón tan ingenioso y erudito. Confieso a usted que después de los mitológicos, son mis héroes los simbólicos y los emblemáticos. Esta doctrina la he enseñado siempre a mi discípulo en lo predicativo, fray Gerundio; con estas armas le he armado caballero de púlpito; estos autores le he recomendado; no hay otros; los demás son buenos para explicar a las viejas el catecismo de Astete, y servitor.

10. -Padre reverendísimo -replicó el colegial-, ya he dicho que soy poco hombre para dar mi voto en punto de sermones; y así no me meto en calificar si son buenos o malos los que están bien cargados de jeroglíficos, símbolos y emblemas. Sólo sé que el padre Nicolás Causino previene que se use de ellos con la misma templanza, moderación y prudencia que de los adagios, fábulas, etc. Porque si no, se convertirá en fastidio su misma amenidad, siendo cierto que los pensamientos más ingeniosos causan tedio si se atesta de ellos la oración: Habent igitur amoenam eruditionem hieroglyphica et symbola, modo prudenter et parce, ut caetera adhibeantur: quae enim per se mirabilitatem obtinent, si crebrius inferciantur orationi, fiunt communia, et fastidiosos sensus ipsa pulchritudinis satietate obruunt. También debo añadir que por lo que toca a mí, me cayó muy en gracia la enhorabuena que dio cierto duque a un orador que había predicado en su presencia un sermón tejido de jeroglíficos: «Padre -le dijo-, no trueco yo el juego de estampas de don Quijote que tengo en mi galería por todas las pinturas de su sermón». Esto va en gustos: el mío ronca siempre que tocan en los sermones a cosa de jeroglíficos. Pero no nos detengamos, porque ya deseo saber cuál es la quinta o sexta fuente de la invención que estudió el padre fray Gerundio.

11. -Testimonia veterum -respondió al punto éste-: las autoridades y testimonios de los antiguos para confirmar lo que dice el predicador.

-¡Gran fuente y muy precisa! -continuó don Casimiro-. Especialmente los testimonios y las autoridades de los Santos Padres, ya sobre la inteligencia de la Sagrada Escritura, y ya también cuando se trata materia de costumbres, sea de virtudes, sea de vicios. Por lo que toca a la exposición del Sagrado Texto, he oído decir a varones doctísimos que siempre es menester apoyarla con la autoridad de algún Padre o expositor clásico y aprobado, siendo cosa insufrible que ningún predicador se arrogue la autoridad de entender o interpretar la Escritura a su modo o según su capricho. Y aun me acuerdo haber leído, no sé donde, que éste fue uno de los errores de Lutero, el cual pretendía que cada cual tenía tanta autoridad para entender y para interpretar la Escritura como San Jerónimo y San Agustín, apoyando este arrogante, soberbio y presuntuoso delirio con aquel texto de San Pablo: Unusquisque in suo sensu abundet. En orden a costumbres, ya se deja conocer el gran peso que da a lo que se dice, cualquiera autoridad y testimonio de los Santos Padres; como también si se toca alguna noticia histórica o filológica, especialmente si es singular o no muy sabida, sirve de adorno y de recomendación la cita y aun las palabras del autor que las refiere.

12. -Por algo -dijo fray Gerundio- me gustan a mí tanto los sermones que en el cuerpo están bien cargados de latín, y las márgenes apenas se descubren de puro embutidas que están en citas. Sólo con ver un sermón impreso en esta conformidad, sin leer ni una palabra de él, estoy firmemente persuadido a que es un sermón doctísimo y profundísimo. Al contrario ahora han dado en usarse, y aun en imprimirse, ciertos sermones que en todos ellos apenas se ven cuatro o seis renglones de letra bastardilla; y las márgenes tan lampiñas como cara de capón, que da asco sólo el verlas. ¿Qué se puede esperar de unos sermones así? Yo no he tenido paciencia para leer ni siquiera uno.

13. -Pues, yo sí -interrumpió fray Blas-. Por mis pecados cayó en mis manos pocos días ha uno, y es de honras que el licenciado don Francisco Alejandro de Bocanegra y Xibaja predicó a las de la señora reina de Portugal, doña María Ana de Austria, en las exequias que la consagró la ciudad de Almería; y tuve cachaza para leerle de verbo ad verbum, pero sabe Dios cuánto me costó. En todas las seis hojas primeras no hay más latín que las palabras del tema: Omnis gloria ejus filiae regis ab intus, repetidas dos o tres veces; en las seis y media restantes sólo se citan siete textos de la Escritura, y de dos de ellos no se ponen las palabras. Las de los otros cinco que se expresan, componen, entre todas, seis renglones y medio. Hártate, comilón. A los Santos Padres se les deja descansar: sólo se cita una vez a San Francisco de Sales, a San Gregorio y a San Ambrosio. De expositores no se trata: cumplió con citar a Tirino una sola vez. Y del mismo modo cumplió con los autores profanos, no citando más que a Séneca una sola vez. Pues, ¿qué diré del asunto? Redúcese a que la reina amó a Dios y al prójimo, y cátate aquí el cuento acabado. Lo demás, parla y más parla. ¡Y estos sermones se imprimen! ¡Y estos sermones se celebran!

14. -Despacio, padre fray Blas, despacio -dijo con bastante viveza el colegial, no pudiendo disimular del todo su enfado y su indignación-. Vuesa paternidad se adelanta demasiado -con la cólera se le olvidó darle reverendísima-. También yo he leído ese sermón, porque llegaron a Salamanca muchos ejemplares; hablose mucho de él en todas aquellas comunidades donde hay tanto hombrón sabio, religioso, erudito, culto y discreto, como es notorio; y a excepción de tal cual botarate ignorante y presumido, que por nuestros pecados los hay de todas las clases y gremios, no hubo uno que no calificase dicho sermón por una de las piezas más elocuentes, más nerviosas, más sólidas, más graves y aun más ingeniosas que había producido hasta ahora nuestra oratoria castellana. Era voz común que se podía equivocar con las más preciosas oraciones que produjeron y están todavía produciendo, en nuestro siglo y en nuestro hemisferio español, los Gallos, los Radas, los Aravacas, los Rubios, los Nordeñanas y los Guerras. Ni faltó quien asegurase que podía competir con cualquiera de las muchas y grandes oraciones fúnebres con que el reverendísimo padre maestro Salvador Ossorio de la Compañía de Jesús, llenó de majestad y de asombro el púlpito y la capilla de San Jerónimo, de la Universidad de Salamanca. Oraciones que si se hiciese una colección de ellas, como decía un sabio, compondrían un funeral que quizá no tendría consonante en cuanto logramos hasta ahora de esta especie, ni de dentro ni de fuera de España.

15. »Eso de que tiene pocos textos la oración del licenciado Bocanegra, solamente lo podrán decir los que en su vida han saludado los Sagrados Libros. Apenas hay cláusula ni aun sílaba que no aluda a algún lugar, suceso o pasaje de la Escritura, en saliendo de aquellas acciones de la reina que sirven de cimiento a la verdad del asunto. No se citan, es así, expresa y señaladamente; pero se dan desleídos y como convertidos en la substancia del mismo orador. San Bernardo fue el primero que introdujo este admirable modo de usar y manejar la Escritura, haciéndola primero suya, y vertiéndola después como si no fuese ajena. Pero, ¿quién hasta ahora ha notado a San Bernardo de poco escriturario? Son pocos, no lo niego, los testimonios y autoridades de Padres, de expositores y de autores profanos con que exorna su oración el señor Bocanegra; mas son muy oportunos esos pocos testimonios que alega.

16. »¿Y quién ha dicho a vuestra paternidad que los sermones se han de cargar a metralla de testimonios, de autoridades y de citas? Éstas deben ser como las especies en los guisados: lo que baste para sazonarlos, y no lo que sobre para que ninguno los pueda tragar. ¿Ignora vuestra paternidad lo que dijo un elocuentísimo orador hablando de las autoridades en los sermones? Si nimiae sint, si communes, si sine vi et pondere allatae, puerum magis colligentem sapiunt quam virum ingeniosum: «Si se amontonan, si son vulgares y comunísimas, si no tienen alma, fuerza ni meollo, más son fárrago que erudición, el orador se acredita más de un genio pueril y atolondrado, que, bueno y malo, verde y seco, todo lo hacina, todo lo recoge, que de hombre ingenioso y erudito».

17. »Dice bien este juicioso autor. Para llenar, no digo yo un sermón, sino cien tomos de a folio de citas, autoridades, testimonios, sentencias, versos, historias, ejemplos, símiles, parábolas, símbolos, emblemas y jeroglíficos, no es menester más que hacinar y recoger. Tanto sentenciario, tanto libro de apotegmas, tanta poliantea, tanto teatro, tanto tesauro, tanto diccionario histórico-crítico-náutico-geográfico, tanta biblioteca, tanto expositor que va discurriendo por los lugares comunes e infarcinando en cada uno todo cuanto se le viene a la mano, en fin, tanta selva de alegorías y de dichos como cada día brota en esas naciones y en esas librerías, hacen erudito de repente al más boto, al más mentecato, al que no sabe quién reinó en España antes de Carlos II. No hay más que abrir, trasladar, embutir, y está hecha la maniobra. Al ver un sermón atestado de esa borra, quedan aturdidos los páparos, entre los cuales cuento a muchísimos que no lo parecen; mientras los verdaderos eruditos, o gimen corridos, o se ríen desengañados, según el humor que los predomina. Más de una vez oí a hombres de gran juicio que se debían desterrar del mundo literario estos almagacenes públicos de erudición tumultuaria; porque sólo servían para mantener haraganes, mientras perecían de hambre los ingenios verdaderamente industriosos. Es punto problemático, en el cual se pudiera tomar un término medio. Mientras tanto, digo que se puede aplicar a estos prontuarios de erudición al baratillo, lo que dijo Agesilao al inventor de una máquina bélica, capaz de moverla y de hacer mucho daño con ella cualquiera soldado cobarde: Papae! Virtutem sustulisti: «¡Vítor! Que con esa máquina has desterrado el valor».

18. »A lo que añadió vuestra paternidad acerca del asunto que escogió para su oración el señor Bocanegra, perdóneme vuestra paternidad, que no tiene razón para censurarle. Lo mejor y lo más precioso de dicho asunto es el ser tan sencillo, tan natural y tan sólido. Asuntos rumbosos, delicados, alegóricos, metafóricos, simbólicos; y mucho más, títulos de comedia, retruécanos insulsos, refranes de viejas, como: El verdadero Fénix de Arabia, a San Agustín; El León en su cueva, a San Jerónimo; El Ónix y Onis, a Santo Tomás de Aquino; La Enciclopedia canonizada, al mismo; El máximo Mínimo, a San Francisco de Paula; Mujer, llora y vencerás, a las lágrimas de la Magdalena; El Caballero de Alcántara, a San Pedro de este nombre; A muertos y a idos no hay más amigos, en las honras de un obispo. Digo que estos y otros semejantes asuntos (Dios los haya perdonado), ya pudren, ya sólo han quedado en algunos predicadorcillos de la ínfima suerte, que sólo hacen ruido entre los que se van tras el tamboril y los gigantones. Hoy va reviniendo el mundo de sus preocupaciones. Por lo menos los hombres de pro no gastan otros asuntos que sólidos, macizos, característicos y consiguientemente naturales. Tal es el del señor Bocanegra, fundado sobre los dos ejes en que gira toda la ley y toda la perfección. El sabio no da otro elogio a los hombres justos, ni cabe otro mayor: Dilectus Deo et hominibus, cujus memoria in benedictione est. «¿Amó a Dios y amó a los hombres? Pues, será amado de Dios y de los hombres; y siempre que se repita su nombre, será acompañado de muchas bendiciones». Esto dijo el orador de aquella ejemplarísima princesa; esto convenció, y aun esto persuadió, moviendo los corazones más duros por lo menos a desear la imitación de sus reales virtudes».

19. Como fray Blas vio que el colegial estaba un poco avinagrado y tenía ya alguna noticia de su genio vivo y quisquilloso, no se atrevió a replicarle; contentose con decirle que en esto de sermones, de versos, de latín y cosas semejantes, cada cual tenía su gusto; y sin inculcar más en el punto, le suplicó que prosiguiese examinando a fray Gerundio sobre las fuentes de la invención; porque como observaba que éste las tenía tan prontas, se le caía la baba al bueno del predicador. Serenose un poco don Casimiro; y continuando en su interrogatorio, rogó a fray Gerundio se sirviese decirle cuál era la séptima fuente de la invención que le habían enseñado.

20. -Los dichos graves y sentenciosos de los antiguos -respondió sin cespitar.

Y el colegial prosiguió:

-Sin duda es una fuente bellísima y copiosísima, especialmente habiendo tanto recogido de sus sentencias y apotegmas, los cuales sólo se diferencian de aquéllas en que las sentencias permiten más extensión de palabras, pero los apotegmas se deben ceñir a las menos voces que sea posible. Las sentencias se pueden tomar de cualquier autor donde se encuentren; mas los apotegmas se hacen más recomendables por ser dichos de grandes personajes, como de papas, emperadores, reyes, cardenales, obispos, etc. Vaya esta diferencia sobre la fe de Guillermo Budeo, que la señala; pues yo no me atreveré a defenderla en el siglo que corre, el cual está como inficionado de libros de apotegmas que son hoy de la gran moda. Tales son los libros que llaman de -ana, como la Menagiana, la Perroniana, la Scaligeriana, la Saintevremoniana, la Fureteriana y otros innumerables de que se hace graciosa burla en el primer tomo de la Menagiana, donde el autor de una salada rima acabada toda en la sílaba -na, después de zumbarse de una multitud de estos escritos, unos verdaderos y otros fingidos, concluye diciendo:


Todos los libros en -ana
se arrimen donde está la ipecacuana,

hierba medicinal de las Indias que hoy se usa mucho, y con grande felicidad, en Europa. Es cierto que estos apotegmas recogidos en los libros de -ana, no todos son dichos de grandes personajes; pues hay algunos de sujetos muy de escalera abajo, si no entra en cuenta su agudeza o su literatura.

21. »Pero al fin no se puede dudar que los dichos, sentencias y apotegmas, así de los antiguos como de los modernos, usados con discernimiento y con moderación, son un preciosísimo adorno de todo género de elocuencia, tanto oratoria como histórica. Tucídides mereció la suprema estimación de todos los siglos por el juicio, oportunidad y bello gusto con que se valió de ellos. Hesíodo, aunque muy distante de Homero, así en la gravedad del estilo como en la majestad del asunto, ha logrado los mayores aplausos por la singular elección que tuvo en las sentencias con que adorna sus dos poemas heroicos, Las obras y los días y la Teogonía o generación de los dioses; bien que algunos críticos le notan, no sin razón, que las sentencias son más frecuentes de lo que fuera justo. En fin, Quintiliano encarga mucho al orador que se aproveche de esta fuente, pero con tres precauciones: la primera, que las sentencias sean muy escogidas; la segunda, que sean raras; y la tercera, que sean correspondientes a la edad, al carácter y demás circunstancias del orador. Si son triviales, se oyen con desprecio; si muy frecuentes, cansan la atención, y aun empalagan; si no se acomodan a los connotados del orador, mueven a risa. Yo añadiría otra cuarta calidad, y es que las sentencias sean también proporcionadas al teatro y al auditorio. En una aldea o pueblo pequeño sería risible aquella sentencia o apotegma tan justamente celebrado que se atribuye a Afro Domicio: Princeps qui vult omnia scire, necesse habet multa ignoscere: «El príncipe que quiere saberlo todo, tiene necesidad de perdonar mucho». ¿Qué príncipe se podría aprovechar de esta advertencia en un pueblo reducido? En un auditorio rústico y grosero sería impertinente aquel discreto dicho de Plutarco: Sero molunt deorum molae, sed bene comminuunt: «Las ruedas de los dioses tardan en moler, pero hacen buena harina». ¿Cuántos habría en el auditorio que entendiesen la metáfora? Vamos a la octava fuente.

22. -Ésa es para mí la más seca -dijo fray Gerundio no sin chiste-; porque mi autor dice que la octava fuente son las leyes, y confieso que de leyes ni entiendo ni he estudiado palabra.

-Yo tampoco las he estudiado -continuó el colegial- por no ser ésa mi profesión; pero no es menester hacer la de legista para saber algunas leyes, especialmente de las antiguas y primitivas que se instituyeron en el mundo para el gobierno de los hombres, las cuales sirven de un bello adorno a cualquiera oración sagrada, singularmente moral o doctrinal. Es cierto que nunca las leyes de los hombres pueden añadir peso ni autoridad a la ley santa de Dios; pero no es dudable que encuentra el entendimiento no sé qué particular satisfacción y consuelo en ver tan conforme la ley divina con las leyes humanas, pronunciadas por unos legisladores que no tuvieron noticia del verdadero Dios.

23. »Yo me acuerdo de algunas que, por lo que toca a lo directivo, son muy conformes a muchos preceptos del Decálogo, aunque sean erradas y gentílicas en lo que suponen de doctrinal. Vayan algunos ejemplares. El primer mandamiento es: «Amar a Dios sobre todas las cosas». Confórmase con él la ley de Numa Pompilio: Deos patrios colunto, externas superstitiones aut fabulas ne admiscento. Segundo: «No jurar su santo nombre en vano». Es muy conforme a él la ley de los egipcios: Perjuri capite mulctantur. Cuarto: «Honrar padre y madre». Lo mismo mandaba aquella ley de que hace mención Herodoto (lib. I): Magistratibus parento; y la otra de los lacedemonios, citada por Platón en su República: Majorum imperio libenter omnes parati assuefiant. Sexto: «No fornicar». Son muchas las leyes que prohibían esto mismo. La que trae Josefo (lib. XI, cap. VI): Adulterii et lecti genialis injurias vindicanto. La de Numa: Pellex aram Junonis ne tangito; y la célebre de los atenienses que prohibía predicar o hablar en público a todo hombre deshonesto: Si quies pudicitiam prostituerit aut expatrarit, huic interdicito jus apud populum concionandi. Séptimo: «No hurtar». A esto aludía aquella ley de los egipcios: Singulis annis apud Provinciarum Praesides, omnes unde demonstranto. Si quis secus faxit, aut unde legitime vivat non demonstrarit, capitale esto.

24. »El uso así de estas leyes antiguas como de otras más modernas, patricias y municipales, con tal que sea sobrio, prudente y oportuno, tiene su gracia y también su eficacia en cualquiera sagrada oración. Pero hacer estudio de componer un sermón como un alegato de los que se usan sólo en nuestra España, embutido en textos, leyes, decretos, cánones y constituciones del derecho civil y del canónico, parecido al que yo oí a cierto catedrático, sobre ser una grandísima impertinencia, es ostentación pueril para acreditarse de erudito y sabio en facultad forastera. ¡Hola! Esta censura o esta reflexión no es mía, pues ya he protestado que ni mi profesión ni mis años me permiten excursiones a países tan sagrados. Refiero lo que por entonces se dijo entre hombres que tenían voto. «Sólo en unas circunstancias -añadió uno de los circunstantes- puede ser del intento cargar algo más la mano en la cita de leyes nacionales, y es cuando se predica a un auditorio compuesto por la mayor parte de gente de curia, como en los sermones al Consejo, a las Chancillerías, a las Audiencias, etc. Si se toca entonces el punto de regalos, gratificaciones y derechos de ministros inferiores, como abogados, relatores, procuradores, escribanos, etc., no será fuera de propósitos referir las leyes municipales que hablan en esto, y explicar con claridad hasta qué punto son obligatorias en conciencia según la inteligencia común de los teólogos». Pero dejando esto a un lado, deseo saber cuál es la nona fuente de la invención que prescribe el autor por donde vuesandísima estudió.

25. -Sacrae litterae -respondió fray Gerundio como un reguilete-: la Sagrada Escritura.

Y añadió luego:

-En este punto no tiene usted que detenerse; porque sé lo que basta para bandearme, he tomado mi partido, y no mudaré de rumbo por más que me prediquen.

-No tiene vuesandísima que prevenírmelo -replicó don Casimiro-; pues sé bien que este punto no es de mi incumbencia, y no se me ha olvidado lo que leí pocos días ha en cierto autor de mi profesión. Hablando de la Sagrada Escritura, dice: Quod ad ejus usum attinet, theologorum est proprius; haec eorum haereditas, hic campus, hoc stadium: «Por lo que mira al uso de la Sagrada Escritura, ése toca a los teólogos; ésa es su herencia, ésa su legítima; ése es su propio y particular terreno». Por señas de que en confirmación de lo que poco ha íbamos hablando, se lastima mucho en el mismo lugar de que los predicadores se metan a legistas, y los legistas a predicadores, aquéllos citando leyes, y éstos glosando textos: contra, inverso ordine, jurisperitos, neglectis iis quae ad se attinent, Sacra Biblia saepius quam leges in ore habere. No excluye absolutamente que unos tomen algo de otros, por la recíproca unión y buena correspondencia que hay entre las facultades; sólo abomina el exceso, el prurito y la ostentación de que se sabe de todo.

26. »No obstante, ya me permitirá vuesandísima que sin mezclarse en lo directo de esta fuente, que en realidad excede los límites de mis estudios, haga una reflexión acerca de ella que parece no estar fuera de mi jurisdicción. Es cierto que la Sagrada Escritura mereció tanto concepto aun a los filósofos gentiles, que Emilio de Apamea (o Amilio, como le llama Proclo), al leer la primera cláusula del Evangelio de San Juan: In principio erat Verbum, quedó asombrado de que un bárbaro (así llama al Evangelista) hubiese filosofado con tanto acierto. También sabemos que Dionisio Longino, haciendo el paralelo entre Moisés y Homero, calificó al legislador de los judíos por un hombre nada vulgar; pues no podía serlo el que tenía tan alta idea de Dios, como lo acredita aquel rasgo suyo en la historia de la Creación: Dixit Deus: Fiat lux. Et facta est lux. Fiat terra. Et facta est terra, proponiéndole por modelo de un pensamiento verdaderamente sublime; aunque la segunda parte: Fiat terra. Et facta est terra la añadió Longino de cosecha propia, pues no se halla en la Escritura en que el autor como gentil estaba poco versado. No es menos cierto que en la Sagrada Escritura se encuentra, no sólo todo lo que se halla en los libros profanos, sino que se halla en aquélla lo que en éstos no se encuentra. Pienso, si no me engaño, que ha de ser observación de San Agustín, y que la leí en un libro de elocuencia: Et cum ibi quisque invenerit omnia quae utiliter alibi didicit, multo abundantius ibi inveniet ea quae nusquam omnino alibi, sed in illarum tantum modo Scripturarum mirabili altitudine et mirabili humilitate discuntur. Siendo esto así, me parecía, a mi grosero modo de entender, que la Sagrada Escritura debiera ser la única, o por lo menos la primera, fuente de la invención respecto de todo orador sagrado. Pues, ¿por qué razón vuesandísima o su autor, no sólo no la señalan por la única, no sólo no la dan el primer lugar, sino que la ponen a la cola, y harto será que no sea la última?

27. Hallose embarazado fray Gerundio con esta pregunta que no esperaba; pero salió a su socorro su fino amigo fray Blas, diciendo con grande satisfacción:

-Eso es claro, porque la Escritura es fuente común de que todos beben. Está a mano de cualquiera, para hartarse de ella cuando le diere la gana. Un predicador que quiera acreditarse no ha de beber del pilón, sino que sea para enjuagarse. Símbolos, emblemas, jeroglíficos, historias, sentencias, versos, fábulas, ésta ha de ser su comidilla; y a lo más más, allá hacia lo último, un poco de Escritura a modo de mondadientes. Esto es lo que quiere decir poner la Escritura por la postrera fuente de la invención, y está bien puesta a pagar de mi dinero.

28. En medio de los pocos años del colegial, y que así por su edad como por su genio todavía no estaba muy maduro, ni era de los que más se morían por sermones de Cristo en mano, no se puede ponderar cuánto le irritó una proposición tan absurda, tan loca y tan escandalosa. Sin embargo, considerándose huésped y que no era razón dar una mala noche a aquella buena gente, disimuló su indignación lo mejor que pudo, y se contentó con decir a fray Blas:

-Si no me hiciera cargo de que vuestra paternidad habla de chanza, zumbándose de aquellos predicadores que si no con las palabras a lo menos con las obras parece que lo sienten así, delataría esa proposición al Santo Tribunal.

Iba a responderle fray Blas algo colérico, cuando oportunamente y al mejor tiempo del mundo entraron a poner la mesa, porque ya era hora de cenar.




ArribaAbajoCapítulo V

Dispone Fray Gerundio su sermón y vale a predicar


Cenaron, se acostaron, durmieron, se levantaron, almorzaron y se despidieron de don Casimiro, que muy de mañana quiso volverse a Valderas, cazando, por lo que no admitió una yegua castaña, andadora y paridera, que ya había dado cuatro potricos y dos muletas a Antón Zotes, el cual se la ofreció para el viaje con la mejor voluntad del mundo. Aquella misma mañana se quiso retirar también fray Blas a cuidar de su fingida enferma, despidiéndose hasta que fuese a oír a fray Gerundio el sermón del escribano, como lo ofreció y como lo cumplió a su tiempo.

2. Con efecto: iba ya a montar a caballo, cuando se acordó fray Gerundio de que no habían leído, glosado y admirado el celebérrimo sermón de honras a los soldados del Regimiento de Toledo por el autor del Florilogio, como se lo había ofrecido fray Blas la tarde antecedente; y es que el encuentro de don Casimiro, con la conversación entablada en el paseo y proseguida después en casa, enteramente los había borrado la especie de la memoria. Y como fray Gerundio estaba resuelto a todo trance a tomar dicho sermón por modelo para el suyo, no quería dedicarse a componerle hasta que su amigo fray Blas le hiciese observar, notar y admirar todos los primores. Por tanto, tirándole de un capote de barragán que ya tenía puesto y llamándole aparte, le trajo a la memoria dicha especie; y le conjuró, por la estrecha amistad de entrambos, que a lo menos hasta después de comer no pensase en marchar; para que encerrándose los dos en aquella mañana, pudiesen recorrer el sermón del Florilogio, y entresacar de común acuerdo lo que pareciese adaptable al suyo.

3. No se hizo de rogar fray Blas, que en estas ocasiones era de un genio docilísimo y muy amigo de complacer a todo el mundo. Dio fray Gerundio orden de que retirasen la caballería a la cuadra hasta la tarde, diciendo que todavía tenían los dos que conferenciar aquella mañana. Metiéronse en la sala, cerráronse por la tarde de adentro, tomó fray Blas en la mano el libro del Florilogio, sacudiole el polvo, buscó el sermón XXVI y leyó el título, que decía así: Parentación sacra. Epicedio panegírico en las solemnes honras con que solicitó el alivio de sus militares difuntos el Regimiento de Toledo. Episodio. El título solo basta para acreditar al autor. Parentación sacra: ya oíste al colegial lo que significaba parentación. Mira, ¡qué cosa tan oportuna! Epicedio panegírico: no tengo idea clara de lo que significa epicedio; sólo sé así en confuso que es una especie de elogio a los difuntos.

-Pues, ¿hay más que verlo en Calepino? -dijo fray Gerundio; y abriéndole, halló que decía: «Epicedium, carmen quod canitur de cadavere nondum sepulto: Aquellos elogios que se cantan de los difuntos a cuerpo presente, cuando aún no se ha dado al cadáver sepultura».

Algo frío se quedó fray Gerundio al leer esto, y preguntó a fray Blas:

-Pues, ¿qué, los cadáveres de los soldados del Regimiento de Toledo estaban presentes cuando se predicó este sermón de honras? ¿No se habían enterrado todavía?

-Anda, hombre -respondió el predicador-, que ésos son reparos de miñatura. Si en todo se hubiera de escrupulizar con esa menudencia, no habría hombre quien se atreviese a hablar en público elegantemente. Fuera de que es frase común cuando se habla de algún difunto, sea para bien, sea para mal, decir que le desentierran los huesos. Pues, para el caso y para la propiedad, ¿qué más me dará desenterrarlos que no haberlos enterrado?

4. Esta última razón hizo grandísima fuerza a fray Gerundio; y prosiguiendo, fray Blas añadió:

-Episodio: no lo entiendo, pero desde luego afirmo que es discreción como la de Epicedio. A ver, ¿qué dice ese vocabulario?

Episodio -leyó fray Gerundio- eran aquellos actos de la tragedia o de la comedia que se recitaban entre coro y coro, para alternar la música con la representación, y fue su inventor el poeta Tespis. Hoy se entiende por episodio un incidente o digresión, que diestramente se introduce en el asunto principal del poema o de cualquiera otra composición». Confieso -añadió fray Gerundio- que he quedado muy confuso. Pues, ¿acaso aquel sermón se había de cantar o se había de predicar a coros, para que hubiese episodios? ¿El tema era por ventura incidente o digresión del sermón, para que llamase episodios al tema?

5. -Eres un pobre hombre -respondió fray Blas-, y estás muy atrasado en esto que llamamos adelgazar y discurrir con agudeza. Quizá en todo el Florilogio no se encontrará pensamiento más delicado ni más oportuno. Mira, los sermones de honras se predican comúnmente después de acabada la misa de difuntos y antes que se cante el último responso, que suele ser solemnísimo. Luego la oración fúnebre está propiamente colocada entre el coro de la misa y el coro del responso, unos cantados y otra representada. Pues, ves ahí por qué se llama episodio, porque es un acto que se representa entre coro y coro. Más: el intento o el asunto principal de las honras, hablando en rigor, no es otro que el nocturno, la misa y el responso que son propia y rigurosamente sufragios por los difuntos; que los sermones o las oraciones fúnebres de suyo no son sufragios. Pues, ¿qué son? Son unas digresiones, unos incidentes que se introducen con arte y con destreza en el asunto principal. Mira tú, ¡con qué oportunidad se llaman episodios! Y porque el tema es como el cimiento de estas digresiones, por eso dar al tema el título de Episodio es hasta dónde puede llegar el ingenio y la inventiva.

6. -Declárome por zopenco -dijo fray Gerundio-; y hago voto de venerar profundamente todo cuanto lea en el Florilogio, por más que yo no lo entienda, y aunque así a primera vista me parezca contrario a toda razón. Pero veamos cómo se introduce en su sermón de honras militares.

-Hay dos introducciones -respondió fray Blas-: a una llama Episodio, y a otra Introducción. El Episodio está reducido a dar razón de la devoción y del fervor con que los antiguos gentiles celebraban las honras de sus difuntos, especialmente las de los militares, a contar el origen de ellas, a ponderar el aparato y las ceremonias con que las celebraban, a determinar el principio que tuvieron las oraciones fúnebres, a traer a la memoria la elección que se hacía de oradores y, finalmente, a adaptar todo esto con feliz aplicación a las honras de los militares del Regimiento de Toledo, invocando, en vez de la musa Euterpe, la intercesión de la Virgen para dar principio al Panegírico epicedio. Supónese que para apoyar cada una de estas noticias se citan autores a carretadas; pues en sólo el episodio que comprehende poco más de una llana (se entiende de a folio), se cita a Polibio, Pausanias, Alejandro, Eliano, Plutarco, Celio, Suetonio, Beyerlinck, Esparciano, Macrino, Novarino, Apiano, Diodoro Sículo, Herodoto, y algunos de éstos tres y cuatro veces. Esto es lo que se llama hablar docta, sabia y eruditamente. No pronunciar palabra, y si fuese posible, ni aun sílaba sin su autor por delante y sin su latín al pie de la obra. Lo demás parece conversación de monjas, o visita de damas, que se pasan seis horas en ellas sin oírse el nombre de un solo autor.

7. »Bien ves que toda esta erudición de funerales viene clavada a todo sermón de honras, y que te puedes aprovechar de ella para el tuyo con la mayor propiedad, especialmente si no te olvidas de la reglecita que te dí ayer tarde para acomodar a los escribanos todo lo que se dice de los militares. También podrás, y en mi dictamen deberás, aprovecharte de unas nobilísimas frases que se leen en el Episodio. Cuando ponderes la piedad de los herederos del escribano, que le costean las honras, di que «es tan lúgubremente generosa como coluctuosamente compasiva».

-¡Hombre! -replicó fray Gerundio-. Que el licenciado Flechilla me dijo que no costeaban las honras los herederos, sino el mismo difunto, el cual había dejado un legado determinadamente para ellas. Conque no es generosidad de los herederos, ni de los testamentarios, sino obligación precisa.

-¿En eso te paras, mentecato? -respondió fray Blas-. Y en los tiempos que corren, ¿te parece poca generosidad de los testamentarios y de los herederos cumplir los legados y últimas voluntades de los difuntos? Muy atrasado estás en cosas de mundo. Vamos adelante.

8. »Claro está que en la función de honras habrá también su túmulo cubierto de bayeta o de algún paño negro, con sus velas y con sus hachas alrededor. Para esto te hará muy al caso aquella elegantísima cláusula: «Erigían túmulos suntuosos, grandiosos fúnebres obeliscos, irradiados de luces y luctuados de bayetas; coherencia lúcido-tenebrosa que, entre yertas cenizas cadavéricas, vitalizaba memorias de sus militares difuntos».

-La primera parte de la cláusula -interrumpió fray Gerundio- ya medio la comprendo, pero la segunda no entiendo lo que quiere decir.

-Ni yo tampoco -prosiguió fray Blas-; mas eso, ¿qué importa? Suena bien, y esto basta. Más clara está la que se sigue; y la podrás adaptar maravillosamente a la ofrenda, con especialidad si hay en ella carnero, pan, vino y cerilla, como en algunas partes.

9. »En cruentas aras trucidaban inocentes víctimas, que dirigían a mitigar rigores de los dioses..., esparcían rosas fragantes..., confederando matices y verdores para declamar memorias inmarcesibles y floridas esperanzas a la felicidad eterna de los militares». El «trucidar víctimas inocentes» viene de molde al carnero; lo de confederar lo florido con lo verde se puede apropiar al pan y al vino, pues ya se sabe que la harina tiene flor y el vino suele tener verde. Pero la más brillante cláusula, para mi gusto, de todo el episodio es aquella en que para ponderar la piedad del Regimiento de Toledo con sus difuntos, dice que «sollozando nenias sentidamente elocuentes, endechas piadosamente elegantes, declaman en sacrificios, sufragios y oraciones el suspirado, eterno alivio por sus difuntos militares». Cláusula que aplicándola tú a la piedad de los herederos y de los testamentarios, a todos los dejarás tamañitos con el asombro.

10. -Yo también lo estoy, ya sólo con haberla oído -dijo fray Gerundio-; y aunque a primera vista me parecía a mí que no venía bien, porque me acuerdo haber oído a mi amado dómine Zancas Largas que nenia, neniae significa aquellos cuentos de viejas que se suelen fingir para entretener a los niños o para arrullarlos; pero como me ha enseñado la experiencia que ese hombre profundísimo no habla palabra que no sea con la mayor propiedad, aun cuando parece que desatina, apuesto yo a que las tales nenias tienen algún otro significado muy adecuado al asunto, porque decirme a mí que él lo echó así a la que salta, eso no en mis días. Veámoslo por curiosidad en nuestro diccionario. «Nenia, neniae: Aire o tonadilla triste, canción lúgubre que se cantaba en elogio de los difuntos». ¿No lo decía yo? ¡Para el cabrón que condenase al autor del Florilogio sin examinar bien las cosas, creyendo que él las decía a bulto! Es hombre que no tiene par.

11. -Pues ahora empieza -continuó fray Blas rebosando gozo-. Al Episodio se sigue la Introducción; y aunque ésta es muy breve, pues toda ella está reducida a un cotejo de las honras que mandó hacer Judas Macabeo en el templo de Jerusalén por los soldados que habían muerto en la batalla contra Gorgias, con las que el Regimiento de Toledo dispuso hacer en Ciudad Rodrigo por los suyos, con todo eso no deja de tener algunos rasgos dignos de observación.

12. »Dice que el caudillo Macabeo, vencidos enemigos, ganadas plazas y conseguidas victorias, entró a «guarnicionar» la plaza y ciudad de Odolla: Collecto exercitu, venit in Odollam. Nota la voz guarnicionar, y ten entendido que no se hizo sólo para los guarnicioneros, como lo juzgan los que saben poco. También se usa con elegancia cuando se habla de los soldados que están de guarnición. Y para que nunca te embaraces en menudencias cuando se trata de aplicar algún texto de la Escritura a cosa que te venga a cuento, es bien que notes que Judas Macabeo no entró con su ejército en la ciudad de Odolla para estar en ella de guarnición, sino puramente para que descansase la tropa algunos días, volviendo después a salir a campaña, según se colige del texto claramente. Pero como el discreto orador necesitaba para su cotejo unos soldados que estuviesen de guarnición en una plaza, despreció esa bagatela e hizo asaz bien; porque en habiendo soldados y ciudad, que estén de guarnición, que estén de cuarteles de refresco, para el intento era una niñería. Y para que Odolla tuviese una admirable consonancia con Ciudad Rodrigo, encontró en Haye una exposición oportunísima; porque dice este glosador que Odolla significa testimonium, sive ornamentum. ¡Y qué cosa más parecida, añade el ingeniosísimo orador, a la plaza de Ciudad Rodrigo, que vino a guarnicionar el Regimiento de Toledo! «Venit in civitatem, donde matiza timbres militares con pías, generosas demostraciones: Odolla, testimonium, sive ornamentum».

13. »Lo que yo no entiendo es -prosiguió fray Blas- qué quiere significar un texto que repite dos veces en pocas líneas de diferencia: Facta collactione, duodecim millia drachmas argenti. Aquella collactione es para mí un nombre algo enrevesado. ¿Si querrá decir que Judas, antes de celebrar las honras por los difuntos, hizo colación con doce mil dracmas de plata?

Riose fray Gerundio de la poca latinidad de fray Blas y le dijo:

-Quítate ahí, hombre, que se conoce fue descuido de la pluma. Escribió collactione en lugar de collatione, que significa «contribución»; porque Judas debió de echar alguna sobre sus soldados, para que todos contribuyesen al gasto de las honras.

-Vaya, que eso es -respondió fray Blas, y prosiguió diciendo-: Ahora se sigue el discurso, que divide en cuatro escenas.

14. »Escena primera...

-Para un poco, fray Blas, para un poco -exclamó fray Gerundio-. ¡Escena primera! En mi vida he oído, leído ni visto cosa semejante. ¡Escena primera! ¿Qué quiere decir escena? Yo no lo sé, pero apuesto que detrás de la tal palabrita se nos oculta algún misterio recóndito y elevado, de aquellos que sólo alcanza este hombre incomparable. Consultemos a Calepino.

Abriole, hojeole, y halló que decía así: «Scena: Ramas de árboles que se cortaban para hacer sombra».

-¿No lo decía yo? El sermón es un árbol, los discursos o los puntos son las ramas, las ramas son escenas. Pues, ¿qué invención más divina que llamar escenas a los puntos o a los discursos de un sermón? Más: escenas eran las «ramas que se cortaban para hacer sombra». En las honras de los difuntos todo es sombras o todo es negro; que para el caso es lo mismo el túmulo, el frontal, los ornamentos, el paño del facistol, el del púlpito, las capas largas de los que hacen el luto. Pues, ¿por qué no ha de ser sombras también la oración fúnebre? Y así el dividirla en escenas es lo mismo que repartirla en sombras, como quien dice: Sombra primera, Sombra segunda, etc.

15. Asombrado quedó fray Blas cuando oyó discurrir a fray Gerundio con tanto adelgazamiento, y así le dijo:

-Hombre, ¿qué legión de espíritus sutiles se te ha metido en ese cuerpo? Pídote perdón de lo que antes te decía, que no tenías ingenio para delicadezas. Ahora te digo que cuando te pones a ello, no hay hilandera de León que te iguale, ni que merezca descalzarte el zapato.

Como fray Gerundio se vio alabado de agudo, esponjándose visiblemente, y ya con la mayor satisfacción añadió:

-Pues, aguarda, que aún falta lo mejor. Otro significado de Calepino a scena, y dice ser el más común en que se toma; que, si no me engaño, no acredita menos la sutileza de ese monstruo de los ingenios.

16. »Scena -dice- unas veces significa el teatro donde se representa una comedia o tragedia; otras, y es la acepción más común, se entiende sólo por aquella parte de la representación en que se mudan las personas, aumentándose, disminuyéndose o saliendo a hablar otras diferentes». Que me emplumen si no hubiere algo y aun mucho de esto en las Escenas; léelas, si no.

Leyó fray Blas la primera, y luego gritó fray Gerundio:

-¿No lo ves? ¿No está claro el pensamiento? Antes de entrar en esa escena, como por vía de preámbulo, habían hablado Parentación, Epicedio, Episodio, Introducción y otros personajes coluctuados, lúcido-tenebrosos. Ahora entran ya a hablar Gilberto, Abrahán, la Magdalena, Lázaro, y hacia el fin de la escena salen Aresio, Alciato y un poeta.

17. -Discurres bien -dijo fray Blas-; pero lo que a ti te hace más al caso es que todo lo que se dice en esta escena primera, lo puedes aplicar a tu sermón de honras y a cualquiera otro que se te ofrezca del asunto, ni más ni menos como se aplicó a la función del Regimiento de Toledo. Porque, en suma, en esta escena sólo se pondera el lugar común de la verdadera amistad, que consiste en que el verdadero amigo se conoce en todas fortunas y en todos estados, en la prosperidad y en la adversidad, en la vida y en la muerte. Y como en todo sermón de honras los amigos vivos se acuerdan de los amigos difuntos, a todo sermón de honras se vienen por su pie Abrahán, la Magdalena, Lázaro y los demás que hicieron lo mismo, o con quienes se ejecutó lo propio. Vamos a la Escena segunda, que en mi dictamen se debía engastar en oro.

18. Leyola fray Blas, y añadió fray Gerundio:

-No digo en oro; en piropos y en diamantes debiera engastarse esa escena. El haber encontrado con la Calcea que los atenienses consagraban a Vulcano en el día veinte y dos de octubre, «para que mitigase la voracidad rigurosa de sus llamas», y con la Pyrithea que los persas ofrecían al sol en el mismo día, «encendiendo piras y tumulando cenizas, cuyo circuito honraban los sacerdotes solicitando el alivio a sus difuntos», es uno de aquellos felicísimos encuentros que a sólo este predicador de predicadores se le vienen a la mano. Yo discurro que la calcea sacra sería algún calzado de hierro, puesto que se consagraba a Vulcano y a Mulcíbero, dioses tutelares de las fraguas y de las ferrerías. Calzado de hierro solamente le usan las caballerías; conque es natural que la calcea sacra fuese una herradura. Por otra parte, la Pyrithea sería alguna cosa derivada de pyrites, pyritae, que significa «piedra de escopeta o de fusil». Pues, ¿dónde se hallará en el mundo cosa más apropiada para las honras por los soldados difuntos de un regimiento? Porque, o éste es de caballería, o de infantería. Si de caballería, viene clavada la herradura; si de infantería, la piedra de fusil no puede venir más a pelo.

19. -¿Y te parece -le interrumpió fray Blas- que «el águila que en los túmulos de Aristómenes y Platón fijó por empresa la antigüedad» se apropia menos divinamente al «águila imperial que el Regimiento de Toledo fija en su túmulo por regia empresa»?

-Eso viene tan natural -respondió fray Gerundio-, que no parece sino que Beyerlinck lo escribió precisamente para aquel caso. También pienso yo acomodarla al mío, porque las armas de un escribano son una pluma y un tintero en campo blanco; plumas como las del águila no las hay; y más, que el águila es ave de rapiña, lo que facilita admirablemente la ocasión para una pulla, que en un sermón siempre tiene mucha gracia.

20. -Pero, por Dios, no te olvides -añadió fray Blas- de buscar modo para encajar una brillantísima cláusula que entre otras muchas se lee en esta escena. Queriendo el orador introducirse a elogiar el Regimiento de Toledo, escribe estos dos períodos dignos del mármol y del bronce: «Gustoso permitiera lozanear el discurso en las heroicas, militares proezas de este ilustre Regimiento. No niego a mi voluntad la panegírica lisonja, porque recele en sus nobles caudillos alguna corrubescencia, que no saben extrañar las águilas todo el golpe de los solares brillos: assuetis dilector, dijo el simbólico». Paréceme que te puedes aprovechar de estas dos cláusulas cuando hagas el elogio de los hijos del escribano y de su familia; que eso es puesto en razón, y entonces te vendrá de perlas lo de «panegírica lisonja sin recelo de alguna corrubescencia», por la razón concluyente de que las águilas están acostumbradas a «todo el golpe de los solares brillos».

21. -Harélo sin dificultad -respondió fray Gerundio-; porque aunque acá siento no sé qué disonancia en que el mismo panegirista trata sus elogios de «panegírica lisonja», y esto facha a facha y, como dicen, en las mismas barbas de aquellos a quienes alaba; pero, por otra parte, conozco que cuando lo dijo el autor del Florilogio, su misterio tendría, por más que yo no alcance. Por la misma razón me hace poca fuerza el no penetrar yo lo que significa el verbo dilector, que no me acuerdo haber leído ni oído en toda mi vida; pues, ora sea invención del simbólico, ora sea corrección del Epicédico, debo venerarla con profundo y silencioso respeto. Y, en fin, estas fruslerías se deben despreciar sólo por no dejar caer en el suelo lo de lozanear el discurso, corrubescencia y lisonja panegírica. Vamos a la Escena tercera.

22. Después de leída, dijo fray Blas:

-Aquí hay poco en que detenernos, porque no veo en ella cosa que te pueda servir para tu sermón. Que los griegos celebrasen el día 22 de octubre la Sacra Pambeocia, en memoria de la toma de la ciudad de Troya, ni que el día 21 ofreciesen un sacrificio a la diosa Palas por los difuntos militares que habían muerto en el dilatado sitio de aquella plaza, no sé yo que pueda acomodarse a las honras del escribano Conejo.

23. -No eches el fallo tan aprisa -replicó fray Gerundio-; y vamos examinando qué cosicosa venía a ser esa Sacra Pambeocia, porque quizá hallaremos algo que me acomode.

Consultaron a Calepino; y no habiendo encontrado la palabra Pambeocia, pasaron a la voz Beocia y hallaron que decía así: «Boeotia. Provincia de Grecia, cuya capital es Tebas. Llamose Beocia del buey que fue enseñando el camino a Cadmo, hasta que llegó al sitio donde fundó la ciudad de Tebas».

-Tente, hombre, tente -exclamó fray Gerundio-; que me están bullendo acá en la imaginación mil especies que acaso me servirán de lo que piensas. Pambeocia es sin duda cosa de buey; el buey tiene cuernos de que se fabrican los tinteros. Mira cómo va ya saliendo poco a poco el secretario. Más: Cadmo, según leí no me acuerdo dónde, fue el inventor de las letras; las letras son tan propias de los escribanos, que no puede haber escribano sin ellas. Más: los escribientes, o los oficiales de pluma, de los escribanos se llaman en latín boethi, boethorum, como lo dice un poco más abajo este vocabulario. Pues, mira tú si Pambeocia, buey, Cadmo, tintero, letras y escribientes son materiales despreciables para el sermón de un escribano. Ni tampoco pienso pasar en silencio el sacrificio de Palas; porque siendo la destreza una virtud o prenda muy loable, me abre camino para decir que nuestro escribano con mucha destreza metía la pala cristiana a los litigantes.

24. -¡Divino pensamiento! ¡Equívoco de los ciegos! -exclamó fray Blas-. Y será lástima que te olvides de él. Pero lo que sobre todo te encargo es que busques modo de imitar una de las metáforas, de las alegorías, o cómo se llaman, más galantes y más bien seguidas que espero oír en los días de mi vida. No sé si la notaste; pero aquí está en esta escena, y dice así:

25. »Instado el Regimiento de Toledo de los suspiros y lamentos de sus militares difuntos -Aperite portas...-, estrecha el bloqueo a la mística Plaza de la Gloria, pasando a acordonar reverente a la sacra Jerusalén triunfante: Regnum caelorum vim patitur. Abren sagrados ataques en sus compasivos, generosos pechos; brechean los diamantinos muros celestiales con la batería de misas, sufragios y oraciones: Misit Jerosolymam offerri pro peccatis mortuorum. Llega al soberano Consejo de Guerra la noticia del aprieto de la celeste plaza: Exaudivit de monte sancto suo. Regnum caelorum vim patitur. Defiende la entrada de la soberana Justicia; declama a favor de la rendición de la imperial Plaza de la Misericordia: Venit hora et nunc est quando mortui audient vocem filii Dei. Hace llamada a capitulaciones la Clemencia, dice San Juan. Satisfecha la divina Justicia del reato de la culpa, firma el alivio de la pena. Publícase en los tenebrosos cuarteles del Purgatorio este dichoso, ventajoso tratado a favor de las ánimas del Regimiento de Toledo: ...mortui audient vocem filii Dei, y libres de las horribles penas, entran triunfantes en el cielo a coronarse de glorias: ...et qui audierint, vivent».

26. »Con esta brillantísima metáfora acaba la Escena tercera. Y a fe que hizo mal no acabar con ella todo el sermón; y más, para lo poco que le faltaba, pues la Escena cuarta, sobre ser muy breve, no contiene cosa que dé golpe. Fue lástima añadir a la alegoría ni una coma ni una tilde. Paréceme que estoy viendo a los oficiales del Regimiento de Toledo como enajenados, como fuera de sí, en nada menos pensando que en que estaban oyendo un sermón de honras, sino que estaban viendo con sus mismos ojos el sitio de una plaza, el cordón, el bloqueo, los ataques, las baterías, el brechear los muros diamantinos, la llamada de la guarnición con bandera blanca a capitular. Sólo sí hago juicio que los muy medrosos o los que no estuviesen acostumbrados a tratar con ánimas del purgatorio, quedarían sorprendidos cuando viesen que en vez de entrar en la ciudad los sitiadores, salían de sus «tenebrosos cuarteles» las ánimas benditas, y entraban en la plaza vestidas de blanco y con sus velas en las manos, como es natural. Entonces volverían en sí, conocerían la ilusión, y advertirían que no estaban delante de alguna plaza, sino en una iglesia a vista de un túmulo, ofreciendo sacrificios por sus difuntos hermanos y oyendo a un orador que los embelesaba.

27. -Pues, mira -dijo fray Gerundio-, tanto como por alegorías no ha de quedar. Claro está que una alegoría en términos de guerra no puede acomodarse bien en las honras de un escribano; pero ahora mismo se me está ofreciendo a mí otra en términos más propios, que no ha de parecer mal. Diré, pues, así poco más o menos, elevando el estilo cuando lo ponga en limpio:

28. »En virtud de queja fiscal se levantó auto de oficio por el Supremo Juez, y se dio mandamiento de prisión contra nuestro escribano difunto. Presentose éste en la cárcel del Purgatorio, dejando poder al amor filial para que como procurador suyo contradijese la demanda, apelando de la Sala de Justicia a la Sala de Misericordia. Librose despacho de inhibición y avocación con remisión de autos originales. Diose traslado a la parte de nuestro mísero encarcelado. Hizo ésta un poderoso alegato de misas, oraciones y sufragios; y dándose por conclusa la causa, halló la Misericordia que debía mandar, y mandaba, que el escribano Domingo Conejo saliese libre y sin costas de la tenebrosa cárcel, declarando haber satisfecho suficientemente sus deudas con las penas de la prisión».

29. »¿Qué te parece de la metaforilla? ¿Deberá algo a la del Florilogio? Y más, cuando la vista con los textos correspondientes; que los tendré a escoger, pues todo el mundo sabe que lo que pasa en la otra vida, en la hora de la muerte, se explica en términos de curia: proceso, tribunal, juicio, sentencia, absolución, condenación, llamándose al Purgatorio cárcel, y alinfierno muerte eterna.

-Manos a la obra, fray Gerundio amigo -dijo fray Blas-; y pues ya hemos repasado el sermón de honras y tú tienes formada ya tu idea, tomemos un bocado, dame un abrazo y adiós, hasta la vista.

30. Despedido que fue el padre predicador mayor fray Blas Cebollón de la Remolacha (éstos eran sus dos apellidos, paterno y materno), y quedado solo que hubo nuestro imponderable fray Gerundio, no pensó más que en trabajar su sermón, aprovechando cuantas observaciones, notas, escolios, frases y erudiciones habían glosado y admirado en las honras del Florilogio,teniendo presentes las reglas que le había dado fray Blas, y no olvidando del todo las dos largas conferencias que habían tenido con el colegial don Casimiro sobre las fuentes de la invención. De todo este confuso montón de especies, que a modo de torbellino le revoleteaban dentro de la fantasía, sacó al cabo de quince días o tres semanas (en cuya circunstancia están discordes los autores) una Parentación sacra, Epicedio trágico, lúgubre Episodio, Panegiris escenático (así intituló a su sermón), que dejó muy atrás la plática de disciplinantes y el sermón del Sacramento en dictamen de algunos que oyeron todas tres funciones. Decorólo todo muy bien, como lo tenía de costumbre; siendo máxima suya que la principal prenda de un predicador era la memoria, en la cual se había de estampar el sermón antes de predicarle, de manera que el mismo se saliese de la boca como de chorrillo, para que en el púlpito no se divirtiese la atención a otra cosa que al cadencioso movimiento de las manos, al compasado contoneo del cuerpo, al gutural manejo de la voz y al concierto de todas las demás acciones, que debían regularse a compás y como con cierta especie de armoniosa simetría.



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