11
Por desgracia, los restos se perdieron en una reconstrucción de la iglesia durante el siglo XVII (Lohmann Villena, «La parentela española...», 272-273).
12
Resaltemos lo que
nos dice Menéndez-Pidal de Navascués: «[Los nombres] no eran meros medios de
diferenciación que se quedan en lo intelectual, como
serían para el hombre de hoy, sino que se cargaban con
multitud de connotaciones, que los enriquecían con
significaciones adheridas muy variadas, más bien de la
esfera de lo afectivo. Recordemos los casos de cambio de nombre
para adoptar otro más adecuado a una nueva
posición»
(xli). Para la conciencia cada vez mayor
de los autores renacentistas sobre su autoconstrucción
identitaria o «self-fashioning» en el
contexto inglés, ver el ya canónico trabajo de
Greenblatt.
13
Manero Sorolla (106-111) distingue entre ambas formas de imitatio y en la frecuencia de la emulatio entre autores del petrarquismo quinientista italiano y español (ver también Cruz para el petrarquismo en Garcilaso y Boscán). El Inca Garcilaso no es, en ese sentido, una excepción. Coincide en muchos aspectos con el concepto de varietas armonizante que expone Giulio Cesare Scaligero en su Poética (Libro III, Caps. 25 y 28), aunque sin ocultar algunas tensiones, como ocurre en el caso de Pachacámac/Huiracocha. Seleccionar determinados tópicos renacentistas que, curiosamente, pueden parecer familiares a miembros de la realeza cuzqueña por su similitud con la iconografía y la tradición oral incaica, no es convertir al Inca en Otro, sino simplemente prestar atención a la peculiaridad de su prosa y a los distintos niveles culturales de su discurso. Ver, en ese sentido, mi libro Coros mestizos del Inca Garcilaso: resonancias andinas, esp. el Cap. 3 para el tema religioso. También Pigman y Navarrete (21-22) para un desarrollo de la imitación múltiple (como la abeja que chupa de diversas flores, según la inspiración ciceroniana) defendida por el propio Petrarca.
14
Me he referido a esta creciente y saludable tendencia crítica en «Donde se cuenta la historia...».
15
Algunos de esos tópicos son el amor como deseo, el amor versus la razón, la infinita superioridad de la dama, la humildad del amador, el galardón como meta, el llanto del galán, la vida como muerte, la locura del enamorado y hasta la palinodia o reniego del amor ante una frustración insoportable, como señala Aguirre (16-28).
16
Y, sin embargo, recordemos que el mismo Petrarca está imbuido de algunos elementos de la tradición provenzal, al igual que Garcilaso el toledano (ver Arrando).
17
Dirigiéndose al Amor, Villegas exclama: «Tú diste a los famosos trobadores / el
son, la consonancia, el concierto, / la furia, las sentencias, los
primores. // Tú heziste a Garci Sánchez tan despierto
/ y tú le diste al mundo, y le lleuaste, / y tú le
tienes viuo, siendo muerto»
(f. 75).
18
Así, por ejemplo, Argote de Molina, en su Discurso de la poesía castellana que acompaña la edición de El conde Lucanor de 1575, defiende el origen castellano del endecasílabo y su mejor acomodamiento al español que al italiano. Por su lado, Juan de la Cueva hace lo semejante en la Epístola Segunda de su Exemplar poético de 1609. Ver, para otros elogios de Garci Sánchez de Badajoz por Lope de Vega, Miguel Sánchez de Lima, Fernando de Herrera, etc., Gallagher 24-26.
19
Pese a ello, se
debe considerar que el propio Castillejo guardaba admiración
por Petrarca cuando en la dedicatoria a Martín de
Guzmán de su versión del De senectute y del De amicitia de Cicerón
le confiesa: «Todo el mudo sabe
cuánto se estima el Petrarca»
(cit. en Farinelli I, 87, n. 1). Tampoco es Castillejo incondicional de Garci
Sánchez, pues arremete contra un aspecto de las coplas
castellanas, la recurrencia a cierta frivolidad: «Garcisánchez y otros ciento / muy
gentiles caballeros / que por esos cancioneros / echan sospiros al
viento»
(en «Contra los encarecimientos de las
coplas españolas que tratan de amores»). El
antipetrarquismo, pues, por ser un producto de su tiempo, no deja
de ser profundamente renacentista, aunque de un cuño
distinto al del dominante petrarquismo. Curiosamente, no son esos
últimos versos de Castillejo los que cita el Inca
Garcilaso.
20
Desgraciadamente, el verano de 1594, cuando Pineda se encontraba en Córdoba, el Inca se vio obligado a atender en Montilla sus propias obligaciones domésticas y económicas, y luego le fue más difícil alcanzar al sabio padre. Sabemos que el Inca y el jesuita Pineda habían tenido comunicación frecuente desde antes, pues la famosa explicación sobre el origen del nombre Perú que Garcilaso ofrecerá en sus Comentarios reales en 1609 (Libro I, Caps. 4-6) ya aparece esbozada en el segundo tomo de los Commentarium in Job, libro tredecim, de Pineda, ocho años antes de la publicación de la Primera Parte de la obra mayor del Inca. Pineda no duda allí en reconocer su deuda con el ilustre mestizo, por lo que resulta obvio que el aprecio era mutuo (v. Durand, «Perú y Ophir...», 39-44). En cuanto al «Libro de Job», el tema no era raro como objeto de estudio. Fray Luis de León había emprendido desde 1572 su traducción del hebreo y comentario de ese pasaje de la Biblia en su Exposición del Libro de Job.