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En el año de 1597 se publicó en Inglaterra un edicto contra los vagos, incluyendo entre ellos a los Cómicos. (Hanmer.) Véase también la nota 35 del Acto I.

 

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Ya echará de ver el lector que en todo este pasaje duerme profundamente el Padre del teatro inglés. Aquí se trata de las compañías de Cómicos que representaban en Londres a fines del siglo XVI, entre las cuales tenían mucho aplauso la de los Músicos de la Capilla Real y otra que llamaron de Children of the revels. (Niños de la diversión) las cuales por el concurso que atraían excitaron la envidia de los demás Cómicos, como se ve en esta escena claramente. Cuán grande sea el desacierto de poner en boca de Hamlet tales discursos, no hay para que ponderarlo. Letourneur confiesa de buena fe, que en este pasaje Shakespeare se aparta un poco de su asunto. En efecto, se aparta un poco.

 

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 Imitando la voz de POLONIO

 

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 HAMLET declama este verso en tono trágico y los que dice poco después. 

 

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A esta especie de catálogo que hace Polonio, de los varios géneros de piezas dramáticas que se representa han en tiempo del Autor, pudieran añadirse otros muchos que se hallan en la obra de Erskine Baker, citada en la nota 22 del Acto primero. Nuestros Poetas, aunque no han pecado menos que los ingleses en confundir los géneros y estilos, han sido más moderados en dar a sus piezas denominaciones arbitrarias y ridículas. En nuestro teatro no se conocen más clases que estas. Auto, Comedia, Tragicomedia, Tragedia, Sainete (que no es más que Comedia en un acto) Entremés (que equivale a Farsa) y Zarzuela (que es lo mismo que Opera Cómica) y ningún autor español ha dado a sus dramas otros nombres que estos. No obstante, el Abate Betinelli en su obra de Il Risorgimento d' Italia. cap. 3 dice, hablando del Teatro español. Nuevos nombres inventaron para tan nuevas representaciones. Una se llamaba, Comedia de capa y espada; otra, de dos partes o jornadas; otra, de tres ingenios, Autos Sacramentales, Alegóricos Historiales y otras extravagancias semejantes a estas. Es lástima, por cierto, hallar en un Literato de tan conocido mérito, equivocaciones que desacreditarían a un pedante foliculario y superficial. Ningún autor español ha dado el nombre de capa y espada a sus Comedias; aunque vulgarmente se llamen así aquellas en que no entran personajes heroicos, para distinguirlas de las demás. Los Autos, sean de composición alegórica o historial, nunca han tenido otro nombre que el de Autos: y el ser una pieza de dos o tres jornadas de uno o más ingenios, no es circunstancia que la quite el ser rigurosa Tragedia o Comedia, ni el formar dos o tres o más fábulas de un solo personaje, quiere decir que los géneros se alteren y confundan. Ifigenia en Tauris, no es más que una segunda parte de Ifigenia en Aulide, y una y otra son Tragedias. Ircana en Julfa, e Ircana en Hispaban son la segunda y tercera parte de la Esposa Persiana y todas tres, Comedias arregladas, de las mejores del teatro italiano. En este debería haber buscado el docto Betinelli ejemplos de extravagancia, que no hallará tan abundantes, ni en el español, ni en el inglés, ni en otro alguno de Europa; y es ciertamente demasiada generosidad atribuirnos la invención de tales ridiculeces, cuando Italia puede reclamar este elogio que se la debe de justicia. Véanse aquí unos cuantos nombres de los que sus autores han dado a las piezas dramáticas, y juzgue el que sea imparcial, a quien pertenece por excelencia el título de inventor. Archicomedia caprichosa-moral. Anatopismo músico. Archidrama musical. Acción Regi-cómica moral. Comedia infernal. Comedia tropológica. Comedia tragicomedia en Comedia. Comi-drama. Capricho satiri-cómico. Drama heroi-cómico-histórico. Drama civil y rústico. Drama melo-trágico. Dramática grotesca. Etopeya trágica. Fábula eteroclita. Fábula trágico-regia-pastoral. Inventiva pastoral-escénica-representable. Ópera heroi-tragi-satiri-cómica. opera anagramáti-cómica. Parábola sacro-dramática. Representación heremítica espiritual. Tragicomedia ideal Tragicomedia pastoral piscatoria. Trágico-sátira. Tragi-comedia pastrocómica-tricumena. Si no bastan los títulos citados véase la Dramaturgia de León Alacci y se hallarán algunas docenas más; pero estos solos prueban suficientemente que el erudito italiano procedió con suma ligereza y absoluta ignorancia de la literatura extranjera, que faltó a la imparcialidad de buen crítico y que, fingiendo lo que no existe, se olvidó de que en su tierra se habían escrito Archidramas, Anatopismos y Etopeyas, y Fábulas eteróclitas y anagramáticómicas, infernales, heremíticas y tricumenas.

 

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Hay quien ha creído que por Escena indivisible deba entenderse Escena fija: sacando de aquí la consecuencia de que en tiempo de Shakespeare había ya quien escribiese dramas con unidad de lugar; pero como no hay autoridad ni documento que apoye esta opinión, ni se dice quien fue el Poeta que tales obras compuso, ni quien las imprimió, ni quien las vio; no será temeridad presumir que jamás habrán existido. Estas piezas y las tres Comedias de Lope escritas con arte y las mil Tragedias atribuidas a Malara, por quien no sabe el trabajo que cuesta hacer una, pueden ponerse en la lista de los bienes deseados.

 

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En este pasaje y el anterior en que habla de Jephté, se alude a las copias devotas o villancicos que se cantaban por las calles, en tiempo del Autor.

 

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Hamlet habla con un muchacho, que hace papel de mujer.

 

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Algunos eruditos han creído que Shakespeare quiso en estos versos (sean suyos o ajenos) burlarse del estilo declamatorio, hinchado y retumbante; otros, que no los han hallado defectuosos son de contrario parecer. Esta variedad de opiniones nace sin duda de que todos ellos han dado por supuesto que Shakespeare no podía hacer ni aprobar cosa que no fuese perfecta. Los que no le juzguen impecable, hallarán estos versos muy dignos de su pluma: fantasía robusta, imágenes atrevidas, expresión gigantesca, pompa de estilo, mucha descripción, adornos inoportunos, viciosa abundancia; tales son las prendas que caracterizan éste y el siguiente pasaje y ellas delatan el verdadero autor. Las armas negras como la intención de Pirro la sangre cuajada, que le cubre de la frente al pie el aire de su espada, que postra al débil Príamo; el Ilión, que como si fuera sensible a tanto golpe, desploma sus techos; la rueda de la fortuna, precipitándose hecha pedazos desde el cielo hasta los abismos; Hécuba, que intenta extinguir con su llanto el incendio de Troya; Pirro, que deshace en trozos menudos el cadáver de Príamo; las estrellas, ojos del cielo, humedecidos en lágrimas, son expresiones o ideas tan propias del Autor de Hamlet, que equivalen a cualquiera demostración. Y si lo gigantesco, lo recargado, lo inoportuno y redundante de ellas, impide a sus apasionados reconocerlas por suyas; sirvan de compensación a estos defectos las dos excelentes comparaciones, de la calma que precede al rayo; y el golpe de los Cíclopes sobre las armas de Marte.

 

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 Todos los versos de esta escena los dicen con declamación trágica.