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Hacia qué patrias de silencio: (memorias de un desaparecido)

(novela, 1996)


Jorge Majfud



Algunas críticas:

«Digo a los que aún no la han leído, que los aguarda un texto que exalta contemporaneidad. Porque nos lamerá las mismas llagas de frustración y desconcierto que hoy arden en nuestra interioridad; y porque nos requerirá una permanente actividad de interpretación»


(Tomás de Mattos)                


«Jorge Majfud acosa y golpea sin dar tregua, planteando con inteligencia sombría insolubles enigmas existenciales. Un juicio bastante desapacible sobre la realidad y una apoyatura sólida e insólita son otros de los caracteres que amalgamó Majfud en esta novela que concitará al par rechazos y admiraciones»


(Mercedes Ramírez)                


«Hacia qué patrias del silencio de Jorge Majfud, es -sin dudas- un auténtico hallazgo literario»


(Hugo Acevedo, Diario La República)                





ArribaAbajoLos signos de interrogación

(2 breves ensayos introductorios)



ArribaAbajoEl sentido de la existencia

One possible answer is to say that God chose the initial configuration of the universe for reasons that we cannot hope to understand. This would certainly have been within the power of an omnipotent being, but if he had started it off in such an incomprehensible way, why did he choose to let it evolve according to laws that we could understand? [...] It is difficult to see how such chaotic initials conditions could have given rise to a universe that is so smooth and regular on a large scale as ours is today [...] Why is the universe so smooth? This is an example of the application of what is known as the anthropic principle, which can be paraphrased as «We see the universe the way it is because we exist».


Stephen W. Hawking, A Brief History of Time.                


La verità è segreta e ogni interrogazioni di simboli ed enigmi non rivelarà mai la verità ultima ma semplicemente sposterá il segreto altrove. Se la condizione umana è questa, allora il monde è il risultato di un errore. L'espressione culturale di questo stato psicologico è la gnosi.


Umberto Eco, Interpretazione e Sovrainterpretazione.                


Einstein dijo cierta vez que lo eternamente incomprensible del mundo era su comprensibilidad. Una afirmación igualmente cierta es la que se formula de modo inverso: lo comprensible del mundo es su (última) incomprensibilidad. Ambas expresiones no se contradicen; se complementan: nuestra facultad intelectiva, aunque inconmensurable, está limitada por un horizonte inaccesible que le recuerda su condición humana. Como el universo, es finita pero ilimitada. Allá y más allá, está lo Desconocido. No simplemente lo que ignoramos aún (como diría un positivista de siglo XIX), sino aquello que no podremos conocer jamás. Esa conciencia de inaccesibilidad es inmanente al hombre; convive con ella, la sueña y la sufre, la acepta o la rechaza. Salvo en estados de suprema Idiotez, nunca es indiferente a ella.

De estas regiones inaccesibles proviene la eterna interrogante: ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? Enseguida advertimos que esta pregunta es incontestable. Debemos cuestionarnos sobre nuestra capacidad intelectiva (crítica del conocimiento), pero mucho antes sobre el tipo de intelección que usamos (historia de las concepciones paradigmáticas). Algunas corrientes filosóficas, y otros estados de ánimo, han propuesto que la existencia no tiene un sentido, es decir, que es absurda.

Para Lévi-Strauss, es imposible concebir significado sin orden. El reconocimiento de cierto orden subyacente está en los fundamentos de la cábala, de la alquimia, de la masonería, de las religiones y de las ciencias. Según los antiguos egipcios, todo nació del Caos y todo volverá a él algún día (principio y fin de la existencia). Para la ciencia posmoderna (como para el Eterno Retorno), existen más estados en desorden que ordenados. Nuestra existencia se estaría desarrollando (o destruyendo) en un Punto singular, ordenado, del Universo. Fuera de ese misterioso punto donde existen el orden y la lógica, Einstein no encontraría motivos para maravillarse.

Digamos, para que exista Significado, es necesario la introducción de cierto orden; para que exista un Sentido, es necesario una intención. Significado + Intención = Sentido. Podemos tener un [a] universo caótico e insignificante; también un [b] universo ordenado (significante, para la ciencia) y exento de Intención Originaria, carece de sentido; es igualmente absurdo. No es necesario ser un genio para advertir que el único ente capaz de proporcionar una intención originaria y conferirle así un [c] sentido a la partida existencial, es Dios. Así, el hombre, hecho a su Imagen y semejanza (o viceversa), compartiría con Él dos facultades que son al mismo tiempo una sola: libertad (libre albedrío) e intencionalidad en sus actos. Dos facultades que no se encuentran en ninguna otra naturaleza del universo conocido.

Declarar que la existencia no tiene Sentido, que es por naturaleza absurda, se parece a la reacción de un mal estudiante que arroja los libros por la ventana porque no alcanza a comprenderlos. En apariencia, los jeroglíficos son una sucesión incoherente de pájaros, plumas, serpientes, ojos, escarabajos, cruces y triángulos. Como los sueños. Pero detrás del caos aparente, existe cierto orden, reglas y, por supuesto, una intención: registrar un hecho histórico, alabar a un dios.

La existencia antes que absurda es incomprensible. Y no hay que enojarse por eso. La imposibilidad de responder con certeza a la pregunta ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? es, en sí misma, un dato fundamental (si no el primero) para el retrato del ser humano. Una vez un musulmán me dijo, en un antiguo restaurante de Amman, que esta visión del mundo estaba contaminada de filosofía. Le pregunté por qué creía en Dios y me contestó, simplemente, «porque tengo fe». Abrió el Corán y comenzó a argumentar usando elementos racionales y otros provenientes de la inteligencia. Luego cerró el libro y comenzó a reflexionar sobre la incuestionable existencia de Dios. Observé que con su primera respuesta estaba haciendo religión; al comentar el libro con inteligencia, había hecho teología; y, finalmente, cuando lo cerró y se quedó solo entre sus propias reflexiones, había hecho filosofía pura, aunque haya sido a favor de Dios. Mohmed bebió su té de menta y dijo: «Maybe, my friend; may be».

En otros tiempos, el sentido de la existencia estaba expresado y resuelto, de forma más o menos satisfactoria, por los mitos cosmogónicos. «Aún en los tiempos más frívolos -escribió Joseph Campbell- la mitología dirigió la mente a esta no manifestación que está más allá del ojo humano». Sucesivamente, los dioses fueron negados y olvidados por el racionalismo, buscados y sacrificados por el análisis psicológico. Ya no podemos reconocernos en ellos; ni siquiera podemos reconocer el idioma en que se expresaban.

Nuestra naturaleza irradia significados. Una flecha en un cartel es un símbolo convencional, está claro: indica una dirección de cosas determinadas. Pero ¿qué significa un árbol?, ¿qué significan los sueños?, ¿qué una ciudad, una biblioteca, la Historia entera?

Con el descalabro del racionalismo el hombre recuperó el misterio de su destino. Pero, también es cierto, con él perdimos la última gran certeza: la Razón; es decir, el paradigma de la razón. Nos enfrentamos a un vacío semejante al que siguió a la Edad Media. La verdad escapa a la cristalización del dogma y de la lógica, pero cae en el círculo cerrado del relativismo. Surge el diálogo posmoderno en donde todo puede ser, según cómo se lo mire. ¿Cómo defenderse de este tipo de discurso? Con el reconocimiento de las diferencias (esa debió ser la forma más primitiva del conocimiento). En un mundo donde todas las verdades son relativas, lo único absoluto son las diferencias. No podemos definir de una vez para siempre qué es el hombre, por ejemplo; pero podemos definir con firmeza lo que no es. En esta elección estamos introduciendo, inevitablemente, elementos de comparación. (Un hombre no es un árbol, ni se reproduce por polinización).

Llegamos a un punto que considero de fundamental importancia: Para comprender mejor esta existencia que nos ha tocado a los seres humanos, debemos imaginar alternativas, realidades que pudieron ser y no lo fueron; debemos procurar una visión exterior de nuestra realidad. Esa forma de indagar el destino del hombre se ha llamado desde siempre arte o ficción.

Desde un punto de vista psicológico, podemos decir que el sentido de la existencia no es exterior al hombre, sino que proviene de él. Encontrar y afirmar un sentido a nuestra vida (religioso, científico, político, maternal, de atesoramiento, de lucha social), deberá funcionar como la muralla china que nos protegerá del angustioso y problemático más allá. En sociedad alejamos las grandes interrogantes y nos olvidamos de que estamos irremediablemente solos.

El arte, en su pretensión de exponer la naturaleza del espíritu humano, ha replanteado desde siempre las grandes interrogantes, la angustiosa dicotomía Yo-Otros. Y lo ha hecho integrando lo que el análisis separó: creencias y certezas, psiquis y metapsiquis, sueños, pensamiento, historia, individuos, fiestas, soledades, dioses.

Hiroshima-Jerusalén, mayo-octubre de 1995.




ArribaAbajoCierto tipo de novela

Because there are innumerable things beyond the range of human understanding, we constantly use symbolic terms to represent concepts that we cannot define or fully comprehend. This is one reason why all religions employ symbolic language or image. But this conscious use of symbols is only one aspect of a psychological fact of great importance. Man also produces symbols unconsciously and spontaneously, in a form of dreams.


Carl G. Jung, Man and his Symbols.                


En el siglo XIX, el arte fue negado e insultado por cierto tipo de pensamiento evolucionista. Paradójicamente, terminó recibiendo la aprobación oficial por parte de una de las ciencias que más lo había amenazado de muerte: la ciencia psicológica. El contragolpe se llevó a cabo dentro de las filas del enemigo, como no podía ser de otra forma. Freud rescató a los sueños de la mesa de los fisiólogos; el psicoanálisis posterior, al desarrollar una brillante intuición de Nietzsche, le devolvió parte de su misterio. Con el siglo XX surgió un nuevo tipo de novela que se propuso expresar (y este es el verbo clave) el conflicto del hombre en búsqueda de la certeza perdida. En aquel notable ensayo de 1951, Ernesto Sábato reflexionaba que «la gran literatura de nuestro tiempo es eminentemente metafísica, y sus problemas son los problemas esenciales del hombre y su destino». Y más adelante: «La literatura de hoy no se propone la belleza como fin -que además lo logre es otra cosa-. Es más bien el intento de profundizar el sentido de la existencia, una encarnizada tentativa de llegar hasta el fondo del problema». Sus autores fueron herederos de Dostoievsky, contemporáneos del existencialismo, del psicoanálisis y de la decepción positivista. Sus personajes fueron problemáticos y patológicos (como el siglo), rebeldes y con frecuencia revolucionarios. Rebeldes, como reacción a la Modernidad; revolucionarios, como consecuencia del entrenamiento modernista en lo nuevo.

La crime mystery story y otros géneros semejantes, para resolver un problema, primero necesitan crearlo. Como son producto del positivismo científico, su instrumento principal será el análisis lógico y silogístico. El misterio a crear deberá ser, lógicamente, razonable -en el doble sentido de la palabra. En cambio, la novela interrogativa (o «problemática», como la llama Sábato), no crea deliberadamente el misterio, porque este ya está, existe en el umbral de lo incognoscible. Usando un concepto de Umberto Eco, podemos decir que aquí nos encontramos ante la «obra abierta» por excelencia, ya que todo misterio (que no sea resultado de la mera invención) es, por esencia, multisignificativo: irradia significados, es capaz de soportar un espectro amplio de lecturas. La «obra abierta» es siempre interrogativa; exige del lector una re-creación (crítica). Si el escritor de este tipo de novelas no proporciona los suficientes datos que requiere el lector, no es porque se los oculte (como esperaría un detective story adict), sino porque los desconoce o simplemente no los necesita. El escritor se sumerge en su propio yo y hace de un lector imaginario su confesor, crítico y activo.

El Yo del escritor, en su condición de unidad hermética, no posee otra forma de intuir al Otro que proyectándose a sí mismo como un yo hipotéticamente diferente. De esta forma percibimos algo que resulta a un tiempo lógico y paradójico: condenado a la unidad, el yo se vuelca hacia sí mismo para liberarse. Así surgen personajes extraños, aparentemente incompatibles entre sí o compartiendo alguna particularidad. El escritor, como el lector, se diluye en Otros, aunque Otros ahora solo sean seres imaginarios. Seres que comparten una naturaleza semejante a los seres reales que persisten en la memoria.

Para Coomaraswamy, la mitología fue el vehículo tradicional de las intuiciones metafísicas más profundas del hombre. En este siglo, la novela ha venido a ocupar ese lugar vacío; ha trascendido el mero valor estético para constituirse en un camino particular de conocimiento. Y fue, precisamente, por esa particularidad que llamó la atención de los filósofos existencialistas, y los ocupó mientras vivieron. Si fuera necesario definir espacialmente este tipo de novela, diría que pertenece a aquel género que ha estado siempre más allá de la novela psicológica y más acá de la literatura fantástica.

Tacuarembó, enero de 1996






Est ubi gloria nunc Babylonia? nunc ubi dirus
Nabucodonosor, et Darii vigor, illeque Cyrus...
Nunc ubi Regulus? aut ubi Romulus, aut ubi Remus?
Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus.


Bernardo Morliacense, «De comtemptu mundi» (Poema del siglo XII).                



Piedras ensimismadas
vueltas hacia qué patrias del silencio
testigos de la nada
certificados del destino final
de una raza ansiosa y descontenta
abandonadas minas
donde en otro tiempo
hubo explosiones
ahora telarañas.


Ernesto Sábato, Abaddón el exterminador                





ArribaAbajoCarta al condenado

Tierras Coloradas, enero de 1982.

Sr. G. Conde Abercrombie.

De mi mayor consideración:

Nunca podrá imaginar lo agradecidos que estamos en el Comando por su descubrimiento. Ahora podremos corregir este hotel que antes creíamos perfecto. Créame, al principio lo creímos mal de la cabeza pero luego pudimos confirmar sus sospechas. Usted, antes que nadie, lo hizo! En efecto, esto (que usted llama descortésmente «cárcel») fue construido por los jesuitas hace más de trescientos años. ¿Cómo se le ocurrió? «Cómo no se me ocurrió a mí», gritó el F., golpeando la mesa con sus noventa y tantos años.

Está de más decirle que el Pozo fue clausurado; hace mucho dejó de ser útil. Podría decirle que se había vuelto obsoleto y aburrido. Siempre hay formas mejores, novedades! Usted comprenderá. El F., que es un verdadero genio, se ha pasado la vida ideando alternativas. Cuando lo vemos temblando en su silla, con los ojos entrecerrados, enseguida nos damos cuenta de que un nuevo alumbramiento se ha producido. Le cuento: una de sus mayores diversiones son las contra-historias que inventa acerca de él mismo y de nuestra Organización en particular. Usted debería saberlo, dada su antigua ocupación: no existe mejor estrategia contra un rumor verdadero que inventar otro falso que pretenda confirmarlo. Por ejemplo, cuando se descubría que Bormann estaba en el Paraná, nosotros lo «descubríamos» en el Paraguay. Hacíamos una o dos fotos falsas y luego las entregábamos a la prensa. Les hacíamos asegurar que el sujeto estaba en tal o cual lugar: un rancho abandonado, una tumba. Corrían como locos al lugar señalado, escarbaban hasta descubrir que en realidad se trataba de los huesos de un indio sucio. Cómo nos reíamos con Martin! Incluso así mandamos al Mato Grosso a un montón de ratas conocidas. Sabe qué es una rata?

Yo quisiera que lo viese al F. Así, diminuto y canoso, nadie daría un cobre por él. Más de un imbécil lo insultó en Medellín por no arrancar a tiempo con la luz verde. Enanos!, como dice usted. No imaginan que ese viejito pertenece a uno de los más antiguos tribunales de Sainte-Vehme. Él, señor mío, fue el creador de esa insuperable Obra Maestra, la fosa común de Bergen-Belsen... Apenas pronuncio este nombre, que ni su Borges hubiese superado en perfección y armonía, y se me pone la piel de gallina. Imágenes grandiosas vienen a mi mente y dentro mío suenan las sirenas de Tannhäuser, el coro de Carmina Burana. Tan perfecta armonía plástica, tan hondo dramatismo dejan en ridículo al body art, al ready made, al más terrible Michelangelo y hasta al propio Dürer del Kunsthistorisches.


Und wir? Glühen in zusammen,
In ein neues Geschšpf, das er Tödlich belebt.



Desearía contarle muchas cosas más al autor de estos escritos, así como reprocharle una o dos cosas que faltan a la verdad. Pero casi no tengo tiempo. Ahora mismo estamos ocupados en un gran proyecto para el Cóndor. ¿Sabe qué es el Cóndor? Bien, ni importa. Bastará saber que es actualmente el Organismo mayor dentro de nuestra Cofradía, siempre en experimentación. Un proyecto que hará intocables a nuestros muchachos ya que (alégrese) proyectamos retirar todos nuestros dictadores de la América del Sur. Haremos un enroque. ¿Oyó alguna vez hablar de Pinochet o de Stroessner? Miembros honorables de nuestra Cofradía. Y no le nombro a los amigos del Río de la Plata porque usted ya los debe conocer. Como decía una canción de mi época, Es ist ein Frühling ohne Ende!

Como usted mismo lo ha revelado, finalmente abandonaremos este lugar. No está bien encariñarse con una tierra que no es de uno. Además, si bien es cierto que siempre preferimos los climas tropicales después que abandonamos el frío, desde hace algún tiempo estamos necesitando algo distinto. Tal vez son los años.

Ahora usted se estará preguntando por qué le cuento los secretos de una cofradía como la nuestra, con casi quinientos años de vida ultra secreta. Imaginará que también nosotros necesitamos ir al confesionario de vez en cuando. Pero se equivoca! Ocurre que... ¿Cómo explicarle?: imagine todas esas obras de arte antes mencionadas, destinadas al secreto de la oscuridad (o a la oscuridad del secreto, ¿cómo se dice?) En el fondo yo siento que el F. debió disfrutar cuando se publicaron las fotografías de Bergen-Belsen y el traidor Kurt Gerstein abrió su boca. Pero comprenderá que la publicidad de estas obras del Arte Universal es un tanto peligrosa. Más conviene la modestia de los grandes, como la del F. Usted me viene como anillo al dedo; un hombre inteligente, un gran masón que sabré apreciar y comprender lo que le digo, y que pronto se va a morir, para que no abra su boca como el desgraciado de Kurt.

Saluda a usted muy atte.

F. Schwamberger

P.d. Le devuelvo sus cuadernos para que los corrija; quizá en el más allá consiga editor.






ArribaAbajoCuaderno primero


- I -

Agosto 1981

Muchas veces, mirando desde aquí arriba, tuve la impresión de que el mundo había sucumbido finalmente a la catástrofe nuclear. Hace dos días un griterío infernal pareció confirmar la llegada del final tan anunciado. De repente, recordé con fuerza extraordinaria cosas que jamás había visto: mujeres descalzas caminando con dificultad entre escombros, viejos gritando con voces roncas y agudas al tiempo que recorrían un campo de batalla. La tierra aparecía sumergida en el humo, entre los fuegos apagados en la carne. ¿Dónde había visto esto? Es más, juraría que yo mismo era uno de aquellos despojos, un cadáver que ya no podría pronunciar palabra y se abandonaba al fin, agotado, a un sueño profundo. ¿Tal vez soñaba? Me recuerdo de pie, mirando por la ventana con espanto y fascinación. Las nubes pasaban como bolas de fuego blanco. Sudaba. Pegué el oído a la puerta para asegurarme de que los gritos no provenían de adentro. Después volví a la ventana, y no vi más que el mismo paisaje de siempre: el pueblo a los pies del cerro y los campos resecos a punto de arder al menor soplo.

Los gritos volvieron por la noche. Esta vez parecía una tribu salvaje preparándose para entrar en combate, gritando para intimidar al enemigo. ¿Quiénes eran? Al principio pensé en una de esas fiestas rituales que cada tanto hay en el pueblo. Pongo por ejemplo una: una vez al año, a mediados de enero, a la hora en que el sol raja la tierra, la gente del pueblo sube al cerro con velas encendidas en las manos. Se dirigen a cierto lugar detrás de la cárcel, y aunque no puedo verlo desde aquí, sé que es donde está la cabeza del Santo Mártir. Caminan en fila india, siempre en silencio y mirando hacia abajo. Nunca se acercan demasiado a la cárcel ni se atreven a mirarnos. Otras veces cantan de noche en la plaza de la iglesia, pero siempre con cierto orden y timidez que los hace incapaces de una fiesta carnavalesca.

Ayer, lo mismo: los gritos volvieron como una ola que arremete contra el silencio y se retira murmurando. Tampoco esta vez se dejaron ver. Desde entonces no dejo de vigilar. Estoy nervioso y no sé por qué. Imagino lo peor y procuro no dormir. Solo este mediodía me dejé vencer por una especie de sueño que me mantuvo consciente. Fue un instante. Soñé que era un niño de meses y estaba en una cuna. Miraba una ventana muy parecida a ésta de mi celda. Del otro lado se sacudían las hojas de un bananero como las alas de un pájaro gigante. Podía recordar con profundísima nostalgia una balsa y una playa en Yucatán, unos rostros sonriendo mudos bajo el sol, unas casitas blancas sobre el mar Mediterráneo, el pantano blanco que rodea el Mont Saint-Michel, un camino que se pierde en un bosque. Sentí que había sido atrapado en un nuevo cuerpo, en una nueva conciencia. Sentí que esa conciencia nueva pronto llegaría a dominar todos los rincones de mi alma vagabunda y eterna, hasta terminar en el olvido de todas esas cosas extrañas que recordaba por última vez. Quizá llegue el día, el instante, en que otra vez algún residuo de la eternidad vuelva a presentárseme en una visión fugaz. Y otra vez no comprenderé nada.




- II -

Pude haberme vuelto loco esa misma noche de no ser por los guardias. Esta gente tiene la costumbre de golpear las puertas con un fierro, así, sin previo aviso. Comienzan a media noche con ataques histéricos. Luego, cada media hora, con mayor cuidado, de forma, que, hayqueestaratentoparanotarlo! En el fondo comprendo tanto odio. Debió ser un insulto para ellos medirse con un ejército de indisciplinados con barba. Y aunque ellos ganaron, al menos por el momento (qué triunfo humano fue alguna vez definitivo?), aún les queda el resentimiento. Porque no me vengan con eso de «La Patria». Hasta el más mongólico sabe que difícilmente un ejército defiende más a un país que a su propio orgullo. Y es por esta misma soberbia y orgullo por la disciplina por la cual, en el fondo, todo ejército es conservador. Por otra parte, un militar sin guerra es un ser irrealizado, algo así como un abogado sin pleito o un bombero sin incendio.

Los franceses dicen que rebeldes y revolucionarios no son la misma cosa Y es cierto, pero basta con pertenecer a cualquiera de los dos grupos para ir a la cárcel. Este lugar está lleno de esos ejemplos. Yo pertenezco a los del primer grupo. Creo que de haber nacido en Rusia hubiese corrido la misma suerte, con algunas variaciones: en vez de morirme de calor como ahora, estaría temblando de frío en algún rincón de Siberia. Mundo de mierda. Russell dijo alguna vez que los hombres no podíamos ser felices sin pugna, recordando que los cazadores de cabezas habían perdido el gusto por la vida cuando las autoridades blancas le prohibieron su deporte favorito. Considerando que el horror tiene tan profundas raíces, se podrá profetizar que el Paraíso en la Tierra tardará aún una centena de siglos más en llegar.

Mientras tanto, habrá que soportar cada noche esos golpes en las puertas, en el umbral del sueño. Deberé sublimar el odio, otra vez, en serena soberbia. Como la que me permite a veces mirar la puerta sacudiéndose en la oscuridad. Mirar como si nada, sin que se me mueva un pelo de fastidio. Yo sé que lo peor no es este tipo de tormentos que me imponen, sino eso peor que viene desde adentro. Pero, ¿cómo no pensar cuando la soledad lo obliga a uno? Será por esa misma razón que los golpes tienen un efecto inverso en mí al supuesto: no me ponen nervioso; me distraen. ¿Quién les dijo a esos cosos que la noche se hizo para dormir? Enanos. Todavía deben creer que uno lleva una vida normal aquí adentro. Mucho peor que esos golpes de mamarracho es soportar el silencio repetido de las tardes, es descubrir un día, con todo el vértigo del miedo, que Uno está solo, que Uno es Yo y nadie más que Yo; es mirarse a las manos y asustarse de sí mismo.

Años enteros he pasado así, sin soñar, o sin recordar mis sueños que para el caso da igual. Mis sueños se fueron destrozando de a poco, como todo aquello que no me recordaba a mí mismo. Al principio me encontraba siempre intentando escapar de la cárcel. Y siempre fracasaba. Venían a verme mis padres, Victoria R. y unos amigos, algunos con sus rostros infantiles, otros con barbas nunca vistas. En sus rostros yo leía que nada podían hacer por mí. Claro, estaban todos muertos! Sabían que yo iba a ser ejecutado y callaban. A veces desfilaban delante mío como quienes se despiden de un cadáver. Luego los rostros comenzaron a aparecérseme como carcomidos, se transformaban en seres irreales como cerdos con rasgos humanos, entre los cuales yo podía distinguir aun personas conocidas. Hasta que fueron desapareciendo de a poco. Hasta que todo desapareció.




- III -

Alguna vez sentí nostalgia por este infierno -la celda, los pasillos con sus pilares de piedra, el patio del tamaño de una plaza pública sin árboles, la fuente en el centro, el sonido de las llaves en la cerradura, los días repetidos. Alguna vez, caminando por el pasillo, supe lo que es la eternidad. Pero la eternidad solo dura un instante.

Los días se repiten iguales, desde hace ocho años. Puedo estar en el lugar debido casi sin proponérmelo. Rara vez, como ayer, una rutina se me adelanta. Era viernes y no lo sabía. Toda la mañana estuve ausente, y no sé dónde porque no recuerdo nada. De repente escuché que alguien me decía:

-¿Qué me mira así?

Solo entonces me di cuenta que había estado mirando la puerta durante horas. El sudor me corría por los ojos. Tuve que parpadear varias veces para distinguir la imagen del guardia que acababa de abrir la puerta. Estaba encandilado por la luz excesiva que a esa hora de la tarde llena mi celda.

-Qué está esperando! -gritó el guardia.

Él también sudaba; unas gotas gruesas le corrían por las mejillas.

No es normal un calor de estos en invierno. Todo se altera. Durante toda la semana había pensado hablar con Matías sobre los misteriosos gritos. No había imaginado la posibilidad de que él no los hubiese escuchado, y, ahora, a plena luz del día, todo aquello me parecía tan lejano como dudoso.

En el patio nadie mencionó nada al respecto. Alguien se quejó del calor y los otros se rieron como si se tratase de algo obsceno. La gente de aquí es vulgar. Recordé los gritos y pensé en una especie de confabulación de los reos en mi contra. Quizá suponen que mi desprecio por ellos es proporcional a mi presunta cobardía. No soportan que un macho tenga educación.

No pude escuchar nada más. Por costumbre, ya me había separado del grupo siguiendo las huellas de la semana anterior, de los años anteriores. Me dirigí hacia el rincón donde me quedo siempre con Matías y el Manco. Nadie contradice este orden riguroso. Un día alguien llegará hasta este lugar y se encontrará con una enorme ruina de piedra. Y no imaginará siquiera que fue un insoportable panóptico. Los primeros días pensé que llegaría a acostumbrarme a ser observado y vigilado; pensé que llegaría a acostumbrarme a todo y que todo un día me resultaría igual. Pero cumplir años, envejecer, ha sido todo un descubrimiento. Los recuerdos nunca son los mismos. No son una cosa estática y congelada; son una caja de sorpresas! Y para evitar que la vida pueda disolverse de a poco en la progresiva decadencia de los sentidos y de la inteligencia, la creación procedió por incrementar las torturas propias de la naturaleza cansada: enfermedades de todo tipo, físicas y sociales. Todo para que de esa forma la muerte sea el Gran Acontecimiento, el único suceso absoluto y definitivo. Como una gota que cae en el mar, así: plop! Para que no pensemos en una simple metamorfosis, como Lucrecio, sino en un alma que fue condenada y liberada.




- IV -

De a poco y con fuerza me fui haciendo la idea de que los gritos de las noches anteriores habían sido solo alucinaciones. Me quedé aplastado contra el muro, como alguien que es informado de una grave enfermedad. Pensé en escribir estas páginas, relevar con cuidado y detalle mi naturaleza mental; quizá así un día podría advertir si hubo cambios importantes o no. En el fondo es un intento un poco ingenuo: si pierdo la razón, como el Manco, no podré apreciar esos cambios, y todo habrá sido inútil.

Pensaba en esto mientras Matías dibujaba en la tierra.

-Ahora sí que estamos fritos, viejo -dijo sin desconcentrarse de sus figuras.

Momentos antes Matías había ayudado al Manco a sentarse contra el muro y este lo había confundido con alguien llamado Bogliachini. No se sorprendió; está acostumbrado. Luego comentó algo a su mujer, Lourdes da Silveira, siempre sentada a su lado, invisible y silenciosa. Él le habla de los tiempos buenos y de los actuales, de un sueño obsesivo que regresa cada noche para torturarlo: hay una cárcel de muros altos, en medio del desierto y afuera de todos los mapas. En una de las celdas está él. Fue condenado a un lugar del mundo que nadie conoce y a donde nadie irá nunca. El sueño se repite: entran cientos de murciélagos en su celda, revolotean y chillan a su alrededor hasta que la desesperación y el asco lo despiertan. Entonces se siente aliviado; sabe que esa tarde vendrá ella para cebarle unos mates. «A veces miro por la ventana -le comenta a Lourdes- y temo que las horribles criaturas no vuelvan, porque si no lo hacen, no podrá despertar, y me quedará en aquella cárcel para siempre». Matías lo mira con lástima y un poco de ternura. Yo siento algo demoníaco en la locura y me aparto. El pobre viejo ya no es aquel que nos daba ánimo y nos contaba historias: el Graf Spee, el Zepelín, los campeones del 30. Ahora deja caer su cabeza hacia adelante como si se hubiese dormido y se queda pensativo. Matías insiste en corregir sus triángulos y sus círculos en la tierra. Luego dibuja un sol, una luna y una cruz en el medio. Borra el sol, pone un cuadrado, borra el cuadrado, pone otra luna. Borra las dos lunas, la cruz y se queda pensativo con una rodilla apoyada en el suelo. Mira las figuras geométricas, una dentro de otras como en un mandala. ¿Comienza Matías a entrar en su mandala? El Manco ya está dentro del suyo, como un yogui de una escuela tántrica. Mira a alguien que está delante suyo, a dos metros de distancia. Las cejas blancas y largas le caen sobre los ojos azules, acentuando el parecido que siempre tuvo con el último autorretrato de Leonardo. Tal vez tenía su misma piel, pálida, brillante por el sudor, enfermiza. No sonríe, apenas mueve los labios. Habla con Lourdes pero no dice nada. A veces se le escucha algo: «una cárcel con un patio rodeado de pasillos».

Adivinó que pensaba en él y se me acercó. Sonrió nervioso y dijo:

-Alekhine, sabe, no se vaya, Alekhine ha muerto. Lo sé, lo sé. Mire que había vuelto. Pero esta vez es para siempre. Yo le decía, maestro, y quería conocerlo, quería ser su amigo. Ya no hay campeón mundial.

Dije sí, con la cabeza, y le sonreí un poco. Quería dar un paso hacia atrás, quería salir corriendo.

-No sabe lo que fue en Buenos Aires -siguió diciendo después de retirar su mano fría de mi brazo; sentí alivio -Capablanca era bueno, sí. Era bueno, era. Un mago, pero el doctor era el mejor. Y justo ahora que había vuelto. Pero yo sé que esta vez es para siempre -abrió grande los ojos y miró hacia su interior-. Él me lo dijo; me lo dijo, sí, cuando lo llevaron para que se pudriera afuera. Estaba sobre la mesa del fondo, con la cabeza para un costado, y yo me acerqué. No mucho. Quería decirle que no se muriera ahora que era mi amigo. Pero él me miró, me miró así -hizo un gesto de enorme cansancio-, y dijo, no puedo, ya estoy muerto. Me dijo que ya estaba muerto, sabe?, entonces no podía quedarse, no podía, no. Me dijo, ya estoy muerto. Eso fue lo que dijo. Y se lo llevaron de los pies, de arrastro. Después salí a buscarlo y me dijeron que estaba muy oscuro. Ah, no se puede salir con lo oscuro.

Tenía una lagunita verde en una pupila. Según la posición de sus ojos, brillaba. Cuando terminó de hablar sus pupilas se dilataron enormes, como si hubiese visto un hongo atómico.

-Pobre doctor -murmuró, y se alejó de nuevo a su lugar. Volvía a ponerse nervioso. Miraba el horizonte y su rostro se desfiguraba en una expresión de terror. Qué doloroso es el miedo de los locos. Parecen indefensos, abandonados a sus fantasmas, sin la ayuda de su propia razón o del consuelo ajeno. ¿En qué mundos invisibles estará perdido el Manco ahora? Invisibles ¿para quién? ¿No es este universo que me rodea a mí invisible para los otros? La Creación nos hizo con una carencia fundamental: la imposibilidad de ser Otro; de poder sentir el mundo desde otro cuerpo, desde otra conciencia. Esta carencia me ha llevado a pensar más de una vez que en realidad estoy solo, que los otros no existen y, si existen, son algo muy distinto a mí. La existencia humana está dividida en dos clases de seres: en Yo y Otros. Hubiese podido comprender mejor una existencia en donde uno es un personaje de una novela, luego otro, luego otro mas. Llevaría una existencia menos caprichosa e inexplicable. Podría ver el mundo desde dentro de cada personaje; sería Otro. Pensaría y sentiría de múltiples formas.

Solo al escribir y al leer tengo vagas noticias de esa forma de existir que pudo ser; trasciendo mi propia unicidad, me convierto en otro.

El hombre desde siempre ha procurado formular una respuesta al enigma de su propia existencia. A los que se ocuparon de estos temas generales se los llamó filósofos. Sus procedimientos, por lo general, procuraban las respuestas desde dentro de lo que ellos consideraban la realidad. Por supuesto, no fueron malos intentos. Pero hay otras formas. Por ejemplo, ¿por qué no procurar una visión exterior a esa realidad? Para tener una percepción más global de esta existencia que nos ha tocado a los seres humanos, no hay nada mejor que imaginar alternativas, realidades que pudieron ser y no lo fueron. Esa forma de hurgar en el destino del hombre se ha llamado desde siempre arte o ficción.




- V -

Allí, contra el muro y rodeado de «semejantes», sentí que la fractura que me separaba del resto se había abierto como nunca. Tanto que ya no era posible divisar las otras orillas que alguna vez estuvieron en mi horizonte. Mucho más horrible que esta soledad de mi celda, es la que se siente en el patio, entre los otros presos. Aquí a veces conservo alguna esperanza de abolirla; en el patio simplemente estoy allí, verificando la inutilidad de ese sentimiento positivo.

El Manco seguía repitiendo en su locura:

-No voy a quedarme en esta tierra del demonio. Quiero que me prendan fuego. Yo sé que puedo subir con el humo.

Matías dibujaba unos caballos en la tierra. De a poco me fui convenciendo que los gritos de las noches anteriores no habían sido más que alucinaciones. Ahora ni siquiera los recordaba con claridad.

-La luna ya está aquí -gritó el Manco-. Ay, y me quema los ojos!

Se tapaba los ojos mientras apoyaba la frente contra el muro. Matías quiso calmarlo pero lo alejó con manotazos temblorosos. Después, cuando se calmó, murmuró: -Yo también tengo que morir. Pero no quiero quedar en esta tierra del demonio. No quiero estar aquí afuera; ellos nos están mirando ahora.

No podía decirle a Matías nada sobre los gritos de la noche. Tal vez él los había oído, pero ¿cómo saberlo? Aún no había comentado nada, pero también es cierto que cada semana habla menos. Ya no queda nada para decirnos.

Pensé toda la tarde cómo sería la locura. Creo que el mismo temor de terminar como el Manco me debilitó los nervios. Sentía que debía hacer un poderosísimo esfuerzo para mantener la lucidez y que de a poco iba perdiendo la conciencia. «Es el calor», me decía buscando tranquilizarme. Tenía la fuerte impresión de que la cárcel era una casa de muñecas y que en cualquier momento una niña gigantesca asomaría su cabeza sobre el muro. Una grieta se abría debajo mío y yo caía al vacío. Estaba inmóvil y al mismo tiempo caía. Hice un esfuerzo por despertar de aquel estado. Y desperté; desperté a una forma de conciencia poderosísima, como si la vigilia no fuese más que un estado intermedio entre esa nueva forma y los sueños. El pensamiento se detuvo y los sentidos se abrieron a una percepción inefable del mundo. Quedé solo y mudo ante el maravilloso abismo donde las palabras resbalan como en una catarata, donde se guardan los secretos de la eternidad que provocan el éxtasis y la locura. Pude ver el muro a mis espaldas, una mosca en uno de los barrotes de mi ventana, pude sentir la frescura y el aroma de un aire marino corriendo por los pasillos. Maravilla y terror. Seguí cayendo hasta ver el mundo desde arriba. Atravesé el tiempo y volví a detenerme contra el muro, pero diez años atrás. Las imágenes perfectas seguían golpeándome en la retina. Un hombre tomaba cerveza en un bar de pueblo (quizá el bar de La Estación), una mujer entraba al mar con un sombrero amarillo y un paño azul en la cintura, alguien descansaba en mi celda y parecía agotado, abandonado a un sueño complicado. Recordé mi celda, la cárcel, mi historia de condenado y volví a la realidad del patio. Quedé paralizado: era cierto, estaba preso.

Caí en la tierra, temblando de frío.




- VI -

Imagino el universo de un demente como uno de esos estados alucinantes que deberán suceder a este orden, y que lo preceden, según la doctrina del Eterno Retorno. Para mí, un universo regido por el Caos sería harto mas comprensible que el nuestro, dominado por la fatalidad de lo irremediable. (Aunque en ese estado no sería posible la inteligencia.)

Hay un primer gran interrogante: ¿Qué sentido tiene nuestra existencia? Como es fácil de advertir, una interrogante de ese tipo es imposible de responder. Una segunda se deriva de la primera: ¿Acaso tiene un sentido? Con timidez respondo: «y sí, debe tenerlo». Pienso en el Caos. Así como para que algo posea significado debe poseer un orden subyacente, es necesario que cierto orden (visible por cualquier lado) posea un significado. Basta con reconocer algunas diferencias: Colón no llegó al Empire State Building, ni llegará nunca.

Como sugerí antes, podemos comenzar a mirar el problema desde afuera. Imaginemos lo que sería una existencia carente de cualquier orden. Podríamos pensar en aquella corriente artística de principios de siglo que se llamó Dadá y precedió al surrealismo. En una obra dadá está explícito el intento de eliminar cualquier vestigio de significado. Su intención era mostrar el absurdo básico de la existencia humana. Ausencia de orden -ausencia de significado- absurdo. Podríamos decir, restringiéndonos a una obra concreta, que «eso» sería un modelo para una existencia sin significado, sin sentido. Pero también el dadaísmo, como cada obra que surgió bajo su bandera, fue una forma de expresión, y toda expresión conlleva al menos una intención, es decir, un significado. Expresar es significar afuera lo que está adentro.

Los números que se suceden por azar en la lotería no significan nada. Pero si advertimos la repetición consecutiva de un mismo numero, seis o siete veces, enseguida nos detendremos a interrogarnos sobre el fenómeno. El fenómeno tiene un significado: la máquina de números se descompuso, o estamos ante un fraude. La repetición en la diversidad, el orden sutil, confieren un significado. Si el significado nos devuelve al azar (máquina descompuesta), el fenómeno no tendrá sentido. Si nos revela una intención (fraude en el juego), tendrá al menos un sentido. Intención + Significado = Sentido. En el primer caso estaríamos en un universo materialista; en el segundo, ante el Creador.

Si el mundo no es una organización lógica y armónica, como lo quieren mis hermanos masones (si la lógica es incapaz de trascender las reglas arbitrarias del ajedrez para conferirle un sentido a la partida), tampoco es un acontecimiento caótico. Para mí esta existencia que nos ha tocado a los seres humanos tiene un significado trágico. La vida está dominada por lo Irremediable. Todo termina algún día, todo pasa y se pierde. Y al final, el fenómeno invariable: la muerte. Ante la insoslayable tragedia del tiempo, uno recurre a mil formas de negación: el olvido, la frivolidad, el engaño, el hedonismo nihilista, la Tardadez Suprema.

Recuerdo una conversación de dos hombres en la Casa de los Azulejos en México. Discutían sobre el progresivo hundimiento de El Zócalo. Uno de ellos, poseedor de una de esas cabezas olmecas que se ven en la gente del sur, lo comparó con el destino de los hombres.

Después de algunos desacuerdos uno de ellos, que acababa de comer y encendía un cigarrillo, dijo: -Hay que gozar, manito, que la vida es corta.

El de la cabeza olmeca lo miró un instante y dijo: -Y si la vida no fuera corta, qué? ¿Habría que comenzar a pensar en serio?

El otro se quedó indefenso con su frase de cumbia.

-A mí -continuó el olmeca-, como la existencia me parece suficientemente larga la dedico a pensar un poco. Siguiendo con lo que le decía, mire a los cuates por todos lados. Se toman fotos en los casamientos, no en los funerales (hacen lo que pueden). Y vea, compadre, la escandalosa desproporción de amigos asistentes a uno y otro evento. Al final, los recuerdos de una boda terminan en la tristeza (uno de los dos se muere primero, o se separan). O, en el mejor de los casos, en la nostalgia (un guante blanco en una caja de zapatos). ¿Cuándo el recuerdo triste de un funeral pasó a ser motivo de carcajadas?

El paso errático del hombre por el mundo no es la imagen del caos, de la casuística; más bien parece la búsqueda o la convivencia con ese sentido desconocido.

¿Y por qué una tragedia y no una comedia?

No lo sé. Yo no inventé esto. Si fuera por mí, habría otros mundos, menos trágicos. Hasta sería más comprensible un mundo caótico, o por lo menos desprovisto de uno o dos irremediables básicos. Un mundo a salvo del Yo y la muerte, regido por la casuística, por esas simples leyes lúdicas que maneja un niño cuando está jugando. Un mundo donde hasta la fantasía más delirante funciona, es comprendida y no se transforma en duda metafísica. Para eso sería necesario (entre otras medidas a tomar) acabar con el tiempo lineal, esa invariante trágica: siempre hacia adelante, como un río. Verdad que Einstein acabó con aquella continuidad monótona, indiferente a la energía y a la materia. Pero el tiempo (por lo menos el tiempo humano), aún sigue corriendo hacia adelante, y matándonos... naturalmente. En nuestro nuevo universo tampoco sería necesario el precepto estético de tiempo circular. Bastaría con el aniquilamiento de causas-efectos. Un día el Manco se muere; casualidad mediante, otro día está en Montevideo, mirando cómo explota y se hunde el Graf Spee. Pero como el caos es absoluto y las combinaciones infinitas, también será posible que su memoria registre a alguien que aún no conoce (yo, Matías, alguno de los guardias). Entonces sí, podría decirle a Lourdes, mientras contempla aquel crepúsculo de diciembre y la columna de humo que se hunde: «Estuve en una cárcel con un patio rodeado de pasillos». Ante la muerte, ante todo lo inevitable solo habría que esperar el reencuentro casual, la verificación del caos, del absurdo. No nos interrogaríamos acerca del sentido de la existencia, de por qué la gente nace y se muere. Un mundo de esa naturaleza no podría tenerlo.

Pero una existencia donde todo fuera remediable, si bien no por la voluntad humana por lo menos sí por la casualidad, no podría inspirar ningún respeto. Un universo regido permanentemente por la casuística seria, eso sí, siempre original. Dios sería Picasso. Un dios que pensara como Picasso encontraría ridículo y hasta una muestra de mediocridad el hecho de que los Reyes de la Creación fueran siempre la misma cosa: dos brazos, un tamaño standard, una psicología más o menos parecida, y hasta una consistencia similar: carne y huesos, uñas y pelos, lágrimas y sangre, glóbulos y fibrinas, guaninas y citosinas, moléculas y átomos de carbono, y los mismos electrones orbitando siempre igual. El Caos sería más «lógico», y la Lógica apenas un accidente contemporáneo a la especie.

No es de extrañar que San Agustín se haya disgustado con cuestiones como estas. Para él, Jesús es la vía recta que niega el círculo. Para mí es el tiempo rectilíneo (el tiempo de los modernos), y no el circular, la esencia trágica de la vida. En el desarrollo de la Historia, de los acontecimientos individuales (medidos y registrados por fotos y documentos), en la memoria de lo que pasa, cada vez más minuciosa, está la conciencia del fin, de la muerte: lo irremediable.

Pero la falta de infinitas combinaciones que aqueja a esta existencia, no es un indicio de la mediocridad del Creador. Por el contrario, es la expresión de Su grandeza. Cuando el Creador decidió no ser un Tipo frívolo, inventó lo Irremediable. Las Grandes Interrogantes no tienen respuesta, pero quizá el conjunto de interrogantes sin respuestas sean, al mismo tiempo, La Respuesta. Las realidades del arte y la locura hablan de lo que quizá somos, a través de lo que no somos o no pudimos ser. Cuando Dios terminó de crear el mundo y ya se disponía a descansar el séptimo día, descubrió que aun quedaban infinitos universos por crear. Entonces facultó al hombre con el poder de los sueños y la imaginación, para que completaran Su Obra.

Pero es mejor evitar las cuestiones teológicas. Entiendo la teología como la crítica de arte, con la pequeña diferencia que para la primera el artista no es nada más ni nada menos que Dios.




- VII -

Agosto/setiembre.

La mujer del sombrero amarillo era Victoria R. La reconozco. Por una increíble coincidencia la vi esta tarde cruzando la plaza mayor del pueblo. Mejor dicho, creo haberla visto. No me engaño, cualquier turista (si los hay) me hubiese parecido a ella. Muchas veces imaginé, con vértigo, cómo reaccionaría yo si un día me pudiera encontrar. Con su voz de niña temida me preguntara: «¿Cómo te metiste en esto?». Y yo, para ocultarle un incomprensible temor que desde hace años se instaló en ese rincón de mi imaginación, le respondería con rabia: «Para que seguir fingiendo!» (o algo así). Pero la verdadera respuesta es que no lo sé. De repente comienzo a recordar cosas después de mucho tiempo. Pero ninguna es suficiente para responder a esa pregunta. Otros recuerdos son ilusiones, lo sé. No recuerdo haber ido a la playa con ella, y tanto el sombrero amarillo como el paño azul en la cadera me parecen demasiado ridículos para ser ciertos. Tampoco estuve nunca en un campo de batalla. Atravesé cuatro desiertos, pero creo imposible haber tropezado con un esqueleto de ballena cubierto por las arenas.

Recuerdo sí (perfectamente), cuando en mayo de 1973 dejé Buenos Aires. Apoyado en la baranda del barco contemplaba cómo se alejaba el puente Avellaneda, la ciudad borroneada esa mañana por la humedad. En algún lugar de aquella inmensidad, reducida entonces a una manchita horizontal, el cuerpo de mi padre, frío y cada vez más solo en un nicho de hormigón. También recuerdo (no con la elocuencia de la realidad, sino con la angustia de una pesadilla), las pocas flores que, con discreción, dejaron sus compañeros del sindicato metalúrgico. «La triple A», había dicho alguien a mis espaldas, como quien habla de la meningitis o algo parecido.

Yo iba a Montevideo a encontrarme, sin querer, con los rostros de la infancia, rostros felices de veranos antiguos. Los imaginaba como los había visto la última vez. «Primero Perón -había dicho la tía Hélèn-, y ahora ese Castro! ¿O no caés porque tu cuñadito se dejó la barba?». Hasta me sorprendo de recordar detalles tan sutiles como la expresión de su rostro y el tono de su voz, irónico. En estos casos uno nunca sabe si la memoria brilla con fidelidad o deduce e interpreta sobre el material heterogéneo del que dispone, así como es posible entender un discurso escuchando la mitad de las palabras. Y aquellas palabras las escuchó un niño, que aún no podía entender su significado. Pero los niños tienen una memoria aparte, una memoria capaz de retener hechos insignificantes en principio pero que luego se le presentarán al adulto portando mensajes reveladores.

En lugar de mi antigua casa había un edificio de por lo menos diez pisos. Reconocí el lugar, los árboles todavía intactos. Me quedó un tiempo mirando el edificio, impecable y reluciente como sus moradores. Quise reconstruir de memoria el techo de tejas, el jardín profundo (ahora ocupado por un hall de entrada, amplio y bien iluminado). Hasta que el portero, con celo profesional, me advirtió con una pregunta:

-¿Qué está haciendo?

Lo ignoré, pero insistió con más autoridad:

-¿A quién busca?

-A nadie -dije, y me alejé.

Debía evitar problemas de cualquier tipo. Tomé bulevar Artigas al sur, en dirección a la casa de Victoria. Estaba abandonada. Las rejas que la protegían estaban tapadas por chapas en algunos tramos. Aun así, se podía ver las partes más altas de la casa. Una casaquinta con ventanales amplios, estilo art nouveau. La había mandado construir el abuelo de Victoria cuando Pocitos era un balneario y la clase alta vivía en francés.

Cuando volví por primera vez, el portón de entrada estaba abierto, el patio de entrada invadido por los yuyos y hojas de palmeras secas. Los ladrones habían saqueado la casa, pero quedaban, misteriosamente (pensé entonces), un sillón, una cómoda y un espejo viejo en una de las habitaciones de arriba. Me senté en el sillón, miré mi rostro en el espejo, después los jacarandá sin hojas. Esa habitación había pertenecido a Victoria. En noviembre los jacarandá echaban flores y toda la habitación se teñía con una luz azul violeta. Luego las flores caían y formaban una alfombra en el césped. El viejo Ortega cuidaba muchísimo ese fenómeno anual, y se ponía furioso cuando le caminábamos arriba. «Los amiguitos de la niña -gritaba-. No pasen por ahí, carajo!». Recordé la última vez que la había visto. Fue en el 59, creo. Yo tenía catorce y ella uno menos. En esa misma habitación le dije que me gustaba y ella se echó a reír como loca. Se sentía muy superior a mí. Lo supe y desde entonces la odié.

La primera vez entré a la casa porque la vi abandonada. La segunda vez no sé, pero tuve la desgracia de encontrarla allí.




- VIII -

Un verano intruso reposa sobre la región y llena cada gota de aire con su silencio extraño, como si de repente miles de pájaros hubiesen dejado de cantar, como si miles de personas hubiesen dejado de gritar al mismo tiempo.

Añoro los días cuando planeaba escapar de la cárcel. Aún tenía alguna esperanza. Pensaba: la cárcel es un invento humano, por lo tanto es imperfecta. Bastaba con encontrar la imperfección y proceder luego al experimento mental que hace el ajedrecista antes de mover una pieza. Cuánto tiempo, cuánta energía dediqué a esta búsqueda! Todo fue inútil. De nada servía fingir enfermedades o dejar de comer. «De aquí vas a salir con los pies para adelante», decía el guardia y cerraba la puerta. Llegaba a delirar: me veía caminando por los pasillos, abriendo y cerrando puertas; trepaba el muro, como una mosca; saltaba del corredor al patio y volvía a subir como un pájaro. Me transformaba en insecto, en langosta, y me arrojaba desde la ventana.

Puedo imaginar universos tan absurdos como esos en las otras celdas. En alguna (en la del Manco) se sucederán calles, ríos, ciudades, rostros, promesas, melodías antiguas, sin ningún tipo de orden. Algo parecido a la Eternidad. Celdas como la mía, pero con sutiles variaciones que significan cambios absolutos. Alguien mira el recorte de una revista pegado en la pared. Es una playa de Maldonado. Ese hombre alguna vez pudo escapar por ese rectángulo de papel. Ahora lo mira sin verlo. Había estudiado con cuidado y placer los detalles de la fotografía. Comprobó cómo la vida se nos da en excesiva abundancia, segundo a segundo, cómo una fotografía posee la virtud de rescatar y conservar algo del derroche vital, para que luego podamos sorberlo con cuidado, sin apuro, hasta agotarlo. Pero un día esa ciudad, esa playa con sus árboles y sus sombras, con sus olas brillantes y sus veleros, con sus nubes y su gente, con toda la gente que pudo abarcar la perspectiva, se convirtieron en una simple mancha contra pared. Ahora, figuras abstractas de la celda, de su presente, ya no del pasado. Como el sol erosiona los colores, el presente continuo habrá vaciado de alegría aquellos rostros que le sonríen al fotógrafo. Así la celda terminará por deglutirse a su habitante, como al resto de los objetos que le fueron añadidos. Quizá un día el hombre de piedra mire las manchas del papel en la pared, en apariencia insignificantes, y piense en un año, en un verano. Sentirá o presentirá una calle, una ciudad, una playa con sus árboles y sus sombras, unos veleros y unos rostros llenos de incomprensible nostalgia, como la nostalgia por lo que nunca se ha vivido. Pensará perplejo, no podrá reconocer los rostros que lo miran desde las profundidades del tiempo, aunque haya sido él mismo el fotógrafo, el padre y el esposo. Triste belleza del tiempo. Y todo habrá sucedido en un instante fugaz. Inverosímil.




- IX -

Esta ola de calor es un fenómeno extraño. Solo recuerdo algo igual en el invierno de 1973. Fueron los días que siguieron al golpe de Estado. Yo atravesaba a pie los interminables campos del norte, procurando alcanzar una frontera que desconocía. Tal vez esto mismo explique las pesadillas que he vuelto a tener los últimos días. Ayer no pude dormir por el calor. Como siempre, el insomnio vino de la mano de ciertos pensamientos obsesivos. Cuando al mediodía caí rendido en el catre, soñé con Chabalgoity y Selva Wittenberger. Esta vez yo era el asesino que los mató en un hotel del centro, en Montevideo. El sueño comenzaba con un hecho real (con las mínimas variaciones necesarias para distinguirlo de un simple recuerdo): yo caminaba por una calle de la Ciudad Vieja hacia el puerto. Habíamos quedado en encontrarnos en una esquina de la calle Rincón. Era de madrugada. Antes de llegar a la esquina señalada me había cruzado con dos mujeres que mantenían el siguiente diálogo (Lo había olvidado completamente):

MUJER I:  -¿Cuánto estás cobrando, che?

MUJER II:  -Cuatrocientos. Antes valía un huevo! Hacia Bulevar.

MUJER I:  -Qué suerte, che! Yo nunca pude hacer que me levantaran ahí. Esos hijos de puta.

La mujer de los cuatrocientos pesos era tipo eslava, con las correspondientes arrugas que azotan precozmente ese tipo de piel; el vientre hinchado, dividido en dos por un cinto muy apretado. Parecía nerviosa, pero debía ser a causa del frío. Inmediatamente yo entraba a una habitación desconocida y, con una especie de facón, mataba a golpes a dos personas. Eran Selva y Chabalgoity. Al descubrir sus rostros ensangrentados desperté angustiado.

La realidad seguía de una forma más complicada y menos simbólica: Chabalgoity y Selva no llegaron como estaba previsto. Los esperé casi dos horas, cruzando de una vereda a la otra, dando vuelta a la manzana, una y otra vez. Molesto, me fui a calentar un poco en un bar de por allí cerca. Pedí un café, y mientras lo esperaba me puse a ojear uno de los libros que llevaba para no andar con las manos vacías. Era un libro sobre perros que había comprado al azar (fue una sugerencia de Chabalgoity; él siempre cuidaba esos detalles). Un segundo después de que el mozo me trajera el café, un hombre de ojos colorados se acercó a mí y, como si estuviera insultando, dijo:

-La calle es la mejor universidá.

No contesté. Tomé un poco de café, debí hacer algún gesto con las cejas, o me encogí de hombros. No sé, pero algo lo molestó aún más. No aceptó que le diera la razón.

-¿Acaso lo duda? -insistió. Contra el mostrador un pinscher miniatura observaba divertido. Más atrás, con un vaso en la mano, un san bernardo hacía lo mismo. Me habían confundido con un estudiante. Y es lógico; un título universitario es una larga historia de vanidades que se cuentan solas, mientras que un pobre diablo como aquel seguramente debía recurrir a la incómoda tarea de enumerar cada una de sus pequeñas hazañas para cotizarse un poco.

-No -respondí, distraído-, creo que no lo dudo.

-Ah, tás de gracioso, tás -casi gritó-. Lo que pasa es que ustedes solo saben lo que está en los libros, estudian entre cuatro paredes. Ah, y lo reconoce? (-yo no sabía si estaba molesto con el desencuentro de esa mañana o por el atrevimiento del borracho-). Debería darle vergüenza. Hay que andar en la calle para saber lo qué é la realidá.

El pinscher esperaba lo divertido. Perdí la paciencia y dejé de mirar la tacita de café para contestarle:

-Mire, no tengo nada contra su Universidad de la Calle, pero por el momento no pienso inscribirme, sabe? No tengo vocación de linyera ni de prostituta. Esos son posgrados, no? Además hay otras formas de aprender algo. Recuerde que la bomba atómica y los viajes espaciales nacieron entre cuatro paredes. Las grandes decisiones políticas se toman entre cuatro paredes. O, mejor dicho, entre CINCO paredes. Usted sabe. La realidad también puede ser el producto de la imaginación de algún führer.

-Yo no sé nada. Usted puede decir las gansadas que se le ocurra, pero realidad hay una sola.

-¿Como la madre, no? Pero sabe lo qué es eso que usted llama «realidad»? -el pinscher y el san bernardo ululaban bajito: uuuuh-. Bueno, es cierta idea que por algún motivo u otro un día se le clavó a usted, entre ceja y ceja. No pudo concebir otras y pasó a considerarla Universal e Incuestionable. -(Realidad es eso que un día pasará a formar parte del folklore, una nueva leyenda o un nuevo mito para las generaciones futuras. Un gótico o un sumerio son personajes irreales, más próximos al género fantástico que a la psicología del hombre moderno. Aun dentro de lo que se llama Aldea Global (que de global solo tiene la Coca-Cola) existen estas diferencias, notablemente ignoradas. Los occidentales, por ejemplo, consideran que un pobre sin aspiraciones económicas y pasivo ante su pobreza, carece de espíritu de superación. Y los desprecian por ello. En India y Nepal ocurre estrictamente lo contrario. Para ellos, un renunciante, alguien que ha abandonado todas las comodidades del mundo material y que no aspira a más que a unas limosnas, es un hombre con «espíritu de superación». Y los aprecian por ello. La ciencia ficción es un conglomerado de trozos del pasado con las ilusiones y supersticiones del presente. Para la «gente de la calle», como para Hollywood, el siglo XXV es la escenografía del foro romano con un japonés vestido de kimono y sentado en la silla de Amenofis III, un montón de plástico y computadoras con un poco de canto gregoriano de fondo. Cuando la gente habla de «realidad», lo que quiere decir es «realismo». El realismo es el sueño de la realidad, es la voluntad de aproximación a una concepción particular y paradigmática del Universo y la existencia humana en una determinada época. Por el contrario, la ficción fantástica es la voluntad de alejarse de esa misma concepción paradigmática. En cualquiera de los casos no podemos saber nunca cuál es verdaderamente La Realidad. Solo realidades hay.

-«Universal e Incuestionable» -repitió en tono de burla-. No me hable difícil. Usted habla así porque no tiene los pies en la tierra.

-Los pies en la tierra (otra frase célebre). Puede ser -dije tomando otro poco de café, para molestarlo aun más-. Siempre hice el esfuerzo por mantener los pies en la tierra. Pero esa extraña condición de ser humano me ha llevado a veces a despegarme unos centímetros del suelo. Yo siempre admiré a las vacas que pastan todo el día en el campo. Esos animalitos sí que tienen los pies en la tierra!

El hombre de los ojos colorados me tiró la mesa por encima. Se armó un escándalo que no vale la pena detallar. Más tarde me avergoncé de mi actitud de adolescente. En la logia siempre se me enseñó a someter las pasiones a la razón, al cálculo, a la armonía. Libertad, igualdad, fraternidad. Por mi cuenta descubrí que la humildad siempre es grata entre los hombres porque les evita el dificultoso trabajo de rebajar al prójimo. Siempre es más cómodo, más simpático, que el otro reconozca por sí mismo que es un tarado.



- X -

Comienzo a recordar cosas que las torturas habían echado al olvido. Vuelvo a soñar, aunque pesadillas. ¿Qué clase de nuevo hombre producirá este renacimiento?

En mi último sueño yo mataba a Selva y a Chabalgoity, bajaba corriendo las escaleras, cruzaba una 18 de Julio vacía y volvía a subir las escaleras de otro edificio conocido. Llegaba exhausto a una puerta señalada con el número 902 y entraba. Era el apartamento de Selva, en el Once. Ahora ella y Chabalgoity estaban sentados en el living, hablando con alguien más. Un hombre fumaba de espaldas a mí. Primero era Ramón, un amigo de la infancia; después Facundo B., el uruguayo amigo de Chabalgoity. En la conversación repitieron las mismas cosas que dijeron una vez en el apartamento de Facundo, en Pocitos, aunque con deformaciones.

-Sobre todo a partir del crack del 29 -decía Chabalgoity, hundido en las sombras de un rincón-. Cuando las profecías de Marx parecían cumplirse. Las comadrejas rojas festejaban y las yanquis corrían histéricas. Un año después, aquí más abajo, los lagartos derrocaban al Peludo. Comenzaron a tomarle el gusto al juego y repitieron en el 43.

-¿Los industrialistas?

-Sí. Aquel principio de autoabastecimiento dejaba ver la hilacha germanófila.

-Pero la marina, en cambio, prefería a los ingleses, no?

-Claro, claro. Pero lo que preocupaba a las comadrejas del norte eran los gustos de los cabecitas negras. Al fin y al cabo, la Democracia Subdesarrollada seguía existiendo. Eso se puso en evidencia con la amenaza de la chusma peronista (que antes era la chusma radical) cuando comenzó a gritar, «Braden o Perón».

Selva tenía un montón de papeles sobre la falda. Los miraba con atención mientras los otros hablaban. Ella como yo conocíamos de mucho antes las ideas del vasco. Muchas veces habíamos oído esas predicciones de golpes de estado en todo el continente.

El otro ahora era Philip Agee, el agente de la CIA que un colaborador de Chabalgoity había localizado en Montevideo, en 1964. Yo lo había visto solo en una foto, junto con el general Aguerón.

-En ese momento -seguía Chabalgoity con más agresividad- las comadrejas del norte decidieron asegurarse la Casilla del sur, la retaguardia. Nosotros gramos el patio trasero.

-¿Cómo supone que procedimos? -preguntó Agee, con calma.

-Quisieron conquistar a los lagartos. Pero pero! había que contener a los cabecitas negras consolidando la vieja oligarquía. Entonces inventaron una nueva elite dentro del ejército argentino: los gorilas. ¿Conoció alguno?

-Cómo no.

-Era la época de la paranoia macartista.

El lugar de Agee volvía a ser ocupado por Facundo B. Selva no dejaba de leer informes.

-Las comadrejas gritaban: «O se está con las comadrejas yanquis o se está con las rojas». Y los gorilas repetían: «O se está con las comadrejas yanquis o se está con las rojas. Muera la comadreja roja y sus pichones!» En el 61, recuerda?, la Gran Comadreja Roja anunció que después de Cuba seguía la Argentina. Los gorilas apoyaban los puños contra el suelo y golpeaban con los pies. ¿Recuerda el encuentro con Fidel?

Por momentos soy yo mismo el que está sentado frente a Chabalgoity. En las manos tengo la foto de Frondizi con Fidel. Frondizi sonríe.

-Y luego: Frondizi con el Che en la residencia de Olivos. Los gorilas hipaban y se golpeaban el pecho. De nada le sirvió al presidente inaugurar un cursito de guerra contrarrevolucionaria en la Escuela Superior de Guerra; ni que se declarase públicamente anticomunista. «A papá!», se decían los gorilas. Usted sabe que para un neurótico obsesivo todo indicio en contra es una prueba a favor. Como para la Inquisición, como para los macartistas. O se estaba con las comadrejas yanquis o se estaba con las rojas.

Para Chabalgoity, el maniqueísmo político de la Era Moderna era una herencia de la Inquisición (como los actuales juicios). O se estaba con Dios o se estaba con el demonio. O se era comunista o se estaba a favor del imperio yanqui. Los métodos similares utilizados por la Inquisición del siglo XIV y los Conservadores del orden en el siglo XX parecían confirmar su teoría. Decía: la democracia nace en Grecia (no olvidar que hoy también hay esclavos); si un día se descubriese que fue otro pueblo el inventor, ese pueblo sería como el griego: politeísta y un poco escéptico. Entre los antiguos egipcios convivían el politeísmo y el poder absoluto del Faraón. El conflicto estalló con el surgimiento (natural) del monoteísmo: con el dios Atón. Egipcios, judíos, cristianos y musulmanes son conducidos por un Caudillo. En Varanasi, a orillas del Ganges, un hindú me hacía notar que su religión poseía varios dioses y aceptaba los dioses ajenos. «Es una religión democrática -me dijo riéndose, y luego, señalando a un grupo de musulmanes-. En cambio ellos...» Pero el espantoso sistema de castas (me respondió Chabalgoity) pertenece a una sociedad que desde siempre creyó en la reencarnación. (Según el Bhagavad-Gita, Krisna creó las cuatro divisiones. Sudras y brahmanes son obra suya. La sociedad hindú es tan democrática y tolerante que hasta un intocable puede alcanzar el ideal de todo hombre: convertirse en un sannyasa, es decir, en un mendigo. De esa forma, un apestoso despreciable puede convertirse en Venerable Apestoso). Luego volvía a insistir: El absolutismo hunde sus raíces en las religiones monoteístas. Nuestra tradición masónica siempre se opuso al poder absoluto de la monarquía. Los jesuitas, la policía religiosa de la época, luchó contra nuestros propósitos, buscó reimponer el poder del Papa. Nosotros nos alejamos de aquellos dogmas para construir una sociedad racional, científica y tolerante. Quisimos un altar para todas las religiones. Integramos en nuestras logias al Islam, al cristianismo y al judaísmo. Construimos la mente del hombre moderno, lo que quisimos que fuera y lo que no quisimos, también: el individuo libre, pero también el capitalismo a través de los templares; la democracia política y la tolerancia, pero también el pensamiento marxista a través del Iluminismo y el positivismo científico. Luego el comunismo derivó en una forma de absolutismo contra la cual siempre luchamos. Conservó nuestros principios de Igualdad y Fraternidad, pero abandonó nuestra lucha por las libertades individuales. Negó las grandes religiones, pero reprodujo lo peor de ellas: su sistema monárquico y absolutista. Ahora, en nuestro continente la lucha es contra las dictaduras militares, contra la CIA, contra ese gran país del norte que nosotros mismos fundamos: los Estados Unidos de Norteamérica.

-¿Se acuerda de Musich? -había preguntado el Chabalgoity del sueño, aunque también en el apartamento de Facundo se había tocado el mismo caso.

-No -había contestado Facundo.

-Economista y empresario de la ultraderecha. Lo acusaron de marxista. Imagínese.

-Habría leído El Capital.

¿Y los sucesivos cross de derecha: 1955, 1962, 1966, K.O., and O.K.

Los uruguayos llamaban a la Argentina «L.P.» (33 revoluciones por minuto). Todavía no sabían que el disco de la CIA iba a tocar en casa. También recuerdo unos graciosos argentinos, unos periodistas de cuarta que jugaban a desestabilizar a Illía. Para ellos, los dibujitos de Landrú iban a derrocarlo. Hasta que llegó Gorila Onganía y les cerró La tía Vicenta por un chiste que no le gustó. Según Chabalgoity y G.N., la CIA había puesto en manos de Onganía la doctrina del West Point, o doctrina de la Seguridad Nacional. Doctrina copiada y recitada luego de memoria por todos los generales del continente. La serie de golpes -decían Ch. y G.N.- será como un juego de dominó y comenzará ahí, en Uruguay. De eso podíamos estar seguros. Agee, Robert Hill y otros infiltrados en los puestos más estratégicos están al tanto de este proyecto, desde hace una década. La misma resistencia que está en la calle y las comadrejas rojas que venían detrás serían la excusa, parte fund-da-men-tal de ese proyecto americano. Una de sus mejores habilidades políticas consistía en hacer confundir las causas con los efectos. Después de diez años la gente no sabría si primero estuvo el huevo o la gallina. Recordar lo del Cordobazo, la Noche de los Bastones Largos, Onganía, Levingston, Lanusse. La mejor estrategia contra un poder oculto, es actuar en secreto. Como lo hicimos nosotros, desde hacía siglos.




- XI -

Entro al caserón pensando que está vacío, pero enseguida advierto a alguien que se retira de una ventana. Una muchacha de pelo castaño sale corriendo sin mirar hacia donde estoy yo. En el patio se detiene un instante, duda, finalmente parece reconocerme. Digo su nombre, tratando de confirmarlo:

-¿Victoria?

Me disgusta haber encontrado a alguien allí, y más que ese alguien sea ella, precisamente. No la soporto, a pesar del tiempo. Levanta las cejas y sonríe. Es tan bonita como cuando niña. No sé de qué me habla. Estoy un poco tonto; no soporto los reencuentros con viejos conocidos; ellos siempre hacen preguntas, abruman. A ella le debe pasar algo parecido porque de repente unas sombras rosadas se hacen visibles en sus mejillas blancas. Con una mano acomoda un mechón de pelo, brillante, detrás de una oreja. Yo le pregunto algo a lo que ella responde con una explicación: con frecuencia viene a la casa. Estudia arquitectura y ahora está preparando una monografía sobre las quintas montevideanas de la Belle Èpoque. Y debía hacerla ahora que estaban por demolerla. Ahora soy yo el que hace las preguntas y ella que

-¿Cuál?

-Esta -dice-, van a levantar una torre aquí.

Se muerde los labios que aun sonríen y mira hacia la casa, pensativa. La sonrisa cambia a otra expresión de preocupación. Responde preguntas que no le formulo, lo que prueba su posición desfavorable en este momento. Hace dos años que se casó con Raúl Williman. Papá está en Montbéliard.

-Vos lo conocés.

-¿Raúl?, Raulito -me viene a la memoria-, el de las arañas, ¿no?

-El mismo.

-Caramba... -digo yo. Parezco tarado. Rectifico: soy un tarado. Ahora me mira un poco desconfiada. El encuentro ha caído en un pozo y no se me ocurre nada que lo arregle. Así es mejor; nos despedimos de una vez y cada uno por su lado como siempre. Es ella la que viene al rescate: sonríe, me invita a su casa.

-Esta noche no puedo. Tal vez mañana.

Dice que mañana tiene una fiesta, pero yo puedo (o debo) ir.

-¿Por qué?

-Porque es la fiesta de una amiga que yo conozco, aunque no me acuerdo.

-Vamos, primito -me dice con una ternura desconocida. Después vuelve a hablar con esa soltura estúpida y fingida, común en ella.

Selva y Chabalgoity sugieren que vaya. Selva me habla de fulana y fulano que son así y asá, la hija del embajador, la hembra del ministro. Todos juntos en el Carrasco Lawn. Están todos y estoy Yo, sustancias incompatibles. Entre los Otros y Yo hay algo, una interfase. Mi cuerpo. Está muy bien vestido de blanco y negro, se baja de un taxi, una mujer lo mira a los ojos. Ese cuerpo me representa, pero no soy Yo exactamente. Ahí está Victoria con un vestido azul o negro. Me presenta a Raúl. Le extiendo la mano. Raúl acaba de molestarse conmigo, creo. Enseguida se dio vuelta para saludar a otro que pasaba. Admito que tuve la culpa; otra vez estaba distraído. Hay que estar más atento, gil. El ruido y el whisky van a empeorar las cosas. Así no se puede estar atento; es imposible pensar cuando hay tanta concentración de gente. El razonamiento se entorpece y se embotan los sentidos. El Yo se diluye unos gramos. Baco vomita, los bacanes comienzan el baile, la fiesta se anima con el Murciélago de Strauss. Todos hablan al mismo tiempo. Una mujer de labios rojos y gruesos acaba de preguntarme algo, a lo cual yo contesto que soy amigo de la novia. Pone una mano sobre mi brazo y elogia el vestido de Victoria (Siempre Victoria). Parece tonta. Me habla de la reencarnación y me detalla sus gustos: prefiere el Johnnie Walker negro al rojo, Chanel Nº 5, Palito Ortega y los cuadros de Salvador Dalí, sobre todo ese de los relojes. Miró también es un gran pintor.

-Y usted -pregunta acordándose de mí-, ¿qué músico prefiere?

-Wagner.

-¿Wagner?

-Sí. Alguien me dijo una vez que cuando sepa apreciar como se debe a Berlioz me dejaría de gustar Wagner.

-¿Y?

-Sigo sin apreciar como se debe a Berlioz.

En frente, un hombre calvo y de bigotes blancos, se esfuerza por hacer reír a una mujer un poco más joven que está a su derecha:

-Ahora las mujeres se casan menos que antes. En lugar de buscar marido, como en mis tiempos, se preocupan más por conseguir un empleo.

(Risas y risitas).

-La culpa no la tienen las mujeres -responde otro desde la cabecera-. Si hoy en día hay tan pocos matrimonios y la tasa de natalidad es tan baja, la culpa la tienen los cada vez más perfectos Sistemas de Seguridad Sociales. Si no fijate, Tita: ahora se hacen aportes a la caja de jubilación y quedate tranquila. Antes se hacían hijos. Fijate lo que pasa en Europa.

Y allí Enriqueta Etchegaray. «Podés creerlo o no -le dice a la mujer de los labios rojos-, pero es un hecho que el rock'n roll ha pasado a ser la coronación oficial de la ceremonia religiosa (del casamiento). Una curiosa incursión del vudú en el cristianismo».

Que New Orleans y que Marie Laveau. Vieja conocida y remaquillada. Por suerte no me reconoció. Profesora de música. Seguro se jubiló y no tiene más nada que hacer que esto. Ahora discurre (como el alcohol por sus venas) por nuevas y fantásticas deducciones: para llegar hasta Fabini, completa y plenamente, hubiéramos necesitado un Nietszche, mientras que para el candombe basta con un psicólogo, hecho que demuestra la existencia de diferentes niveles y, por supuesto, la superioridad de Campo sobre la bámbula.

Típico: Enriqueta es una representante de una raza moderna que no sabe otra cosa que sacar deducciones disparatadas de elementos insólitos; como la relación que puede haber entre las aguas del Nilo y los fluidos vaginales (Moisés por Freud), entre el número cinco (tres más dos según los neo-alquimistas) y la cópula heterosexual, entre la simetría del palacio de Versalles y la homosexualidad (a lo Bruno Zevi), entre los ojos de Edipo y sus testículos, entre el pato Donald y el Imperio Yanqui, entre un pararrayos y un rollo de papel higiénico. En fin.

Y hablando del Imperio, seguro ese es Diego No, el que se acerca al mozo. Pobre muchacho; con barba y sin corbata es como llevar la bandera cubana a un meeting del Ku Klux Klan. Y, Rosita! Estoy frito. Ahora Enriqueta me reconoce y -beso-beso. Cierto, era un enano de jardín y ahora mido uno ochenta. Pero cómo iba a olvidar a Rosita? Usted la llamaba Rosa Sinfonía, porque su parto había sido allegro-adagio-largo y andante-minué y (por fin) vivo molto allegro.

-Pero qué memoria muchachito!

Qué memoria nada. Solo recordaba aquel absurdo que luego deduje buscando alguna relación entre esas expresiones italianas y el nacimiento de mi amiguita.

-Pero ahora no sé, Gervasio, por qué la nena me salió una dodecafonía.

Ya sabía. Ahora tengo que aguantar esto. Y todavía esa forma horripilante de hablar: barroco, tipo adjetivo a mansalva. Bueno, nos sentamos, al fin. Por lo menos una mesa entre la profesora y yo. La mujer del perfume Chanel ya está pasadita. Caminando, caminando, ese Johnnie se la llevó hasta el séptimo cielo. Podría disimular al menos. Justo ahora que en esta mesa me reconocieron. ¿No digo que los conocidos son gente incómoda? Todos están un poco pasados a esta altura. Están tocando el tema de un tipo, amigo de una que está en la otra mesa, que es marica. Este tema es una costumbre de sobremesa entre gente medio-conocida. Muy significativo. Rosita iba a hablar de una amiga que -por suerte la movida rockera la interrumpió y salieron todos a bailar, menos Enriqueta. Pese a la amenaza de tal compañía, yo tampoco salí. La mujer del perfume me agarró de una mano, pero debió irse sola al no poder vencer mi resistencia. Bailaba y echaba cada mirada que cualquier hubiese adivinado que terminaríamos en esto. Levantaba los brazos, movía las caderas, una vuelta completa y volvía a mirar. También Enriqueta comenzó a mirarnos cuando advirtió el jueguito. Mal candidato para tu dodecafonía era yo. Si la champaña no me engañó, también Victoria me había hecho una señal para que saliera a bailar. Como me negué, me sacó la lengua, como cuando éramos chicos. El olor a Chanel se hace insoportable. Se debió bañar con medio frasco y ahora duerme muy cómoda.




- XII -

Noviembre

Es sorprendente la cantidad de pelo que perdí en los últimos días. Me miro en el espejito; parezco más viejo, como si el tiempo estuviera acelerado. A través de la imperfección del bronce pulido puedo ver las arrugas profundas que cruzan mi frente, cierta debilidad en las cejas que caen rendidas sobre los ojos. Sentí vergüenza esta tarde al bajar al patio. Vergüenza o pudor; no quería que me vieran así.

Esta tarde, al pie de las escaleras, poco antes de salir al patio, ocurrió un pequeño incidente. Gregorio se separó del grupo y encaró a uno de los pasillos que conducen al segundo patio o a la salida. Los guardias tardaron en reaccionar y creo que hasta él mismo se sorprendió de su osadía.

-No, yo no! -gritó con sus enormes ojos llenos de miedo. Herían lo miró con desprecio. Gregorio temblaba perdido en medio del pasillo. Después de un tiempo incomprensible, los guardias corrieron hacia él y lo empujaron contra el grupo de presos que miraban en silencio. Alguien gritó «suelten, carajo», pero hicieron como si no hubieran escuchado nada.

Recordé las palabras de Matías: «En el fondo nos tienen miedo». Parecía absurdo, pero allí estaba el guardia del pasillo, pálido y sudando frío, con la mandíbula petrificada.

Contra el muro Matías no hizo ningún comentario. Ayudó al Manco a sentarse en su lugar, me anunció algunas nubes que no llegaron y se durmió a lo largo de la sombra estrecha del muro. Unos años antes hubiera dicho que aquel incidente del pasillo era otro anuncio del inminente levantamiento armado. «Van a venir por nosotros -decía- y por ello hay que estar alerta. ¿Cómo? Prestando atención a cada uno de sus gestos, de sus movimientos. Ellos (los guardias) lo sabrán antes que nadie. Saben que cuando llegue el día deberemos hacerlo». Pero, ¿por qué no nos matan antes?, le preguntaba yo, y él se encogía de hombros o respondía: «Son lo suficientemente sádicos para no hacerlo». Yo me daba cuenta de que de haber un segundo levantamiento armado, el último lugar donde buscarían los revolucionarios sería aquí. Teníamos diferentes opiniones sobre la ubicación geográfica de la prisión. Matías decía que nos encontrábamos en suelo uruguayo, sobre la frontera norte, quizá en la región que reclaman para sí Brasil y Uruguay. Para el Manco estábamos más allá de Misiones, posiblemente en el límite con Paraguay. Según mis cálculos, el más realista era el Manco, aunque creía (y aun lo creo) debíamos estar en territorio brasileño. Matías prefería su hipótesis. Quería seguir esperando un segundo levantamiento. No tenía en cuenta que los únicos involucrados con el MLN y otros grupos subversivos éramos él y yo. Ambos de formas muy diferentes (siempre le oculté datos que lo hubieran dejado completamente solo).

Me duele imaginar su infinita espera de la señal exterior. Lo veo sostenido de los barrotes de su ventana, mirando las otras ventanitas del pueblo, controlando el orden invariable de las campanadas de la iglesia, el movimiento monótono de los paisanos, el rugido siempre igual del camión que llegaba cada fin de mes, en la misma ausencia inquietante del camión, desde hace ya ocho o nueve meses. También lo veo recibiendo la esperada señal y ocultándomela con prudencia y temor. También tenía terror al delirio del Manco. La tarde cuando el viejo salió al patio con la mirada perdida, sentimos que se había muerto. En su rostro cansado se notaban aun los restos de un terrible tormento y, al mismo tiempo, una especie de alivio o liberación, como la que se tiene al despertar de una pesadilla. Creímos que había sido torturado de nuevo, después de muchos años, quizá en el Pozo. Nunca hablamos sobre eso. No quisiera imaginar si un día bajo al patio y me encuentro a Matías alertándome de la presencia cercana de nuestros camaradas, porque sé que jamás vendrán. No quisiera imaginar el momento en que descubra que todos perdieron la razón, que soy el último ser del planeta que no se ha dormido aún y que está despierto para presenciar la danza final de los demonios.

Sin embargo debo reconocerlo: algo los preocupa. Suben a la torre, miran con largavistas, bajan, vuelven a subir. Por menos falta que la de Gregorio, antes lo enviaban al Pozo. Ahora están blandos (¿por el miedo?).

Pocos conocieron el Pozo; otros lo imaginamos y lo sufrimos en sueños. El pozo fue el castigo que tocó al Manco por intentar escapar, meses antes de que yo llegara a la cárcel. Abrió una puerta, otra, se perdió en los pasillos de la cárcel una noche y fue descubierto al amanecer. Lo arrastraron como a un perro hasta una pequeña puerta metálica y la cerraron detrás suyo. Se quedó de pie sobre una cornisa, delante de la nada. Eso era el Pozo: una cueva oscura y húmeda con una rampa. Se cree que la rampa baja hasta un pantano lleno de cadáveres. El viejo estuvo ocho días, soportando el hambre y el frío. Otros más fuertes no salieron, y los que salieron quedaron atrapados en una semimuerte alucinante.

Casi al terminar la tarde vi dos personas desconocidas caminando por el pasillo superior. Iban de la torre a una de las celdas. Parecían gente del campo. (¿Uno de ellos era mujer?). Apenas pude verlos. Esperé que volvieran a salir para mostrárselos a Matías. Pero se los tragó las sombras.




- XIII -

Soy consciente de que este tipo de encierro (hermético e injusto) tiene sus consecuencias en la salud. ¿Dije lo terrible que es descubrirse de repente atrapado en uno mismo? En ocasiones tropiezo con una extraña idea, siempre al acecho: los Otros fingen la realidad; no hay nadie allí donde yo veo cuerpos y caras. Y si los hay, sin duda son seres extraños a mi naturaleza, una suerte de actores moviéndose en el gran escenario del mundo para hacerme creer que no estoy solo. Me pongo a dar vueltas en la celda y caigo sin sentido. Camino por el pasillo, bajo las escaleras y me veo por un instante desde arriba. Pienso en la obsesión de Munch para no sentirme tan solo. Otras veces pienso si no fui una especie de invento fracasado al que abandonaron finalmente, y la Creación se olvidó de disolverme en la inexistencia. Miro mi celda; estoy rodeado de cosas: el catre, el peine, el jabón, el espejito de bronce, la letrina, la frazada con su agujero en el centro, una revista vieja con una mujer rubia y de perfil mirando al futuro consumidor de una Coca-Cola bien helada, Susana Jiménez dándose vuelta para decir: SHOCK! Todas esas cosas están rellenas de presente y, al mismo tiempo, poseen un movimiento sutilísimo. Todo cae. El Universo entero está cayendo y me doy cuenta qué es eso: es el tiempo recorriendo mis venas, mi cerebro. Puedo verlo en la actitud inmóvil de las cosas, como se lo puede ver en el disco de un reloj sin segundero. Todas esas cosas han permanecido ahí, rodeándome por años, con un único objetivo: mantenerme con vida. Para qué! ¿Para qué esa lógica al servicio de un objetivo desconocido? Todas han cumplido su función: alimento, abrigo, higiene, pasatiempo. Son como las cosas indispensables que un viajero pone en su maleta antes de un largo viaje. Objetivo: hacer que el viajero llegue hasta la última estación. Pero aquí...

Diferente a los tigres y a las garzas, el hombre es un ser fallado. Ha nacido con el defecto de poder formularse preguntas que no podrá contestar jamás. Un ser eternamente insatisfecho, resentido por su propio defecto, como un niño enojado con una realidad que nunca termina por aceptar. Y la realidad más fuerte quizá es eso: todo lo que el joven Siddharta descubrió al salir del palacio donde todo era posible, al abandonar la niñez donde era aun eterno. Fue aplastado por el horrible espectáculo de las desgracias humanas. Aplastado, como un mosquito (que una vez fuera un dios) por la invencible muerte. Pero el mosquito no se resigna a la realidad. Inventa el arte, las religiones, organiza sociedades, las destruye, escribe poemas, acumula riquezas y conocimiento, laboratorios, fama, monumentos.




- XIV -

No quedan dudas, están aquí. Siento que los había estado esperando desde siempre, desde aquellas interminables tardes mirando por la ventana, desde la primer noche de insomnio.

Estaba tendido en el catre cuando volvieron. Quise incorporarme y descubrí que no podía moverme. Inválido de pies a cabeza. Miraba la grieta de la pared. Aparecía resaltada por la luz rasante de la luna. Parecía el río de un planeta devastado por una sequía mortal, una especie de Nilo sin agua. Todavía podía mover los ojos, pero no podía dejar de mirar la grieta. El tam-tam del tambor sonaba como un corazón agitado, cada vez con mayor fuerza. «Vienen por mí», pensé sin desesperación. Los caballos golpeaban sus patas alrededor de la cárcel. Una y otra vez, como una ola que se acerca y se disuelve en la arena, los gritos agudos de guerra.

Los había estado esperando. Me había quedado despierto hasta muy avanzada la noche, siguiendo el recorrido de la luna en las paredes, entre algunas inusuales nubes de tormenta. Otra vez en el misterioso y fascinante silencio de las sombras. Cuando uno desafía al sueño y la intimidad de la noche, está violando alguna ley. Mantenerse despierto es atravesarla, como se atraviesa un túnel, un río desconocido, un bosque lleno de una mezcla misteriosa de crímenes y secretos, de sexo y religión.

Aparecieron justo cuando comenzaba a vencerme el sueño. Primero me alarmó el ruido de unos pies arrastrándose por el pasillo. Luego desaparecieron y me dormí sin poder reaccionar. Hasta que sentí una explosión, algo semejante a una bomba de silencio, como si hubiera quedado sordo y comenzara a escuchar los alaridos furiosos y desesperados de las primeras noches. Abrí los ojos y vi mis pies y mis manos levantándose en las sombras. Todo mi cuerpo se estiraba en el aire, con dolor. Estaba a punto de reventar; yo era Tupac-Amaru. Esa era mi muerte, absurda, inimaginable, desconocida. Al fin llegaba como lo había previsto: de sorpresa.

Pero no. Hubo una última gota de lucidez, y, sin saber lo que decía, dije: «Aún no debo morir» (¿Qué significado puede tener un deber semejante?). Entonces, todos mis músculos se relajaron, obedeciendo la orden o la plegaria. Me desplomé en el catre, agotado hasta el límite, como en aquellas noches infernales de la frontera. Sudaba. Tal vez logré dormir dos minutos más. Luego sí, pude ponerme de pie.

Esta vez sí, pude verlos. Habían encendido una hoguera y danzaban alrededor, formando un círculo de movimientos mecánicos. Uno, fuera del alcance directo de la luz, tocaba el tambor. Dentro del círculo, el brujo hacía señales mágicas, pretendiendo atemorizar a quien estuviese mirándolo. El brujo, aunque austero y rústico, se distinguía del resto por sus ornamentos, propios del que ostenta poder. Dando vueltas a la cárcel, cuatro jinetes, rápidos como diablos, arrastrando por el aire larguísimas colas de caballo, negras o rojas de sangre. El centro no estaba dentro del círculo; estaba en un grupo de mujeres desnudas a un costado. Se movían como algas marinas en las profundidades. Entre ellas, una mujer blanca. (Creí reconocerla, pero sin duda me equivoqué). Estaba desnuda, y aun así no reflejaba la agresividad que produce la pérdida de pudor, el cambio del elemento femenino por el de hembra.

Pronto advertí que el motivo de la ceremonia era yo mismo. Todos miraban hacia mi ventana, y a pesar de la distancia, cada vez se me hizo más evidente.

Mi falta de credulidad, de temor y de respeto, debió obligarlos a replegarse. Mantuve la mirada fija en la mujer blanca. Por su condición de hembra y de diferente, por su fuerza centrípeta, debía representar la fuerza del grupo. Ella fue la primera en detener la danza, la primera en rendirse a la vergüenza. Luego los otros cubrieron a sus mujeres con mantas y se retiraron como sombras. La tierra comenzaba a distinguirse del crepúsculo.

Procuro aclarar el significado de este misterioso ritual. Si descarto una farce con un mensaje político, debo recurrir a mis antiguos estudios sobre mitología. Trataré de analizar en detalle la superstición del santo mártir, la calavera en la piedra, la peregrinación anual. (Estamos en noviembre, mes trágico desde los orígenes del tiempo. Los persas lo llamaban el Mes del Ángel de la Muerte. Para los antiguos anglosajones era el mes sangriento, y similares connotaciones tenía entre los celtas, entre los indios de toda América y hasta lo tiene hoy entre los primitivos australianos. En noviembre ocurrió el Diluvio, y en noviembre terminó para comenzar un nuevo mundo. En este mes se recuerda en todo el mundo le jour des morts. Tampoco descartaré la actuación de un grupo de Templarios. Los conozco; obsesivos de las reconstrucciones simbólicas, serían capaces de llegar hasta este grado de peligros ridiculez. Y no olvido que fui Master Mason, que defendí y refuté el gnosticismo y la intriga, el orden subyacente del Universo que le confiere un Sentido y las ceremonias payasescas de las logias, el Gran Arquitecto Ordenador y las preocupaciones superficiales del simbolismo numérico. Gran Maestro o Aprendiz; los masones de estatura menor siempre se las arreglaron para consumar algún sacrificio, la reconstrucción eterna del asesinato de Hiram Abiff).




- XV -

Thomas Becket fue asesinado en la catedral de Canterbury reconstruyendo la muerte de Hiram Abiff de Tiro, arquitecto del templo de Salomón. También el capitán William Morgan, por revelar altos secretos masones. La lista es extensa y no vale la pena entrar en detalles. Hay sí, un caso de gran trascendencia. El 21 de noviembre de 1963, J. F. Kennedy hizo una breve travesía por Jornada del Muerto. Luego visitó el hotel Rice (Temple Houston). El día 22, el primer presidente católico de los Estados Unidos fue asesinado en Dealey Plaza, con un disparo en la cabeza. Una misteriosa fotografía muestra, en ese momento, a tres «vagabundos» desfilando en el escenario del crimen (Hiram fue muerto por tres mediocres artesanos). En una esquina de la plaza, en el siglo XIX, estuvo la casa del venerado maestro John Bryan. Oswald, y su diminutivo Oz, significa «Poder Divino». En gaélico, el nombre Kennedy es Cennaideach, y significa «ugly head», o «wounded head» (cabeza herida). J. F. Kennedy fue baleado en la cabeza, cerca de un roble. La insignia de los Kennedy en Eire es un roble. Un golpe en la cabeza había acabado con la vida de Hiram.

De los primeros templarios, en el siglo XI, se derivaron varios grupos secretos. Aquellos nobles que dominaron Jerusalén por noventa años, absorbieron en Medio Oriente dos influencias, decisivas y contradictorias: la tolerancia de los musulmanes, en contraste con los sangrientos cruzados, y la estrategia del complot terrorista de Hassan-I-Sabbah (o Hassan Ibn al-Sabbah). Su secta, los llamados Asesinos, por regresar al paraíso revelado por las drogas (asesino, del árabe hashshishin, que significa «tomadores de hachís»), eran capaces de matar y suicidarse. Los cruzados lograron arrasar y ocupar Jerusalén gracias a las luchas internas que provocó Hassán entre los árabes.

Los Masones promovieron levantamientos libertarios en Rusia, en Francia, en Norteamérica; unificaron Italia. (Las huellas secretas están por todas partes: en los francos franceses puede leerse «Liberté, Egalité, Fraternité»; en el billete de dólar americano, el Great Seal, el ojo en el triángulo sobre la pirámide). Fueron masones Goethe, Mozart, Kipling y Breton, Garibaldi y Churchill, Voltaire, Diderot, Montesquieu y Rousseau, Benjamin Franklyn, George Washington, Simón Bolívar, San Martín, José Martí y Salvador Allende.

La contradictoria historia de los Templarios se prolonga con otros oscuros descendientes. La sociedad Vehmgericht (Holy Vehm o Sainte Vehme) de Westphalia, a través de la tradición de los Asesinos de Hassán. Esta cofradía poseía sus propias leyes (como los Templares y los Jesuitas), y su propio sistema de jurisprudencia. Castigaban a los que infringían las leyes «cristianas» con la tortura y la muerte. El acusado no podía defenderse; solo se limitaba a escuchar el veredicto. Podía ser declarado Vogelfrie (libre como pájaro) o ser dejado en libertad para luego cazarlo como un perro. Sainte Vehme aportó el modelo para la SS (Schutz Staffel). El propio Hitler no era ajeno a esta tradición. Fue miembro de la secta Thula; intentó recuperar el Santo Grial por intermedio de conocidas familias escocesas, descendientes de los templares que huyeron al norte. Restauró por completo el cuartel general de los templarios teutónicos en Marienburg.

(No olvidar las supersticiones locales: el santo mártir del pueblo, cierta leyenda que desconozco o no puedo recordar).




- XVI -

La mujer blanca de la danza estuvo hoy en la plaza mayor. Ayer por la noche había llegado al pueblo un auto blanco, modelo antiguo, probablemente taxi porque se marchó enseguida. Y esta mañana la vi. Con camisa blanca y pantalón negro, atravesó la plaza hasta el roble seco. Apoyó una mano en el tronco y se quedó mirando hacia el pueblo, quizá hacia la calle principal que pasa por la plaza menor de la iglesia. Nadie camina por esas calles de arena. Cuando el sol calcina, la gente desaparece de los toldos y las campanas de la iglesia dejan de tocar. Solo los perros van de una sombra a la otra.

Hubiera jurado que la mujer de la plaza era Victoria R. A pesar de la distancia y de mi vista debilitada, reconocí su rostro, la forma de pararse y de inclinar la cabeza hacia un costado cuando estaba pensando. Era su retrato perfecto de aquella época, es decir, no podía ser ella. Ahora tendría ocho años más, treinta y cinco. No es ella. Prefiero que así sea.

Ya nada me preocupa. Ni siquiera ese mal que en poco tiempo me ha dejado sin pelos y sin cejas. Me están envenenando.

Cuando nuestra civilización haya terminado (completamente, ya que aun deben quedar restos), cuando haya pasado mil años de polvo sobre el mundo y Nueva York, y Tokio, y Moscú sean el subsuelo de alguna granja, de alguna nueva prisión, de algún nuevo campo de concentración, o de alguna imprevisible selva o desierto, cuando la superficie terrestre se encuentre arrasada por la basura humana y los hombres deban cambiar de casa, recluyéndose en las profundidades del mar y de los hielos, cuando los hombres abandonen el hemisferio de los continentes por el hemisferio de los océanos y el centro del mundo sea lo que fueron las Malvinas o el Congo, alguien volverá a descubrir estas ruinas que se levantan cada día más sobre una inexplicable llanura de pasto seco, de árboles enanos, de caminos abandonados, y encontrará esto, unos escritos extraños, seguramente fantásticos para los nuevos hombres, y quizá tendrán con ello una muestra de lo que fue nuestro mundo vergonzoso, porque tal vez yo sea un buen ejemplo de la decadencia de una especie que supo ser grande, que supo ser la joya de la creación. Alguien (que ya presiento del otro lado de mis palabras) interpretará estos signos. Habrá otra ventana distinta a la mía, otras paredes, otros murmullos de olas arrastrándose en la arena, un banco de plaza, un sol extraño o parecido a éste. Habrá alguien que me devuelva a la vida (a su vida). Estaré muy lejos de aquí, soñando con lo que fui mil años antes. Seré libre y seré Otro, al fin.

Algún lugar del mundo, noviembre 1981.





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