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Son frecuentes las autorreferencias del Inca Garcilaso como «indio mestizo», «indio antártico», «indio Inca» o principalmente «indio» (ver, para un recuento y evaluación de tales apariciones, Rodríguez Garrido, «La identidad...»). Esto, ciertamente, no deja de ser una variante de la captatio benevolentiae ni es motivo para poner en duda la fidelidad del Inca a la fe católica ni a la autoridad política real en general, aunque hay matices que lo particularizan, aspectos de su pensamiento político sobre todo contrarios a la «razón de Estado» y cercanos a la orden jesuita en sus vertientes neotomistas. Pero del tema me ocuparé más adelante. Debe también considerarse la significación del apelativo «Inca», ya en la firma, desde una recepción americana temprana, precisamente en un momento en que las élites indígenas estaban en proceso de reconstitución. El asunto, pues, no debe limitarse sólo al proceso de la producción textual y sus referencias canónicas si se quiere tener una comprensión amplia del Inca Garcilaso.

 

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El nombre de Historia general del Perú fue impuesto, al parecer por sus editores, a la Segunda Parte de los Comentarios reales. Aquí usaré indistintamente los dos títulos. Debe notarse, sin embargo, que el nuevo rótulo de alguna manera distrae de la unidad inherente de ambas partes como díptico de una sola concepción y narración histórica, la de la dinastía de los incas como eje central (la obra empieza con Manco Cápac y termina con Túpac Amaru I). Se trata, pues, de una historia de reyes (con su heterogeneidad interior, como corresponde a su complejidad textual), reyes a los que se asimilarían los conquistadores que merecieron el título de «incas» por sus proezas y sentido del honor, según la obra. No debe confundirse apresuradamente con un texto ficcional ni estrictamente literario, olvidando el género discursivo central al que pertenece. A diferencia, sin embargo, de las historias de Fernando del Pulgar y de Fernán Pérez de Guzmán, el Inca incluye numerosos comentarios lingüísticos, anécdotas personales, discurso argumentativo y una evocación matizada de mitos incaicos que lo hacen diferente de los historiadores peninsulares.

 

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Son numerosas las coplas, romances y episodios historiográficos que celebran la hazaña de Garcilaso de la Vega el Mozo, desde el «Poema de Alfonso XI» (copla 1662) hasta las Quincuagenas de Gonzalo Fernández de Oviedo y la Nobleza del Andalucía, de Gonzalo Argote de Molina (413). Más detalles en Miró Quesada (El Inca Garcilaso..., 10-15). Los datos genealógicos aquí ofrecidos resumen investigaciones más amplias como las de Miguel Lasso de la Vega, Marqués del Saltillo, Guillermo Lohmann Villena («La ascendencia...» y «La parentela...»), Juan Bautista Avalle-Arce («La familia...») y Aurelio Miró Quesada (El Inca Garcilaso..., Cap. 1). El propio Inca Garcilaso hará lo suyo en su Relación de la descendencia de Garci Pérez de Vargas.

 

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La exaltación de Pizarro llega a tal punto que recrimina a aquellos, como Gómara, que lo difamaron llamándolo porquerizo y expósito, pues «no se permite decir cosas semejantes [...] de un príncipe tal», que «era hijo de padres nobilísimos, que fueron sus obras» (Comentarios II, II, XXXIX).

 

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Como se sabe, la Relación de la descendencia... fue escrita como prólogo-dedicatoria de La Florida del Inca para don Garci Pérez de Vargas, poderoso caballero descendiente directo del ancestro homónimo y pariente del Inca Garcilaso por el lado paterno de su progenitor, el capitán conquistador del Perú. Por razones inciertas el texto fue separado de la dedicatoria, que finalmente fue para don Teodosio de Portugal, Duque de Braganza y de Barcelós, en versión más corta. El hecho no es raro. Los autores solían buscar el amparo de algún magnate y es posible que el Inca viera mayores posibilidades de ser favorecido a través de esa casa nobiliaria del Portugal. Después de todo, La Florida iría a ser publicada en Lisboa, aunque con bastante retraso, en 1605. También podría deberse a una simpatía velada hacia esa noble familia, que había expresado reclamos nacionalistas a la corona de Portugal frente a la causa de Felipe II en 1580. Dos generaciones más tarde, en 1640, un descendiente de los Braganza sería coronado como João IV de Portugal, reinstaurando la separación entre ambos reinos. En La Florida, el Inca no desaprovecha la oportunidad para dirigirle a don Teodosio su «atrevimiento (para un indio demasiado)», en típica práctica de la humilitas mea, y a la vez en señal de autorreconocimiento como miembro discreto (en el sentido lingüístico y antropológico) de la gran familia católica. Volviendo a la Relación de la descendencia..., la primera edición es de 1929 por Miguel Lasso de la Vega, el Marqués del Saltillo (como parte de su artículo «El Inca Garci Lasso...»), aunque el texto estaba listo en 1592 y fue desglosado de La Florida en 1596. En uno de los párrafos iniciales, tachados, se puede leer la intención inicial del Inca sobre su localización original. Aquí usaremos la edición facsimilar del manuscrito y transcripción de Raúl Porras Barrenechea hecha en 1951.

 

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Señala Solano en su análisis del escudo del Inca Garcilaso: «El tronco Pérez de Vargas, en primer lugar, como varonía, de donde proceden paterlinealmente numerosas ramas, aunque por la variedad de sus nombres parezcan pertenecer a otras líneas. Esta composición explica la Relación genealógica y el lugar primordial [de los Vargas] en el escudo» («El blasón del mestizo...», 143). Para un análisis de los elementos incaicos del escudo, ver Fernández, Cap. 2.

 

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Para un examen de la «armonía imposible» y la simultaneidad de miradas «con los unos [indios] y con los otros [españoles]», ver Cornejo Polar, «El discurso...». También Rodríguez Garrido («La identidad...», 382) para el concepto de la identidad múltiple del enunciador de los Comentarios.

 

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Ver asimismo la noción de un «uniformismo impuesto por la universalidad de la razón» que señala Avalle-Arce («Introducción», 21). Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que los andinos no conquistados por los incas suelen aparecer en los Comentarios en condición cultural y espiritual inferior a la de los indios de la «segunda edad». El lúcido artículo de Susan Isabel Stein se encarga de refutar la simplificación de Avalle-Arce.

 

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Porras lo explica muy claramente: «Había en Montilla un magnate, que incluso tenía un censo sobre la casa de Alonso de Vargas y del que hay numerosas escrituras y firmas en los registros montillanos de la época, que lleva el nombre de Gómez Suárez de Figueroa y éste era, además, el apelativo que correspondía a los primogénitos de los Condes de Feria, ligados íntimamente con los Marqueses de Priego. El nombre de Gómez Suárez de Figueroa -que usaba en esos días el segundogénito de los Marqueses de Priego- era inoportuno en Montilla y se prestaba a confusiones, para ser usado por un mancebo humilde y desconocido. El tío aconsejaría al sobrino adoptar el nombre de su hermano y tomar el glorioso apelativo de Garcilaso de la Vega que empieza a usar, poco más o menos, desde 1563» (Porras, El Inca Garcilaso en Montilla, XV). Añade convincentemente que «su aspiración es, por entonces, aprender la carrera de las armas y ser Capitán español» (XVI). Un muy útil recuento de las distintas posiciones críticas acerca del cambio de nombre se encuentra en Rodríguez Garrido («' Como hombre venido del cielo'...», 403, notas 1 y 2). Más recientemente, Fernández dedica un capítulo entero al tema, con nuevos y originales argumentos (ver su Inca Garcilaso, Cap. 2).

 

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Se hace evidente este concepto en la Historia general del Perú, V, Cap. XXIII, cuando el Inca reclama que si se hubiera dado el préstamo del caballo únicamente para salvar a un amigo, esta sola acción pintaba a Garcilaso de la Vega padre como un hombre de honra intachable. Durand comenta que, a pesar de las censuras, el Inca se las arregló para filtrar críticas veladas al poder real mediante la exaltación de la honra por encima del rey, «peligrosísima idea en la época» (Durand, El Inca Garcilaso de América, 65). Algo semejante expresa el Inca cuando comenta en la Relación de la descendencia... que Garci Pérez «se vencio a si propio por mantener la honra ajena que es de lo que mas de deven presciar los caualleros» (35). Durand también comenta sobre el gesto del Inca de elogiar al tío traidor Gómez Suárez Suárez de Figueroa por no haber abandonado más tarde al rebelde Hernández Girón. Debe considerarse que estos elogios se escriben casi cincuenta años después del cambio de nombre y sesenta de los sucesos narrados.

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