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ArribaAbajoCapítulo primero

El evangelio y el racionalismo moderno


Sumario

I. LA BUENA NUEVA.

1. In principio erat Verbum.- 2. Divinidad de la doctrina del Verbo hecho carne.- 3. La Buena Nueva.- 4. El In principio del racionalismo.- 5. Una página de Platón.- 6. Superioridad del Evangelio.- 7. La revelación evangélica es un acto, al mismo tiempo que una doctrina.- 8. Una palabra de San Atanasio.- 9. Milagros permanentes del Evangelio.- 10. Milagro de la conversión del mundo pagano.- 11. Milagro de la conversión social por el Evangelio.-12. Milagro de la conversión individual por el Evangelio.- 13. Jesucristo siempre vivo.- 14. El Evangelio siempre viviente.

II. EL EVANGELIO DEL RACIONALISMO.

15. La revelación evangélica y el libre albedrío de la conciencia humana.- 16. El Evangelio, según el racionalismo. Primeros años de la vida de Jesucristo.- 17. El Jesús de los racionalistas en Galilea.- 18. El Jesús de los racionalistas en Jerusalén. Invención póstuma de la Eucaristía.- 19. Último año del Jesús de los racionalistas. Demencia caracterizada.- 20. Seudo-resurrección de Lázaro. Muerte del Jesús de los racionalistas. Su no resurrección.- 21. El Jesús de los racionalistas no es ni Dios, ni hombre, ni aún un héroe de novela aceptable.- 22. El Jesús del racionalismo adorado por su autor.- 23. Base histórica y filosófica del sistema racionalista.- 24. San Papías.- 25. Los Logias de San Mateo.- 26. Texto íntegro de San Papías.- 27. Sentido real de la palabra Logia.

III. JESUCRISTO.

28. Pobreza del programa racionalista.- 29. El nombre de Jesucristo. El Cristo en el mundo antiguo.- 30. El Cristo en el Antiguo Testamento.- 31. El Cristo en las profecías.- 32. Imposibilidad de una usurpación del papel mesiánico.- 33. Jesús, Salvador en el día.-34. Jesús, Salvador en la historia moderna.- 35. Jesús, Salvador ante el Cristianismo. Lo que habría que destruir, antes de tocar a la divinidad de Jesucristo.


ArribaAbajo§ I. La Buena Nueva

1. «En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por él, y nada de lo que ha sido hecho se hizo sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la   —34→   luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron. Hubo un hombre enviado por Dios que se llamaba Juan. Este vino como testigo para dar testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, pero vino para dar testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Estaba en el mundo y el mundo fue hecho por él, y el mundo no le conoció. Vino a lo que era suyo, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, dio el poder de ser hijos de Dios, a aquellos que creen en su nombre. Que no nacieron de la sangre ni de la voluntad de la carne ni de la voluntad del hombre, sino de Dios. Y el Verbo96 se hizo carne y habitó entre nosotros, (y vimos su gloria, gloria como de Unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Ninguno vio jamás a Dios. El Unigénito que está en el seno del Padre, éste es quien le dio a conocer97.

2. Las profundidades de la Divina Trinidad, se habían entreabierto por vez primera en el nacimiento de los tiempos; a la hora en que Dios, fecundidad sin límites, dio su principio a los seres creados. Moisés había reanudado el primer anillo de la genealogía de los mundos, al Criador omnipotente, infinito, eterno, existiendo antes de todo principio y de quien recibió la vida todo lo que debió comenzar por ser. Por segunda vez resplandecen a nuestros ojos los esplendores de la Divinidad. «¡Por sobre todas las cumbres terrestres, dice San Agustín, más alto que las regiones del éter y que las alturas siderales, por encima de los coros angélicos se elevó el Águila, el Hijo del trueno! Medid todas las alturas que ha superado su vuelo, desde el punto de donde vino, para llegar allí.» Este es el seno mismo de la Divinidad en el cual nos ha introducido. «En el principio era el Verbo, el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios.» Era, no un elemento confuso, un germen que ha de desarrollarse por medio de una incubación laboriosa; era el Verbo, la Palabra interior, como dice Bossuet, el Pensamiento, la Razón, la Inteligencia, la Sabiduría, el Discurso interior, Discurso sin discurrir, donde no se deduce una cosa de otra por medio del raciocinio, sino la Palabra sustancial que es la Verdad, el Discurso eficaz que es Creador, la Razón permanente que es la fuente de toda vida, porque «el Verbo era Dios.» No estaba separada de Dios   —35→   su existencia, porque «él estaba en Dios;» no se hallaba confundida y sin distinción en la esencia divina, porque «él estaba con Dios.» Palabra eterna, en el seno del Padre, el Verbo, ha producido en el tiempo los seres criados. «Todo ha sido hecho por él. «Él ha cooperado directamente al conjunto y a cada pormenor de la creación; «nada de lo que ha sido hecho se hizo sin él.» Pero el mismo jamás ha sido hecho, puesto que era antes de todo principio; era Dios, en Dios, con Dios. Ser y hacer todo lo que ha sido hecho, he aquí la naturaleza y el poder del Verbo, Ser hecho, tal es la condición de todo cuanto existe por el Verbo. Así el Verbo «era la Vida;» no ya esta vida contingente, que está en nosotros y que no procede de nosotros, vida caduca, limitada, llena de oscuridad y de desalientos, sino la vida en la plenitud, en su misma sustancia, en su indestructible integridad, en su esencia radiante. «Se llama vida, dice Bossuet, ver, gustar, sentir, ir acá y allá, según su inclinación. ¡Cuán animal y muda es esta vida! Llámase vida, oír, conocer, conocerse a sí mismo, conocer a Dios, amarle, querer ser feliz en él, serlo por su goce. Esta es la verdadera vida. Mas ¿cuál es su fuente si no es el Verbo? En él estaba la vida, la vida era la luz de los hombres.»- «Y la luz brilló en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron.» Hemos medido el espesor de estas tinieblas palpables que cubrían el mundo desde el día en que rompiendo con «la vida que está en el Verbo,» se sentó la humanidad en la sombra de la muerte. Desde entonces hubo, entre el Verbo y su criatura, un abismo de separación, abismo más profundo, más tenebroso, más insuperable que el antiguo caos. Ya no penetraba la luz en estas bóvedas sombrías; el hombre no comprendía ya nada. Era preciso que descendiera el sol de los esplendores eternos hasta el fondo de las regiones oscuras y desoladas. Pero su aurora tuvo un rayo precursor. «El mensajero que debía preparar los caminos» al Verbo, esperado por Israel y por la humanidad entera «fue un hombre enviado por Dios; su nombre era Juan. No era él la luz pero era testigo de ella.» Entonces, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.» ¡Se hizo carne el Verbo, Hijo unigénito del Padre, Dios eterno, Dios creador, Dios infinito, omnipotente, inmutable, el que no tuvo principio nunca! No es ya aquí, como en el día de la creación, Dios todo entero, su pensamiento, su consejo, su providencia trazando cada lineamiento de la arcilla impura que será el hombre.   —36→   ¡Es Dios absorbiéndose todo él en el barro humano que se llama carne! Et Verbum caro factum est. ¡Palabra que debe pronunciarse de rodillas, que aventaja a todas las aspiraciones de una inteligencia criada, que aniquila todo orgullo humano, y que prenderá hasta la consumación de los siglos, incendios de amor! ¡El Verbo se ha hecho carne!   —37→   Acaba de arrojarse el puente sobre el grande abismo de separación entre la luz y las tinieblas. Los hombres sabían bien que existía este abismo; y tenían por do quiera Pontífices para restablecer el paso. Los hombres sabían bien que éste se hallaba roto entre el cielo y la tierra, y tenían constantemente en los labios la palabra Religión, para volver a unir la humanidad a Dios. ¡Pero el pontífice verdadero, de que era sólo una figura Aarón; el consumador de toda religión, es el Verbo hecho carne! Él es el mediador, que toca por una parte a las cumbres eternas, y se sumerge por la otra hasta las profundidades del abismo; apoderándose del hombre en su miseria para elevarle hasta a Dios; uniendo los extremos en su persona, Dios, para tratar con Dios, hombre, para reconciliar al hombre con Dios; Verbo encarnado para restablecer las vías de toda carne, y haciendo nacer, en una redención más admirable y más fecunda que la creación misma, por medio de una generación espiritual y sin nombre, hijos de Dios, que no lo son como él, por naturaleza, porque él solo es «el Hijo Unigénito del Padre,» sino que llegan a serlo por la adopción de la fe. «¡He aquí, dice San Agustín, el grande e inefable misterio!»

3. Concíbese que haya recibido esta revelación el nombre de Buena Nueva; Evangelium. Van a partir los heraldos encargados de anunciarla en el ergástulo de las ciudades romanas, a millares de esclavos cuya carne se halla destrozada por vergas, manchada por todos los caprichos de una voluptuosidad despótica, magullada por las cadenas, surcada por el diente de los leones; ¡el Verbo se ha hecho carne! ¡Estremeceos de alegría, en vuestros negros, calabozos o en las guaridas de la infamia, poblaciones encorvadas bajo el yugo de la muerte! ¡Y vosotras, almas abatidas en la ignorancia y el error, degradadas por un sensualismo brutal, víctimas de pasiones sin freno, más esclavas de vuestras concupiscencias que lo son de vosotros mismos las miserables criaturas humanas cuyo cuerpo y alma compráis por algunos centenares de sextercios, con las que cebáis como con un vil pasto vuestras lampreas favoritas, arrepentíos! ¡El Verbo se ha hecho carne! ¡He aquí la mejor, la nueva más grande indudablemente que la humanidad oyó jamás! Titúlase: Evangelio de Jesucristo. Retórico ¡os parece bien que se hubiera dicho: Evangelio de Juan, Evangelio de Lucas, de Marcos o de Mateo; como si esta buena nueva pudiera firmarse por nombre humano! ¿Pudo acaso hablar así hombre alguno? ¿Hubiera podido el genio del hombre entreabrir el seno del Padre, y describir la generación del Verbo, en los esplendores de la Trinidad? ¿Hubiera podido inventar jamás un hombre esos misterios de gloria, de amor y de magnificencia, cuyo primer término es la revelación de la esencia divina en toda su profundidad, cuyo término final es la afirmación más increíble de la ternura de Dios? Et Verbum caro factum est.

4. Cuando se constituye un hombre en revelador; cuando de lo alto de su gran genio solitario abraza de una mirada el problema de la humanidad, devorada por aspiraciones inmensas y rechazada contra su propia nada por los límites, las tinieblas y las incertidumbres de que se halla envuelta su inteligencia, escuchad la gran nueva que trae a todo un siglo y que reproducen los ecos de la publicidad, en medio del general estupor, y comparad, si tenéis ánimo para ello. He aquí el In principio, no ya «de un pescador de Galilea98, Juan, hijo del Zebedeo,» sino de un literato racionalista, que se expresa de esta suerte: «En cuanto se distinguió el hombre del animal, fue religioso, es decir, que vio en la naturaleza algo mas allá de la realidad, y para él, algo mas allá de la muerte. Este sentimiento se extravió durante millares de años de la manera más extraña. Entre muchas razas no pasó de la creencia en los hechiceros bajo la tosca forma en que la encontramos aún en ciertas partes de la Oceanía. En algunas, llegó a parar el sentimiento religioso a las vergonzosas escenas de carnicería que forman el carácter de la antigua religión de Méjico; en otras, especialmente en África, llegó al puro fetiquismo, es decir, a la adoración de un objeto material, al que se atribuían poderes sobrenaturales. Así como el instinto del amor, que eleva por momentos al hombre más vulgar sobre sí mismo, se convierte a veces en perversión y ferocidad, así esta divina facultad de la religión pudo parecer por largo tiempo un cáncer que era preciso extirpar de la especie   —38→   humana, una causa de errores y de crímenes que debían tratar de suprimir los sabios99.» Así habla el moderno revelador. ¡Qué luz proyectada en los horizontes intelectuales! ¡Un día el animal primitivo se durmió gorilla100 o negro troglodita, y se dispertó al siguiente día hombre inteligente! Época memorable, cuya fecha exacta preguntamos al punto, porque aún sería tiempo de inscribirla en la primera página de los anales humanos. El hombre vio «la naturaleza» deliciosa contemplación, de que sólo habían podido percibir sus ojos de mono los cuadros más toscos. Estos encantos súbitamente revelados, debieron enajenarle, y fue más allá del objeto presente, y «vio algo más allá de la realidad.» No sabía el desdichado, como nuestros racionalistas, que no existe lo sobrenatural. De error en error, llegó a forjarse «para él algo mas allá de la muerte.» En breve cedió ante los espantos de una religión imaginaria; revelose su instinto de amor en «un cáncer religioso que fue preciso extirpar de la especie humana.» ¡Ay! ¿por qué no permaneció siendo orangután el animal primitivo? Pero estaba hecha la trasformación, y parece que fue irrevocable, a pesar de su carácter tan poco natural. ¡Oh, hombre! Consuélate si puedes: este es el Evangelio moderno. No hay nada mas allá de la naturaleza; no hay nada para ti mas allá de la muerte. Tu única desgracia fue distinguirte del animal. ¿Es tan difícil reconquistar tu felicidad perdida, volviendo a tu origen primitivo?

5. De esta revelación tan innoble, hasta la fórmula de Platón, hay la distancia que de la tierra al cielo. Prestad atención a esta voz que el paganismo llama divina. «Teniendo Dios en sí mismo el principio, el fin y el medio de todas las cosas, como lo enseña la tradición antigua, dice Platón, hace invariablemente lo que es bueno, según la naturaleza. Acompáñale siempre la justicia que castiga a los infractores de la ley divina. El que desea asegurarse una vida feliz, se conforma a esta justicia y le obedece con humilde docilidad. Pero el que se alza orgulloso, a causa de sus riquezas, de sus honores o de su hermosura; aquel cuya loca juventud se inflama con una insolente presunción, como si no necesitara maestro ni señor, y como si fuera, por el contrario, capaz de guiar a los demás, es   —39→   enteramente abandonado por Dios, y asociándose este miserable desamparado a otros infelices abandonados como él, se complace en trastornarlo todo, no faltando gentes a cuyos ojos parece ser algo; pero castigado en breve por el inflexible juicio de Dios, trastorna al par que a sí mismo, su casa y la ciudad entera. Siendo esto así, ¿qué debe hacer y qué debe pensar el sabio? Nadie duda que el deber de cada hombre sea buscar por qué medio será del número de los siervos de Dios. ¿Qué es, pues, lo agradable a Dios y conforme a su voluntad? Una sola cosa, según la palabra antigua e invariable, que nos enseña, que sólo hay amistad entre los seres semejantes y que huyen de todo exceso. Pues bien, la medida suprema de todas las cosas debe ser, para nosotros, Dios, mucho más que hombre alguno, sea quien fuere. Si, pues, queréis ser amigo de Dios, esforzaos en asemejaros a él tanto como os sea posible101

6. En este pasaje se respira un aire puro, en una atmósfera superior. Teniendo Dios en sí mismo el principio, el fin y el medio de todas las cosas, se presenta a nuestra inteligencia como la medida de la soberana justicia, como el modelo supremo y la infinita recompensa de las virtudes humanas. Pero cuanto es superior la doctrina tradicional de Platón al sueño materialista del iniciador moderno, tanto es inferior al In principio del Evangelio. Tal es, en efecto, el milagro por excelencia de la revelación del Verbo encarnado. La enseñanza de toda filosofía humana no podía ser y no será jamás sino una palabra discutible, más o menos autorizada, más o menos accesible a las diversas inteligencias, teniendo realidad solamente en el pensamiento del maestro y de un pequeño círculo de oyentes inmediatos o de discípulos póstumos que buscarán trabajosamente la verdad, con el pedantesco aparato del libro escrito, de la controversia y de los trabajos científicos. El Verbo hecho carne, es la Palabra eterna, que ha descendido al hombre, trasformándole enteramente; es la doctrina viva, ingerta en todos los corazones, radiando en todas las inteligencias. Los ignorantes no saben leer, los pobres no tienen tiempo para ello; los literatos que saben o que pueden leer, no tienen ni el mismo grado de cultura, ni la misma aptitud de entendimiento para comprender. Finalmente, hállase trabajada la humanidad en su conjunto por un achaque o fragilidad   —40→   nativa, que afecta todas las inteligencias y todos los corazones. Carece la filosofía de remedio conocido para esta enfermedad universal. ¿Es su doctrina una fuerza al mismo tiempo que una luz? ¿Tiene ella en sí la potestad creadora, para rehacer, en el hombre intelectual ojos capaces de soportar el brillo de la verdad; un sentido nuevo para conocerla; un corazón nuevo para abrazarla; una voluntad nueva para practicarla? Reformar el mundo es manifiestamente formarlo por segunda vez, es decir, crearlo de nuevo, en la mente, en los sentimientos, en los deseos, en los afectos, en todo el ser moral e inteligente. Esta grande obra, esta creación, más admirable que la primera, supone, no ya una palabra muerta no bien se pronuncia, sino una palabra viva, eficaz, produciendo lo que enuncia, llevando por una parte la luz, la verdad y la vida, y por otra, haciendo surtir en el seno de la humanidad una energía desconocida para sostener el peso de estas grandes cosas. He aquí por qué no ha convertido la sabiduría de Sócrates, de Platón, de todos los filósofos antiguos, un solo reino, una sola ciudad, una sola aldea; quizá una sola de las almas hambrientas de verdad y de vida que se estrechaban en torno del maestro, escuchándole ávidamente y corriendo en seguida a volverse a sumergir o encenagar en el vicio conocido y en las voluptuosidades habituales.

7. El Verbo se hizo carne. Aquí hay un acto y una doctrina; un acto el más poderoso, el más fecundo, el más profundamente creador que pueda concebir el pensamiento. Sembrar mundos en el campo del espacio, y poblar la nada, es un poder que se halla comprendido esencialmente en la noción misma de Dios. Quien dice creador, dice creación. Comprendemos perfectamente la relación entre los dos términos, y aunque esta omnipotencia sea infinitamente superior a nuestra debilidad, la razón concibe su existencia, aunque no sepa explicarla. Pero en fin, en la creación primitiva, obra Dios fuera de sí mismo; en la segunda, es decir, en la Encarnación, obra Dios sobre Dios mismo. Hácese la Palabra creadora lo que no era aún. ¡Gran Dios! ¿qué no erais vos, no obstante? y ¿qué gloria faltaba a vuestra gloria? ¿Podemos imaginarnos lo que vais a hacer, y a qué otra altura va a elevar vuestra majestad infinita su trono? No, Dios no sube, no se eleva. Y ¿cómo podría crecer y agrandarse el Inmenso, el Infinito, el Eterno, el Ser? Pero puede descender. Inclínase, pues, más bajo que el ángel, más bajo que el espíritu,   —41→   más bajo que el alma, más bajo que la palabra humana. El Verbo se ha hecho, no ángel, no espíritu, no alma. Verbo divino, podía hacerse Verbo humano. Todo esto es demasiado alto para él. ¡El Verbo se ha hecho carne! He aquí el acto de Dios en el profundo extremo del abatimiento. ¿Lo comprenderás nunca, razón humana? ¿Sabrás, amor humano, reconocer jamás dignamente esta locura de la cruz, como dice San Pablo? Pero el hombre se eleva, en proporción inversa de las divinas condescendencias, en toda la proporción que Dios se baja: fortifícase de toda flaqueza; enriquécese con todos los despojos, y resplandece con todas las miserias con que se desposa el Verbo. El Verbo se ha hecho carne y el hombre ha recibido el poder de llegar a ser Hijo de Dios. Omnipotente, en los esplendores de los Santos, ha conservado el Verbo toda su omnipotencia en las ignominias de la carne. Creador en la tierra, como lo es en el cielo, trasmite a la naturaleza humana su fecundidad y su vida. Va a desaparecer el cristiano como hombre, viviendo y operando en él Jesucristo. El acto divino crea un hombre nuevo, para conocer, amar y abrazar la nueva doctrina; realízanse a un tiempo mismo toda clase de trasformaciones; el milagro llama al milagro en esta graduación maravillosa, donde cada uno de los abatimientos del Verbo es un triunfo para la humanidad.

8. Nunca se insistirá demasiado en los caracteres intrínsecamente milagrosos de la predicación evangélica. Nuestros padres sabían estas cosas; nuestro siglo las ha olvidado; y no cree seguro que Jesucristo haya jamás resucitado a un muerto. Mil veces hemos oído preguntar los literatos de nuestros días con una cándida ignorancia, cuál es la diferencia esencial entre la enseñanza de Sócrates y la del Evangelio. Va a contestarles San Atanasio: «¿Dónde está, dice, el sabio, el revelador, el filósofo humano, cuya doctrina haya producido el milagro de iluminar al mundo, desde el calabozo del esclavo hasta el trono del soberano, y de marcar todas las frentes con su sello religioso? Si Cristo fue solo un hombre, ¿cómo no quedó vencido o paralizado ante las divinidades del viejo mundo antiguo? ¿Faltaban reyes y poderosos cuando nació Jesús? Los Caldeos tenían sus sabios y sus magos; llenos estaban de ellos el Egipto y la India. ¿Qué rey, qué sabio, en el apogeo de su gloria, consiguió hacer universal su doctrina, y arrancar el mundo de las tinieblas de la idolatría? Los filósofos de Grecia han escrito páginas elocuentes;   —42→   mas compárese el efecto de sus sublimes discursos con las conquistas realizadas por la cruz de Jesucristo. A la muerte del filósofo, quedaba olvidada su doctrina, y ni aún conseguía triunfar durante la vida de su autor de los ataques y de las controversias rivales. ¡Mas aparece el Hijo de Dios; desdeña la pompa del lenguaje, y adopta el idioma de los humildes, así como había adoptado su pobreza, y hace palidecer su enseñanza la de todos los filósofos; derroca todos sus sistemas, y atrae a sí todo el universo! ¡Cíteseme un filósofo que haya convertido las almas; purificado corazones manchados por el libertinaje y la disolución; arrancado el hierro a las manos homicidas; inspirado un valor sobrehumano a los más tímidos caracteres! ¿Quién domó la barbarie y trasformó el mundo pagano? ¿no fue la fe en Jesucristo102

9. He aquí realmente el milagro del Evangelio, milagro histórico, permanente, visible, palpable. En la hora en que intervino en la serie de las edades la gran nueva del Verbo hecho carne, hallábase la corriente de la humanidad violentamente arrastrada al sensualismo más brutal, al materialismo más abyecto. ¿Quién, pues, rechazó estas olas de barbarie, de voluptuosidad y de sangre? Cuando se precipita el torrente de las montañas arrastrando en su furioso ímpetu los diques trabajosamente edificados, los árboles seculares, las casas, las mismas rocas; si se presentase un hombre en medio de las poblaciones consternadas, y tendiendo la mano, mandase a las encrespadas olas refluir o retroceder hacia su origen; si dócil a su voz se detuviese la avalancha líquida como suspendida encima del valle, y retrocediera en sentido inverso de su pendiente ¿os impedirían todos los sofistas del mundo exclamar: milagro? ¿Necesitarías reunir los académicos, interrogar «una comisión compuesta de fisiólogos, de químicos, de personas ejercitadas en la crítica histórica103?» Antes aún de pensar en todas estas puerilidades,   —43→   os postraríais arrodillados, bendiciendo el prodigio de la bondad divina. A la verdad, ¿es comparable este milagro que habría salvado algunas cabañas de pastores en un valle de los Alpes, al que detuvo   —44→   súbitamente en su vuelo victorioso la civilización pagana más grande que hubo jamás, y al que salvó a la humanidad entera? Mas decís que esto no os basta. «Como debe poder repetirse siempre un   —45→   experimento, y se debe ser capaz de volver a hacer lo que se hizo una vez, y no puede alegarse facilidad o dificultad respecto del milagro, se invitaría al taumaturgo a reproducir su obra maravillosa   —46→   en otras circunstancias. Si salía bien dos veces el milagro, se habrían probado dos cosas; la primera, que acaecen en el mundo hechos sobrenaturales; la segunda, que pertenece o se halla delegado   —47→   el poder de reproducirlos a ciertas personas104.» Pues bien, se ha reproducido el milagro veinte veces, cuarenta veces en otras circunstancias, y multiplicándose en otras tantas naciones paganas que se han presentado alternativamente a la acción del Verbo hecho carne.   —48→   ¿Por qué no ven ya los hijos de los Francos, como sus padres, cortar el muérdago sagrado en las selvas druídicas, y derramar la sangre de los vencidos en la piedra de Teutates? ¿Cómo se han trasformado súbitamente los Hunos, los Godos, los Alanos, los Vándalos, torrente de barbarie, en una fuente bienhechora que ha producido nuestra civilización cristiana? Y en la hora actual, preguntad ¿quién arranca al Oceaniense sus trofeos de sangrientas cabelleras; quién enseña al antropófago de la Polinesia y del centro del África a respetar la carne y la sangre de los vencidos? ¡El Verbo hecho carne es quien ha realizado estos milagros, quien los ha renovado con visible perpetuidad, y quien los repetirá hasta la consumación de los siglos!

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10. ¿Qué significa, pues, vuestro incrédulo dogmatismo? Decís con sobrado desdén: «Desterramos el milagro de la historia, no en nombre de tal o cual filosofía, sino en nombre de una experiencia constante;» y se os contesta: el mundo era pagano; la voluptuosidad era una diosa, y se la adoraba sin dificultad; la venganza era un deber, y se la encontraba dulce; el deleite era la ley suprema, y se la aceptaba sin temor; todas las pasiones tenían altares, y no se   —50→   les rehusaba el incienso; los instintos más corrompidos del corazón eran deificados, y se sacrificaba a ellos sin resistencia. Súbitamente espárcense por este mundo embriagado de sensualismo algunos pescadores de Galilea, sin instrucción, sin elocuencia, sin crédito, sin fuerza, sin prestigio humano, y dicen: Pierda la voluptuosidad hasta su nombre entre vosotros, y baste a vuestras delicias la cruz de Jesucristo. ¡Si os hieren en la mejilla derecha, presentad la izquierda a vuestro enemigo; mortificad vuestra carne, reducidla a servidumbre; bienaventurados los pobres, los humildes, los castos, los misericordiosos; bienaventurados los que padecen; bienaventurados los que sufren persecuciones!- He aquí lo que enseñan. Y el mundo, turbado en su posesión secular, irrítase contra las voces importunas que pretenden arrancarle de sus deleites, de sus placeres, de sus fiestas sin remordimientos, de sus orgías sin fin, de sus cómodas divinidades, de sus festines, de sus impúdicos cánticos. Mátase sin piedad, se asesina, se quema, se degüella, se crucifica a los predicadores. Reyes, pueblos, cortesanos, filósofos, todo lo que tiene una espada, un cetro, una pluma, un poder cualquiera, inventa nuevos suplicios para los nuevos enemigos del género humano. Esto dura desde hace diez y ocho siglos, con intermitencias, seguidas de un frenesí aún más sangriento, y no obstante, el Verbo hecho carne es el Dios del mundo. ¿Dónde está la escuela de Sócrates? ¿Dónde están los discípulos de Platón? ¿Dónde la religión de Aristóteles? ¿Quién se ocupa de ello? ¿Cuántos millares de hombres, no digo en el mundo entero, sino en Francia o en Inglaterra, los dos centros más considerables de la civilización moderna, morirán sin haber sabido el nombre de estos sabios? Y no obstante, interrogad al último niño de nuestras aldeas más humildes que haya recibido el bautismo de Jesús, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y veréis que sabe más sobre nuestros destinos inmortales que Platón, Sócrates y Aristóteles.

11. ¡Hábito, contestáis, religión de Estado, corriente secular   —51→   que ha sustituido a la corriente pagana y que se agota con su propia victoria! ¡Hállase aún en pie el nombre de Cristo, pero su obra está derribada; ya no vivifica la savia fecunda su enseñanza; perece el cristianismo!- Así habláis, y acabáis de negar solemnemente la divinidad de Jesucristo, y habéis desleído vuestra negación en todos los sofismas de la incredulidad antigua y moderna. Antes de vosotros profirió Arrio esa fórmula que había caído ya de los labios impotentes de Cerinto, de Ebión, de los Gnósticos, y de Juliano el Apóstata. Reprodújola también a su vez Nestorio; renovóla Socino y la legó a Voltaire. Bajo la pluma de este último, tuvo la blasfemia la rara fortuna de dar la vuelta al mundo, con una revolución armada por apóstol y por soldado. No es, pues, nuevo oír, durante diez y ocho siglos, negar la divinidad de Jesucristo. Parece que debiera haberse familiarizado la muchedumbre con semejante palabra. Y no obstante, la vuestra, la de la última hora, precedida por tantos antecesores, ha provocado en las almas el mismo doloroso pasmo que si se hubiese pronunciado por la vez primera. Por todas partes estalla un grito de reprobación; sale Dios de la tumba; arroja la piedra trabajosamente arrastrada sobre el sepulcro, y el sello aplicado por vuestra filología no tiene más fuerza que el de los fariseos y de los sacerdotes judíos. Alemania, Inglaterra, Francia, España, Italia, toda la Europa civilizada protestan que Jesucristo es Dios. Más aún, alguno de vuestros lectores, distraído hasta aquí por las preocupaciones de la vida exterior, no habiendo tenido jamás ocasión de estudiar esta gran cuestión de la divinidad de Jesucristo, no habiendo leído tal vez jamás, del verdadero Evangelio, sino los mutilados y desfigurados fragmentos que encuentra en el vuestro, cierra el libro y exclama: ¡Un hombre no hubiera podido convertir al mundo! ¡Jesucristo es Dios!- Y esta alma que estaba muerta a la fe cristiana en el día anterior, resucita a la vida verdadera, a la vida inmortal y siempre triunfante de Jesucristo. ¡Ah, ojalá encuentre esta alma, que habréis salvado sin quererlo, sin saberlo, a despecho de toda vuestra ciencia y de toda vuestra voluntad, en los misericordiosos tesoros de Jesús, una luz y una gracia que triunfen un día de vosotros mismos! No fueron los soldados que le crucificaron los primeros que dijeron: «¡Verdaderamente era este hombre el Hijo de Dios!» ¡Cuántos han comenzado desde entonces por la incredulidad para concluir con la   —52→   fe! En la hora presente, está lleno el mundo de esos resucitados de Jesucristo, que adoran de rodillas lo que quemaban ayer. El Cristo ultrajado y escarnecido permanece siempre en la cruz; pero ha convertido en ella sin cesar a sus verdugos. En vano se esfuerzan en custodiar su sepulcro; abre los ojos de los centinelas dormidos; derriba a los Saúles en el camino de Damasco; y mañana los que hoy le persiguen serán apóstoles suyos. No es esto vanas apreciaciones, antítesis teológicas, sistemas preconcebidos. Hijos del siglo XIX, ¿es acaso el siglo XVIII quien nos enseñó a confesar la divinidad de Jesucristo? ¿De quién proceden, pues, los nuevos adoradores de Jesús que llenan nuestro mundo actual? «No nacieron ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de los hombres: son de Dios.»

12. Esto consiste en que el poder del Evangelio no es solo una fuerza expansiva que obra sobre la muchedumbre reunida o sobre las sociedades en general; que necesite para manifestarse y brillar, del entusiasmo y de la conmoción eléctrica de las turbas. Hay opiniones, ejemplos e impresiones espontáneas, arrebatadoras, que se producen en las asambleas humanas y que subyugan como por sorpresa. Pero he aquí el milagro de todos los días, de todos los instantes, de todos los siglos y de todos los países en la historia del Evangelio. Una conciencia humana, indiferente u hostil hasta entonces a la luz de Cristo, ha permanecido ignorando o maldiciendo, veinte, treinta, cuarenta años, por una vida entera. La sombra de Jesucristo al pasar por el camino, irritaba o importunaba esta conciencia. Un día, sola, en frente de la fe cristiana, lejos de toda mirada, en el silencio y la soledad del pensamiento, quiere esta alma darse cuenta de sus desprecios, de su odio o de sus terrores. No está allí el mundo para influir en la decisión. Replegada sobre sí misma, en el trabajo desconocido de sus propias meditaciones, interroga al Evangelio, cuya majestad le pasma. Esta palabra viva, de filo más acerado que la de la espada, hiere en el corazón todas las pasiones secretas, todos los malos instintos por tan largo tiempo acariciados. Es preciso cortar de raíz el árbol del orgullo que ha extendido sus ramas en todas direcciones; a la sombra de esta poderosa vegetación habían crecido pacíficamente la avaricia, los celos, la ambición, el odio, la venganza; y es preciso cortarlas. Más profundamente todavía y entrañando en las raíces mismas del   —53→   ser, hay un misterioso asilo donde se ha atrincherado la corrupción, con sus íntimos e ignominiosos placeres. Para resguardar este foco, para alimentar sus fuegos impuros, para ocultar su llama a las miradas indiscretas, se ha agotado en disimularlo la inteligencia y ha gastado el amor todo su fuego. Han encanecido los cabellos en este trabajo, cuyo solo pensamiento hace ruborizar los semblantes. Es preciso arrasar este edificio de las pasiones, y arrojar al viento sus restos. Y más aún es preciso poner al descubierto, cuán anchas y profundas son, sus horribles llagas, e ir a decir a un hombre: ¡Mira, he aquí lo que soy, lo que he sido, todo el mundo lo ignora. Se me cree justo, se me cree grande, se me cree desinteresado, se me cree casto. Y no obstante, soy el vicio, la corrupción, el crimen!- Es preciso: pero cuando se haya aniquilado en el alma todo lo pasado, cuando se haya realizado el vacío en la conciencia, ¿qué le quedará a este infeliz? Todos sus corrompidos afectos, todo cuanto amó, adoró, sirvió, todo esto habrá desaparecido; y destrozado el corazón, sangriento, volverá a caer en la muerte. ¡Ya se le ve arrastrando en la soledad sus heridas mortales; vagando por la vida como un espectro, sin pasado, sin porvenir, sepulcro viviente, exhausto de felicidad y de esperanza! Ya retrocede horrorizado, cuando se oye una voz, llena de amor y de dulzura. Es Jesús en el pozo de Jacob, abriendo a la hija de Samaria las fuentes de aguas vivas, que saltan hasta la vida eterna. «Señor, Señor, saciadme con las puras aguas que extinguen toda sed.» Ya no quiero beber nunca de esas aguas envenenadas de la mentira, del error, de las pasiones105. Se levanta. Es el hijo pródigo que va a arrojarse en los brazos de su padre; es Lázaro tendido en las fétidas emanaciones del sepulcro. ¡Ha resucitado este muerto, este desesperado, este hijo perdido! He aquí el milagro permanente del Evangelio. Mil veces habéis visto un confesonario, un penitente, un sacerdote, y mil veces habéis visto sin pensarlo una resurrección.

13. ¿Vese, pues, por todas partes, el milagro del Verbo hecho carne, tan vivo en el día como lo fue en el pesebre, en el templo de Jerusalén, en el cenáculo, en el pretorio de Pilatos, en el tribunal de Caifás, en la cruz del Gólgota, en el sepulcro de José de Arimatea, en la gruta de la resurrección, y sobre la montaña de la   —54→   Ascensión gloriosa? Al lado de los reyes del Oriente que le adoran, están los Herodes que buscan al niño para matarle; al lado de los doctores que admiran la sabiduría de sus contestaciones, están los falsos sabios que tratan de sorprenderle en flagrante delito de ignorancia, de contradicción y de error; al lado de sus discípulos fieles, están los Judas que le venden con un beso; al lado del procónsul que se lava las manos con indiferencia, están las almas santas que interceden por el Justo; al lado de la muchedumbre extraviada que vierte la sangre inocente, está la muchedumbre fiel, que recoge cada una de sus gotas para encontrar en ellas la vida: al lado de los judíos que sellan el sepulcro, están las piadosas mujeres que ven pasar el Ángel de la resurrección; al lado de los Galileos que aguardan aún a Jesús Nazareno que ha desaparecido de su vista, están siempre los santos que van a buscarle al cielo. ¿Pues qué, está vivo Jesús? ¿No ha muerto su historia como la de Alejandro o la de César, con el tiempo que la vio brillar? No, cada día se encarna Jesucristo en un establo y nace en un alma hasta entonces manchada; cada día dice su voz a un muerto: ¡Lazare, veni foras! y sale Lázaro del sepulcro; cada día repite a algún nuevo apóstata: «¿Amigo mío, qué has venido a hacer aquí?» y todavía el Hijo del Hombre se deja vender con un beso. Cada día confiesa a una Samaritana; abre los ojos a un ciego de nacimiento; resucita al hijo de la viuda de Nain; cada día muere en el Calvario y cada día convierte a un ladrón. Que se prenda, que se ate, que se crucifique a este muerto inmortal, claman de continuo las turbas amotinadas, ¡no le queremos ya! que nos den a Barrabás; que nos desembaracen de este Dios que turba nuestro sueño e insulta a César.- Se le azota, se le corona de espinas; se le pone una caña en la mano a guisa de cetro; se le abofetea el semblante, se le pregunta: ¿Qué es la verdad? Y calla, y sufre las injurias, los ultrajes, las ignominias. Entrégasele a las burlas, a los sarcasmos, a las blasfemias; muéstrasele al pueblo diciendo: ¡He aquí al hombre! Se le arrastra al suplicio; vense deslizarse algunas lágrimas durante su camino, y él contesta siempre con mansedumbre: No lloréis por mí, sino por vosotros y por vuestros hijos. Clávasele en el leño infame, traspásasele el corazón, introdúcesele en el sepulcro; pero resucita siempre, y sus verdugos son los primeros en repetir la palabra de los soldados romanos: ¡Verdaderamente era este el Hijo de   —55→   Dios! Mil ochocientos años hace que es así, y durante mil ochocientos años se renueva este drama sin interrupción. Siempre los mismos actores con nuevos nombres; siempre el mismo odio contra la misma víctima, y siempre la misma resurrección. Si no veis en esto un milagro, una serie de milagros, el milagro permanente, ¿qué es lo que veis en la historia?

14. No conocemos prueba más palpable de la inspiración de los Evangelios, que esta prolongación de vida del relato evangélico al través de las edades. Semejante demostración se halla por su misma naturaleza al alcance de todas las inteligencias, y no exige ni estudios laboriosos ni investigaciones científicas. Pruébase la aparición del Verbo encarnado por la perpetuidad de la Encarnación del Verbo en las almas. Los milagros de Jesucristo en Judea son los mismos que renueva actualmente en todos los puntos del globo y que no cesará de verificar por tan largo tiempo como subsista el mundo. Bastárale a la historia del porvenir el simple texto del Evangelio, como le ha bastado a un pasado de veinte siglos ¿Conocéis muchos libros que tengan este prodigioso poder? Los más grandes genios de Grecia y de Roma nos han dejado obras que se proclama inmortales, y ¿quién las ha leído, sino es algunos eruditos? Y sobre todo, ¿quién las practica? ¿qué alma les ha debido su resurrección espiritual? ¿qué conciencia humana han reanimado? De vez en cuando un elogio oficial que cae de las altas regiones de la ciencia, recuerda a las generaciones que escribió Platón, que habló Cicerón, que filosofó Séneca. Doctrinas, discusiones, filosofía, todo murió con estos muertos ilustres; consiéntese a veces en admirar de paso esta elocuencia extinguida, la belleza de las líneas, la pureza de la forma, a la manera que se detiene el viajero a saludar una ruina arqueológica. Pero el Evangelio está vivo, y es siempre el pan cuotidiano de la muchedumbre, el alimento espiritual de las almas. Este libro se lee en todas las lenguas, bajo todos los cielos, a todas horas; podría decirse que se ha hecho en ese sentido que el Verbo divino, cuya manifestación es, para trasportar cada día su vida a las almas. Así el Evangelio es realmente un hecho que se reproduce siempre, siempre fecundo, siempre inagotable, al mismo tiempo que es una doctrina permanente, inmutable, siempre antigua, siempre nueva. ¡Enséñesenos un libro escrito por mano de hombres y que ejerza tal imperio!



  —56→  

ArribaAbajo§ II. El Evangelio del Racionalismo

15. Fuerza nos es entrar aquí, no sin una dolorosa emoción y una piedad profunda en el orden completo de argumentación que nos impone un esfuerzo reciente de la exégesis racionalista. Se han distribuido tan moderada y tan delicadamente, por un temperamento divino, todas las luces del Verbo encarnado, todas las maravillas del Evangelio, en su radiación por el mundo, que solicitan la fe sin violentarla. El respeto con que trató Dios, en su primera revelación, el libre albedrío del hombre, se encuentra más admirablemente aún, en la manifestación cristiana. El Verbo se hizo carne, y pudo ser desconocido del hombre: este es a nuestro juicio, un nuevo e incontestable milagro, en tal serie de prodigios. Porque, en fin, si gravita necesariamente el sistema planetario alrededor de nuestro sol ¿se comprende que el sol de las inteligencias, el Verbo de Dios, haya podido descender a las profundidades de nuestras tinieblas humanas, sin que fuera absorbida toda oscuridad por su inmenso brillo? Y no obstante, si fuera así, si no fuese libre la adhesión, si no quedase la inteligencia dueña de aceptar o de rechazar la luz, hubiera sido subyugado el hombre por una ley fatal, y habrían desaparecido la responsabilidad y el mérito de sus actos. He aquí por qué, en el plan divino de la Encarnación, se eclipsa el esplendor del Verbo, como temeroso de verificar una invasión excesiva. He aquí por qué subsiste siempre el milagro permanente del Evangelio, ante una negación perpetua. Jesucristo podía nacer y continuar viviendo entre los hombres, en tales condiciones y bajo tal forma, que estando el Dios presente en todas partes y siendo reconocido por do quiera, hubiese aplanado la conciencia humana bajo el rayo de su gloria. La vista clara reemplazaría a la fe; la actividad de las inteligencias se extinguiría en una contemplación inerte; no tendría ya nada que conquistar el hombre; él sería el conquistado, pero al mismo tiempo, sería anulado. Figurémonos, en esta hipótesis, a un escritor meditando enseñar al mundo que Jesucristo no es Dios. Antes aún de que se hubiera formulado claramente la negación en la mente del autor, habría anonadado al audaz la visión divina, con su formidable aparato, y herido con el rayo la rebelión en su nacimiento. Pero el Dios que quiso nacer en un establo y morir en   —57→   una cruz, velando su majestad con las mantillas de la infancia y la ignominia del suplicio, no cesó y no cesará, hasta la consumación de los siglos, de ser un signo de contradicción, levantado para la ruina o la resurrección voluntaria de la muchedumbre. Si nace cada día en las almas santas, muere cada día bajo la mano de los verdugos, repitiendo su divina oración: «¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!» ¿Tendremos, pues, valor para oír las escépticas negaciones que vienen a levantarse contra el Dios del Calvario? Es sensible, sin duda alguna, encontrar a cada página de la narración evangélica, señales de estas manchas modernas, y no obstante, en la situación en que nos hallamos, no hay en esto nada nuevo. Tomando San Pedro la palabra al salir del cenáculo, dijo a las turbas: «¡Hombres de Israel, ha resucitado el Jesús a quien disteis muerte por mano de los impíos, y es vuestro Dios!» Nuestro lenguaje será algo análogo a estas palabras: ¡Hombres del siglo XIX, diremos, el Jesús cuya divinidad creéis haber aniquilado, está vivo, es vuestro Dios! Para probarlo, no necesitaremos otros testigos que vosotros mismos. Vamos juntos a visitar el sepulcro donde le habéis enterrado. Abramos el Evangelio de los racionalistas.

16. «Jesús, dicen ellos, nació en Nazareth, pequeña ciudad de Galilea, que no tuvo anteriormente celebridad alguna. Ignórase el origen de su familia. Solo se sabe que su padre Josef y su madre María, eran gentes de mediana condición, que vivían con su trabajo, en ese estado tan común en Oriente, que no revela desahogo ni miseria. Era el hijo mayor de una familia numerosa, pero fue siempre detestado por sus hermanos y hermanas, y él les correspondió lo mismo. Aprendió a leer y a escribir, pero no supo nunca el hebreo, ni el griego, ni el latín. Nacido en el seno del judaísmo, desconoció las diversas escuelas judías. No tuvo idea ninguna del poder romano, ni del estado general del mundo, y sólo llegó a sus oídos el nombre de César. Juzgaba las cortes de los reyes como lugares donde van bien vestidas las gentes. Era un joven aldeano que veía el mundo al través del prisma de su candidez. Pero estaba en rebelión abierta contra la autoridad paterna; era duro con su madre y con su familia, y hollaba con los pies todo lo que es propio del hombre, la sangre, el amor, la patria. Era carpintero como su padre; creía en el diablo; pero a los treinta años, no sabía aún el secreto de su destino. No obstante, exhalábase de su persona un encanto   —58→   infinito, y tenía sin duda una de esas arrebatadoras figuras que aparecen algunas veces en la raza judía. Una especie de yogui de la India, bastante parecido a los gurus del Bramismo, un cierto Iohanan o Juan, vestido de pieles o telas de pelo de camello, manteniéndose con langostas y con miel silvestre en el desierto, en compañía de los chacales, se puso a bautizar en las riberas del Jordán, a donde acudía la multitud, creyéndose trasladada a las orillas del Ganges. Jesús llegó también, y fue bautizado. El asceta y él compitieron en público en deferencias y consideraciones recíprocas. Aquello fue para Jesús un rayo de luz, bautizó también, siendo su bautismo muy solicitado. Sin embargo, esta influencia fue para Jesús más molesta que útil, pues le arrastraba a una desviación sensible, que fue por fortuna de corta duración. Juan fue arrestado de orden del Tetrarca Antipas, y Jesús se retiró cuarenta días al desierto, sin más compañía que la de las fieras.»

17. «De allí salió convertido en un fogoso revolucionario y anarquista, tal como podía serlo un hombre que no tenía idea alguna del gobierno civil, que anunciaba a sus discípulos reyertas con la policía, sin pensar un momento que esto causa rubor, intentando realizar en la tierra un ideal quimérico, un reino fantástico de Dios, que era en realidad el advenimiento de los pobres, el aniquilamiento de la riqueza y del poder. Jesús recorrió la Galilea con una docena de pescadores y algunas mujeres, que se disputaban el placer de oírle y de cuidarle alternativamente; entre otras, María Magdalena, mujer muy exaltada, afectada de enfermedades nerviosas, organización agitada que calmó Jesús con su dulce y pura belleza, y que gustaba de ella a causa de su humildad. Admirábasele; mimábasele; comprendíase que hablaba bien, y que eran convincentes sus razones. Aquellos buenos Galileos no habían oído jamás un lenguaje tan adaptado a su risueña imaginación. No esquivaba el regocijo y asistía de buena voluntad a los festejos nupciales. Así es que hizo uno de sus milagros para amenizar una boda de aldea. Recreábale el balancear de las lámparas que pasean los paraninfos por la noche en Oriente, y que producían un efecto sumamente agradable. Expresábase sin cesar su dulce alegría por medio de reflexiones vivas y de amables chistes. Tenía particularmente ingenio para usar con gracia juegos de palabras. Adorábanle las mujeres y los niños, tributándole pequeñas ovaciones, con las que se complacía en extremo,   —59→   y títulos que no se hubiera atrevido a darse él mismo. Era su vida una fiesta perpétua, un escándalo para los austeros discípulos de Juan, un ultraje sangriento para los hombres que hacían profesión de gravedad y de una moral rígida. Afectaba rodearse de gentes de vida equívoca y de poca consideración, arriesgándose a encontrarse con mala sociedad en casas de mala fama. No se cuidaba de ayunos, contentándose con rezar, o más bien, meditar en las montañas. Nadie ha hecho menos vida sacerdotal que la que hizo Jesús, sin práctica alguna religiosa, al paso que mostraba un profundo horror a los devotos. Como principio social, profesaba el comunismo con sus accesorios; el odio hacia el rico que se regala, mientras otros sufren privaciones a su puerta, y la destrucción de la propiedad. La primer condición para ser discípulo de Jesús, era vender su fortuna y dar su precio a los pobres, es decir, a la comunidad, de que era Jesús jefe. No tardaron en conocerse los inconvenientes de este régimen; pues siendo preciso un tesorero, se eligió a Judas Iscariote, el cual fue acusado, con razón o sin ella, de robar la caja. Este por menor insignificante no estorbó por entonces el buen éxito de Jesús. Mortificaban al joven demócrata especialmente los honores que se tributaban a la persona de los soberanos, lo que no impedía que se viese tentado a serlo, pero salvole de este error su buen natural. Por lo demás, su doctrina no tenía nada precisamente nuevo. Sin teología alguna, sin símbolo, sin ningún rastro de moral aplicada, ni de derecho canónico, por poco definido que fuera. Sus perpetuas afirmaciones de sí mismo eran algún tanto cansadas y fastidiosas. Rebuscaba las palabras ambiguas o los equívocos y los prolongaba de propósito. Sin embargo, se citan de él dos palabras notables: «Dad al César lo que es del César» dicho profundo, de un espiritualismo y de una exactitud maravillosa, que estableció la separación de lo espiritual y de lo temporal, y puso las bases del verdadero liberalismo y de la civilización verdadera. Sin embargo, no debe disimularse que tenía peligros semejante doctrina. Establecer por principio que la señal para reconocer el poder legítimo, es la moneda; proclamar que el hombre perfecto paga el impuesto por desdén y sin reflexión, es favorecer toda clase de tiranías. El cristianismo ha contribuido mucho en este sentido, a debilitar el sentimiento del ciudadano y a entregar el mundo al poder absoluto de los hechos consumados. La otra palabra notable de Jesús es esta: «Ha llegado   —60→   la hora en que los verdaderos creyentes adoraran al Padre en espíritu y en verdad.» El día en que pronunció esta palabra, fue verdaderamente hijo de Dios; dijo por la vez primera la palabra en que descansara el edificio de la religión eterna. El hombre no ha podido sostenerse en ella porque sólo se llega a lo ideal un momento. Además de estas dos palabras sublimes, enriqueció Jesús la literatura judaica con un género delicioso, hasta entonces sin precedente; la parábola, en que sobresalía y que él creó. No obstante, existía este género en Israel, desde el tiempo de los Jueces, y por otra parte, se halla en los libros búdicos parábolas exactamente del mismo tono y de la misma forma que las parábolas evangélicas. No se cansaba la multitud de oír a Jesús, siguiéndole hasta al desierto, donde, gracias a una frugalidad extrema, la santa comitiva podía vivir; creyose naturalmente ver en ello un milagro; pero Jesús no los hizo nunca. Sin embargo, creía en los milagros, porque no tenía la menor idea de un orden natural, regulado por leyes. También era un exorcista experimentado en todos los secretos del arte, algún tanto hechicero, un poco magnetizador, algo spirita106. Por lo demás, se le impuso su reputación de taumaturgo, a lo que no se resistió mucho, si bien no hizo nada para coadyuvar a ella; pero experimentaba la vanidad de la opinión sobre este particular. En la vida de Jesús ocupan un gran lugar los actos de ilusión y de locura.»

18. «Después de sus excursiones idílicas por Galilea, donde se servía de una mula, cabalgadura en Oriente, tan segura y tan buena, cuyos grandes ojos negros, sombreados por largas cejas, tienen suma dulzura, se fue a Jerusalén el joven demócrata. Allí perdió su alegría, su reposo y todos sus triunfos precedentes. Provinciano, admirado de sus conciudadanos, fue mal acogido de la aristocracia de la capital. Desde entonces se lanzó en una política exaltada, y fundó la escuela del desdén trascendental. Abolirase la ley de Moisés, y él es quien la abolirá. Vendrá el Mesías, y él es el Mesías. Lo que hubiera sido en otros un orgullo insoportable, no debe considerarse en él como un atentado. Llámase en voz alta el Hijo de Dios; pero esto es un equívoco, que además, le costará la vida. En su poética concepción de la naturaleza, penetra un solo soplo el universo. El soplo del hombre es el de Dios: Dios habita en el hombre   —61→   y vive por el hombre, así como el hombre habita en Dios y vive por Dios. Así, pues, Jesús era panteísta, pero sin saberlo; porque aquí no hay que pedir lógica ni consecuencia. Jamás tuvo Jesús noción clara de su personalidad. La necesidad que tenía de crédito y el entusiasmo de sus discípulos acumulaban las nociones más contradictorias. Obrase sobre la humanidad por medio de ficciones. Por ejemplo: cuando murió Jesús, la forma, bajo la cual se apareció a la piadosa memoria de sus discípulos, fue la de un banquete místico, en el que tenía él mismo el pan, lo bendecía, lo partía, y lo presentaba a los convidados. Es probable que fuera este un hábito de su vida, y que en aquel momento estuviese particularmente amable y enternecido. Las comidas habían llegado a ser para la comunidad naciente, para la regocijada y vagabunda comitiva, uno de los momentos más agradables. Pues bien, Jesús era muy idealista en sus concepciones, al paso que muy materialista en la expresión. Queriendo expresar el pensamiento de que el creyente vive solo de él, decía a sus discípulos: «Yo soy vuestro alimento,» frase que expresada en estilo figurado, venía a decir: «Mi carne es vuestra carne, mi sangre es vuestra bebida.» Jamás sospecharon los discípulos esta sutileza. Después de haber vivido con él por años consecutivos, le vieron siempre teniendo el pan, después el cáliz en sus santas y venerables manos, y ofreciéndose él mismo a ellos. Así es que a él fue a quien comieron y bebieron. Jesús no será responsable de ello, pero lo cierto es, que en el último período de su vida, traspasó toda clase de límites107

  —62→  

19. «Sus discursos estaban animados de un ardor extraño. Era sumamente rígido para los suyos, no admitiendo contemporizaciones. Sus exigencias eran ilimitadas; y llegaba en sus ímpetus hasta a   —63→   suprimir la carne. Gigante sombrío, despreciando los sanos límites de la naturaleza, quería que sólo se existiera para él, que sólo a él se amase. Atrevíase a decir: «Si alguno quiere ser mi discípulo, que   —64→   renuncie a sí mismo, y me siga.» Era como un fuego devorando la vida en su raíz, y reduciéndolo todo a un horrible desierto. Arrastrado por esta espantosa progresión de entusiasmo, requerido por   —65→   las necesidades de una predicación más y más exaltada, no era ya libre, sino esclavo de su papel. A veces parecía turbarse su razón, y hubo momentos en que le creyeron loco sus discípulos; aunque sus   —66→   enemigos le declararon solamente poseído. Agriábase ante la incredulidad menos agresiva. Su mal humor contra toda resistencia, arrastrábale a hechos inexplicables y absurdos. La pasión que se hallaba en el fondo de su carácter le impulsaba a las más fuertes invectivas. Era insostenible su lucha en nombre de lo ideal contra la realidad. Irritábale todo obstáculo. Exagerábase su noción de Hijo de Dios, y le causaba vértigos; tentación da de creer que viendo en su propia   —67→   muerte, un medio de fundar su reino, concibió, de propósito deliberado, el designio de hacerse matar. Deslizábanse sus días en acres disputas en medio de fastidiosas controversias, para, las cuales su grande elevación moral le creaba una especie de inferioridad. Y en efecto, juzgada su argumentación, según las reglas de la lógica aristotélica, es muy débil. Pero se vengaba por medio de cáusticos sarcasmos: sus malignas provocaciones iban siempre derechas al corazón, quedando dentro de él la herida como un estigma eterno. Obras maestras de elevada sátira, se han grabado sus dardos en líneas de fuego en la carne del hipócrita y del falso devoto. Sólo un Dios puede matar de esta suerte. Moliere no hace más que rozar la epidermis; mas éste hace penetrar hasta la médula de los huesos el fuego y la rabia. Era en verdad justo que este gran maestro de ironía pagase con la vida su triunfo. A pesar de la aprobación del mendigo Bartimeo, que le causó un día un gran placer, llamándole obstinadamente Hijo de David, concluían comúnmente las irritantes discusiones que suscitaba Jesús en borrascas. Su mal humor contra el Templo, que había detestado siempre, le inspiró una imprudente palabra, que figuró entre los considerandos de su sentencia de muerte. Arrojábanle piedras los Fariseos, en lo cual no hacían más que ejecutar un artículo de la ley, que mandaba lapidar, sin oírle, a un profeta, aunque fuese taumaturgo, que desviara al pueblo del antiguo culto. Era tiempo de que viniera la muerte a desenlazar una situación excesivamente tirante.»

20. «Desesperado, hostigado, no perteneciéndose a sí mismo, se prestó Jesús a una ficción que debía convencer a los Jerosolimitanos incrédulos, o llevarle a él mismo al suplicio. Su amigo Lázaro fue inducido, casi sin notario, a prestarse al hecho importante que se meditaba. Hízose, pues, ceñir de ligaduras como un muerto, y encerrarse en un sepulcro de familia. Al cabo de cuatro días vino Jesús, y el muerto fingido se levantó al acercarse a él. Esta aparición   —68→   debió considerarse naturalmente por todo el mundo como una resurrección. Pero se irritaron sumamente los enemigos de Jesús por la fama que se divulgó de este milagro. Congregose entonces un consejo por los jefes de los sacerdotes, y se planteó rotundamente la cuestión sobre si podían vivir juntos Jesús y el judaísmo. Fijar la cuestión era resolverla. Todo se verificó con la mayor legalidad, presidiendo a todas las medidas un gran sentimiento de orden y de policía conservadora. El desgraciado Judas Iscariote vendió a su Maestro, no por avaricia, sino por un sentimiento de economía propio de un cajero que sabe sacrificar a un patrón disipador en beneficio de la caja. En este hecho hubo más torpeza que perversidad; pensando tal vez Judas que Jesús sabría librarse de aquel trance. Retirado más adelante el traidor apóstol a su campo de Hakeldama, llevó tal vez una vida tranquila y oscura, mientras recorrían el mundo sus antiguos amigos, divulgando por él la noticia de su infamia. Todos los actos de Pilatos que conocemos nos le muestran como un buen administrador. Anas y Caifas eran figuras venerables, quizás algún tanto demasiado sacerdotales. Antipas un príncipe indolente a quien trataba de cobarde la celosa Herodías, su mujer. Por lo demás, todas gentes muy honradas que condenaron unánimes a Jesús a muerte, cual era su deber con aplauso de los judíos; pues estaba terminante la ley en cuyo cumplimiento fue clavado Jesús en la cruz. Todos sus discípulos le habían abandonado, si bien Juan se lisonjea más adelante de un valor que no tuvo. Tampoco consoló la presencia de su madre la agonía del ajusticiado. La suma elevación de Jesús rechazaba toda ternura personal. Todo induce a creer que le ocasionó al cabo de tres horas una muerte súbita la ruptura de un vaso del corazón. Algunos momentos antes de rendir su alma, tenía la voz fuerte. Súbitamente lanzó un grito terrible, reclinó la cabeza sobre su pecho y espiró. Jesucristo tenía entonces treinta y tres años. Su vida termina para el historiador con su último suspiro. Sin embargo, sabido es que, desprendido su cuerpo de la cruz, fue depositado apresuradamente en una cueva, cuya puerta se cerró con una piedra muy difícil de manejar, con ánimo de volver a darle una sepultura perpetua. Mas siendo el día siguiente sábado, se aplazó este trabajo para el otro día; pero cuando volvieron, se había quitado la piedra de la abertura, no estando ya el cuerpo en el sitio en que se había puesto. ¿Se lo habían llevado, o bien ocasionó, después   —69→   del suceso, el entusiasmo siempre crédulo las varias relaciones con que se trató de crear la fe en la resurrección? Esto es lo que ignoraremos perpetuamente por falta de documentos contradictorios. No obstante, puede decirse que la viva imaginación de María Magdalena representó en esta circunstancia un papel capital: ¡Poder divino del amor! ¡Momentos sagrados en que la pasión de una alucinada dio al mundo un Dios resucitado108

21. ¡He aquí vuestro Jesús! Meditándolo bien, os parece imposible llegar hasta creer que fue un Dios. Tenéis razón. Sólo a un racionalista podía ocurrírsele la idea de prosternarse ante semejante figura. ¡Qué Dios había de hacer vuestro provinciano Galileo sin saber el hebreo, el griego ni el latín, «sin conocer ni el judaísmo» en el seno del cual había nacido, «ni la civilización romana,» a la cual pagó no obstante tributo, «ni el estado general del mundo; sin la menor noción de un gobierno civil, o de un orden natural regulado por leyes; no teniendo ni aún idea clara de su personalidad» más ignorante que el último desertor de colegio y mucho menos atrevido que éste, pues que «¡creía en el diablo!» ¿Quién había de querer adorar este interesante carácter «en rebelión contra la autoridad paterna, duro para con su familia, sin amor a su madre, sin entrañas para su patria, despreciando los sanos límites de la naturaleza, egoísta hasta el punto de querer que solo se existiese para él, irascible hasta la demencia, gigante sombrío a quien se creía loco?» Lejos de ser un Dios, apenas alcanza la medida del héroe más pequeño de la democracia. ¡Linda rareza, en efecto, la historia de este comunista delicado, recorriendo la Galilea en una mula de ojos negros; tronando contra los ricos, y comiéndose predilectamente sus manjares; humillado con los honores que se tributan a los soberanos, y buscando para sí mismo sus ovaciones y sus títulos; soñando la destrucción de la propiedad, con la condición de que se echara su precio en su caja! ¡Y no obstante, es preciso reconocer que hacéis ver con toda claridad ciertos rasgos más particularmente luminosos de su fisonomía: un odio mortal contra los devotos; un amor propio, llevado hasta el delirio, y solícito en evitar todo lo que se pareciese al sacerdocio; y una decidida antipatía contra el Templo! Pero ¿es verdaderamente difícil hallar reunidas en un hombre, con   —70→   la determinación clara y positiva de no ser en manera alguna sacerdote, la voluntad perseverante de odiar a los devotos, y la energía de no amar sino a sí mismo, y de detestar los templos? ¿Merece esto una estatua? Os complacéis en realzar esta chabacana figura, dispensándole el honor de un proyecto de suicidio que no tuvo efecto. Este proyecto podrá granjearle las simpatías de algunas almas enfermizas; pero afortunadamente vuestro personaje se detiene en la tentación sin pasar jamás de ella. Tentado de trastornar el mundo, no trastorna nada; tentado de curar los enfermos o de resucitar los muertos, no cura y no resucita a nadie; tentado de hacerse rey, de hacerse llamar hijo de David; tentado sin más éxito de crear la Parábola, lo cual hubiera podido por lo menos hacerle esperar un sitio entre nuestros inmortales tentado de una reputación a la Moliere, sin poder, crear como Moliere a Tartufe. Nunca animó a aquel pecho un soplo de vida: vuestro Jesús no es ni siquiera un hombre, porque el hombre más vulgar hubiera hecho algo en treinta y tres años de existencia, y vuestro Jesús no ha hecho nada, ni ha fundado nada, ni ha instituido nada; ni el bautismo que tomó de Juan y del que se disgustó muy pronto; ni la Eucaristía; ni la Iglesia, que introdujeron sus discípulos después fuera de tiempo. Fantasma negativa, pasa, como un cadáver cubierto de ligaduras, al centro vivo de la historia judía, donde queréis introducirle. Da lástima ver el trabajoso artificio con que intentáis hacer verosímiles las borrascas que pudo suscitar a su alrededor un personaje tan completamente nulo. Os habéis visto obligado, por la ley de la novela, a hacer de él un loco; pero en Jerusalén no se mataba a los locos, ni aún se les encerraba, como entre nosotros, contentándose con dejar que se pasearan por la campiña con sus inofensivas ilusiones. ¿Valía la pena de molestar al tribunal de Pilatos; de recorrer todas las jurisdicciones desde Anás y Caifás hasta Antipas; de poner sobre las armas toda la guarnición romana, y de sublevar la población de una ciudad entera, por causa de un alucinado, sumamente apacible, a quien el primero que pasase podía volver a llevar a su patria Galilea? ¡Vuestro Jesús no es ni Dios, ni héroe, ni hombre; no es nada, ni siquiera un personaje de novela aceptable!

22. Y ahora he aquí el milagro. Ante esta nada, en presencia de esta nada que habéis tenido la audacia de revestir con un nombre divino, os halláis sobrecogido de espanto; y se nos ofrece el espectáculo   —71→   de un racionalista, enemigo de lo sobrenatural, y que no sabe ver nada mas allá de la realidad sensible, guardando con celoso cuidado la dignidad que pertenece al hombre, desde el día en que éste se distinguió del animal; nos es dado contemplar a este racionalista prosternado con ambas rodillas y dirigiendo a su fantasma de Jesús una invocación idolátrica. «¡Descansa ahora en tu gloria, noble iniciador! exclama. Tu obra está acabada, y fundada tu divinidad. No temas ya ver derruirse por una falta el edificio de tus esfuerzos. Libre de hoy en adelante de los ataques de la fragilidad, asistirás de lo alto de la paz divina a las consecuencias infinitas de tus actos. Has comprado la inmortalidad a costa de algunas horas de padecimiento que no han afectado siquiera a tu grande alma. El mundo va a realzarse por ti, por miles de años. Mil veces más vivo, mil veces más amado después de tu muerte, que durante los días de tu tránsito por la tierra, llegarás a ser hasta tal punto la piedra angular de la humanidad, que arrancar tu nombre de este mundo sería conmoverle hasta en sus cimientos. No se hará ya distinción alguna entre ti y Dios. Completamente vencedor de la muerte, toma posesión de tu reino, donde te seguirán siglos de adoración por el camino real que has trazado109» Tal es la conclusión del Evangelio racionalista. ¡Despojado así de todo esplendor divino, de toda verdad histórica, de toda verosimilitud posible, y por el contrario, envuelto con un manto irrisorio, encubierto con el disfraz más miserable, más odioso y absurdo, el nombre de Jesús acaba de obrar este prodigio a la faz del mundo! El racionalismo moderno que niega todos los milagros, no podía negar este, aun auxiliado por una comisión de químicos.

23. Después de haber explorado el interior del sepulcro donde se pretendía sepultar a Jesús, veamos si realmente es «difícil de manejar» la piedra con que quería cerrarse su entrada. El peñasco filológico y científico llevado a la puerta del nuevo monumento, ¿es de yeso o de granito? Veámoslo. Toda la argumentación del nuevo exégeta puede reducirse a las siguientes fórmulas: «Jamás pensó Jesús en creerse Dios: y en manera alguna pensaron sus discípulos en darle tal título. Atribuyose a su memoria la divinidad retrospectivamente, por una leyenda popular, fruto de la imaginación enternecida   —72→   de la muchedumbre110. Obra de curiosidad y hasta cierto punto de buena fe, estableciose esta leyenda a fines del siglo I sobre un   —73→   bosquejo primitivo que dejaron en verdad los apóstoles, pero tan malamente alterado por un trabajo de segunda mano, que es absolutamente imposible reconocer la huella original y separarle de las supersticiones con que se le sofocó. Así, tales como poseemos los Evangelios, pueden a lo más presentarnos las líneas generales de la vida de Jesús, pero no pueden tener el menor valor histórico. Sobre este punto poseemos un testimonio capital, de la primer mitad del siglo II. Es de Papías, obispo de Hierápolis, hombre grave, hombre de tradición, que tuvo cuidado toda su vida de recoger lo que pudo indagarse sobre la persona de Jesús. Después de haber declarado que prefiere, en semejante materia, la tradición oral a los libros, menciona Papías dos escritos sobre los actos y las palabras de Cristo. 1º. un escrito de Marcos, intérprete del apóstol Pedro; escrito corto, incompleto, que no sigue el orden cronológico, comprendiendo relatos y discursos (´λεχθέντα ἠ πραχθέντα111), compuesto según las noticias y los recuerdos del apóstol Pedro; 2.º una colección de sentencias (Lo/gia112) escrita en hebreo por Mateo, y que cada cual tradujo lo mejor que pudo. No es sostenible que estas dos obras, tales como las leemos, sean absolutamente semejantes a las que leía Papías; primeramente, porque el escrito de Mateo se componía tan solo de discursos en hebreo del cual circulaban traducciones bastante distintas, y en segundo lugar, porque para Papías eran enteramente distintos el escrito   —74→   de Marcos y el de Mateo, redactados sin concierto alguno, y al parecer en distintos idiomas113. Pues bien, en el estado actual de los textos, el Evangelio según Mateo, y el Evangelio según Marcos,   —75→   ofrecen partes paralelas tan largas y tan perfectamente idénticas, que es preciso suponer o que el redactor definitivo del primero tuvo el segundo a la vista, o que el redactor definitivo del segundo tuvo el primero, o que ambos copiaron el mismo prototipo114. Esto prueba perfectamente que no conservamos, respecto de Mateo ni de Marcos, las redacciones originales. Nuestros dos primeros Evangelios son ya solo arreglos o coordinaciones de éstas. Cada cual deseaba, en efecto, poseer un ejemplar completo. El que sólo tenía en su ejemplar discursos, quería tener relatos, y recíprocamente115. Por eso se ve que el Evangelio según Mateo ha reunido casi todas las anécdotas del de Marcos, y el Evangelio según Marcos contiene en el día una multitud de pasajes o rasgos provenientes de los Logia de Mateo116.» En cuanto a la obra de Lucas, - es todavía mucho mas, débil su valor histórico. Lucas tuvo probablemente a la vista la colección biográfica de Marcos y los Logia de Mateo; pero procede respecto de ellas con suma libertad; pues unas veces refunde dos anécdotas   —76→   o dos parábolas en una sola, otras descompone o divide una para distribuirla en dos117. Es, pues, este Evangelio un documento de segunda mano118.-El cuarto Evangelio, el de Juan, nos presenta   —77→   un bosquejo de la vida de Jesús, que se diferencia singularmente del de los Sinópticos, puesto que pone en boca de Jesús discursos cuyo tono, estilo, giro y doctrinas no se parecen en nada a los Logia referidos por los Sinópticos119. En él se despliega todo un nuevo   —78→   lenguaje místico, lenguaje de que no tienen la menor idea los Sinópticos (mundo, verdad, vida, luz, tinieblas). Si hubiera hablado alguna vez Jesús en este estilo, que no tiene nada del estilo hebreo, ni del judío, ni del talmúdico, ¿cómo hubiera guardado tan bien este secreto ni uno solo de sus oyentes120? «Es, pues, claro que los   —79→   Evangelios, tales como han llegado hasta nosotros, no son los Evangelios primitivos.» Puede, pues, y debe desecharse sus leyendas, y considerar sus textos como un monumento de una cándida credulidad, que desfiguró completamente el Jesús histórico, hasta el día en que nos lo restituyó la exégesis racionalista tan felizmente121. [80]

24. ¡Qué roca ha caído sobre el sepulcro de Jesús con esos terribles Logia de Mateo, incrustados en las anécdotas de Marcos, reproducidos por Lucas y despreciados u omitidos por Juan! ¿Cómo [81] resistir a la evidencia de «un testimonio capital de la primera mitad del siglo II, rendido por un hombre grave, por un hombre de tradición, [82] que cuidó toda su vida de recoger lo que se podía indagar sobre la persona de Jesús, y que declaró que prefería en semejante [83] materia la tradición oral a los libros?» El crítico no ha dicho siquiera, al hacer este elogio tan explícito, lo que podía realzar más el valor [84] del testimonio que invoca. Si hubiere abierto el Martirologio, hubiera visto que la Iglesia tributa culto público a la memoria de San Papías, obispo de Hierápolis, contemporáneo y amigo de [85] San Policarpo122. Si hubiera interrogado el código CCXXXII del Myriobiblon de Focio, hubiera descubierto que se honra en él a San Papías, obispo de Hierápolis, con el título de mártir123. Finalmente, los Bollandistas que el crítico se vanagloriaba en otra época de haber leído124, y que parece haber olvidado después demasiado, le hubieran traído a la memoria que San Papías, obispo de Hierápolis, encarcelado primero con Onésimo, discípulo de San Pablo, fue desterrado posteriormente por su fe en la divinidad de Jesucristo125. ¡Por mi parte creería siempre en verdad a testigos dispuestos a sellar su declaración con su sangre! Pues bien, San Papías, varón grave, que recogió en el año 105 de la Era cristiana todo lo que se podía saber de la persona de Jesucristo, se expone a la muerte, confesando la divinidad de Jesús en el tribunal del prefecto de Roma, Tertullo126. [86]

Esto es muy diferente, fuerza es confesarlo, de la doctrina que se le atribuye. O San Papías no sabía lo que escribía, o el literato racionalista no ha comprendido lo que escribía San Papías. No es posible otra alternativa. Pero ¿cómo suponer que un profesor de hebreo, miembro del Instituto, filólogo emérito, no haya sabido traducir quince líneas de griego sin incurrir en contrasentido? Y por otra parte, ¿cómo admitir que San Papías se hubiera dejado encarcelar, desterrar, matar quizá, por la divinidad de Jesucristo, en que no creía?

25. Si se reuniera una comisión de helenistas para examinar la nueva traducción de algunas líneas de San Papías, no encontraría en ella ciertamente un milagro de ciencia ni de exactitud, pero podría encontrar una interpretación de los famosos Logia de Mateo, bastante extraordinaria para indemnizarle de la falta de todo otro prodigio. «Logia, se dice, significa Colección de sentencias y nada más que esto.» Toda la tesis contra los Evangelios, y por consiguiente, toda la doctrina del racionalismo contra la divinidad de Jesucristo se apoya en esta traducción de una sola palabra, cuya importancia, según se ve, es capital. Si es falsa la traducción, son los Evangelios textos históricos y Jesucristo es Dios. A decir verdad, se han arriesgado eventualidades importantes sobre la interpretación de una sola palabra. Jamás hubiera cometido el más frívolo de los antiguos heresiarcas semejante falta; ni hubiera consentido en exponerse tan de ligero a semejante azar. Valía, pues, la tesis la pena de fijarla con más solidez. Bajo el punto de vista de la controversia hostil, se ha sabido a veces fijarla mejor y mostrarse más temible; pero en fin, nuestro siglo habrá dado la medida de lo que alcanza en la polémica anticristiana. Esta medida se halla consignada en el Evangelio racionalista, lo cual es tanto peor para nuestro siglo, pues la posteridad tendrá el derecho de reírse de ella, así como lo hace ya la docta Alemania por órgano de M. Ewald127. Y es que el sentido de la célebre expresión «Logia» no se circunscribe [87] en manera alguna a la significación exclusivamente gramatical de: Colección de sentencias. Con esta palabra designan los autores apostólicos y sus inmediatos sucesores, ya la Sagrada Escritura en general, ya el Nuevo Testamento en particular. Así llama San Pablo a la Ley Antigua: los Logia de Dios128. Así llama San Ireneo a los Evangelios: los Logia del Señor129. Así Clemente de Alejandría les da el nombre de Logia de verdad130, y designa toda la Sagrada Escritura con el término genérico de Λόγιον131. Así llama Orígenes a los Evangelios Logia divinos132. Así el mismo San Papías escribió tres libros titulados: Exposición de los Logia (Evangelios) del Señor. Como para prevenir el equívoco en que acaba de incurrir tan torpemente la filología, hablando San Papías del Evangelio de Marcos, de este Evangelio que sólo contiene anécdotas según el sistema del moderno exégeta, no encuentra dificultad alguna en designarlo con el título de 133: Discursos del Señor; de suerte que da San Papías al Evangelio de Mateo, que, según se dice, sólo contiene sentencias, exactamente el mismo nombre que al Evangelio de Marcos, que, según se quiere, sólo contiene anécdotas134. En vista de tales hechos, ¿a qué se reduce la distinción capital inventada por el nuevo traductor, y la antítesis triunfante que debería destruir la creencia en la narración evangélica, destruyendo por su base la fe en la divinidad de Jesucristo? Y si desease saber el racionalismo por qué se ha

elevado la expresión de Logia en el estilo de los escritores apostólicos al

nivel del término igualmente consagrado de Escrituras, Clemente de Alejandría le enseñaría, que

habiéndonos manifestado el Logos, el Verbo de Dios, que sale de los esplendores del Padre más radiante que el sol, la verdad sobre la esencia divina, llegó a ser

para nosotros el Logos por medio de su enseñanza y de sus milagros, la fuente de toda vida, de

toda ciencia y de toda [88] luz135.» Siendo así, la revelación de las Escrituras en general y la del Evangelio en particular debía llevar el nombre de su autor136. El Logos, el Verbo divino, nos dio los Logia. Sin duda que esto se [89] parece mucho al In principio de Juan, hijo del Zebedeo; pero si no hay analogía alguna entre semejante doctrina y el In principio del [90] materialismo, no serían responsables de ello los apóstoles y los doctores de la Iglesia.

26. He aquí íntegro el texto de San Papías, el cual, el nuevo [91] exégeta siguiendo su constante costumbre en semejantes casos, se ha guardado bien de reproducir. En el libro III de la Historia eclesiástica de Eusebio, se titula el XXXIX y último capítulo: Obras de Papías137. «Los libros de Papías ascienden al número de cinco, dice Eusebio, y se titulan: Exposición de los Logia (Evangelios) del Señor. Su autor se expresa así al principio: Se me agradecerá que trasmita la enseñanza que recibí de los Ancianos, cuya memoria he [92] conservado cuidadosamente, y cuya veracidad atestiguo. Me he atenido siempre, no como la muchedumbre, a los maestros que hablan más, sino a los que dicen la verdad; no a los que profesan doctrinas extrañas, sino a los que trasmiten la enseñanza propuesta a nuestra fe por el Señor, y que en su consecuencia procede de la Verdad misma. Cada vez que me acaecía encontrar algunos discípulos de los Apóstoles, me informaba ansiosamente de lo que habían enseñado sus maestros. ¿Qué decían habitualmente Andrés, Pedro, Felipe, Tomás, Santiago, Juan, Mateo, preguntaba? ¿Qué decían Aristión y Juan el Anciano, discípulos de Jesucristo? Así hablaba, creyendo sacar más fruto de la palabra de testigos que aún sobrevivían, que de la lectura de los libros.» Si hubiera recorrido el traductor racionalista este exordio de San Papías, se hubiera extrañado sin duda al oír a «un hombre grave,» a un «hombre de tradición,» a un testigo «de la primera mitad del siglo II,» identificar a Jesucristo con «la Verdad misma.» Felizmente para su buena fe, no ha leído el moderno exégeta este exordio, habiéndose limitado, según parece, a lo que sigue: «Papías, continúa el historiador Eusebio, comprueba en sus libros algunos relatos y algunas tradiciones concernientes a Nuestro Señor que supo por Aristión y Juan el Anciano. Bástame hacer esta indicación para los que deseen efectuar un estudio más profundo. Pero creo útil reproducir aquí las mismas palabras que consagra Papías al Evangelista San Marcos.- Juan el Anciano, refería, que Marcos, intérprete de Pedro, escribió exactamente todo cuanto supo por este último, y cuyo recuerdo conservó fielmente. De esta manera no pudo seguir el mismo orden en que habló y obró Cristo, puesto que él no oyó ni siguió al Señor, como discípulo; pero como ya he dicho, acompañaba a Pedro, el cual divulgaba su enseñanza según creía convenir al auditorio, sin tratar de seguir el orden de los Evangelios del Señor. Así no omitió nada Marcos, porque escribió siguiendo sus recuerdos y cuidando únicamente de no omitir nada de cuanto había oído, y de no mezclar en ello nada falso.- He aquí lo que dice Papías respecto de Marcos. En cuanto a Mateo, se expresa de esta suerte: -«Mateo escribió los Evangelios del Señor en lengua hebraica; teniendo, en su consecuencia, cada uno que traducirlos según podía138.» Es decir, que [93] los fieles, griegos y latinos, que ignoraban la lengua hebraica, tuvieron que recurrir a traducciones para leer el Evangelio de San Mateo.

27. El lector tiene a la vista el testimonio de San Papías. Los Logia de Mateo corresponden según él a los Logoi de Marcos; no se nota la menor señal de la diferencia tan palpable que se señalaba entre los dos Evangelios, y es cosa de preguntarse por qué sutilísima intuición ha podido deducir el nuevo exégeta de las palabras de San Papías que «era corto e incompleto el escrito de Marcos,» puesto que no hay nada en el precioso texto del obispo de Hierápolis que autorice semejante inducción. Las pretendidas Anécdotas de Marcos, y la Colección de sentencias de Mateo, son, pues, invenciones gratuitas que jamás tuvo el honor de inventar San Papías, y cuyo descubrimiento se funda en un contrasentido enteramente moderno. Siendo esto así, ¿podéis autorizaros realmente para conferir al Evangelio de San Lucas un privilegio de nulidad histórica, acusándole de ser solamente una compilación de las Anécdotas de Marcos y de los Logia de Mateo? ¿No se halla suficientemente justificado San Juan de no haber conocido los famosos Logia, que jamás existieron sino en la imaginación obcecada del reciente exégeta? Pues qué ¿es esto cuanto han podido producir formal y grave contra la divinidad de Jesucristo, veinte siglos de negaciones, de dificultades y de sofismas, reunidas con infatigable perseverancia, acumuladas con todo el artificio de la habilidad moderna? ¿Habéis creído de buena fe que poniendo semejante piedra a la entrada de este sepulcro se impediría que resucitara tal muerto? Los Logia de Mateo, así como los Logoi de Marcos son el Evangelio de Jesucristo. San Papías habló como habla la Iglesia durante diez y ocho siglos: confesó la fe de Jesucristo en los tormentos, lo mismo que San Pedro, San Pablo y todos los mártires, hasta los misioneros que riegan hoy con su sangre las remotas comarcas de la Oceanía o de la India. Todo vuestro edificio viene a tierra; no hay Evangelio primitivo sobre el cual se haya ingerido una divinidad póstuma, fruto de la leyenda. El haz de los cuatro Evangelios canónicos permanece en su inviolable majestad, siéndonos ya permitido en el día repetir las palabras que escribió Orígenes en el año 210. «He aquí lo que me enseña la tradición, dijo este gran doctor, con ocasión de los cuatro Evangelios, únicos que se admiten como auténticos por [94] la Iglesia de Dios esparcida por todo el universo. El primero fue escrito por Mateo, que fue en un principio publicano, y que más adelante se hizo apóstol de Jesucristo. Lo compuso en hebreo para uso de los judíos convertidos a la fe. El segundo es el Evangelio según Marcos, quien lo redactó conforme a lo expuesto por Pedro en sus predicaciones, según atestigua Pedro en su Epístola católica: La Iglesia de Babilonia y Marcos, mi hijo, os envían la salutación de paz. El tercer Evangelio escrito por Lucas, para uso de los Gentiles, es elogiado por San Pablo. El cuarto Evangelio es el de Juan139




ArribaAbajo§ III. Jesucristo

28. Tanta impotencia por parte del racionalismo actual, es para nosotros sin duda alguna una nueva prueba de la verdad evangélica, y bajo este concepto, tenemos derecho para regocijarnos. Sin embargo, acusa en la opinión pública y en ciertas inteligencias excepcionalmente cultivadas, tan completa ignorancia de los principios religiosos más elementales, que es imposible no dolerse de que sea tan débil este ataque. Por singular que pueda parecer semejante sentimiento, no vacilamos en proclamarlo. Léase, por ejemplo, los ocho volúmenes de Orígenes contra el filósofo Celso, y se nos comprenderá. Al negar Celso la divinidad de Jesucristo, sabía exacta y positivamente lo que atacaba. No se concentraba la objeción como en el día, sobre un fantasma imaginario a quien basta mirar cara a cara para verle caer reducido a polvo. Evidentemente es inferior a su empresa el racionalismo moderno; pero su inferioridad se halla en proporción paralela con el grado de decaimiento de la ciencia religiosa entre nosotros. El programa de la incredulidad contemporánea es sobrado nulo, por lo que nos basta indicar para los Renanes futuros, todo lo que tendrán que destruir antes de conseguir tocar a la divinidad del Evangelio. Sólo algunas palabras sobre el nombre mismo de Jesucristo bastarán para disipar frívolas esperanzas; y puesto que es preciso que haya herejías, tal vez se reflexione más seriamente antes de aceptar el triste papel de heresiarca.

29. El Verbo encarnado que adoramos, no se llama solamente Jesús, como quieren los racionalistas: no se llama exclusivamente [95] «Cristo,» como afecta creer el racionalismo140. Llámase Jesucristo, nombre que recibió la Iglesia católica de los apóstoles, que conserva en su integridad complexa, y que no le dejará dividir ni por las fantasías del racionalismo, ni por las predilecciones injustificables de la herejía. Pues bien, el nombre de Jesucristo es el lazo que une las dos edades de la historia humana. Lo que fue prometido, figurado, predicho, designado anticipadamente y esperado durante cuatro mil años, fue el Cristo. No basta, pues, introducir subrepticiamente, en la serie de los siglos, un Jesús de imaginación, inventado por la credulidad, popularizado por la leyenda, para entregarlo como un rey de teatro, a la irrisión del vulgo. Antes de pensar siquiera en atacar al Evangelio, es preciso destruir todos los libros del Antiguo Testamento que anuncian el advenimiento de un Mesías; es preciso quemar todos los monumentos de las literaturas egipcias, chinas, indias, asirias, persas, griegas y romanas que atestiguan uniformes la creencia del mundo en una redención futura, cuyos sacrificios son su señal en cierto modo sacramental, cuyos ritos religiosos son su expresión popular. ¿Hase reflexionado en la inmensidad de esta hecatombe que debió comenzar en Manethón y en Confucio, pasando por Hesiodo y Homero, para terminar en Virgilio, Cicerón y Tácito? No es esto todo. No solamente los monumentos escritos de las civilizaciones estudiadas hasta aquí, proclaman la decadencia primitiva de la humanidad, la necesidad de una rehabilitación y la fe en un revelador futuro, sino que adquieren voz las piedras mismas y emplean el mismo lenguaje. Destruid, pues, previamente en todos los puntos del globo, todos los recuerdos lapidarios, las estatuas, los bajo-relieves, las columnas, los arcos triunfales, los mármoles y los bronces antiguos: arrasadlo todo, desde los templos trogloditas de Mahalibapur y los pylonos141 de Karnac, pasando [96] por Nimrud y Khorsabad, y concluyendo por las obras maestras del arte griego y romano. Trastornad el suelo del universo, y cuando hayáis acabado vuestra obra, impedid que venga la casualidad de algunas nuevas excavaciones a revelaros súbitamente un nuevo testigo de la fe del antiguo mundo. Mas aún no se habrá hecho todo lo necesario. Hay testigos de más vida que los libros, y más duraderos que los monumentos: tales son las razas humanas. Pues bien, todas las razas en este momento idólatras creen unánimes en una caída y en la necesidad de un Mediador. ¡Id a degollar en las islas de la Polinesia, en todos los puntos del África, en toda la extensión de los continentes americano y asiático, esos testigos vivientes de una creencia que os humilla! Pues todo esto es preciso antes de atacar el carácter mesiánico del Cristo.

30. Creo que es ya un hecho bastante maravilloso la posición histórica del Cristo en el mundo antiguo. ¡Sí, es un milagro haber ocupado en la humanidad tal lugar, haber echado en ella raíces tan profundas, que a no aniquilar la historia y reemplazarla con el caos, no es posible derrocar al Mesías! Y no obstante, apenas forma todo esto la orla del manto divino de Jesucristo. Como podría en rigor explotarse por la habilidad de un hombre de genio, la creencia general en el Redentor futuro, consiguiendo usurpar este título, se ha provisto a tal inconveniente de esta suerte. No siendo el Antiguo Testamento en su conjunto, más que la designación seguida de edad en edad y representando, con una exactitud llevada hasta el último punto, la figura del Mesías futuro, es fácil de concebir, por qué no aprecia el racionalismo el Antiguo Testamento, pues cada nuevo maestro de incredulidad tiene la idea de destruir un testigo tan importuno. Pero no ha coronado el éxito tantos esfuerzos, pudiendo decirse, sin temor de parecer indiscreto, que jamás se ha dirigido el ataque en situación que le fuera ventajosa. Discusiones filológicas interminables sobre una palabra hebrea, sobre su raíz, sobre sus equivalentes en las lenguas arianas o semíticas; pedantescas ostentaciones de gramática; pretensiones, por otra parte poco modestas de saber el hebreo mejor que los Judíos de la Versión de los Setenta; a veces, veleidades de hostilidad geológica, química, fisiológica; o bien, incidentes sobre un hecho oscuro, sobre una particularidad no aclarada todavía, he aquí todo lo que se ha intentado hasta ahora. Hanse amontonado nubes que se dispersaban con [97] el primer golpe de piqueta en un campo histórico, o en un terreno diluviano. El Antiguo Testamento tiene dos guardas que es preciso destruir primeramente, antes de llegar a él. En primer lugar, la raza judía, que persiste en esperar al Mesías, bajo la fe de este Libro; pues mientras exista un hijo de Israel, no habréis hecho nada contra el Libro sagrado de su ley. Id, pues; exterminad un pueblo que han dejado en pie veinte siglos de desastres, de persecuciones y de oprobios, y cuando hayáis matado hasta el último israelita, os hallaréis en frente del universo cristiano que os presentará triunfante e inmortal el Libro sagrado de los judíos.

31. Históricamente, pues, es el Antiguo Testamento un monumento irrecusable. He aquí tal como la contiene la designación del Mesías. El primer rasgo se remonta al día del pecado original, en el umbral del Edén. Es una promesa divina, circunstanciada y formal: «Vendrá una mujer, cuyo hijo quebrantará la cabeza de Satanás142.» Así, el Redentor será hijo de una mujer; Dios no le designa padre en el mundo. El Redentor quebrantará la cabeza de Satanás; no será, pues, solamente un filósofo, un sabio, que destruya algunos errores, que reforme algunos abusos parciales; tendrá el poder sobrehumano de aplanar el error, el mal, en su origen, de una manera absoluta. Tales son, en el punto de partida, los dos rasgos característicos del Mesías. Sucesivamente van a dibujarse con toda precisión todas las líneas de su figura celestial. El Redentor, «en quien serán benditas todas las naciones de la tierra, saldrá de la raza de Abraham143.» El Enviado de las colinas eternas, el Deseado de las Naciones parecerá «en la época en que el cetro será quitado de la casa de Judá144.» Será «hijo de David145, y, no obstante ser su generación eterna146, nacerá en Belén147.» -«Una Virgen concebirá y parirá un hijo cuyo nombre será Dios con nosotros (Emmanuel)148. Será el Cristo, rey de Israel149 Jesús el Salvador150.» -Nacerá una estrella de Jacob151.» -«Traeranle presentes los reyes de Arabia y de Sabá152.» Sin embargo, será preciso «volver a Egipto al divino niño153.» -«Elevarase del desierto una voz, y será precursor de Cristo otro Elías154.» -«El Mesías tendrá toda la autoridad [98] de Moisés155; será, además, sacerdote según el orden de Melquisedech156; rey en la eternidad157.» -«Su palabra se dirigirá a los humildes y a los afligidos158.» -« Abriránse los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos; saltarán los cojos como los ciervos, y será desatada la lengua de los mudos159.» -«Será honrado con la presencia del Mesías el Templo de Zorobabel160.» - «La hija de Sión saltará de alegría; la hija de Jerusalén se colmará de júbilo al acercarse su rey, el Justo, el Salvador: él vendrá pobre y montado en una asna seguida de su pollino161.» -«Carecerá su aspecto de externo esplendor, y le veremos sin reconocerle162.» -«Congregaránse contra él en consejo los que acechaban su vida163.» -«El hombre con quien vivía en paz y que comía el pan de su mesa, le venderá164.» -«Nadie le prestará auxilio al acercarse el peligro, caerá en desaliento y su sangre correrá como el agua165.» -«Será herido el pastor y se dispersarán las ovejas166.» -«Será estimado en precio de treinta monedas de plata que serán arrojadas en el Templo, y que se entregarán después al alfarero167.» Sin embargo, «abandonará su cuerpo a los verdugos y su rostro a las bofetadas, sin volver el semblante a las salivas y a las injurias de sus enemigos168.» -Dejarase conducir a la muerte, como la oveja que se lleva al matadero169; pero llevará en los hombros el cetro de su reinado170.» -«Serán taladrados sus pies y sus manos, y se contarán sus huesos171.» -Repartiránse sus vestiduras y echarán suertes sobre su túnica172.»- «Cubierto de heridas por nuestras iniquidades, quebrantado por nuestros crímenes, se ofrecerá él mismo y por su libre voluntad, en sacrificio173.» -«Los que le vean, insultarán su angustia, y le ultrajarán moviendo la cabeza. ¡Pues que esperaba en el Señor, dirán, que el Señor le libre174!» -«Se le dará a beber hiel y se le presentará vinagre para apagar su sed175.» -«Rogará por los pecadores176.» -«Entregará su alma en manos del Señor177.» -«Morirá, más para resucitar178; será glorioso su sepulcro179, y se enarbolará entre las naciones su estandarte180.» -Hállase también [99] marcada la época precisa de este acontecimiento. «El Cristo será entregado a muerte, el Santo de los Santos expiará sus pecados en la septuagésima semana de años siguiente al edicto de Artaxerxes Longimano para el restablecimiento del Templo, es decir, cuatrocientos ochenta y siete años después de Zorobabel, fecha que corresponde al año 53 de nuestra era181.

32. Tal es la designación profética del Mesías o Cristo. Será Dios; nacerá de una virgen en Belén; hará milagros; será muerto; resucitará. Semejante programa es absolutamente irrealizable por un genio humano, por grande que se le suponga. El genio no puede nada en este mundo ni sobre el orden, ni sobre la época de su propio nacimiento; recibe la vida, pero no sabe elegir anticipadamente la madre que ha de darle a luz; no puede determinar el tiempo ni el lugar donde quiere nacer. El genio hace grandes cosas, pero no hace milagros; muere, pero no resucita. Es, pues, sobre este punto imposible la impostura. Concíbese, sin embargo, que haya tentado a ciertos espíritus entre los judíos; los Teudas, los Rarkokeba, intentando aplicar a su persona la designación divina, han suministrado precisamente la prueba de la realidad incontestable de las profecías y de la creencia mesiánicas, en el seno del pueblo judío. Han consignado además, con la autenticidad de su derrota, la inanidad de semejante tentativa. Las condiciones fijadas anticipadamente respecto del Redentor, sobrepujan a toda humana talla, y nadie podrá vestir la túnica sin costura del Crucificado del Gólgota. El Mesías debe llamarse Dios, pero debe probar su divinidad con la salvación del mundo; debe hacer milagros, pero sobre todo, debe perpetuar los milagros; debe morir, pero debe resucitar. De este modo solamente entrará en la realidad de su designación profética, y tomará posesión del título de Cristo que le reanuda con todo el mundo antiguo.

33. Si le espera la primer vertiente de la historia como Mesías, debe reconocerle como Salvador la segunda. No está completo su nombre sino con la condición de abrazar todas las edades. Lo que fue, como Cristo, en el periodo de la esperanza, debe serlo ahora, como Jesús; es decir, que el lugar que ocupa en la antigüedad como Mesías, debe tenerlo en el mundo moderno como Salvador. Aquí se   —100→   encuentra el racionalismo en presencia de una nueva serie de hechos constantes, notorios, irrecusables, apoyados no solamente en testimonios, relatos o libros, sino en la evidencia cuotidiana y palpable. El primero, el más patente de todos estos fenómenos, es que a la hora en que escribimos estas líneas, tiene adoradores Jesucristo en todos los puntos del globo. Basta abrir los ojos y ver para convencerse de ello. Adórase a Jesucristo, no solamente como un recuerdo, una gloria, una encarnación divina, que apareció hace dos mil años, en el seno de la humanidad y que se volvió para siempre al cielo, sino que es adorado como estando presente, en sustancia y en realidad, en la Eucaristía. Quiérase o no, existe el hecho. Penetrad bajo la cúpula de San Pedro, y allí está presente Jesucristo para sus fieles y es adorado por ellos. Seguid al pobre misionero hasta los confines del mundo, y le veréis levantarle un altar bajo los plátanos de los bosques de la India, y pronunciar algunas palabras y adorar a Jesucristo sobre la desnuda piedra donde consiente siempre en descender el Dios del pesebre. El Indio que pasa al lado de este extranjero, se detiene un instante a contemplar este hecho extraño. ¡Escucha una enseñanza tan nueva para él; ábrese poco a poco su inteligencia a una luz desconocida; estremécese su corazón al contacto de un amor divino, y cree a su vez y se prosterna y adora! ¿Qué pensáis de esto? Jesucristo, que murió hace dos mil años, tiene el poder de hacerse amar, de hacerse adorar por un salvaje que anda errante por los bosques de su país, y que no ha sospechado nunca la existencia de la Judea, de un Antiguo Testamento o de una civilización cualquiera. Existe, pues, el hecho de la conversión de las almas por Jesucristo; se toca con la mano; no se halla circunscrito a la India, al Japón o a la China; está por do quiera. A veces se inclinan los sabios de nuestra Europa, después de quince o de veinte años de rebeldía, bajo la influencia de la divinidad de Jesús, lo mismo que los pobres insulares de Otaiti. Estos son hechos. Antes de negar la divinidad del Evangelio, comenzad por destruirlos, sin podéis; o por explicarlos si tenéis tal secreto. Mas agotándose todas las fuerzas humanas por el tiempo, por el uso, por sus mismas victorias; ¿cómo es que no se ha agotado la fuerza de Jesucristo? Es una ley histórica que todo lo que ha comenzado muere, ¿cómo es que no muere la religión de Jesucristo? Todas las instituciones fundadas por los hombres caen, ¿por qué no cae la   —101→   Iglesia de Jesucristo? Y adviértase que cada día que pasa es un triunfo nuevo para esta doctrina, que envejece otro tanto tiempo. Antes de ser admitido el racionalismo incrédulo a negar el Evangelio, debe, pues, comenzar por destruir, en el seno de las sociedades modernas, el milagro perseverante de la adoración de Jesucristo como Dios; el milagro perseverante de la adoración de Jesucristo en la Eucaristía; el milagro perseverante de la conversión   —102→   de las almas por Jesucristo.

34. ¡Haga, pues, la prueba! ¡Que vaya, sacudiendo el globo por los dos polos, por entre oleadas de sangre, amontonando ruinas sobre ruinas, a arrancar al mundo el nombre de Jesucristo y la fe en su divinidad! Aun cuando se exponga a esta prueba, no hará nada de nuevo. La historia moderna no es otra cosa que la prolongación de una lucha de este género, con un éxito muy diferente del que se prometía. Así llegamos a otro hecho no menos innegable, y es que durante diez y ocho siglos se da la vida por la divinidad de Jesucristo, y que cuantos más mártires cuenta esta divinidad, más conquistas hace. Negad, si podéis, que murieron por ella los doce apóstoles que salieron de Judea a predicar al mundo la fe en la divinidad de Jesucristo. Sólo sobrevivió uno de ellos después de haber sufrido el más bárbaro suplicio; este fue San Juan, cuyo In principio tiene el privilegio de desagradaros. Todos los demás perecieron al filo de la cuchilla, en las hogueras encendidas, en la cruz, en todos los géneros de tormentos que sabía inventar la imaginación de los verdugos, en una época en que tocaba casi a los límites del genio el arte de matar a los hombres. Intentad poner en duda las degollaciones, tres veces seculares, organizadas por el paganismo de Roma, contra todo lo que llevaba el nombre de cristiano, y se os pondrán enfrente todos los historiadores griegos y latinos, desde Tácito y Suetonio hasta Eusebio de Cesárea. Desgarrad sus obras, para desembarazaros de estos indiscretos testigos. No lo podéis ni lo queréis. Siendo así, fuerza es que expliquéis cómo murieron millares de hombres por un fantasma de Cristo, por una quimera, ¡por un nada! Y cuando hayáis creído encontrar una respuesta satisfactoria gritando, ¡fanatismo! tendréis que explicar cómo cayeron también los mismos verdugos en el fanatismo de sus víctimas, prosternándose al pie de una cruz.

35. Ofrecerase a vuestro estudio el grande hecho de la conversión del mundo pagano por la cruz de Jesucristo, y tendréis que deducir de él las razones naturalísimas que hicieron ascender la divinidad de Jesucristo de la oscuridad de las catacumbas a la cima del Capitolio. Nos diréis cómo fundó una sociedad inmortal, una serie o sucesión de hombres a quienes se mataba sin tregua; cómo morían sin murmurar, encarcelados, sentenciados, mártires, felices en ser lapidados, quemados, degollados, y cómo hicieron brotar con su sangre una semilla de nuevos cristianos. ¡Agradable perspectiva, verdaderamente, para abrazar una religión nueva, la certidumbre de ser revestido con un manto de resina, y de servir de viviente antorcha en los jardines de Nerón! ¿Quién podía resistir al grato destino de ser arrojado en la arena a las garras de los leones de Numidia; de ser condenado a las minas; de ser desollado vivo; de arrancársele las uñas; de cortársele las coyunturas una tras otra; de ser tendido en parrillas rusientes, o sumergido en un baño de plomo derretido? ¡Explicadnos una sola conversión con las seducciones de semejante propaganda! Y no obstante, el mundo es cristiano, y fue vencido el paganismo. ¡Buscad en el universo actual, un adorador de Júpiter, de Venus, de Saturno! El paganismo fue vencido por primera vez bajo Constantino. Pero desde Constantino hasta Clodoveo, lo fue cien veces. ¿Sabéis ni siquiera el nombre de todos los pueblos bárbaros que acudieron a la ralea182 del mundo romano durante tres siglos? La Iglesia de Jesucristo venció a todos estos paganos, y siempre del mismo modo, padeciendo, orando, muriendo. Aún en el día se padece, se ruega, se muere por la divinidad de Jesucristo; y así será hasta el fin de los siglos. Estos son hechos, que es preciso negar, antes de despojar a Jesucristo de su manto divino. Pues bien, negarlos es negar la luz del sol; es destruir toda evidencia, aniquilar toda historia y sumergir el mundo en tinieblas. ¡Levántese ahora el audaz Erostrato intentando abrasar el edificio de la divinidad de Jesucristo! El cimiento de este edificio inmortal se remonta al Edén. Cada siglo de la historia antigua forma uno de sus pilares. Cristo es la esperanza de cuatro mil años; la flor sagrada del Antiguo Testamento; el Redentor esperado, descrito, señalado por todas las edades. ¡Jesús aparece en la cima de   —103→   los dos mundos; realiza en su persona todas las profecías; levanta el estandarte de su cruz; es aplanada la cabeza de Satanás; expira el paganismo! Verifícase en el universo una inmensa revolución salvadora que abraza todos los tiempos, todos los lugares, todos los hombres; diez y nueve siglos hace que se prolonga sin interrupción; todo lo ha cambiado, renovado, espiritualizado, santificado en la tierra; y no cesa de levantar a la humanidad hacia Dios. Jesucristo es la historia entera; es el mundo, desde Adán hasta nosotros. ¡Es la monarquía eterna atravesando los tiempos para conducir al hombre, de las manos de su Criador al tribunal de su Juez ¡ Cristus heri, hodie, ipse et in saecula183.