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11

Salust. Catilina, edit Hachette, 1851, cap. XIII, pág. 18.

 

12

Plutarco, In Solom, n. 1.

 

13

Plutarco, Parall. de César y de Álex., n. 5.

 

14

Xiphil. et Dio., pág. 19.

 

15

Epist., lib. VII, epist. IV, Ad Pontium, edit, Milán, 1601.

 

16

Valer. Maxim, lib. IX, cap. XII.

 

17

En efecto, sabido es que si bien algunos talentos privilegiados de la antigüedad expusieron doctrinas análogas a las sublimes verdades de la revelación, en medio del politeísmo en que se habían amamantado, estas doctrinas tuvieron su origen en el pueblo hebreo, por quien llegaron a su conocimiento. Sabido es que Platón aprendió su doctrina del Dios único, en Egipto, donde estudió la geografía, y en Caldea, donde estudió la astronomía. Cicerón, que llegó en el Sueño de Scipión casi hasta los umbrales de la verdad sobre el dogma de la inmortalidad del alma, adquirió estas luces de un maestro de los Scipiones, que era hebreo. Suetonio, Tácito y Josefo se autorizaron con los oráculos judíos, los cuales fueron recogidas con el nombre de Sibilas, al repetir la grande expectación del género humano sobre la venida del Mesías. Virgilio al predecir en su célebre égloga 4. Sicelides musae, la venida del Dios uno, que había de traer al mundo la edad de oro, se instruyó de este misterio en Roma misma, por Pollion, a quien dedicó aquella égloga, que compuso poco después de haber ido a Roma y hospedádose en casa de Pollion Herodes el Grande, rey de Judea, por quien supo Virgilio las profecías sagradas. (Véase Josefo, Antigüedades, lib. XIX, cap. XXV y libro XV, cap. XIII). Sin embargo, el respeto y admiración con que aceptaron estos grandes talentos las sublimes doctrinas de la religión del Crucificado, sirven de prueba y son un brillante testimonio de lo bien que se adaptan, de lo conforme que son la moral evangélica y sus dogmas a las inteligencias más superiores, aun guiadas solamente por la luz de la razón, al paso que demuestran que la religión cristiana no es una simple invención, contraria a la naturaleza humana, sino adaptable a ella, como que ha sido criada e iluminada con la razón natural por el mismo Dios del Cristianismo. (N. del T.)

 

18

Plat. II, Alcibiades, cap. XIII.

 

19

[«inmortalidad» corregido de la fe de erratas del original (N. del E.)]

 

20

Ovid. Amor. lib. I, 6, vers. 1; Sueton. De Clar. reth. cap. III. Columel. libro I, Proefat.