Harriet Beecher Stowe y Clorinda Matto de Turner: escritura pedagógica, modernización y nación
Friedhelm Schmidt-Welle1
La tendencia a la escritura pedagógica o moralizante, tan frecuente en la literatura estadounidense de los siglos XVIII y XIX, se ha interpretado hasta ahora como consecuencia del puritanismo reinante en las colonias anglosajonas, y en los Estados Unidos después de su independencia. Aunque esta crítica ideológica se ha convertido en un lugar común, quisiera argumentar que esta tendencia también existe en gran parte de la literatura latinoamericana del siglo XIX, y que se debe a la situación poscolonial de las sociedades en las Américas, y no (o al menos no exclusivamente) a ciertos aspectos del protestantismo.
En general, la crítica cultural les niega a los Estados Unidos y Canadá el status de sociedades y culturas poscoloniales, quizá más por el desarrollo de estas sociedades durante el siglo pasado y por la hegemonía política y económica actual de los Estados Unidos que por un análisis específico de este aspecto de su historia a partir de la independencia. Al mismo tiempo, no sólo se asegura el status poscolonial de las sociedades y culturas de América Latina, sino que incluso se aplican las nociones teóricas e interpretativas del «poscolonialismo» y de los estudios subalternos al análisis de los mismos. En este contexto, quisiera destacar que dudo de las posibilidades de la aplicación de categorías y metáforas totalizantes como «poscolonialismo» a contextos históricos que difieren sustancialmente de aquellos en que estas categorías se fundaron. Por supuesto, con lo dicho no quiero negar el carácter poscolonial de las culturas de las Américas en el siglo XIX. Los términos «poscolonialismo» y «situación poscolonial» los empleo en este trabajo, por tanto, considerando sus diferencias ideológicas2.
Me propongo, entonces, analizar las estrategias discursivas poscoloniales (no las del poscolonialismo) y la escritura pedagógica en el contexto de dos proyectos básicos de la literatura (en el sentido más amplio de la palabra) del siglo XIX: el proyecto de construir la identidad nacional o la nación, por una parte, y el de una modernización tanto socioeconómica como estético-literaria, por otra. Voy a realizar este análisis mediante una interpretación de un ejemplo de la literatura decimonónica de los Estados Unidos y otro del Perú. Se trata de Uncle Tom's Cabin, de Harriet Beecher Stowe, publicada como novela por entregas en 1851/52 y como libro en 1852, y de la novela Aves sin nido, de Clorinda Matto de Turner, publicada en 1889.
Lo que salta a la vista al leer las dos novelas, es el hecho de que ambas escritoras sienten la necesidad de legitimar su proyecto narrativo mediante un prólogo explicativo. En el prefacio de Uncle Tom's Cabin, Beecher Stowe, en un tono entre profético y patético, reclama la función pedagógica del arte. Dice que «the poet, the painter, and the artist... breathe a humanising and subduing influence, favourable to the development of the great principles of Christian brotherhood»
(Stowe 1977: XI). Sostiene que la literatura debe provocar en los lectores simpatía y misericordia por la «raza africana»
, denunciando su explotación y represión. La literatura, y las artes en general, deben mejorar la vida de la Humanidad cristianizada. El proyecto, en este sentido, no es uno de ilustración, sino de educación sentimental cristiana a nivel nacional y supranacional. Clorinda Matto de Turner, en su proemio, igualmente demuestra su afán reivindicador, su amor por «los pueblos chicos del Perú»
, y la esperanza de que la literatura sirva para mejorar las condiciones de vida de estos pueblos causando misericordia en los lectores3. Exige de la novela una fiel imagen de la realidad «con la consiguiente moraleja correctiva»
(Matto de Turner 1968: 37) de las costumbres; es decir, la novela debe servir para introducir los problemas sociales en los debates nacionales (Kristal 1987: 133).
Ambos proyectos narrativos parten de un concepto altruista del amor al «Otro» o al subalterno. En ambos, este amor al prójimo se define dentro de las jerarquías sociales de las respectivas sociedades de la época, es decir, se convierte en un paternalismo cuyos sujetos letrados hablan por, pero también en vez de los «Otros» representados en su escritura. Al mismo tiempo, se trata de proyectos reivindicativos respecto de las «razas» explotadas, de los esclavos afro-americanos en los Estados Unidos, y de los indígenas en el Perú, respectivamente. Las dos escritoras muestran su afán de integrar los grupos étnicos minoritarios (o supuestamente minoritarios en el caso del Perú) en la nación, tanto a nivel socio-económico como espiritual. En este contexto, la literatura debe servir como un impulso que facilita esta integración a través del mejoramiento del pensamiento y de las costumbres de las clases altas. Se trata, en suma, de cristianizar no sólo al «Otro», sino a los propios cristianos, con el fin de causar misericordia en ellos mismos. Y en el caso del prefacio de Matto de Turner, se trata también de reformar la Iglesia para hacer posible esta integración. El afán reivindicativo con respecto a los esclavos afro-americanos y los indígenas no impide, por otra parte, ciertos rasgos positivistas y hasta racistas en ambas novelas. Sobre todo en el caso de Beecher Stowe, estos elementos fueron criticados por autores afro-americanos como James Baldwin (1949).
Los dos paratextos se pueden inscribir en tradiciones ideológicas y literarias que podríamos llamar «afro-americanista» e «indigenista», respectivamente. Empleo la noción «afroamericanista» en el sentido de una transferencia de la noción «indigenismo» al contexto de la representación discursiva de las culturas afro-americanas estadounidenses por escritores ajenos a estas culturas (en un sentido socio-cultural y no racial). Es decir, tenemos que diferenciar entre literatura afro-americana -escrita por representantes de estas culturas- y literatura afro-americanista -escrita por representantes ajenos a ellas- de la misma manera que diferenciamos entre literatura indígena e indigenista (Mariátegui 1989; Cornejo Polar 1978). En este contexto, es característico que las dos escritoras mencionen en sus prólogos su conocimiento directo de la vida y del ámbito social de los grupos étnicos representados por ellas. Sólo la referencia al valor testimonial de su escritura sobre las culturas de los «Otros» garantiza la legitimación del discurso de los agentes letrados como representación «auténtica» de los que supuestamente no tienen voz ni letra. Por supuesto, la transferencia de una categoría teórica latinoamericana al contexto estadounidense antes mencionada no debe prescindir de la especificidad y de las diferencias históricas del momento.
La diferencia más notable entre los dos prefacios es la manera en que se consideran los aspectos estéticos. A pesar de que la novela de Matto de Turner se publica casi cuarenta años después que Uncle Tom's Cabin, el peso de los modelos estético-literarios europeos sobre su escritura parece mucho mayor que en el caso de Beecher Stowe. La escritora estadounidense ya no siente la necesidad de definir el programa estético de su novela. Se limita, más bien, a indicar la función extratextual de la literatura, es decir, su afán pedagógico y moralizador. El proemio de Matto de Turner, en cambio, pone especial énfasis en la estética y poética de su novela. Según la novelista peruana, la novela debe «ser la fotografía que estereotipe los vicios y las virtudes de un pueblo»
(Matto de Turner 1968: 37), y la importancia de la novela de costumbres radica en la posibilidad de una reforma de estas costumbres. De esta manera, inscribe a su propia escritura en la tradición del naturalismo tal como lo había definido Émile Zola en Le roman expérimental, de 1880, y al mismo tiempo en la tradición del costumbrismo español e hispanoamericano. Además, reflexiona sobre el desarrollo de la literatura nacional en su época. Según Matto de Turner, en el Perú, «la LITERATURA se halla en su cuna»
(p. 37)4. Y termina el proemio afirmando que con su novela quiere señalar «puntos de no escasa importancia para los progresos nacionales; y haciendo a la vez, literatura peruana»
(p. 38). El progreso de la sociedad en general se asocia, entonces, de manera estrecha al progreso de la literatura nacional. La modernización socio-económica equivale a la modernidad estético-literaria5
Me detuve tanto en el análisis de los prefacios de las dos novelas porque me parece que la definición de los proyectos narrativos refleja en gran parte las estrategias discursivas de Uncle Tom's Cabin y Aves sin nido, aunque éstas no son una mera ilustración de los programas formulados en los prólogos. En el caso de Matto de Turner, el prólogo es, además, una síntesis de las intenciones programáticas del Círculo Literario, el grupo que se formó alrededor de Manuel González Prada. Sus miembros rechazaron la estética de Ricardo Palma quien se propuso idealizar y embellecer la realidad6 (Kristal 1987: 127128, 133). Las intenciones del Círculo Literario se pueden resumir en los siguientes puntos fundamentales: fundar una literatura nacional con sus propios temas y su propia estética que reflejen la realidad histórica, por una parte, y contribuir al mejoramiento de las costumbres cumpliendo una función pedagógica, por otra. Lo mismo se puede afirmar, a grandes rasgos, en cuanto a las intenciones de Beecher Stowe que, perteneciendo a lo que (quizá con un poco de exageración y un intento de rígida canonización) se ha denominado American Renaissance (Matthiessen 1946), y sintiendo más seguridad en cuanto al estado independiente de la literatura estadounidense de los modelos europeos, no hace tanto énfasis en la fundación de la literatura nacional como Matto de Turner.
Pero el paralelismo de los conceptos político-pedagógicos y estéticos de las dos escritoras podría encubrir las diferencias fundamentales del contexto socio-político e histórico-literario en que sus textos se producen. Clorinda Matto de Turner reconoció estas diferencias en una ponencia ante el Ateneo de Buenos Aires en 1895, refiriéndose sobre todo a la situación de las mujeres intelectuales, de «las obreras del pensamiento»
, como las denomina ella. Escribe al respecto:
(Matto de Turner 1902: 250-251) |
Pese a la situación poscolonial tanto de los Estados Unidos como de América Latina en general, y del Perú, en particular, hay importantes diferencias con respecto al sistema literario, al espacio público, la difusión y recepción de libros, y con respecto a las posibilidades de participación de las mujeres en la vida literaria y pública durante el siglo XIX. Como indica Matto de Turner en el párrafo antes citado, el número de mujeres que ejercían labores en los campos del periodismo, la literatura, la educación en los Estados Unidos, era mucho mayor que el de las mujeres que trabajaban en estos campos en América Latina. Afirma Matto de Turner que «lo que en Europa y América del Norte constituye una profesión honrosa y lucrativa, en América del Sur es casi un defecto»
(p. 253). En los Estados Unidos, se registra, durante la primera mitad del siglo XIX, un proceso constante de consolidación, profesionalización y comercialización del sistema literario. Mientras que en América Latina las revistas culturales y literarias del siglo XIX, o las que se dedican al menos en parte a estos temas, logran vender apenas unas docenas de ejemplares, el Harper's New Monthly Magazine, fundado en 1850, llega a un tiraje de 200.000 ejemplares en 1860. Al mismo tiempo, se establece un mercado del libro en los Estados Unidos, fortalecido por las especificidades socio-culturales del país: el establecimiento temprano de imprentas, la división del trabajo entre editoriales y librerías, la fundación de grandes bibliotecas, y, sobre todo, el alto grado de alfabetización. A finales del siglo XVIII, cerca de 50% de la población sabía leer (Breinig/Halfmann 1985: 30-46), sobre todo como resultado de la instrucción religiosa. Esta institucionalización tiene consecuencias inmediatas en la producción literaria (Gilmore 1985): la profesionalización de los escritores y de las escritoras que viven de su trabajo intelectual (sea de la literatura o del periodismo) es un proceso aun anterior al de las metrópolis europeas. En cambio, en América Latina, la prohibición de la importación y producción de libros de ficción hasta finales de la colonia7, el desarrollo histórico de la «ciudad letrada»
descrito por Ángel Rama (1984), y las altas cifras de analfabetos (se estima a los posibles lectores de literatura en alrededor del 2% de la población) impidieron la institucionalización del sistema literario culto durante casi todo el siglo XIX. La profesión literaria en el sentido de una estricta división del trabajo no se realiza antes del modernismo (Ramos 1989: 62-69).
Con respecto a la situación de las mujeres intelectuales, se pueden comprobar procesos equivalentes, como ya indican las cifras que menciona Matto de Turner. Las escritoras de las elites culturales en los Estados Unidos participan en la democratización del espacio público y de la vida cultural. La canonización de los autores masculinos del American Renaissance como «clásicos» de la literatura estadounidense, que estuvo en vigencia hasta hace poco, no se realizó durante el siglo XIX, sino a partir de los años 40 del siglo XX, en gran parte por el New Criticism (Breinig 1985: 18), en aquel entonces influyente no sólo en los Estados Unidos, sino también en América Latina. En cambio, durante el siglo XIX, las novelas sentimentales de escritoras como Beecher Stowe, Susan Warner, Maria S. Cummins y otras, no sólo se convirtieron en bestsellers, sino que gozaron además de la apreciación de la crítica literaria a nivel nacional e internacional (Tompkins 1985: 147-149) a pesar de las polémicas que causó, por ejemplo, Uncle Tom's Cabin8. Pero esto no significa que la literatura de estas autoras tuviera un afán emancipatorio. Se les atribuyó una calidad específica de describir e interpretar el mundo privado y lo sentimental. De esta manera, se manifestó la determinación biológica positivista de los géneros en el siglo XIX (Opfermann 1996: 80 ss.). Las calidades «naturales» de la mujer se reducen a la descripción literaria del espacio privado, a pesar de su inscripción en el espacio público por vía de sus actividades profesionales. Muchas de las escritoras estadounidenses del siglo XIX aceptaron esta atribución escribiendo sobre «la naturaleza de la mujer o de lo femenino, respectivamente»
(Tompkins 1985: 150-160). Harriet Beecher Stowe no es una excepción al respecto (Adams 1989: 50-60; Kimball 1982: 173182). Incluso en Uncle Tom's Cabin, las protagonistas admiten con frecuencia que la política es una profesión de la cual deben ocuparse exclusivamente los hombres. Las pocas veces que ellas intervienen en esta política, siempre lo hacen desde una perspectiva privada, y para atenuar las consecuencias que tiene la política oficial a nivel nacional en la vida de sus prójimos.
Al mismo tiempo, en América Latina, las posibilidades de las mujeres para entrar en el espacio público son muy reducidas. Autoras como Clorinda Matto de Turner y Juana Manuela Gorriti solamente tenían la posibilidad de publicar sus escritos cuando estaban dispuestas a hacerlo en revistas con un tiraje mínimo y de muy poca difusión (Canepa 1994: 269-281). Las dos son excepciones en el sentido de que no se limitan a la narrativa o la poesía sentimental, sino que escriben artículos sobre política, cultura y situación de la mujer en periódicos y revistas, es decir, que no se identifican con la supuesta determinación biológica de la mujer ni con la reducción de sus obras a los temas del «buen hogar»
(Küppers 1989; Torres-Pou 1990). Además de estas posibilidades limitadas para entrar en el espacio público, las escritoras latinoamericanas, igual que los escritores, escriben para un público muy reducido, para la élite de la «ciudad letrada».
A pesar de estas diferencias, tanto en los Estados Unidos como en América Latina, la literatura y las actividades culturales realizadas por mujeres quedan al margen de los discursos hegemónicos y de la definición de los conceptos de la literatura nacional. Si bien en los Estados Unidos el mercado se abre a la producción literaria de mujeres, las estructuras patriarcales quedan intactas, y la producción y recepción de textos de autoras se apega a las normas convencionales de lo «femenino»
y lo «masculino»
(Opfermann 1996).
Las estrategias pedagógicas de Beecher Stowe en Uncle Tom's Cabin se manifiestan en diferentes niveles: en el nivel de varios de los personajes representados en la novela; en el de los comentarios intercalados de un narrador omnisciente; y en el discursivo en general. En el primer nivel, estas estrategias se refieren a la educación de otros personajes de la novela según los intereses específicos de los que quieren educarlos. Se representan afanes pedagógicos de diferentes grados. Haley, por ejemplo, el tratante de negros a quien Mr. Shelby vende su esclavo Tom, se declara a favor de tratar bien a los esclavos afro-americanos y de «civilizarlos»
porque quiere venderlos al mejor precio posible. Su expresa renuncia a tratarlos con violencia no es la consecuencia de un humanismo paternalista, como él afirma (Stowe 1977: 13-14), sino de su afán por no deteriorar la calidad de la mercancía, de sus «fancy articles»
(p. 13). Dice que «[...] a little humanity, thrown in along, goes a heap further than all your jawin' and crackin'; and it pays better, says I»
(p. 15). Al mismo tiempo, este trato «humano» de los esclavos les educa en el sentido de convertirlos en serviles y obedientes a los deseos de sus negreros: «Niggers, you know, that's fetched up properly, ha'n't no kind of 'spectations of no kind»
(p. 15).
Mr. Shelby, en cambio, representa el humanismo paternalista que Haley se atribuye a sí mismo. Habla con y sobre sus esclavos en un tono condescendiente, pero siempre paternalista. Los trata bien dentro de los límites de la legalidad y legitimidad de la esclavitud que no cuestiona. Es caracterizado como un gentleman complaciente y de buena voluntad que representa «the mildest form of the system of slavery»
(p. 16). Mrs. Shelby es el carácter más positivo de todos los personajes de la novela. Aun los esclavos la caracterizan como un ángel y un modelo de caridad cristiana. Al mismo tiempo, es la persona que pone mayor énfasis en la necesidad de instrucción y educación (religiosa) de los esclavos (p. 40):
(p. 18) |
Además representa, dentro del grupo de los negreros, las posturas más radicales. En el momento en que su marido la confronta con la necesidad de vender a Tom y al hijo de Eliza, la sirvienta más querida por ella, Mrs. Shelby duda de la legitimidad del sistema de la esclavitud, apoyando su juicio en el sentido común, y se vuelve abiertamente abolicionista.
(p. 41) |
El afán de los negreros de Kentucky, descritos por Stowe al comienzo de su novela, por educar a sus esclavos puede parecer poco convincente en el contexto histórico del rígido sistema esclavista que se convirtió en una de las causas de la guerra civil estadounidense. Pero hay que considerar las diferencias entre la esclavitud en los grandes latifundios productores de algodón en el extremo sur de los Estados Unidos y la esclavitud de estados como Kentucky, Virginia o Maryland. Cabe señalar que estos últimos a finales de los años 40 del siglo XIX se convirtieron en productores de alimentos para los latifundios, y que por esto requerían otras formas de trabajo más especializado (Pfeisinger 2000: 121-123). Por una parte, estas diferencias aclaran la afirmación de Stowe con respecto a la forma menos violenta del sistema de la esclavitud que, según ella, fue la de Kentucky (Stowe 1977: 16). Por otra, este sistema menos brutal de esclavitud se presta a las estrategias pedagógicas de la autora, porque pone a su disposición un número mayor de diferentes caracteres dentro del sistema de la esclavitud.
Este hecho queda bastante claro en la descripción de otro grupo de personajes de la novela que es asociado permanentemente con fines educativos, es decir, los mismos esclavos. Sobre todo el caso de George, el marido de Eliza Harris, es significativo al respecto. George, quien es tratado de manera brutal por su negrero, justifica su rebelión contra el sistema de esclavitud con su mayor educación cuando afirma:
(p. 23) |
Su propia educación y la falta de la misma en su negrero son la legitimación de su rebelión, como se desprende también de la diferencia que él construye entre su situación y la de su esposa que por ser tratada bien y por haber obtenido una instrucción religiosa cristiana por parte de los Shelby, tiene el «derecho»
de obedecerles (p. 24). Aunque en esta escena de la novela, George manifiesta su carácter rebelde, su rebelión se refiere exclusivamente al sistema de la esclavitud y no al de los valores educativos ofrecidos por los blancos, tanto negreros como abolicionistas. Los negros en general, y sobre todo el protagonista Tom, se identifican con la educación y la instrucción religiosa cristiana de los blancos. En la novela, los esclavos afro-americanos nunca manifiestan creencias o sistemas educativos que sean propios de sus culturas de origen.
La identificación de los esclavos afro-americanos con la religión cristiana fue mayor en los Estados Unidos que, por ejemplo, en Cuba o en el Brasil, porque en Norteamérica la importación de esclavos se había prohibido a comienzos del siglo XIX, y los esclavos, en su gran mayoría nacidos en los Estados Unidos, no tenían una conexión tan fuerte con sus culturas de origen como los de América Latina (Pfeisinger 2000: 124). Pero la identificación con la cultura de los opresores no sólo es una muestra de lo que Frantz Fanon ha descrito como el fenómeno de peau noire, masques blancs
(Fanon 1965). La absoluta falta de referencia a las culturas y sobre todo a las religiones de origen de los esclavos afro-americanos es también el resultado de una operación estratégica de Beecher Stowe, que, apoyándonos en los conceptos teóricos sobre el carácter heterogéneo de las literaturas indigenistas latinoamericanas (Cornejo Polar 1978, 1982), podríamos llamar «negrista»
o «afro-americanista»
.
Obviamente, Beecher Stowe retrata las culturas afro-americanas desde una perspectiva externa a los ámbitos de estas culturas. Pero aunque idealiza a los esclavos afroamericanos, y sobre todo al protagonista Tom, a quien retrata como un carácter sumamente bueno y hasta santo, no se percibe ningún elemento de las culturas propias de los esclavos en su descripción. Su proyecto es integracionista hasta el punto de negarles a los esclavos su cultura de origen. En este contexto, las diferencias entre blancos y negros se reducen a su situación social, es decir, a la esclavitud como sistema de explotación económica y represión política, pero nunca cultural. El afán de la autora consiste en la condenación de la esclavitud, pero su abolición no se conecta con una reivindicación de las culturas africanas y afro-americanas. Esto se nota más claramente en el caso de las creencias religiosas, que se reducen a la religión cristiana basada en la lectura de la Biblia.
Este proyecto de integración cultural y espiritual es más visible en el segundo nivel de la escritura pedagógica de Beecher Stowe, es decir en los comentarios de un narrador omnisciente que, como veremos en adelante, expresa las opiniones de la misma autora. Esta voz omnisciente dirige la palabra directamente al lector pidiéndole misericordia para con los esclavos y expresando la condenación de la esclavitud y del tráfico de negros (Stowe 1977: 56, 77, 95). Es una voz que habla primordialmente en nombre del amor al prójimo y de la moral cristiana en general, pero al mismo tiempo da cuenta de las condiciones sociales bajo las cuales ciertas ideologías se desarrollan, sobre todo en el caso de los esclavistas del sur de los Estados Unidos. Recuerda a los blancos en el norte del país que su propia condena de la esclavitud es contradictoria porque participan en el tráfico de esclavos de manera indirecta, aprovechando las ganancias de dicho sistema económico. Es decir, que a pesar de que los argumentos abolicionistas son en gran medida argumentos éticos, en última instancia, se trata para la autora de una cuestión política más allá de la actitud social de ciertos individuos. Son, como afirma varias veces la narradora omnisciente, las leyes de la esclavitud las que determinan la ideología de los ciudadanos.
Pero cuando esta narradora omnisciente hace referencia a la cultura de los esclavos afro-americanos, muestra su desprecio profundo hacia ella. Las únicas referencias que hay son a la música y a la danza, que se califican de salvajes, grotescas, cómicas, bárbaras (pp. 11, 241). Este desprecio nunca es cuestionado en el texto. Beecher Stowe se identifica por completo con la voz omnisciente de la novela, como se desprende del último capítulo del libro en que habla de sí misma, justificando su escritura como un acto de revelar la verdad sobre las realidades sociales de su época. En este posfacio repite las acusaciones contra la esclavitud.
Al mismo tiempo, se hace explícito un tercer nivel de su escritura pedagógica: el nivel discursivo. La novela no sólo representa la educación de los personajes descrita hasta aquí, sino que aspira además a educar a los lectores. En una serie de preguntas retóricas y llamamientos abolicionistas, Beecher Stowe se dirige a sus lectores ideales tanto en el norte como en el sur de los Estados Unidos: los blancos ilustrados con una fuerte instrucción cristiana que deben abolir la esclavitud mediante la legislación. No basta una solución individual humanista basada en el carácter de los negreros «buenos» como Mr. Shelby o Augustine St. Clare en la novela, gente que no abusa de sus esclavos. Aunque la autora escribe: «There is actually nothing to protect the slave's life but the character of the master»
(p. 434), insiste en la absoluta necesidad de un cambio de la legislación. Afirma incluso que lo que dio lugar a la escritura de la novela fue la Fugitive Slave Law de 1850 (p. 436). En relación al cambio de leyes, aplica la palabra law en dos sentidos, mediante una perífrasis fonética que algunos personajes de la novela, y sobre todo los mismos esclavos, emplean. Law no significa solamente «ley», sino también Lord, es decir, «Dios». Existen, pues, dos niveles de leyes, el humano y el divino. En el sistema ideológico de Beecher Stowe, la ley divina no solamente es superior a las leyes humanas, sino que además debe influir de manera directa y explícita en la creación de estas últimas para que cumplan con el principio del amor al prójimo.
En el último capítulo o posfacio de la novela, Beecher Stowe también hace un resumen de su afán pedagógico. Para ella, la solución de los conflictos causados por la esclavitud a nivel regional y nacional, sólo se conseguirá mediante la integración de la población afro-americana liberada de la esclavitud y dotada de todos los derechos de ciudadanía en el Estado nacional. Pero este Estado no debe ser, al menos en su época, el que tiene en mente una de las figuras de la novela, George Harris, el esclavo escapado a Canadá que sueña con una «nación africana», con la «repatriación» inmediata de los ex-esclavos a Liberia. Para Beecher Stowe, los esclavos deben ser integrados en los Estados Unidos para fortalecer su educación y sobre todo su instrucción cristiana. Así, afirma:
(p. 439) |
Por una parte, esta opinión permite la integración de los ex-esclavos y se contrapone a la ideología de la separación de razas reinante en el norte de los Estados Unidos en esa época, ideología que la autora critica a lo largo de toda la novela. Por otra, requiere la liberación de los esclavos para que éstos adquieran la función de evangelizar al mundo africano de acuerdo no sólo con los valores religiosos de «la Iglesia del Norte», sino también de acuerdo con la ética, los principios políticos y la moral de la sociedad estadounidense. Aunque esta ideología no concuerda directamente con la del Manifest Destiny, porque no parte de la superioridad de la «raza» anglo-sajona, se podría entender como una versión bastante sofisticada de la misma idea en el sentido de proponer la conquista espiritual de un continente desde los Estados Unidos, llevada a cabo por afro-americanos que, según su descripción en Uncle Tom's Cabin, no conservan ningún rasgo de sus culturas de origen. Además, la idea de que la población afro-americana debe regresar al África después de haber disfrutado de la educación civilizadora de «la Iglesia del Norte», establece a todas luces la separación de razas, a pesar de que Beecher Stowe se declara en contra de un sistema de apartheid dentro de su propia sociedad.
Según la autora, los mismos esclavos requieren primordialmente la educación escolar para integrarse a la sociedad después de su emancipación. La posibilidad de concebir esta educación en otros términos, bajo otros valores que los de la sociedad liberal de su época, es decir, en un marco de resistencia cultural cuyo núcleo se expresa, entre otras manifestaciones, en la literatura afro-americana del siglo XIX (Jackson 1989), no forma parte del pensamiento de la autora.
En última instancia, la integración de los ex-esclavos en el Estado liberal mediante su educación conforme con las ideas hegemónicas del liberalismo decimonónico es un modo de reformar este Estado o de hacer posible una modernización política y socioeconómica que lo estabilice. Lo que está detrás de la escritura pedagógica de Beecher Stowe, es la angustia de que la represión de la población afro-americana conduzca a una revolución que podría cuestionar el poder de la clase anglo-sajona. Al final de la novela, dice al respecto:
(Stowe 1977: 441) |
En el caso de la novela de Clorinda Matto de Turner, la escritura pedagógica no es tan central como en Uncle Tom's Cabin, y no se manifiesta en una estrategia discursiva tan compleja como la de la novela de Beecher Stowe. Pero en Aves sin nido la escritura pedagógica también tiene una importante función, sobre todo en cuanto a la proyección de la cultura nacional al futuro y la «corrección»
de la moral social (Cornejo Polar 1992: 12-13). En este sentido, la semejanza más obvia con la escritura de Beecher Stowe, se da en los paralelismos entre educación (entendida en el sentido de instrucción religiosa, educación pública y aprendizaje de buenas maneras) y la jerarquización moral de los personajes de la novela. Es decir, los «buenos»
siempre son los bien educados, los «malos»
carecen de educación, de moral, de buenas maneras (Kristal 1987: 142; Matto de Turner 1968: 46-48) y, lo que me parece significativo, además carecen de un lenguaje sofisticado o al menos correcto independientemente de su status social. En este sentido, la educación es también una forma de corregir el lenguaje y una iniciación a la escritura. La alfabetización de las clases más explotadas -esclavos afro-americanos en Uncle Tom's Cabin e indígenas en Aves sin nido- es la conditio sine qua non para su integración social en el Estado y la cultura nacional. La lectura, sea la del libro sagrado en el caso de Beecher Stowe o la de manuales, novelas y leyes en el de Matto de Turner, sirve como clave para la entrada en el mundo «civilizado». La diferencia entre la escritura de Stowe y Matto es primordialmente una del espacio público, como ya hemos dicho al respecto de la situación de las escritoras en los Estados Unidos y América Latina en el siglo XIX. Beecher Stowe no escribe, como lo hace Matto de Turner, para una elite muy reducida de la ciudad letrada, sino para un público que incluye las capas medias, debido al alto grado de alfabetización de los Estados Unidos.
A pesar de que en Aves sin nido, la escritura pedagógica es menos visible, el ánimo correctivo de la obra y la moral social expresada en ella se hacen explícitos (Cornejo Polar 1992: 12-13). Incluso se ha constatado una obsesión enjuiciadora en la novela (p. 17). La oposición entre «malos» y «buenos» en cuanto a sus opiniones sobre la educación de los «Otros» y de los jóvenes en general es más notoria, pero también más esquemática que en la novela de Beecher Stowe (Manrique 1999: 42; Torres-Pou 1990: 3). Los protagonistas son figuras alegóricas que representan a los grupos y clases sociales del Perú, y hasta se podría decir que toda la novela es una alegoría nacional (Cornejo Polar 1992: 55-74). Los notables de Kíllac, es decir los «malos» de la novela, califican como «malas enseñanzas»
(Matto de Turner 1968: 57) todo intento de los Marín por mejorar las costumbres de los pueblos del interior, acabar con la explotación de los indígenas y educarlos. Fernando Marín, en cambio, afirma con respecto al afán del joven Manuel de seguir con sus estudios de Derecho: «[...] yo amo a esa juventud estudiosa y seria que encuentra en su propia inspiración el aliento para el trabajo [...]»
(p. 170). Además, los Marín estimulan la educación de las hijas de la familia Yupanqui, de las «aves sin nido» Margarita y Rosalía, y al final de la novela las mandan a uno de los mejores colegios de Lima.
Pero hay una diferencia significativa entre las dos novelas con respecto a los fines de la educación. Mientras que en Uncle Tom's Cabin la crítica de las costumbres y del status quo se dirige a las leyes estatales que permiten la esclavitud, en Aves sin nido, se critica la ausencia de hegemonía estatal. La explotación de los indígenas, la falta de protección de los subalternos, la represión de las mujeres, se deben precisamente a las costumbres locales de la provincia donde «la costumbre es ley»
(p. 48). Todo el sistema semi-feudal en los Andes peruanos se mantiene, según Matto de Turner, porque el Estado nacional carece de poder. En este sentido, la educación tiene la función de crear una cultura y una conciencia nacionales, una identificación con las leyes estatales.
Lo que está en el fondo de esta divergencia entre las dos novelas, es la diferencia fundamental entre los sistemas políticos de los Estados Unidos y del Perú o incluso de toda América Latina a pesar de la situación poscolonial de todas las sociedades de las Américas. Sólo la relativa estabilidad del Estado como entidad política parece permitir la crítica de su legislación. Es, en última instancia, una diferencia entre crítica al Estado y creación del Estado moderno lo que obra en los dos textos aquí analizados. De ahí se entiende también que Beecher Stowe critica el Estado nacional, y sobre todo a su sistema legal, en nombre de una ley superior, divina, y en nombre de la caridad cristiana, mientras que Matto de Turner sacraliza el progreso, la modernización política y social cuando habla, en Las obreras del pensamiento, del «fuego sacro que impulsa el carro del progreso»
(Matto de Turner 1902: 246). Mientras que en la novela de Beecher Stowe, las acusaciones más fuertes se dirigen a las instituciones y leyes del Estado, en Aves sin nido se critica, sobre todo, a los gamonales, a los caciques de las provincias del interior y a la Iglesia, es decir, a las instituciones y grupos sociales más conservadores de la sociedad peruana de la época. La Iglesia, en cambio, nunca es objeto de acusaciones en Uncle Tom's Cabin. En la novela de Beecher Stowe, los abusos de los esclavos por parte de «cristianos» se representan como un acto contra la caridad cristiana y contra la Iglesia. En la de Matto de Turner, los crímenes que comete el cura de Kíllac son el resultado de las estructuras de la Iglesia misma9.
A pesar del afán integracionista y reivindicativo de ambas escritoras con respecto a la posibilidad de inclusión de los «Otros» en el espacio del Estado y la cultura nacional, el final de ambas novelas parece indicar otra estrategia discursiva encubierta por la escritura pedagógica analizada en este artículo. ¿A qué fin conduce la educación de los «Otros» en Uncle Tom's Cabin y Aves sin nido? Uncle Tom, el héroe y mártir, muere al final de la novela de Beecher Stowe10, como mueren todos los héroes indígenas de las novelas de James Fenimore Cooper. Ni en las novelas de Cooper ni en la de Stowe se puede resolver la contradicción entre la reivindicación de los «Otros» y la supuesta necesidad de la modernización a expensas de la cultura de ellos (Sommer 1991: 52-82). Los únicos esclavos que se salvan en Uncle Tom's Cabin son Eliza y George Harris, pero su huida a Canadá se debe primordialmente a su aspecto «hispánico», su piel casi blanca, su carácter mestizo. Ambos no se representan como «negros» ni física ni psíquicamente, y su inteligencia y energía para huir de la esclavitud se atribuyen a sus rasgos característicos, parecidos a los de los protagonistas anglo-sajones del libro. Al final de la novela de Matto de Turner, resulta que Margarita, supuestamente hija de indígenas, es en realidad la hija ilegítima de un obispo.
Los indígenas y los afro-americanos reales, en cambio, son representados como figuras fatalistas que se conforman en gran medida con el status quo y la miseria en que viven. No son ellos los que transforman la situación social y política en la que viven, sino los blancos de la clase media-alta. Estos últimos figuran como agentes ideales de la modernización socio-económica y cultural: George, el hijo del negrero Shelby, es el liberador de los esclavos (Stowe 1977: 430-433). Los Marín no sólo protegen a los indígenas, sino que los integran en la nación mediante su educación escolar y su formación cultural, y lo hacen con el fin de modernizar la vida de las provincias del Perú, es decir, de favorecer el progreso socio-económico y político de la nación según su ideario liberal y positivista (Tarroux 1985: 112). La visión paternalista con respecto a los «Otros» incluye el encubrimiento del afán modernizador e integracionista. El menosprecio de la cultura de los «Otros» se disimula en y por la ideología indigenista o afro-americanista que funciona a la manera de una máscara que casi no permite ver los fines ideológicos de las autoras (Peluffo 2001). Por medio de la escritura pedagógica y sentimental, las dos escritoras proyectan una integración de los «Otros» a expensas de las culturas propias de éstos (Baldwin 1949; Peluffo 1998). La integración en el Estado y la cultura nacional, parece indicar el final de las dos novelas, sólo es posible mediante una asimilación completa al proyecto de la modernización social y cultural, cuyo ideal es el liberalismo representado por las dos escritoras. Liberalismo no solamente en el sentido de una ideología política, sino también en el de un programa discursivo y estético. En este sentido, las dos novelas comparten las características de lo que Leslie Fiedler, en su Love and Death in the American Novel (1960), ha denominado «liberalismo sentimental»
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